Partida Rol por web

Ricardo fue el primero que se adentró en el mausoleo, seguido por sus dubitativos compañeros. 

Lo primero que vio en cuanto sus ojos se adaptaron a la creciente oscuridad es que la zona superior no albergaba ningún féretro sino unas escaleras que descendían en la oscuridad por las que podían bajar de uno en uno. Encendiendo su linterna el detective alumbró unas polvorientas escaleras. Todo aquello parecía pertenecer a un mal decorado de película de terror de la Hammer, telarañas incluidas. 

Cuando alcanzaron la zona inferior vieron una sala cuadrada de piedra en el medio de la cual reposaba el féretro del indiano: un enorme ataúd de caoba negra, excelentemente conservada, cuya tapa permanecía cerrada con una cruz dorada incrustada en su superficie. 

Desde afuera parecía que el viento susurrase con la voces de los espíritus de Sanabrás con mensajes contradictorios: 

- No lo hagáis.

- Dejadlos, es nuestra oportunidad.

- Avisemos al Cancerbero... así sabrán que nosotros no consentimos esta locura.

- ¡No os dejéis engañar otra centuria! 

- No habrá más oportunidades... 

- ¡Parad a tiempo! ¡Quizás se apiaden de vosotros! 

- Si abrís ese ataúd sólo os espera la locura...

—Callad... callad... ¡CALLAD! —gritó Ricardo mientras se llevaba las manos a los oídos—. ¿Vosotros también oís esas voces?

El detective apretaba los ojos fuertemente intentando alejar toda duda de su cabeza. Aquellas voces le aturdían y no podía pensar con claridad. Delante de si tenía el ataúd. Si la absurda teoría de Tomás era cierta estaban solo a un paso de conseguir el camafeo, acabar con esa locura y, quizá, despertar de aquel macabro sueño.

—Ayudadme —dijo mientras trataba de mover aquella tapa—. Antes de que llegue esa criatura... si Tomás está en lo cierto esas voces pueden llamarlo y... bueno, ya sabéis. Después de esto, más le vale a Teo tener una buena excusa y pagar unas buenas rondas —bromeó tratando de forzar una sonrisa.

Mario había intentado incluso bajar el ritmo de su respiración. Escuchaba su corazón latir contra sus sienes, todo era ruido y lo único que le pasaba por la cabeza era no despertar al cancerbero. La mano le temblaba pero gracias al apaño el cuchillo ni le cortaba ni se le caía. Pequeñas pero continuas gotas de sudor se deslizaban desde detrás de sus orejas por el cuello y el aire viciado y frío dentro del mausoleo no hacían sino aumentar la sensación de incomodidad. Y esas voces en el viento...

- No, callad. Callad - pensaba para sí. Ricardo no fue tan silencioso y les ordenó a gritos que dejasen de hablar - Schhhhhhhh! - le dijo aterrorizado. Parecía determinado a abrir la tapa directamente. Parecía pesada así que Mario se puso entre Kamil y Ricardo dispuesto a empujar. Miró a Ana. 

- Toma  - le ofreció el cuchillo - mantente junto a la escalera, a un lado. Si escuchas algo acercarse, ¿se lo clavarás? 

Mientras Ana tomaba el cuchillo Ricardo y Mario movieron la tapa del ataúd. Era pesada pero no tanto como ellos esperaban.  Cuando cayó al suelo, en medio de una gran polvareda, contemplaron el interior de féretro.

Una figura alta yacía tumbada en él. Los restos de carne reseca apenas se mantenían unidos a los huesos y las hebras de pelo blanquecino se confundían con las telarañas tejidas desde la madera al cuerpo. Vestía un raído traje negro con camisa de gala de principios de siglo XIX y sus manos como garras, de afiladas uñas amarillentas, aferraban sobre el pecho el objetivo de los asaltantes de la tumba: un camafeo de plata brillante del tamaño aproximado de un reloj de mano cuya cadena rodeaba las muñecas del cadáver.

La visión de por si ya era bastante terrorífica dado el lugar en el que se encontraban. Pero a ello había que añadir que el pecho del cadáver ascendía y descendía rítmicamente como si estuviera respirando mientras dormía.

Kamil palideció visiblemente mientras retrocedía un par de pasos:

- Está... está... - era incapaz de articular la palabra que todos intentaban negar racionalmente.

