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Metro 2030: Por un Puñado de Balas

Parte I: En busca de Semenovich

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29/07/2017, 12:49
Director

Bajo los restos impregnados de radioactividad de la que antaño fuera una de las mayores ciudades del mundo, en las profundidades del subsuelo excavado en una época que cada vez menos recordaban, en la red del Metro de Moscú, transcurría la vida de aquellos pocos que tuvieron la suerte, o la desgracia, de sobrevivir a la mayor catástrofe de la historia de la humanidad. En el año 2013, estalló la Tercera Guerra Mundial.

Ninguno de los que quedan sabe quién la empezó o porqué. Aquellos pocos que se atrevieron a girar la cabeza mientras corrían hacia los refugios pudieron ver como los primeros misiles caían sobre la ciudad, justo al mismo tiempo que el contraataque ruso era lanzado desde silos escondidos. Aquel era el único momento, la única imagen que se tenía de la guerra.

Se organizó un gobierno conjunto en toda la red con el fin de preservar lo que se pudiera de la civilización. Los supervivientes, aterrados y sin idea de que hacer ahora que todo lo que conocían había desaparecido en una explosión cataclismica y abrasadora, se confiaron a este gobierno, compuesto por figuras de autoridad del antiguo mundo. El orden se mantuvo. Durante un tiempo.

Cuando se extendió la noticia de que el gobierno de la Federación Rusa no daba señales de vida, de que el rumor sobre que se habían ocultado en búnkeres en los Urales era falso, fue el caos. El gobierno unificado del Metro cayó, y cada estación se organizó a su manera. Era un sálvese quien pueda, y solo se podía confiar en aquellos que tenías más cerca. La situación se agravó cuando quedó claro que los humanos no estaban solos en el Metro. Y pero aún, que habían dejado de ocupar la cima de la cadena alimenticia.

Fruto de la radiación, bestias y monstruos inimaginables pululaban por doquier, tanto en la superficie como en el Metro. Ningún túnel era seguro, y las estaciones que se encontraban solas se convertían en lugares de masacres horrendas. Pronto surgieron alianzas, se formaron facciones entre los supervivientes para defenderse de los mutantes. Lo consiguieron, y algunas alcanzaron gran poder y territorio, adoptaron ideologías, y una vez la amenaza mutante fue rechazada, se lanzaron sobre sus hermanos más débiles con el fin de unirlos a ellos. El hombre se convirtió una vez más en el peor enemigo del hombre. Y diecisiete años después de que cayeran las bombas, solo un cuarto de la población que consiguió salvarse queda con vida.

Fueron tiempos difíciles que nunca llegaron a quedar atrás del todo. Sigue habiendo ataques de mutantes, guerras, enfermedades y carestías. La mayor parte de la gente que queda se ha resignado a sobrevivir como pueda, sin pensar en lo que deparará el día siguiente, únicamente si se conseguirá pasar el de hoy.

Pero por supuesto, siempre hay excepciones.

Los hay que todavía conservan esa chispa que antaño puso a la humanidad en el lugar que ostentaba, esa voluntad de continuar pase lo que pase. Los hay a los que solo basta un poco de esperanza para volver a ponerse en pie y continuar la lucha. Y esa esperanza puede ser cualquier cosa, hasta algo tan frágil, tan etéreo, como un rumor.

Y corre un nuevo rumor en el Metro. Uno que promete una riqueza sin igual a quién se apodere de él: un avión del ejército, estrellado en algún punto de la ciudad muerta, cargado a rebosar de cajas y cajas de munición de grado militar. ¿Dónde? Nadie lo sabe, pero circula el nombre de alguien que supuestamente ha visto el tesoro, que ha regresado de la superficie con los bolsillos llenos de cartuchos dorados y brillantes. Igor Semenovich. La verdad es que no sirve de mucho. Podría ser cualquiera, o incluso el rumor podría ser un cuento inventado por alguien con un par de copas encima. Bien se sabe en el Metro que si algo abunda son los rumores.

Pero a la gente le encanta escuchar rumores, aunque luego no los crean. Claro está, que siempre hay algunos que sí lo hacen. Un número incluso menor de ellos, hasta está dispuesto a averiguar si el rumor es verdad. Aquí empieza la historia de un puñado de ellos.

A pesar de ser vecina de la Hansa, la estación Pawelezkaja, también conocida como la Estación Agujero, no compartía nada de la riqueza o la seguridad de esta. Se trataba de una de las estaciones habitadas más alejadas del centro, y ello se podía ver en cada aspecto de esta. Desde la iluminación, proporcionada únicamente por el rojo turbio de las luces de emergencia, el parpadeo de las hogueras de acampada y el débil resplandor de las pequeñas bombillas de las linternas, hasta la gente que vivía en ella, hacinados en viejas tiendas de campaña desgastadas por el tiempo o chabolas hechas con restos y materiales que habían pertenecido a los antiguos trenes.

Había una razón para esto, para que a pesar de encontrarse junto a la rica Hansa, la estación fuera de las más precarias. Al contrario que en el resto del Metro, en Pawelezkaja no había puerta hermética que cerrara el acceso a la superficie, por lo que los mutantes tenían libre acceso a esta, y sus esporádicos ataques consumían todas las medicinas, las balas, todos los recursos necesarios para que una estación creciera.

Era también la razón por la que pocos se aventuraban en Pawelezkaja, y los que lo hacían no se quedaban mucho tiempo. Pero incluso hasta aquella remota estación llegaban los rumores. Uno de los pocos comerciantes de la Hansa que se atrevían a bajar hasta Pawelezkaja había contado la historia mientras tomaba un vodka de hongos en el único bar de la estación, y este pronto se había extendido. E incluso encontrado algunos oyentes sinceramente interesados.

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30/07/2017, 01:54
Andrey Vukašinovi

Andrey tardó media hora en recoger sus pocas pertenencias y las de su hermana de su alojamiento en Pushkinskaya, lo complicado fue hacerlo sin que a nadie le resultara sospechoso, desde hacía unos días los tenían algo mas vigilados que de costumbre. Ya casi estaba todo hecho, tenía dos mochilas listas y había dejado su arma preparada en la salida de los túneles sur, cerca de un área de mantenimiento. Solo quedaba recoger a su hermana de la enfermería, estaba nervioso, muy nervioso. 

Llegó a la clínica, tras sortear a varios oficiales de su destacamento, le habían cambiado el puesto de guardia pero no iba a jugársela. Su hermana estaba allí junto a algunas mujeres mas, ayudando con los heridos, nada mas verla saltaba a la vista que estaba a pocas semanas de dar a luz. Se miraron, ella ya estaba avisada y quizás había tenido una peor mañana que él, esperar a que tu hermano venga a recogerte para huir del Reich no debe ser tampoco un alivio. Ella dio unas explicaciones algo apresuradas y ambos salieron por la puerta, cabeza gacha y sin llamar la atención.

Se reunió con Kusk en el puesto sur, que llevaba a la Polis. Le dio un puñado de balas y se despidió de él, sabía que no lo hacía por el dinero, al fin y al cabo eran amigos. Pero si se arriesgaba por un amigo, al menos que mereciera la pena. Casi mas de la mitad de los ahorros de Andrey, para huir de ahí.

