Partida Rol por web

Más allá de las Montañas de la Locura

Capítulo 7: La Ciudad de los Antiguos

Cargando editor
16/05/2020, 18:40
Director

América, Europa y los países más civilizados de Asia vibran al emocionante son de la aventura antártica. Los increíbles descubrimientos de los exploradores polares los elevan a la categoría de héroes nacionales, y los episodios radiados son información de primer orden en periódicos y radios de todo el mundo. Duke Ellington dedica a los aventureros una memorable versión de Stormy Weather en el Cotton Club de Nueva York, y Erwin Schrödinger les envía un saludo en su discurso de aceptación del Nobel de Física. Todos esperan noticias desde sus receptores de radio.

Mientras tanto, William Moore y sus hombres observan en silencio el horizonte, emocionados y temerosos de hallar por fin la entrada del Paso Dyer.

- Tiradas (3)

Notas de juego

(Como siempre, click para miopes ;).

Cargando editor
16/05/2020, 19:13
Director

Durante una hora, los dos Boeing de la Expedición Starkweather-Moore ascienden con seguridad en dirección al desfiladero, ganando la altura necesaria para alcanzar el paso. El ruido de los motores hace imposible cualquier conversación, salvo el ininteligible parloteo de los pilotos a través de sus auriculares; el profesor Moore se encierra en la lectura del texto Dyer. Por las ventanillas podéis atisbar el Enderby, en el que Branden Hyde no quita ojo de las montañas junto a un nervioso Starkweather.

- ¡No hay respuesta de la Belle, señor! –grita Halperin por encima del ruido, mientras sus auriculares solo devuelven el sordo siseo de la electricidad estática.

Veinte minutos después, los dos aviones superan los dieciséis mil pies y se encuentran con fuertes vientos que soplan en dirección a las montañas. Los motores rugen y se aceleran y el Weddell comienza a temblar. Las turbulencias se suceden, cada vez más violentas. Algunas mochilas mal aseguradas ruedan por encima de la carga, mientras el fuselaje vibra sin control; aunque nunca lo admitirá, Charles Dickinson se aferra a los reposabrazos convencido de que no sobreviviréis.

En cuestión de minutos, los aeroplanos penetran por completo en una corriente de aire y, aunque apenas lo notáis, vuestra velocidad se eleva vertiginosamente y las montañas se aproximan con enorme rapidez. Parece imposible que sigan aumentando, pero así es.

Cuando empezáis a acercaros a las primeras cumbres, el crepitar de la electrostática aumenta por momento, convirtiéndose en un penetrante rugido; ninguno de vosotros ha experimentado algo similar. Pronto, la comunicación con el campamento Lake se hace imposible y las señales del Enderby están casi ahogadas por el mar de ruido.

- ¡Mascarillas! –avisa Halperin; imitándole, os tapáis las narices y mordéis las boquillas de goma. El gas sisea y enseguida os golpea un fuerte olor, como a pintura o pegamento. “¡¿Qué diablos… ?!”, gruñe Singer, al borde del desmayo.

Las montañas que preceden al desfiladero son picos altos y escarpados, como rígidas espadas y vértices de piedra emergiendo de sus vainas de hielo. En cualquier otro lugar del planeta serían cumbres magníficas, pero aquí son empequeñecidas hasta la insignificancia por la increíble barrera de piedra que representa la cordillera central.

Vuestros ojos tratan de atisbar las cimas pero, por más que se elevan los aviones, los picos continúan hacia arriba, hacia arriba, como si las montañas sostuviesen el mismísimo firmamento. Los cielos que se vislumbran por entre las altas cimas presentan una llamativa tonalidad, con manchas blancas y rosadas, líneas teñidas de un color más oscuro y zonas brillantes que parecen moverse. Las montañas son de piedra oscura, con franjas negras y grises intercaladas en líneas más finas de aspecto desigual. Por encima de los seis mil quinientos metros se pueden ver los bloques, los angulosos terraplenes y los grupos de bocas de cuevas que describiera Dyer. Ni en el desfiladero ni sobre las cimas hay rastro alguno de nieve.

A medida que os acercáis al paso, las antiguas laderas naturales empiezan a salpicarse de extrañas formaciones: agrupaciones de cubos de piedra con los bordes redondeados por la erosión y extrañamente similares en forma y tamaño pueblan los niveles más altos. Aparecen cimas rematadas en punta, conos, cilindros, rampas y paredes, y entradas de cuevas de gran similitud, más numerosas cuanto más se elevan los aviones. Los pasajeros británicos recuerdan formaciones similares en la Calzada de los Gigantes, pero no a esta escala.

Alcanzáis los ocho mil metros y el Weddell se tambalea con la potencia de sus motores al límite; a pesar de la altura, el avión parece un minúsculo juguete comparado con las moles de piedra que rasgan el cielo mucho más arriba.

- ¡El desfiladero! ¡Parece el ojo de una maldita aguja! –grita Douglas Halperin cuando ve la entrada al paso, aunque la anchura de este supera el kilómetro y medio. Los dos aviones enfilan su objetivo con pasmosa velocidad.

