Partida Rol por web

Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Solución Final - Escena Seis.

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23/12/2013, 02:50
TCP

La ciudad parecía feliz, ¿no? Parecía que le iba bien. La Torre de Comunicaciones ya no funcionaba. Minutos de libertad, con teléfonos operativos a nivel mundial, sin ningún tipo de restricción internacional o vía satélite. Internet, llamadas, mensajes, foros, y en definitiva cualquier tipo de filtración. Caos para los nazis.

Y tras el caos, la garra del águila cayendo con un grito de caza sobre sus presas.

De modo que...

Un infernal sonido de acústica sacudió el aire. Toda la ciudad se estremeció, convulsionando en un sentido metafórico. Fue un chirrido distorsionado proveniente del servicio de radio y megafonía de la regencia nacionalsocialista. Sonó en los equipos de quienes estaban escondidos en refugios contra bombardeos, en los hogares desahuciados donde habitaban los sin techo, filtrándose a través de las ventanas sin cristal, y por supuesto sonó en plena calle al pie de las farolas, donde los megáfonos aún podían gritar. Pese a todo, la calidad del audio era francamente pésima, distorsionada.

- Atención, por favor- dijo la voz metálica y tambaleante entre el sonido de la calibración-. Al habla Heinz Goering, Gobernador de esta ciudad- se identificó-. Se ruega y ordena a todos los ciudadanos que permanezcan en sus casas hasta nuevo aviso- ordenó de forma seca, sin contemplaciones ni sentimientos-. Disponen de cinco minutos, trescientos segundos, para obedecer- pausó, y un nuevo sonido de interferencias rasgó el aire-. Todo aquel que sea visto en la calle después de ese plazo será ejecutado- avisó, amenazó, sin más-. Se disparará a matar sin más advertencias. Disponen de doscientos ochenta y cinco segundos para experimentarlo.

Y tras ello, otro sonido seco e igualmente molesto rasgando el aire, poniendo fin a la señal. El mismo sonido fue seguido inmediatamente por el eco de una onda de vacío. Móviles, ordenadores, televisores, radios y cualquier sistema eléctrico o electrónico quedó inmediatamente neutralizado. Sin más, de un simple plumazo. Una lluvia de cristales y pantallas rotas o agrietadas de forma irregular colonizó la ciudad, repentinamente sumida en un silencio total. Sepulcral. Polvo olvidado cayó por las rendijas del techo o de alguna farola rota.

Mirando al cielo el reflejo de una Bomba Arcoíris, una bomba nuclear detonada a gran altitud provocando un impulso electromagnético, se veía con muy poca nitidez. Poca porque era imposible sostenerle la mirada, como mirar directamente a tres soles juntos. El suelo se tiñó de naranja por un momento con el reflejo, hasta que desapareció tal y como vino, en una nube. Ninguno de los protagonistas, jamás, había contemplado nada semejante. Jamás. Un acontecimiento que, si la humanidad sobrevivía a esta guerra, pasaría a todos los libros de historia.

Si no había Torre de Comunicaciones, no había Comunicaciones. Ni Tecnología, ni Informática, ni nada. Lo cual era una suma ventaja para ciertas piezas del tablero, pero una suma molestia para otras. Sea como fuere, el pulso electromagnético había convertido a la ciudad en una reliquia prehistórica o una tumba postapocalíptica. Ninguna luz brillaba. No sonaba ninguna canción. No se oían teclas. Nadie consultaba pantallas.

Ni siquiera el sonido del motor de los coches se escuchaba. Tan solo aquellos coches que, en circulación, se veían súbitamente despojados de vida con una batería totalmente cadavérica. El sonido de frenos de mano y volantazos para evitar estamparse contra un escaparate, un contenedor de basura, una farola o el canal y sus aguas turbias llenó con su derrape el aire, acompasando el latigazo de semejante fenómeno.

Por otro lado, y por suerte, no es que circulase una significativa cantidad de vehículos. Los coches, incluso las motos, eran una suerte con todo lo que había caído ya en la ciudad. Ahora, una suerte perdida.


Como Jugador o lector, para que podáis situaros: Ataque EMP. Pulso PEM. Biología 0%. Tecnología 100%.

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23/12/2013, 03:26
Administrador

Crujió sus nudillos. Giró el cuello a un lado y luego al otro, inclinánolo más de 45 grados y haciendo que crujiera. Se acomodó sobre la silla con ruedas giratorias mirando a su portátil de frente. Su mano se movió instintivamente hacia el bolsillo de su chaqueta, rebuscó en el interior y sacó la pieza de ajedrez que siempre le había acompañado. Depositó con suavidad el rey negro junto a su portátil, sobre la mesa. Su dedo tardó unos segundos en despegarse de la pieza.

c0mrade... - habló Eugenius para sí -. Comienza la revancha - el rostro serio de Novák demostraba que no estaba bromeando -. NADIE me vence.