Pensaron que al salir de allí todo iría bien, pero las cosas solo iban cuesta arriba, es caro vivir en la Polis y solo con permanecer un par de días se dieron cuenta. Probaron suerte en alguna que otra estación, sin mucho éxito, en muchos sitios parecían reconocer a Andrey, las máscaras de gas, las botas y cinturones utilizados por el Reich son bastante notorias.

Ambos terminaron en Pawelezkaja, y bastante por los pelos porque su hermana ya casi no podía ni caminar. La ingresó en una clínica bastante rudimentaria donde, con un precio elevado, le echarían un ojo mientras estaban en la estación.

El plan de Andrey era sencillo, buscar algún chollo, esperar a que naciera el bebé y tratar de entrar en la Hansa. Bueno, sencillo no quiere decir fácil, ni rápido.

Se encontraba tomando algo en la estación, y quien dice tomando algo dice emborrachándose para no pensar en lo mal que iban las cosas, cuando escuchó a varios viajeros hablando acerca de un rumor que parecía propagarse por las estaciones como el fuego en una casa de madera. 

"Un jodido avión cargado de munición."

"Un. Jodido. Avión."

Si eso era cierto podría conseguir tantas balas como para comprarse la jodida Hansa si hacía falta. Pareció que la borrachera se le había marchado casi por completo, y recalcando lo de pareció, trató de escuchar todo lo que pudo esa noche.

Al día siguiente, y sin haber podido pegar ojo pensando en el dichoso avión, fue a comentárselo a su hermana. No parecía demasiado excitada con la idea, normal. Le comentó su idea de unirse a algún grupo que fuera a salir al exterior, y tratar de encontrar el avión por su cuenta. Claro esta, ella le recalcó unas cien formas diferentes en las que podía acabar muerto ahí fuera. No le hizo demasiado caso y salió a echar otra ojeada por la estación, un poco cegado por las balas y todo ese cargamento especial que podía haber esperando ahí fuera.

 

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30/07/2017, 23:52
Svetlana Záitseva

Sveta era una mujer que no se quedaba estática en una estación, era muy típico en ella estar semanas en una estación, ayudar en la misma y luego movilizarse hacía otra para hacer lo mismo, aunque siempre intentaba alejarse de las estaciones más problematicas, era un tanto ironia ya que esas estaciones son las que necesitan más ayuda, pero no tenia suficiente valor como para ir, y menos en solitario.

Tenia estudios de medicina y se las apañaba como podia en el tratamiento de heridos, sabía defenderse pero no era una soldado, ya que al viajar debido a que su familia murió en la estación debido a un ataque de monstruos de los tuneles, tuvo que adaptarse y solucionar las cosas por si sola. En sus viajes sobretodo se hizo amiga de muchisima gente con ideales comunistas, y de poco a poco sus ideales fueron tornando hasta los suyos, teniendo algo de repelús a los que apoyaban a los del reich, aunque si alguno estaba herido... a veces podia dudar, pero su moral no le permitia dejarlo morir en un mal estado.

Los rumores era de lo que más se enteraba en sus viajes, ¿un avión plagado de balas de grado militar? Muchas vidas podrían salvarse con un cargamento así de grande, pero la estación estaba muy alejada de la polis, y eso en un primer momento la hizo dudar. Aunque al cabo de largo tiempo decidió aventurarse e ira a la estación, también podía ayudar en lo posible en el interior de la misma, ya fuese con cuidado médicos o similar, y si conseguia un grupo para dividirse las balas, mucho mejor, aunque sabia que la gente podia llegar a ser muy traicionera.

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31/07/2017, 01:13
Gregori "Ratón" Lavson

Pawelezkaja, que en ruso quería decir "Idiotas que se dejan robar". Había sido fácil. Los vigilantes estaban demasiado ocupados emborrachándose, peleando con los mutantes o agonizando en frías camas de hospital. Hospital, ya, esa palabra dejaba de tener sentido cuando la mugre del suelo se pegaba a la suela de tus botas. No tenían una esclusa que se cerrase. Era una estación abierta. Él las llamaba "futuros cementerios". Eso es lo que eran. Un día llegaría una horda de mutantes y adiós a toda esa gente. Ah, pero hay gente que no tiene a donde ir. Pero él si. Sobretodo ahora que tenía los bolsillos llenos.
Llevaba dos pesados fardos a su espalda. Balas sucias, pero unas cuantas. Lo suficiente para considerarlas un pequeño botín. Las cambiaría por comida en la siguiente estación. Para él Pawelezkaja sería cosa del olvido en tres, dos, uno...
—¿Qué haces ahí, niño? Eso no se come —le gruñó a un pequeño; ocho o nueve años, el rostro sucio, la mirada limpia, trataba de comerse un pedazo de cartón. ¿Con qué diablos lo había confundido? —¿Y tus padres?
El niño se encogió de hombros. No necesitaba saber más. Enfermedad, violencia, una de esas burdas armas que te reventaba en la cara. Solo. Estaba solo. No era asunto suyo. Él tenía su botín. Se lo había ganado honradamente. Un robo honrado. Nadie había salido herido. Él se iría...y...bueno, lo cierto es que toda esa munición podía servir para proteger a la gente de Pawelezkaja. Concretamente a ese niño. Oh, vamos, remordimientos. Esa mierda otra vez. Era como tener un palo metido en las tripas dando vueltas y vueltas.
—Lo devolveré, ¿Vale? ¿Ya estás contento?—arrugó el rostro —.Aunque dará igual, esta ciudad necesitaría miles de balas para ser defendida. Y no van a caer del cielo. ¿Sabes?
No había cielo, de hecho. Tuberías, tierra, vigas de acero, eso si, pero ¿Cielo? El niño seguía mirándole. Sus ojos eran claros. Llenos de inocencia. De luz. ¿Por qué le miraba así? Ya le había dicho que iba a devolver las balas. Podía robar a unos cuantos estúpidos pero no a ese niño. Claro que dejarle a su suerte era similar a llevarse las balas. ¿Y que podía hacer él? Un solo hombre. Venga ya. El chico le mirada.
—Vale ya, deja de mirarme ¿Vale? No puedo salvarte, ¿sabes? No puedo salvar la estación. Ohhh, por supuesto, si llovieran balas las cogería una a una y se las dejaría a esta gente, para salvar la ciudad. Si, seguro que con cientos de miles tendrían suficientes para salvar todos los traseros de la estación. Así que si, vale, te prometo que cuando caigan del cielo cientos de miles de balas, te las traeré...¿Estás contento?
El niño seguía mirándole. Le dejó una de sus raciones de supervivencia y se obligó a no mirar atrás. Él no podía salvar a nadie. A nadie.

