Partida Rol por web

Cogí el arma con la ilusión de un niño al que compran un oso de peluche, pues a pesar de que le faltaba el ojo y estaba deshilachado, aquella arma poseía una belleza como pocas. Era sigilosa, mortal, y con suerte incluso podría recuperar la munición después de que el dardo se quedara clavado en el cuerpo de la víctima. ¿Por qué a veces era tan difícil acertar en el blanco? Me encontraba sumergida en mis ensoñaciones, cuando entonces la voz de la doctora hizo que saliera para que alzara el rostro y viera a los dos hombretones que nos observaba.

- ¿Qué quieres que hagamos? Largarnos de aquí antes de que sea demasiado tarde – pronuncié mirándolos de la misma forma que ellos nos miraban, sorbiendo por la nariz antes de observar nuestro alrededor en busca de las salidas – Este es su hogar, no el nuestro, igual que los nosalis en los túneles… nos toca huir como las ratas que somos. Ratas vivas.

Comencé a caminar mientras me colocaba el arma en el hombro, usando una correa de cuero viejo para sostenerla. Ya echaba de menos todas las monedas y armas de las que me había desecho y esperaba que hubiera merecido la pena. Porque lo que había sido nuestra misión de conseguir información… no había resultado demasiado bien. Nadie quería abrir el pico, menos con esos orangutanes vigilando el mercado.

- Será mejor volver con el resto, quizá hayan encontrado algo y… no me fío de que se vayan sin nosotras. No pienso darle a nadie mi parte del botín – dije con desconfianza hacia el resto del equipo. Tampoco confiaba en la doctora, pero la veía más inocente, mejor persona. Algo que no servía demasiado en estos días – Pero será mejor que no bajemos la guardia, no me gusta este sitio.

Anton iba escuchando todas las palabras de Marek con una ceja arqueada y los brazos cruzados. La deficiente luz en el lugar le confería el aspecto de una estatua tallada en piedra de forma tosca. Al removerse en el asiento su traje emitía un chirrido en el sillón. Tanteaba el peso de la bolsa y luego la dejó caer otra vez sobre la mesa.

—No será tan difícil como crees... lo será mucho más. El hombre tiene un porte marcial, puede conferirle la confianza necesaria a todo el grupo en cuestión de días. Además, si el hombre desaparece de un momento a otro la gente se dará cuenta, y sus dedos te van a señalar a ti como el máximo pendenciero justo después de él. Si estás abierto a consejos yo dejaría a Andrey para cuando haya dado todo lo que tenía que dar. Si ese supuesto avión es real, y lo encontramos... quizás ahí sea el momento indicado para apartarle del camino. Ahora... realmente aprecio tu regalo, Marek, pero el único hombre en quien confiaba para enviar el encargo con mi familia ya se ha marchado; lo mejor será darle un buen uso a estas balas y poner nuestro equipo de punta, con un poco de suerte... no se compararán a lo que recaudaremos una vez todo esto haya terminado.

Terminó el vodka de su vaso de un par de tragos, el cosquilleo descendió por su garganta hasta su estomago y se levantó. Erguido. Observó a la salida y miró a su compañero de dialogo. 

Anna y Svetlana, persuadidas por la indeseada atención que habían visto que levantaban, decidieron que habían probado ya bastante suerte y dar por concluida la búsuqeda de Semenovich, infructuosa por el momento. Ambas se dispusieron a salir del mercado, pero en cuanto empezaron a moverse, la pareja de matones que las observaba también se pusieron en marcha, aún intentando aparentar que lo hacían todo de un modo totalmente casual.

La multitud del mercado impedía que ninguna de las dos parejas avanzara muy deprisa, pero al menos las chicas podían estar seguras de que con tanta gente no intentarían nada descarado. Aún así, lo mejor sería que no se quedaran a comprobarlo. El tumulto ofrecía el escenario ideal para perder a los perseguidores de vista, ya que con algo de suerte podrían mezclarse entre la gente y esperar a que pasaran de largo para luego salir de allí y reunirse con el resto del grupo. Pero por el momento los matones mantenían la mirada fija en ellas, avanzando de manera lenta pero sin pausa hacia ellas, con quién sabía que intenciones.