Novák despegó la mano del ordenador tras sufrir un breve calambre de electricidad estática. Atónito, contempló la pantalla muerta, absolutamente inútil. No tenía lo único que le era verdaderamente indispensable para trabajar. Energía. Sólo necesitaba eso. Con sus poderes sobrenaturales, incluso tendría posibilidades sin internet usando un mero teléfono móvil obsoleto. Pero los nazis habían sido puestos en claro jaque, y su defensa suicida parecía ahora clara.

Lo habían destrozado todo. Todo. TODO. Novák no vio el fenómeno visual en las alturas, pero podía imaginárselo perfectamente. Una bomba nuclear detonada a gran altitud. En términos de jerga científica coloquial, una Bomba Arcoíris. Desde luego, c0mrade no era el único que podía amenazas de ese estilo. La pregunta era si habían sido los nazis o si había sido un ataque desde el exterior.

Si era un movimiento interno, habían golpeado a Novák en el estómago y le habían echo sangra, pero al precio, probablemente, de la batalla y de la ciudad. Con todas las pérdidas ocasionadas, con semejantes bajas en recursos, no podrían ni por asomo hacer frente a un ataque desde el exterior, ni siquiera aunque fuese sólo aéreo, sin empujar progresivamente las líneas de tierra.

Por otro lado, si era un movimiento externo, sin pretenderlo habían golpeado a Novák igualmente, pero todavía más a los nazis. Estaban sencillamente perdidos. O casi. Su única esperanza era que fuesen mínimamente listos. El ejército, como cualquier ejército con recursos, debía disponer de circuitos eléctricos protegidos por jaulas de Faraday. Caras, muy caras, pero brindaban una inmunización total a sus sistemas eléctricos protegidos contra cualquier ataque electromagnético.

Por supuesto, el refugio de Arjen, la ecocueva, construida en la segunda guerra mundial y reformada por un puñado de ecoterrirstas no podía permitirse semejante despliegue. Ni tenían los recursos para encontrarlas, ni el dinero para comprarlas, ni seguramente, en definitiva, el nivel de fortificación necesario para conseguirlas.

Había más respuestas fáciles de responder. Provocase o no la regencia el pulso fatal, el Gobernador estaba al tanto del mismo. Había sincronizado su discurso con ella. O lo ha visto llegar y ha tenido tiempo para reaccionar, o ha sido el responsable. Para él, desde su propia cripta de comunicaciones temporales era relativamente fácil enviar un mensaje. Un mensaje quimerizado por la falta de un medio idóneo, la Torre de Comunicaciones, pero un mensaje funcional. Novák recordaba perfectamente las cámaras de ese pequeño bastión de control subterráneo en su casa.

Así pues, la Central Nuclear, Avalon, sí o sí debía de seguir funcionando. No podía sin más haber quedado congelada. No podía permitirse ver anulados sus sistemas de refrigeración, ni ver su proceso de producción de energía detenido sin más de raíz. Apagarlas un proceso progresivo para que no hiciesen cabúm. Y Novák estaba totalmente seguro de que seguía funcionando. Sólo que, en fin, sólo con sus reservas de energía, convertido en un islote tecnológico, y Novák ya no tenía la opción de ver cómo estallaba a un 99% del éxito. Ni siquiera podía usar sus poderes sobrenaturales.

Sólo le quedaba ir... o huir.

El problema de ambas opciones era salir a la calle. No podía comunicarse con Ambroos, ni con Arjen, ni con Gretchen. Estaba solo. Solo y sin energía. Sin su poder principal. No había máquinas que controlar.

Su subidón de dopamina se había visto claramente revertido. Como una canción pletórica que encienden a todo volumen y que apagan de repente, cambiándola por una melodía suicida, lacónica y fatal. Su consuelo era que, dentro de lo que cabe, había visto a Anne, había hablado con ella, había enviado su mensaje al mundo y que todavía tenía opciones. Fremont, en Avalon, probablemente fuese su principal. Pero había más. Desde esa maniqueísta hija que le acaba de saltar virtualmente hasta Olga. Una Olga que, de piedra, todavía estaba a su lado con la boca entreabierta mirando la pantalla negra del ordenador. Su bella mano pálida helada sobre el ratón, con el índice a medio levantar.

No era para menos. 

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23/12/2013, 03:54
Administrador

Novák se permitió todavía más tiempo para pensar. La situación lo requería.

El ataque había sido provocado lejos de la atmósfera terrestre. No había bajas biológicas, pero aquello desestabilizaba toda la ciudad. Quizás el país. Era del todo improbable que hubiesen lanzado algo que afectase a todo el continente. no tendría sentido. Bastaba, no obstante, con la ciudad o el país para sembrar un completo caos civil y militar en el área alcanzada por privación de los servicios esenciales. Electricidad, agua potable, distribución alimentaria, comunicaciones, etc. Durante un período indefinido. Indefinido. Y para colmo, si alguien salía de casa se llevaba una bala en la cabeza.

