Partida Rol por web

Otros Mundos I : Los Chicos de Jim Hopper

Día 2. El proyecto Mamba Negra.

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13/12/2022, 11:09
Jim Hopper

Rico, usted primero. Gonsalves, usted irá tras él. La segunda — Hooper miró a su alrededor, hacia la confusa borrosa mancha que era la jungla, como si hubiese tenido un pálpito. O como si supiera que era la última vez que veía los verdes y azules del horizonte selvático.

Mas le vale, sargento, que esa tarta de manzana esté buena — dijo. Luego bajó la mirada hacia Wilkinson. El muy cabrón ocultaba algo y, si era la mitad de hideputa que Jim, les putearia hasta que exhalara su último aliento.

¿Se puede hacer lo mismo desde adentro, Gonsalves, dejarlo preparado para abrir? Prefiero perder cinco minutos ahora que cinco segundos bajo fuego enemigo, intentando abrirla. Es posible — siguió clavando sus diminutos ojos azules en el militar herido. Estaba tranquilo, como si todo el asunto que tuviesen entre manos fuese rutinario, como si la traicionera oposición del militar fuera completamente previsible— que nos encontremos la puerta cerrada cuando queramos salir.  Pero puede que lo mejor sea dejarla cerrada ¿No es así, Wilkinson?

Esperó la respuesta de Gonsalves, la de Wilkinson, si se dignaba a contestar, y se coló en el interior de la base. Su objetivo estaba a la izquierda, unos pasos hacia adelante.  En la garita de seguridad es posible que hubiese todavía pantallas en funcionamiento desde las que ver las imágenes del circuito cerrado de cámaras.  El típico plano tras un panel de metacrilato con las salidas de emergencia. Una línea telefónica. Armas y equipo.  Pistas acerca de lo que había sucedido.  

No esperaba encontrar a nadie vivo. Por ahora.

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15/12/2022, 22:47
Director

El largo corredor se abrió ante ellos, iluminado por luces de emergencia; fantasmas artificiales que esputaban su famélica luminosidad. Suelo metálico sobre el que sus botas replicaban una canción de muerte. Paredes de hormigón y acero, ideales para ahogar sus gritos. Conductos de ventilación, tuberías de gas, agua. No habían reparado en gastos. Cableado eléctrico, canaletas, desagües; fisuras cerradas y blindadas. Una prisión. Accesos en el suelo, puertas con combinación, techos altos, zonas marcadas por números y letras, acceso al incinerador y la trampilla para la basura. El kit completo de complejo industrial secreto. Silencio, como un último ingrediente discordante; anchoas en la pizza, cuchillas de afeitar en el pastel. Una puta en la comunión de sus sobrinas. Áspero, confuso, excitante.

Rico avanzó el primero.  Su paso roto marcaba el ritmo. La Marcha Fúnebre. Cada palmo era terreno asegurado. El rifle en las manos, los sentidos alerta. Nada escapaba de sus ojos. Ninguna presencia, ninguna fluctuación en el aire. Tras él, Gonsalves, cada vez más inquieta. Sombras, sombras, sombras por doquier. El proyecto Mamba Negra bailando sobre sus cabezas. Oscuridad y nada más.

Merl siguiendo la comitiva, el arma presta, los dientes apretados. Decidido a volver a casa. Heridas que lamer, batallitas que contar. Jim se aseguró de cerrar la puerta tras ellos. Nada escaparía ni entraría. Había un accionamiento manual por la parte de dentro que Gonsalves había comprobado. Solo tenían que tirar de la palanca, las puertas chirriarían pero se abrirían. Al menos, mientras hubiera corriente. Se despidieron de Wilkinson con palabrotas.

—No olvidéis enviar una postal, muchachos.

Pasaron una garita de seguridad. Las pantallas de las cámaras de vigilancia estaban ciegas, los paneles de control desconectados. Usaron la clave entregada por el señor Gris. La primera puerta se abrió.

Algo zumbaba dentro. El generador de emergencia; un viejo gangoso lanzando exabruptos. Traqueteaba. Si se agotaba, las puertas no se abrirían, quedarían sumidos en la era de piedra. Quedaba el accionamiento manual, un sistema de seguridad obtuso que tendrían que hacer girar. Bastante más lento.

Otro corredor  repleto de puertas a ambos lados, todas numeradas. Puertas negras, blindadas, cerradas con combinaciones numéricas. Sin escotilla para los alimentos o ventanucos de vigilancia. La clave maestra no funcionó en ellas; otro tipo de seguridad. Mamba 1, Mamba 2, Mamba 3. Veinte. Y Mamba rey. Celdas, habitaciones, zonas de pruebas. Cualquiera cosa sobre la que especulase su imaginación. Otro puesto de seguridad, más discreto. Una chaqueta en la silla, un café frío y una barrita energética mordisqueada. El armario de las armas, donde debería haber dos escopetas bajo llave, estaba vacío. Algún cartucho volcado con premura, el olor de la pólvora. Nada más. Nadie.

Avanzaron. Alguien había perdido las gafas. Jim las recogió, no eran de su graduación. Le daban dolor de cabeza. Segunda puerta. La misma combinación. Una pesada hoja de metal se corrió a un lado. Aparecieron las zonas comunes, de carga y mantenimiento. Un acceso a un almacén a la izquierda, un laboratorio, enfrente. Imposible saber que tramaban esos hijos de puta. Alguien había volcado un carro de herramientas. Encontraron una gorra del ejército, sin logo. Olvidada, perdida. Ni rastro de su dueño. Una vieja radio repetía en bucle una canción country. El lugar era engañoso. Mentía. Daba el aspecto de ser un sitio tranquilo. Escupía en sus caras esa falacia. Era como la escena de un crimen después de que el equipo de limpieza se hubiera encargado de todo. En apariencia, una zona gris de la vida. En realidad, una zona de guerra, una casa para alquilar con un buen precio y un cementerio indio debajo del sótano.

Ni un alma. Ni una gota de sangre. La tercera puerta. Rico se agachó a recoger algo del suelo. Un único casquillo. Una velada amenaza de que algo había sucedido. Abrieron el siguiente acceso. Un laboratorio, estrecho. Varias mesas blancas y asépticas. Papeles con fórmulas, libros de zoología, otros sobre astronomía, apuntes, cálculos. Abiertos, extendidos, hora punta en el trabajo. Un microscopio con una muestra, una botella de agua sin tapón, un mechero Bunsen funcionando a medio gas. Fuera lo que fuera, los había alcanzado de súbito y los había hecho desaparecer.

—¿Qué coño está haciendo aquí vuestra gente? Este sitio me da escalofríos.

Gonsalves miraba a un lado, a otro, tratando de captar alguna pista, alguna señal. Cualquier cosa. Nada. La calma antes de la tempestad. Los dedos sobre los gatillos, las armas prestas. La parte de atrás del laboratorio presentaba un aspecto más delator. Cristales por el suelo; tubos de ensayo, matraces, urnas de contención, vasos de precipitados. Pisoteados, golpeados. Alguien había volcado una mesa, arañando su superficie con algo afilado y profundo hasta el punto de partir la madera en dos. Encontraron una identificación, una pieza de plástico blanco anodina con un código y un nombre; Dr. Helm Stein, astrofísico. No era un nombre real. Una sustancia en el suelo, negra como la brea, cubierta de un moco transparente. Trepaba por las paredes, el techo. Goteaba, babeaba.

Rico hundió el cañón de su arma dentro del moco y removió. Tenía una parte sólida, como de chicle, a pesar de que su capa externa era viscosa.

—Es asqueroso. Parece baba de caracol.

Lo parecía, pero no olía igual. Era un aroma intenso, extraño. Algo nuevo. La misteriosa sustancia provenía de la puerta de atrás del laboratorio, se filtraba por debajo. Era la última. Tras ella, el hombre gris, su prisión. El objetivo. El proyecto Mamba Negra.

Gonsalves se acercó al panel numérico. Detrás de la puerta se encontraba su destino. 07 grabado en la puerta. Letras pulcras, intocables. Allí no había pasado nada.

—¿Estáis seguros de que queréis que la abra?

Notas de juego

JettRrow, sientete libre de añadir lo que quieras sobre el turno anterior. Pero debemos seguir avanzando

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16/12/2022, 18:17
Rico Flores

El siguiente paso, que no tenía por qué ser el más lógico, ni sensato, era entrar en el búnker y averigüar de una vez por todas qué mierdas estaba pasando allí.

Wilkinson sólo les daba largas y muestras de "poca amabilidad"... Le entraron ganas de pegarle un tiro, pero había aprendido a no malgastar la munición. No le quedaba mucho, que se pudriera allí mismo.

Entraron, desmontó la mira del Dragunov y la guardó. En un entorno cerrado de poco la iba a servir la visión a larga distancia, y el efecto túnel a través del visor sería más un inconveniente que una ventaja. No era su terreno, no estaba a gusto. Aunque en su entrenamiento había tenido que meterse hasta por cloacas estrechas, su zona de confort estaba fuera, al aire libre, con espacios abiertos. Al principio sintió una opresión pero, debido a su paso lento, a los pocos metros ya comenzó a habituarse.

Fue avanzando atravesando los pasillos forzando sus sentidos hasta más allá de su capacidad. No quería más sorpresas. A saber cómo sería eso que había allí dentro. Si ya el demonio les había jodido fuera, ahora iban a buscar otra cosa que les jodiera dentro.