El corazón de Ricardo latía rápidamente. Había visto más de una vez un muerto pero ninguno de ellos flotaba sobre su lugar de descanso. Su cuerpo se debatía entre dar un paso atrás y mantenerse firme para coger el objeto que habían venido a buscar. Después de unos intensos segundos de debate el detective dio un paso al frente.

—...flotando —completó la frase de Kamil—. Es increíble, pero hemos venido a buscar eso.

Ricardo señalaba el camafeo que reposaba sobre el pecho del extraño cadáver. Por alguna razón el camafeo brillaba como si alguien se molestara en quitarle el polvo y la podredumbre.

—¿Os habéis fijado? Brilla como si fuera nuevo. Como si lo acabara de poner ahí para nosotros —dijo vacilando—. Estad preparados... voy a cogerlo.

Inmediatamente después de pronunciar las palabras el detective se armó de valor y alargó los brazos en busca del camafeo.

- ¡VIVO! - gritó Kamil - ¡QUIERO DECIR VIVO! ¡RESPIRA! ¡NO...

Gritó esas palabras en el momento en que Ricardo agarraba el camafeo que el cadáver mantenía aferrado. Y en ese momento el difunto abrió sus pupilas putrefactas mostrando unos ojos azules que clavaron su mirada en aquel que osaba interrumpir su eterno letargo. Una mano cadavérica aferró la propia mano del detective con una fuerza sorprendente para impedir que se llevase el preciado tesoro.

Ricardo tiró fuertemente del camafeo sobreponiéndose a la terrible fuerza que aquella criatura hacía sobre su brazo.

—Atrás, todo el mundo atrás —gritó empujando al estupefacto Kamil con la espalda—. ¿Qué carallo es esto?

El detective se agarraba al camafeo como si aquel artefacto fuera el único retazo de cordura que quedaba en este lugar. Pero aquella criatura no cedía y su amigo polaco parecía resistirse al empujón. Parecía completamente paralizado, rígido, inerte.

—¡Kamil corre! —gritó a la vez que daba un nuevo tirón.

Y una lágrima apareció en el rostro del detective Campañó. Quizá impotencia por perder el control de la situación, quizá la ausencia de razón empezaba a hacerle mella. Quizá la posibilidad real de acabar perdiendo a sus amigos.

La tensión que se mascaba según Ricardo acercaba la mano al camafeo no hacía sino aumentar. Y el gesto de lo que quedaba de los párpados del cadaver junto al grito de Kamil no ayudaron para evitar que Mario se sobresaltase como no le había ocurrido nunca - ¡Cállate! ¡No grites hostias! - le dijo al polaco mientras le temblaba todo el cuerpo. 

Por alguna razón confiaba en que el muerto era eso, un muerto. Su mente había quitado importancia al hecho de que incluso su pecho pareciera moverse. Había decidido conscientemente no considerar que venían de hablar con Tomás, otro ente, que estaban en un lugar donde la lógica no se aplicaba. Parecía que el cambiar de escenario, el entrar en esa construcción, había hecho que el único peligro a considerar fuera ese ruido físico de cadenas que esperaba apareciese de un momento a otro por las escaleras - Mierda...

Ricardo tiraba del camafeo que se resistía y el cadáver parecía que se fuese a incorporar de un momento a otro. Sin pensarlo demasiado, lanzó sus manos al cuello del indiano como si asfixiarle sirviese de algo más que inmovilizar su cabeza para ayudar al detective.

- ¡Ana! ¡El cuchillo! ¡Clávaselo en el pecho!

Mario tiró de Ricardo en el mismo momento en que el muerto terminaba de erguirse. El detective, manteniendo aferrado el camafeo, trastabilló hacia atrás. Por desgracia Kamil estaba también en medio de aquella escena y en su estado de nervios tropezó cayendo sobre el ataúd. 

La cosa de la tumba soltó totalmente a Ricardo para clavar ambas garras en el cuello del desesperado polaco. Agarrado como estaba el polaco sólo podía mantener fija la mirada en el rostro de criatura muerta viviente mientras su boca avanzaba inexorablemente hacia su cara. 

Ricardo abrió los ojos hasta su límite cuando vio que aquella criatura se lanzaba sobre Kamil.

—Noooooooo —gritó.

Se giró hasta Ana y le dio el camafeo.

—Protégelo con tu vida —ordenó.

