Partida Rol por web

Ruina y Reputación

Manual de Etiqueta de Lady WhistleRod

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24/04/2025, 03:11
Lady Whistlerod

 

Bienvenidos al muy prestigioso

MANUAL DE ETIQUETA DE LADY WHISTLEROD

Una Guía Completa de Decoro y Buenos Modales (y Supervivencia)

Con dibujos por su autora (not)

 

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24/04/2025, 03:27
Lady Whistlerod

Cuatro Pilares Básicos Para Trepadores Sociales

(O también: normas de conducta básicas para el sano bienestar en una partida de rol)

Si estás leyendo este panfleto, significa que aún hay esperanzas para ti, querido lector. Naturalmente, Lady WhistleRod no se reparte a personas de poca consecuencia o perspectivas en la sociedad. Mis felicitaciones. Sin embargo, para asegurar tu ascenso y permanencia en los más exclusivos salones de alto vuelo, podría ser aconsejable abandonar con firmeza tus sueños personales de grandeza y las circunstancias en las que esperas encontrarte al alcanzarlos. En vez de eso, actúa como si ya lo hubieras logrado. Es posible que esto te obligue a adoptar diversas poses forzadas e incluso te exponga al ridículo, especialmente cuando te conduces por la vida como si descendieras de una gran escalera de caracol. No importa: es vital ser indiferente ante quienes se ríen, te señalan, y sonríen con suficiencia. Recuérdalo: no es personal. Incluso en los rincones más desolados de este umbrío reino, esto no es más que un juego, y el que se enoja, pierde. [Buen rollismo]

Si deseas que tu ascenso social sea más grácil y elegante, impón un límite a la velocidad de dicho ascenso. De esta manera evitarás quedarte siempre rodeado por un grupo de completos desconocidos (o, peor aún, sólo1), como a menudo sucede cuando cogemos carrerilla y pasamos a toda marcha por delante de todo el mundo. Lee cada escena con calma, e interactúa con naturalidad con tus pares, de tal manera que tu conducta pueda ser recomendada en el futuro por el ojo perspicaz de los otros trepadores dedicados. [Reparte juego]

Excepto cuando te encuentres espiando a tu marido (o a tu amante), quedarte en silencio y no participar de un evento suele conducir a una perdida de reputación. Un tercio de la batalla está ganada si llegas a tiempo a la cena. Constantemente llegar tarde, o, peor aún, no dar señales de una eventual ausencia, puede conducir a quedar fuera de los más perfectos salones de baile de la época. [Puntualidad/Constancia]

Se recomienda sonreír tan frecuentemente como te sea posible, siempre y cuando evites pasar por un demente o un sádico. Si alguien te abordara para decirte que no le gusta tu sonrisa: espera (pero no demasiado). Espera hasta que ambos estén solos de caza o, en el caso de las damas, en una sesión conjunta de bordado, cuando puedas apoyar tus muy meditadas ráfagas de réplicas sagaces relacionadas al anterior insulto mediante objetos contundentes y potencialmente fatales propios de tu afición. [Proactividad]

Tentacularmente,

Lady WhistleRod.

Notas de juego

1 O en compañía de los seguramente muy dudosos y desagradables NPCs del director.

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26/04/2025, 01:43
Lady Whistlerod

Una Profecía de Final de Temporada

Buxton, 23 de Septiembre de 1819

Se suele afirmar, queridos lectores, que entre todas las formas de errar, la profecía es la más gratuita. ¿Y qué sería de mis palabras si comenzara a desdeñar la opinión popular? Aun así, esta autora pecaría de negligencia si no admitiera que tiene un presentimiento extraño sobre el final de la presente temporada. Quizás sea el atenuado aire otoñal, con esa singular cualidad evasiva que ya no trae consigo el aroma fresco de las hojas caídas: nuestra hermosa ciudad siempre se ve tan triste en otoño. Así, pensando en todos los codiciados caballeros y damas solteras de nuestro balneario, una podría estar tentada a ese tipo fútil y ocioso de deseo —¡si tan solo las cosas hubiesen sido un poquito diferentes entonces, de tal manera que no fueran tan distintas más tarde —si tan solo aquel prometedor caballero hubiera sujetado con mayor firmeza las riendas de sus salvajes impulsos —si tan solo aquellas dos hermosas e ingenuas criaturas, en el frescor de su juventud, se hubieran prometido entonces, y nunca se hubieran desviado del sendero de la felicidad —si tan solo aquella joven madre hubiera recibido la atención médica necesaria antes de legar al mundo el único rastro de su existencia —si tan solo la timidez y la sumisión de aquellos padres hubiera permitido impartir algo de sentido común en la hermosa cabecita de su hija!

