Partida Rol por web

Una vez llegaron al final de las vías, era evidente que no había nada que hacer salvo bajar, bloquear el camino y usar el parapeto como cobertura desde la que disparar. Con Anton moviendo de manera espectacular la dresina para hacer el parapeto, él aprovechó para concentrarse en disparar. Por supuesto, esta Bastarda no era nada comparado con lo que sus jefes le proporcionaron en el pasado, pero desde que perdió todo su equipo, estaba condenado a utilizar la basura de armamento que había en el metro. Quizás, cuando saliese de esos túneles y llegase a su destino, podría localizar al tipo que se había llevado sus cosas. Estaba por un momento distraído, por lo que para cuando recuperó la concentración los nosalis iban más cerca de lo que debían para su disciplina de tiro. Abrió fuego contra la forma más cercana con éxito, haciendo morder el polvo al bastardo mutante que se había adelantado de los demás. Por desgracia, al hacerlo contra el segundo el arma hizo un sonoro click, sin duda se había encasquillado.

- ¡Joder, esta mierda se ha atascado!

Svetlana corrió a tocar la campana para avisar a los barqueros.
La tocó dos veces con ímpetu y esperó un rato a ver si se oía algo desde el otro lado.
Mientras tanto iba recargando su revólver con las balas que sacaba de uno de sus bolsillos.
Sonó otra campana desde el otro lado y supuso que era el aviso de que se disponían a ir a buscarlos.
Respondió haciendo sonar otra vez la campana de nuevo, pero además del tañido de la campana
también podían los barqueros comenzar a oír los disparos de los compañeros contra los mutantes.
Esperando que el sonido de los disparos no quitara a los barqueros las ganas de cruzar,
Svetlana se preparó para poder disparar con su revólver contra los monstruos
que sobrepasaran la línea defensiva que habían establecido los compañeros.

Una vez fue levantada la barricada improvisada, Andrey inca la rodilla derecha en el suelo y se prepara para abrir fuego, en el último momento. Iba a aprovechar cada bala de ese cargador y no se podía permitir un error.

Cuando la cabeza del primer mutante asomó por un lateral de la dresina, comenzó a escupir balas sobre él.

Mierda maldito cacharro siempre falla cuando más le necesito.Madre mía que portento de hombre, pienso al ver a Antón volcar la dresina. Me pongo a arreglar mi arma a toda prisa, mientras me coloco detrás del parapeto improvisado, mientras voy rezando para mí para que este maldito cacharro no falle está vez. Cuando siento que esos malditos mutantes están lo suficientemente cerca me asomo por encima de mi cobertura y descargo mi arma,Guauuuu!!! Esta vez siii, mi arma destroza a un par de esos malditos monstruos..

Después de disparar, Anna volvió a ponerse a cubierto.
Esto lo aprovechó Svetlana para aproximarse rápidamente a cubrir esa línea de fuego.
Nada más se acercó a la posición, un monstruo acababa de encaramarse encima del parapeto.
Disparó contra él con su revólver para que no tuviera la oportunidad de atacar a algún compañero.

Anton necesitaba recuperar el aliento tras haber levantado el transporte de acero oxidado, sus pulmones parecían estar repletos de agujetos y la saliva se le apelotonaba en la garganta, para cuando se había dado cuenta ya el grupo tenía a los mutantes encima. —Joder... perfecto...— Alcanzó a decir mientras recuperaba el aliento. —¡Hay que retroceder, vamos, llamad a los barqueros!— Gritó con fuerza, mientras que de su arnés retiraba una lolife a la que le quitó el seguro.

Levantó el arma, ya podía ver a los mutantes asomándose y arrojando esos horrorosos rugidos con forma de insultos y desafíos, el tenía que sobrevivir, el iba a sobrevivir a esto. Levantó el arma y empezó a disparar a los depredadores que cargaban a por su festín.

El último ataque de la horda no se hizo esperar, pero se encontró con una férrea resistencia por parte de los defensores. La dresina volcada gracias a la sorprendente fuerza de Anton les permitía concentrar el flujo de enemigos en un área menor y por tanto no tener la presión de tener que cubrir un frente más amplio. Algún que otro nosalis se las arreglaba para escalar la barrera pero también resultaba abatido.

Las diversas armas no dejaban de escupir balas, los mutantes muertos ya formaban un buen montón pero aquello no los detenía, los que sobrevivieran devorarían a los caídos y volverían a aumentar su número, como habían hecho tantas veces ya. Eran una plaga imposible de erradicar en el Metro.

