Partida Rol por web

En cuanto os acercásteis a la mesa de Klint, este os señaló las cuatro sillas libres que estaban al lado. En la mesa había comida para que desayunárais y respusierais fuerzas - cuatro cuencos con gachas, pan y varias jarras de cerveza-.

- Espero que hayáis dormido bien, muchachos. Antes de nada, os presento a Oskar Schnell, se dedica al oficio de las armas y Granos Steiner lo acaba de poner en nómina para que os ayude en vuestro cometido. Espero que entre los cinco, logréis conseguir el núcleo.-

Julius hizo una breve pausa que aprovechó para echar un trago de cerveza.

- Bien, veréis, el núcleo tiene el tamaño de un puño, pero no puede ser transportado así como así; tiene un enorme poder y destruirá a quienes estén en contacto con él o a muy escasa distancia debido a su energía oscura. Para traerlo necesitaréis una caja de plomo con las bendiciones de un sacerdote de Sigmar, así que id a hablar con Ungrim el herrero enano y con el predicador Stefan. El  enano tiene una fragua improvisada en un tenderete en frente de la posada y el predicador posee una pequeña chabola adyacente a la fragua de Ungrim, con suerte los encontraréis juntos. Ya les envié recado anoche, así que ya están informados, pero os darán instrucciones para conseguir la caja bendecida.-

os dijo Klint.

Rolde, tras la noche de sueño reparador se levantó de bien humor. Con una tonada en los labios se vistió, admiró las formas femeninas de la somnolienta Ekhaterina y se preparó para bajar a desayunar. Cuando sus compañeros estuvieron listos descendió a la posada con ellos.

-Buenos días, Herr Klint. Os veo muy recuperado. Ni un uro tendría vuestra fortaleza. - Sonrió de medio lado ante su propio chiste.- Herr Schnell, soy Rolde Von Kolek. Encantado de conoceros.

Mientras Klint daba las instrucciones, Rolde se dedicó a dar fin a las viandas. Tenía hambre, y tanto en Pozo Negro como en Mordheim iba a necesitar de todas su fuerzas.

Oskar se levantó de la mesa, tras terminar su desayuno, y con los pulgares en el cinturón dijo

-Estos son los intrepidos aventureros de los que me hablaste Julius?, no parecen tan duros como me comentaste. Sabed señores y señorita que lo único que busco en esta misión es aumentar mi bolsa y no caer en esta apestosa ciudad; puede que aún no nos conozcamos  pero tened una cosa clara la única manera de no salir de esta ciudad con los pies por delante es cubrirnos mutuamente las espaldas y estar atentos a todo lo que se mueve por ahí.

Dicho esto salió de la posada y espero en la calle a sus nuevos compañeros, pues ya habia hablado previamente con Julius Klint los detalles de la misión.

Esa guardia había interrumpido el sueño de Khat

- Que cara debo tener, así no se puede...- dijo soltándose el pelo delante de la ventana, aprovechando el reflejo del cristal para cepillarse un poco el pelo. Después se maquilló un poco, y después de esto, dijo a sus compañeros que se iban a desayunar:

-Ahora bajo, id desayunando.-cerrando los labios para maquillarse, no quería parecer una fulana, puesto que aquí tenía que haber mucho hombre desesperado de no catar mujer. Si lo intentaban, tenía el acero preparado. Cuando acabó, se colocó el justillo de cuero, puesto que el vestido no era necesario, iban a empezar ya a trabajar.

Khat bajó las escaleras tranquilamente y al entrar en la bulliciosa sale, dijo un escueto buenos días a los de la sala, aunque no la hubieran escuchado. Le pidió el desayuno al tabernero y se fue a sentar con sus compañeros, que estaban con el maltrecho Klint, y un hombre al que no conocía. Cogió una silla y se sentó al lado de Mordekai, mirando sus heridas, escuchando a Klint, y diciéndole:

- Estás hecho polvo Mordekai.-sonriendo y comiendo un trozo de pan. Cuando el hombre se presentó, Khat le miró fijamente, y cuando se estaba yendo, dijo a sus compañeros:

- Ni que fueramos una banda de goblins...