Bueno, una bala en la cabeza era una buena forma de evitar que la gente se revelase. Alguno lo haría, claro, pese a que la mayoría, ante semejante despliegue, caería en el mutismo de su cama, su sillón o su ventana. Quien saliese formaría parte de una pila de cadáveres para dar ejemplo. Novák podía arriesgarse a salir y entregarse, aunque sólo fuese porque Avalon o la mansión del Gobernador y su energía serían mejores que aquello. Pero también se exponía a la baja pero existente posibilidad de que un imbécil sin rango ni conocimientos le metiese una bala en la cabeza.

"Se disparará a matar sin más advertencias"

Por otro lado, un  ataque de estas características daba el pistoletazo de salida para el compás de apertura de la guerra nuclear, pues sus efectos instantáneos dificultaban y paralizaban cualquier tipo de defensa contra el inminente ataque. Porque atacarían, claro. Ante algo así, Berlín podía volverse muy extremo. Definitivamente, Novák se había metido en el ojo del huracán del futuro de, ya no la raza humana, sino todo el destino del planeta.

La hambruna, el aislamiento y la falta de servicios no llegarían a notarse en el extremo. Para entonces, probablemente ya habría pasado lo que tuviese que pasar. Conquista, destrucción, rendición o vete a saber qué. Frente a los megatones liberados hasta para Novák la respuesta era difícil de conjeturar. Más viendo cuál había sido el presente movimiento. Su rey negro, aún frente a él, era un claro reflejo de que Fremont y su capacidad para jugar al ajedrez era sólo un vestigio de civilización en un mundo donde los verdaderos ajedrecistas se guían por impulsos violentos, agresivos. Aquello no era una forma de controlar el tablero, sino de limitar a una pieza. Fuese Novák o Ámsterdam la pieza.

Por lo menos, el ataque había sido ligeramente educado. Los seres vivos y objetos no eléctricos eran inmunes a un ataque EMP. Claro que una pérdida irreparable del 100% de medios era un claro daño indirecto. No es que hubiesen dejado a Novák sin herramientas eléctricas o electrónicas, sino que cualquier repuesto, vehículo o instrumento al alcance en un plazo razonable de tiempo estaba igualmente averiado. 

Un cohete de tiro balístico atado a una bomba nuclear había sido el movimiento. Su turno, Novák.

Rey Negro a...

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08/01/2014, 14:38
Eugenius Novák

Goering. Aquél político insignificante, de cerebro menor que el de un mosquito. Aquél hombre había desencadenado una tragedia. No sabía cuán lejos había llegado su osadía. Bueno, si es que habían sido los nazis los responsables. Eugenius no podía estar seguro, puede que cualquier enemigo de los alemanes hubiera detonado aquello sin pensar en las posibles consecuencias. Militares y políticos... siempre resultaban personas con menos de dos dedos de frente.

Una bomba Arcoíris. Por todos los diablos... habían desencadenado un puto pulso electromagnético a gran escala por toda la ciudad. Y aunque los nazis se creyeran protegidos en sus refugios acababan de cagarla. Y mucho.

Eugenius barajó sus opciones en una milésima de segundo. Necesitaba escolta. Él no era capaz de desenvolverse ni socialmente ni en un ámbito militar. Sin máquinas no era nadie, al menos no en ese sentido. Era incapaz de distraer o derribar a un soldado, y las calles iban a estar plagadas de ellos. El problema era que la escolta más eficiente que había conocido hasta el momento, el animal de Arjen, se encontraba apagado o fuera de cobertura. Sin tecnología no tenía ni idea de cómo contactar con él. Y tampoco tenía tiempo para esperar a que volviera a su propio refugio.

No, Eugenius debía pensar otra cosa, pues tenía que llegar a Avalon sí o sí. Si es que quería que todas aquellas personas, él incluído, tuvieran alguna oportunidad de sobrevivir. No le daba pena que murieran unos cuantos nazis. Si se le apuraba podía llegar a aceptar como sacrificio el de unos cuantos miles o cientos de miles de inocentes en Ámsterdam. Pero perder el cerebro más valioso desde la existencia de Einstein... eso no podía permitirlo.

Una fuente de energía alternativa... eso era lo que necesitaba. E instintivamente le vino a la mente Gretchen. La pequeña le había provisto de energía cuando tuvo que bajar el puente. Ahora podía hacer lo mismo. Pero tenía el mismo problema que con Arjen. Ojalá la mocosa se diera cuenta de la importancia de la situación y regresara al refugio para ayudar con el problema principal. Pero Novák no podía confiar en tener tanta suerte.