No obstante, los cargadores de los que disponían los aventureros eran limitados, y el continuo uso estaba agotando la munición a pasos forzados. Aquellas armas, fabricadas en el Metro con piezas de repuesto y chatarra, tampoco es que fueran la créme de la créme, y con el continuo uso fue inevitable que sucediera. El arma de Marek, tras varias ráfagas seguidas, se acabó atascando, dejando vendido a su portador.  Por suerte, sus compañeros evitaron que alguno de los monstruos se le acercara lo suficiente como para atacarlo.

La situación se volvía cada vez más desesperada. El número de mutantes parecía no tener fin, y no había más lugares hacia los que huir, ya que meterse en el agua no era una opción salvo que se quisiera morir entre el fango y las garras de las gambas. Pero un rayo de esperanza alcanzó a los aventureros. Sobre el sonido de los rugidos y los disparos, oyeron que una campana respondía a la que ellos habían tocado. Solo tenían que aguantar un poco más y podrían escapar de allí.

Hubo momentos en que los nosalis casi consiguieron alcanzar al grupo, pero el sonido del motor de la barca cada vez más cerca les inspiraba a no cesar en su defensa. De repente, oyeron una voz gritarles – ¡Al suelo!

Algo voló sobre ellos y cayó justo en el hueco que la dresina dejaba libre para que pasaran los monstruos, un objeto cilíndrico con una pequeña llama en uno de sus extremos. Se produjo una gran explosión cuando la granada estalló en medio de la horda, enviando pedazos de nosalis por todas partes y dando un momento

La barca finalmente llegó a la orilla, sobre ella un hombre a punto de entrar en la tercera edad observaba a aquellos a los que acababa de salvar mientras con una mano sujetaba el timón y con la otra preparaba otra granada por si acaso – ¡Vamos, subid! – no había otra opción que hacerle caso si se quería vivir.

Los mutantes que quedaban les gruñeron desde la orilla, frustrados por haber perdido a su presa. Finalmente huyeron, para esperar a que los humanos desaparecieran del todo y entonces regresar a darse un festín con los cadáveres, aunque fueran de los suyos.

- Puff, ¿Menudo jaleo habéis montado eh? – comentó el barquero mientras dirigía la embarcación hacia la Tretjakowskaja - Menos mal que siempre llevo encima varias de estas. Aunque ahora será mejor que no armemos mucho escándalo. Las gambas andan revueltas y con esa explosión ya las debemos de haber alterado bastante. Mejor tener tranquilo el resto del viaje, ¿Eh? – dijo antes de echarse a reír como si aquello fuera su pan de cada día. Bueno, técnicamente lo era.

Me acurruco en el fondo de la barca haciéndome una bola como un gato

Sentada en la barca, aunque esperaba llegar sin ningún contratiempo a la otra orilla, recargó su revólver
y vigiló con él la superficie del agua por si algún monstruo de los que allí habitan tenía la ocurrencia de acercarse demasiado.

La adrenalina estaba a millón cuando de un momento a otro la luz cegadora de la granada se había apoderado de sus ojos, negando su visión por unos instantes que parecían eternos. Se sacudió la cabeza y frotó sus ojos varias veces solo para darse cuenta de lo que había pasado. Habían cuerpos, partes y sangre desperdigada por todos lados y el aroma dulzón a la carne chamuscada y la suciedad se habían apoderado del ambiente. No era de las experiencias más agradables en el metro.

Escuchó una voz detrás de él, les estaban llamando... y parecía que finalmente iban a lograrlo, por lo que no pensó mucho las cosas y decidió correr hacia atrás con la esperanza de subir a la barcaza que inició su rumbo una vez todos estaban dentro.

Observó al barquero y escuchó con atención sus palabras mientras todavía jadeaba por el escape. El metro era un agujero de desidia y egoísmo, donde los más fuertes sobrevivian a costa de dejar a los débiles convertirse en fiambres, pero aún así, quienes lo habitaban eran seres humanos. Quienes lo habitaban todavía conservaban aquello que les hacía conservar un alma. Todavía habían quienes se apoyaban los unos a los otros.

Le agradeció al barquero por su hospitalidad y empezó a pasearse por el vehículo acuático, intercambiando miradas con el resto del grupo. Parecían todos muy callados y tranquilos, y era normal, habían pasado por muchas cosas en lo que se supone que iba a ser un sendero a tomar hacia Tretjakowskaja. Dejó caer todo su peso sobre un asiento al borde de la embarcación y dejó que las palabras fluyeran como el aire que suspiraba. —Yo voy a Tretjakowskaja para conseguirle sustento a mi hija. ¿Y vosotros?— Abrió los brazos y los dejó sobre el barandal de la barca, con un gesto relajado. —Para haber pasado algo como esto, debéis de tener una razón que valga la pena, joder.

Gregori deseaba acomodarse en la barcaza y poder relajarse unos minutos después de la subida de tensión frente a los nosalis. Aquello había sido un "bailar con la muerte" en toda regla y las pulsaciones necesitaban volver a su estado normal.

