Partida Rol por web

Nieve Carmesí VII

La Mansión

Cargando editor
16/03/2009, 11:01
Franz Grüber

Grüber notó la sangre caliente de su teniente en las manos, ya no recordaba cuantas veces se había manchado de la sangre de sus compatriotas. Se preguntó que harían ahora sin la dirección de un oficial, le invadió un miedo atroz a no volver a casa, pero hizo lo que pudo por mantener la calma ante lo que eran los últimos segundos de la vida de un hombre.

No se preocupe señor, me ocuparé personalmente de hacersela llegar - Le dijo a Diederick mientras le sujetaba la mano y recogía la agenda. Cuando finalmente expiró, le cerró los ojos con delicadeza.

Le hizo un gesto al resto con la cabeza para afirmar lo que todos sabían y entonces miró al sargento a la espera de ordenes, aunque ya sabía cual sería, no había más opciones: Había que refugiarse en la tétrica casa.

Cargando editor
16/03/2009, 11:36
Octavius Dietrich

Ante la orden del sargento, Octavius sintió un repentino deseo de ignorarla, de desobedecerla y salir corriendo de aquel lugar, pero no había aprendido a hacer eso, si no todo lo contrario, así que en cuanto entendió las palabras pronunciadas por el hombre que ahora estaba al mando, ya que el gesto del médico había sido claro y conciso, salió a la carrera, dirigiendo sus pasos hacia la entrada de la mansión.

En su carrera, Dietrich divisó al soldado Müller, el cual parecía aturdido y quizás algo desorientado por la explosión, y sin pensarlo, corrió hacia a él dispuesto a ayudarlo en caso de ser necesario. Hans parecía afectado por la onda expansiva, y sus ojos, abiertos todo lo que sus párpados le permitían, miraban en derredor como si estuviera viviendo algún tipo de sueño, así que Ocatvius no dudó un instante en zarandearlo, convencido de que su estado se debía únicamente, y por fortuna, a la cercanía del estallido. - Soldado!! Hans!! Hans, vamos, tenemos que movernos!! - le gritó, con la mirada fija en la suya, y sus dos manos apretadas en sus hombros, intentando que los movimientos que le imprimía en el cuerpo, así como su cercana presencia, lograran hacerlo volver a la realidad. - Venga, hemos de obedecer las órdenes!! - agregó, ahora tirando de él sin saber muy bien si había reaccionado, guiándolo en el mar de nieve que les rodeaba para conducirlo a las grandes puertas de la peligrosa mansión.

Cargando editor
16/03/2009, 12:29
Hans Müller

Soldado!! Hans!! Hans, vamos, tenemos que movernos!! Venga, hemos de obedecer las órdenes!!

Las voces de Octavius Dietrich consiguieron atravesar el zumbido que atormentaba a Hans Müller y el zarandeo pareció devolverlo a la realidad, pues su mirada perdida se cruzó, lúcida, con la del soldado primero y después reposó en el cuerpo tendido cerca. Los tirones de Octavius, intentando moverlo, no surtieron efecto durante demasiado tiempo. La sangre, espesa, roja, humeante, brotaba bajo el cuerpo del Teniente y fundía la nieve a su alrededor y su olor dulzón, mezclado con el acre de los intestinos vaciados del herido, terminó por despertar al artillero que sintió cómo una violenta arcada le sacudía y doblándose sobre sí mismo, vomitó.

- Lo-lo siento, Di-Dietrich - tartamudeó avergonzado al incorporarse. Sus ojos volvieron a buscar al Teniente y vio cómo su mano colgaba laxa tras entregar un diario a Grüber. Se persignó y siguió a Octavius Dietrich con la congoja aferrada a su garganta. Por primera vez en mucho tiempo, no se acordó de su hermano Pieter.

Cargando editor
16/03/2009, 13:04
Grigori

Ante la amenaza de la bayoneta, y aterrado como pocas veces había estado, Grigori traspasó con paso vacilante el umbral de la puerta. Levantó los brazos para que los soldados, civiles, o quién habitara la mansión vieran que no era una amenaza. Aún no se le habían acostumbrado los ojos al interior de la habitación, que alzó la voz.