Novák se obligó a centrarse en la solución en lugar de en el problema. El ejército debía disponer de circuitos protegidos. La casa del Gobernador seguramente también. Y Avalon, la central, con mayor motivo.

Tres opciones donde conseguir suministro eléctrico y quizá una opción para atacar a c0mrade. Debía elegir una.

- Olga, rápido. - increpó Novák a la mujer para que espabilara y reaccionara. La necesitaba en plenitud de facultades, aunque fuera unos segundos. - Dime que guardáis por aquí algún aparato de radio, de los antiguos, que funcione a pilas aunque sea. - en la mente de Eugenius comenzaba a formarse un plan. Si tenían alguna radio que hubiera estado apagada, podría seguir funcionando, sobretodo si iba a pilas. O quizás Olga, en su afan por la tecnología, hubiera guardado piezas antiguas, casi de coleccionista. En la mente de Eugenius aparecieron los principales aparatos para transmitir en código morse que existieron a partir de 1830 cuando se inventó.

Su plan: transmitir por radiofrecuencia en código morse, intentar comunicarse con Fremont en Avalon. De lograrlo debía comprobar que era el propio Fremont con quien hablaba, y una vez comprobada su identidad, por ejemplo diciéndole el siguiente movimiento de su partida mental que dejaron a medias, pedirle ayuda para llegar a la central sin que le pegaran un tiro. Quizá una escolta o algo similar.

Fremont estaba al tanto del problema con c0mrade, y a pesar de su inteligencia, Novák dudaba de que se negara a aceptar su ayuda para evitar una hecatombe que acabaría con su vida también.

Novák no estaba dispuesto a dejarse intimidar por la violencia sin control de animales guiados por impulsos. El ejército alemán podía tratar de intimidarle de aquella manera. Podían pensar si querían que así serían capaces de anularlo. Pero no tenían ni idea de a quién se enfrentaban.

El genio comenzó a buscar por los alrededores del refugio tratando de encontrar algún aparato antiguo de comunicación al ver que Olga no reaccionaba, refunfuñó algo entre dientes y deseó que la mujer saliera pronto de su mutismo y que tuvieran algo que le sirviera. De lo contrario tendría que arriesgarse y salir a la calle.

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08/01/2014, 23:25
Niki Neill

Sentí su mano en mi hombro, tratando de llegar a mí, tratando de alcanzar mi mente, mis emociones, mis sentimientos... Pero yo ya no estaba allí. Le oía, pero como la música de fondo que escuchas al ver una película de acción, o de drama en mi caso. Su voz llegaba lejana a mí, y aunque me habría un mundo de posibilidades, yo no llegaba a ver ninguna.

No podía comprender por qué me salvo... Y tristemente tampoco era capaz de agradecérselo. Lo que sentía dolía demasiado y solo podía odiarle  porque hubiera salvado a un ser como yo. Un fantasma.

Desde lejos solo me llegaban mensajes de "tienes que"... Tienes que encontrar un destino, tienes que ser fuerte, tienes que encontrar respuestas... Así había sido mi breve vida. Una búsqueda interminable, una lucha sin fin entre mi inocencia y mi supuesta realidad. Llena de obligaciones. Miré en mi interior y encontré de nuevo lo mismo... mis sentimientos me guiaban por un camino que no podía evitar, la culpa, el miedo, la obligación de ser fuerte, de encontrarme... de ser Samantha. Pero yo no era Samantha. Esos cabrones, fueran quienes fueran, habían querido que yo fuera esa persona, pero yo no era así. ¿Nadie podía verlo? Yo no era Samantha. El hombre junto a mí no era mi padre. Aunque todo el mundo, incluso mi interior quisiera incitarme a creer eso. Yo... yo... no era nadie... o al menos, era alguien muy distinto.

Mantuve mi shock un segundo, y desesperadamente traté de encontrar algo de mí. Qué irónico... toda mi vida buscando encontrar las respuestas, para encontrarme ahora tratando de huir de ellas. Busqué en mi interior tratando de encontrar algo que no estuviera manchado con la huella de aquellos que me crearon, algo que no fuera Samantha... que fuera solo yo. Solo encontré una cosa... Odio.

Todo sucedió muy deprisa. Con esa agilidad característica que me definía cogí una de las armas de Roger, abrí la puerta y salí del coche. La visión acudió a mi mente y vi como un supuesto mentor me enseñaba a manejar un arma, mientras escuchaba de fondo un discurso sobre lo que era una AK-47. Respiré hondo. Mi corazón latía a toda velocidad. "Yo no soy ella... " Susurré mientras las lágrimas, incontenibles comenzaban a aparecer en mis ojos dejando salir esa rabia que no podía aguantar ni un segundo más dentro de mi pecho.

