Partida Rol por web

Prometheus

1. Retorno

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24/04/2012, 16:58
Director

Notas de juego

Ale, vía libre. 

Digamos que esta escena es la típica de reencuentro de Pj, en la que os describís, comentáis qué es lo que lleváis, os relacionáis con los demás... 

vamos, la primera escena de una partida de toda la vida ^^

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24/04/2012, 17:58
Zacharie D'Aubigne

Cuando sus ojos terminaron de leer aquel trozo de papel donde se le revelaba aquella noticia, sus dedos se crisparon convirtiendo la misiva en una bola arrugada que pronto cayó al suelo, rodando. Sin esperar ni un minuto más, se dirigió a su habitación para coger todas sus cosas e irse de allí inmediatamente. Apenas cuatro o cinco mudas de ropa... y libros. Muchos libros. Para alguien que no le conociera podía resultar llamativo que la mayoría de esos libros estaban en blanco o a medio escribir. Su mundo, su vida, se concentraba en aquellas hojas.

Salió corriendo de casa con sus cosas, pidiendo a un vecino que le llevara a caballo hasta el punto donde el carruaje le recogería para llegar a ese pueblo. Nisiquiera todavía le dedicó ni un solo pensamiento a lo que le había ocurrido a su pequeño...

Fue allí cuando les vió. Aquella era la típica coincidencia literaria que ocurría en sus historias, el momento en el que los héroes se encontraban para comenzar juntos la travesía que les haría enfrentarse a una nueva aventura... pero ellos no eran héroes, ni siquiera desconocidos. La mujer a la que había amado durante años y su hijo... debería haberlo supuesto, pero desde que leyó la carta su mente se había quedado en blanco. Al asimilar que ellos estaban allí y que tendrían que viajar juntos, no pudo evitar acercarse a Philippe para darle un cálido abrazo y sonreirle. Advirtió que una joven parecía venir con él, pero no se fijó mucho en ella por el momento. Su mirada ahora se dirigió a Roos, a la cual miró con la expresión seria durante unos segundos. Suspiró por la nariz, sin decir ni una sola palabra. No sabía cuál sería la reacción de la mujer al verle y no quería decir nada que prendiera de nuevo la mecha que había hecho detonar su relación.

Ahora lo único importante era Gardien, encontrarle y descubrir que estaba herido pero a salvo, que sólo necesitaría de sus cuidados para volver a ser el niño que tanto había idolatrado. Su pequeño héroe. Por la cabeza de Zacharie nisiquiera se antojaba la posibilidad de que su hijo pudiera haber fallecido por muy cruda que hubiera sido la carta recibida. Volvió a mirar a su Philippe, esbozando una sonrisa triste.

- Me alegro mucho de verte... - murmuró, recolocándose la bolsa que llevaba al hombro. Con ésa llevaba tres piezas de equipaje: dos maletas, una para su ropa y otra para sus libros, y una bolsa grande donde llevaba cosas más personales y otro de sus libros.

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25/04/2012, 00:54
Philippe D'Aubigne

El mensajero lo había pillado en la tienda cuando fue a entregar la carta. No era esto nada raro en Philippe, pues pasaba en ella la mayor parte de sus días. Tampoco era esto tan extraño siendo su casa y la librería parte del mismo edificio, pero en verdad su casa parecía más un habitáculo para dormir. Estaba siempre leyendo nuevos libros que le había llegado, escribiendo breves relatos que se le ocurrían o perdiendo el tiempo, como tanto aprovechaba, con Inara. Atesoraba cada instante que pasaba en aquella tienda como reliquias de las antiguas civilizaciones de las que tanto le gustaba conocer. Leer, su pasión convertida en oficio, era lo que más llenaba su alma, siempre en busca de nuevos libros e historias, de nuevas formas de narrar e incluso de leer. Así, se escribía a menudo con libreros de Abel, de Lucrecio, de Phaion... de todos lados siempre en busca de nuevos volúmenes para su colección.

Cuando recibió la carta una sonrisa se dibujo en su boca, quien sabe la nueva publicación que traería aquel mensaje, que nueva obra tendría la oportunidad de traer a su tienda. Inara, que lo acompañaba en aquel momento, compartió la alegría de aquel que se emociona cuando una nube dibuja una forma conocida, del que ríe sin complejos cuando forma burbujas en un vaso de leche. Pero la sonrisa de Philippe se convirtió pronto en una mueca de preocupación.

