Partida Rol por web

Tras el grito alguien había cogido a Candela de la mano y la había arrastrado hasta la cocina a una velocidad sobrenatural. Tras de sí dejaban una estela de Glamour y orujo. En cuanto estuvieron a salvo de las miradas indiscretas la sátiro sintió un brazo rodeándole la cintura. Era Lord Tristán, que sonreía con la alegría de un niño pequeño en Navidad y se inclinaba para besarla. Sabía a tortilla de patata y licor de hierbas.

-Hola, preciosa.

-Pufff...jajajaja, ¡Qué va!.-Rió antes de sentarse al lado de su amiga.  Estiró de un brazo con el otro para que el otro se vuelva a encajar. Después partió la croqueta ofreció la mitad a la Eshu y después introdujo sus dedos esqueléticos en la mitad que le quedaba, arrebañando la bechamel y dejando la corteza hueca. Después se relamió los dedos.- No tener dientes si que duele, con lo buenas que están y no puedo morder la parte crujiente. ¿Tú estás bien? Lo siento si me he pasado...

El chaval parecía sinceramente preocupado de que su broma hubiera terminado con algún herido. No había muchos infantiles en la zona y Sefira era su mejor amiga. 

-Para compensártelo, luego te ayudo con tus deberes. Lo juro. - pronunció solemne.

Candela se dejó arrastrar presa de la sorpresa, pero al ver quién era suspiró con alivio. Respondió al beso con una sonrisa, aunque se apartó para mirar a un lado y a otro preocupada.

-¡Tistán! -exclamó en un susurro, apoyando las manos en el pecho del sidhe-. Nos van a ver.

Lucía parecía preparada para relatar el diagnóstico de Conchi con todo lujo de detalle, pero en cuanto oyó el nombre de Idoya se le tensó la sonrisa. Sacudió el cigarro y la ceniza que se desprendió cayó sobre un pincho de tortilla a medio comer que alguien había dejado encima de la mesa.

-Eres la mejor. Pero no te preocupes. Idoya es... Le ha dado la pájara, ¿sabes? Ya le dije que no iba a dejar a Carlos ni a los niños, y me dijo que vale. No creo que me haga nada. Es que se quedó muy pillada conmigo. Ya se le pasará. Pero muchas gracias, eh. De verdad. Me quedo más tranquila si puedo llamarte con lo que sea.

El numerito del brazo no pareció tranquilizar a Safira, que le miraba con horror y preocupación. Tardó unos instantes en contestar, y cuando lo hizo seguía mirando el hombro de Segismundo con los ojos negros llenos de espanto.

-No pasa nada. No seas tonto.

Safira aceptó la media croqueta y le señaló una silla vacía mientras la mordisqueaba. Le ofreció un trago de su vaso de coca-cola y sonrió, ya más calmada. Ahora que había logrado calmarse el acento brasileño empezaba a desaparecer.

-Pensaba que no venías ya. Estoy muy aburrida.

Al Eiluned no parecía importarle que les vieran, a juzgar por la manera en la que la abrazó y por el modo en el que le besó la sien y la base del cuerno cuando Candela apartó la cara. Soltó un gruñido de descontento juguetón.

-Ya, ya. Es que quería estar contigo un ratito para decirte lo guapa que estás.

-Bueno, si es por eso... -Candela le robó un beso, olvidándose momentáneamente de su propia advertencia-. Tu también estás divino. ¿Cómo van las cosas? ¿Qué te parece la fiesta? Ha venido casi todos.

Movió el hombro, demostrando que estaba bien, a ver que su amiga aún lo miraba.

-No te preocupes, es algo que viene con la ausencia de dientes.- Escuchó como se queja.- Las fiestas de los adultos lo son, no hacen juegos ni nada. Solo comen, beben y después se van a los cuartos de dos en dos o más.- suspiró el Sluagh.

Quería saludar a todo el mundo que conocía, lo que incluía a... bueno, todo el mundo, para bien o para mal conocía a todos los presentes. Pero incluso con los que no se llevaba bien tenía que ser educado y darles los buenos días. Sabía que tenía que quedarse, pero no quería. 

- Tengo un par de peonzas, si quieres salimos a la calle y hacemos trucos con ellas. No me quiero ir muy lejos porque quiero ver a Cortapanes y tirarle de las orejotas.

-Sí -respondió sin hacer mucho caso-. Me lo pasaría mejor si pudiera estar fuera contigo.

Safira tenía que inclinarse hacia Segismundo y girar la cabeza para escucharle. La eshu, que debía saber ya algunas cosas de la vida, se ruborizó y se llevó la mano a la mejilla.

-Bueno. Espera que guardo esto -dijo mientras guardaba el libro en la mochila que tenía debajo de la mesa. Cerró la cremallera y se puso la chaqueta-. Pero me tienes que enseñar. No sé jugar a eso.