Caminé a grandes zancadas por la calle, con la visión borrosa, fuera de mí. Por alguna razón una estúpida canción de Johnny Cash sonaba en mi cabeza... y tristemente no podía saber si fui yo quien la escuchó o si realmente me gustaba. Busqué con la mirada, y eche a correr hasta que le vi. El uniforme decía todo. Un puto nazi. Alcé mi arma, sin dudar y disparé. Un tiro. Dos. Tres... No era necesario seguir, pero yo quería más. Me acerqué a él y pegué un último tiro mientras veía como la sangre inundaba la calle, en una escena violenta, repugnante y que en otro tiempo habría dicho que no era propia de mí. Sentí como si mi ira se aliviara aunque fuera solo un ápice. 

- Sí... - Susurré mientras miraba a los ojos de aquel hombre y ahogaba la culpa de pensar que quizá ese hombre tenía familia, hijos, hermanos... Al menos esa culpa era por algo que YO había hecho. Respiré hondo y miré hacia adelante. - Al menos eso SÍ he sido yo...

Completamente fuera de mí, en un alarde de locura continué mi camino, buscando más presas a las que cazar, más gente con la que desahogar mi ira. Sabía que este momento pasaría y que probablemente muriera en el camino pero... Pero al menos, durante unos segundos habría vivido. Habría sido simplemente yo, sin Samantha, sin recuerdos, sin perseguir nada... Siguiendo lo único que parecía mío ahora mismo: Mi rabia.

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09/01/2014, 11:23
Al Adam Blake

Niki aspiró el olor a hierro mientras veía el charco de sangre formado a sus pies. Un uniforme germano yacía tendido a los mismos, con un el agujero de una bala en el casco y otros similares en el pecho. Su vitae seguía derramándose lentamente, como el fluir de un río sobre el mar, ensanchando la mancha roja a sus pies.

Pero la asesina siguió corriendo, buscando su próxima víctima para dar rienda suelta a sus emociones. Para cuando la encontró, simplemente alzó el arma, apuntó y... notó cómo alguien la placaba por la espalda, derribándola tras un par de coches. Cayó al suelo, golpeándose primero el hombro y la cadera para después la cabeza, con su madeja de cabellos rojos como el fuego. Sintió unas manos forcejear con ella por el arma, sin mucho éxito. Fuese quien fuese no era tan buen combatiente como Niki, y lo sabía.

Alzó la cabeza soplándose los cabellos para espantarlos. Entre la cortina de fuego que vestía siempre sobre su cabeza meció el rostro del hombre santo que la había asaltado y auxiliado. Su rostro no reflejaba ni de lejos, pese a la situación, violencia. Si bien forcejeaba con Niki, su cara mostraba una mezcla de pena y culpabilidad.

Niki estaba a punto de zafarse de él, pero el hombre, en el último segundo, simplemente, pestañeó. Niki notó un hormigueo generalizado por todo el cuerpo, como si un sinfín de plumas la acariciasen cada poro de la piel durante un instante. Sintió un escalofrío y al segundo siguiente sintió de nuevo un golpe. Su espalda cayendo un poco, quizás centímetros, hasta llegar al suelo.

A su alrededor ya no había edificios. No estaba la casa de Maggie, ni alemanes, ni coches. Ni siquiera las nubes eran parecidas. Sólo el hombre ante él lo era. Miró en rededor y sólo pudo atinó a distinguir un cielo abierto, un muro de roca natural a su izquierda y un vacío insondable a su derecha, pues se extendía una vista a un bosque virgen y salvaje. Bajo ella, una superficie lisa, manufacturada. Un suelo, aunque fijándose más, en realidad era un tejado. Se paró a mirar más sobre el mismo y distinguió la arquitectura propia de un irónico templo budista, con sus esferas doradas y su decoración oriental. Allí no parecía haber nadie. Quizá dentro del edificio, pero no sobre el mismo.

Ahora sí que estaba muy lejos de casa. Y del enemigo.

- Siempre has sido tú- dijo el hombre-. Desde el primer momento que existes- suspiró, frustrado.

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09/01/2014, 11:45
Administrador

Ambroos tenía entre sus manos a un hombre inconsciente cuando sucedió el primero de los cuatro fenómenos relevantes hasta el momento actual. Su verdugo particular, el "Verdugo" según la pequeña, andrógina y volátil Gretchen, yacía ahora bajo sus propios bisturís orquestados a manos de su antigua víctima y sujeto de experimentos. Una deliciosa ironía, con todo un siglo ya pasado hasta consumar aquella particular venganza.