Pero, ¿cómo podíamos saberlo? El futuro no es más que una larga e indeterminada incógnita; como un témpano de hielo flotando sobre el mar, desconocemos los gérmenes que moran y prosperan bajo la oscuridad submarina; pero el futuro también es como una frágil cosecha fuera de temporada, donde diminutos y delicados brotes verdes y aún más frágiles hojas procuran, tímidamente, florecer, a la merced de la lluvia y el viento y los caprichosos elementos de nuestras propias pasiones. Sería muy sencillo agotar la vida de una flor mediante dudosas acciones preventivas, y, después de todo ¿por qué no confiar en que nadie como ella conoce mejor la forma de alcanzar la prosperidad, de manejar su propio destino? ¿Por qué hemos siempre de explicar la razón por la cual las cosas no salen como algunas personas lo anticipan? En todo caso, las disculpas quedan de su parte, por ser los culpables de nutrir una forma errónea de pensamiento.

Por una vez esta autora no caerá en tal error, queridos lectores. Y aunque confío plenamente en esta nueva camada de pajaritos, no los dejaré solos en la presencia de esa pertinaz antagonista, la vida misma, sino que les acompañaré hasta el final del camino, pues solo así será posible desentrañar los misterios más profundos del final de temporada que se avecina.

Vamos a ello.

Tentacularmente,

Lady WhistleRod

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11/09/2025, 15:38
Lady Whistlerod

Alianzas Planetarias

Buxton, 25 de Septiembre de 1819

Los hombres, como los astros, tienen una historia visible y una invisible. El astrónomo incursiona en la oscuridad utilizando la deducción más estricta, tomando nota de la más leve desviación del arco en la órbita de los planetas; el narrador de las acciones humanas, incluso si acometiera su trabajo con la misma dedicación y completitud, debe transitar por los más ocultos caminos de la emoción y el pensamiento, aquellos que conducen al instante mismo de la acción a ser explicada, así como a los momentos de intenso sufrimiento o éxtasis que alteran la calidad de dicha acción —el grito de Prometeo, cuya angustia encadenada encierra una energía mayor que la del mar y la del cielo y que invoca, al mismo tiempo que desafía, la deidad que sobre astros y hombres rige por igual. 

Y luego están las acciones concretas de más sencilla comprensión, esas que vuestra humilde narradora se atreve a poner por escrito. Porque, aunque nadie en Buxton ignora que este año la gran gala en Northlake Hall responde al deseo de Lord Ambrose Northlake de encontrar una pareja adecuada para su hija, Miss Adamantine, lo que muchos se preguntan es qué ha hecho cambiar tan repentinamente de opinión al patriarca de la familia más distinguida de nuestro balneario, quien hasta ahora había mantenido a su más codiciado diamante celosamente oculto durante la mayor parte de la temporada. ¿Se trata acaso de la presión social de las familias de renombre, siempre ávidas de extender su influencia mediante la unión matrimonial de sus más jóvenes prospectos? No hay ninguna guardia en contra de la interpretación, queridos lectores, y por tal razón prefiero no especular al respecto: que vuestras elucubraciones sean regidas tan solo por vuestras febriles imaginaciones.