-¿¡HOLA!? ¡SOMOS UN GRUPO EXTRAVIADO EN LA TORMENTA, SÓLO BUSCAMOS COBIJO HASTA QUE AMAINE!-

Rezó para que no hubiesen visto que los seguían soldados enemigos armados, y que éstos mismos no tomaran su osadía como traicíon.

Cargando editor
16/03/2009, 13:36
Alexeva

Alexeva entró tras Grigori en la casa, con las manos cruzadas sobre el pecho y ocultándose lo mejor posible tras la espalda del campesino. Si les disparaban al entrar, al menos las primeras balas se las llevaría Grigori. Aunque hubiera preferido que entraran primero los soldados, desde luego.

Cargando editor
16/03/2009, 21:48
Pieter Müller

Pieter observó el cadáver del Teniente solemnemente. Había caído un guerrero, y Pieter ahora era conciente de que como había caído él, podía caer cualquiera. Murmuró unas palabras al teniente muerto, en un momento pensó que sería mejor darle una sepultura digna, sin importar los riesgos que amenazaban al quedarse fuera. Pero fue realista, si hacían eso cabía el riesgo de que todos los soldados comenzaran a caer. Observó la cálida sangre que manchaba la nieve, esa era sangre de un guerrero, de un valiente. Un líder que no abandonó a sus hombres nunca. Sentía admiración por tan alto rango, un rango del cual eran merecedores sólo los valientes, aquellos capaces de combatir. Pensó que ahora en la casa podían estar a salvo, lejos de los bombardeos y el frío, y dio un suspiro al entrar.

Cargando editor
16/03/2009, 23:17
Karl Ziegler

Todos estaban a cubierto en la mansión y Karl se despedía del teniente cuendo, de pronto, una voz retumbó en su cabeza casi tanto como entre las paredes de la casa.

Grigori :

-¿¡HOLA!? ¡SOMOS UN GRUPO EXTRAVIADO EN LA TORMENTA, SÓLO BUSCAMOS COBIJO HASTA QUE AMAINE!-

Karl cerró los ojos como muestra de su desesperación y se dirigió rápidamente a la casa tras dedicarle un último pensamiento al teniente. - Por favor, ayúdenos a salir de esta situación. -

El sargento entró en la casa con la pistola en alto atento a cualquier cosa a la que pudiesen haber atraido las descuidadas palabras del campesino. Tras ver que, aparentemente, todo estaba tranquilo se relajó y bajó su arma. Dio un par de pasos atrás y cerró la puerta con cuidado tras de sí. Se dirigió a Gregori con cara de pocos amigos y le golpeó ligeramente con el cañón de su pistola en el pecho. - Otra maniobra de ese estilo y no dudaré en prescindir de ti. - El sargento no era de esos tipos que les divierte matar y que toman la guerra como la escusa perfecta para su entretenimiento, respetaba la vida pero en su justa medida pues tenía una escala de prioridades muy clara y en ese momento su prioridad era guiar a sus hombres a un buen final y, si para ello debía prescindir de los campesinos rusos, lo haría aunque con pesar.

Finalmente se dirigó al resto de soldados. - Debemos asegurar nuestra posición. Registrar la casa y ver que no hay peligro en ella. Además, deberíamos buscar algún sótano o refugio en el que resguardarnos del bombardeo... Parece que la estructura del edificio no está en muy buenas condiciones. - Al decir las últimas palabras su mirada bajó hasta el suelo por un momento en claro recuerdo de lo que acababa de suceder frente a la puerta. Preo pronto volvió a elevar la cabeza fírmemente sin denotar duda o debilidad alguna. - Grüber y Müller, vigilad a los prisioneros. Dietrich y Pieter, registrad esa zona. Dieter, conmigo por este lado. ¿Alguna duda o sugerencia? - El silencio se hizo durante un instante en el lugar, lejos quedó el murmullo de la tormenta y el silbido de las bombas, un silencio que no hacía presagiar nada bueno.

