Partida Rol por web

Salis del edificio y Alexander te guía a través de las callejuelas de la ciudad.

- Por la noche correremos. Debemos llegar a la ciudad siguiente antes del amanecer, así que sigue mi ritmo. Durante el dia nos llevarán en diferentes coches. Es la única forma de que no nos sigan la pista.

No responde a tu pregunta hasta que casi habéis llegado a las afueras. Te mira y te sonríe con esa ferocidad innata.

- ¿De verdad quieres saberlo? Lo conocí el día que maté a su Sire.

Sentí algo similar a la ira dentro de mí, pues Arbjorn es mi creador y mi amante, no podía concebir que Alexander le hubiera hecho pasar por tal calvario.

_¿A su Sire?_ preguntó intentando disimular el malestar de sus palabras _ Entonces, o era muy anciano, he de suponer...

Intento desviar mis sentimientos de la conversación. Alexander podría descubrir ciertas debilidades que podrían perjudicarme seriamente, yo no sólo a mí. Pero pronto la curiosidad supero al coraje.

_¿Cómo ocurrió?

Él solo sonríe y dice. - Corre.

Entonces se lanza a la carrera y le sigues a la zaga. Te cuesta mantener el mismo ritmo e, hiriendo tu propio orgullo, claramente reduce su paso para que no te quedes demasiado atrás. Cuando más o menos os ponéis a la altura, vuelves a oír su voz, a la que se le añade el frenesí del ejercicio.

- Respeto el trato que los gangrel nos debemos unos a otros. Pero hay una cosa que no consiento que se viole: mi dominio. El Sire de Arbjorn quiso entrar sin permiso, alegando motivos que a mí poco me importaban. Simplemente le arranqué la cabeza. Al chiquillo lo dejé vivo. Era fiero... - Notas la malicia de sus ojos escrutándote. - Gracias a lo que hice ahora Arbjorn es lo que es. Me lo debe. - Sonríe con regocijo.
 

Herida en mi orgullo, alcanzo a Alexander cuando aminora.

_Entiendo, eres muy territorial, algo respetable si me permites. Es normal entre los nuestros. No sabría cómo habría actuado yo en tu lugar, pero comprendo la sobreprotección que imponemos algunos a nuestros dominios o cotos de caza...

No intentaba complacerlo, sólo era sincera. Como Gangrel, aunque joven, sabía la importancia del territorio para algunos miembros de nuestro clan. Defender tu propia tierra contra cualquier invasor, es algo digno. O al menos eso pensaba yo en aquel momento. 

Sonreí ampliamente y añadí: _¿Seguimos?

Él te devuelve la sonrisa, quizás algo menos amenazadora que antes. Asiente y vuelve a acelerar la marcha. Bajo vuestros pies crujen la hierba y las ramas que rompéis en vuestra carrera, atravesando bosques y praderas.

A apenas una hora del amanecer llegáis a una ciudad pequeña. Alexander, con paso decidido y manteniendo el ritmo, se interna en sus calles hasta llegar a un todo terreno. Allí hay esperando un joven con los vaqueros rotos y una chaquetilla. Éste abre el portabultos, donde hay una lona enganchada a media altura.

El gangrel se sube y se tumba bajo la lona.

- Será mejor que aceleres, niño. - Le dice al chaval.

La marcha reconforta mi ser a pesar de una notable ausencia. Sin conocer a Alexander, me veo obligada a seguirlo y, aparentemente, a obedecerlo, evitando su furia animal. 

No hacen falta más palabras, al menos por ahora. Además, nunca sabes quién o qué puede estar escuchando. Pendiente de todo cuanto nos rodea, sigo a mi "guía" y lo imito cuando llegamos junto al desarrapado muchacho. 

Espero que esa lona sea lo suficiente tupida y gruesa para que la luz del sol, próxima dado la claridad que amenaza la franja del cielo oriental.

La luz apenas entra por la parte de atrás del coche, cuyos cristales han sido tapados con algún cartón. Ya debajo de la lona la oscuridad es total, aunque hay que agradecer que el sol del norte no caliente tanto pues si no aquello sería un asador.

El día, que hace a los vampiros más vulnerables, te procura un sueño rápido. Y cuando te quieres dar cuenta ya estás abriendo los ojos. El vehículo sigue en marcha y Alexander parece que todavía no ha despertado.

Observo a mi guía mientras duerme, mas esta vez no intento despertarlo, pues el lugar es estrecho y nos arriesgamos a descubrirnos si vuelve a arrebatar contra mí por molestar su sueño.

Me tumbo de espaldas y coloco los brazos tras mi cabeza, mirando la lona que hace las veces de techo. Siento la sed aflorar en mi interior, pero intentaré tener paciencia. Pronto tendremos algo que cazar o eso espero.

Finalmente el coche se para y la puerta de atrás se abre. El joven de la noche anterior corre la lona hacia atrás y te permite salir. Menea el pie de Alexander varias veces, intentando sacarlo de su "sueño". Craso error. Un par de segundos más y el cuerpo del joven aterriza contra el asfalto. Lo único que dice el gangrel es:

- Joder. Puta manía con despertarme. - Mira a su alrededor para ver dónde esta y sonríe, con la fiereza que destaca en él. Sus ojos se clavan en los tuyos. - Si esta noche corres bien, llegaremos a la frontera germana antes de que amanezca.

Al ver al muchacho despertar a Alexander no puedo hacer otra cosa que sonreír para mí mientras cruzo los brazos sobre mis senos. La reacción del gangrel era la esperada.

Me acerco a Alexander con una sonrisa, más amplia al ver las expectativas cumplidas respecto al joven.

