Partida Rol por web

Océanos de tiempo

Sueños de otros tiempos

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24/08/2016, 23:17
Director

Sueños de otros tiempos.

Londres, Sábado 4 de enero de 1879.

 

 

He oído los cascos de los caballos acercarse, no están calados y ello me trae temor.

Temor de afrontar aquello que se que encararé, pero también me trae paz.

La paz de dejar de esterar a una fortuna que ya fue echada, y que nada, ni los cielos ni los hombres podrán remediar.

Notas de juego

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24/08/2016, 23:17
Director

Aquella mañana el cielo se había despertado con Mina, apartando sus nubes en cuanto ella había abierto los ojos. Tenía un día ajetreado por delante y tal vez por su candidez, tal vez por su belleza o tal vez por su suerte, el mundo no parecía dispuesto a ponérselo difícil.

Acicalada y preparada, Mina se reunió con Lucy quién la había citado e invitado a desayunar con ella en un café próximo a la plaza Golden, cercana al río -lo que se cumplía en la mitad de Londres-, y cercana al Teatro Globe -lo que ayudaba a concretar la necesidad de cochero-. Desayunaron sin compañía masculina, y terminaron los preparativos de etiqueta que Mina iba a necesitar para aquella misma tarde.

En los últimos meses, su compromiso con Harker, se veía afectado por las normas sociales que demandaban distancia entre los prometidos a tan próximas fechas de boda, no únicamente física, sino incluso de palabras. No obstante, el abogado tan acostumbrado a usar y abusar de las normas había optado por sortear aquellas directrices absurdas y hacer llegar a su prometida una nota escrita a maquina en la que le solicitaba ser su acompañante en la ópera que estrenaba el Teatro Globe la tarde del sábado 4 de enero.

El plan de Harker, expuesto en la carta, era encontrarse en las puertas del teatro, y poder disfrutar de una velada en mutua compañía y presencia pública bajo el secreto de la escasa luz del teatro fuera del escenario.

Así pues, pasada la hora del té, Lucy se despidió de Mina en las puertas del teatro y se retiró con los señores Murray.

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24/08/2016, 23:17
Director

Pocos podrían describir qué tenía Londres para retener a alguien tan longevo y viajado como Vladimir, Vlad o Alexander. Pero lo cierto es que también pocos podrían negar que esa ciudad no había sido edificada y levantada para que él la encontrase en algún tiempo y vida.

La sociedad había cambiado desde la última vez que Alexander había acudido a un acto social, como también habían cambiado dichos actos, y su aburrimiento. Pero esa tarde de sábado, el Conde* había concedido el honor de su presencia al Teatro Globe para asistir a la representación de una ópera escrita por una mujer bajo seudónimo de hombre a la que solo él había visto el rostro y tras una celosía pero que había captado su atención no solo por la familiaridad que empleó en la voz desde el primer día sino porqué la historia que pretendía contar le resultaba excesivamente propia.

Así, pasada la hora del té, y cubierto el cielo con nubarrones, el cochero de Alexander le llevó hasta el Teatro.

Notas de juego

* me ha hecho ilu (que había muchos), si no quieres el título lo cambio.

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17/09/2016, 22:50
Vlad
Sólo para el director

Han pasado siglos desde que Vlad enterró a su padre. Y sin embargo, aún no ha sido capaz de olvidar aquellos días, ni los posteriores. El eternamente joven príncipe de Erdély camina ahora por las calles grises de Londres, vestido como un dandi, completamente integrado con los nuevos tiempos, con un sombrero de copa y un bastón que no necesita en la mano. Nadie podría decir que se trata del mismo hombre que, vestido con una armadura, portaba un yelmo con cabeza de dragón y dejaba a sus enemigos clavados en una pica hasta que el sol arrugaba su carne y ennegrecía su piel. Nadie podría saber que tras esos ojos que parecen francos y abiertos se esconden siglos de sangre y horror, de cuerpos despedazados con sus propias manos. 