Svetlana intentó no correr. Tranquila, no pueden hacerte nada aquí, entre la multitud. Intentó no mirar hacia atrás. Seguro que ya se han ido, son simplemente unos mirones. Intentó no entrar en pánico. ¡La gente! ¡Piérdete entre la gente!

Hizo un ademán de agacharse a atarse las botas y aprovechó para darle un toque a Anna en el brazo. Después se desplazó, medio agachada, hacia uno de los lados, alejándose de la vía principal del mercado. Confiaba en su pequeño tamaño y en la cortina de humo que suponía todo aquel tumulto para escapar de sus perseguidores. 

Por otro lado, su melena roja, aunque discretamente recogida en una coleta, era como un faro que brillara en la noche. Cualquier barco a cuarenta kilómetros a la redonda podría ubicarlo sin problemas. 

Miré de reojo a los hombres que, de forma tan poco disimulada, habían comenzado a seguirnos mientras fingía mirar los puestos. De momento parecían estar solos y no sería difícil perderlos entre la multitud, había demasiada gente como para salir corriendo lo que hacía también que hubiera demasiada gente como para que nos vieran con claridad debido a nuestra estatura. Nosotras no éramos dos armarios de cabezas rapadas, ni íbamos uniformadas.

Cuando la doctora decidió agacharse y así escabullirse entre la multitud, yo decidí ir al lado contrario, tratando de buscar un hueco entre la gente para abrirme paso hasta una de las salidas y largarme de allí antes de que me dieran caza. Quizá separarnos no era muy buena idea en un lugar así, pero no pensaba darme pillar por las torpezas de una pelirroja. Era mi compañera, y qué demonios, hasta le había cogido algo de aprecio en nuestro camino hasta aquí. Pero mi vida era demasiado valiosa como para malgastarla por culpa de otra persona.

Así pues… me eché la capucha del abrió por encima de la cabeza y comencé a moverme entre la gente tratando de ser rápida, no podía ser tan difícil salir de allí y aún tenía una multitud de personas separándome de ellos. Si no era la pelirroja la que había llamado su atención, que entonces todos mis problemas se habrían marchado con ella.

Las jóvenes no conseguían perder a sus perseguidores y estos poco a poco iban reduciendo la distancia, ya que conforme iban perdiendo la paciencia y las formas dejaban de intentar avanzar por los huecos para directamente empujar a aquellos que se les ponían por delante, La gente intentaba no hacerlo, pero no había mucho espacio al que apartarse, por lo que a pesar de su agresividad los matones aún tenían problemas para acarcarse correctamente.

Anna se separó de Svetlana en un intento de despistar un poco más al par de hombres, quizás así al menos una de las dos pudiera tener más oportunidades de escapar y avisar a los demás de que alguien los tenía en el punto de mira. Los dos mafiosos también se dividieron, cada uno en persecución de una de las chicas. A pesar de los esfuerzos de estas, no conseguían quitarselos de encima. La melena de Svetlana atraía a su perseguidor como la luz a una polilla, mientras que por la zona en la que se movía Anna empezaba a haber menos gente y era más difícil esconderse entre ella. Al final, ambos matones las alcanzaron, agarrando a cada una de un brazo con fuerza e impidiéndoles huir más, arrastrándolas hasta quedar los cuatro en un rincón apartado del mercado.

- Quietas ahí - dijeron amenazantes - Estáis alterando el orden en la estación y es nuestro trabajo impedir que eso pase. Tenéis que venir con nosotras, estáis detenidas - estaba claro que en la Tretjakowskaja había alguien interesado en que no se hicieran ciertas preguntas.

Marek asintió:

- Cuando llegue el momento acabaremos con él antes de que haga lo que dijo a Ratón hoy*. Cuando dormimos debemos tener a uno de nosotros dos fingiendo no estar despierto. Odio a los hombres de arena**.

Anton comentó acerca del único contacto con su familia:

- En ese caso conservalo, y pongamos a tope nuestras herramientas. Cuidado al salir, ventanas y demás. Esta noche apenas confío en nada ni nadie. No mientras él (Rezno) respire.