_Bien... guíame una vez más_ digo preparándome para una nueva carrera. La sed me llama pero creo poder esperar un poco más. Según Arbjorn, los príncipes y señores suelen ser "cordiales" con sus invitados, quizá cunánto antes lleguemos, antes nos saciaremos de almíbar carmesí.

El gigantesco gangrel asiente y, como si le fuera la no-vida en ello, empieza a correr por la pequeña ciudad. Esa noche pone al límite tus capacidades, llevando una velocidad que difícilmente mantienes. Cuando la noche avanza, ni siquiera sabes cuánto habéis recorrido, pero has ido notando el cambio de paisaje sutilmente. Al fin y al cabo eres una gangrel, así que notas como la "naturaleza" que os envuelve es diferente a medida que bajáis a Alemania.

Después de varias horas, llegáis a una pequeña ciudad y Alexander baja el ritmo mientras camina. Ves su cara. Los colmillos fuera, los ojos como dos rendijas, las fosas nasales abiertas. Y una sensación de sed.

- Huelo sangre alemana... ¿Tienes hambre, novata?

A pesar de mis esfuerzos, la carrera de esta noche había sido más dura que la anterior, aunque no por ello di menos de mí.

Una vez en la ciudad, percibí el dulce aroma de la sangre, tentadora, tan necesaria para nuestra existencia. No fue hasta ver que Alexander estaba tan sediento como yo misma, cuando olfateé con ahínco, imbuyéndome de los olores de la ciudad para hallar la presa adecuada.

_Pensé que no lo dirías nunca..._ susurré con voz seductora. Mis caninos me cortaban la lengua mientras ésta los acariciaba, afilados, ansiosos. La caza iba a comenzar...

- Muy bien. Edifico 23, calle de la luz. Está al final de la avenida principal. Te veo allí. Suerte.

Y tras una carcajada, y sin entender muy bien qué ha pasado, el gangrel echa a correr por una calle lateral. En apenas unos segundos ha desaparecido de la zona.

<<Este tipo es muy competitivo...>> pienso mientras me dirijo a la dirección asignada, intentando pasar desapercibida y sin llamar la atención.

Aunque nunca me he considerado muy atractiva, la sangre vampírica acentuó mis rasgos, ahora más seductores y deseables. Quizá pudiera usar mi belleza para atraer a un varón humano, una presa fácil, pero esta ciudad es nueva para mí... nunca sabes quién o qué está vigilando.

<<Una presa...llevo noches sin probar el dulce cóctel de rubíes... sin sentir el olor de la vida al escaparse entre mis brazos...>>

La bestia necesita sangre... como gangrel no puedo arriesgarme a quedar sedienta, o perderé el control irremediablemente, algo peligroso dado la misión encomendada.

<<No aguanto más... buscaré algo fácil...>>

Así pues, observo el panorama que me rodea, las personas que a esas horas deambulan por la calle. Una posible víctima, quizá...

El sonido de una pelea varias calles al oeste de donde me encuentro, llega a mis oídos. Me acerco cruzando los callejones con destreza felina. La luna me sonríe mientras los golpes cesan y veo a cuatro jóvenes marcharse hacia la avenida principal. El olor de la sangre dilata mis fosas nasales. Es muy fuerte. Está cerca.

Observo el lugar de la pelea, cautelosa y veo a un varón de mediana edad con moretones en la cara. Se ha golpeado contra las escaleras de incedio y sangra abundantemente. Posiblemente ha sido la víctima de esos jóvenes... y ahora su destino no será mejor. ¿O sí?

Su aliento hiede a whisky barato. El aspecto de ese hombre es lamentable, más no siento lástima. Me acerco a él tras cerciorarme de que nadie me ve y lo ayudo a levantarse. Mi fuerza lo alza del suelo de cartones y cristales rotos con la misma facilidad que una madre levanta a un recién nacido.

_mmmmh... ffnnn....

Las lágrimas invaden los ojos del hombre mientras intetna hablar sin resultado. Veo que tiene rota la mandíbula, encajada, con un bulto sobresaliendo bajo su oreja derecha.

_Tranquilo, buen hombre... todo habrá acabado pronto_ digo con dulzura mientras aparto el cuello de su suéter de lana carcomido y acerco mis labios a su cuello. Mis colmillos atraviesan la piel hasta alcanzar la carótida. Él se tensa, abriendo los ojos de par en par. No puede gritar y yo lo agarro con firmeza, deleitándome con la sangre que que mana de su ser, embriagándome de la vida que estoy arrebatando.

Unos minutos y todo ha acabado. Sólo queda la última gota de sangre en su corazón y juraría que, mientras sujeto con ambas manos su rostro, y los latidos lentos de su corazón se apagan, sus ojos aguados me sonríen.

_Ahora estarás en paz..._ le susurro tiernamente, antes de hacer un giro rápido con las manos. Un crujido seco me indica que el cuello se ha roto limpiamente. Ahora sólo queda deshacerme del cuerpo. Un contenedor cercano parece la mejor opción, así que abro la tapa con cuidado y arrojo el cadáver al interior, asegurándome una vez más de que nadie me vea.

Luego salgo del callejón subiendo las escaleras de incendio para bajar por el edificio adyacente y dirigirme hasta la dirección acordada. Me cercioro de no tener sangre visible encima mientras reflexiono sobre algo que me dijo mi padre cuando me enseñó a cazar: "Una muerte rápida, es la liberación del sufriento. Si matas al animal enfermo o herido, cesarás con su dolor".

Los jóvenes habrían sido un reto, una caza excitante, pero el viejo era mejor opción. Lo estaba liberando mientras saciaba mi sed. Ambos nos ayudamos.

Ensimismada, me dejo llevar por mis pasos hasta la dirección que Alexander me indicó. Me pregunto si él habría elegido a una víctima por lástima o por pasión.