No. Vlad no ha conseguido olvidarse de sí mismo ni siquiera después de atravesar miles de kilómetros, ni siquiera después de cambiar su nombre y sus ropajes. El dolor por Ilona atraviesa su pecho como una lanza cada noche. Igual que entonces. Y cada vez que cierra los ojos todo es rojo. Vlad ya no sueña. No con imágenes al menos. Tan sólo el rojo invade sus sueños, la rabia de esa Bestia que contiene en su pecho y que arde. Vaya si arde. 

Y a pesar de todo, Vlad se mantiene día tras día, escondiendo su brutalidad tras una fachada de diversión mundana. Dilapidando una fortuna que no necesita y que se acumula en sus baúles. Cada vez más cómodo. Cada vez más descuidado. Tratando de encontrar en esos vulgares mortales alguna chispa que lo ayude a pasar un día más. Un año más. Un siglo más. 

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19/09/2016, 17:49
Alexander Dragulia

El contenido de la copa saciaba sólo a medias al joven que la sostenía entre sus dedos con aire descuidado y la mirada más allá del cristal de la ventana. El zumo fermentado de una uva que debía provenir de Francia se mezclaba con una exquisita delicadeza con el extraído de las venas de la más hermosa de las doncellas que servían en la mansión que el Conde* poseía en la capital inglesa.

Londres se le antojaba, sencillamente, apasionante. El brillo exterior en contraposición con la suciedad y decadencia que escondía tras esa pátina de exagerada moral inglesa. Era fascinante observar las perversiones que guardaban los mejores trajes y donde durante el día podía verse una limpia ciudad encorsetada en una almidonada autoconcepción, de noche las luces del infierno se reflejaban en la superficie del Támesis iluminando los afilados bordes de la humanidad. Cualquiera podría pensar que Whitechapel era nido y morada de las bocas más oscuras, pero era en la oculta depravación y el desenfreno de la clase alta donde Alexander Dragulia encontraba más regocijo.

Algunas noches podía pasarse horas simplemente así, contemplando el exterior con una expresión casi estática. Media sonrisa en los labios y un brillo nostálgico en sus ojos, tan oscuros como dos pozos de brea líquida. El tiempo no parecía correr para él con la misma latencia con la que se movía para el resto de personas que habitaban el mundo. El valor de un segundo cobraba una dimensión infinitesimal cuando los siglos se convertían en la medida más apropiada con que navegar en las aguas del tiempo y, sin embargo, la pesca de instantes, tan breves como valiosos, se había convertido en interés y satisfacción casi dignos de un coleccionista.

Pero aquella tarde no sería una de esas, pues Alexander había encontrado una chispa con la que prender una curiosidad normalmente adormecida y hastiada.

Danielle Balcombe, un nombre que traía al paladar del Conde el dulce sabor de la absenta de París mezclada con el hierro de sus doncellas. Estaba acostumbrado a sentir miradas y delicados pies femeninos siguiendo sus pasos en cada fiesta o evento al que acudía. Sin embargo, en pocas ocasiones se había sentido acechado y no acechador en esas zonas de Londres donde la riqueza era la guía del libertinaje.

Sin duda le había divertido la forma pueril en que la joven se había escondido tras la celosía de un jardín para dejar escapar su mirada entre los huecos del enrejado. Podía sentir su calidez latiendo pulsante en distintos lugares de su piel. Cuello, ingle, muñecas. Pasó la punta de la lengua por ese lugar en el que su encía cosquilleaba con el ansia de liberar sus colmillos y su Sed. Los retuvo por el momento, regodeándose en la caza y no en la recompensa, y colocó en sus labios una de esas sonrisas que despertaban los suspiros a su paso.

Así había conocido a la dama en la que pensaba mientras mojaba su garganta de Borgoña y doncella y contemplaba las nubes que cubrían una ciudad que parecía haber sido construida expresamente para él, siempre nublada, polvorienta y oscura. Alguna noche venidera Mademoiselle Balcombe yacería en sus brazos con el cuello abierto y la vida derramándose en un borboteo granate y cálido, pero por el momento el Conde se complacía con el anhelo de quien deja el plato preferido para el final.