Casi hubiera preferido encontrar más señales de lucha, casquillos, agujeros de bala en la pared, incluso cadáveres, armas abandonadas por el suelo... Todo aquello sólo hacia que pareciera aún más tétrico, y aquella sustancia desconocida y viscosa ya era el remate. No era verde, como la del demonio del exterior. Y que fuera de color negro tampoco daba buenas vibraciones.

La puerta que marcaba el destino de su trayecto se encontraba frente a ellos. Gonsalves se acercó al panel numérico.

Rico retrocedió, buscando una posición que le permitiera cubrir con su línea de disparo la parte contraria a las bisagras, aquella por la que la puerta mostrara los primeros atisbos de lo que hubiera tras ella. Le daba igual lo que fuera, pero si lo que aparecía no era algo parecido al chupatintas que esperaban, iba a recibir una generosa ración de 7,62mm.

- Tiradas (1)

Notas de juego

joerrrr con los dados, prfffff

siento el retraso, ando liado, pero intentaré seguir el ritmo, sorry

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17/12/2022, 13:00
Morgan Merl

Celdas. Olor a muerte. A dolor. A torturas. Su nariz asaltada por esos nauseabundos olores. Nunca te acostumbras, puedes aceptarlo y nadar en una charca de ese mierda, pero no te acostumbras. Buscó un cigarrillo en sus múltiples bolsillos, pero solo encontró apenas una colilla. Decidió dejarla para "celebrar" si salían del agujero con vida y enteros.

Miró por unos segundos a Gonsalves, recordando que proporcionaba hombres para los juegos obscenos y aberrantes de Wilkinson. Porque estaba claro que los experimentos retorcían el cuerpo y la mente de de los prisioneros. El, como médico, lo intuía, lo sabía. Pero resultaba que el cabrón de sangre verde no pertenecía a este sitio. ¿Qué dijo Dolores? Sucedía desde hace tiempo, el Cazador de hombres. No era un experimento, entonces, ¿qué?

Meneó la cabeza, devolviendo esos pensamientos a otra parte de su cabeza. Ahora debía concentrarse en lo que tenía frente a sí. 

-La música ambiental está bien. Apropiada.-No apagó el radiocassette, se paró a escuchar la canción, al menos un retazo.

En el laboratorio, miró y leyó por encima los documentos. Cogió un libro de zoología. ¿Y los de astronomía? Los ojeó igualmente. Se le ocurrió echar un vistazo por el microscopio a aquella muestra.

-Algo que va contra las leyes de dios y de los hombres. -respondió a Dolores. -Los rusos les meten mucha mierda a sus prisioneros políticos, en los gulags. Nosotros, en Centroamérica. -Odiaba reconocer que pertenecía a su gente. Y también sentía escalofríos mezclados con la fiebre supurando por los esfuerzos de su cuerpo contrarrestando la infección. 

Babas de caracol o un chicle de regaliz. Repugnante, pero en su faceta de cirujano, había visto muchas cosas que podían revolverte el estómago y darle la vuelta de fuera hacia adentro. La observó en las paredes, en la punta del fusil de Rico, a cierta distancia.

-No la toquéis ni piséis -posiblemente un consejo innecesario. Era el sargento y se preocupaba de su gente, ¿no? -Hemos visto de todo en nuestra vida militar, sin embargo esta jodida selva se lleva la palma. 

Dio otra vuelta, fijándose con detalle en el corte de la mesa, ¿un machete? 

El francotirador se puso en posición. Morgan también, más de frente. Comprobó por vigésima vez su arma.

-Ninguno quiere que la abras pero tienes que hacerlo, Gonsalves. Vamos. 

Una última mirada de amistad y determinación hacia Jim. Si Merl fuese un seguidor del determinismo, diría que todas sus experiencias les habían conducido a este lugar y ahora. 

Pero no. Se trataba de otra misión. Una puta misión más. 

 

- Tiradas (1)

Notas de juego

Lanzo por medicina, a ver si Morgan sabe lo que es la muestra, y si se hace a una idea de lo que trocean , investigan y experimentan aquí con los libros de diferentes disciplinas y si sus ojos de médico descubren alguna cosa en particular.

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18/12/2022, 10:53
Jim Hopper

Jim avanzaba en silencio, prescindiendo de las soeces puntualizaciones a las que era tan aficionado. Los que le conocían sabían que no era nerviosismo, ni temor, ni la música country lo que le hacía estar tan callado.  Existía la necesidad de deslizarse en silencio, escuchando. También la de olfatear en busca de restos químicos; mostaza, cianuro. Y la de pensar.  Jim meditaba acerca de la clase de arma o ataque que podía hacer desaparecer a tanta gente, tan rápida y limpiamente como lo haría una toallita íntima.  El hallazgo del moco, además, martilleaba en su cabeza ¿No había leído un artículo acerca de algo similar en una de sus revistas del National Geographic? ¿Algo acerca de un insecto, una avispa parasitaria?  Mierda. No se acordaba.

Se los han llevado, a todos. Yo diría que están tras ésta puerta. Muertos y despellejados.  Es posible que nos enfrentemos a otro tipo como ese marica treparramas acechante de ahí afuera. Nada de hacer el capullo, soldados.

No era la mejor teoría, aunque sirviera para preparar a sus hombres para lo peor. Porque aunque el tipo de ahí fuera era capaz de ir atrapando a mucha gente, de una en una, no parecía tan rápido como para llevarse a la gente a rastras sin que éstos pidiesen responder. ¡Si hasta Rico había podido soltarse, joder!.  Además, por muy fascinante que fuese el tipo trasparente, en ningún caso habría provocado ese terror, ese trauma, en Wilkinson. Debía de ser algo, o alguien, mucho peor.

Vamos a entrar, pero solo uno de nosotros lo hará, y únicamente para echar un vistazo. Dos tras la puerta, dispuestos a cerrarla de golpe si algo o alguien amenaza con salir de esa celda.  Otro en fuego de supresión, por la misma razón. 

¿Algún voluntario para entrar? — se giró hacia Merl—¿Sargento?
 

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18/12/2022, 16:21
Morgan Merl

Decir ¿sargento? , en ese tono, no era una sugerencia, sonaba a orden velada. Morgan cruzó miradas con su capitán. Venían a responder algo así como, "claro, coño, quién si no". 

Aflojó un poco la fuerza con la que agarraba su fusil. El sudor resbalaba de su frente, mejillas y corría en diminutos torrentes cuello abajo.

Asintió con la cabeza. Total, no era la primera puerta que abrían y entraban. Y ya se había medido con el marica treparamas como lo llamaba Jim. No eran unos capullos blandos como Wilkinson y sus nenas. 

-De acuerdo. Entro yo.

 

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19/12/2022, 00:46
Director

Merl echó un vistazo. Pruebas, mapas estelares, cultivos de microorganismos. Imposible saber cual era el sujeto que estaban estudiado, pero si entendió varias cosas. Cosas de folletín barato de ciencia ficción. El laboratorio no había creado nada. Lo había encontrado, diseccionado, duplicado. Algo caído de las estrellas. O encontrado en ellas. Una fuerza letal cuya sola sangre significaba muerte y destrucción. Trataban de encontrar su hogar natal en las estrellas. Siguió el trazado de los astrónomos hasta una galaxia en cuyo nombre había más números que letras. No era su campo.

Como médico, menuda broma el tipo del fusil, siguió mejor el trazado de las pruebas médicas. Como matarlo. Ni la falta de aire, ni la asfixia. Balas y plomo, fuego. Entonces ¿Qué temer? Instintos asesinos. Una máquina letal de la naturaleza perfecta, ideada para matar, reproducirse. Un virus biológico. Hablaba de una infección, aunque usaban términos confusos. Algunas de las notas que encontró estaban escritas con tanta vehemencia que parecía que esos cabrones se la machacaban con su proyecto. No era para menos. Mamba Negra era su nombre en clave. Aquello no era una puta serpiente. Lo importante del proyecto no era el nombre, sino el apellido. Oscuridad, muerte, terror. Jim llamó su atención, uno podía abstraerse mirando esos papeles y aunque nadie les metía prisa, todos sentían urgencia, apremio por salir de allí.

 

Gonsalvez tomó aire antes de introducir la combinación en el panel numérico. La puerta empezó a desplazarse de forma lateral. Chirrió, el metal arrancó un aullido al riel por el que se desplazaban unos oxidados rodamientos. El óxido se mezcló con el paso apretado del metal, provocando un sonido tan intenso como desagradable. Gonsalvez intentó detenerlo, marcó de nuevo la combinación, golpeó con la culata de su arma el panel. Nada. Rodamientos, poleas, raíles, chirriando en una terrible cacofonía de metal retorcido, llenando los pasillos de alaridos de óxido, de ecos herrumbrosos. Fueron apenas diez segundos. Suficientes como para haber despertado a un muerto.

—Si alguien no sabía que estábamos aquí, ahora ya lo saben.

Gonsalvez, estaba pálida, tensa. La mandíbula apretada hasta tal punto que le sangraba la encía inferior.

Algunas puertas no debían ser abiertas. Esa conducía al infierno. En lo primero en lo que pensaron al ver la extraña construcción fue en termitas. En esas construcciones de tierra y barro con la altura de un hombre y múltiples chimeneas que las termitas construían en estercoleros como aquella jungla. Solo que la construcción no tenía el tono ocre del barro, sino que era negra, recubierta de una baba translúcida. Y no había chimeneas, sino el grueso de esa sustancia encallada en la sala de acero como si de un tumor se tratase.

