Partida Rol por web

-No te ha hecho gracia, ¿verdad?- intuye Ruth -¿Quieres un café?-

Niego con la cabeza, no quiero un café. Le sonrío, con una cierta indiferencia.

-¿Gracia? No, no me ha hecho gracia. Dime cuál ha sido el proceso de elección de esas piezas, Ruth, y del colgante Huang en particular. Quién lo puede haber visto por accidente en el dossier, o quién puede haber tenido alguna noticia, por indirecta que sea, de que iba a salir en Zafon's.

La miro fijamente, quiero ver si hay algún matiz en su reacción. Y añado:

-Y en cuanto puedas me haces un informe completo de Michael Abaldon, personal y en lo que se refiere a sus tratos con anticuarios.

Ruth, consciente de lo que significa en tí esa expresión, se endereza y hace un relato profesional y exacto, con un tono monocorde.

-La pieza la conocimos cuando su primer propietario, el señor Shui-bian Po o Po Shui-bian, como se diría en su idioma. Es un empresario chino que se dedica a la compra y venta de propiedades aquí, un negocio para el que necesita socios americanos, debido a las leyes estadounidenses. Nos dijo que necesitaría en poco tiempo liquidez y por eso lo vendía. Fue catalogado a la manera habitual, por nuestro equipo experto, mediante los documentos que el Sr. Po adjuntó, fuentes bibliográficas y unas pocas llamadas transcontinentales. Fui yo quien decidí, de todo nuestro catálogo, incluirlo. Supuse que una millonaria con un hijo se vería atraída por él.-

Ruth hace una pausa para lamerse los labios, parece algo nerviosa. -Tengo un tío que trabaja en una librería de antiguo, aquí en Manhattan. Libros bastante viejos, de calidad y caros. Sus clientes suelen ser gente de dinero con afición por lo antiguo, lo oculto y demás. Le dije que si veía a alguien que pudiera interesarle la subasta, le comentase sólo que Zafon's pensaba, en poco tiempo, organizar una subasta de objetos esotéricos. Pero no le hablé a mi tío de los objetos en concreto, ni siquiera yo los tenía decididos.-

La escucho con expresión neutra, y asiento a las explicaciones que me da acerca del modo de haber introducido la pieza en el catálogo.

-Mmmm, bien. Pues añade al informe sobre Abaldon otro acerca del Sr. Po Shui-bian, por favor...

Ahora mi rostro toma un aire de curiosidad. Levanto una ceja, y la miro de nuevo a los ojos, casi escudriñando en ellos.

-¿Sabes que eso que dices acerca de un tío que trabaja en una librería de antiguo, Ruth, no lo sabía? Y me interesa. Ya conoces mi debilidad por los volúmenes raros, primeras ediciones, ejemplares especiales... Hummm... Me gustaría acompañarte a conocerle, si no te importa. Cuando tú quieras, será un placer conocerle a él, además del establecimiento. Y puede que nos resulte beneficioso a ambos. Nunca me canso de adquirir nuevas obras, lo reconozco...

-Desde luego.- responde Ruth, escribiendo en su bloc de notas, algo más relajada que antes. -Puedo llevarte allí cuando quieras, esta misma tarde si tienes tiempo. Cierra sobre las seis.-

Poco a poco, los demás miembros de la Junta Directiva van llegando. La reunión va como la seda y no hay problema con respecto a los objetos a subastar. Las cosas van muy bien para Zafon's y no hay razón para quejarse. De vez en cuando las balsas de aceite están bien. La reunión termina poco antes de la hora de comer.

Bien, estoy satisfecho, la próxima subasta puede ser un éxito, la Junta no ha puesto objeciones, y las piezas son excelentes. No me extrañaría que con alguna se batan records de nuevo. Con la cuestión añadida de que el esoterismo está en auge, tiene adeptos, y mucha prensa... si, la Zafon's se va a marcar un punto con ello.

Ruth está haciendo un buen trabajo. Pero... sé poco de ella. Quizá...

-¿Estás libre para comer? Me preguntaba si te apetecería acompañarme a algún pequeño restaurant, cocina selecta, ambiente relajado. Difícil de hallar, pero no imposible. Podemos charlar, y luego nos acercamos a la librería de antiguo. ¿Qué te parece?