Svetlana miró atemorizada a Anna. ¡Haz algo! Le urgió con la mirada, pero ésta parecía tan paralizada como ella. -Le prometo que no estábamos haciendo nada. Solo unas compras... nada más. -durante unos segundos continuó paralizada, tal vez por el miedo, por lo violenta de la situación; pero después de envalentonó. Echó mano a la mochila, siempre con cuidado de no hacer ningún movimiento que se pudiera interpretar como un ataque, y les enseñó a aquellos gorillas el parche distintivo que la identificaba como médico del metro. 

-De todos modos... ¿es que no sabéis que estáis intentando detener a una médico? ¡Tenemos vía libre en todo el metro, tanto en la Hansa como fuera de ella! Y estoy... estamos, en una misión humanitaria de suma importancia. -giró la cabeza hacia Anna, buscando algo de apoyo. -Ella es mi guardiana, mi protectora. Y tan solo estábamos de compras, aprovisionándonos de medicinas y balas para continuar el viaje. -Svetlana sacó algunas gasas y parte del botiquín que llevaba encima para dar veracidad a sus palabras. 

-¡Así que os exijo que nos dejéis marchar! Hay muchas vidas en juego. Hombres, mujeres, niños...

Los dos aventureros charlaban tranquilamente en su rincón de la Seta Fermentada mientras se repartían las ganancias y el alcohol adquirido, el asunto a tratar era cuanto menos peliagudo y sin duda sería un problema que acabaría estallando en el futuro. La cohesión del grupo, a pesar de lo vivido juntos, no parecía ser tan fuerte como podía dar a entender.

No habían dado con Semenovich pero sí habían averiguado información sobre donde y cómo encontrarlo, ahora podían seguir buscando por su cuenta o ir a reunirse con el resto del grupo a ver si ellos habían tenido tanta suerte. Hacía ya rato que se habían separado y la estación no era pequeña, reencontrarse todavía les llevaría un buen rato.

Pero entonces, casi de reojo, vieron que un par de hombres las observaban disimuladamente. O todo lo disimuladamente que sabían, que no era mucho, a lo cual no ayudaba que sus cabezas rapadas destacaran entre la multitud del mercado. No parecían amigables y eran bastante corpulentos, pero por el momento se contentaban con vigilarlas de lejos. Iban vestidos con una chaqueta de cuero marrón una cruz negra en cada hombro. Que los dos fueran igual en un mundo en el que todo el mundo se las arreglaba como podía, solo podía significar que pertenecían a alguna organización con la capacidad suficiente como para darles señas de identidad a sus miembros. En la mayor parte del Metro, aquella descripción se refería a los varios gobiernos que se habían establecido en las estaciones y líneas. En la Tretjakowskaja, solo podía significar una cosa: mafia.

Intentó ser sutil para hablar con Anton:

- No te gires, esos capullos de la cabeza rapada nos siguen. Dime que eres bueno con el sigilo y nos podemos escabullir, sino deberé hacer un pequeño número de caza a las ratas. Solo rezo porque no los haya mandado un viejo amigo. ¿Qué me dices?

Anton caminaba indiferente a la situación. Cómo una lancha que se abre camino en el mar de cloacas él lo hacía con el populacho del lugar. Giró sutilmente su cabeza para encarar a Marek y se acomodó la chaqueta con gesto impaciente.

—Espero que no sea por el altercado de la galería de tiro. Será mejor que nos movamos rápido si queremos encontrar al resto... en una pieza. Sigamos andando, todavía tenemos el día sobre nosotros.

Y eso hizo, seguir caminando. A un paso más apresurado.

Marek se preparó para ejecutar el plan que habían concebido él y Anton. Mientras se escabullían disimuladamente, le respondió:

- Tengo la impresión de que ha sido por preguntar demasiado... ¿Los emboscamos para interrogarlos o para escurrirnos hasta donde están los nuestros?

Bajo el abrigo, sus armas estaban engrasadas y listas para la acción que podía ser inminente.