Cuando un rato después sus pies descendieron del carruaje, tan sólo parecía un joven rico más, acudiendo a la Ópera. Iba vestido con un elegante traje negro de tres piezas y llevaba en el cuello milimétricamente anudada una pajarita blanca, como su camisa. Sus zapatos brillaban lustrosos y en la cabeza lucía un sombrero de copa que terminaba de rematar la elegancia de su porte con un fino bastón que no necesitaba, pero que solía llevar a todas partes. Sin embargo, a pesar de la expectación que había en su mirada, llevaba consigo ese aire nostálgico que siempre lo acompañaba allá donde iba. Como un poso de tristeza romántica inherente a su esencia y que en cierta forma era parte de lo que lo hacía tan atractivo.

«El Príncipe», rezaba el cartel. Y esa media sonrisa misteriosa y cautivadora apareció de nuevo en sus labios mientras atravesaba el pórtico del teatro. Ardía en deseos por contemplar una obra que ya anticipaba que alimentaría una egolatría que no había dejado de crecer con el paso de los siglos.

Notas de juego

* Por mí encantada con el título ;).

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20/09/2016, 03:00
Mina

Jonathan era un hombre educado, atento, gozaba de una buena situación económica, estaba enamorado de Mina y, por si fuera poco, se llevaba de maravillas con el padre de ella. Todas esas cualidades lo convertían en el yerno ideal y tanto su padre como su entorno, no perdían ocasión para recordarle lo afortunada que era.

La actitud taciturna del abogado contrastaba con el enérgico carácter de ella, pero se llevaban bien y a los propios ojos como los de su entorno, eran una pareja feliz. La joven disfrutaba de los momentos, muchas veces robados desde que se comprometieran, que pasaban juntos y lo extrañaba si dejaba de tener noticias suyas más de un par de días. Pero la astucia de Jonathan, muchas veces confabulado con Lucy, hacía que esas ocasiones fueran las menos.

Cuando recibió la nota de su prometido invitándola a la ópera, la joven sonrió azorada y acudió de inmediato junto a su padre para solicitar su consentimiento. Lo obtuvo de inmediato, e incluso más, él también iría al estreno por lo que ni siquiera era necesario recurrir a ningún subterfugio para poder disfrutar de la compañía mutua.
 
Cuando llegaron al teatro, el joven Harker ya los estaba esperando y tras los saludos de rigor, Lucy y el señor Murray se adentraron en el teatro, seguidos de cerca por la joven pareja que, tras tantos días sin verse, parecían tener mucho que decirse.

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03/10/2016, 18:30
Jonathan Harker

Mina junto con su prometido, accedieron al teatro cuando apenas quedaba unos minutos para el inicio de la función. 

El edificio estaba realmente cuidado. La pintura de sus paredes era reciente y un camino de velas cuidadosamente colocadas señalaba el recorrido a lo largo del pasillo y hasta la sala que guardaba el escenario y los asientos de platea, reservados para lucir vestido y poder ser observados por aquellos que, con menos suerte, debían vestirlos únicamente para sí mismas.

Jonathan no abandonó el brazo de su amada en ningún momento, y para evitar que en un paso más largo de lo oportuno ella pudiera perderle, colocaba una mano sobre la muñeca de ella. No obstante ser evidente que se alegraba de verla y de que había reservado demasiadas palabras a lo largo de los días que no habían podido hablar, el joven no le dedicó más que un elogio a su ropa, peinado y belleza permanente antes de quedarse atrapado en unos pensamientos que no expresaba y parecían pesar en sus hombros hasta el punto de ensimismarlo en algo ajeno a Mina.