Puede que por los nervios o por los deseos incontrolables de alejarse de la orilla cuanto antes, Gregori se movía torpemente y provocó que golpeara sin querer una lata de combustible que el barquero tenía amarrada a un lateral de la barcaza.

Fue como escuchar la caída de una olla al suelo. Ratón cerró los ojos maldiciéndose por aquella peligrosa cagada, sabiendo que estaba poniendo en peligro a todo el grupo.

-Lo que faltaba...-susurró con cara pesimista.

Allí en la barca los aventureros tuvieron unos instantes de respiro. Anton trató de entablar una conversación con nadie en particular, pero los ánimos por lo general estaban demasiado en shock todavía, y no era para menos, habían salido de allí por los pelos y eso era algo a lo que no todos estaban acostumbrados.

Cada uno estaba ensimismado con sus cosas, Svetlana recargaba su revólver, Anna simplemente se sentó en un lado con los brazos rodeando las piernas, Anton simplemente contemplaba como la lancha cortaba el agua apoyado en la proa… Y Marek intentaba desatascar su Bastarda, sin éxito por el momento. Llegó a un punto en el que se dispuso a aplicar toda su fuerza sobre el endiablado mecanismo… demasiada fuerza. El cerrojo se movió por fin a su posición habitual, pero la inercia del movimiento hizo que Marek, sin querer, golpeara la campana que colgaba inerte de una percha de metal.

El badajo empezó a realizar su función, golpeando los bordes de la campana una y otra vez, sobresaltando a todos, hasta que Marek consiguió agárrala y detener el sonido. Pero ya era tarde. Y aquello no fue todo. Anton se dio la vuelta rápidamente al escuchar las campanadas, de modo que no se dio cuenta de que un tronco de madera, de uno de los refuerzos que a lo largo de los años se habían construido por los túneles, sobresalía demasiado, y lo golpeó en la nuca, arrancándole un grito de dolor. Gregori, por su parte, dio un salto y golpeó un bidón de combustible metálico, cuyo sonido resonó también por todo el área.

^{¿Eso ha sido la cena?}

El barquero asistió al espectáculo sin alterar la expresión reticente de su rostro, si lo había cabreado el que no se hubieran estado en silencio y ahora toda gamba en cien metros a la redonda se estuviera dirigiendo hacia ellos, desde luego no se le notaba, simplemente lo aceptaba como un hecho y seguía adelante – Joder, desde luego tenéis la negra, eh? – opinó muy acertadamente – No me extraña que os persiguieran tantos mutantes antes. En fin, de todas maneras dudaba de que pudiéramos llegar pasar tranquilos, así que… – el hombre se agachó, abrió una caja metálica a sus pies y empezó a repartir granadas de fragmentación entre el grupo – En cuanto las veáis aproximarse, les lanzáis una de estas antes de que estén demasiado cerca de la barca.

En cuanto el barquero empezó a repartir granadas Svetlana enfundó su revólver para tener las manos libres para la nueva arma.
Nunca había lanzado una, pero lo había visto hacer. Sólo había que quitarle el seguro y procurar lanzarla lo más lejos posible.

-¡Allí hay una gamba cabrona!-exclamó mientras quitaba el seguro.

-¡Cómete esto, puta!-dijo con júbilo mientras la lanzaba.

Andrey miró de mala manera al resto de los ahí presentes cuando comenzaron a repartir granadas, la idea de que gente sin experiencia en explosivos se pusiera a lanzar granadas cerca suya, en un jodido bote. 

-Trae aquí joder, en tu vida has lanzado una de estas. No pienso dejar que ninguno de vosotros me vuele por los aires, ¿Habéis oído?-

Y le retiró la granada que iría para Anna, luego miró a Ratón, como pidiéndole con la mirada que hiciera lo mismo.

-¿Habéis usado una en vuestra puta vida?-

-Pues ésta que acabo de lanzar es la primera que lanzo en mi vida. ¡Y no ha sido tan difícil!
-comentó Svetlana, muy sorprendida por lo que a ella le parecía una exagerada reacción por parte del soldado.

-¡No perdamos el tiempo en discusiones, que se nos acercan peligrosamente los bichos!

—Te estás convirtiendo en una verdadera espina en el culo...— Dijo mientras le arrancaba el anillo al explosivo y miraba el agua removiendose y agitándose, no podía ver con claridad a las gambas entre todo el ajetreo, las luces y el estruendoso sonido de las explosiones causaban revuelo en su cabeza, la sacudió. Arrojó la granada a los pocos instantes sin apuntar a una dirección clara, al agua...

—¡Solo arrojadlas antes de que nos convirtamos en alimento para gambas!