Suelo, techo, paredes, cubiertas de aquella sustancia casi en su totalidad. En una esquina se veía un montón de la sustancia. Vieron una mano hundida en la sólida negrura de aquella sustancia, un pie con su correspondiente bota, una mesa de disección, una silla. Un cuarenta y cuatro y un reloj de imitación. Merl, mirando entre los pliegues de la sustancia encontró un ojo humano hundido en la fisura. Entró.

Rico cubriéndole, Jim al otro costado. Fuego de supresión había dicho. Una bobada en aquella situación. Las reglas en la guerra del hombre solo servían cuando se combatía a hombres. Gonsalves empezó a rezar. Seguramente no se daba cuenta de que lo estaba haciendo.

Merl entró, dos pasos. Dentro no había luz, todo engullido por la sustancia, por la macabra construcción; castillo del mal, construcción de secreciones y excrementos. Y en medio, atrapado, pero libre parte del torso y una mano; el objetivo. El Señor X estaba jodido. Muy jodido. Y aún así se las apañaba para que el traje le quedase como un guante. Piernas, mano izquierda, cintura, entrepierna. Todo había sido engullido por aquella sustancia cruda y apestosa. Ahora formaba parte de él. O él de ella.

El Señor X llevaba los cabellos canosos peinados hacia atrás. Su grueso bigote encajaba perfectamente en un rostro severo y sereno, un burócrata de los que dan guerra. En su traje, azul, camisa blanca, corbata roja, solo había un distintivo. En su pechera, un pin con la bandera de Estados Unidos. Al ver entrar a Merl, soltó el walkie al que con tanta desesperación se había aferrado en las últimas horas.

—Los chicos de Jim Hopper. Es todo un honor. Señora, caballeros.

Hablaba como si no tuviera los pulmones oprimidos y su esperanza de vida fuera de más de veinte años y no veinte minutos. Merl, por instinto, intentó usar el cuchillo para levantar esa sustancia. Si pudiera quebrarla, quizás pudieran sacar a aquel hombre.

—No lo intente, soldado. Estoy acabado. Además, no tienen tiempo. El ruido seguramente les habrá despertado.*

Rico no veía nada. Nada a lo que disparar, al menos. Si bien había aprendido en la jungla que eso no significaba nada. La muerte podía venir de cualquier parte, tomando cualquier forma. Los sentidos del francotirador estaban disparados. Podía percibir el peligro. La trampa se había cerrado sobre ellos. Habían sacudido el avispero.

—Capitán Hopper, me temo que no hay tiempo para presentaciones. Le voy a decir exactamente lo que va a hacer. ¿Ve ese maletín? —una pieza cara, incrustada en la sustancia —. Recupérelo. Use la combinación 348 y 584 para abrirlo. Dentro encontrará una orden presidencial y un bolígrafo. Tengo que poner mi firma en los papeles. Los chicos buenos borraran este sitio del mapa. Y todo lo relacionado con él. No puede ser de otra manera. Aunque destruyamos su laboratorio Hoover podría construir otro. Una docena más. Debemos destruir su investigación; ficheros, datos, libros. Sino volverá a hacerlo, capitán. Y esta vez ya sabe lo que le falta. A ese cabrón solo le ha faltado la jefa de las animadoras en el baile de graduación; una reina.

—Es un sinsentido —terció Gonsalvez.

El Señor X sonrió de forma ácida, una sonrisa que podía quemar.

—La vida misma lo es, señora. Por esto yo aquí. Por eso debe pasarles este pesado relevo.

Su mirada de Clint Eastwood se posó sobre Jim Hopper. Había reconocido al hombre, sus galones, su porte. El tipo que daba las órdenes. Esperó a tener firmados los papeles.**

—Cójalos, capitán. Llévelos a su jefe. Eso será suficiente para detener esa locura. Y luego quiero… —unos segundos, debilidad, la sombra del miedo planeando sobre sus palabras. Era un hombre valiente, pero solo un hombre —…quiero que me meta una bala en la cabeza. Y siete en el estómago. ¿Entiende? No será asesinato, yo ya estoy muerto. Hágalo capitán.

Un sonido, distante. Un murmullo. Voces, pasos. ¿El generador? Vida.

—Dispare, capitán. Y corra. Corra.

Notas de juego

*El primero en responder debe lanzar 1D100 para determinar el peligro de la “amenaza”.  1, será muy leve, 100 será un verdadero infierno.

**Lo adelanto, pero por supuesto podéis negaros.

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21/12/2022, 16:36
Rico Flores

Los chirridos de la puerta al abrirse eran como las fanfarrias que anunciaban la llegada de las personalidades a los banquetes o actos sociales. Pero ellos no eran ni personalidades y no estaban en ningún acto social. O por lo menos, no como se entienden normalmente. Estaba claro que se iba a organizar una buena fiesta allí.

El Seños X estaba atrapado en aquellas babas. No había nadie más... O no parecía que hubiera nadie más...

El espacio se había reducido, colgó el fusil de su hombro y empuñó la pistola. En esa habitación primaba la movilidad sobre la precisión o potencia... - Señor... - escudriñó la sala - ... si quien le ha puesto esa mierda encima no está aquí dentro - se colocó lo más cerca del centro de la sala, observando cualquier agujero o lugar donde pudiera esconderse algo - significa que puede abrir y cerrar puertas con códigos -  escupió, mostrando lo poco que le gustaban cualquiera de las opciones. - y eso es una puta güevada -

Según la gelatina humana hacía sus peticiones, él ya había tenido claro que era justo lo que deberían hacer. Pegarle un tiro y se acabaría su sufrimiento... Pero ¿de qué iba a valer enviar ese papelito? Para enviarlo tendrían que salir de allí y, viendo cómo se las gastaban en los despachos, no iban a conseguir gran cosa. 

Sin mirar a los demás, buscando por la sala cualquier indicio de compañía oculta, *pero sin poder encontrar nada, hizo una propuesta. - Esa puta carta no va a llegar a ninguna parte, y no va a venir ningún puto helicóptero ni misil a destruir esto... Tenemos que cargarnos este tinglado nosotros mismos. -    

Si había algo más allí dentro, escapaba a su percepción. Se giró hacia la puerta, llegaban sonidos del exterior. Enfundó la pistola y empuñó de nuevo el fusil, tomando posición en la puerta, había que cubrir esa zona...

- Tiradas (2)

Notas de juego

* tirada de percepción ( no veo nah)

 

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26/12/2022, 09:32
Morgan Merl

-Esto...esto es demencial. -murmuró tras echarles un vistazo a los documentos y libros- Creo que es algo extraterrestre. Algo letal y...capaz de vivir sin aire.  Experimentan como si fuese un virus, para eso quieren a los prisioneros. Una sustancia o un ser vivo de otro mundo. -le temblaba los labios cuando hablaba.

-Mirad aquí. Parece que han encontrado su origen.

El descubrimiento superaba cualquier fantasía que pudieran haber elaborado en sus cerebros sencillos y poco imaginativos. No podía creer en la realidad de los datos, quizás los interpretó de manera errónea. Un escalofrío de un miedo distinto reptó por su cuerpo, de pies a cabeza. Se le encogieron los huevos, se sintió pequeño e insignificante.

Hopper lo sacó de ese abismo oscuro en que estaba cayendo.

Uno se podía volver loco ante la mera visión de aquella escena dantesca. -Ni Dante imaginó algo así. -Si no fuese porque había visto mucha muerte, dolor y mutilaciones en el campo de batalla y en los fríos e improvisados quirófanos, se hubiese meado allí mismo y luego hubiera echado a correr sin mirar atrás. 

Morgan lo miraba todo, entre asqueado, fascinado, horrorizado. No había nada que hacer con el señor X, escucharle y seguir sus instrucciones. No entendía del todo lo que decía y, a pesa de su afirmación derrotista, intentó liberar al tipo con el machete.

-¿Despertado a quién? ¿Cuántos son? 

Códigos, maletín, más instrucciones. Negó hacia Rico.-Estamos hechos mierda, Rico. Y Hoover tiene que pagar por todo esto. En esos documentos está su sentencia. Vigila nuestras espaldas. -Él creía en el señor X. No podía mentirles un tipo que hablaba así, con esa serenidad, y que les pedía un agujero en la cabeza y media docena en el vientre. ¿Por qué?

-Gonsalves, lleva tú el maletín.

Aguardó nuevas órdenes, escudriñando cada rincón, cada sombra iluminada por el haz de luz de la linterna. Despertado. Despertado. Martilleaba en su cabeza esa palabra. Esa sensación de un peligro que, de alguna manera, era peor incluso que el marica de la máscara. 

Tuvo que aferrarse a toda su voluntad para no salir por piernas. Miró a Jim, buscando el faro y el asidero a su cordura y a su valor. 

- Tiradas (4)

Notas de juego

Lanzo para ver si puede liberar al señor X, aunque le haya dicho que pase de él. Puede ser ente fuerza y destreza, ya decidirás.

Y también por percepción.

Estoy dormido, con las tiradas de destreza XDD

Y nada, seguimos con la misma tónica en los dados :P

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26/12/2022, 13:13
Jim Hopper

El ruido de la jodida puerta habría despertado a medio hemisferio norte. Hopper no se inmutó, aunque dio un par de urgentes vistazos —era un decir — a su alrededor.  Entraron y el extraño olor a moco negro le golpeó como un muro.  

Microclima — dijo al notar la diferente temperatura, la humedad. Había visto por encima los informes. Todo ello confirmaba sus alocadas teorías —. Como en un jodido avispero. Hormiguero. Lo que sea.