Cargando editor
17/03/2009, 08:48
Dieter

Dieter ayudó a Octavius a llevar a Müller dentro de la casa. El aturdido soldado parecía ser capaz de andar por sí mismo, pero si la coordinación le fallaba podía caerse por las escaleras. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, como si alguien los vigilase en todo momento y sintió ese picor que se siente cuando se teme estar siendo apuntado con un arma.

Miró de nuevo hacia las ventanas, pero seguía sin ver a nadie.

Y luego, entró en la casa.

Cargando editor
17/03/2009, 08:52
Director

Uno a uno fueron entrando en la casa. Los primeros en llegar fueron Grigori y Alexva

Desde el jardín las escaleras llevaban hasta un rellano ancho, con la puerta principal, de madera noble, con cuarterones repujados y una gran aldaba doble en forma de cabezas de león. A un lado se hallaba un tirador de hierro forjado que debía accionar una campana en el interior, lo que hacía ver que las aldabas eran puramente ornamentales. Sobre la puerta el escudo de la familia, en piedra, sobre el muro. Pero tan desgastado que no se acertaba a ver qué representaba.

La puerta estaba abierta.

Dentro, una gran cristalera abombada hacia fuera, en la pared izquierda del recibidor, dejaba pasar una luz tamizada por el polvo acumulado. Con cristales enplomados, formando un arabesco, de suelo a techo, pero sin colorear. El polvo aculumado los hacía translúcidos, casi opacos, pero algunos estaban rotos por la explosión dejando leves resquicios a través de los cuales se podía distinguír la silueta de los sauces, y algunos cipreses.

A la derecha un gran arco en la misma pared, sin puertas, permitía ver un distribuidor en toda su impactante grandiosidad. También podían verse dos puertas más, una a la derecha, después de la arcada, entreabierta, que comunicaba con la Biblioteca. Y otra mucho más grande enfrente de la entrada, doble, de cristales emplomados en la misma línea que la cristalera.

Lo primero que sintieron fué una sensación reconfortante. El rugir del viento sonaba difuso y podían oír el eco de sus pisadas a medida que entraban en la estancia.

"-¿¡HOLA!? ¡SOMOS UN GRUPO EXTRAVIADO EN LA TORMENTA, SÓLO BUSCAMOS COBIJO HASTA QUE AMAINE!-"

Las palabras de Grigori resonaron en la casa, pero nadie respondió a ellas.

Octavius y Dieter entraron después, ayudando a Müller. Luego Pieter, Grüber y finalmente el sargento Karl, empuñando su pistola hacia el campesino.

 

Cargando editor
17/03/2009, 09:05
Hans Müller

 

Al entrar en la casa y cerrarse las puertas, Hans sintió que el frío, la nieve, la muerte y el horror de la guerra quedaban atrás. El gesto de su sargento hacia el campesino le pareció excesivo pero guardó silencio. Sin embargo, cuando tras exponer su plan pidió sus pareceres, no dudó en tomar la palabra. 

- Con su permiso, mi Sargento. Ignoramos si la casa está ocupada o no, pero las ventanas iluminadas que vimos parecen indicar que sí. Desconocemos si los inquilinos son soldados, desertores o simplemente campesinos que se hayan refugiado aquí por la tormenta. En todo caso, dividirnos me parece arriesgado - dijo con voz cansada -. Desde el exterior, pudimos ver que la mansión ocupaba una gran extensión y tiene tres plantas. La casa probablemente cuente con un gran número de salas y dependencias y de rincones donde uno pueda ocultarse y pasar desapercibido. La superficie a registrar y asegurar es demasiado grande y si nos separamos, debilitaríamos nuestra fuerza y nos expondríamos más fácilmente a un ataque. Además, perderíamos el contacto entre nosotros y ante una situación de alerta o ataque del enemigo, no habría forma de acudir en auxilio del grupo atacado. Sinceramente, señor, creo que lo más oportuno es mantenernos juntos. Tal vez buscar un lugar que nos permita tener una adecuada cobertura y nos permita organizar un defensa.