Cargando editor
16/05/2020, 19:18
Director

El Enderby y el Weddell penetran en el desfiladero como un rayo, y los detalles antes nítidos ahora se hacen difíciles de ver. Smithson y Moore sacan sus prismáticos y afinan la vista: las entradas a las cuevas son lisas y uniformes, especialmente a lo largo de la parte superior; las zonas alrededor de ellas y cerca de los grupos de cubos cercanos presentan un aspecto liso y limpio, en contraste con la irregularidad propia de la piedra natural. Breves vistazos al interior de estas cuevas revelan la ausencia de estalactitas, estalagmitas u otras formaciones naturales: son túneles y cámaras despejados y lisos que se hunden en las profundidades de las montañas.

El número de cuevas aumenta drásticamente en la zona alta del desfiladero, apiñándose en las regiones superiores. Incluso si Dyer mentía en sus apreciaciones, es una evidencia que las zonas más elevadas de las montañas fueron trabajadas por manos inteligentes.

Observando el terreno bajo los aviones se pueden contemplar líneas de nieve, glaciares inmensos, depresiones y quebradas; sin ser muy optimista, Helmut Singer calcula que un explorador curtido y equipado podría atravesar el paso a pie en unos días. Dickinson, mientras tanto, medita acerca del extraordinario parecido entre estas formaciones y las enigmáticas pinturas de Nicholas Roerich.

Los motores braman a más de seis kilómetros por minuto siguiendo uno de los caminos marcados por los lisos glaciares bajo ellos; no os es difícil imaginar que en otro tiempo fueron zonas libres de hielo, como enormes vasos comunicantes. “¡Miren!”, avisa Halperin, señalando la ansiada salida del paso. Frente a vosotros, una larga extensión, rodeada por las sombras de grisáceas rocas erosionadas por el viento, flanqueada por fantásticos picos, pilares de roca y por los omnipresentes racimos de cuevas.

Las radios ya no funcionan, emitiendo confusos aullidos; la señal del Enderby se ha perdido entre el siseo estático, crujidos, crepitaciones y gemidos. A vuestro alrededor, puntiagudos picos arañan por doquier un cielo de remolinos brillantes. Arrastradas desde las tierras bajas, finas nubes de cristales de hielo cubren el cielo con fantásticos colores y sombras y, de pronto, sentís que algo os oprime el corazón. Las cimas puntiagudas más cercanas parecen estar atrapadas entre sutiles velos de colores, en un arco iris que parpadea y se desvanece como si la luz misma muriese alrededor de ellas en grandes espirales.

Durante los últimos minutos, en el Enderby, Hyde comienza a oír una especie de agudo pitido, tan sutil que es casi inaudible bajo el ruido de los motores, pero que parece invadir el interior del avión, recorriendo sus nervios y penetrando en sus huesos. En algunos momentos casi parece una melodía que, poco a poco, comienza a elevarse y a dominarlo todo. Un profundo e inexplicable sentimiento de terror y asco inunda su espíritu; la música parece arrastrar un antiquísimo mensaje que casi puede hacerse inteligible a un nivel superior al pensamiento o la memoria. El canadiense trata de taparse los oídos con las manos ante la perpleja mirada de Starkweather, pero la melodía ya está en su interior y tardará bastante en desvanecerse. Poco a poco, Branden Hyde recupera la serenidad. “Muchacho, ¿te encuentras bien? Vamos, toma un poco de esto”, le dice un preocupado Starkweather, acercándole su petaca de licor.

- ¡Agárrense! –avisa Halperin cuando el Weddell entra en el desfiladero. Atento al fortísimo viento de cola que os acompaña, Singer concluye que será imposible regresar por aquí.

De repente, un fogonazo os deslumbra unos segundos cuando, a vuestra espalda, dos halos gemelos rodean al sol y este es dividido por una cruz brillante. Pequeños destellos rodean la sombra de los aviones cuando se precipitan sobre la oscuridad que reina en el desfiladero.

Moore se reclina sobre su asiento, mirando al fondo por encima de los pilotos. Todos compartís el deseo de ver la primera imagen del altiplano al otro lado del desfiladero. En el Enderby, un emocionado Starkweather gesticula nervioso, ordenando a Hyde que prepare y cargue la cámara de cine. Yvain saca su brújula del bolsillo y contempla boquiabierto cómo la aguja gira frenéticamente, al igual que los giroscopios magnéticos del Weddell.

A las 11:23, el Enderby y el Weddell atraviesan densos remolinos de nubes heladas. Brumas de brillantes partículas de hielo cubren el horizonte que se divisa al fondo, mientras finas capas del humo que surge del hielo impide ver el suelo con claridad. Fijáis la vista en la distancia mientras los aviones comienzan a descender. Un leve susurro de… algo… atraviesa el interior de los aparatos, erizándoos el pelo de la nuca. Capa a capa, la densidad del remolino de luz rojiza aumenta y disminuye como una sutil sustancia que se condensa alrededor de los aviones en descenso. Durante un momento, los motores se estremecen y ahogan, y el avión tiembla como si atravesara una zona de turbulencias, aunque ante vosotros las cosas parecen estar tranquilas.

Segundos más tarde, la neblina se disipa y, a muchos kilómetros por delante de vosotros, casi tan cercana como si pudiera tocarse, se entiende una enorme ciudad cubierta por el hielo.