En ese momento llevó la mano a la parte de atrás de su pantalón y sacó su vieja pistola.

—Vamos, largaos de aquí, llevad el camafeo a Tomás —gritaba mientras avanzaba un par de pasos hacia la criatura—. Os alcanzaré.

Una vez dicho la última palabra la pistola empezó a resonar en aquella estancia. El sonido reverberaba en las paredes y parecía que hubieran dos o tres tiradores en la escena. El objetivo era claro: aquella criatura que trataba de arrancarle la vida a su amigo Kamil.

—Corred insensatos^* —gritó dirigiendo una leve mirada a Mario y Ana.

Ana asintió a Mario, cogió el cuchillo y se quedó junto a las escaleras, lista a cualquier movimiento para asestar una puñalada. Sin embargo no podía evitar lanzar una mirada cada dos por tres hacia el féretro.

Escuchó los gritos de Ricardo y abandonó su puesto al lado de las escaleras caminando decidida en dirección a ellos, dispuesta a defenderles del monstruo que había cogido al detective. Este fue soltado a tiempo para tenderle a Ana el camafeo, que se lo intercambió por el cuchillo –Tu lo vas a usar mejor que yo- dijo –Ayuda a Kamil, por favor.

Ana agarró el camafeo con todas sus fuerzas mientras Ricardo abría fuego contra aquella criatura que mantenía aferrado a Kamil por el cuello. Pese que las balas atravesaron la carne momificada haciendo restallar fragmentos de hueso el monstruo continuaba impasible acercando al polaco a su boca. Con una brutal dentellada arrancó parte del rostro de Kamil haciendo que la sangre se disparase en todas las direcciones mientras terminaba de levantarse.

Ricardo acababa de coger el cuchillo con la mano izquierda, casi sin darse cuenta, sin dejar de disparar contra aquella monstruosidad que ahora se erguía tirando a un lado a su amigo, como si fuera un bocado del que despojarse. El malherido muchacho cayó a los pies del ataúd mientras la momia miraba con sus ojos azules intensos al detective.

Sus compañeros, siguiendo el consejo, corrían escaleras arriba de forma atropellada.

Una lágrima comenzó a recorrer la mejilla del detective Campañó y un grito resonó de su garganta mientras sus rodillas se apoyaban de súbito en el suelo.

—NOOOOOO

Había visto con sus propios ojos como aquella criatura destrozaba a su amigo y él no había podido hacer nada. Absolutamente nada. De repente todo se detuvo, como si alguien estuviera rodando la escena a cámara lenta. Ana ya había puesto el primer pie en el escalón y detrás Mario gritaba llamando a Ricardo. Pero éste solo oía una voz lejana, distorsionada.

La pistola no resonaba y las manos de Ricardo se apoyaron contra el suelo. La chaqueta abierta también cayó contra el suelo y un sonido rígido recordó a Ricardo la presencia de la granada. El detective apretó los dientes y cogió la granada en su mano derecha. Como armado de nuevas fuerzas se puso de pie y miró a sus dos amigos que huían. Asintió firmemente. Marchaos, ese era el mensaje.

La mirada enrudecida de Ricardo se cruzó con la de la despiadada criatura que todavía se recreaba en su obra.

—Maldito hijo de puta. No nos vas a joder más... no conmigo delante. ¡Por encima de mi cadáver! ¡Por todos los demonios, Ana, Mario, largaos de aquí! ¡Poneos a salvo!

La granada seguía firmemente agarrada en la mano derecha de Ricardo y la mano izquierda amenazaba con retirar la anilla. Bastaría una mínima amenaza de aquella criatura para que el detective no vacilara y le metiera la metralla por el culo a esa bestia. No a más de los suyos. Ni uno más.

No parecía que aquella amenaza explosiva amedrentase al muerto viviente, que se abalanzó sobre Ricardo igual que antes había hecho sobre Kamil, buscando el cuello del detective.

Mientras los otros dos subían por las escaleras lo más rápido posible, llevándose con ellos el camafeo. La criatura, durante un breve instante, elevó su mirada hacia el punto por donde se llevaban su preciado tesoro.

Afortunadamente Mario no llegó a ver el ataque de la criatura contra Kamil, pero el grito de Ricardo fue suficientemente explicativo de lo que estaba pasando. 