Un último trago antes de abandonar Pawelezjaka. No solía beber pero necesitaba algo fuerte que quemase su esófago y sus recuerdos más recientes. Idiota, había devuelto las balas. Se marchaba con las manos vacías. Al menos dejaría atrás aquella estación tan insegura. Mierda de mutantes. Miró la bebida. Un destilado de setas. Setas, joder. Era un asco. Uno podía morirse al beber eso.
El ambiente estaba animado. Alguien a su espalda estaba contando una historia ridícula. Cogió su copa, la engulló y la escupió al momento. Se giró hacia el tipo que contaba la historia.
—¿Está de cachondeo?
Pero no lo estaba, claro que no. Un avión repleto de munición estrellado en mitad de ninguna parte. Bonito cuento. Bonita mentira. Claro, por supuesto. Si señor, bonito cuento de buenas noches. Pero...recordó una promesa. Si las balas caen del cielo te las traeré una a una. Había dicho. Aquella gente necesitaba la munición. Y él necesitaba ser rico. Pero no era tan tonto como para ir detrás de un rumor, solo, por esos túneles repletos de muerte y horrores.
—Oh, digamos que me lo creo. Pero es tan ridículo...—hablaba solo, era un condenado, un paria, pero uno con cierta clase e inteligencia —.Es tan absurdo que nadie lo creerá. Si, eso es. Nadie lo creerá. Si mañana se organiza una expedición me uniré a ella ¿Vale? Si, claro, como si eso fuera a ocurrir. ¡Eh, mesonero! ¡No pienso pagarte esa mierda!
Se alejó del bar con paso rápido, escabulléndose. ¿Por qué iba a quedarse hasta mañana? Por la promesa de balas infinitas. Por una promesa hecha a un rostro sucio que mañana podría estar muerto. "Ratón, ratón, ¿En que narices estás pensando? Tentar a la suerte solo trae desgracia. Y dolor". No sabía que estaba haciendo. Mejor esperar a mañana. Seguramente no habría nadie tan tonto como para perseguir aquel fantasma. Igor Semenovich, ya ves, olía a bulo por todos lados. Si, esperaría a mañana y cuando NADIE se presentase podría irse de aquel agujero sin mirar atrás.

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04/08/2017, 20:40
Director

Aquella noche, por suerte, no hubo ningún ataque de mutantes. Cuando los relojes de la estación marcaron las seis de la mañana, las pesadas puertas blindadas que separaban las dos Pawelezkajas se abrieron, y de nuevo regresó la vida a la estación. Los habitantes salieron del corredor en el que se escondían por las noches y los guardias abandonaron sus puestos para descansar por el día y volver a servir cuando se agachara el Sol. Y tras consultarlo con una almohada o lo más parecido que habían podido encontrar, los aventureros se convencieron de perseguir aquella vaga esperanza, por motivos, algo extraño en el Metro, altruistas, cada uno a su manera.

El comerciante de la Hansa

Cerca del puesto fronterizo, el mercader de la Hansa hablaba con un hombre, volviendo a contar su historia. Al parecer, a pesar de sonar inverosímil, a la gente le gustaba escucharla – Bueno, como te decía, estaba yo esperando a pasar por la aduana de Oktjabraskaja cuando de repente aparece un abuelo con una vagoneta cargada de cajas de metal. ¿Y qué era lo llevaba, preguntas? ¡Pues estaban a rebosar de balas, de las buenas! Y además, tuvo que dar su nombre para el registro: Semenovich, Igor, lo oí claramente. Yo tampoco me creía lo del avión hasta que vi al tío este con semejante fortuna. ¡Ni en la Hansa he visto que se muevan tales cantidades de una sola vez! Pero ahí estaba él – el mercader hizo una pausa para dar una última y larga calada al cigarrillo casero antes de lanzarlo al suelo y pisotearlo, para luego continuar con el relato - Cuando se enteró de lo que le querían cobrar de peaje por lo que llevaba encima, se puso hecho una furia, estuvo diez minutos cagándose en los de aduanas y dijo que se iba a Tretjakowskaja, que allí un hombre todavía podía ser libre de verdad. No te jode, como no hay gobierno…

La Estación Tretjakowskaja. O Venecia, como la conocían los del lugar. Allí donde supuestamente se encontraba el hombre del momento. No quedaba lejos, y lo mejor es que estaba directamente conectada con Pawelezkaja. El problema era que la conexión era con la Pawelezkaja Hanseática, y no con la parte en la que ellos se encontraban ahora.

Los dos hombres siguieron hablando unos momentos, se despidieron y el comerciante empezó a recoger sus petates para dirigirse hacia el puesto de guardia de la Hansa. Entrar en la Línea de Circunvalación era algo muy difícil para los que no tenían permisos o alguien que respondiera por ellos, de modo que aquél mercader era probablemente la única posibilidad que tenían de conseguir pasar el control y llegar a la Hansa.

Claro, que aquella no era la única manera de entrar en Tretjakowskaja. Solo que nadie en su sano juicio intentaría llegar por la segunda vía: cruzar el túnel de salida de Pawelezkaja y, atravesando la superficie, llegar hasta las puertas exteriores de Venecia. Era un camino más largo y sin duda peligroso, pero nadie les pondría trabas a la hora de salir de la estación. Una vez en las ruinas de Moscú, la historia ya sería bien distinta.

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05/08/2017, 16:48
Gregori "Ratón" Lavson

Una cama mullida; enroscado a unas tuberías de calor, una gotera cayendo intermitente sobre su estómago y bichos correteando en la oscuridad. Pero era un lugar elevado. Si uno quería vivir en el Metro tenía que mantenerse arriba y en la oscuridad aunque para ello tuviera que renunciar a varios placeres.
Se despertó con la espalda dolorida, al parecer un enano gordinflón había estado saltando sobre tu chepa durante toda la noche. "Al menos así es como me siento." Calentó los músculos, hizo un par de ejercicios matinales. A Ratón nadie iba a pillarle desprevenido o con legañas en los ojos. Él siempre estaba listo para la acción. "Rock and roll decía mi padre, aunque nunca entendía que quería decir."
Tenía que salir de aquella estación. Una gruesa pared de acero, un portón que se cerraba mediante maquinaria pesada, eso daba seguridad. No entendía como aquellas pobres almas perdidas podían vivir allí. Claro que nadie vive en el Metro, sobreviven como pueden. Igual que todos. Pero él no se quedaría ahí.
No le sorprendió descubrir que nadie había montado una partida de búsqueda para encontrar el avión caído de los cielos. "Habría que ser muy estúpido, me voy. Adiós, agujero, sumidero de almas rotas y sueños estropeados. Este señor se va con viento fresco". Si bien la frontera tenía otra opinión.
Venecia era un buen lugar, mejor que el Agujero. Llegar allí no sería sencillo. Necesitaría un permiso. Robarlo no estaría mal. Allí había un mercader de la Hansa. Sus oídos siempre captaban conversaciones igual que sus manos eran tan libres que recogían cosas que a otros se le caían. Hablaban sobre el mito, el hombre, la leyenda, Semenovich. Bonito cuento de buenas noches. Pero él quería llegar a Venecia.
Y no quería corretear por fuera de la estación. No estaba tan loco.
Entrelazó sus dedos y los estiró haciéndolos chasquear. "Es hora de trabajar".
—¡Eh amigo!—levantó las manos y se acercó a él lentamente. Había visto a mucha gente morir por acercarse de forma rápida a un desconocido. Cuando la vieja de la guadaña viniera a por él tendría que currárselo un poco más —.¿Comerciante? ¿Hacia Venecia? Tengo algo que ofrecer.—se quedó a una distancia prudencial —. Este sitio es un agujero, no me extraña que te vayas. Vine buscando a un comerciante de setas "especiales" pero ya no está. Me envió mi tio, ¿Le conoces? Ladson Satandovich, hace tratos en Venecia. No es comerciante realmente, es un Stalker. ¿No? Oh, vamos, ¿No? —arrugó el ceño, no único que se veía de su rostro —. A veces suele dar un nombre falso, ya sabes, le gusta cubrir su rastro. ¿Y a quién no? ¿Igor Semenovich te dice algo? —le guiñó un ojo —. No puedo pagarte, amigo, pero puedo ayudarte a cargar con esas cosas. Y mi tio seguro que se alegra de verme después de pasar unas semanas separados. Seguro que el puede pagarte. ¿Qué me dices? ¿Vas para allá igualmente, no?
"No pienso quedarme en esta estación una noche más".