Asiento   ante las  palabras de  Ekhaterina.Cierto muchacha he tenido  mejores  días  .Señalo los vendajes y luego al  nuevo.Pero ya sabes  las heridas son las  marcas del guerrero y las lenguas afiladas las de los comerciantes  y  los  matones de taberna......

A Krauser no le entusiasmó la idea de incorporar a un nuevo miembro, aunque bien sabía que una espada más les iba a ser muy útil.

Ahh… No parecemos tan duros, pero no has tardado ni un minuto en hablar de cubrirnos las espaldas. Si esperas que cubra tu espalda dándote esos aires será mejor que te adentres solo en la ciudad.- Acarició su bigote mientras pensaba- Esperemos a ver que ocurre más adelante, de momento tampoco nos molesta su compañía…

Después de escuchar la conversación en la habitación de Klint Krauser bajó a tomar el desayuna junto al resto.

-Tranquilos, en dos días se estará hablando de los mandobles de Mordekai por todo el pozo –dijo sonriendo al tiempo que posaba su mano en el hombre del norteño- Tranquila Khat, habrá tiempo de demostrar si somos duros o no. De momento lo primero que ha hecho es asegurase de que le cubriremos el trasero… -dijo a la joven en referencia a las palabras del nuevo, que no había causado buena impresión en Johann.

Los aventureros salieron al exterior de la posada; en la "calle" sin empedrar se movían artesanos, mercenarios, comerciantes...

La pequeña fragua improvisada de Ungrim estaba ahí mismo, de hecho podíais verla desde el porche de la taberna. Una construcción de madera con los elementos sufcientes para construir o reparar armas y armaduras, algo realmente necesario en Mordheim. Un pequeño fogón, un fuelle de importantes dimensiones y una pila de piedra que servía de molde de espadas y lanzas componían las posesiones del enano.

Sin más dilación, los miembros del equipo de seguridad de Granos Steiner se dirigieron allí.

Nada más llegar vieron al enano discutiendo con un hombrecillo de largos y canosos pelos que vestía un hábito de tela de saco. 

El enano reparó en vosotros en cuanto os vio llegar.

-Mira Stefan, estos deben de ser los hombres de Klint.-

le comentó al predicador.

- Saludos, mercenarios. Soy Ungrim, el herrero del Pozo Negro. Klint me comentó que teníais un encargo especial para mí, una caja que os protegiera de los malsanos efectos de la piedra bruja. Bueno, dado que le debo un par de favores a Julius os la construiré gratuitamente. No obstante, dada la escasez de materiales de estos tiempos, tendréis que conseguirme el plomo necesario para forjarla, ya que yo no dispongo de él. Sé de una pequeña forja en el barrio de los mercaderes de Mordheim donde sin duda alguna tendrán un par de lingotes de plomo. Con eso será suficiente.-

les explicó el enano a los aventureros.

- Stefan... ¿No quieres comentarles nada?-

le inquirió al predicador.

- Claro, claro... una caja de esas características...-

respondió el predicador mirando al enano.

Luego se dirigió a vosotros.

- Oh, es bueno ser piadoso en éstos tiempos tan aciagos, la muerte y la oscuridad se acercan. Esa caja necesitará las bendiciones de un hombre santo para evitar que el maligno poder de la piedra bruja y del Caos os aniquilen. Para dároslas necesitaré la fuerza de una reliquia de un santo Imperial, en la cripta del templo de Sigmar reposan los restos incorruptos de San Marinius en un relicario de plata. Si me lo traéis, podré bendecir la caja y garantizaros que no sufriréis ningún mal.-

os dijo.