- Vamos Ana, ¡vamos! Antes de que se complique más - le gritó mientras empujaba a su amiga con ambas manos. El cuerpo le pedía gritarle a Ricardo que les acompañase pero sabía que no lo iba a hacer. Echó un último vistazo al ataud y al detective y le vio juguetear con la granada .

- ¡El cuchillo! ¡Clávaselo Enrique!

Las palabras de Mario sacaron a Ricardo de su fanatismo y agarró fuertemente el cuchillo. Kamil ya era parte del pasado, nada se podía hacer ya por él salvo mantener vivo su recuerdo. La criatura se acercó al detective y este trató de esquivarla mientras movía el cuchillo en el aire para mantener alejada a aquella criatura.

—¿Quién diablos eres, engendro? —masculló con los dientes apretados.

La criatura se abalanzaba sobre el detective que calló de nalgas debido al impulso. La granada que sostenía en la mano izquierda calló al suelo y rodó unos centímetros. Ricardo estaba entre la espada y la pared, sabía que una dentellada de aquella criatura acabaría con su vida en cuestión de segundos.

Roberto estaba atrapado por aquel engendro pero, al menos, había logrado salvar a sus compañeros. Sin embargo la monstruosidad había logrado esquivar la puñalada y ahora sus dientes se habían clavado en el hombro del detective. Sintió un dolor lacerante cuando aquellas fauces desgarraron su carne.

Mario y Ana salieron a trompicanes del panteón, ella menteniendo aferrado el camafeo entre sus manos. En el momento que se asomaron a la niebla del exterior escucharon el grito desgarrador de Roberto allá abajo.

Pero tenían sus propios problemas.

El ruido de unas cadenas arrastrándose también era traído por el viento. Girando la cabeza vieron una enorme criatura que se asomaba entre la niebla. Estaba al lado de un viejo roble y era casi tan alto como el viejo árbol. Era una criatura abotargada, de simiescos brazos y con una cabeza amorfa y calva cuya boca babeante estaba repleta de dientes afilados. Su piel era blancuzca, enfermiza, y estaba cubierta en muchos puntos por jirones de tela que parecían vendas. Su enorme barriga se movía en hondas con cada movimiento de sus piernas similares a la de un elefante. El engrendro de pesadilla tenía varias cadenas clavadas a su piel en diversos puntos y con cada movimiento las arrastraba provocando aquel tintineo. Sus poderosos brazos sostenían una cadena mucho más grande y pesada al final de la cual se arrastraba una enorme bola de demolición. Los ojos acuosos de la criatura buscaban ansiosos entre las lápidas caídas a sus víctimas. Los buscaban a ellos.

Se ocultaron tras la pared del mausoleo pero cuando el grito desgarrador de Roberto rompió la escena la criatura se giró hacia el lugar. Sus pies pesados comenzaron a moverse en aquella dirección.

- Cago en la cona...

La primera intención de Mario al ver a esa abominación fue la de tirarse al suelo a rodar hasta ocultarse. De no ser por el brazo enhebrado de Ana, ya casi parecía que fueran en formación, así lo habría hecho. Afortunadamente parecía que la criatura aún no les había visto. Hasta el grito. 

- Dios, Ricardo. No podía haber salido por patas con nosotros. - la respiración se le iba acelerando a cada bocanada de aire. Se sentó un momento en el suelo apoyando su espalda contra el mausoleo para intentar recomponerse. Se le ocurrió sacar el móvil apagado e intentar ver en el reflejo de la pantalla cuán cerca se encontraba la criatura y por dónde podrían escapar. La niebla no era la mejor transmisora de la luz para ese método pero aún así pudo ver claramente la cara de aquel ser. Demasiado claramente. Esos ojos acuosos, esas carnes sueltas, esa boca supurante. Sólo la granada podría hacer algo contra esa mole - ¿Qué hostias eres?

Mario sentía que el mundo se desmoronaba ante él. La visión de aquella criatura antinatural le golpeó casi como algo físico, haciendo que la sangre se acumulase en sus sienes, dificultando su visión y el respirar. Intentó tranquilizarse pero no podía más que dejarse llevar por toda aquella locura. Espectros, tumbas, cadáveres que se levantaban, engendros demoníacos cargados de cadenas. Aquello era demasiado para él, un tipo normal, acostumbrado a una vida fácil.

Estaba sobrepasado. Sus piernas temblaban. Todo le daba vueltas. Y lo peor es que sabía que aquello sólo iba a empeorar.