Calló, reflexivo unos segundos, antes de continuar.

- Señor, ahí se ve un acceso a la biblioteca. Tal vez podamos encontrar en ella un plano de la casa. No es extraño que en una casa de estas alguna de las paredes se adorne con los planos de distribución, especialmente en los despachos y bibliotecas. Si damos con algo así, sabríamos por dónde movernos dentro del edificio.

 

Cargando editor
17/03/2009, 09:51
Karl Ziegler

El sargento Karl aguardó un poco más en silencio por si alguien tenía algo más que añadir. A lo largo de sus años de servicio había aprendido a escuchar y tenía bien asumido que nadie era poseedor de la verdad absoluta y había visto como muchas decisiones inadecuadas habían llevado a grandes tragedias. Sabía que había momentos en los que era necesario actuar tan rápido como fuese posible y esperaba tomar las decisiones correctas en esos momentos, pero si no era imprescindible, tenía la costumbre, la obligación, de escuchar otras propuestas, normalmente de gente con más rango y experiencia, pero en este caso no podía elegir.

Cargando editor
17/03/2009, 10:03
Octavius Dietrich

Ya estaban dentro. Octavius intuía, presentía que aquello era lo peor que podían haber hecho, pero el miedo a morir de frío, o quizás abatido por otra de las erráticas bombas, había condicionado al resto de aquellos hombres, y ahora, todos ellos, creían estar relativamente a salvo. Menos él.

Tenso, y una vez se había asegurado que el soldado Müller estaba en condiciones de moverse por si solo, deshizo el abrazo que mantenía alrededor de uno de sus brazos y su mirada recorrió el lugar donde se habían adentrado. Todo hacia indicar que aquella mansión llevaba tiempo deshabitada, seguramente años a juzgar por la cantidad de polvo acumulada, principalmente en las cristaleras, ahora incapaces de permitir el paso de la luz, pero las luces de las ventanas hacían pensar lo contrario, tanto al sargento, como a los hombres que estaban bajo su mando. Nuevamente, Octavius estaba en desacuerdo. Si aquella aura de maldad era la gobernanta de aquel lugar, no creía que nadie pudiera seguir con vida.

Al escuchar la opinión del artillero al respecto de las órdenes pronunciadas por el sargento Karl, su mirada abandonó el escrutinio de las cristaleras y centró su atención en el gran recibidor donde la biblioteca se intuía tras una de las dos puertas allí presentes, entreabierta, permitiendo que todos pudieran ver algo de lo que se escondía tras ella.

Creo que la opinión del soldado Müller es acertada, mi sargento. Tampoco yo creo que debamos separarnos. - opinó, a sabiendas que si bien aquella puerta abierta podía ser una nueva invitación por parte de aquella casa, lo mejor sería no separarse. Quizás, estando todos juntos...

Cargando editor
17/03/2009, 10:15
Franz Grüber

Grüber entró el último en la casa, al cerrar la puerta tras él se encendió un cigarro y no le extraño en absoluto ver como temblaban ligéramente sus manos, aun manchadas con la sangre del teniente.

Estoy de acuerdo con los demás señor, hasta que no aseguremos la posición no deberíamos separarnos. - El rostro de Franz estaba visiblemente cansado mientras hablaba - Las prioridades ahora mismo son saber si hay enemigos, conseguir comida y ,si tenemos suerte, una radio.

El joven doctor casi no había recibido instrucción militar pero llevaba en el ejército como para saber las lineas básicas de actuación en territorio hostil.

Después de dar su opinión se puso a revisar el botiquín, quería estar seguro de que disponía en caso de emergencia.

 

Cargando editor
17/03/2009, 16:12
Grigori

Ante la violenta reacción del sodado, Grigori mostró las palmas de sus manos hacia él, en muestra de disculpa. Le miró fijamenta a los ojos, sin vacilar. Y con tono ofendido, chapurreó en alemán.

-Yo... ayudar.-

Se dió la vuelta y escudriñó las diferentes partes que esa mansión extraña les mostraba al exhausto grupo. Hizo memoria de cómo le había ido el día.