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15/08/2017, 12:39
Andrey Vukašinovi

Andrey se encontraba con su hermana y todo su equipaje a varios metros del comerciante. Como es de esperar, ambos metieron la oreja y aunque solo fuera para conseguir cruzar a la Hansa, valía la pena intentarlo.

Corrió hacia el mercader, cargado con el petate y sus cosas, y con su hermana detrás, inflada por el embarazo como si fuera un pez globo. Cuando llegó, un tipo con pintas de salir de uno de los peores agujeros del metro se encontraba hablando con él, por lo que decidió darle un momento y esperar. Aún sabía guardar las formas.

-¡Disculpe! Disculpe, señor, ¿Va a cruzar hacia la Hansa? Mire, he... He escuchado que sabe lo del avión, a mi ya me lo han confirmado varias... eh... fuentes, ¿Sabe? Podría... ¿Podría ayudarme a cruzar con mi hermana y una vez en la Hansa comentamos lo del avión mas tranquilamente? ¿Que me dices?-   Parecía bastante desesperado, pero era normal, quería poner a salvo a su hermana.

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16/08/2017, 15:56
Svetlana Záitseva

Había llegado el momento de abandonar esta estación y pasar a territorio hanseático.
Svetlana nunca tenía problemas para cruzar ningún control fronterizo,
gracias a un sencillo emblema visible sobre su corazón, ambos hombros y la mochila a su espalda:
una cruz roja en un círculo blanco. No hay salvoconducto mejor.
Nadie podía prescindir de la ayuda de un médico errante. Siempre era bienvenida allá donde viajara.
El verdadero problema para ella a la hora de viajar era que nunca quería hacerlo sola,
dependía de encontrar un grupo adecuado. Y éste, junto a un mercader hanseático, lo era.

Como siempre hacía, Svetlana ya había echado una mano en la rudimentaria clínica de Pawelezkaja.
Allí había visto a la muchacha en avanzado estado de gestación que se arriesgaba ahora a desplazarse de un lugar a otro.
Es muy guapa. No había tenido ocasión de hablar con ella, ni conocía su nombre.
¡Pero viaja en compañía de un chico que calza unas botas militares del Reich!
Se acercó a ella mientras decía:
-Es muy arriesgado que te desplaces en tu estado. Por suerte vas a poder ir acompañada de un médico.
Eres muy joven. Yo me llamo Svetlana, ¿cuál es tu nombre?

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17/08/2017, 13:06
Director

El comerciante no vio acercarse a Gregori hasta que esté no llamó su atención. Se giró rápidamente hacia él, no era la primera vez que alguien se le acercaba tratándolo de amigo y luego tenía unas intenciones totalmente distintas. Vale que justo delante estuviera el control y hubiera un montón de guardias armados, pero nunca se sabía – ¿Sí? – respondió a la pregunta del joven. Se limitó a observar fijamente a Gregori mientras este hablaba, parecía hasta interesado en lo que decía el muchacho hasta que este mencionó lo de que no podía pagar. Entonces frunció el ceño – Lo siento, chico. Sé que en esta estación las cosas son una mierda constante, pero la Hansa es muy estricta con quién atraviesa sus fronteras, y como me revoquen el visado y no pueda comerciar por la Línea de Circunvalación, ya me explicas tú a mí como voy a dar de comer a mis hijos. No pienso arriesgarme por una promesa de un desconocido. Tendrás que apañártelas como el resto.

Apenas había terminado de hablar, ahora fue Andrey el que se acercó al comerciante. El hombre se fijó sorprendido en la embarazada y le dedicó una mirada de lástima, ya que si ya era difícil criar a un hijo en el Metro, hacerlo en una estación sin puerta hermética como Pawelezkaja era casi una garantía de que no llegaría a la edad adulta. Se volvió hacia Andrey para responderle, casi conmovido por el tono de voz del antiguo soldado – Chaval, yo que tu no me haría ilusiones con lo del avión. Entiendo que busques un lugar mejor para tu hermana, pero el tipo ese no parecía ni muy amigable ni dispuesto a compartir.

Mientras hablaban, Svetlana se acercó hacia la hermana de Andrey. Esta parecia algo ensimismada y cabizbaja y se sorprendió al oír la voz de otra mujer dirigiéndose a ella, y tardo un poco en responder, con algo de recelo, ya que únicamente confiaba en su hermano Andrey - H-hola... Yo soy Katya... Ya viajo con mi hermano Andrey. Aunque... supongo que un médico nunca viene mal - se pasó las manos por el vientre hinchado - Creo que no debe de faltar mucho... ¿Andrey, tú que dices?

El comerciante pasó la mirada por el cuarteto, ya con todos sus fardos y posesiones encima. Habían despertado en él una cierta compasión paternal, todos eran jóvenes y tan solo buscaban una vida mejor, como todos. Miró un segundo hacia el control de frontera y chasqueó la lengua, interrumpiendo el resto de conversaciones – Mirad, en este mundo de mierda, lamentablemente, ya nadie hace nada a cambio de nada. No soy un mal tipo y me gustaría ayudaros, pero también tengo que pensar en mi negocio, Digamos unas… ¿10 balas por cabeza? Como muestra de buena voluntad, no le cobraré a la preñada, ¿Qué me decís? ¿Trato hecho?

Notas de juego

Podéis hacer una tirada de Carisma (1D10, dificultad base 7) para ver si conseguís que os rebaje el precio o incluso os pase de gorra. Los que tengan la habilidad correspondiente pueden repetir la tirada y quedarse con el segundo resultado.

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18/08/2017, 04:23
Svetlana Záitseva

Svetlana, indignada, se acercó al mercader hanseático y le dijo:
-¿Vas a tener la poca vergüenza de cobrar unas miserables balas por ayudar a un médico errante?
Si por realizar mi labor solidaria de ayudar al prójimo, la gran mayoria de las veces sin cobrar nada a cambio,
me juego el pellejo en muchas ocasiones corriendo mil peligros viajando de estación en estación,
¿crees que es ético que encima deba pagar por ello?
¿Es que ya se han perdido los principios más básicos de humanidad, fraternidad y solidaridad
que hicieron, no hace mucho tiempo, grande entre las naciones a la Madre Rusia?