La miro con una media sonrisa, acentúo mi aire de romántico vulnerable, que tan seductor les resulta a las mujeres, sobre todo a las pragmáticas y eficientes. Despierta sus instintos maternales, supongo.

-Aunque si tienes otros planes, lo comprendo, no te preocupes. No estamos hablando de un compromiso de trabajo, esto es una invitación sin matices añadidos.

La sonrisa se hace entera, y el aire de fragilidad, total.

Ruth te observa de reojo mientras termina de recoger los papeles y als copias que no se han llevado. -Sí, estoy libre. Pero tengo que pasar por casa antes de que vayamos a la librería, ¿de acuerdo? Por le camino me explicas cómo es una comida que no es de trabajo y que no tiene matices añadidos...-

Salís al recibidor, donde Ruth recibe algunas miradas envidiosas. Cogéis las chaquetas a pesar de que no las vais a necesitar, gracias al clemente septiembre que os están trayendo los cielos.

-Si, no hay problema. Te acerco a tu casa, y de allí iremos de nuevo al Village, dejaremos en coche y pasearemos. Podemos... ¿te gusta la comida francesa? Me apetece algo, digamos, de la vieja escuela. Si, iremos al Pastis...

Acompañas en el coche a Ruth hasta su casa en el SoHo. Es un edificio clásico de una calle arbolada y tranquila.

Haces una broma sobre lo mucho que pagas a tus empleados para alabar el lugar y esperas pacientemente en el coche; ella no te ha invitado a subir y realmente parecía innecesario. Está de vuelta en menos de cinco minutos.

Conduces hacia el restaurante. Ella comenta que nunca ha estado allí pero ha tenido ganas de entrar varias veces. Detectas un tono de cordial mentira piedosa, pero no te importa. Todos lo hacemos de vez en cuando para mantener buenas relaciones con otros seres.... con otros.

Finalmente, estáis instalados frente a la comida, disfrutando de unos entremeses y tus explicaciones sobre el vino.

El pequeño restaurant sigue como siempre, con su aire de bistro parisino, en medio de la City. Pero aunque es falso, aunque los mosaicos del suelo han representado una carísima excentricidad, aunque su público en general viene a hacerse la foto con el plato de huevos fritos de diseño, me sigue gustando. Mesas de marmol con patas de hierro forjado, sillas de madera y rejilla. Pido una apartada, en un rincón, junto a la ventana.

Ruth está algo incómoda, nunca hasta hoy le había propuesto algo así. Pero no es improcedente, piensa, es una comida con el jefe. Dice que no es trabajo, pero no puede ser otra cosa, piensa. Y yo dejo que siga pensando.

Pide un entremés, a base de langostinos. Pero yo prefiero mi sempiterna sopa de cebolla, como siempre que vengo, la mejor de Manhattan, puede incluso que la mejor de gran parte del mundo. Me mira con curiosidad, sí, comprendo, demasiado caliente para la época. Me encojo de hombros.

-Bien, habrá que conocer esa librería. Tengo verdadera curiosidad. Y a tu tío. Verás, la cuestión que David ha planteado con respecto al colgante, me hace pensar que puede haber algo inusual, algo especial en él. Y quizá investigar eso a través de alguien que trata asiduamente con el tipo de personas que pueden estar interesados en una pieza así, pueda sernos de gran utilidad...

La miro mordisquear el pan.

-No te negaré que las piezas que has propuesto me han parecido todas excelentes, y que el tema de la subasta es lo suficientemente original y con el gancho suficiente para atraer mucho dinero a ella. Pero es a mi, personalmente, a quien le parece que esta vez tiene un aire distinto de las otras. Es algo, no sé, más allá del arte. Mágico. Cada objeto tiene atribuídas unas propiedades que lo hacen único. ¿cómo se te ocurrió...?

Ruth te escucha con atención, comiendo sus langostinos como la experta en cuestiones sociales que buscaste en su momento. No porque lo necesitaras, sino porque te hacía sentir más cómodo trabajar con alguien que tuviese los mismos modales clásicos que tú.

-Tenía dos o tres de ellos delante y me fijé en la coincidencia, que todos estaban relacionados entre sí por esas supuestas propiedades. Así que me esforcé por encontrar otros que también tuvieran esa característica. Imaginé que si hacía más especializada la subasta, el interés de los especialistas aumentaría y por tanto también las pujas.-

-Hiciste muy bien, desde luego. Por eso aposté por tí, naturalmente, por tu... euh, instinto, intuición. ¿Dos o tres delante? Es interesante, varios objetos así juntos... ¿dónde fué eso?