-Si no fuera por esos soldados, ahora mismo ya estaría en una fría fosa con varios trozos de plomo en el cuerpo.-

Lo que el campesino no tenía muy claro si esa mansión sería el último paso hacia su nueva vida. Allá en la lejana Berlín. Lo que ahora más le preocupaba era calmar los ánimos, ya demasiado alterados por las circunstancias, y esperar a que pasara la tormenta y poder traspasar las líneas alemanas e huir de ese país que le vió nacer y que ahora casi lo mata.

Cargando editor
18/03/2009, 02:01
Pieter Müller

Luego de entrar a la casa, pieter se sintió aliviado. Miró el vestíbulo, maravillado. Aunque se sentía a salvo, no podía bajar el fusil, siempre lo mantenía arriba, y ahora estaba apuntando específicamente hacia la escalera, por si aparecía algún individuo. -Lo más probable es que la casa esté ocupada, debido a la luz de la ventana, pero perfectamente pudimos habernos confundido con el fuego de una batalla cercana que se veía tras dos ventanas paralelas. Mantendré mi fusil preparado de todos modos, perfectamente puede ser una trampa ideada por los enemigos, de la cual estos prisioneros pueden ser cómplices.- Dijo Pieter, al oír las conversaciones de sus compañeros. -Apoyo la idea de que no nos debemos separar, y menos de dejar a los prisioneros solos-. Dijo Pieter, con su habitual hostilidad hacia los rusos.

Cargando editor
18/03/2009, 10:01
Karl Ziegler

El sargento escuchó la opinión de sus soldados. Los miró uno a uno detenidamente y, durante unos segundos observó las instalaciones donde se encontraban pensativo.

Parecía que todos los hombres preferían mantenerse juntos. Desde luego eso no era lo estipulado en el protocolo de asalto a edificios pero la estancia en la que se encontraban, y lo que desde ella se divisaba del resto de la vivienda, podrían permitir una exploración más lineal. Además, como ya había dejado patente en alguna ocasión, el sargento Karl siempre intentaba seguir las normas establecidas, que para algo estaban ahí, pero había aprendido que en ciertas ocasiones es mejor mantener al grupo con la mente centrada y la moral alta. Ya que todos estaban deacuerdo en manternerse juntos, el separalos, aunque no dudaba de que todos acatarían la orden, les haría plantearse demasiadas cosas y perder la concentración, así que accedió ha sus sugerencias.

- Bien. Formación en fila de a dos. Delante los prisioneros. Yo y Grüber en la segunda fila guardando el frente. Los Müller en la tercera, espalda con espalda vigilando cada uno un flanco. Dieter y Dietrich en la retaguardia mirando hacia atrás. Iremos hacia la biblioteca a ver si encontramos los planos. ¡En marcha! -

El sargento cargó su fusil y colocó a los campesiones en pareja mirando hacia la biblioteca que se vislumbraba desde su posición, se colocó detrás de Alexeva y esperó a que los soldados se preparasen para iniciar la marcha rezando por que todo saliese bien. Sabía que las luces encendidas que habían visto desde fuera no eran un reflejo de nada. Sabía que alguien les esperaba en aquel lugar y solo deseaba que ese alguien tuviese más miedo de ellos que el que ellos pudiesen tener.

Cargando editor
18/03/2009, 11:11
Franz Grüber

Grüber se apagó su cigarro una vez recibieron las órdenes del sargento, se colocó el fusil a la espalda y desenfundó la pistola, pensó que con un arma más pequeña sería mas facil manejarse en medio de pasillos.

Si situó detrás de los prisioneros y habló en ruso - Andando - Dijo señalando hacia la biblioteca.

Va a ser complicado encontrar a alguien que no se quiera mostrar, esta casa es muy grande y sin duda habrá muchos escondites.