- Tiradas (2)
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18/08/2017, 20:29
Gregori "Ratón" Lavson

En la vida todo cuesta, todo tiene un precio. Especialmente la vida de los hombres. No le sorprendió que el comerciante de la Hansa pidiera un pago por adelantado. No parecía mala gente. Nadie en el metro lo parecía hasta que intentaba clavarte un cuchillo entre las costillas.
Escuchó a la mujer hablar sobre un montón de fantasmas; humanidad, fraternidad, soliradiad, Rusia. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener una risotada. ¿Lo decía en serio? ¿De verdad? Ya no quedaba gente que no diera nada gratis. Todo costaba en la vida. Y si era así de ingenua no duraría mucho en los túneles. Joven, altruista y bonita. Al menos más bonita que las ratas que solía tener por compañeros. Un gran problema.
Y luego estaba el otro, el soldado. En el metro todos huían de algo. Demonios del pasado. O demonios que tenían dentro. El tipo era lacónico, se movía como un autómata. ¿De qué coño estaba escapando alguien como él? No, prefería pasar otra noche en un agujero como aquel antes que ir con esa pareja. Y sin embargo había alguien más. Una chica embarazada. Un alma perdida más. Carne de cañón para criminales, ladrones...mutantes. "Oh mierda, ratón, ¿Qué vas a hacer? ¿Qué estás pensando? ¿Estás pensando en esa muchacha y en su hijo, verdad? Y en ese avión". Claro que pensaba en el avión.
No era muy cortés, pero se metió en medio de la conversación entre la supuesta doctora y el comerciante.
—Es un precio justo—dijo muy convencido. Se descolgó su bastarda de la espalda y quitó uno de los cargadores que tenía pegado en un lateral con cinta adhesiva —. Treinta balas. Es el pago ¿No? —se giró hacia la doctora, o supuesta doctora, en el metro la gente solía mentir para conseguir lo que quería. Igual que hacia él —.Solo por si no tiene balas en todos esos macutos doctora... —le tendió la mano tras una reverencia más propia de un bufón que de un príncipe —. Yo soy Gregori, aunque todos me llaman Ratón. Y si, prefiero tener a una chica de recursos como tú al lado que no tenerla. El viaje será corto, pero ¿Quién sabe? Además, ella podría necesitarte —le hizo una seña, indicando a la mujer embarazada —.Disculpa.
Se acercó a los hermanos. Al soldado, primero. Con paso tranquilo. Se quedó a una distancia prudencial, los hombres de armas solían ser peligrosos y tenían sus manías con el espacio personal.
—He preferido pagar tu cuota, amigo. Esas balas están mejor contigo que conmigo, yo soy muy malo con este trasto. Me llamo Gregori, pero me ofenderé si no me llamas Ratón—ahora si, muy lentamente, le tendió la mano —. Yo también he escuchado lo del avión. Puede que sea un rumor, o puede que no, pero se me da bien averiguar estas cosas, hablar con la gente, seguir rastros, ya sabes, un perro de presa. Podría interesarte ser mi socio, ando buscando gente como tú. Podríamos dejar a tu hermana en un sitio seguro y tú y yo tratar de ver que hay de cierto en lo de ese avión. Ah, pero no me respondas ahora, amigo. Hazlo después del viaje, si te caigo bien, tendremos un trato.
Se encogió de hombros como quitándole hierro al asunto, su voz era musical y melodiosa. Finalmente se acercó a la chica embarazada.
—Vaya ¿Qué es eso que tenemos ahí?—alargó su mano hasta su oreja, y, sin tocarla, extrajo una moneda. En realidad solía tenerla guardada para realizar aquel truco barato —. Vaya, hacía tiempo que no encontraba esto en la nariz de nadie. Je, je, ¿Qué cosas, eh? Bien, ¿Por qué no me la guardas? No vale nada, tómalo como un símbolo de confianza.
"Y ya está, de mierda hasta el cuello." Una supuesta doctora altruista, un comerciante avaro, una mujer embarazada incapaz de cuidar de si mismo y un soldado de vete tú a saber donde. La mejor compañía para atravesar unos túneles. Y había gastado treinta de sus balas. "No van a ser tus amigos. Lo sé, lo sé, no hay amigos en el metro". Lo más sensato era alejarse de aquel grupo. Eran un blanco fácil y apetecible. Un comerciante y dos mujeres jóvenes, ideal. "Mierda, no sé que narices estoy haciendo".
La chica embarazada, ese era el problema.
Y el avión, claro. Se había dicho que no seguiría ese rastro porque seguramente nadie estaría dispuesto a buscar algo así. Pero había sido él quien había tratado de asociarse con el soldado. "Muy inteligente". Se preguntó si la doctora estaría interesada. ¿Quién sabe? El viaje era largo, tendría tiempo de conocerlos mejor. Y de recuperar sus balas, por supuesto.

Notas de juego

Ratón es un tio majo, paga el precio del comerciante a Svetlana y el de Andrey. No va a negociar, también quiere carle bien al comerciante...XD

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25/08/2017, 15:25
Andrey Vukašinovi

Andrey separó un poco a su hermana del grupo de personas que se habían acercado, una decía ser médico y el otro tenía pintas de poder apuñalar a cualquiera en la oscuridad del metro por un puñado de balas, pero se había ofrecido a pagar su pase y eso no ocurría con demasiada frecuencia en el metro. 

Sin saber como responderle, asintió a Gregori y le tendió la mano. -Vukašinovi, Andrey. Esta es mi hermana, Katya.- Prefería relegar a su hermana a un segundo plano, lo mejor sería que pasase desapercibida, nadie le inspiraba confianza fuera de las líneas del Reich. Absolutamente nadie. 

Lo que si no pudo pasar por alto fue el discursito moralista de la autoproclamada médico, esto es el metro, monada. 

-Si vamos a ir juntos me gustaría que mi hermana y yo fueramos detrás, si no os importa, claro.- Sonaba a que se esperaba que cualquiera fuera a dispararles por la espalda, y en verdad si pensaba eso.

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25/08/2017, 22:31
Director

El mercader escuchó las indignadas palabras de Svetlana sin cambiar un ápice su expresión, inmune a los argumentos – Guarda el discurso patriótico para la Línea Roja, muchacha. Rusia desapareció junto con todo hace casi veinte años ya. Ahora lo único que vale es cuantas de estas tienes, de una forma o de otra – dijo primero enseñando un reluciente cartucho dorado y luego dando unos golpecitos en el cañón de la escopeta Dobleta que llevaba a la espalda. Aunque parecía que el rostro del hombre era imperturbable a lo que sucedía a su alrededor, puso los ojos como platos durante un segundo al ver que Gregori se deshacía tan fácil y generosamente de un cargador entero. No obstante, no le puso reparos y lo guardó en uno de sus bolsillos antes de echarse el petate al hombro antes de alejarse de los aventureros en dirección al puesto de guardia. Desde la distancia se lo podía ver discutiendo con los guardias, y en un momento hasta parecía que le acababa de dar un puñado de balas a uno. En cuanto terminó la discusión y tras recibir una señal por parte del mercader, el grupo lo siguió y atravesó aquellas enormes puertas de metal, entrando por fin en la Hansa.

