Partida Rol por web

Llegas al edificio acordado en no mucho tiempo. Es un edificio en ruinas, similar al que abandonaste hace apenas dos noches. El silencio es casi opresivo en la zona y no ves movimiento en las calles ni en la fachada. Tu visión no llega al interior del edificio, totalmente a oscuras.

Una puerta de metal doblada es lo único que cubre la entrada. Una cadena cuelga de la manilla, rota.
 

Empujo la puerta a pesar de la oscuridad que encierra en su interior. Al fin y al cabo soy una hija de Caín, ¿por qué tener miedo? Aún así mantengo la cautela propia de un felino, pues tampoco quiero llamar la atención de ningún vástago más poderoso... y enfadado.

Entro sin abrir demasiado la puerta, sólo lo suficiente para que mi cuerpo la traspase. 

Cruzas el umbral con cautela, y Alexander, cuyos ojos brillan con un fulgor rojo, te observa desde lo que te parece una silla. Escuchas una cerilla prenderse y una pequeña vela se ilumina en lo alto de la mesa, dando una ligera luz a la zona. Un simple lugar en ruinas y lleno de trastos.

- Ya estás aquí, cachorra. - Dice el grandullón. Tira las cerillas al suelo y acerca un taburete metálico para que te sientes. - Y bien, ¿cómo fue la caza?

_Bien_ digo mientras busco algo que pueda servirme de asiento _. No hallé gran cosa, pero al menos he saciado mi apetito. 

Sonrío, mirándolo desinteresadamente. A este gangrel parece gustarle la teatralidad, es como un buen villano del cine, o al menos eso es lo que me trasmite su forma de actuar. Por suerte, al compartir un origen, nos toleramos mejor entre nosotros que si fuéramos vástagos de distintos clanes. Ver los ojos brillantes de Alexander, me incita a pensar en que debo mantener la calma con él, pues temo que sería un enemigo terrible si el destino nos pusiera en bandos opuestos. 

Me acomodo donde puedo y añado:

_Espero que la próxima sea más fructífera. Y ahora, ¿cuál es el plan?

Los ojos del gangrel dejan de brillar y ahora es solo la vela la que los ilumina. Te observa durante unos segundo y alza una ceja, en un gesto de intriga.

- Has matado a alguien esta noche. - Su sonrisa fiera aparece, mostrando sus colmillos. - No es que a mi me importe, pero... El blando de Arbjorn no suele hacer ese tipo de cosas. Quizás deberías unirte a mí, en vez de a él. Una fría asesina sería una buena compañera.

Sonrío al escuchar esas palabras: "fría asesina", siento un hormigueo semejante al orgullo dentro de mi pecho. Pero la sonrisa se borra de mis labios al recordar una de las lecciones de Arbjorn, aquella que marca la diferencia entre "cazador" y "asesino". Una parte de aquello me excitaba, el sabor de la sangre tras una muerte limpia y rápida... era parecido a la caza, sólo que el sadismo se imponía en algunas decisiones.

Miré fijamente la vela. La oferta de Alexander era tentadora, pero aún me quedaba mucho que aprender de mi sire, aunque, por otro lado... sería una experiencia interesante. Al fin y al cabo, Arbjorn me había abandonado, a su modo, enviándome a un lugar desconocido con un extraño. 

Sin duda, mi actual compañero debía percibir mis pensamientos. Había demostrado cierta agudeza anteriormente, no sería de extrañar que se regocijara de mis dudas.

Finalmente me encogí de hombros y dije: _Iba a morir igualmente. Además, llevaba demasiado tiempo sin alimentarme, instinto que se sobrepuso a mi control_ lo miré fijamente, intentado escrutar su rostro para deducir sus intenciones_. En cuanto a tu propuesta, prefiero no decidir inmediatamente. Arbjorn será más blando, pero lo conozco muy bien... no puedo decir lo mismo de ti.

Alexander suelta una fría carcajada.

- Eres joven, e impulsiva. Te queda mucho por aprender, cachorra. Aunque, si te sigue interesando la oferta, se la puedes comentar a Arbjorn cuando lo veas en Munich. ¿No creerás que te ha dejado ahí tirada para que te busques las migajas, cierto? - El gangrel sonríe con cierto relamo. Da una palmada en sus musculadas piernas y se acerca a ti.

- Bien. Ahora lleva la parte tediosa que no soporto, pero dije que te ayudaría. Mañana por la noche llegaremos a la ciudad, así que cualquier duda que te plantees de lo que vas a hacer allí o de qué coño pasa en ese cuchitril, será mejor que la sueltes ahora.

<<¿Dudas?>> Claro que tenía dudas. Era apenas un cachorro y me estaba viendo envuelta en algo que no lograba comprender del todo. Sin embargo, lo que más me intrigaba era Arbjorn. ¿Por qué, si iba a estar en Munich, me hizo viajar con éste perro de caza? Noté cómo la rabia ardía en mi interior, aunque luché por contenerla.