Poco a poco la tensión en ella parece ceder. Eso espero. La miro con una complicidad casual, sin demasiada familiaridad, pero la suficiente para que si tiene reticencias en demostrame su confianza, las pierda.

-No, no. Todos los objetos estaban en nuestro catálogo, lo que yo tenía delante eran sus fichas.- aclara Ruth, pasando a servirse y servirte más vino. De reojo observa un postre de una mesa vecina y se toca el pelo distraída.

-Desde luego. Pero, ¿cómo llegaron a nuestro catálogo?

Limpio levemenete mis labios con la servilleta, antes de dar un largo sorbo a mi copa, sin dejar de mirarla por encima de la curva del cristal. De nuevo la servilleta.

Ruth resopla cómicamente. -Tendría que consultarlo. Algunas ya estaban antes de ser contratada. Recuerdo bien que la que quería el conocido de McNeill nos fue asignada por su dueño hace poco, a petición suya. Para las demás... creo que un par más fueron adquiridas así en los últimos dos o trtes años, pero las demás... de verdad que tendría que consultarlo.-

Comprendo que Ruth no sabe más de las piezas que lo que ya ha dicho. O, si lo sabe, tiene suficiente autocontrol como para no soltarlo en una comida conmigo. Así que me relajo, y decido disfrutar de lo que estoy haciendo.

Sonrío, esta vez sin más intención, y me dedico al plato que tengo delante, al vino que queda aún en la botella, y a la preciosa mujer que emite glamour en cada gesto, aunque sea de manera inadvertida. O precisamente por eso.

Así llega el momento de los postres; dejo que Ruth se entrenga mirando la carta y piense el suyo, mientras yo me decido por una tarta Godiva, broche excelente para mi casi siempre voraz y excesivo apetito...

Al terminar la comida, salís y os extraña salir al ambiente soleado. Os habíais olvidado de que era de día; el ambiente relajado de los postres lo hacía parecer una cena más que una comida de trabajo.

-Bueno.- dice Ruth, deteniéndose en la acera delante del Pastis, mirándote de forma quizá más directa de lo acostumbrado.

-Bueno...

Le devuelvo su palabra, y su mirada. Me río ligeramente, y levanto una ceja, estoy bien, me siento bien, extrañamente. El sol me ha sorprendido, es cierto, pero agradezco las horas que me da de margen, sin necesidad de excusas. Y que le da a ella.

-Bueno. Te dejo a tí la agenda, -bromeo- ¿qué quieres hacer? ¿te parece un buen momento para acercarnos a la librería, o quizá prefieres que busquemos algún sitio donde hacer tiempo? ¿te apetece pasear? ¿alguna sugerencia...?

-¿Qué tal si paseamos hasta la tienda? A mi tío le encantará verte. Te tiene mucha envidia por tu acceso a tantas antigüedades.-

Ruth inicia el paseo en dirección al lugar. Pasáis junto a ciclistas que terminan su jornada de mensajeros y ejecutivos que han hecho el almuerzo en un parque. Mientras sorteáis coches y transeuntes, Ruth pregunta -¿No has pensado en trasladarte a otro barrio? Desde luego tu casa es estupenda, pero podrías permitirte algo mucho mejor.-

Le he ofrecido mi brazo a Ruth. Quizá ha sido un gesto anacrónico, pero si lo ha pensado, no se ha notado. Se ha asido a él, con desparpajo, y ha empezado a andar, ligeramente inclinada hacia mi, como si estuviéramos de confidencias.

No puedo evitar sonreír, mientras escucho su pregunta.

-Imagino que puedo permitirme algo más lujoso, más... aparente. Pero la verdad es que me encanta mi casa. No la cambiaría por uno de esos espectaculares lofts de diseño en los que hay que andar con patinete para atravesarlos con cierta prisa, situado entre las residencias de los grandes de la ciudad.

La miro a los ojos, cazando su expresión. Me acerco a ella al hacerlo, y me gusta. Usa un discreto pero cálido perfume, del que sin duda ha colocado una gota a cada lado del cuello.

-¿Tú sí, cambiarías, si estuvieras en mi lugar?