Fue en ese pasillo, tenuemente iluminado y silencioso, dónde Mina Murray vio a un joven, evidentemente rico, vestido con un elegante traje negro de tres piezas y una pajarita blanca milimétricamente anudada en el cuello, a juego con su camisa, también blanca. Sus zapatos brillaban lustrosos y en la cabeza lucía un sombrero de copa que terminaba de rematar la elegancia de su porte con un fino bastón que resultaba evidente no necesitar. Pero no fue su vestimenta la que le llamó la atención, al fin y al cabo, no era más que un rico más en ese teatro, sino que al coincidir sus ojos por una calculada casualidad del destino su aliento se detuvo y su cabeza pareció perder el sentido. Emborronando su visión.

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03/10/2016, 18:47
Director

Fue tan solo un segundo, tres pasos guiados por su prometido. Pero mientras la cabeza se desfallecía, ella creyó verse frente a un castillo recortado en lo alto de una cumbre sobre un cielo estrellado. vio con claridad un camino estrecho alargarse de sus pies a esa silueta regia.

Y las faldas que la vestían distaban de las suyas en calidad y color tanto como los años que debían separar sendos estilos.

Fue tan solo un segundo pero estuvo segura de que en ese lugar que su cerebro no recordaba hacia frío, estuvo segura de que la nieve cerraría el paso por el que ella avanzaba y estuvo segura de que algo en todo aquello oprimía su corazón.

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03/10/2016, 18:55
Director

Al llegar a la ópera, el joven Conde cruzó sus pasos con algunas parejas e incluso algunas almas que acudían, como él, solitarias a ver el espectáculo que nadie podía valorar, o desmerecer, como él. Y todas y cada una de esas almas, guardarían para siempre -aun sin saberlo- el recuerdo de él, pero para Dragulia, no habían sido más que hojas de otoño.

El edificio estaba excesivamente cuidado, sus paredes cada día olían a pintura fresca, y en su plaza, tres hombres cargaban constantemente paladas de mierda de caballo a otro punto de la ciudad, el pasillo que conectaba el pórtico de entrada con la sala que guardaba el escenario y los asientos en platea -reservados para lucir vestido y poder ser observados por aquellos que, con menos suerte, debían vestirlos únicamente para sí mismas- estaba iluminado con velas cuidadosamente colocadas para que distasen exactamente los mismo unas de otras.

Y a pesar del genticio insignificante, hubo una pareja, que compartió los últimos pasos en ese pasillo, y aun bajo la tenue luz, Alexander reconoció el rostro de su amada Ilona en una joven atrapada en el brazo de un caballero rubio y sin gracia para peinarse, que, a apostar por sus ropas, se cería más bien posicionado en la sociedad de lo que realmente podía permitirse.

Ella, en cambio, era tan elegante como solo la imagen de Ilona podía ser, y en sus labios vestía la sonrisa más dulce y afable que nadie conocería jamás.

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14/10/2016, 21:43
Mina

Mina caminaba del brazo de su prometido, recorriendo el recinto con su prístina mirada y correspondiendo con una amable sonrisa cuando un rostro familiar la saludaba. Si bien se mostraba entusiasta y alegre por estar en su compañía, la prosa adusta de Jonathan la empujaba a expresarse de igual modo y a desear en silencio que confiara más en ella y compartiera ese peso que parecía cargar sobre los hombros.

Abrió la boca con la intención de preguntarle si todo estaba bien, pero ninguna palabra salió de su boca. La mirada de un desconocido coincidió con la suya y algo inexplicable, que jamás había experimentado antes, le sucedió. Fue como si su alma se separara del cuerpo y se trasladara a otro espacio y tiempo en el que ella también era la protagonista.

La suave presión ejercida por la mano de Jonathan la arrancó de esa suerte de estado onírico, devolviéndola a la realidad, la única posible. Parpadeó repetidas veces y volvió a llenar sus pulmones de aire, al tiempo que esbozaba una tímida sonrisa e inconscientemente presionaba el brazo de su prometido. La cabeza todavía le daba vueltas y la sensación de que sus piernas flaquearían aún no la abandonaba, pero nada dijo dando pie para que él interpretara aquella sonrisa y presión en su brazo como una muestra más de afecto por parte de la joven.