Aprovechando que estaba al lado del sargento para acercarse un poco más y susurrarle - Señor, con su permiso y cuando tengamos oportunidad, me gustaría echarle un vistazo al diario del teniente, lo más probable es que sea un simple diario personal pero cabe la posibilidad de que vengan reflejadas sus órdenes o sus intenciones. - El joven doctor pensaba que cualquier cosa que pudiese sacarlos de esa situación sería bien recibida, que ganas tenía de volver a casa.

Cargando editor
18/03/2009, 11:28
Octavius Dietrich

Bien, al menos no iban a separarse, y aquello ya era algo, por lo que Octavius se situó tal y como el sargento había ordenado, en la ultima posición de la fila, junto al soldado Dieter y ambos con la mirada atenta y vigilante a la espalda de la formación.

El soldado Dietrich seguía tenso, más de lo que habría deseado o lo había estado antes, y por esa razón, su mirada, atenta, escrutaba la mansión de forma intensa, acompañada siempre de su fusil, firmemente sujeto entre su manos, y con un dedo presto en el gatillo. Pero en honor de la verdad, Octavius estaba mucho más centrado en su sexto y odioso sentido, aquel que le mostraba aquellas fantasmagóricas imágenes o que era capaz de sentir el aura de maldad que había en aquel lugar. Sabía que lo que pudiese presentir de aquella forma sería mucho más útil y fiable que cualquier otra cosa, pero, como siempre, aquel don funcionaba cuando se le antojaba, sin control alguno por su parte, y ahora mismo, parecía reacio a manifestarse.

Cargando editor
18/03/2009, 15:17
Hans Müller

Cuando Hans escuchó las órdenes, sintió que su estómago se revolvía. Emplear a los dos campesinos como parapeto, situándolos al frente de la formación, le resultaba éticamente indignante e inaceptable desde la perspectiva de su fe protestante. Ni siquiera la guerra justifica el empleo de civiles como escudo humano, pensó irritado. Pero la queja que afloraba, murió en sus labios cuando el Sargento Karl y el resto de compañeros se apresuraron a cerrar filas y avanzar en dirección a la biblioteca, obligándolo a someterse, una vez más, a la disciplina militar, una disciplina que cada vez sentía más alejada de su forma de ser.

En su rabia, incluso la estrategia adoptada se le antojó absurda. La formación resultaba a todas luces ilógica cuando tan solo les separaban unos metros de la sala. Un par de hombres hubieran bastado para comprobar si la zona estaba despejada o encerraba algún tipo de peligro. Y en aquel momento, Hans Müller llegó a una turbadora conclusión. ¿Por qué seguían comportándose como soldados? No podían llevarse a engaño. Todos y cada uno de los presentes habían abandonado el campo de batalla frente al implacable fuego del enemigo. Ninguno había cumplido las órdenes de avanzar hasta las trincheras rusas. Habían dejado atrás sus posiciones por la lluvia de morteros, las balas, las muertes, el frío y la tormenta. Por el miedo a morir. Nadie había oído la orden de retirarse de boca de alguno de los altos mandos alemanes, ni la hubiera oído porque un alemán no se retira jamás. ¡No! Todos los presentes eran conscientes de lo que habían hecho y aferrarse al sueño, a la irrealidad de actuar como verdaderos soldados no era sino una forma de exorcizar lo que el futuro les depararía. Eran desertores y la deserción se pagaba cara.

Hans sintió el contacto de la espalda de su hermano y su mente regresó al presente. Había algo que no había cambiado. Debía protegerle. Debía cuidar de él. Fuera cual fuera el precio a pagar.

Cargando editor
18/03/2009, 15:54
Alexeva

¡Malditos miserables cobardes! - pensaba Alexeva - ¡Usar a una mujer y un campesino como parapeto tras el que protegerse!

Mientras caminaba delante de la columna de soldados alemanes, al lado de Grigori, se santiguó encomandándose a Dios. Miró una última vez hacia las cerradas puertas de la casa y la polvorienta cristalera, añorando los bosques en los que se sentía más segura que entre estas cuatro paredes, donde no tenía libertad de movimientos.

Con un nudo en la garganta atravesó la puerta de la biblioteca intentando distinguir cualquier señal que la avisara de que había gente acechando, esperando a que entraran.