Hooper escudriñó la oscura estancia, parecía sacada de una película de ciencia ficción barata de esas que estaba tan acostumbrado a ver.  En medio de ella, como un trofeo, como un cebo,  el señor X, burócrata de alto nivel, uno de esos que mueven los hilos, un nuevo, mejorado y discreto Henry Kissinger.

Señor — Hopper se cuadró, saludó marcialmente, abrió el maletín, sacó los documentos y puso un bolígrafo en la mano del funcionario. Como si hubiese ensayado de manera precisa la eficiente secuencia de movimientos .

Tras la firma, se hizo a un lado y guardó los documentos en la maleta. Le pareció bien que Golsalves los llevara. 

Lo más importante es que estos documentos lleguen a Washington, señores. Prioridad número uno. — bajó la voz, un respetuoso susurro —  Gracias por su servicio, agente.

Puso el cañón de su pistola en la sien del Señor X y disparó sin el más mínimo titubeo. Un tiro limpio que garantizaba una muerte instantánea, clemente.

Dejó escapar un suspiro, dio un paso atrás y disparó el resto del cargador hacia el estómago del fallecido burócrata. No se paró a ver si aquello que tenía dentro, esas larvas marcianas, o aquella mierda que llevaba dentro seguía vivo o no.

—¡Corred! ¡A la salida! 

 

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27/12/2022, 00:27
Director

Merl intentó liberar al Señor X. La sustancia era resistente, pero creía que podía partirla. Si tuviera un par de minutos seguro que…

—Déjalo hijo —le pidió el burócrata, templado —. Lo tengo dentro, ¿Entiende? Es mejor que me quede aquí.

El sargento comprendió. El hombre con el que estaban hablando ya estaba muerto.

—¿Despertado? A Ellos. Son muchos, pero piensan como uno solo.

No había tiempo para la charla. Puede que un par de respuestas más fuesen esclarecedoras, pero quedaba claro que el Señor X no quería malgastar su tiempo. ¿Era él el único que veía el cronómetro sobre sus cabezas? En rojo, parpadeando, alertando de un tiempo que no tenía.

Jim siguió las instrucciones. Obtuvo la firma. Guardó los documentos. La sentencia de muerte de Hoover. Rico era un idealista. Pensaba que si hacía volar aquel lugar aquella terrible fechoría quedaría resuelta. Muy de los ochenta. Mcclane dispara, hace explotar un edificio, todo queda en ruinas menos la chica y su peinado. Pero cuando cae el telón y los créditos terminan, las luces de la realidad se encienden en la sala. Hoover podía perder esas instalaciones. Wilkinson les había dicho que había una pieza que allí no tenía. Peones, reyes, afiles, torres y caballos. Pero no una reina. Era cuestión de tiempo que Hoover montase otro tinglado en tierra de nadie con todas las piezas del juego. Y entonces nada podría pararle. No a él, sino al proyecto.

El capitán cerró el maletín y se lo entregó a Gonsalves quien a su vez se lo devolvió.

—¿Estás de broma? Tus amigos me pegarán un tiro si creen que sé lo que hay dentro. No quiero saber nada.

Pero sabía demasiado. Había entregado a compañeros de armas a esa gente. Por su hijo, por un futuro mejor, por miedo, porque siempre se encontraba en el peldaño más bajo de la jerarquía. Tomar ese maletín le hubiera hecho descender más aún. Lo único que traían los secretos eran desgracias.

Jim encañonó a aquel hombre. Aun miope pudo ver la duda en los ojos del agente. Pensó que se rompería, que echaría a llorar. Pero aparte de ser un soldado y un patriota, también era un creyente. Allí estaba su fuerza.

—Dios le bendiga, capitán — ni un titubeo, ni una mácula de miedo —. Y que Dios bendiga a América.

Un disparo, una condena. Un buen hombre con los sesos desparramados contra una sustancia que no era de su planeta. Víctima de intrigantes, conspiradores, codiciosos. Uno de los últimos buenos hombres del gabinete del presidente. El resto de balas resonó en la oscuridad como lo tambores de una marcha siniestra. Una que fuera directa al infierno. El último de los casquillos chapoteó en la sustancia invasora, el humo del cañón del arma reglamentaria se elevó en el aire hasta desvanecerse. Una vida perdida. Y fue como si nada hubiera pasado.

Empezaron a correr.

 

Los monstruos, los niños siempre tenían miedo de los monstruos. Si se hiciera una encuesta sobre los sonidos que producen esos monstruos, encontraríamos un repertorio enorme de gruñidos, chillidos y gritos. Sin embargo, al crecer, los adultos olvidaban esos sonidos que de pequeños les aterrorizaban. Pero no desaparecían. Se quedaban grabados en la memoria, escondidos en un cofre, en lo profundo de sus mentes donde, con suerte, nunca más tendrían que rememorar ese terror puro y visceral hacia lo desconocido. Ese terror ominoso y ofensivo que les hacía sentirse vulnerables y perdidos. Esos sonidos tocaban el alma y retraían al hombre adulto a un estado infantil. El gran cazador blanco volvía a ser prisionero de sus miedos. Y eso fue lo que escucharon. Monstruos. Monstruos por todas partes, en la oscuridad. El cofre se había abierto.

 —¿Qué son esos ruidos? ¿Qué son esas cosas? —un escalofrío recorrió la espalda de Gonsalvez —. Se están acercando. Pero ¿Por dónde?

Corrieron. El metal replicó contra sus botas. Ecos en el silencio. Monstruos en la oscuridad. El generador petardeó, las luces de emergencia les guiñaron un ojo luego disminuyeron hasta fundirse con la negrura del lugar. Usaron las linternas. El sargento fue el primero en disparar. Vio algo. La oscuridad, con forma, dientes y garras. Una boca hambrienta, un cráneo alargado. Las llamaradas de sus disparos iluminaron la noche. No amedrentaron a nadie. El siguiente fue Rico. Un disparo, un impacto. Algo se movía por una escalera cercana. De nuevo, silencio. Los monstruos se habían callado.

—Se han…se han ido…—dijo Gonsalves —. Les asustan las armas. Eso es. Les asustamos.

Pero estaban ahí, por todas partes. Eran piezas de carne sumergidas en un hormiguero. Jim vio formas en la oscuridad. Aún sin definir, un escalofrío recorrió su espina dorsal, clavando el miedo en su encéfalo como si se tratase de un picahielos. Peor que la bomba atómica había dicho Dillon. Seguía sin entender, pero comprendía ese miedo.

Rico quedaba atrás. Su pierna. Se sentía torpe. Los demás no tenían unos sentidos tan agudos como él. Él había sido adiestrado para detectar la amenaza en una rama que se parte, en una pisada sobre la tierra seca, en una respiración entrecortada. Percibía la amenaza por todas partes, en todos los rincones donde había una sombra. Pero no eran sombras, claro. Eran Ellos. Parte de la oscuridad, con sus dientes y sus colas de arpón.

Pasaron una puerta, luego otra. Abiertas. El generador les había traicionado. No podían cerrarlas. Rico miraba atrás, a la turba. Empalideció cuando vio una enorme masa de cuerpos, bocas, manos afiladas. Un demonio con mil rostros, un enjambre voraz. Se golpeó la pierna sana con una tubería baja. Perdió pie, se precipitó al vacío. Si caía lo atraparían. Se acordó de su infancia, cuando tenía miedo de sacar un pie por debajo de la sábana pensando en que una mano negra saldría de debajo de su cama para arrastrarle a la oscuridad. Allí estaban los dueños de esas manos.

Caería. Se lo llevarían. Gonsalves apareció, le sujetó por el brazo. Era fuerte, más de lo que aparentaba. Debajo de sus sucias ropas era todo fibra y cicatrices.

—¡No te quedes mirando! ¡Corre!

Ella ocupó su lugar en la retaguardia. Su AK llenó el corredor con el característico sonido de un arma confiable. Un cargador. Otro. La mujer los cambiaba con destreza. Era rápida. Retrocedía. Rico había recuperado el equilibrio. Siguieron retrocediendo.

 

Fue un parpadeo. La perfecta emboscada. Un ataque sincronizado e inesperado. El camuflaje en su máximo esplendor. Una rejilla del suelo salió disparada hacia arriba. El gatillo fácil de la guatemalteca se disparó con docilidad. Estallidos de balas, aullidos. Dientes, dientes y más dientes. Barrió la zona con el AK, dejó caer un cargador, intentó colocar otro a la vez que retrocedía. El último. Sudor, nervios, un recuerdo quizás, de su hijo, el miedo, pulsando, el agotamiento. Algo le agarró la pierna. Jim iluminó. Una mano. Humanoide, rematada en garras, sin piel. Negra. La oscuridad atrapó a la mujer.

Gonsalves emitió un ruido sordo cuando la arrojaron contra el suelo. Tiraron de ella. Algo se enroscó en su cuello. La oscuridad la llamaba. Pero ella había sido siempre una guerrera. Intentó asir su arma con la diestra, pero no la dejaron. Usó la mano izquierda para agarrarse a otra rejilla. Detuvo la caída. La mayor parte de su cuerpo ya había sido engullido por las sombras. Abajo, a la Oscuridad. Al infierno. Las linternas de los soldados iluminaron tres puntos. La mano de Gonsalves, tensa, agarrada a una rejilla, cediendo ante la presión. Sus ojos, dos motas blancas llenas de pánico a punto de estallar. La negrura donde las sombras habían dado a luz a diablos que se mezclaban, se confundían. Habían atrapado a Gonsalves y no la soltarían.