No obstante, el corazón de Mina continuaba estando agitado y cada nuevo latido traía consigo un ruido sordo e inquietante. Las luces menguaron, señal inequívoca que la función estaba a punto de iniciar. La joven era una amante de la ópera y coincidía con quienes la definían como "un arte total en el que confluye la música, el canto, la poesía, las artes plásticas y, en ocasiones, la danza". Y es que esa compleja alquimia hacía que cada función se convirtiera en un espectáculo extraordinario al conseguir que todos sus componentes combinaran su expresividad y belleza, monopolizando la vista, el oído, la imaginación y la sensibilidad del público. Un espectáculo fascinante en el que todas las pasiones humanas estaban en juego...

Pero esa noche era diferente, y lo que normalmente embobaba sus sentidos, no hacía más que actuar como un distractor porque su mirada no hacía más que buscar entre el público al hombre cuya mirada remeció el suelo bajo sus pies.

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20/10/2016, 13:45
Vlad
Sólo para el director

Han pasado siglos desde que fue lanzada cuando la moneda cae repiqueteando en la piedra fría y deja ver una de sus dos cruces sin que quede nadie para contemplarla.

El eco de una risa lejana, que en realidad son tres, atraviesa el tiempo y el espacio; desde la habitación de un castillo en la que una puerta se abre y estrecha los hilos del destino alrededor del corazón de un príncipe, hasta el pasillo de un teatro donde un corazón maldito e inerte, de repente, vuelve a latir.

Su corazón late una sola y maravillosa vez. Pero late tan fuerte que amenaza con escapar de su pecho. Late con la firmeza de lo predestinado, de lo inexorable. Los ojos de Alexander se cruzan por segunda vez con el ser más puro y bello que jamás habían contemplado y su pecho y su estómago dan un vuelco con la renovación de una sentencia.

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21/10/2016, 03:01
Alexander Dragulia

Los ojos oscuros del joven dandi recorrían el pasillo del teatro deteniéndose de forma fugaz en las parejas e individuos que acudían a la ópera aquella noche. Le agradaba la limpieza del lugar, pero más lo fascinaba la humanidad que albergaría durante las siguientes horas. En otras noches su principal interés podría haber sido rascar bajo esa esmaltada pátina de sedas y vestidos hasta encontrar el instinto feral que cada humano guardaba en su interior. Aquella, sin embargo, era una noche para alimentar su ego y deleitarse en el gozo de la caza que anticipaba para cuando cayese el telón. Quizá esa fuese una noche apropiada para solazar su paladar con los sabores de La France.

Lo que desde luego jamás, en todo el tiempo que su presencia maldita llevaba pisando la tierra, habría esperado era que el anhelo más profundo de su alma fuese escuchado y puesto directamente ante él. No hubo rayos o truenos que anticipasen aquella magia. Tampoco había habido una inefable sensación predestinada que pudiera prepararlo para aquella noche. Sencillamente ella estaba allí, entre todas aquellas personas, y colgada del brazo de uno de esos despreciables petimetres sin clase.

La dulzura de sus ojos castaños penetró por las pupilas del joven Dragulia erizando a su paso toda su piel hasta que llegó a su destino. Y una calidez tan lejana que había sido ya olvidada retumbó en su pecho una sola y única vez y se extendió hasta enardecer su vientre y apretar su garganta.

Se quedó completamente inmóvil. Petrificado por los recuerdos y por un latido que durante un breve instante le había recordado que hubo una vez en que el monstruo fue un príncipe que añoraba a su padre y conocía el amor en el mismo día.

—Ilona... —susurró quedamente, vaciando sus pulmones en un suspiro que llevaba impregnado el amor más puro.

Quiso correr hacia ella, arrancarla de manos del hombre que la acompañaba y hacer valer su derecho. Quiso besarla con la pasión que había hecho arder un lecho lejano en las noches frías de Transilvania. Quiso dejarse caer a sus pies y abrazar sus rodillas suplicando un perdón que no merecía.

Pero no hizo nada.