Cuando llegaron a la puerta Safira echó un último vistazo desconfiado al hombro de Segismundo y le abrió la puerta. Hubo quejas por la corriente de aire frío, y los dos niños salieron del feudo.

-Bueno, es que me dijiste aquello tan preocupada que... En fin, que si necesitas ayuda ya sabes; Blanca y yo hemos estado entrenando muy duro y cada vez tengo más confianza. -Y la idea de ponerse delante de un redcap y no echar a correr en la dirección contraria no le daba los más horribles escalofríos-. Si necesitas a alguien que le parta la cara, yo soy tu chica. Esos abusones deberían empezar a pensárselo dos veces antes de hacer daño a otros.

Amaia sabía que lo de que los redcaps eran asesinos sanguinarios era una bola como una casa. Ella misma sentía las ansias de sangre de su raza, pero se sobreponía a ellas y las canalizaba en cosas productivas, como en manifestaciones feministas y a favor de los derechos de los animales. Y la marihuana ayudaba un montón, también.

-A ver, háblame de tu chaval. ¿De qué linaje es?

El viento del inicio de la fría primavera, en el que el invierno aún daba coletazos, recibe a los niños que salen del bar. Con las manos en los bolsillos de su tres cuartos, el niño sluagh saca dos peonzas, y dos cuerdas. Mientras enrolla una le da una breve explicación a Serifa, para luego demostrárselo en la practica. 

A Segismundo le encantaban los trombos y las canicas, y todo aquello que pudiera generar una reacción en cadena, veía a los mayores jugando al billar a veces y se preguntaba cuando crecería lo suficiente para poder llegar a la mesa. 

-Oye, Serifa...- le preguntó dubitativo.- ¿Tu le has traído un regalo a Cortapanes?

-Pero eso está feo. Y ya sabes que para ti tengo todo el tiempo del mundo... ¡No podemos hacerle ese feo a Cortapanes! -dijo exageradamente-. Por cierto, he conocido al nuevo sátiro... No se como ha terminado bajo la tutela de Amaia.

-Mis tíos estarían encantados de saber que tengo una novia tan maravillosa -aseguró, y le dio un beso por si se le ocurría replicar-. Montarían otra fiesta.

Desde luego no parecía muy interesado en Samuel.

Safira demostraba interés en aprender, pero poco talento. Después de intentar sin éxito hacer girar la peonza empezó a manosear la moneda de cinco duros al extremo de la cuerda que le había dado Segismundo y se limitó a maravillarse de las acrobacias de la peonza de su amigo.

Torció el gesto y abrió la boca para decir algo, pero se detuvo y se ruborizó otra vez.

-No. No se me ocurrió nada. Vine porque me dijo Liliana. ¿Y tú?

-Eso fue un mal viaje -aseguró, y a Amaia no le costó darse cuenta de que mentía-. Pero eres un amor, que lo sepas.

Lucía miró a Blanca por encima del hombro de Amaia. Miró a la redcap y sonrió aprobadoramente, pero no añadió nada.

-No sé. Conchi no lo sabe. Ya lo descubriremos. -Soltó una risilla avergonzada y se llevó las manos a las mejillas-. Ay, me da un poco de vergüenza que se entere de lo que he estado haciendo.

-Es un poco marrón, pero no te preocupes que yo no le digo nada. Y cuando sea mayor comprenderá que eres libre para hacer lo que quieras y que la monogamia es una mentira -y estuvo a punto de decir "del patriarcado", pero Amaia se dio cuenta de que ni siquiera pensaba que la monogamia fuese una mentira. Otra vez estaba poniendo el piloto automático del odio revolucionario...- Oye, que te dejo, que Blanca se estará preguntando que qué hago con los kalimotxos. Pásatelo bien.

La redcap se despidió de Lucía lanzándole un beso al aire antes de volver con la troll. Les pasó los kalimotxos a ella y a Marcel, sonriente.

Lucía levantó las cejas y reprimió una sonrisa ante la mención de Blanca y se despidió con la mano. Cuando la vio volver Blanca aporreó la mesa con impaciencia.

-A ver ese caldo vasco. -Se echó al coleto la mitad del contenido del vaso, deteniéndose para paladear el último trago-. Oye, esto entra muy bien. El de aquí está de pena. Prueba, hombre.

Lord Marcel dio un trago a su vaso y pareció que el vino barato le quemaba en la lengua, pero cerró los ojos e hizo un visible esfuerzo por apagar su paladar exquisito de sidhe. Debió de funcionar, porque tragó y asintió complacido.

-Está bueno -concedió mientras dejaba el vaso sobre la mesa-. Creo recordar que íbamos a presenciar una lección.

-¡Ah, sí! -dijo Blanca, y puso el codo sobre la mesa con un golpe tan fuerte que los vasos dieron un salto y Marcel tuvo que sujetarlos para que no se derramara el kalimotxo-. ¡Vamos a ver!