Aunque buena parte de la sociedad contenga el aliento en la víspera de lo que sin duda será una gala para recordar, las cosas no permanecen estáticas mucho tiempo en nuestro querido balneario. Sabemos que forma parte de la política e inclinación de Mr. Henry Millwood el gratificar a todos con su alegre presencia y generosidad, y no tenemos razón alguna para sospechar lo contrario acerca de las numerosas visitas que ha recibido Millwood Manor en la mañana de la víspera del gran baile, entre las cuales encontramos la oficial presencia de Mr. Edward Carter (aparentemente de visita por asuntos personales no relacionados a su profesión como alguacil), así como la del intrépido signore explorador, el joven Paolo Belmonte, y su buen amigo Lord Gabriel Darlington, el marqués de Winchester. Más al parecer no todas las hermanas Millwood han heredado las buenas formas de anfitrión de Mr. Millwood; en particular, Miss Ophelia Millwood no ha visto con buenos ojos muchas de las libertades que se ha permitido el marqués durante la visita matutina a su hogar. Sin duda solo la buena fortuna ha permitido que Miss Ophelia se retirase al íntimo refugio de su tocador justo cuando el marqués se ponía quizás excesivamente cómodo, reclinado sobre el otomán del salón de desayuno, ante el acalorado estupor de las restantes hermanas Millwood:

Es la nuestra una vida rural, simple, convenientemente libre de los secretos ya sean rancios o peligrosos o importantes que embargan los grandes asuntos del mundo; sin embargo, es justo entonces cuando estos asuntos del mundo ampliado más nos interesan; ansiamos recibir las misivas de nuestros familiares y amigos londinenses; los rumores sobre las últimas aventuras de Lord Goodwood o Lady Fairfax; las angustias y esperanzas de la más excelsa nobleza de nuestra capital. De muy poca consecuencia son las aventuras rurales de nuestras intrépidas doncellas, que aprovechando la encantadora mañana otoñal se internan en zonas poco recomendables de las afueras de nuestra ciudad. Nosotros, mujeres y hombres mortales de este balneario, debemos lidiar con varias decepciones entre la hora del desayuno y la hora de la cena, y Miss Margaret Montrose no es la excepción a la regla. No solo Miss Montrose ha dedicado buena parte de su habitual paseo matutino en trajinar sobre un charco de lodo estancado, sino que poco tiempo después hizo lo propio sobre las aguas el río Wye, culminando su preparativos para el baile más importante de la temporada ataviando a una oveja errante con su propio y muy distinguido vestuario.

No son los singulares pasatiempos de la joven Montrose extraños para quienes mejor la conocen, pero sin duda debemos cuestionarnos de qué manera estas peculiares aficiones conseguirán adornar la vida de un prospectivo caballero que, como cualquier otro, del matrimonio no espera más que las gracias convencionales de una compañía femenina más predecible.

En este punto creo necesario recordar lo que se afirma popularmente, queridos lectores: el genio —como sea que una quiera definir tan elusivo término— es por necesidad intolerante a las ataduras: solo de esta forma puede dar rienda suelta a su espontaneidad. Y aunque no podemos afirmar que el doctor Thaddeus sea un genio —entre sus viejas conexiones en Oxford, según a quien una le pregunte el poco ortodoxo galeno es bien es un talentoso precursor, o un peligroso delirante— sin dudas podemos afirmar que se trata de un joven caballero libre de atadura alguna; lo mismo podemos decir de nuestro querido Mr. Greenfield, cuyas excelentes conexiones aristocráticas le han posicionado como el doctor de cabecera en la casi totalidad de familias nobles de nuestro condado, o incluso de nuestro más venerable y familiar Mr. Cuthberston, con un pie ya en el retiro. No es una decisión sencilla la que enfrenta Miss Isadora Belmonte, quien ha recibido el encargo paterno, en conjunto con la junta directiva, de nombrar al galeno responsable de asumir la jefatura médica del nuevo hospital de Buxton, construido gracias a la generosidad del propio Lucio Belmonte y un pequeño círculo de inversores que ven en nuestro querido pueblo y sus pródigos baños termales una oportunidad lucrativa. Sin duda este calculado filantropismo presenta una inmejorable ocasión a la joven italiana de mejorar su dañada reputación luego de los infames rumores tras la muerte de Lord Theodore Cunningam, así como otorga un entretenimiento adicional para quien, desde su intempestiva viudez, no cuenta con más distracciones que aquellos propios a una joven madre extranjera, aislada tanto por el prejuicio como por dolor y el luto de la mejor parte de nuestra sociedad.