Para cuando fue capaz de reaccionar, ella ya se había marchado y una campana avisaba de que la representación estaba a punto de comenzar. Alexander pestañeó sin necesidad y por un instante su mente dudó de su propia cordura. ¿Acaso estaba perdiendo la cabeza después de tanto tiempo? ¿O era ella realmente? Después de siglos de soledad y contricción quizás el destino le ofrecía una nueva oportunidad y la traía a su lado.

Frunció su ceño en un gesto que no solía acudir a su rostro, demasiado humano para alguien que ya ha atisbado en las peores sombras del mundo y se ha perdido en ellas una y mil veces. Sus ojos se habían cruzado, pero ella no parecía haberlo reconocido. O tal vez lo había hecho pero recordaba bien cómo había terminado todo entre ellos.

Reanudó su camino hacia el interior, buscando el palco que le correspondía y tomando asiento en él. No tardaron en atenuar las luces y esa sonrisa socarrona que habían dibujado sus labios se difuminó hasta convertirse en una fina línea. Sus ojos ni siquiera prestaron atención al escenario. Tan sólo buscaban entre el público retazos del vestido de su Ilona, rastreando entre todas aquellas personas insulsas con la esperanza de encontrar ese brillo único que había hecho palpitar un corazón muerto.

Cuando su mirada la encontró de nuevo, se levantó despacio, con la lentitud y el sigilo propios de un depredador. Se deslizó con paso sinuoso entre las sombras hasta el lugar donde poder contemplarla con más facilidad. Ansiaba recrearse en cada uno de sus rasgos y gestos, esperando el momento en que se quedase a solas para acudir en su busca. Si había algo que aquel que una vez fue el príncipe de Erdély había desarrollado con el paso de los siglos, eso era la paciencia. Ahogó en ella la prisa y la impulsividad que tan caras le habían salido a lo largo de su existencia y esperó.

Esperar el instante apropiado. En eso se basaba la caza.

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08/11/2016, 12:33
Director

Cuando una dulce y tímida campanita replicó, los oídos entrenados de los espectadores supieron avisar a sus labios de que guardaran silencio, y ese silencio solemne contagió aquellos que no sabían atender al sutil repique del bronce y el metal. Las velas que iluminaban el corredor entre asientos y escenario fueron apagadas una a una por dos jóvenes sino gemelas, hermanas, que procuraron mantener también la simetría en esa matanza de luz y distracción.

Pero ni siquiera el enunciado inicio de la función o el esfuerzo de las jóvenes rubias para entorpecer la visión de todo aquello que no fuera El Príncipe sobre el escenario fue bastante para que dos miradas se encontraran en una casualidad provocada y estribada por sendos dueños de ese anhelo hecho ojos.

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11/11/2016, 01:00
Mina

La joven, que era una amante de la ópera y consideraba que la compleja mezcla de música, canto, poesía, artes plásticas y, en ocasiones danza, convertía cada función en un espectáculo extraordinario al conseguir que todos sus componentes combinaran su expresividad y belleza, monopolizando la vista, el oído, la imaginación y la sensibilidad del público. 

Era un espectáculo fascinante, uno en el que todas las pasiones humanas estaban en juego, pero que esa noche no parecía suficiente para embobar sus sentidos, porque esa noche algo más había ocurrido, algo totalmente imprevisto e inexplicable y ese cruce de miradas tan fugaz como un atardecer en invierno, la tenía anhelando unos desconocidos ojos que al mismo tiempo resultaban tan familiares.

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15/11/2016, 21:47
Alexander Dragulia

Los ojos de Alexander Dragulia brillaban con una profundidad oscura y aterciopelada entre las sombras de uno de los palcos cuando los de Mina los encontraron. Allí, protegido por una oscuridad que le era tan afín como un manto y un embozo, contemplaba a la joven con una intensidad capaz de provocar estremecimientos en aquellos con poca voluntad. La palma de su mano, enguantada en blanco, se apoyaba sobre la columna que delimitaba la separación entre ese palco y el siguiente mientras él permanecía completamente inmóvil, como si la madera con la que el teatro había sido construido le hubiera contagiado su estaticidad.