La Pawelezkaja de la Hansa producía una sensación muy extraña: el techo era bajo, no había columnas, y en cambio el andén tenía accesos tan anchos como los trechos de pared que lo separaban. No reinaba en ella una atmosfera triste y opresiva como en la anterior estación, porque la luz brillaba con una generosidad desacostumbrada, las paredes estaban guarnecidas con sencillos ornamentos, y, a ambos lados de los accesos, se encontraban imitaciones de columnas de la Antigüedad. Por supuesto, se veía enseguida que la estación pertenecía los dominios de la Hansa. Estaba insólitamente limpia, tenía un toque casi hogareño, y en el techo brillaban suavemente unas grandes lámparas con verdaderas pantallas de cristal. En la sala, más pequeña que la de la estación vecina, no había ni una sola tienda, pero si un gran número de mesas de trabajo, sobre las que se amontonaban complicadas piezas de maquinaria. Junto a las mesas se sentaban hombres vestidos con ropa de trabajo de color azul, y un agradable olor a aceite de máquina impregnaba la atmosfera. Justo en ese momento parecía estar empezando la jornada laboral.

Sobre las paredes colgaban las banderas de la Hansa –un círculo marrón sobre fondo blanco–, pósteres que exhortaban a rendir más en el puesto de trabajo, así como citas de las obras de un tal A. Smith. Bajo los grandes estandartes, entre dos soldados en posición de firmes, se encontraba una mesa acristalada en la cual se podían ver varias reliquias: sobre terciopelo rojo, iluminados con amor mediante pequeñas lámparas, reposaban dos libros: uno de ellos estaba muy bien conservado y sobre la tapa de color negro se leía en letras doradas La riqueza de las naciones, de Adam Smith; el otro estaba muy usado y tenía las cubiertas delgadas, rotas y reparadas con tiras de papel, y sobre estas se leía en letra gruesa ¡No te acongojes y vive! El autor era un tal Dale Carnegie. Una de las vías estaba libre, y de vez en cuando pasaban por ella vagonetas de impulsión manual, cargadas de cajas y mercancías. En la segunda vía se encontraba un tren completo en perfecto estado salvo por el hecho de que ya no funcionaba. Tras algunas de las ventanas había cortinas echadas, lo cual debía de indicar que se trataba deviviendas, pero otras ventanas estaban abiertas, y a través de ellas se podían ver varias mesas con máquinas de escribir, frente a las que se sentaban hombres atareados. En un cartel que colgaba sobre la puerta estaba escrito “Oficina central”.

Allí se vivía como si fuera de la Línea de Circunvalación no hubiera habido ningún peligro, como si no hubieran amenazado siempre la ruina y la locura. Todo seguía su camino regular, bien organizado. Al final de un día de trabajo empezaba la merecida jornada de fiesta. La juventud no se entregaba al mundo de evasión de las drogas, sino que se afanaba en un oficio. Cuanto antes empezase la carrera, más rápido era el ascenso. Y los hombres maduros no tenían ningún miedo de que, al debilitarse las fuerzas de sus manos, los obligaran a entrar en el túnel y los abandonara como alimento para las ratas… Estaba claro porqué la Hansa permitía a tan pocos forasteros el acceso a sus estaciones: el número de moradas que se hallaban en el paraíso era limitado. La única puerta que estaba abierta para todo el mundo era la del infierno.

Tras adentrarse un poco en la estación, el mercader detuvo al grupo – Bueno, ya estáis donde queríais, pero yo de vosotros no me quedaría mucho tiempo porque a la mínima que os pare una patrulla y vea que no tenéis permiso de residencia, os echarán de una manera bastante brusca. Si todavía estáis tan locos como para querer ir hasta allá, aquella de allá es la salida hacia la Tretjakowskaja – señaló uno de los tres túneles de salida, el que estaba justo en línea recta. Entonces se dirigió únicamente a Andrey – Mira, si de verdad estas empeñado en averiguar lo del avión, será mejor que dejes a tu hermana en un buen lugar, en su estado no podrá ir muy lejos. No debería estar diciéndote esto pero si la dejas en la enfermería de aquí y tiene al niño pronto, antes de que averigüen que no tiene los papeles, no la podrán echar de Pawelezkaja porque el niño habrá nacido ciudadano de la Hansa. Aquí los cuidaran bien, y aunque yo voy haciendo viajes podría echarle un ojo cuando me pase por la estación, hasta que vuelvas. Es cuanto puedo hacer – antes de que diera la sensación de que se había sensibilizado un poco, añadió – Pero si os pillan, yo noo os conozco de nada, ¿entendido?

El comerciante finalmente se despidió de ellos, dejándolos solos en aquella maravilla de estación. Conseguir vivir allí, en lo que a todas luces era el lujo del nuevo mundo, era posiblemente el sueño de todo habitante del subsuelo. Pero los aventureros tenían otro sueño, uno que los llevaría lejos de allí, a lugares que jamás habrían imaginado pisar en un viaje que, tuviera uno u otro fin, marcaría para siempre sus vidas. Era hora deadentrarse de verdad en el Metro.

Notas de juego

Gregori gasta 30 Balas de Grado Militar en pagar el precio del grupo al mercader

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28/08/2017, 22:06
Gregori "Ratón" Lavson

Andrey. Buen nombre para un soldado. Estrechó su mano con fuerza y optimismo. Había gastado treinta balas de categoría militar cuando solo había necesitado gastar diez. Hubiera pagado otras tantas más por Andrey y su hermana pero la estirada doctora no había hecho comentario alguno. Por lo visto debía creer que le sobraban las balas. "Así es, eres generoso con la gente y ya no se molestan ni en escupirte, simplemente te ignoran". Para Ratón, 30 balas era un buen precio para pagar por un socio. La supuesta doctora había salido rana pero aún tenía esperanzas con Andrey.
Pasaron al otro lado. Ratón observó detenidamente al comerciante, sus acciones, sus palabras, con los guardias. Ahora les mostraría una identificación o algo similar y entonces le dejarían pasar. Un pequeño soborno "¡Mis balas!" y ya estaban dentro.
El cambio fue brutal. El infierno y el Paraíso. El suelo estaba limpio, había, luz, organización. El olor de las máquinas recién aceitadas era lo que mejor podía definir aquel lugar. Un gobierno, humanidad, sociedad. Lástima que, como de costumbre, tales lugares fueran solo para unos pocos. Lo inhumano de aquel lugar era el hecho de que ignoraban el resto del mundo. De no hacerlo, sucumbirían. A Ratón le gustaba lo que veía, igual que el funcionamiento de la Hansa. Tenía mucho que ver con él. "Cuida de ti mismo y olvida a los que no tienen suerte". Podría acostumbrarse a un lugar así. Educación, seguridad, un porvenir. Había algo sucio debajo de aquella cara tan limpia, seguro, pero podría vivir ignorándola. Una pena que, de ser descubiertos, tuvieran que echar a patadas.
Mientras el comerciante hablaba Ratón pensó en si merecía la pena tratar de robarle o no. Podía hacerlo allí, incluso bajo los focos de luz. "El mejor ladrón del metro". Pero si se equivocaba, si era descubierto...no quería problemas con la Hansa. Escuchó el consejo dle comerciante sobre la hermana de Andrey. Si tanto le preocupaba la mujer ¿Por qué no les acompañaba él al hospital? "Porque ya tiene sus balas. La gente es buena, la gente es noble, bla, bla, pero solo su lengua lo es". Comerciantes, todo tiene un precio, salvo sus propias vidas, con eso no comercian. Cucarachas.
—Si nos pillan, negaremos que te conocemos. Eso si, cuando volvamos como hombres ricos, haremos lo mismo.
Le vio marchar sin mucho entusiamo.
—Andrey, no me gusta ese tipo. Pero puede que tenga razón. Te ayudaré a buscar un lugar seguro para tu hermana. No tengo más que balas sucias pero algo podremos hacer. ¿Qué me dices?—esperó su reacción, aquel hombre era tan hermético como una caja fuerte —.Voy a ir a por ese avión. Conozco al tal Semenovich aunque dudo que él se acuerde de mí. Pero eso ya nos da una ventaja frente a otros grupo. Necesito un socio. Y me caes bien, chico. De verdad. Sabes cuando estar callado y necesitas el dinero, eso me da una garantía de seguridad. ¿Qué me dices? ¿Quieres ser mi socio? ¿Un setenta-treinta del botín?
Le tendió la mano por segunda vez.