- Tiradas (9)
Cargando editor
16/05/2020, 19:48
Director

Creo que ambos gritamos a la vez por el asombro, la duda, el terror y la incredulidad de que fuimos presa al terminar de cruzar los desfiladeros y contemplar lo que había al otro lado… Aquí, en un tablero de tierra de seis mil metros de altura, infernalmente antiguo y en un clima mortífero para vivir desde eras anteriores al hombre… una agrupación de piedras ordenadas se extendía hasta donde alcanzaba la vista…

- Texto Dyer

 

Increíblemente grande, asombrosamente antigua, innegablemente real, ante vuestros ojos se despliega una infinidad de las torres desmoronadas, murallas derruidas y grandes áreas de cascotes, un laberinto imposible de siluetas cuadradas, curvadas y angulosas incrustadas en el hielo glacial. La capa de hielo parece tener poco más de diez o quince metros de grosor; dispersas bajo ella, grandes siluetas de color oscuro suponen un reto para la imaginación.

Un coro de juramentos, plegarias y preguntas susurradas se levanta en ambos aviones, mientras todos tratáis de sobreponeros a la realidad de semejante paisaje. Azorado, Smithson observa a Moore tratando de hallar una dosis de prudencia; el profesor está completamente paralizado. Lentamente, se quita las gafas y se frota los ojos.

En el Enderby, Starkweather deja escapar un grito triunfal. “¡Fijaos en su tamaño! ¡No me extraña que los alemanes tuvieran tanta prisa”. Hyde cae en la cuenta entonces de que la Belle sigue sin dar señales de vida.

- Tiradas (3)

Notas de juego

Yvain, has perdido 1 punto de COR (ya te lo he bajado yo ;).

Cargando editor
16/05/2020, 20:15
Director

Había formas geométricas para las que Euclides apenas podría encontrar un nombre: conos de diversos grados de irregularidad y truncamiento, balconadas de toda clase de llamativas desproporciones, pilares con extraños alargamientos bulbosos, curiosos grupos de columnas rotas y acabados en cinco puntas o surcos caóticamente deformes…

- Texto Dyer

 

El Weddell y el Enderby viran ligeramente hacia la derecha y comienzan a descender en dirección norte sobre la escalonada superficie de las laderas. Cuando descienden por debajo del nivel del desfiladero, los potentes vientos de cola disminuyen hasta desaparecer al llegar al suelo. Una telaraña de blancos cirros cubren el cielo; los rayos de sol que los surcan generan sobrecogedores arcos y resplandores entre ellos. Desde las montañas, jirones de bruma se derraman sobre la ciudad.

Durante treinta minutos, los dos aviones giran hacia el norte en un amplio ángulo de ida y vuelta. Con asombro y miedo contempláis los grandiosos trabajos de los antiguos constructores. El profesor Moore, con la mirada clavada en el paisaje, traza frenéticos bocetos y garabatos en su pequeña libreta. En el Enderby, Starkweather y sus chicos tratan de captar la mayor cantidad de imágenes posibles de las ruinas.

Mientras los aeroplanos atraviesan el inquietante paisaje, descendiendo gradualmente a menos de mil pies sobre el hielo, se hace patente la naturaleza antigua y desértica de la Ciudad. Témpanos de hielo cuelgan de la estructura hueca de derruidas torres; grandes grietas y plazas, calles y muros vacíos en ruinas; los únicos colores que distinguís son los del hielo y la roca. Vuestra vista es incapaz de atisbar los límites de la ciudad.

Cargando editor
16/05/2020, 20:16
Director

Sobrevolando la Ciudad, algunos elementos llaman vuestra atención. Parece que antaño un gran río fluía desde el noroeste, surcando la Ciudad a través de un amplio canal artificial y discurriendo entre dos enormes torres de perturbadoras formas antes de desaparecer por un arco subterráneo con extraños grabados, situado a kilómetro y medio al sudoeste del Desfiladero de Dyer. Lo único que queda ahora es un curso vacío. Los prismáticos de Yvain y Moore revelan que estas torres gemelas tienen una forma cilíndrica, de barril. El tiempo y el clima han borrado todos los detalles, excepto los más obvios: sin duda, se trata de los monumentos centinela descritos por William Dyer.

A pesar de la desolación reinante, el interior de la Ciudad ofrece algunas zonas de aterrizaje. Varias plazas, el lecho del río y algunas amplias avenidas parecen accesibles, aunque la mayoría parecen arriesgadamente cortas para los Boeing.

Mientras los pilotos buscan un lugar seguro donde aterrizar, algunos puntos os resultan especialmente interesantes. A una milla al norte del lecho del río contempláis una amplia plaza circular de unos setecientos cincuenta metros de diámetro, con un profundo foso vacío en el centro. La mitad noroeste de la plaza es una elevada masa de piedras derruidas, pero la otra mitad apena presenta escombros.

A cinco kilómetros al norte de la plaza, cerca del terreno escalonado del extremo oriental de la Ciudad, una sinuosa avenida de casi cien metros de ancho discurre durante kilómetro y medio entre edificios derruidos. Pueden adivinarse grandes objetos oscuros a intervalos regulares bajo la pulida superficie de hielo que ahora cubre la avenida.

Una construcción grande y oscura, similar a tres pirámides pulidas, dispuestas en fila y conectadas por sus esquinas, se alza sobre una marisma de ruinas a ocho kilómetros al sur del lecho del río y a unos dieciséis al oeste de las faltas de las montañas.

A treinta kilómetros al norte de las faldas de las montañas, la estructura de un antiguo puente todavía cruza el lecho del río. Actualmente, solo el arco central resiste sobre el hielo glacial.

Tras volver a verse las dos estatuas en forma de barril, el profesor Moore carraspea y toca a Halperin en la espada.

- ¡Aterricemos! –grita, pasando varias horas de su libreta.

- ¿Dónde, señor?.