Andrey y Gregori mataban el tiempo sentados en una de las mesas del bar, esperando en silencio a que Igor Semenovich apareciera por fin, según les había prometido el barman. El tiempo pasaba lentamente y no había mucho que hacer, por lo que el aburrimiento pronto hizo mella en los aventureros.

Pero entonces, casi de reojo, vieron que un par de hombres, los cuales no sabían en que momento habían entrado en el bar y se habían sentado, los observaban disimuladamente. O todo lo disimuladamente que sabían, que no era mucho, a lo cual no ayudaba que sus cabezas rapadas destacaran entre la multitud del mercado. No parecían amigables y eran bastante corpulentos, pero por el momento se contentaban con vigilarlas de lejos. Iban vestidos con una chaqueta de cuero marrón una cruz negra en cada hombro. Que los dos fueran igual en un mundo en el que todo el mundo se las arreglaba como podía, solo podía significar que pertenecían a alguna organización con la capacidad suficiente como para darles señas de identidad a sus miembros. En la mayor parte del Metro, aquella descripción se refería a los varios gobiernos que se habían establecido en las estaciones y líneas. En la Tretjakowskaja, solo podía significar una cosa: mafia.

Los hombres escucharon a Svetlana sin cambiar en ningún momento la expresión de su rostro, pero cuando esta dejó de hablar, se echaron a reír con ganas como si les acabaran de contar el chiste más gracioso del mundo. Al ver la indignación que aquello despertaba en las chicas, se pusieron a reír aún más fuerte, a uno de ellos incluso se le saltaban las lágrimas. Pero una vez se hubieron recompuesto, volvieron a adoptar la pose y la actitud amenazadora de antes, con sus cuadrados rostros tan serios y duros como una roca - ¡Que nos exije, dice! Mira, aquí, ni la Hansa ni nadie más que nosotros pone las normas, doctora. Y a nuestro jefe no le gusta que la gente vaya preguntando por ahí sobre su invitado especial. Tenemos que llevarle a todo aquél que veamos tocando las narices, así que sed buenas y no os pasara nada. Sería una pena tener que estropear unas caras tan bonitas... -  el hombre alzó una mano y cogió a Svetlana de la barbilla mientras sonreía maliciosamente.

De repente, sonó una especie de silbido y uno de los matones cayó al suelo gritando y llevándose la mano a la pierna izquierda, de la que sobresalía un largo tornillo, que se había clavado profundamente en la carne. Sin que nadie se diera cuenta, Anna había conseguido alcanzar su arma y dispararla contra el hombre.

Antes de que el otro matón tuviera tiempo de reaccionar para ayudar a su compañero o detener a las chicas, Anna agarró del brazo a Svetlana y tiró de ella - ¡Corre! - gritó al tiempo que ella misma salía disparada en una dirección aparentemente aleatoria. Al estar en un rincón más apartado era más fácil moverse y escapar, a lo que ayudó que la gente se alejara de aquella zona a causa de los gritos del herido, no queriendo verse envuelta en los asuntos de la mafia.

No podían saber si el otro matón las perseguiría o se quedaría con su compañero, pero era mejor correr sin mirar atrás. Tras recorrer cierta distancia, a punto de salir del mercado, las jóvenes vieron que en la entrada había otros dos matones, uno de ellos hablaba por una radio, seguramente con la otra pareja. Tras intercambiar un par de frases guardó el aparato y los nuevos dos enemigos empezaron a adentrarse en el mercado, buscandolas. Pero esta vez tenían la ventaja de que los veían venir y ellos a ellas no. Anna llevó a Svetlana a un rincón y la miró fijamente - Tenemos que llegar hasta los otros, si nos buscan por estar preguntando seguro que también iran a por ellos. Será mejor que nos separemos. Andrey y Gregori iban al bar y Marek y Anton a la caseta de tiro. ¿Donde prefieres ir tú? Yo avisaré a los del otro lugar.