Sin embargo, con las manos manchadas de sangre y aquel particular puzzle de carne humana en que se había convertido el sacerdote, Ambroos no pudo sino verse cogido por sorpresa de forma súbita. Giró el rostro sólo para ver abalanzarse tras él una figura borrosa que cargaba cuchillo en mano. Desarmado, con la mitad del rostro manchado por sangre coagulada y un moderado aplastamiento reciente. Con un ojo literalmente inyectado en sangre. Con un brazo en cabestrillo y una pierna cojeando. Con vendaje limpio en un lateral del cuerpo, manchado también de sangre. Su traje, negro, sobrio y funcional, recordó a Ambroos a si mismo. A su coche, a sus "trajes de fiesta" para salir por las noches. A su alter ego.

Aquel hombre era un Mercenario, el Merc que Jürguen había rescatado, con toda probabilidad. Atinó a apuñalar en el cuello y por la espalda al proxeneta, aferrándose a él como si fuesen respectivamente un naufrago y una tabla de madera, pero al corpulento veterano de campo de concentración le bastó un bufido para descargar los hombros hacia atrás y levantar las piernas, tirando de espaldas a aquel hombre que intentaba apresarlo por detrás y revolver el filo sobre la carne de su yugular. Él mismo se sacó el cuchillo del cuello con los dientes cual fiera enfadada, retorciendo la mano del pobre mercenario.

A partir de ahí, Ambroos lo redujo sin apenas facilidad dejándolo inconsciente. Para cuando comprobó el pulso se dio cuenta de que apenas tenía. Débil, pero tenía. Inconsciente, pero tenía. Lo ató y lo dejó ahí. En ese estado tan deplorable no le servía de nada. Quizás en un futuro, si es que no había acabado todo desde entonces, lo cual era lo más probable.

Terminó con Jürguen y partió en busca de Niki.

Entonces sucedió el segundo acontecimiento relevante. Un viejo ascensor de engranaje a la vista paró en la planta baja, dejando salir a Ambroos con su improvisado equipaje humano. Esperando al elevador se encontraba un hombre de aspecto un tanto lóbrego. De mediana edad, bastante malogrado y algo envejecido de más por una mala vida. Piel pálida y de apariencia frágil, ictérica como sus ojos y sus uñas ligeramente amarillas. Entre los dedos sostenía un improvisado cigarro liado de lo que, por el olor y la apariencia, claramente era marihuana, legal en Ámsterdam. Apenas miró a Ambroos con un cóctel de extrañez, como un vecino que no conoce al nuevo okupa. Uno particularmente fuera de lugar con sus ropas y su aspecto atractivo, de barba cuidada y físico saludable.

Por aquel entonces su cuello, convenientemente tapado con la gabardina, ya reflejaba sólo un hilo de sangre coagulada que posteriormente limpió en su coche. Lo raro para el hombre era encontrarse a Ambroos con un fardo a la espalda saliendo de allí con un abrigo almohadillado. Suerte que no supiese que aquel chaleco repleto escondía C4.

Un tropiezo que se perdió, trivial, salvando que a Janssen se le quedó una sensación extraña durante su viaje en coche, recordando a aquel hombre mientras esperaba impaciente a que pasasen las dichosas vigilantes. Aquel hombre literalmente enfermo no dejaba de tener algo que evocaba cierto escalofrío glaciar. Incluso a él. Nada que ver con algo que la palabra Fénix, ya conocida por él, pudiese evocar.

Sea como fuere, lo tercero no fue plato de su gusto. Cuando aparcó frente a la dirección de Niki la encontró, vaya que si la encontró. De hecho, encontró una estampa francamente extraña. Un coche con tres personas, frente a la puerta del edificio. Niki, adelante y en el asiento del copiloto, claramente con cara de circunstancias, como en shock. En el asiento del conductor, un hombre de melena rubia hasta los hombros, aparentemente ausente, mirando al frente sin despegar los labios. Sumido en el silencio y estático. Detrás, tras Niki, un hombre hablando, vestido con una larga gabardina.

Ambroos sabía quién era ese hombre. Incluso a través del cristal de la ventana del coche lo reconoció. Emanaba de forma natural un aire de santidad que llegaba incluso, para Ambroos, a ser algo molesto. Como las feromonas de Arjen, pero en su lugar un aura de pureza casi ofensiva. Aquel hombre vestido con su gabardina, su pote de mártir y su serenidad glaciar. Alan Smith era el Mesías para Arjen, su Némesis. Aquel hombre, Adam Blake, era otro Mesías. Concretamente, el de los Iluminados, judíos supervivientes a la WW2 y dotados de poderes sobrenaturales. Endogámicos, creyentes, sumidos como una secta en su propia jerarquía y su moralismo altruista. Janssen probablemente no quisiese saber nada de ellos. Eran aparentemente cobardes, demasiado pacifistas y demasiado teóricos.

Pero Adam estaba allí, y eso no presagiaba nada bueno. Su nombre naturalmente no era el original, sino un apodo adquirido como fachada, pero eso daba igual. Aquel hombre estaba hablándole a Niki, y fuese lo que fuese, no pareció gustar a la mujer.