- ¡Allí! –responde Moore, señalando un área abierta muy amplia a unos tres kilómetros-. ¡Aterriza allí, si puedes!

Cargando editor
16/05/2020, 20:43
Director

Con una inclinación de las alas, el Weddell se aleja del Enderby y vira hacia el punto escogido. Halperin vuela a baja altura sobre la zona para examinar el suelo, antes de alejarse y volver a girar para la maniobra de aterrizaje. El Boeing se mueve perezosamente, aletargado en el escaso aire del altiplano.

El Weddell desciende en pendiente sobre abruptos adoquines, dirigiéndose a demasiada velocidad hacia unas ruinas heladas. Descubrís ahora numerosos trozos de roca y traicioneras grietas surcando una superficie que parecía lisa desde arriba. Con un enorme crujido, el tren de aterrizaje choca contra el suelo, provocando fuertes sacudidas y gritos alarmados en los pasajeros, arañando el accidentado hielo con un chirrido metálico. Doscientos metros más adelante, el esquí derecho coca contra una roca que sobresale y el avión se agita con violencia hacia un lado. El avión recorre renqueante otros cien metros entre caóticos chirridos mientras los pilotos se gritan órdenes y tratan de enderezar el aparato hasta que, finalmente, el Weddell se detiene en el hielo.

- Maldita sea, Halperin… -suspira Moore, desabrochándose el cinturón con alivio.

Un minuto más tarde, el Enderby aterriza sin contratiempos. Por una vez parece que Starkweather ha tenido suerte. Su avión se desliza hasta detenerse cerca del Weddell. Tras revisar que no hay heridos, desempacáis el equipo de supervivencia y las pesadas mochilas con los equipos de oxígeno portátiles. Con un ligero crujido, Helmut Singer abre la puerta trasera del aeroplano y descendéis a la resbaladiza superficie del hielo.

A las 12 del mediodía, la Expedición Starkweather-Moore llega a la Ciudad de los Antiguos.

Notas de juego

Dentro de poco describiré en qué lugar os encontráis. De momento, podéis salir a respirar después de tanto vuelo y tanta lectura. Bienvenidos al Otro Lado de las Montañas ;)

Cargando editor
21/05/2020, 00:25
Director

El hielo rechina bajo vuestros pies cuando descendéis del Weddell. El familiar crujido se tiñe ahora de un desconcertante matiz. A vuestro alrededor nada se mueve, un paisaje abandonado por el tiempo. El lugar está circundado por enormes y redondeadas masas de piedra resquebrajada, oscura y tremendamente melancólica. La débil luz rojiza arrojada por el sol penetra en los agujeros y oquedades de las rocas, que adquieren tonalidades ámbar y anaranjadas. Muchos de los gruesos y macizos muros que quedan en pie son de pizarra oscura o esquisto, y parecen negros bajo la débil luz antártica.

El sol, situado bajo las altas y puntiagudas cumbres del noroeste, continúa rodeado por un único halo. El peso denso y siniestro de los años pende con fuerza sobre la Ciudad: perturbar el lugar parece una blasfemia. Voces y pasos humanos, intrusos no deseados interrumpiendo el sueño secreto de las piedras.

Sobre la zona se levantan delgadas columnas de vapor. Son lo único que se mueve, como sutiles velos que cubren la ciudad, ocultándola de los ojos del tiempo. Sus leves desplazamientos sugieren un movimiento constante, pero prohibido, como si las mismas piedras regresasen lentamente a su posición original cada vez que giráis la cabeza.

Lo único que oís es un agudo y débil son, continuo, extraño y demencial: el sonido del viento entre las altas cimas, silbando en la lejanía. Hyde no parece insensible a él y, durante unos momentos, le veis detenerse y llevarse las manos a los oídos, cerrando los ojos intensamente.

Cargando editor
21/05/2020, 00:28
Director

- ¡Ah! ¡A eso lo llamo yo aterrizar con elegancia! –proclama un alegre Starkweather al encontrarse con vosotros en el hielo. El capitán estrecha la mano y da un sincero abrazo a Moore, felices ambos del increíble hallazgo que supone el descubrimiento de la Ciudad; sin embargo, solo vosotros comprendéis el matiz de fascinación y cautela en la mirada del profesor.

Mientras tanto, los expedicionarios contemplan el paisaje con profundo asombro. Nadie pronuncia una palabra, sobrecogidos por unas formas y una antigüedad ajenas a toda medida humana. “Virgen santísima”, musita al fin “Colt” Huston, persignándose casi por instinto.

Starkweather os convoca a todos, hablándoos con una voz aguda y amortiguada tras la mascarilla respiratoria. Moore está algo ausente, observando con atención el entorno con una expresión inescrutable tras sus gafas y la mascarilla.

- Caballeros, este es un día decisivo –exclama Starkweather-, ¡un día decisivo! ¡Hoy hemos puesto el pie sobre una tierra desconocida! Bravo por todos. A nuestro alrededor se encuentran las reliquias de una fabulosa ciudad olvidada. Y ¿quién sabe lo que puede haber más allá? ¿Qué tesoros esconde? ¡Desde luego, yo no! Pero vamos a averiguarlo, ¿no, compañeros? Tan pronto como nos establezcamos, así que manos a la obra. Montemos un campamento como mandan los cánones y más tarde nos ocuparemos de lo verdaderamente importante: explorar. ¿De acuerdo?