Los aventureros asintieron ante las palabras de los dos sujetos: necesitaban un par de lingotes de plomo y unas reliquias. Los destinos de su búsqueda: una fragua en el barrio de los mercaderes y las reliquias incorruptas de San Marinius, que dormían el sueño de los justos en una cripta bajo el Templo de Sigmar. Habían tenido suerte, ambos lugares estaban bastante cerca.

Se pusieron en camino.

En escasos minutos llegaron hasta la Puerta Sur de Mordheim, una muralla rodeaba el perímetro de la ciudad y, en principio, la protegía de cualquier asalto por tierra. Una lástima que el cometa hubiera llegado por aire.

Un par de gágolas con las caras destrozadas por algún siervo del Caos -o quizás un ciudadano en un arrebato de locura- presenciaron, silenciosas, la entrada de nuestros protagonistas en la urbe. Llegásteis directamente al barrio pobre, antaño hogar de los desposeídos y menesterosos, hoy era un yermo de ruinas y casas destruídas por el impacto del cometa. En algunos lugares, se podía ver hogueras y restos de techumbre ardían lanzando un espeso humo negro a la atmósfera.

Estábais allí, después de un larguísimo viaje desde Altdorf: Mordheim, la ciudad de los condenados en todo su esplendor.

Con mucho cuidado y los sentidos alerta, avanzásteis entre cascotes y maderos, entre muretes medio destrozados y vigas que en otro tiempo soportaron tejas que protegían de la intemperie y las inclemencias del tiempo a los habitantes más necesitados de la ciudad. Ibáis en dirección al barrio de los mercaderes.

Llegásteis a un punto en el que se vislumbraba vuestro objetivo, un barrio lleno de edificios altos en un estado relativamente aceptable. El anfiteatro de Ruprecht von Sydon estaba justo detrás vuestra. Varias casas -antes comercios- y un pequeño torreón poblaban la calle que daba al barrio de los mercaderes. En la vía pública, basura por doquier y algún cadáver que era pasto de los perros sarnosos y demás alimañas que ahora llenaban la ciudad.

De repente, por un callejón lateral, se acercó una extraña figura; encorvado, desharrapado y vestido con túnicas y una capa con capucha, se acercó un avejentado hombrecillo.

- Buenos días aventureros, mi nombre es Saúl el Ciego. Así me llaman porque cuando cayó el cometa me saqué los ojos para evitar observar a los demonios que pulularon por la ciudad y a las bestias inmundas que salieron de las alcantarillas. Conseguí mantener la cordura y ahora sobrevivo como puedo ayudando a los mercenarios que intentan labrarse un futuro aquí. Soy capaz de leer el futuro y conozco todas las noticias y referencias de interés. Os daré un consejo gratuito porque al primero invita la casa: yo no iría por la calle que tenéis enfrente: una partida de elfos oscuros ha ocupado la pequeña torre que veis al fondo y están listos para reventar a virotazos a cualquier imprudente que se atreva a pasearse por la zona. Los manda un tal Mengil, un príncipe entre los de su raza, y al grupo los conocen como los desolladores. Buena suerte.-

os dijo.

Tan rápido y silencioso como había aparecido, se marchó, dejando a los aventureros en la disyuntiva de elegir entre dar un rodeo o enfrentarse a los elfos oscuros que pretendían emboscarlos. No había estado mal la intervención del misterioso ciego; se contaban cosas muy pero que muy peligrosas sobre los elfos oscuros -que mataban por placer, que esclavizaban a los vencidos, que no tenían piedad- así que evitar una emboscada a todas luces mortal era un presente nada desdeñable por parte del Ciego.

Escupo a  un lado.Elfos  oscuros  ?.Pfffff, como si esta  ciudad  no fuera  ya bastante peligrosa.Temo a  pocas cosas  pero esos  elfos  oscuros  ........

Cuando el viejo apareció Rolde deslizó las manos a las armas.

-Gott in himmel, que susto.

Una vez que se fue, se dispuso a hablar con su grupo sobre los elfos.