Marek y Anton abandonaron la pequeña taberna sin problemas, cuidando de que sus movimientos fueran todo lo casuales posibles. Porque habían acertado, nada más salieron por la puerta los dos cabezas rapadas se levantaron también de sus sillas, dispuestos a seguir a sus objetivos. Los aventureros avanzaban con paso desiteresado, como si simplemente pasearan por el gusto de hacerlo, explorando la estación y sus recovecos. Sus perseguidores se cuidaban de mantener la distancia y seguir el mismo paso, tratando de que no se notara que los estaban siguiendo. Igual que con el momento dentro del bar, en el exterior pasar desapercibidos tampoco se les daba muy bien.

De vez en cuando, al girar por una esquina, Marek y Anton escapaban de la vista de los matones durante unos momentos. Al principio, estos aumentaban el ritmo para no perderlos de vista y que no supieran por donde se habían escabullido. Pero cada vez que giraban la misma esquina, Marek y Anton estaban allí, paseando igual que antes. Y así, los hombres acabaron confiandose. En uno de aquellos giros, los matones siguieron con su calma, pero al llegar al cruce descubrieron que allí no había nadie. Descocertados, miraron en todas direcciines, sin encontrar niguna pista del paradero de sus objetivos.

Svet no tuvo tiempo de asimilar la gravedad de la situación. No tuvo tiempo de hacerse a la idea del lío en el que se acababan de meter al disparar a un agente del Hansa dentro de una estación llena de gente inocente. Su primer instinto fue el de examinar la herida, el de dar socorro al herido. Pero alguien tiró de ella; era Anna, que la sacó de su trance. Antes de que el otro matón tuviera tiempo de reaccionar, las dos salieron disparadas hacia la entrada del mercado. Solo tuvo tiempo de decir: "¡Ve al bar, yo buscaré a Marek!", antes de ver a Anna desaparecer tras una esquina. Ella hizo lo mismo, echando vistazos nerviosos por encima de su hombro, para ver si alguno de aquellos cabezas rapadas la estaba siguiendo. 

Era su pelo... llamaba demasiado la atención. Intentó cubrirselo con la capucha de la chaqueta para pasar desapercibida y se encaminó, ya con más calma, mezclándose entre el gentío, hacia el lugar donde se suponía que debían estar Anton y Marek: la caseta de tiro.

¡Joder, le he disparado! ¡He visto como el tornillo le atravesaba la pierna! - seguía pensando sin poder dar crédito a lo ocurrido. Todo había sucedido muy deprisa. Nos seguían. Claro que nos seguían. Y nos habían cogido ya. A las dos. ¡No tuve más remedio que apuntar a su pierna, era él o yo!

Tras girar la esquina y cerciorarme de que no me seguían frené en seco. Necesitaba tomar aire y tranquilizarme un poco, analizar la situación. Seguramente iba a ser complicado salir de aquí. Esos dos ya habrían dado la alarma y más mafiosos estarían buscándonos. No sería de extrañar.

Tenemos que llegar hasta los otros, si nos buscan por estar preguntando seguro que también irán a por ellos. Será mejor que nos separemos. Andrey y Gregori iban al bar y Marek y Anton a la caseta de tiro. ¿Donde prefieres ir tú? Yo avisaré a los del otro lugar - había dicho tan solo dos minutos atrás.

Algo no andaba bien ¿Desde cuándo me importaban tanto? Siempre he sido yo y solo yo. Todos son iguales y a nadie le importo. Solo me usan y yo los uso a ellos...pero ahora mismo los necesito- recapacité finalmente.

Svetlana había dicho que iba a avisar a Marek y que yo fuese al bar. Me ceñiría al plan.

Por los momentos, el improvisado plan había salido a la perfección. Iban a emboscarles.

Intentaba buscar con la mirada a Marek; el cabrón se había escondido bien... estuviese donde estuviese. Por su parte, el lograba mantenerse lo suficientemente silencioso detrás de las sombras como para no ser detectado. Al ver como se iban acercando aquellos dos hombres de cabeza rapada se dio cuenta de que tenían el tiempo encima, debían ocuparse de ellos dos o en el peor de los casos podrían venir más a buscarles. Con un poco de suerte las cosas serían diferentes.

Sin mediar palabras, apareció de entre las sombras como un búfalo cargando hacia sus enemigos: arrojó su frente en linea recta intentando derribar a alguno con un potente golpe de cabeza. Le dejaría a Marek el resto.