Mientras la tripulación comprueba el estado de los aeroplanos y los jefes exploran los alrededores en busca de un lugar apropiado para el campamento, el resto os encargáis de descargar el contenido de los aviones. Hyde parece haber recuperado la vivacidad; Winslow, el glaciólogo que finalmente ocupa el hueco de Cadie y que se percató de su desconcertante episodio durante el vuelo en el Enderby, le anima con pequeños chascarrillos polares.

Para cuando todo el material está ya en tierra, Moore y Starkweather han escogido el lugar del campamento: una zona semiderruida a unos cuarenta metros más allá del límite de la plaza. En una hora, todo el cargamento está ya bajo el techo de piedra.

Halperin y Ralph Dewitt informan de que el tren de aterrizaje tiene daños mínimos: el esquí derecho está casi partido en dos, pero puede ser enderezado y fijado de nuevo.

- Mañana habrá tiempo para ello –determina Moore-. Hoy debemos montar el campamento y explorar los alrededores. No podemos permitirnos ninguna sorpresa –concluye, dedicándoos una sostenida mirada de cauta complicidad.

 

 

Cargando editor
21/05/2020, 00:30
Director

Los aviones de la expedición se hallan protegidos en una hondonada situada en el lado este de un arqueado montículo de hielo de unos 550 metros de ancho. En el pasado, esto debió ser una grandiosa plaza circular, rodeada por enormes edificios; en su centro se levanta un montículo bajo y ancho que se eleva unos seis metros sobre el hielo. Antes del aterrizaje pudisteis observar que había un foso en su centro, pero desde vuestra altura no se percibe.

Tras unos minutos examinando la plaza con sus prismáticos, Yvain concluye que, aunque una buena parte de la plaza está bastante despejada y relativamente libre de cascotes, una gran porción al norte y al oeste está completamente cubierta de escombros de gran tamaño. “Los contrafuertes de esas moles –dice, señalando unas ruinas que se alzan por encima de los veinticinco metros- llevan siglos… o milenios… sosteniendo los cascotes”. Las calles que se extienden al norte son intransitables.

Al sur y al este, en cambio, los antiguos vestigios de la Ciudad son pequeños, de poca altura y bastante desgastados; las calles están despejadas y se podría caminar por ellas con facilidad.

Vuestro escueto campamento se levanta en el interior de una sala en el límite sur de la plaza, a medio camino entre dos calles, bajo un techo semiderruido.

Las tripulaciones de ambos aviones examinan sus cartas y diarios de navegación, reglas de cálculo en mano, tratando de averiguar si sería seguro atravesar de vuelta el Desfiladero de Dyer. Mientras, Helmut Singer retira su mascarilla unos segundos y da un trago inaugural a su petaca de whisky.

El doctor Dickinson camina silencioso, contemplando el selecto grupo reunido en el nuevo campamento. Además de Starkweather y Moore, puede ver a Halperin y Dewitt (pilotos) conversando con Miles y Huston (copilotos y mecánicos); el joven glaciólogo Samuel Winslow está preparando el medidor Geiger-Müller para comenzar a trabajar, mientras el doctor Greene comprueba que su equipo médico ha sobrevivido al vuelo. El resto del grupo lo componéis Singer, Smithson, el propio Dickinson y Branden Hyde.

Cargando editor
21/05/2020, 00:30
Director

- Creo que ya lo saben –dice James Starkweather. Os ha reunido dentro de vuestro refugio, sobre las 13:30-. Ya nos hemos ganado toda una reputación: a nuestro regreso, no pararemos de firmar autógrafos, muchachos. Pero aún nos quedan algunas cosas por hacer. Busquemos un escenario interesante. El señor Miles, aquí presente, me acompañará a seleccionar algunos monumentos por si nos viésemos obligados a marcharnos rápidamente. Las pruebas nunca están de más, ¿verdad? Profesor, sería tan amable de hacer tantas fotos como sea posible? En unas doce horas todos tendremos que estar aquí de nuevo.

Aunque el capitán no menciona una sola medida de seguridad, Yvain y Singer saben que no es recomendable explorar en solitario en un ambiente como el antártico. Ahora que el campamento está prácticamente operativo, un entusiasmado Starkweather se aleja a grandes zancadas, seguido por Patrick Miles.

Moore sirve una comida ligera que ha preparado para todos. Recuerda que se establecen dos turnos para dormir. El primer turno será para las tripulaciones y para los dos jefes de la expedición; el segundo lo ocuparéis el resto –aunque podría variar si fuese necesario-. “Por lo pronto, les pido que no abandonen el campamento durante más de una o dos horas seguidas”.

Tras la comida comienzan las primeras labores científicas, a petición de Moore. Winslow se encargará de analizar la meteorología de la zona, así como algunas mediciones con el Geiger-Müller y el espectrógrafo. Los pilotos y mecánicos trabajan en el esquí doblado del Weddell y clavan banderillas y un indicador de viento junto a la pista de aterrizaje. El propio Moore reúne algunas muestras de rocas, tomando algunas fotografías; también buscará un punto elevado y comenzará con las medidas cartográficas.

En menos de una hora, Huston descubre una estancia subterránea cercana cuya entrada se halla a menos de veinte metros de los aviones; Moore encuentra el espacio bastante más protegido del entorno e inmediatamente decide trasladar allí el campamento. Dos toldos de lona –de los que usáis como abrigo para los motores- se colocan con unos ganchos a modo de barrera para mantener el calor y el aire en el interior.