_Dime, Alexander. Si Arbjon iba a viajar también a Munich, ¿porqué viajar contigo en vez de con él?_ intenté mantenerme serena, pero las últimas dos noches había quedado claro que a este vástago no se le escapaba ni una. Así pues, era de suponer que oliera mi decepción en el aire que ondeaba mis cabellos.

Otra cuestión es que no tenía todavía muy claro qué debía hacer en la ciudad más cara de Alemania. En mi no vida, sólo he disfrutado de la caza y la libertad, de la espesura del bosque y las montañas escarpadas. Esperaba no tener que suplicarle a Alexander que me lo explicara todo a pie juntillas. 

Alexander te mira y, ante el foco de la vela, abre los ojos, sorprendido por primera vez. Y no parece que para bien.

- ¿De verdad? Entre todas las dudas que podías plantearme, entre todas las preguntas... ¿Me sueltas esa soplapollez? - Te señala con el dedo. - Me has entendido mal, niñata. Si Arbjorn hubiera podido venir directamente contigo, ¿crees que estaría haciendo de puta niñera? El vendrá más adelante. Los primeros días estarás por tu cuenta. Ya eres mayorcita, ¿no? Y será mejor que la siguiente pregunta sea en serio, porque no quiero perder el tiempo.

Disfrutaba sacando de juicio a Alexander, pero en algo tenía razón aquel bestia: esto no es un juego.

_Está bien_ suspiré intentando ignorar su amenazador dedo _...Nadie me ha explicado con claridad qué demonios voy a hacer en Munich. Me han dado consejos y alguna que otra advertencia, pero desconozco el objeto de mi misión.

Sonrío con fingida inocencia, exagerando la dulzura de la voz: ¿Podrías explicarme cuál es..._ arrugo el ceño y mi mirada se torna más salvaje, así como mi voz_ nuestra jodida misión?!

Mi enfado se ve justificado por dos días vagando en compañía de un completo desconocido a un lugar que me es ajeno para cumplir con mi papel en el inmenso tablero en forma de espiral que rodea a todos los vástagos. Inmediatamente después de gritar las últimas palabras de la frase, me doy la vuelta y golpeo el primer mueble que veo en aquella mugrosa estancia. Algo latía dentro de mí, impotencia o tal vez puro instinto, no lo sé con certeza. Lo único de lo que estaba segura es de que me habían arrastrado hasta allí con un propósito que me era completamente desconocido.

No te ha dado tiempo a volver a encararte con Alexander cuando notas sus manos cogiéndote de los brazos. Te coge con firmeza, pero no parece que esté furioso.

- Eh, gatita. Tranquilízate, ¿vale? - Dice con voz socarrona. - Aunque he de decir que tu lado salvaje me ha excitado... bastante- Lo último te lo susurra al oído. - Quizás podamos relajarnos un rato antes de que te cuente nada. - Te da la vuelta con una sonrisa lobuna en la cara.

Sonrío con fiereza. Reconozco que la bestialidad de Alexander tenía algo tentador y que, aunque me reuniera de nuevo con mi amado, no podríamos ceder a nuestros impulsos más primitivos. Al fin y al cabo, era mi Sire y me había dejado claro que debía guardar las apariencias en cuanto a los sentimientos.

<<Guardar las apariencias...Mi Sire...>>

Entonces recordé algo que Alexander había dicho un par de noches antes: él mató al Sire de Arbjorn por una cuestión territorial. ¿Hasta dónde llegaría para disfrutar del dolor ajeno? ¿Sería capaz de utilizarme para herir a Arbjorn, con quien parece tener una cuenta pendiente?

Todas estas preguntas y muchas otras me acosaron en cuestión de segundos mientras sentía como un estremecedor escalofrío recorría mi piel allá donde Alexander me tocaba. Vi su sonrisa lobuna, bastante tentadora, debía reconocer. Me acerqué a él, dejándome guiar por sus fuertes manos. Pero al aproximarme lo suficiente como para oler su cabello, me detuve cerca de su oreja y susurré:

_Es tentador, pero no soy tan fácil de domar...

Me humedecí lentamente los labios con la lengua sin alejarme se su agudizado oído.

_Te toca responder, jefe. Dame las respuestas que busco y... ya veremos como transcurre el resto de la noche.

Fui separándome poco a poco, seduciéndolo con la mirada mientras sonreía satisfactoriamente. 

<<Puede que en otra ocasión, cachorro...>> me dije mientras apartaba sus manos de mis hombros. Era la ventaja de la no vida: no podías dar nada por sentado, las fechas no tenían gran importancia cuando el tiempo no te afecta. Quizá algún día nos encontremos los dos revolcándonos sobre el lecho de hojarasca del bosque, o quizá enfrentados en una encarnizada lucha. O, tal vez, en torno al círculo donde todos los gangrel nos reunimos para contar historias. No hay más certeza que el azar.