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29/08/2017, 05:04
Andrey Vukašinovi

Agradeció el tranquilo viaje hasta territorio de la Hansa, aunque no pudo evitar el mantenerse alerta. Un grupo de acampada bien variopinto, no se fiaba de ninguno de ellos, de hecho no se fiaba de nadie fuera del Reich. Aunque ese tipo, Ratón, parecía tener buen corazón o malas intenciones, difícil de atinar en el Metro.

Eso si, al pasar por la Pawelezkaja hansiatica se sintió un mero pelele en un lugar tan vivo, era extraño. Agarró a su hermana del antebrazo, que no se le separara ni un momento.

Entonces el comerciante les suelta todo el rollito acerca de que ahora son indocumentados, y que no lo conocen. No quiere arriesgar el cuello, es obvio.

-No tenemos nada que decir, comprendido- Se limitó a las cinco palabras, no era un soplón, lo sabía muy bien. 

No le dio tiempo de aclarar sus ideas cuando Ratón lo asaltó, conversando con él.

-No me ha dado tiempo a agradecerte lo del pasaje, guarda las balas, tengo unas cuantas relucientes que serán mas que suficientes para pagarle un hostal a mi hermana... -

No quería implicar demasiado a su hermana, por lo que cuando Ratón mencionó lo del avión se apartó un poco del grupo para tratar el tema con él de forma algo mas privada.

-¿También estás enterado? ¿Estás seguro de que es el mismo Semenovich? La gente dice que ese tipo volvió forrado y que dejó un montón de balas en el exterior, ¿Alguna vez has salido?- Tragó saliva, él si lo había hecho y no era una experiencia que quisiera repetir. Solo hablando se veía que Andrey era un hombre que había recibido, al menos, buena educación, mantenía un porte erguido y recto. -Si quieres contar conmigo quiero al menos un treinta y cinco, pronto serán mas bocas a las que alimentar y quiero conseguir un pase de residencia, me gusta este lugar para que mi hermana críe al niño. Treinta y cinco por ciento de todo lo que podamos cargar, no aceptaré menos.- Lo miró, no era muy bueno negociando, aceptaría incluso un veinte o menos pero tenía que arriesgarse. 

-Si te parece bien cuenta con mi arma ahí fuera-

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29/08/2017, 12:21
Gregori "Ratón" Lavson

Un treinta y cinco no era un treinta. Un sesenta y cinco no era un setenta. Ratón miró a su alrededor. ¿Qué otras opciones tenía? Un sesenta y cinco del botín era más de lo que podía desear un tipo como él. Él era un explorador, un espía, no un luchador. Necesitaba alguien que fuera de gatillo fácil. No dejó que se viera, por supuesto, aunque era evidente. Andrey estaba lo bastante desesperado para ir a buscar el avión. ¿Qué si había salido al exterior?
—Nunca he estado en el exterior, pero, como todos, no tengo nada que perder aquí abajo. Ya has oído a nuestro amigo cobralotodo, si nos descubren aquí, nos echan. El único lugar que nos corresponde es el agujero donde venimos; sin luz, sin paredes—pensó en escupir pero recordó donde estaba.
El avión, una locura. ¿Por qué iba a hacerlo? Estaba en la Hansa, un par de robos fáciles y una carrera alocada y tendría suficientes municiones para cambiar durante los dos meses siguientes. No necesitaba buscarse la muerte en el exterior. Y sin emnbargo a todo ladrón le llega un momento de epifanía en el que desea dar el gran golpe. En su caso el gran golpe era por otros motivos. Recordaba el agujero, los niños con cara sucia mirándole desde las alcantarillas. La ausencia de barreras, la escasez de munición. Un cinco por ciento para que una sola vida se acomodase. No lo aceptaba. —. Un treinta para ti, no es negociable. Necesito el setenta para mis asuntos....Eh, tranquilo, no pasa nada. Hay más soldados por aquí, seguro que encuentro alguno y que me sale más barato que tú. Y si quieres ir a por el avión, seguro que tú encuentras a alguien que conozca tan bien a Semenovich como yo. O quizás no, vaya, mi tio nunca fue muy simpático la verdad.

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30/08/2017, 02:53
Andrey Vukašinovi

-No no no... Vale, espera, el treinta no está mal... No está mal, lo acepto ¿Vale?- No podía arriesgarse, daba igual un treinta que un treinta y cinco, y la codicia no le iba a arrebatar la oportunidad de encontrar ese avión. 

Sonó desesperado ante la negativa de Ratón, farol o no, no iba a jugársela.

-Solo... Dame un día para que le busque un buen lugar a mi hermana y... Estaré listo para salir o... Lo que sea que tengas en mente, tengo que comprar munición y algunos filtros también-

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02/09/2017, 10:53
Svetlana Záitseva

Svetlana no sabía si podría terminar de fiarse de ese tal Gregori, aunque había sido capaz de pagar por los demás.
Andrey parecía más noble, estaba haciendo grandes esfuerzos por proteger a su hermana.
Lo más conveniente para la muchacha era que se quedara en esta estación para dar a luz.
En esta estación hanseática bien equipada seguramente no necesitaban la ayuda de un médico errante,
así que era mejor proseguir viaje con ellos.

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02/09/2017, 16:41
Director

El trío de aventureros quedó un rato hablando en la estación, discutiendo sobre si embarcarse en búsqueda del supuesto tesoro. Acordar los porcentajes de antemano no estaba mal, pero eran muchas las cosas que podían pasar desde ese momento hasta que consiguieran su objetivo. Svetlana no dijo mucho, pero decidió seguir al grupo de todas maneras. Los otros dos no pusieron pegas, si viajar acompañado ya era una ventaja, viajar con alguien capaz de reparar el cuerpo humano era todo un lujo de los que raramente se podía disfrutar en el Metro.