Son las 14:00; a esta hora, el sol continúa a una baja altura sobre el noroeste, con un halo a su alrededor. La mayoría de calles son bastante sombrías; en una hora, el sol volverá a ponerse.

- Señor Hyde, asegúrese de que el equipo de radio funciona y trate de contactar con el campamento al otro lado. Ustedes –dice, dirigiéndose a Smithson y Singer-, me gustaría que hiciesen una batida por los alrededores. Doctor Dickinson, por el momento siéntase libre de moverse a su antojo. Procuren no perderse, amigos.

Notas de juego

Queridos amantes de las tiradas de COR, a partir de aquí es cosa vuestra.

Cargando editor
31/05/2020, 13:44
Yvain Smithson

Con sendos golpes de mis pesadas botas, compruebo que el suelo congelado que acabamos de pisar es seguro.
Entonces cojo mis prismáticos, y doy un lento barrido de reconocimiento al paisaje megalítico – ¿o debería llamarlo “urbano”?- que se extiende ante nosotros en kilómetros y kilómetros a la redonda, en todas direcciones.

La visión inunda mis retinas y me deja completamente ahogado en la fascinación. Ni la Pirámide de Keops, ni el Coliseo de Roma, ni el Partenón, ni la Gran Muralla China, ni Machu Picchu, ni Petra. Ni el orgulloso Empire State, ni la Torre Eiffel, ni el Vaticano, ni el Big Ben. No hay ninguna construcción, absolutamente ninguna, que las manos del hombre alzasen, alzan o pudiesen alzar en mil vidas de genialidad, que pueda empequeñecer a la cadavérica -pero a la vez exultante- magnificencia de la Ciudad de los Antiguos. Al lado del más insignificante de sus agrietados edificios, cualquiera de las Maravillas de la humanidad sería poco menos que una insulsa pila de ladrillos mal amontonados. Ni tan siquiera el sol, con su luz omnipotente, se atreve a posar la mirada sobre los negros vestigios, y se esconde avergonzado tras el escudo de densas nubes plomizas.

- Los contrafuertes de esas moles llevan siglos… o milenios… sosteniendo los cascotes – sentencio. Las palabras salen de mi boca torpes y desacompasadas.

Mi instinto de explorador se sacude, enérgico, como un lobo salvaje atado a un poste que amenaza con morder la correa que lo aprisiona. Tengo que descubrir todos y cada uno de los secretos de sus calles, plazas, criptas y... De repente, la lectura del demente relato de Dyer cae cual jarro de agua fría sobre mi ímpetu; siento la inquietud en lo más profundo de mi mente, el siseo amenazante de depredador al acecho que me carcomía en nuestro campamento. Y esas malditas montañas… Quieren prevenirnos de una horrenda verdad que mora entre estos muros y que escapa a nuestras expectativas.

O peor: de alguien. Las babosas infectas que desenterramos… ¿Y si viven aquí más de sus feos congéneres?

No, no, no. No deberíamos estar aquí.

- Smithson, ¿qué tal el vecindario? ¿Ha descubierto quién tiene piscina y barbacoa? ¡Deje esos prismáticos, diantres! Ya habrá tiempo luego de jugar a los boyscouts. Haga el favor de ayudar a sus compañeros con el equipaje - El chorro de voz de Starkweather escupiendo órdenes me catapulta, de una patada, de mis miedos al frío hielo bajo mis pies.

¡Zopenco cobarde! ¡Despierta! Las montañas no hablan. Los viajes de Gulliver son más creíbles que el diario del puto loco de Dyer. Y cualquier habitante de esta fortaleza hace mucho que estiró la pata.

Eso espero, susurro, convenciéndome a mi mismo, a la par que cojo uno de los fardos del Weddell y lo llevo a nuestro refugio.

Cargando editor
01/06/2020, 10:58
Yvain Smithson

- Singer, ¿dónde están los rifles? ¿Damos un paseo, a ver si encontramos algún pub abierto? - le sugiero al noruego, con una sonrisa cómplice que casi no oculta mis recelos sobre este lugar más allá de cualquier mapa trazado por el hombre. Calculo que todavía pueden quedarnos un par de horas de luz, o menos, quién sabe: no tiene cara de que hoy claree más el cielo. Ni mañana. Observo con más preocupación que desdén la plúmbea maraña de nubarrones. Jamás.

Cargando editor
01/06/2020, 21:21
Helmut Singer

“Corona Mundi”

Abro la puerta del avión y pongo un pie en el suelo de esta fantasía. Esta ciudad no debería existir, es un sueño imposible. Me quito la mascarilla un segundo para … dar un trago a la petaca y contemplar maravillado la inmensidad de la ciudad de los antiguos.

- No deberíamos estar aquí, pero aquí estamos.

Veo a mis compañeros alucinar. No es para menos. Ivain explora con sus prismáticos.

- Algún rastro de la Belle? Ese Meyer es peligroso.

Deberíamos encontrar la entrada a los túneles que uso Dyer, y de paso dar sepultura al pobre de Gedney, si aún sigue allí. Puede que la entrada principal a su mundo subterráneo sea el foso central de la plaza. Tenemos que ir allí, explorar la avenida principal y esas manchas oscuras. Hablo sobre estas inquietudes durante la comida.

- Vamos Yv, descubramos que se esconde por el vecindario.

Arma en mano, aún estamos a tiempo de ver algunas de las casas más próximas, mientras nuestro estupido líder posa para su público.