Su joven hermano herido de muerte, o eso querían dar a entender las blandas pero tajantes palabras del manuscrito, en una pequeña aldea minera. Como ido, releyó la carta queriendo reescribir lo comprendido, pero no, todo seguía igual que la primera vez que posó los ojos sobre aquel misero papel, misero por traer tan malas noticias y misero por ser solo papel. Figuras literarias crecían en su mente para narrar lo horrible de su tragedia, no podía evitar tratar de plasmar los oscuros sentimientos que padecía con la pluma de su mente, con las lágrimas que se negaban a brotar esperando quemar el lienzo mental donde todo aquello transcurría.

Con una leve sacudida y un par de suaves y dulces palabras, pues el trastorno de Philippe era notable, Inara lo sacó de su ensimismamiento. Sin siquiera pensarlo ofreció la carta a la chica mientras recogía de la librería y su casa algunas mudas y un par de libros para el viaje. -Debo partir - Pensó que diría y marcharía, pero la tozudez y la perseverancia inusitadas de su interlocutora imposibilitaron aquel desenlace. Inara no lo dejaría irse solo, y él, desde lo más hondo, se lo agradeció.

La reunión con su padre y su madre fue como cabía esperar. Un cúmulo de recelosas miradas entre ambos mientras eran cariñosos con él, la ya acostumbrada papeleta. Por una vez, el que tuvieran incómodos silencios y palabras recelosas hizo bien a la cansada cabeza de Philippe, pues ocupado de banalidades no tuvo apenas tiempo de pensar en Gardien.

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25/04/2012, 13:47
Roos Van Veenen

Roos había pasado los últimos meses trabajando sin parar en la forja. Sus aprendices habían escuchado sus ladridos y su voz de hierro menos a menudo de lo que acostumbraba. Como un metal al ser enfriado, no importaba si había estado al rojo: antes o después terminaba volviendo a su gélido ser. Sin fuego, sin llama, Roos se había vuelto un témpano. Sin sus hijos ni su marido, sin más abrigo en su vida que la torpe rutina en la que se había convertido ésta, Roos había olvidado lo que era la pasión.

Sólo tenía sus pensamientos. Y no eran buenos pensamientos.

Nadie sabía lo que cruzaba por la mente de la herrera, pero sus encargos siempre llegaban a tiempo y su trabajo podía competir con cualquiera de los herreros de la región. Roos salía a comprar al mercado lo justo para comer: algo de pan, algo de queso... Ni siquiera se excedía bebiendo aunque de vez en cuando adquiriera una botella de vino. La herrera se limitaba a trabajar y a callar, y por eso decían muchos que su marido la había abandonado.

Pero la pasión volvió a irrumpir en su vida cuando le llegó la carta desde la Citadelle. La desesperación y el temor la hicieron presa, y dejó su trabajo y una sartén a medio hacer para reunir sus escasas pertenencias y tomar un caballo hasta el lugar donde se iniciaría la caravana.

Al llegar allí apenas pudo contener las lágrimas al ver a su hijo mayor. Zacharie aún no había llegado y se alegró de ello. Necesitaba un momento a solas con Philippe antes de sentirse lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a su marido. Estrechó a su hijo mayor entre sus brazos como un náufrago a una tabla y le acunó como había hecho siendo él un niño. Deseó poder retenerlo para siempre, volver a llevarlo a la cama y contarle un cuento, protegerle... protegerle como no había podido hacer con Gardien.

¡Su Gardien! ¡Moría por saber cómo estaba! Moría por saber que todo aquello había sido culpa suya...

No sonrió en ningún momento, pero estrechó la mano de la acompañante de su hijo con aire ausente. Ahora que tenía consigo a su hijo mayor, todo lo que deseaba era encontrarse con su pequeño.

Pero antes debía ver de nuevo a Zacharie. Apenas había cambiado. Seguía teniendo el aire risueño y soñador y, por un momento, Roos lamentó que todo hubiese ido mal entre ellos. Había sido su culpa. En realidad, nunca le había amado, al menos no como se amaba en las canciones. Pero Zacharie había sido su puerto seguro, sus brazos cálidos entre los que reposar, su paz anhelada. Y ahora que lo veía no podía dejar de pensar en lo feliz que había sido a su lado... y el motivo por el que había dejado que se fuese.

Todo había sido culpa suya. De él.