Notas de juego

Punto crítico de la partida. Los personajes pueden correr y dejar atrás a Gonsalves. Si es así, no hace falta hacer una tirada. Es un éxito automático. (Oh, en serio? Máster, que bueno eres, como te queremos. Lo sé, lo sé).

Otra cosa es que queráis salvar a la chica. Vamos a jugar duro. La amenaza lo merece.

 

Para salvar a Gonsalves de su terrible destino, haced una tirada de…cualquier atributo que podáis encajar con la narración. Si conseguís un éxito, lograréis sacarla del agujero. Pero…además tenéis que hacer otra tirada de cualquier atributo que podáis encajar en la narración para salvaros a vosotros mismos. Si falláis la primera tirada, a ella no la salvaréis. Si falláis la segunda, os atraparan a vosotros. Entonces, tendrá que ser otro de vuestros compañeros quién os salve el pellejo.

Salvar la situación completa exige que al menos uno de vosotros saque dos éxitos consecutivos. Si todos falláis la primera tirada, Gonsalves morirá. Si todos falláis la segunda, moriréis todos. ¿Entendido? No hay segundas oportunidades. En el “manual” indico que la muerte tendrá al menos dos turnos para rondaros. Pero no vamos a aplicar aquí esa norma. Esta muerte es especial, un regalo de navidad.

Por supuesto, como dije, si alguien decide echar a correr, se salvará.

 

Los documentos los lleva Jim. Que también es importante. ¿Habéis escuchado eso de, dejarías morir a una persona para detener una guerra? ¿Una vida vale la de mil personas? Podéis correr y salvaros. Salvar el mundo, regresara casa. Dejar que la chica muera. La cuestión, y es importante, es ¿Qué clase de soldados sois?

Todo depende de vosotros. No quedan muchas escenas en la partida, pero aún queda alguna importante. No nos olvidemos. Es una partida de Depredador. Vosotros estáis distrayéndoos con los aperitivos.

 

Suerte.

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27/12/2022, 23:14
Morgan Merl

No había palabras en el mundo que Morgan conociese para describir esos sonidos. No podían salir de garganta humana. Ni de ningún animal que tuviese idea.

¿A qué se enfrentaban? Wilkinson no soltó prenda. El extinto señor X tampoco. ¿Tan difícil era darles unas mínimas explicaciones? ¿Cómo encarar algo que no sabías que es? 

Fácil. Correr hacia la salida.

Corrieron. 

Corrieron.

-Vamos, Rico, acelera. ¡Vamos! -Dejó que el chico le adelantase tras la ayuda prividencial de Ginsalves. Él cubriría la huída. 

-¡Vamos, Gonsalves! -pero la mujer se quedó más retrasada. Disparando ráfaga tras ráfaga a lo que fuese que los perseguía. Engendros de un infierno que no pertenecía a la Tierra. 

Merl también abrió fuego desde el lado contrario a la sudamericana, mientras reculaba.

-¡Vienen por arriba y los niveles inferiores! ¡Son rápidos! ¡Moved el puto culo!

Jim ya lo movía. Iba el primero, con el maletín. Con los documentos, la autorización, las instrucciones. Que una firma pudiera hacer tanto bien O daño. O destruir decenas de miles de vidas.

Jim, demostrando una vez más una sangre fría escalofriante, un aplomo que, misión tras misión, los había sacado de profundos pozos de muerte y caos. Nervios de acero o falta total de empatía. Por un segundo pensó que Hopper estaba quebrado también. Solo le quedaba esto, la misión, cumplir las órdenes. 

Dejar bien claro al mundo que el mayor hijo de puta era él.
Conseguiría llevarlos a casa una última vez.

-¡Corred! -los alentó de nuevo, como si fuese necesario.

Disparó de nuevo, apretó el gatillo repiqueteandi plomo contra los chillidos y el negro pasadizo. Y corrió. -¡recargando! - avisó, para que cubriesen su posición. Fue consciente entonces, mientras recargaba, que Gonsalves se quedó retrasada. Demasiado. 

La atraparon.  

-Joder- murmuró. 

¿Pero qué diablos eran esas cosas? Se preguntó por enésima vez. 

Dientes afilados como cuchillos de carnicero, garras igual que estacas puntiagudas. Un cuerpo hecho de oscuridad. Estaba paralizado. Jadeando. La mirada enficada hacia el haz de la linterna iluminando el horror.

Pensamientos contradictorios colisionaron de frente en su mente.

La espía no era uno de ellos. Del equipo. Había salvado a Rico. Les cubrió las espaldas. 

Ellos eran los chicos de Hopper. Cumplían. Se lo dijo el primer día.

-Su puta madre.

Avanzó a grandes zancadas hacia Gonsalves entretanto su fusil continuaba vomitando fuego y muerte.

-¡Aguanta, Dolores, aguanta!

El sargento Merl echó mano de toda su voluntad y coraje para, a la desesperada, sacar de allí a Gonsalves. 

Y luego, vuelta a correr hacia la salida. Disparando. Lanzando alguna granada. Dejándoles un bonito recuerdo.

 

- Tiradas (2)
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29/12/2022, 17:45
Rico Flores

Emboscada... y tan sólo una opción para salir de ella: Correr.

La clave para escapar era la velocidad, pero esta vez, gracias a su pierna dañada, no era viable. No sólo le ralentizaba, sino que su propia habilidad estaba también mermada... Tropezó al ver la cantidad de ojos, garras y colmillos y veteasaberqué que los acechaban- ¡Carajo! - 

Ya estaba listo, había llegado su hora, pero vendería cara su piel. Dispuesto a llevarse cuantos pudiera por delante, el fusil orientado hacia la marabunta que les perseguía... No, todavía no. Sintió el tirón de Gonsalves, no se extrañó de su fuerza, en situaciones de tensión, la adrenalina podría convertirte en un superhéroe. Recordaba aquella "leyenda urbana" que narraba cómo una madre era capaz de detener un autobús que estaba a punto de atropellar a su hijo. No dudó más, tenía que seguir avanzando. No se podía malgastar un gesto así. Si hubiera sido al revés, ella tendría que haber corrido lo máximo posible para no desperdiciar esa ayuda.

Avanzó como pudo, esa adrenalina ahora llenaba su organismo más que antes. Corría, pero no por eso iba a dejar a nadie atrás. Ella no habría comenzado con ellos la misión, pero iba a terminarla con ellos, ya formaba parte de aquella extraña familia. O todos o ninguno.

Se volvió justo en el momento en que de la rejilla emergían las garras que la apresaban. Merl había comenzado a retroceder para ayudarla. A la voz de "recargando" Rico puso a funcionar al Dragunov, seleccionando los blancos más cercanos a Gonsalves. Gracias al sistema semiautomático de disparo, pudo hacer los disparos rápidamente, lo justo para que Merl pudiera recargar y, una vez volviera a comenzar su fuego, sería su turno para cambiar de cargador. Continuidad de disparo, supresión, trabajo en equipo...

El ritmo se había roto, tras recargar, no escuchó los disparos que deberían haber seguido por parte del sargento. Desvió la mirada de sus miras, levantando la cabeza vio que Merl tenía también problemas...

- Hoy no, pinches jueputas - No se iban a llevar a uno de ellos, y muchos menos a dos...

Ni en sus pesadillas más salvajes se había encontrado en una situación tan crítica como la que estaba viviendo en ese momento. Pero estaban en una misión, tenían un objetivo... Él tenía una función... Respiró hondo con cada disparo. Si había un momento en su vida en debía tener sangre fría y precisión como nunca, era ése. Era un profesional, y tenía que comportarse como tal.

 

 

- Tiradas (3)

Notas de juego

* sorry, la tirada de Francotirador es de Habilidad en lugar de Atributo. Obviémosla (o no ^^) Repito con la de Destreza.

 

Edito, no me había fijado en la tirada de Merl XDDD

 

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30/12/2022, 04:49
Jim Hopper

Jim nunca sentía miedo. Tampoco sentía dolor.  Paliza tras paliza, año tras año, había adquirido la habilidad de verse desde fuera, de desconectar su mente de las limitaciones de su cuerpo, fuesen éstas heridas, fatiga o la jodida amenaza de que un francotirador desparramase sus sesos sobre el asfalto.  Era capaz de apartar sus sentimientos, incluso sus propias necesidades, para sacar las misiones adelante.  Algunos decían que no era humano.

Esta vez era diferente. La parte más primitiva de su cerebro insistía en huir a toda costa, sin darle siquiera la opción a quedarse a luchar, de permitirle elegir la forma de morir.  Había algo primigenio, terrible, en esas criaturas cuyos movimientos escuchaba acercarse. Algo que le decía al primate uniformado que era Hopper que no había esperanza. Que huyese.

 

Apretó los dientes y, como en una engrasada coreografía, se giró para cubrir con ráfagas los segundos que Merl necesitaba para recargar. Entre disparo y disparo, pensaba.  Era necesario que los documentos llegasen a la Casa Blanca y sus vidas no importaban más que llevar a cabo esa nueva misión. Debían huir a toda costa, debían asegurarse de que los documentos llegasen al puñado de hombres buenos que aún, confiaba, manejaban, el destino del mundo libre.

 

Por eso, pensó en dejarles a todos atrás y salir de allí.  Dejar que Rico, el mejor recluta que la unidad había tenido en años, dejar que Golsalves, la  inquebrantable madresita y Merl y su jodida familia feliz se quedaran en ese puto infierno de garras y dientes que había llegado de más allá del vacío entre las jodidas estrellas.

