Partida Rol por web

Tan profundo clavó la daga en el costado que incluso la empuñadura entró en la herida, llegando al corazón. El sicario del rey terminó empapándose de sangre de orco, aquel líquido rojo de vida que tan familiar le resultaba ya. Los orcos parecían temibles pero su sangre y órganos internos no eran tan distintos al de los humanos.

La indecorosa huida del sirviente era, sin duda, la mejor idea que aquel infeliz podía haber tenido. Aquella no estaba siendo la distendida actividad que la familia real había planeado para aquella fría mañana y aquellos que permanecieron en palacio agradecerían tiempo después no haber acompañado al monarca en su excursión.

La bestia sanguinolenta parecía extrañamente atenta a los movimientos de Reinhard y el rey Sigurður. Decidida, más bien. El primero se colocó nuevamente frente al segundo. Enfrentarse a un jabalí no estaba entre sus labores habituales pero, si suponía una amenaza para su custodia, le haría compartir el destino de los orcos que ahora descansan junto a sus ancestros.

- El cuerno, mi señor, el cuerno - volvió a proponer el veterano.

El Rey pretendía seguir por fin las instrucciones de un sirviente y buscó torpemente en su cinturón el cuerno, pero el animal resultó ser más veloz que cualquiera de los dos y acortó la distancia en segundos. El juramento y entrega de Reinhard le obligaban proteger al rey a toda costa, incluso si con ello debía hacer de escudo humano para concederle tiempo.

La posibilidad de tomar un caballo se esfumó como el humo, los animales no eran caballos de guerra  y salieron despavoridos ante aquella demostración de violencia.

La carga del animal no pilló de improviso al sombrío guerrero. La fuerza del impacto, sin embargo, sí. Reinhard había protegido su cuerpo con la hoja de su mandoble y empujado al jabalí al tiempo que éste caía sobre él. Consiguió desviar la embestida, pero el golpe le dejó con la rodilla hincada en el barro y dejó sus manos entumecidas tras el impacto.

Reinhard podía notar el aliento de la bestia sobre él. El rey se encontraba muy cerca y parecía no atinar a hacer nada bien. Si no hacía algo, y pronto, serían sus viejos huesos los que recibirían el próximo embite. El guardaespaldas se apoyó en el pomo de su arma para alzarse nuevamente. Respiró hondo e hizo acopio de toda la fuerza de la que fue capaz. Debía recomponerse.

La bestia ensangrentada se desplazó hacia un lado, intentando buscar un hueco por el que atacar. Reinhard posó el canto de su arma sobre su antebrazo y orientó la punta hacia el animal. Él también esperaba la ocasión. El jabalí bufó e inclinó la cabeza, dispuesto a repetir su hazaña. Pero era el momento de Reinhard. Con un único empeyón el guerrero proyectó la espada hacia adelante. La punta de su hoja se encontró con el ojo izquierdo del jabalí.

Al principio de la cacería Reinhard dudaba de que sus armas marciales sirvieran para matar bestias salvajes, pero se las había ingeniado para sacar partido del impulso del animal.

El animal se quedó medio ensartado por el arma. El rey le dio a su guardaespaldas unas palmadas, felicitándole por el buen trabajo y con promesas de pagarle como se merecía, pero Reinhard no bajó la guardia, los pelos de la nuca se le erizaron y entonces sintió algo extraño, una sacudida del arma. El jabalí aún estaba vivo y dio unos pasos hacia atrás para sacar de su cabeza el letal arma.
El filo de la alabarda estaba manchada de sangre, pero esta se evaporó con el contacto al aire. Alternó la mirada perplejo entre el filo limpio y el animal, sin ningún agujero en la cabeza.

El rey estaba tembloroso y a duras penas atinó hacer sonar el cuerno, el sonido parecía más un buey lamentándose que una llamada a las armas.

Esta vez el orco restante intentó ensartar al hábil Dugan, con la intención de vengar a su camarada caído. Cualquier otro habría salido huyendo pero incluso esta tribu salvaje tenían orgullo de guerrero.

Su motivación y fuerza se aunaron en un ataque poderoso que atravesó de lado a lado a Dugan. La sangre manchó el suelo y al orco, al cual no pareció molestarle la sangre en la cara. Dugan seguía milagrosamente vivo, por lo visto no atravesó los órganos más vitales.*

Dugan atacó sin miramientos al orco que me amenazaba y me habia herido momentos antes, destrozándole el corazón con sus dagas, para momentos después ser atravesado de parte a parte con una lanza por el segundo orco. 

Eso si que se merecia venganza, le lancé una estocada con mi espada corta que aunque certera no encontró mucho donde clavarse, el Orco desvió con su lanza mi otra espada corta con facilidad, quedando expuesto para, en un súbito estallido de energía que tuve, le lancé tercer corte devastador al cuello, cortandole la cabeza de cuajo. La cabeza se alejó rodando y su cuerpo cayó de rodillas lentamente mientras resollaba a causa del tremendo esfuerzo. 
 

Al ver el estado tan malherido de Dugan, me acerqué a el para examinarle. 

- Tengo algunos conocimientos de medicina... - Le dije, tratando de tranquilizarle. - Bert! Échame una mano! - Le pegué un grito al lanzacuchillos que se habia escondido en algun lado. - Ya pasó el peligro. 

Traté de usar tiras de tela improvisadas de las mangas de mi camisa interior para tapar las heridas de Dugan... No tenian buena pinta, pero una vez en el castillo le podrian ayudar mejor. Por ahora tendria que bastar. 