-Tú les dejaste marchar -atacó Roos entre dientes-. Ya os avisé de que en cuanto se empuña una espada no hay marcha atrás. De que nadie necesita que lo enseñen a matar. ¿Por qué crees que Gardien está ahora como está? Si se hubiese quedado en casa... Si los dos lo hubierais hecho -dijo en referencia a Philippe. Roos notó que los ojos volvían a inundársele-. Nada de esto...

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25/04/2012, 18:46
Inara

Inara estaba en la tienda haciendo compañía a Philippe, como solía, cuando el mensajero había traído noticias que no auguraban nada bueno. Esperó paciente a que su amigo leyese, y la inquietud invadió su cuerpo al ver su expresión angustiada. Cuando le tendió la carta la leyó con cierto reparo. Debía ser algo privado y de extrema urgencia, y no sentía que fuese la apropiada para invadir su intimidad. No obstante, al finalizar la última frase buscó su mirada tratando de transmitirle seguridad.

-Te acompañaré -contestó, sin aceptar una negativa por su parte en la sucesiva disputa. No estaba segura de si realmente la necesitaba, pero deseaba permanecer a su lado y prestarle compañía en aquel momento tan complicado.

Y allí estaba, en un carruaje donde la tensión se podía cortar con el filo de una daga. Había saludado con deferencia a los padres del muchacho y permanecido en silencio al lado de Philippe, evitando mirarles directamente como si no quisiera importunar. En parte comprendía el dolor de la familia, aunque desconocía los pormenores de su pasado. Cosa que, por las formas y el resentimiento que se palpaba en las palabras de su madre, no tardaría en averiguar sin necesidad de preguntar. Miró de reojo a su compañero, tratando de averiguar si se encontraba bien, y se recolocó la tela que cubría la mayor parte de su rostro y el resto del cuerpo excepto las manos.

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25/04/2012, 20:56
Zacharie D'Aubigne

Cuando llegó allí y la vió, sintió que algo se le removía por dentro. Desconocía si eran remordimientos, nostalgia o la duda de cuánto culpable había sido para que la pareja llegara a tal situación. Quizás notó a su hijo un poco cauto con él, quizás para evitar que su madre tuviera más razones para estallar. Aquella llama apasionada que había sido Roos antaño acabó convirtiéndose en una iracunda llama que amenazaba con quemarte si te acercabas demasiado, y la pasividad de Zacharie, digna de una corriente de agua que se deja llevar hasta alcanzar el equilibrio, le evitaba esas quemaduras que casi siempre acababan alcanzando a su hijo mayor: Philippe. No sabía si les guardaba algún tipo de rencor por aquello, pero una parte de él se dijo que merecía aquello y más, que los actos y los gestos que habían tenido el uno con el otro habrían hecho que su hijo les perdiera el respeto.

Sin embargo, su hijo se había ido de casa para montrar una librería... Y eso le hacía dudar. Quizás él mismo hubiera calado en su hijo más de lo que creía, pero no lo tenía del todo claro. ¿Y Gardien? ¿Le habría marcado también la imagen de su padre o quizás había seguido el camino de la mujer que le había traído al mundo? Tras mandarle a la Citadelle no lo tenía tan claro. Y entonces las puñaladas de Roos salieron de aquella ardiente boca y giró la cabeza para mirarla. Frunció el ceño, muy ligeramente, como si no hubiera entendido del todo bien lo que le había dicho. En realidad, lo que no había entendido es a qué venía una acusación tan repentina que él creía fuera de lugar.

- ... - así se quedó unos cuatro o cinco segundos, manteniendo la mirada de su esposa, pero volvió a mirar a su hijo y a su compañera, por extensión. En cierta manera ante Roos se sentía cobarde y no podía evitar huir de su dolor, de sus quejas. - Gardien se encuentra en Atenee y debemos conocer los pormenores de lo ocurrido allí. La primera pregunta que me viene a la cabeza es qué hacía allí, cuando debería estar en la Citadelle. Espero que allí nos den explicaciones sobre ello... -

Tras dar un par de vueltas al tema dirigiéndose a su hijo pudo volver a mirar a Roos, esta vez para contestarle. - Todo hijo debe abandonar su hogar en algún momento. Serán nuestros hijos, pero no son nuestros esclavos, ni son esclavos de esa casa... La Citadelle de Beaufort no es un barracón de entrenamiento, es una escuela. Yo quiero la mejor educación para mis hijos, y si esa escuela augura un buen futuro para él no me arrepentiré jamás de haberles dejado ir. No sabemos lo que le ha ocurrido a Gardien ni si tiene que ver algo con la 'lucha'. - no pudo evitar suspirar tras la retahíla de palabras que intentaban aplacar la ira de la mujer.