Niki, sin más, con su atractivo, sus piernas largas, su aspecto fibroso y su melena pelirroja, más bella que casi cualquier prostituta de Ambroos, pero no que todas, bajó del coche con cara de muerta. Aferraba ni más ni menos que un AK-47 en las manos, y tardó muy poco en echar a correr por la calle con ella en manos para, en cuestión de segundos, disparar al primer soldado alemán que tuvo a tiro. Y era muy buena disparando. Apenas tuvo que verlo, alzar el arma y atravesarle la cabeza para comenzar a vaciarle balas en el cuerpo mientras se acerbaba al cadáver. Salió corriendo a por otro, todo ello en una cantidad de segundos francamente corta. Era rápida, mucho más que Ambroos. Si ella quería matarle a él, tendría mucha más suerte que el Merc.

Toda una Nikita.

Pero Adam salió del coche. No salió con las manos. El hombre simplemente bajó la cabeza, escondiéndose en el asiento a la vista de nadie. Un segundo después salía desde el lateral de otro coche, agazapado y placando a Niki fuera de la visibilidad de nadie. A Ambroos le bastó dar un par de zancadas para obtener un nuevo ángulo. No había nadie.

Era obvio lo que había pasado. El Illuminati se había teletransportado por segunda vez, pero llevándola a ella consigo. Y tras ello, como un mago que no revela su truco, había dejado a una multitud que se acercaba a ver cómo el conejo desapareció dentro de la chistera. Incluso el soldado que iba a ser la nueva víctima se quedó mirando el lugar de la desaparición, oteando bajo los coches como un imbécil.

Ambroos podía hacer nada contra una mujer tan ágil y un hombre capaz de teletransportarse. Simplemente no era capaz de alcanzarlos, hiciese lo que hiciese. Niki, si hubiese querido, podría ser campeona atlética claramente rivalizando con Gretchen. Estaban él y su C4, y sus Anarcos, contra los Mercs y Diéter.

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09/01/2014, 11:45
Administrador

- ¡Eugenius!- gritó la voz inconfundible de Olga en la penumbra.

Venía más o menos deprisa, resollando ligeramente. Su melena pelirroja, rizada y ligeramente encrespada estaba un tanto más revuelta y salvaje, y sus ropas un tanto más destartaladas. Una leve película de sudor cubría su frente. Era difícil verla bien envuelta en sombras, pero era ella, sin duda. Un alivio dentro de la incertidumbre.

- Tenemos radio- dijo con satisfacción, con una mezcla de apremio, alivio y angustia.

La Ecocueva se había convertido en un caos notable. La escotilla de entrada había permanecido abierta irregularmente durante los últimos diez minutos, dando entrada a los que habían salido y dejando salir a los pocos osados que decidían buscar suerte en un último movimiento, aunque fuese para buscar a algún ser querido en el exterior.

La gente iba y venía sin atropellarse, pero chocando de vez en cuando en las esquinas y con cierta prisa. La oscuridad había pasado a dominar casi por completo la sala, y todo el mundo parecía prepararse como si de una gran colonia de hormigas se tratase. Novák había atinado a ver a la giganta rubia y airada que solía encargarse de adiestrar en artes marciales a los ecoterroristas. La había visto bramando órdenes cual teniente coronel, orquestando usando sus manos como batuta de mando.

Olga al principio se limitó a responder un "No lo sé" a Novák, quedándose en shock. El científico la dejó ahí, en su preciada sala de ordenadores. Al mirarla desde la puerta una última vez antes de buscar una radio, casi le pareció ver cómo la mujer de mediana edad acariciaba lacónicamente su teclado. Como si se despidiese de un hijo en una morgue. Fue una estampa que inspiraba pena, patetismo y añoranza a la vez. Sentimientos muy enfrentados. Por suerte, ahora parecía bastante mejor. La presión claramente la obligaba a no derrumbarse, aunque fuese a base de estar ocupada.

Como todos allí. Unos iban cargados con garrafas de agua, transportándolas al almacén para hacer suministro. Almacenaban agua embotellada para beber, bañarse y primeros auxilios. Cuando se trataba de agua, no había tal cosa como demasiada, así que los había incluso transportando a manos llenas  botellas pequeñas y portátiles de una ración individual. Bolsas y cajas llenas de grano, alimentos enlatados, deshidratados y liofilizados. Novák escuchó las palabras "tened en cuenta a los pequeños". No había visto niños en la cueva, pero era obvio que contaban con que apareciesen algunos por alguna razón. Novák no se paró a analizar eso teniendo otras cosas en mente.