 

Cargando editor
03/06/2020, 11:45
Yvain Smithson

- De acuerdo, yo me encargo de las cuerdas, las linternas y el resto de trastos aburridos - respondo a Singer, mientras hago acopio del material de exploración para dar una vuelta de reconocimiento, y observo, fascinado, cómo el noruego carga su arma con el mimo sepulcral y el marcial esmero que sólo un veterano de guerra -o un asesino con mucha sangre fría- le daría a un pedazo de hierro que puede matar a un búfalo con solo apretar el gatillo. Cuando quieras, estoy listo.

Notas de juego

Master, pregunta: en el listado de material que cargamos en los aviones ¿se incluyó pistola de bengalas, o algún tipo de material similar de señalización? No consigo encontrar el inventario.

Nunca se sabe cuando uno puede perderse y necesitar que sus rescatadores sepan dónde está. Si la respuesta es un "sí", cogeré un par de unidades. ¡Gracias! :)

Cargando editor
06/06/2020, 13:06
Director

Mientras Singer comprueba que su fusil está en perfectas condiciones, Yvain se hace con los pertrechos necesarios -un rollo de cuerda para escalada de 90 metros y una bolsa de equipo con un par de martillos, pitones, escarpias, etc.- y añade una de las dos pistolas de bengalas de la expedición, guardándose un par de cargas en el abrigo.

- Disculpen, compañeros -el doctor Greene se aproxima a vosotros con una afable sonrisa-. No tendrán inconveniente en que me una a ustedes, ¿verdad? Sería un fastidio llegar hasta aquí y quedarme de brazos cruzados -dice. De su hombro cuelga un rifle de cerrojo .30-06.

Tras repartir la carga entre todos -solo la cuerda son diez kilos-, contempláis durante unos minutos el horizonte circundante, decidiendo a dónde dirigiros. No tardáis en escoger la estructura en el centro de la plaza.

- Doctor -la voz es la del profesor Moore, que se acerca desde el refugio-, ¿podría, por favor, comprobar las marcas en el rostro del señor Dewitt? No estoy seguro pero, si son quemaduras solares, me gustaría que se las cuidase de inmediato. Gracias.

Cuando Greene está lo suficientemente lejos, Moore se dirige a vosotros en voz baja. 

- Amigos, ¿reconocéis este lugar? Creo que yo sí, por eso lo escogí para aterrizar. Creo que esta plaza bien podría ser la que menciona Dyer en su relato: la que utilizaron él y Danforth para salir de la Ciudad. Ese montón de escombros con el foso en el centro podría ser aquel con la rampa en espiral por la que subieron.

Discretamente, Moore comprueba que nadie ronda por los alrededores y continúa.

- Si es así, quizás queden pistas de su paso, y también significa que el lugar en el que se encontraron con aquel… monstruo no debe estar lejos. Sed prudentes, por favor, y, si encontráis indicios de alguien más aparte de vosotros mismo, avisadme. Comunicadme cualquier cosa que encontréis.

Poco después de despedirse de vosotros, Moore cruza unas rápidas palabras con el doctor Greene, ya de vuelta.

- Unas quemaduras muy leves, ciertamente; he tenido que regañar al señor Dewitt -dice Greene con una sonrisa, echándose al hombro una mochila con pitones-. No hay que confiarse.

Notas de juego

Doy por hecho que no os importa contar con el dr. Greene. Aún así, si preferís que no os acompañe, solo tenéis que decirlo ;)

Cargando editor
06/06/2020, 13:09
Director

Camináis con calma hacia el centro de la plaza, utilizando bastones para evitar sorpresas. A medida que os alejáis del refugio sois más conscientes de estar rodeados por pétreos gigantes propios de otra era, casi de otra realidad. Las inmensas fachadas, las columnas derruidas, aplastadas por el hielo y el tiempo, contemplan cada uno de vuestros pasos, como silenciosos guardianes expectantes. En la distancia, cerca de las ruinas al oeste, James Starkweather escala un pequeño montículo de rocas con una bandera de la expedición mientras Miles prepara la cámara.

- Comprendo su desconfianza, señor Singer -dice Greene, tras observar cómo mira el noruego a Starkweather-. Pero créame: el capitán sabe lo que hace. No se dejen engañar por la faceta de hombre espectáculo de James Starkweather: ese hombre estuvo en la Gran Guerra en mitad de África, sobrevivió al accidente del Italia en el Polo y ha liderado mil expediciones. Incluida la de Lexington. Es un tipo muy capaz… para ser inglés -bromea el doctor, mirando con simpatía a los británicos del grupo.

Son las 14:20 cuando alcanzáis el montículo central de la plaza.

Cargando editor
06/06/2020, 13:10
Director

Tras caminar unos 150 metros desde el refugio llegáis al centro de la plaza. En él se eleva un amplio montículo de escombros muy erosionados, de unos siete metros de altura y cien de ancho. Hacia el norte y el oeste se levantan sobre el hielo grandes montones de piedras rotas, sólidos muros combados hacia dentro y refugios, alzándose hasta casi cuarenta metros hacia el cielo. Recordáis el foso que visteis desde el avión y comenzáis el ascenso con precaución por las cuestas de piedras rotas. Smithson encabeza el grupo, seguido por Greene y Dickinson; Singer cierra la marcha, rifle en mano, sin tenerlas todas consigo.