-Me parece absurdo enfrentarnos porque sí a los elfos oscuros. No vamos preparados para ello, están protegidos y probablemente mejor pertrechados que nosotros. Deberíamos pasar de largo, creo yo.

El rebanador resopló cuando el hombre se largó, acto seguido desenvainó su alfanje y se ajustó el escudo en la mano izquierda.

-Pues qué queréis que os diga, a mi este tipo no me da confianza. Dice que se arrancó los ojos y que así consiguió mantener la cordura… No tiene sentido. Y sobrevive ayudando a mercenarios, cuando no hemos oído hablar de él en todo el pozo. – Paró de hablar mientras negaba con la cabeza.- Yo no sé si esa torre está llena de elfos, lo cierto es que es un buen lugar para atrincherarse, como tampoco sé si nos espera una emboscada por el otro camino. Yo no me fío de nadie.

Tomó aire y esperó por si alguno de sus compañeros quería añadir algo, mientras pensaba cual sería su decisión.

-Yo tomaría el camino que nos ha dicho que evitemos el ciego. Buscando posiciones que no nos mantengan a tiro desde la torre, si no lo conseguimos o vemos algo raro volvemos y vamos por el otro camino.

Desde vuestra posición, un poco avanzada respecto al Anfiteatro, podíais ver una silenciosa calle, con edificios en ruinas y otros aún más o menos enteros. Antiguas casas, comercios y posadas.

Por su parte, la torre que os había mencionado Saúl el Ciego, estaba a mano izquierda, a medio camino entre vuestra posición y el objetivo -barrio de los mercaderes-; desde ella, se dominaba la calle tanto si se subía como si se bajaba por la misma. El acceso a la torre, según pudísteis observar, era un portón de madera ennegrecida que actualmente se encontraba cerrado. Varias troneras y un amplio ventanal -sin cristalera- ofrecían unas impresionantes vistas a quien allí estuviera.

Por lo que os dijo el Ciego, tenía otro acceso, por un callejón, en una calle paralela a la que vosotros os encontrábais.

Finalmente, la calle en cuestión estaba poblada de basura, una carreta destrozada y saqueada y varios cadáveres en proceso de descomposición.

Oskar poniendo la mano en su espada sin desenvainarla, y estando atento a cualquier movimiento extraño a su alrededor dijo a sus compañeros.

-Estoy seguro de que en esta ciudad hay cosas mucho peores que esos elfos escondidos; pero si podemos evitarnos algunas de ellas dureremos más frente a las que nos resulten un reto más apasionante.

Oskar se mantuvo alerta mientras sus compañeros se decidian.

-A lo mejor a títe resulta apasionante que te agujereen la piel, pero personalmente prefiero salir entero y sin más agujeros de los que ya tengo en el cuerpo.
Opino que deberíamos evitar todo enfrentamiento excepto el que influya muy directamente en nuestra misión, y aun ese intentar capearlo sin necesidad de que nos hieran.

Una racha de viento frío le hizo arroparse más aun con su abrigo. Al meter las manos dentro, palpó su daga como reconfortante.

Bueno, si hay problemas, sé que cuento con Mordekai, Johann y Khat, y sobre todo con esto.

Desenvainó la daga y comenzó a limpiarse las uñas con ella.

-Vamos rodeando pues, ¿no?

Ya me conocéis  no rehuyo nunca una buena pelea  pero  prefiero  evitar a los druchii .Digo casi escupiendo la  última palabra como si  solo pronunciarla  me llenase de bilis la boca.Hay pocas  cosas  que atemoricen el corazón de un nórdico  pero las arcas  negras  son una de  ellas.

-Bien, pues rodearemos- Espetó con gesto bastante serio- Pero no esperéis que el camino que nos ha sugerido el ciego esté libre de peligro.

Johann habló sin la intención de reprochar nada, solo pretendía que nadie se relajara por haber tomado la opción supuestamente segura.