—¡No dejamos a nadie atrás! — dijo, en cambio. Su ADN sobreescrito a base de una convicción rayana en la locura. Presionó el gatillo y disparó un cargador entero hacia la masa de negros cuerpos que se aproximaban. Y, como siempre, pensaba. ¿Cuánto tiempo le llevaría poner una carga de explosivo plástico? 

 

- Tiradas (3)

Notas de juego

Una falta, no es necesario releer.

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02/01/2023, 01:13
Director

No se dejaba a nadie atrás. Familia. Valor. Estupidez. Compañerismo. El cementerio de Arlington estaba lleno de héroes y de viudas que iban a visitarles. Conceptos del hombres, capaz de encumbrarle más allá de su propia biología o de hundirle en los fangos de su propia destrucción. Merl fue el primero en elegir. No tuvo tiempo de arrepentirse.

Se adentró en la oscuridad. El arma martilleando, los casquillos cayendo a cámara lenta sobre sus pies. Gonsalves, la mirada asustada, pedida, blanca. Perdió su asidero. Su mano voló en la noche. Merl miró a los ojos a aquella oscuridad. No tenía. Solo dientes. Dientes, dientes, dientes. Afilados, terribles, cubiertos de saliva. El miedo atenazó su corazón, se le aflojaron las tripas, su alma se estremeció. Aquellas cosas no entendían de conceptos. Eran cazadores; letales, perfectos.

El sargento los desafió. Lanzó su mano a la oscuridad, agarrando la de Gonsalves. Ella le devolvió el apretón con fuerza, desesperada. Merl tiró de ella. Disparó hasta quedarse sin balas. La mujer ya casi estaba fuera de su agujero. Casi. Algo abrazó a Merl. Una serpiente formada por vértebras, silenciosa. Algo arroscándose alrededor de su estómago, tirando de él hacia arriba. Lo habían atrapado. Vio garras y más dientes. Arriba, abajo, por todos lados. Iba a morir por nada.

La oscuridad hervía con hambre. El mundo se había convertido en una pesadilla repleta de monstruos, gruñidos y el petardeo de las balas. Rico hubiera podido leer un libro con suma facilidad. Otros se hubieran descompuesto, habría salido corriendo o los nervios, el miedo, los habría conquistado. Pero no a él. Había sido entrenado para dejar toda emoción fuera de su fortaleza. Rodeado de engendros, se tomó su tiempo para ajustar la mirar balancear el arma y apuntar con la precisión que le caracterizaba.

Un disparo, una baja. Voló el apéndice que atrapaba a Merl, salvándole. El sargento se estrelló contra el suelo. Bendito. Rico ajustó la mira. Volvió a disparar. Una bala, dos bajas. La sangre de esas cosas quemaba como el napalm. Reventó la cabeza de una. Pum, fuegos artificiales que cayeron sobre otra. Gonsalves salió a rastrar de aquel agujero. Jim vació el cargador de su arma sobre uno de monstruos que amenazaba con llevarse a la mujer. El capitán siempre cuidando de los suyos.

Otra vez, una mano sobre otra. Merl tirando de Gonsalvez. Rico, como una máquina, disparando allí donde hacía falta. Uno con el entorno. Jim retrocedió, colocó sus explosivos. Dio la señal. Retrocedieron. Botas sobre el metal, sudor, una maldición. Jim no necesitaba sus gafas para hacer volar a esas cosas por los aires. El fuego llenó el camino que habían dejado atrás. Se escuchó una cacofonía de gritos y gruñidos. Aquello les dio el tiempo suficiente para seguir corriendo.

Un corredor, otro. Luces de emergencia, parpadeando, igual que sus corazones. Una puerta de seguridad. El puesto de vigilancia. Ya casi estaban. Los monstruos habían escapado del fuego.  ¿Cuántos de ellos había allí? La salida. Habían cerrado la puerta. Gonsalves se lanzó sobre el mecanismo. Jim, Rico, Merl formaron un cordón de violencia. Dispararon sus armas, tres pistoleros contra la nada, contra el vacío. Plomo, acero, músculos curtidos, temple, sangre fría. Le echaron cojones. Vaciaron sus armas. Una explosión, otra más. Sus armas de mano. Soltaron palabrotas y escupieron. Una rendija de luz se abrió tras ellos. Jesucristo tenía forma de rayo de luz y había venido a salvarles.

—¡Fuera! —gritó Gonsalves, dejándose los pulmones.

Los rayos del sol, cegándoles. Se empujaron unos a otros, cayeron. Merl cerró el paso. Ahora tenían que cerrar la puerta. Una rendija había quedado abierta. Apareció una negra cabeza. Rico la pateó, sin éxito. Cayó hacia atrás cuando la boca le mostró una segunda boca; por poco le arrancó el pie. Merl accionó el mecanismo. Pero el diablo negro estaba en medio de la puerta, impidiendo que se cerrase.

No les quedaban balas. Aparecieron garras en las hojas de la puerta. El mecanismo chirrió. El Proyecto 07, una fuerza imparable. Jim sopesó sus opciones. Sacó su cuchillo. No hizo falta. Disparos, un arma de gran calibre. La cabeza de la criatura explotó, saltó su sangre, quemó la tierra. Sin oposición, la pesada puerta se cerró.

Una campanada. Salvados. El pesado revolver de Wilkinson cayó de su mano sin fuerzas.

—Esos por cada uno de mis chicos que te llevaste, hideputa.

Alzó su mirada vidriosa hacia Jim. Ya veía más el otro mundo que aquel paraiso tropical.

—No te equivoques, Jimmy, pensé que era mi exmujer…

Soltó una risa, cascada, que terminó de forma abrupta. Otro cabrón sanguinario que mordía el polvo.

 

Silencio, el aire caliente. Gonsalves se tiró al suelo, derrotada.

—Lo hicimos —dijo, sin creerlo —. Lo hicimos, joder.

Empezó a reír, de forma leve primero, luego ampliamente. El reo en la silla eléctrica que recibe una llamada por parte de su abogado junto antes de que el carcelero bajase la palanca de la energía. Liberaron tensiones. Se habían quitado una gran carga. Y ganado otra; el maletín en la mano de Jim.

La risa de la guerrillera se cortó de forma abrupta. Tres puntos luminosos, rojos como el fuego del infierno, aparecieron justo en la frente de Merl. Se habían librado de los demonios, pero el Diablo aún tenía cuentas pendientes con ellos.

- Tiradas (1)

Notas de juego

No os queda munición, ni explosivos, solo armas blancas. Bien jugado, muchachos!

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07/01/2023, 10:42
Jim Hopper

Un respiro, unos segundos, mientras la marea de seres negros retrocedía al ser golpeados por una lluvia de plomo de 45 milímetros. Suficiente tiempo.   Mientras huían, en dos recodos del camino,  sendas cargas de explosivo plástico apresuradamente colocadas que les dieron unos magros metros de ventaja.  

Al final, les faltó un poco y sólo el último esfuerzo de un buen soldado, Wilkinson, les permitió salir con vida.   Por ahora.

Se dejó caer, sentado contra la entrada del bunquee, junto al ya muerto Wilkinson. Hizo un amago de invitar a un cigarro al fallecido, que ofreció finalmente a Merl antes de encenderse uno para sí mismo.

Putos alienígenas. ¿Así que piensan como una sola mente? Joder. Hasta el puto cosmos está lleno de comunistas.  

Hopper pensaba en alguna manera de volar el lugar. O llenarlo de alguna sustancia inflamable, algo que matase a esos bichos como ratas, algo que, además de la firma del Señor X, convenciese a los que viniesen después de que esos bichos no eran un arma definitiva, que eran puta carne de cañón.

Siguió la mirada de todos hacia los tres puntos luminosos en la frente de Merl. El puto saltimbanqui despellejador había vuelto.  Y no tenían más armas que la que Wilkinson empuñaba en sus dedos aún tibios.  Ir a por ella era un suicidio.  

Jim se levantó despacio. Las manos en alto.  Susurró disimuladamente.

Si dispara, cada uno en una dirección, no podrá cogernos a todos.  El maletín... Se queda aquí, con Wilkinsonel único lugar de toda la jungla donde iría alguien del gobierno a investigar.  No podían arriesgarse a que los documentos quedasen hechos trizas. 

Levantó la voz.

Nos rendimos. Se acabó luchar. ¿Entiendes? No más pum pum.  

 

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08/01/2023, 13:07
Morgan Merl

Se apoyó en la pared de hormigón del búnker. Humeaba el cañón agotado de su fusil. Abrió la boca tragando bocanadas de aire igual que una aspiradora, y cerró los ojos como sin con ese gesto pudiera absorber la vida misma de la selva. Un selva que este instante le pareció un refugio, a pesar de que había empezado a odiar su perfumado olor dulzón de muerte que renacía, de decenas de plantas que exhalaban olores diferentes y únicos cada uno de ellos. 

Una selva ruidosa y caótica. Ahora en silencio. Un mutismo que no notó en su búsqueda de aliento vital.

Estaban vivos. ¿Qué eran esas cosas? ¿En qué abismo de locura cayeron? ¿O habían muerto en el helicóptero antes de llegar aquí y experimentaban su propio infierno personal? 

Ni siquiera sentía el dolor angustioso del brazo. Ni esas malditas quemaduras producidas por las salpicaduras de las negras bestias abominables que enfrentaron.