Sin percances llegáis al borde de un enorme agujero. El hueco tiene unos 65 metros de diámetro, y se interna unos veinte metros desde donde estáis. Aunque la plaza sigue bañada por la luz, el fondo del foso se encuentra cubierto por la penumbra. El suelo de dicho fondo es una capa de hielo liso, oscuro y lleno de escombros. Alrededor de los muros pueden distinguirse las partes superiores de una docena de arcadas; algunas de ellas están bloqueadas por enormes rocas, mientras que otras parecen despejadas.

Los muros del foso están cubiertos por gigantescos murales de magnífica factura, tallados con la suficiente profundidad como para ser distinguibles a pesar de la erosión causada por millones de años; estos frisos, de más de tres metros de altura, ascienden en espiral por el foso, acompañando a una amplia pendiente que discurre desde el derruido borde donde os encontráis hasta el suelo. Observáis que, a unos seis metros por encima del hielo, la rampa se despega de los muros y describe un grácil arco, descendiendo hasta el centro del lugar. 

- Esto… -dice Greene, mirándoos con asombro-. ¿Han visto algo como esto antes?  

Notas de juego

Barra libre!

Cargando editor
07/06/2020, 21:30
Helmut Singer

- Me temo Doctor, que no veo al mismo hombre que ve usted.

            ***

Me asomo al foso sobrecogido. Contemplo fascinado la puerta de entrada a otro universo. Un mundo desconocido, lejano y terrorífico, justo delante nuestras narices.

- Busquemos la forma de bajar ahí. Si no llevamos pruebas nadie nos creerá. Nadie, jamás.

Tan solo hace solo dos años que los dos únicos seres humanos vivos pasaron antes por aquí. Antes de bajar doy una serie de instrucciones a mis compañeros.

- Solo echaremos un vistazo. Esten alerta, no estamos en la universidad.

Si notan, ven o huelen algo raro avisen mediante señas. No hagan ruido y no se alejen.

- Espero que los aviones no hayan alertado a esas cosas. No creo que los humanos le interesen lo mas mínimo. La última vez fue una pelea entre ellos, entre monstruos. Recuerden que los pingüinos no son peligrosos, en principio, no se asusten.

- Yv busca marcas de trineo o huellas. Gedney no debería estar lejos. Meyer conoce el manuscrito mejor que nosotros. Si ha llegado antes, habrá venido directo hasta aquí primero. Busquemos rastros de movimiento reciente.

Observo el suelo buscando marcas o rastros recientes. Objetos humanos o alguna señal que corrobore la historia de Dyer o el paso reciente de Meyer o sus hombres … o Dios no lo quiera marcas de arrastre de Antiguos o cosas peores.

Me aseguro de ir dejando marcas de papel/piedras en las estribaciones, al estilo de Dyer, en caso de que nos adentremos demasiado. No quiero que nos extraviemos. Intento guardar algún pequeño “recuerdo” de los frisos para mi colección y para el profesor.

Cargando editor
27/06/2020, 18:13
Director

Siguiendo las instrucciones de Singer, el doctor Greene examina los alrededores del lugar mientras Yvain y el noruego fijan un pitón cerca del agujero. Asegurado a él, con la cuerda atada a la cintura, Helmut Singer comienza el descenso  de la rampa con la ayuda de sendos bastones.

La piedra helada cruje bajo sus botas, a pesar de que cada paso es practicado con cautela, evitando resbalar o provocar ruidos innecesarios. Las superficies más cercanas a la boca del foso están agrietadas y llenas de agujeros, provocados probablemente por un desprendimiento de rocas. Singer avanza en silencio, observando sobrecogido los murales que decoran el espacio entre pilares; aunque no posee conocimientos en la materia, comprende la brillantez con la que están resueltas las hermosas tallas. En ellas puede distinguir escenas de la propia plaza en algún esplendoroso tiempo anterior: un gran espacio abierto con una empinada torre rematada en punta en el centro, alamedas de frondosos árboles situados a lo largo de frondas cubiertas de hierba, con serpenteantes hileras de pirámides y torres más pequeñas en la distancia. Alternando con estos paisajes se encuentran paneles cubiertos por una extraña sucesión de puntos; otros paneles muestran escenas de interiores y algunas incomprensibles escenas de temática arquitectónica. Cuando ha recorrido tres cuartas partes de la bajada, la rampa se separa de la pared y desciende en espiral hacia el centro del foso. Extremando la precaución, Singer continúa el camino hacia la penumbra inferior.

En el exterior, Charles Dickinson contempla el paisaje circundante, con los brazos en jarra. En la distancia puede distinguir a James Starkweather, escalando unos inmensos bloques negros en busca de una fotografía digna de una primera plana. Por exaltado que parezca a veces, hay que reconocer que el tipo sabe trepar.

- ¡Singer! ¿Qué ve? ¿Hay algo ahí abajo?

Procurando no resbalar entre los cascotes del fondo, el noruego masculla una blasfemia dirigida a Smithson al tiempo que le manda callar con un gesto. El suelo del foso lo componen una acumulación de cascotes; muchos han cegado las arcadas que en algún momento daban acceso a otros espacios. Sin embargo, un par de ellas siguen accesibles, oscuras como la boca de un lobo del Norte. Ningún sonido, ningún olor y apenas ningún color puede percibirse en el lugar, que queda en absoluto silencio cuando el eco de Smithson desaparece entre las tinieblas.

Notas de juego

Singer, cuento con que llevas el rifle en la espalda. Porfa, hazme tres tiradas ocultas de Descubrir.