Tras encontrar un lugar en el que cuidarían de la hermana de Andrey hasta su regreso (por el precio pertinente, por supuesto), al pequeño grupo poco más le quedaba por hacer en la estación. Apenas les quedaban balas suficientes para permitirse algo de los tenderetes donde los comerciantes exponían sus mercancías, y nunca se sabía que gastos podrían tener durante la travesía, de modo que era mejor guardar lo que les quedaba y salir ya de la estación, antes de que alguna patrulla de los bien equipados y poco amigables guardias de la Hansa los detuviera.

Como el mercader les había dicho, no tuvieron problemas para salir de Pawelezkaja, los del puesto fronterizo apenas les dedicaron un vistazo, creyendo que se trataba de más comerciantes que se dirigían hacia la vecina Tretjakowskaja. Al menos una parte de ello si era cierto.

Los tres se adentraron en el túnel. Al principio disfrutaron de la potente iluminación que ofrecían los focos de vigilancia de la Hansa, pero a medida que se iban alejando, la luz que estos proyectaban se fue diluyendo, hasta el punto en que para poder ver tuvieron que encender sus propias linternas. El panorama en los túneles era radicalmente distinto al de las estaciones, incluso al de una tan tétrica como el de la Pawelezkaja exterior, la que no controlaba Confederación. Allí por lo menos podía encontrarse gente que vivía, a duras penas, pero vivía. Uno al menos podía sentir el calor humano y tranquilizarse ante la proximidad de los semejantes. En los túneles, solo se tenía a uno mismo.

La oscuridad los rodeaba por todas partes excepto allí donde alumbraban las linternas, pero por lo demás, el túnel estaba tranquilo. Aunque siniestro como todos los demás, aquél era un túnel que los humanos recorrían normalmente, por lo que era muy raro que hubiera algún peligro. Y así, el trío recorrió metro tras otro sin que los asaltara ningún problema. Y cuando empezaron a notar un olor a agua estancada y vislumbraron luces enfrente suyo, dejaron que el alivio los invadiera.

Habían llegado al punto hasta donde se extendían las aguas que inundaban la Tretjakowskaja y le daban su popular mote. En aquella zona del Metro, las aguas subterráneas del río Moskva se habían desbordado y creado aquella especia de lago artificial, que rodeaba por completo la estación vecina y sus alrededores. A partir de allí, no se podía continuar a pie, únicamente a bordo de pequeñas embarcaciones motoras cuyos propietarios cobraban un modesto peaje por transportar a los viajeros de una orilla a otra.

Pero por algún motivo, no se podía cruzar. Una pequeña vagoneta manual estaba varada sobre los raíles, los comerciantes sentados a su alrededor fumando un cigarrillo o jugando a las cartas a la luz de lámparas de aceite. En total debía de haber una docena de personas esperando, algo insólito ya que el trafico solía ser bastante fluido. Sin tener idea del motivo, los aventureros se acercaron a preguntar – ¿Buscáis pasar hacia la Tretjakowskaja? Pues me temo que tendréis que poneros a la cola, llevamos dos horas esperando a que aparezca una lancha. Ni idea que puede estar ocurriendo – respondió uno de los comerciantes.

Otro de los que esperaban dio un paso hacia los conferenciantes, uniéndose a la conversación – Deben de haber tenido un problema con las gambas que habitan por la zona, les atrae el agua que no veas. Suelo hacer este tramo regularmente y pasa a veces. Se ve que están en época de celo o algo así, y se ponen muy agresivas con los que se acercan hacia sus lugares de apareamiento. Muy pocos de la Tretjakowskaja se atreven a hacer el recorrido durante esa época, y encima te cobran más caro.

Otro de los comerciantes, uno de los que jugaba a las cartas sentado en la vagoneta, increpó al que acababa de hablar – ¿Joder, y porque no lo has dicho antes, con la de tiempo que llevamos esperando?

- ¡Bueno, no es mi culpa que no hayáis preguntado! Además, ni que fuera la única manera de llegar. Por el túnel de mantenimiento se llega a la otra vía y desde allí igual si se puede viajar hasta la estación – el hombre hizo un amplio gesto con la mano, señalando una puerta metálica de color rojo en un lado de la pared.

- Ni hablar, nosotros no nos metemos por ahí – sentenció el último de los mercaderes mientras echaba un par de cartas sobre el suelo donde estaban jugando – Los ha habido que no han vuelto a salir por el otro lado…

Ninguna de las dos opciones parecía ser buena. Por un lado, quién sabía cuánto tiempo tendrían que esperar hasta que alguno de los barqueros apareciera para transportarlos, y aun así se verían obligados a hacer cola, puesto que el resto había llegado antes. Por el otro, adentrase en túneles no recorridos o vigilados por el hombre nunca era una buena idea en grupos pequeños, a pesar de que muchas veces no quedaba otra opción. El grupo tenía que decidir, sin saber que pronto el número de aventureros sería incrementado.

Entre aquella docena de personas que esperaban a los barqueros, había unas pocas que también poseían ese espíritu aventurero, esa voluntad de no detenerse ante nada. Era sumamanete raro que tantos de ellos se encontraran juntos en el mismo lugar. Pero el Destino es así de caprichoso a veces. ¿Quizás un grupo más numeroso tendría más posibilidad de éxito?

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02/09/2017, 19:32
Marek Viktor Tarasovich

Marek estaba sentado cerca del grupo pero sin estar verdaderamente con ellos. Al fin y al cabo todos eran desconocidos, ¿Quién no lo era en estos tiempos? No podía volver así como así al pasado, la flecha ya había abandonado la mano del arquero, solía decir el viejo Setsev... No, tenía que seguir avanzando, no podía fallar en esto. Los tres aventureros le sacaron de su estado de reflexión indirectamente, destacaban entre los otros: Uno de ellos tenía pinta de ser lo que él llamaba una "rata de alcantarilla", uno de esos tipos capaces de conocer rincones y pasajes que otros no, por supuesto no sería trigo limpio; a su lado iba un tipo en forma, "¿Nos hemos visto antes soldado?" Se dijo para sí en voz baja. Seguramente este era el tipo duro del grupo, quizás el tirador. Los acompañaba finalmente una chica, con total seguridad tuviese un trasfondo pandillero o estuviese acostumbrada a patear culos, además de ser pelirroja claro. "Joder, y yo que pensaba que el Sol no brillaba en los túneles" Ah, adoraba a las pelirrojas con todo su oscuro corazón, la idea le hizo sonreír de lado como un lobo al mirarla fugazmente, solía funcionar cuando intentaba causar una primera impresión firme a una chica, pero en realidad estaba mirando más a sus recuerdos que a la imagen que tenía ante sí. Finalmente volvió a observar al grupo de viajeros para oír su conversación sobre los caminos para salir de ese lugar, ya que él tampoco los conocía.

Notas de juego

Encantado de unirme chicos :D

Edito que se me borró una parte del post xD