Al poco acompañó a la risa de Gonsalves con la suya. Dio un paso y aceptó el cigarrillo que le ofrecía Hopper, riéndose más por la broma del capitán.

-Los putos comunistas se reproducen como ratas. O cucarachas, ¿no dicen que sobrevivirían a un apocalipsis nuclear?

 Se fijó en el cadáver de Wilkinson. El cabrón hizo algo bueno al final. Aunque no le abriría las puertas del cielo.

-Mierda. No encuentro las cerillas. -buscaba, ansioso, en sus múltiples bolsillos.

Se quedó clavado en el sitio, con el cigarrillo colgando de sus labios. Conocía esas miradas. Puto rencoroso.

Y saltó a un lado. Veloz. Sin pensar. Su cuerpo reaccionó. Sus instintos de soldado, los salvajes y ancestrales del hombre. Saltó, para derribar a Jim. Sacarlo de la línea de fuego. 

Saltó. Empujó. Rodó, buscaría un lugar donde protegerse. Si le daba tiempo. 

Si tenía ocasión.

-¡Corred!¡Jim! ¡Ese hijo de puta no entiende de rendiciones! ¡Es un puto cazador!

- Tiradas (1)
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09/01/2023, 19:53
Rico Flores

Si hubiera tenido que redactar un informe sobre lo que había ocurrido en el búnker durante los últimos minutos, no habría sabido qué poner. Y no sólo por desconocer lo que cojones fueran aquellas cosas, sino porque había entrado en modo automático. Objetivo-disparo-objetivo-disparo... En su memoria a corto plazo no había quedado registro de lo sucedido, simplemente sabía que tenía que disparar y retroceder, y eso había hecho, sin cuestionarse, como un robot programado para esa tarea...

Las risas de su compañeros le devolvieron a la realidad y justo en ese momento fue consciente de que seguían vivos. Ni pajolera de cómo era eso posible, pero allí estaban. Se sumó a la fiesta, liberando la tensión con sonoras carcajadas, disfrutando de aquél pequeño e insignificante éxito que lo mismo se podría catalogar de hazaña épica. Incluso se planteó la posibilidad de pedirle un cigarrillo al sargento, aun a sabiendas de todas las desventajas, tanto para la salud como tácticas... 

Se le quitaron esas ideas rápidamente. Cómo no, el amigo invisible, el cazador, allí estaba de nuevo... Se habían olvidado de él, o por lo menos, no le tenían tan presente. Las amenazas, de una en una.

El capitán le habló, aunque Rico tenía serias dudas de que fuera a entenderle, o si le entendía, que fuera a hacerle el más mínimo caso.

Quedaban cuentas pendientes... Linda, Gustav, Tortuga... La risa se le cortó tan rápido como le había aflorado. Se incorporó, tirando al suelo la pistola, junto al Dragunov, ambos descargados ya, inútiles... Habían prestado su servicio y ya, sin munición, y al ver al cazador, entendió que ya les tocaba licenciarse, habían cumplido...

Sin sacarlo todavía de la funda, apretó la empuñadura del cuchillo mientras escupía a un lado, mostrando todo el desprecio que su rostro era capaz de mostrar. - Vamos, jueputa huevón... - con la otra mano, le instó a acercarse, retándole - déjate tus putos juguetes y pelea como un hombre, ¡Da la cara! -

De perdidos, al río. Merl tenía razón en una cosa, no entendía de rendiciones, pero correr sería inútil. Apretó los dientes, inspiró fuertemente y preparó su posición, observando atentamente todos y cada uno de los movimientos del demonio. Tendría que tomar una actitud defensiva y de contraataque, según lo que hiciera...

- Tiradas (1)
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09/01/2023, 23:22
Director

Jim llamó la atención, se rendía. Al menos eso decía. Soldado de nacimiento, su mundo se resumía a la vida militar. Orden, jerarquía, normas. Quizás por eso había fallado su matrimonio. Veía aquella disputa como una guerra. Era una cacería. Si la presa se rendía, solo podía esperar ser devorada.

Rico lo comprendió. Dejó las armas. Ya no le servían. Tomó el cuchillo, un arma de combate que le devolvió al barrio, a su juventud; navajas, cadenas y bates de beisbol. Juegos de chicos. El cuchillo era cosa seria. Una pieza de acero tratado capaz de traspasar el torso de un hombre y partir en dos su corazón. Desafió al cazador. Quizás esperaba una lucha justa. Un uno contra uno. Eso habría estado bien. De nuevo, normas.

Merl ya conocía a ese cabrón. Le había calado cuando él y Gustav habían ido tras él. Ese cabrón no tenía honor. Solo quería matarlos. Sus emociones eran como las de un niño malcriado; envidioso, fácil de enfadar, orgulloso de lo que era. Solo que en este caso el niño pesaba más de cien kilos y estaba armado hasta los dientes.

Merl se puso en movimiento, se lanzó contra Jim. Algo explotó tras él. A sus pies. A su alrededor. Polvo y tierra, rodó con su capitán. Silencio. La muerte, rondándoles. Gonsalves lanzó una mirada de espanto a Rico. Aquello duró dos segundos. Algo golpeó el rostro de la mujer, haciéndola caer de bruces contra el suelo. Su cuerpo fue elevado con una facilidad pasmosa. Poleas, hubiera dicho Tortuga. Arrojó a la guerrillera contra Rico. También rodaron.

Ella quedó encima de él, aturdida. No duró mucho. Una fuerza invisible la sacó encima de Rico, la tiró contra los árboles. Algo agarró a Rico por el pescuezo. De nuevo ese tacto áspero, era manaza fría. Le arrastró unos metros, rabioso. Merl vio como barrían la jungla con el francotirador. Un parpadeo, Jim se puso se pie. No veía una mierda. Un instante, un momento es todo lo que necesitaba ese monstruo para decidir su suerte.

Soltó a Rico, saltó contra Merl. Invisible, terrible. Estaba encima de él. ¿Pero dónde? Le agarró por el brazo, el herido. Presionó su herida, sintió el dolor, el aroma de su propia sangra. Fue arrojado contra los árboles, dando vueltas y vueltas en una espiral de dolor y miles de tonos de verde.

Jim estaba en pie. El último. Recibió el primer impacto en el rostro. Aunque hubiera tenido gafas no lo habría visto venir. ¿Qué coño le había golpeado? ¿Un ariete? Dos golpes más, eso si era una combinación y no la de Alí. Terminó en el suelo, el rostro hinchado. No les había matado porque quería que sufrieran. Quería demostrar lo superior que era.

Rico trató de ponerse en pie pero esa cosa había vuelto a por él. Sintió algo pesado sobre su pecho. Una apisonadora, un yunque de dibujos animados. Escuchó un gruñido, un rugido de victoria. Les heló la sangre a todos. Por supuesto, empezaría por Rico. Porque era el primero que se le había escapado. Seguiría con Merl. Luego con Gonsalves. Acabaría con Jim después de mostrarle lo que le había hecho a sus hombres.

No había nada que pudiera hacer.

 

La escena se desdibujó. Un hombre apareció en la distancia. Un soldado, sin camisa, buen porte, descendiente de nativos americanos. El peso de la escena se centró en él. Llevaba un machete en la diestra. Se hizo un corte en el pecho, sangró. Y entonces gritó desde lo profundo de su alma. Billy no le temía a ningún hombre.

Un desafío. Uno que el Cazador no pudo evitar responder. Soltó a Rico y corrió hacia el recién llegado. Las plantas se movían a su alrededor. Eso le dio un blanco a otro soldado agazapado en la espesura. ¡IUna emboscada! Un tipo con gafas empezó a disparar su arma allí donde veía movimiento. Escucharon un rugido. El movimiento de la maleza cambió. El soldado de gafas empezó a correr. Aún con la radio encima, Hawkins era el más rápido de todos. Corría como si el diablo le estuviera persiguiendo. Como si tuviera un chiste malo que contar, sobre chichis y novias, y no pudiese esperar.

Iba a alcanzarlo. La selva se lo llevaría. Empezó a llover fuego del cielo. Otro tipo, chicano, camuflado en la copa de un árbol, disparando un lanzagranadas. No podía ver a ese cabrón. No le hacía falta. Poncho volaría toda la selva a granadazos hasta impactar en ese cabrón.

La criatura fue empujada por las explosiones a un claro. Trató de usar el arma de su hombro. Sabía donde se encontraba la amenaza. Pero no vio a los otros dos. Dos amenazas, negras como el cabrón. Mac empezó a disparar su M-60 desde el flanco izquierdo mientras Dillon hizo lo mismo desde el lado derecho. El tipo había dejado la mesa de despacho por el uniforme. ¿Y Hoover? A la mierda Hoover.

Formaron un cuello de botella. La criatura se movió por el claro, aún sin ser alcanzada. Apareció el vaquero, el tipo que no tenía tiempo para sangrar. Un sombrero como el de Tortuga, mascaba tabaco. Su arma, la minigun de Gustav, empezó a escupir palabrotas de gran calibre, podando la selva. La estela de muerte de Blaine siguió a la criatura. Si lograba llegar a la selva, se salvaría. Los árboles no solo le darían cobertura, sino movilidad, puentes hacia el cielo.

Diez metros. La última figura apareció de la nada, un tipo grande de mandíbula de héroe de acción. Un hombre cubierto de barro. Un arma grande con un lanzagranadas en sus manos, unas palabras duras como la muerte.

—Tac, tac.