Debemos presumir que los galenos interesados en tan lucrativo y prestigioso puesto laboral comprenden que un matrimonio respetable es la mejor forma de ganarse la confianza de las familias nobles del balneario —quienes, en definitiva, serán las encargadas de votar por la jefatura del nuevo hospital. No debería sorprendernos por tanto si, entre los inevitables rumores nupciales tras la gala en Northlake Hall, se encuentran los nombres de nuestros facultativos protectores.

Por otra parte se ha visto por el pueblo a Mr. Jonathan Ashford, un caballero de la más estricta consciencia y apego a la ley, con una cara más larga que la de costumbre. Ni siquiera las ruinas romanas de nuestro balneario, durante tantos siglos enraizadas bajo la maleza y superstición, guardan secretos más nobles que los que encierra el pecho del abogado local más favorecido por las familias del condado. ¿Qué podría aquejarle tanto? ¿Se trata quizás de la ansiedad propia de un viudo caballero ante la soltería de una hija en edad casadera? En todo caso, la situación de Miss Eloise Ashford sin duda no es tan desesperada como la de Miss Beatrix Millwood, quien ha llegado de apuro de su extendida estancia en Londres justo a tiempo para la gran gala de esta noche, acaso decidida de una vez por todas a poner fin a una soltería tan pertinaz como desesperanzada.

Tened en cuenta, mis muy estimados caballeros y jóvenes señoritas, que a cada momento de nuestra existencia realizamos una elección, o nos arriesgamos a que una bocanada de aire nos arrastre por un camino y no por otro. Y aunque la línea de nuestra vida se endurezca tras nuestras elecciones, y aunque parezca incluso que pueda fosilizarse, también adquiere la coherencia y la simpleza del destino; la inacción es también una decisión, una en la que corremos el riesgo de no hacer más que preguntarnos por las vidas que habrían podido ser, aquellas que habrían podido desprenderse a cada momento de la ganadora; existencias reducidas a puntos fijos, translúcidos y fascinantes, pero tan fantasmales y efímeros como el rocío por la mañana. Y es que si la vida es una continua sorpresa, queridos lectores, el matrimonio, a menudo, es una aún mayor; por no hablar del amor, ese pequeño diablillo juguetón que nos pone a prueba en cada paso que damos, en cada mirada perdida.

Tentacularmente,

Lady Whistlerod.

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11/09/2025, 15:41
Lady Whistlerod

Breves consejos de Lady Whistlerod para caballeros inexpertos

Al encontrarte con tres hermanas desamparadas

Sé galante y cortés, mantén la compostura, ofrece presentarlas en sociedad, pero sobre todo no permitas bajo ninguna circunstancia que otros las llamen "Los Ángeles de Gaby". O simplemente imita lo que sea que haga el marqués Darlington.

Al ser excluído de una gala

Para empezar, esto ni siquiera tiene que ser malo. ¿Quiénes son los anfitriones de la velada? Naturalmente no es lo mismo no ser invitado a la gala de fin de temporada de Lady Octavia Montrose que a la del párroco local. Considere que, a menudo, ser excluido resulta incluso más popular que ser incluido. Lo verdaderamente abominable es que esto se convierta en una situación permanente. Y no, la excusa de que existe una suerte de conspiración para mantenerle fuera de la compañía de la buena sociedad suele provocar un carraspeo gutural generalizado. Realmente mortificante. Absolutamente déclassé. No haga tal cosa, mi muy señor mío.

Lo que sí puede intentar es procurar pasar por invitado. Usualmente un joven caballero agradablemente ataviado puede, en estas galas donde el tumulto es generalizado y el decoro se encuentra a flor de piel, confiar en que nadie le descubrirá en el acto. Por supuesto, siempre hay que considerar la excepción del molesto impertinente que, balanceándose ligeramente sobre sus suelas de baile pulidas, comienza a interrogarle con alevosía, al tiempo que le ciega con la luz de su brillante monóculo.

Señor, ¿quién es usted?

La inocencia juvenil, a la vez juguetona y amigable, es su mejor aliada aquí. Pero si esto no funcionara, sin mayores ceremonias proceda a escapar corriendo por la salida más próxima al jardín —en especial si vuestro adversario muestra señas de un trasfondo militar de cierta distinción.