La herida tenia mal aspecto y no tenia nada con lo que limpiarla. Su idea fue vendarle con unos trapos que había hecho con su camisa, que no era precisamente lo más higiénico ni el remedio. El cazador habría sido más eficiente tratando a la víctima si la herida fuera de otro tipo, para un miebro cortado era simple hacer un torniquete, pero no aquello. Sabía demasiado bien poco o nada podia hacer, solo ponía un parche al problema. Debían regresar a palacio para que lo tratara el alquimista, sus remedios tenían algo de brujería pero eso no parecía importarle demasiado al rey mientras fueran surtiendo efecto... y siempre lo hacían.

Dugan sujetó con la mano el aposito que Harlan le había colocado sobre la herida. Había visto muchas así en su vida. Tenía mala pinta, pero no era mortal. Eso sí, iba a necesitar a un buen matasanos.

—Volvamos sobre nuestros pasos. Busquemos al rey.—No era el dolor lo que más le preocupaba a Dugan ahora. —Todo esto me da mala espina. Puede que los dos orcos fueran un señuelo para tenernos entretenidos. Me preocupa el cambiapieles. ¿Dónde habrá ido? ¿Y si el rey está en peligro? Volvamos— insistió

—De todas formas, esta herida solo podrá tratármela ese charlatán del alquimista.—

Bert aún estaba intentando localizar al cambiaformas, y salió a la carrera tras el, suponiendo que volvía hacia el rey... Y parecía que sólo sus insultos podían hacerle algo

Bert salió de los arbustos con hojas y ramas en el pelo, accesorios para una excusa muy bien pensada. A pesar de su esfuerzo por maquillar la verdad, en la corte sería recordado como el hombre que casi dejó morir a sus compañeros.

- Brujería - gruñó el guardaespaldas, perplejo.

Aquella criatura no era de este mundo. No era jabalí, sino algo más. Algo ajeno a la muerte. Algo incapaz de morir. Algo sobrenatural.

Reinhard flaqueó. Aquel golpe podría haber acabado con un hombre fornido, pero en aquella amenaza su hoja no había dejado marca. Si el filo de su arma no era lo bastante letal como para acabar con ella, ¿qué lo sería?

Alzó entonces nuevamente su mandoble. Si no era capaz de herir a aquel enjendro al menos procuraría mantenerlo alejado del rey y rezaría a los dioses para que un milagro ocurriese.

El maltrecho Dugan demostró ser un hombre plenamente consciente de su entorno, a pesar del caos y las heridas sufridas no había perdido el sentido de la orientación, demostrando uno de los muchos talentos por los que el rey lo mantenía en la corte, a salvo de la influencia de su antiguo señor.

Tras no menos de quince minutos andando al ritmo del ensangrentado guía, el grupo escuchó sonar el cuerno del rey. No lo hacia con demasiada convicción, parecía más bien un buey lamentándose.

Tras un improvisado apaño a Dugan para contener un poco su herida ( tenia nociones pero no era un experto ) recogí mi arco, y la cabeza cortada del orco, para dar pruebas al rey de lo que nos habia ocurrido, aunque no tenia claro si nos creeria con la historia de que el jabalí que perseguiamos nos habia atacado, descuartizado a los perros y despues transformado en un hibrido de orco y jabalí. 

Dugan podia caminar bien a pesar de la herida, y marcó el camino de vuelta hacia el rey. Tras andar un rato escuchamos el cuerno del rey. Miré a mis compañeros, y tras sujetar la cabeza al cinto, y volver a sacar mi arco, salí corriendo en la direccion del sonido. 

Llevaban un buen trecho de vuelta cuando escucharon el cuerno del rey. Sonaba extraño. Era como si lo usara alguien no acostumbrado a hacerlo ¿Era una señal de advertencia o de socorro? Solo había una forma de averiguarlo. Dugan siguió a Harlan con todos los sentidos atentos a lo que pudiera pasar

Ese día reinhard no hacía más que encontrarse con sorpresas desagradables y todas iban de mal en peor.
Era evidente que aquel jabalí no era lo que aparentaba y estaba en lo cierto. Ante sus ojos el animal empezó a mutar: se ensanchó su espalda, estiró su columna y a ambos lados de la cabeza le salieron hombros. Sus patas se ensancharon y se transformaron en fuertes brazos y piernas de criatura bípeda. La parte más perturbadora fue ver como de las pezuñas se transformaban manos con dedos, que brotaron como retorcidos gusanos.

El resultado final fue un hombre jabalí tan grande como un humano, pero más corpulento que cualquiera de los orcos abatidos por su alabarda. Estaba claro que era algún tipo de magia, pues el monstruo no solo se había transformado, cuando se transformaba en animal también se fundía con los objetos que tenía.

-Admito que eres un buen oponente, pero no llevas precisamente las mejores herramientas. Es como luchar con una espada de madera en un duelo a muerte. -Dijo la criatura en común, frotándose el ojo, el cual ya no tenía herida.

-Hueles a magia como los otros, pero tu aroma se parece más al de la noche en un cementerio... Estas de suerte, no vengo a por ti. -Caminó pasando al lado de Reinhard sin importarle el guerrero ni su mundana arma, para plantarse delante del rey y olisquearlo con su hocico porcino. No era fácil descifrar las expresiones faciales de un humanoide jabalí, pero parecía desconcertado.

-¿¡¡CÓMO!!? ¿¡Pero quién coño eres tu!? -Le gritó, una pregunta que no estaba clara si era directa o solo una forma de expresar su sorpresa.