Notas de juego

Presupongo que ya están en marcha, puesto que no creo que ninguno quiera quedarse a charlar pudiendo emprender la marcha ^^

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27/04/2012, 01:25
Director

El carruaje traqueteaba, las maletas embutidas en un compartimento trasero se apretujaban junto a los sueños y las esperanzas de los tres. ¿Qué había pasado? Esa era la pregunta que más rondaba en sus cabezas. Y precísamente, es la pregunta que tardarían dos largos días en responder, si es que podían conseguir una respuesta satisfactoria.

Las piedras del camino, los ligeros traqueteos de la carreta, y los más violentos movimientos del trasporte parecían acompañar a las miradas recelosas que se lanzaban los allí presentes. Tan solo Inara, que permanecía totalmente ajena a lo que en el pasado había ocurrido estaba libre de culpa. Pero, por estar en medio de esa pequeña batalla campal, sería la que peor lo estaría pasando.

El mundo se burlaba de ellos, por los ventanales sólo lograban ver paisajes de colores vivos, flores, arboledas, una extensa explanada verde. Nada de lo veían podía reflejar lo que anidaba en su corazón. Sólo si de pronto una tormenta eléctrica comenzara, si del cielo comenzaran a caer gotas de tristeza es cuando los corazones de los viajeros se sentirían identificados.

Hasta entonces, tenían que aguantar la sutil ironía del destino.

Notas de juego

Mero post interpretativo, que a mí también me apetece meter baza, que sólo vosotros haciendo grandes post...

:P

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27/04/2012, 02:09
Philippe D'Aubigne

Philippe se cerró de puertas adentro en cuanto entraron al carruaje. Ni un minuto había esperado su madre para cubrir de reproches a su padre, y este, como siempre, ofreciendo palabras que se alejaban del conflicto, sus tintes de libertad y anarquía. Philippe estaba ya tan harto de lo rutinario de estas discusiones que ni le llegaban más allá de la entrada del oído.

Pero no podía evitar pensar en Inara, en haberla metido en aquel páramo de agua estancada y agria que era la relación de sus padres. Seguro, pensaba Phill, que ahora entendía por qué se fue de casa, por qué no le pidió ayuda a ninguno de los dos para montar su pequeño negocio y, sobre todo, por qué después de llevar tantos años de amistad aún no conocía a ninguno de los dos.

Con esperanza de que el viaje fuera tranquilo y sosegado, sacó uno de los libros que había guardado en su mochila, la cual estaba guardada bajo su asiento. El traqueteo, que para otros pudiera resultar un impedimento insalvable para la tarea de la lectura, no era más que un molesto contratiempo para la vivaz y concentrada mente de Philippe. Más aún, el solo pensar en tener que mantener una conversación con cualquiera de sus progenitores estando el otro presente le daba fuerzas inquebrantables para hacer cualquier cosa con tal de poder tener su imaginación en otro lugar.

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27/04/2012, 16:33
Director

El viaje siguió su curso durante los dos días siguientes, y la tensión no logró relajarse en ningún momento. Philippe se perdía en los libros que había traído, tratando de escapar de aquella situación, fingiendo estar interesado en otras cosas, evitando hablar con ninguno de ellos. El otro podría sentirse ofendido.

Y nadie fue capaz de remediar la situación. 

Pasó el tiempo, y el cansancio empezó a hacer mella en sus cuerpos. Durmieron poco la noche que pasaron casi a la intemperie y como nadie durmió junto a nadie, el calor humano se desaprovechó. Esa noche, estuvo precísamente plagada de pesadillas, recuerdos recurrentes, fantasmas del pasado y sentimientos de culpa. Y si a eso, le sumamos la fría noche que acaeció, tenemos que ninguno fue capaz de dormir bien.

Un nuevo día de trayecto sin cambios, el ambiente era el mismo, aunque esta vez la naturaleza parecía acompasarse. El cielo tenía un color mucho más oscuro, y las nubes comenzaban a cubrir el firmamento. En breve descargaría sobre ellos.

Pasó el día sin complicaciones y al empezar a caer la noche, cuando el sol trataba de esconderse perezoso por las montañas de la coordillera de Lucille el pequeño poblado apareció en el horizonte.

Atenee...