Alexander tuerce el gesto con media sonrisa, pero parece que el juego le ha gustado. Deja que te sueltes y vuelve a la mesa, apoyándose en ella.

- Muy bien, niña. Vamos con tu jodida misión. No se si te lo han dicho ya, pero Munich es un caos. El sabbat atacó hace unos años. No se sabe muy bien con qué fuerzas, pero debió de ser algo gordo porque los antiguos huyeron con el rabo entre las piernas. Dejaron allí una especie de reducto de resistencia. Chiquillos de la categoría de tu Sire, simples neonatos. Eso sí, los muy cabrones parecen estar defendiéndose. - Los colmillos asoman a la boca del gangrel. - La cosa es que uno de los príncipes de Finlandia ha hablado con el resto de escandinavos, proponiendoles enviar allí algo de ayuda externa. Somos los únicos que nos vamos a meter en ese fregado. Tu parte es buscar un hueco en las filas de la camarrilla. He oído que hubo una pelea hace poco y que muchos de nuestros hermanos cayeron. No deberá resultarte difícil. Lo segundo sería resistir la ciudad y que así podamos pedir un trozo de tarta. Si la ciudad cae, por lo menos que nos quede algo de los restos.
 

Lo miro pensativa mientras me doy toquecitos en los labios con el dedo índice.

_Bien, así que seremos carne de cañón... Los otros vástagos sólo nos ven como a perros de caza, dudo mucho que les interese cualquier cosa que salga de nuestras bocas.

Doy un rodeo, analizando las palabras de Alexander.

_Entrar en la camarilla... podría intentar hacer uso de mis encantos_ digo con picardía mientras me apoyo con los brazos extendidos en la mesa, frente a Alexander_, pero aun así, será difícil que esos pomposos de trasero aterciopelado, se dignen a confiar en uno de los nuestros, menos aún para luchar. Preferirán que les hagamos el trabajo sucio y luego llevarse ellos la gloria_ de nuevo esa sombra nubla mi visión. Arrugo la nariz involuntariamente mientras me imagino el trato que recibiremos al llegar al lugar de encuentro _. Bien, ya estoy harta de no hacer nada, cuando desees partir, te seguiré.

Estaba furiosa, aunque no sabía muy bien porqué, si era el orgullo herido al pensar en cómo nos consideran los demás vástagos o, por otra parte, la frustrada tensión que sentí ante el contacto inesperado de Alexander. Desvié la mirada de éste y busqué un asiento a ras de suelo.

- Por ahora descansa. Hemos llegado bien. El coche de mañana nos dejará directamente en Munich.

De repente suena una melodía. Proviene de la ropa de Alexander. Él se rebusca entre el abrigo y saca un movil de gran tamaño, con antena. Se queda un rato leyendo la pantalla y luego empieza a teclear. Tras un minuto, en el que su cara va cambiado a un aire más agresivo, lanza el movil contra la pared, destrozándolo.

- ¡Puta mierda!

Alzo una ceja al ver la reacción de mi guía. Es interesante ver que no soy la única que cede a sus impulsos. Pero su agresividad es visiblemente más intensa que la mía, he de ser cautelosa con mis próximas palabras:

_Deduzco que no son buenas noticias...

- ¡¿Eh?! - Te mira, todavía cabreado. - Ah, no. Las noticias son buenas. - Suspira hondo, intentando calmarse con los colmillos fuera. - Resulta que mañana habrá una reunión de los nuevos abrazados. No será raro que te pases por allí. Yo iré a hablar con "los de arriba", para avisarles. Será en un local llamado El Ojo.

Se recuesta en el suelo, con los brazos echados para atrás. El pelo se le remueve y te das cuenta que tiene las orejas alargadas y acabadas en pico.

_Una reunión de cachorros... ya veo_ digo mirando sus rasgos salvajes _. Iré si es necesario.

Ladeo la cabeza, escrutando al gangrel mientras se arrebuja en el suelo. Una risita ahogada se me escapa y al final no puedo más, tengo que decirlo:

_¡Qué orejotas más grandes tienes...!_ digo canturreando mientras me acuerdo de Caperucita Roja. Al final rompo a carcajadas. 

Me acurruco en un rincón mientras mi mente recuerda canciones de la infancia: <<"¿Quién teme al lobo feroz? Al lobo, al lobo...">>

Oyes un gruñido y una pequeña piedra te cae en la cabeza.

- Idiota... Ya te saldrá algo a ti...

Pronto todo se queda en silencio, mientras el amanecer se acerca para bailar su bonita danza con la noche. Había sido una noche movidita con muchas noticias, y parecía que la próxima sería aún más ajetreada.