La comisura de sus labios se crispó imperceptiblemente en la penumbra cuando su búsqueda obtuvo la recompensa ansiada y, a pesar de la distancia, trató de sumergirse en la mirada de avellana de su adorada Ilona. Cómo había llegado hasta allí escapaba a su comprensión, pero no se detuvo a dar gracias por aquella visión que sentía al alcance de la mano. Si al príncipe de Erdély ya le había resultado difícil pronunciar una expresión de gratitud, aquel que había visitado las peores tinieblas, incluso aquellas que se esparcían como tentáculos retorcidos a la luz de los más brillantes salones, tal vez ni siquiera recordase la sonoridad de esa palabra. ¿A quién, en todo caso, debería agradecer? ¿A un Dios a quien él mismo había dado la espalda? ¿O al demonio de ojos celestes que lo había condenado?

«No les creas hijo, no confíes en ella. No pactes.», una voz olvidada resonó en su cabeza con el peso de lo inexorable y con ella un escalofrío lejano se deslizó por su espina dorsal, frío y resbaladizo como la piel de una serpiente. Ni uno de los consejos de un padre fallecido había sido atendido a tiempo y cuando ya era demasiado tarde su comprensión había caído sobre él como una cascada de agua helada. Pero en ese momento, allí, en el interior del teatro, su corazón había vuelto a latir una única y preciosa vez y recuerdos postergados habían abandonado su rincón polvoriento para acicatear una vez más a Alexander con el látigo de la culpa más amarga.

No hizo ningún gesto cuando sus miradas se cruzaron. No se movió ni un milímetro de su postura que casi podía parecer acechante y atrayente al mismo tiempo, como la de una pantera agazapada en la rama de un árbol, lista para saltar sobre una presa hipnotizada con su belleza salvaje y feral. Ansiaba acercarse a ella y tomar lo que le pertenecía por derecho, pero al mismo tiempo temía disolver el espejismo de acercarse demasiado rápido, o demasiado pronto.

—¿Qué haces aquí, Ilona? —pensó, deslizando muy despacio los dedos por la superficie de la madera—. ¿Qué clase de brujería te ha traído de regreso a mi lado?

Cuando el tiempo deja de ser un enemigo para ser un compañero de viaje es difícil mantenerse consciente de su paso y así Alexander nunca supo cuánto de éste pasó tan sólo contemplando a la joven, esperando el momento oportuno, anhelando poder acercarse cuando ella estuviera a solas, deseando que no le hubiera olvidado y sabiendo, en lo más hondo de su ser, que cuando dos almas están unidas nada puede separarlas.

Una idea amarga le asaltó como compañera de aquel pensamiento. Al fin y al cabo, él había vendido la suya a cambio de ese momento.

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09/12/2016, 02:26
Mina

Cuando sus ojos por fin encontraron lo que el subconsciente anhelaba con tanto ardor, respiró profundo tal vez creyendo que de esa forma podría alargar un momento y unos pensamientos que sabía eran prohibidos.

Apartó la mirada, avergonzada y confusa por la oleada de dudas y sensaciones que la embargaban. Miró a Jonathan y escrutó su rostro esperando hallar en sus ojos la serenidad necesaria para disipar las nubes de tormenta que amenazaban con agitar sus pacíficas aguas. Jonathan ni siquiera la miró.

Clavó la vista al frente, concentrándose en la representación sobre el escenario. O al menos lo intentaba. Podía sentir la intensa mirada del desconocido horadándola; se negaba a mirar pero un impulso casi primario, le pedía a gritos que girara la cabeza y lo hiciera. Cerró los ojos y apoyó la espalda en el respaldo de la acolchada butaca, ocultándose tras la columna de su palco. Disfrutó cuanto pudo de la pantomima en la que se había convertido para ella la función, sonriendo agradecida cuando Jonathan le dedicaba alguna mirada o tomaba su mano.

Cuando al fin fue hora del intermedio, se excusó para ir al servicio. Necesitaba despejarse, tomar un poco de aire fresco... dejar de pensar.