Disparos, una explosión. La criatura estalló en cientos de pedazos verdes. El equipo de rescate había llegado. Volverían a casa. Misión cumplida. O casi. Porque Dillon no podía estar ahí. Y los chicos de Dutch tampoco. Aquella no era su historia. Quizás más adelante, cuando tuviera que buscar a Jim y sus hombres y los fuera encontrado colgados de los árboles. Pero eso sería en otro momento. En se Otro Mundo era el turno de los chicos de Jim Hopper.

 

La ensoñación se esfumó de golpe. Sus ángeles salvadores no llegaron en helicóptero. Curiosamente, si llegaron desde arriba. Pero no del cielo precisamente, sino de mucho más lejos.

 

En la guerra no existían las normas. Era ridículo pensar en palabras como honor, respeto, humanidad, cuando uno se encontraba cubierto de mierda, barro y sangre hasta la barbilla, en una trinchera en Europa del Este, en una cueva en Afganistán o en una puta selva en uno de esos países de África que se creaban y explotaban como palomitas en el microondas. El más brutal ganaba. El más inteligente. El que tenía el mejor equipo. El más sádico. El más cabrón. O el que tenía más suerte. La guerra era puro azar. Dios jugando Dungeons and Dragons con las cabezas de sus jugadores. La vida no era justa. El cazador así lo había entendido. Les había perseguido y había aprovechado su momento más vulnerable para atacar. La victoria, descarnada y sucia, era suya. Pelaría sus cuerpos y los colgaría de un árbol para que se desecasen a sol.

Sacó sus garras. Rico sería el primero. Así debía haber sido y así iba a ser. Sería un buen trofeo.

Entonces, el sol desapareció. Una larga sombra cubrió toda la zona. Escucharon un silbido, apenas imperceptible, como los motores de un F117. Una forma negra emergió de entre las copas de los árboles, gigantesca. Tenía el tamaño de un crucero y dos enormes motores que escupían fuego azul. Un fuego que no quemaba. Tuvieron que parpadear dos veces y pellizcarse los unos a los otros para comprender. Era una jodida nave espacial.

Por un altavoz les llegó unas palabras que no comprendieron. Si es que eso eran palabras. Esas palabras sonaron como la voz de Dios. En el campo de batalla no había honor. Pero en la Cacería debía haberlo. Una forma de vida evolucionada debe alcanzar también la evolución de su moral. No hay grandeza en cazar monos disparándoles desde sus espaldas. De frente, con las armas justas, confiando en tus propios reflejos, en tu fuerza y valor. Eso era distinto. La sociedad podía construirse sobre esos valores. Y esos valores debían respetarse.

El cazador estaba furioso. Guardó las garras, apartándose de Rico. Para entonces Merl ya se había vuelto a poner en pie y Jim se había sacudido los golpes recibidos. Siguieron a la nada andante hasta que su capa de invisibilidad chisporroteó, desapareciendo. La bestia se mostró. Más de dos metros de músculo verde, alienígena, manos afiladas, poderosas. Una larga cabellera negra, un cabello duro como el sedal de pesca, de entramado grueso. Un cuerpo excelso, forjado en el infortunio, en el sacrificio, cubierto de heridas, agonía y sufrimiento, hinchado por todos los pesares superados, engrandecido por victorias, traicioneros, ganadas a pulso mediante fuerza, artimañas y habilidad.

Una máscara de acero, inexpresiva, con la bala que le había dedicado Rico incrustada en ella. Llevaba un pequeño cañón en el hombro derecho enganchado a un armazón. El disco asesino pendía de su cinto, así como una lanza corta. Gruesos brazaletes cibernéticos ocupaban sus antebrazos. Y un juego de calaveras humanas era exhibido como trofeo. ¿No reconocieron a su amigo Gustav? Ahora no dejaba de sonreír.

 

 

La criatura rugió con la fuerza de un volcán. Miró a los cielos, oscuros, cubiertos de fuego azul. Cielos a los que no podía desafiar. Cogió el disco, lo lanzó lejos, entre la maleza. Hizo lo mismo con el cañón y el armazón, así como con ciertas partes de su indumentaria. El sistema de camuflaje iba entre ellas. Incluso hizo lo mismo con los trofeos, como si se avergonzase de exhibirlos. Se quedó solo con la lanza y los brazaletes, los cuales eran una segunda piel para él. Los tres hombres se reunieron, tensos como cuerdas en un el violín de la guerra.

El Depredador soltó unos tubos de detrás de su máscara. Un vapor blanco se fue escapando por ellos, uno a uno, liberando fuerza, energía. La verdad. Retiró la máscara de forma ceremonial, dejándola caer sobre la tierra caliente. Dos ojillos malvados los contemplaron entonces, una boca que se abría en cuatro partes, un rostro verde, intenso. El Dios de la Selva. El Diablo Cazador de Hombres en todo su esplendor. Cogió la lanza, giró su cuerpo, abriéndola, convirtiéndola en una pieza de metal de dos metros con puntas en ambos extremos. Extendió sus brazos, les rugió. ¡Les desafió!

Quedaba honor después de todo. Un combate justo.

A la mierda, debió pensar Gonsalves. Sangraba por una fea herida en la cabeza, pero eso no la impidió moverse a cuatro patas, entre la maleza, hacia el cuerpo de Wilkinson. A ese cabrón debía quedarle alguna bala. Los muchachos no podían decir lo mismo de ellos. Habían gastado todas sus balas contra algo más terrible que aquella cosa. Y solo habían logrado encerrarla tras las puertas que marcaban 07. El miedo se apoderaba de sus corazones, pero también el desafío, los tambores de la guerra. Soldados, guerreros, entrenados para la muerte. Ahí tenían el soldado perfecto, el pináculo de la evolución. La guerra en carne y hueso. El Dios al que habían rezado cuando salían de campaña. Ares, el ejecutor, el puto Schwarzenegger de otro planeta. Violencia, pasión, supervivencia. Algo turbio anidaba dentro de sus corazones, algo que les haría disfrutar de ese momento. Aunque fuera el último.

Llegaron a pensar en el maletín del señor X, en la importancia del mismo. Un destello de coherencia. Pero ¿Qué importaba eso ahora? No había nada por encima de la caza.

Notas de juego

En combate, recordad; tenéis dos acciones. Sed todo lo específicos que podáis (ataco a su pierna, le escupo en el ojo, etc). Trabajad en equipo y sed cautos.  Esto si es el final pero, como dijo Guli, puede que sea el mío y no el vuestro.

PD- Si, se me ha ido la cabeza un poco. Pero oye, no es como si os hubiera tirado una montaña encima, no?

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11/01/2023, 12:36
Jim Hopper

Hace 32 años

-Me caí, señor - dijo el cabo Hopper desde su cama en el hospital militar de Austin -, no tuve cuidado, señor. No me fijé en donde ponía los pies, señor.

-¿Se cayo? - el teniente Martins, polícia militar examinaba con gesto de escepticismo el panel de diagnóstico a los pies de la cama de Jim - Rodilla rota, muñecas dislocadas, labio partido, ojo derecho hinchado, pérdida de dos dientes... -pasó a la siguiente página - costillas rotas, fisura en el parietal derecho - alzó las cejas y leyó literalmente -, "herida en hombro izquierdo compatible con mordedura humana".  ¿Una caida?

-Eso dije, señor.  Una caida - respondió con total seriedad.

-¿Y no será que varios de sus compañeros le asaltaron al salir del Club Magenta?- preguntó Martins.

-No, señor.

-¿Una mujer de por medio? He oido que usted le quitó la novia al Sargento Higgs - un tipo alto, atractivo, de Nebraska, tenía fama de irresistible entre las tropas.

-No, señor - dijo, casi sonrió - no veo como eso sería posible, señor.

 

Ahora.

Jim no sabía por qué cojones le habia venido a la mente ese recuerdo.  No le servía para nada pensar en su ex-mujer ahora, en el dolor y los meses de rehabilitación que le había costado.  En lo estúpidamente feliz que se sentía cuando ella, cada tarde le visitaba en el hospital y le leía el puto Conde de Montecristo.   Centrate, Jim, cabronazo.

-¿Qué pasa, bicho apestoso?¿Han venido tus papás a recogerte? - Jim reía, burlón. Ni entre los tres podrían con el cuerpo a cuerpo. Puede que el pendejo de Rico pudiese, tenía pinta de haber usado el cuchillo más de una vez, aunque fuese para cortar pollo para las fajitas -¿O es un dentista a domicilio, hijo de puta venusiano?.  Avanzó hacia un lateral, sin dejar de hablar. Debían rodearle, de manera que uno de ellos siempre estuviese en un punto ciego. Y moverse, como jodidas hienas mierdosas intentando acabar con un jodido y enorme león. -Sería una pena que tuvieses que lanzar ese palo afilado a alguien y te quedases desarmado...y te atacasemos todos a la vez.  ¡Gonsalves, ya! ¡¡Dispara!!

Jim corrió hacia el despellejador invencible. Si sangraba podía morir ¿Donde había oído eso? Contaba con que el disparo de la mujer pudiese darle, o que, friamente, el monstruo lanzase su arma hacia ella.  Su intención, esquivar primero y atacar despues. Agarrarse a sus piernas, resistiendo los golpes que pudiese darle, los huesos que pudiese romperle y los agujeros que le hiciese en el cuerpo. Ya había pasado por eso y no le amedentraba el dolor.  La muerte no dolía.

Ah, joder. De eso iba el recuerdo.

- Tiradas (4)

Notas de juego

Unas negritas que sobrabab