- Erik ha vuelto- sentenció la hacker refiriéndose al tuerto del garrazo en un lateral del rostro, que se había marchado al descubrir tamaña revelación sobrenatural-. Volvió sobre sus pasos cuando vio el arcoiris en el cielo. Está intentando arreglar un trasto viejo, pero igual nos vale.

Supuso Novák que Erik Lukgaardsson tenía conocimientos mecánica y electricidad básica. Probablemente fuese un pequeño manitas forzado desde que se refugió en la ecocueva, fuese cual fuese su historia personal.

- He hablado con Liselote- añadió mientras aferraba por la muñeca a Novák, sin preocuparse por el contacto físico, y tiraba de él, guiándole con una mano mientras sostenía una linterna alumbrando el camino con la mano contraria-. La he puesto por ahora al mando de los asuntos de salud. Tiene un cubil donde están dejando todo el material de primeros auxilios, medicinas, y artículos básicos- miró a Novák y, por si acaso su intelecto no iba parejo a ciertos autocuidados del hogar, añadió sin ánimo de ofensa-. Ya sabes, cepillos, pasta de dientes, jabón, productos de higiene femenina...

Naturalmente, había implícito en aquello un "espero que no te moleste". También había implícito un "para que sepas que está a salvo y tiene algo en qué pensar". Y por supuesto, la madre de Novák debía estar con ella.

Olga siguió trotando por los pasillos, con su luz bailante zarandeándose de lado a lado cual carrera interminable por un laberinto oscuro. De vez en cuando otras tantas luces de diverso origen, casi todas en manos de alguien, alumbraban a los informáticos, pero poco más. Olga seguía intentando hablar, como si de quedarse callada corriese el riesgo de pensar en algo que no fuese productivo.

- En el cubil de Erik está la reserva de lámparas y linternas a baterías- explicó al ver cómo a medida que avanzaban había más luces errantes-. No son todas las que quisiera- añadió con pesar antes de suspirar-, pero hay pilas y baterías para aburrir, creo. Al menos, para un rato. Habrá que dosificar en un futuro, pero- alargó la última palabra y frunció los labios mirando a Novák- supongo que para entonces a ti ya te dará igual- confesó con notable pesar, estrechando con más presión la mano del científico.

Tenían que escaparse juntos tras la Torre de Comunicaciones, ese era el trato. Avalon, según el mismo, era algo que Olga tenía que aprobar. Naturalmente, Novák podía negarse a cumplir su parte y rebelarse, pero Olga no parecía atenerse a su "derecho" en base a la palabra del científico. Era una mujer inteligente. Probablemente supiese que en esas circunstancias no podía forzar a nada al científico.

Paró de correr y alumbró a Novák. Movió la luz para que alumbrase los rostros de ambos desde abajo. Olga así parecía una muñeca pálida, salida de una película de miedo. En un pasillo lóbrego y anodino, con un póster verde de fondo y el sonido de numerosas pisadas alrededor. Pese a todo, su rostro seguía siendo dulce y algo juvenil.

- Si encuentras un modo de salir de aquí y lo tomas, Novák, quiero que me lleves contigo. Es lo único que te pido- le espetó con un hilo de voz, en confidencia.

Su tono mezclaba la súplica con una severa exigencia. No dejaba claro si se refería a salir de la ecocueva e ir a Avalon, algo que sin duda interesaría a la mujer, o a salir de Ámsterdam siguiendo sus anteriores conversaciones. Probablemente, por lo poco que la conocía Novák, ambas.

- Erik está trasteando con una radio de onda corta de no-sé-dónde- explicó, reemprendiendo la marcha, extendiendo las circunstancias principales de Erik y su "trasto viejo"-. Cree que podrá captar radio-transmisiones de lugares no afectados. Ciudades, países, continentes, da igual. Quizás saque información importante.

Como el origen del ataque, por ejemplo.

Naturalmente, no sabía el plan de Novák al respecto. Parecía suponer algo, o no le habría susurrado antes aquella frase, pero no todo, o no hubiese dicho eso último. Olga era astuta, pero no una completa genia.

Y entonces, llegó. Erik estaba sentado frente a un banco de trabajo, con una lámpara de mano a pilas alumbrando y un viejo equipo de música portátil conectado con un solo auricular, dejando el otro oído libre. Por suerte era tuerto, no medio sordo. Ante él se alzaba una vieja radio. Al lado, un bol lleno de pilas. Novák vio cómo a su derecha había un pequeño cubo de basura que sólo contenía dinero. Euros, ya fuese en billetes o céntimos. Incluso vio monedas extranjeras. Efectivo, probablemente recolectándolo para comprar con él después lo que fuese necesario.

Todo aquello no se trataba del toque de queda, sino del PEM. Aquella gente estaba organizándose para sobrevivir cuando pudiesen volver a salir a la calle. Quizás necesiten más comida, suministros, servicios. Necesitarían también dinero, no sólo trueques. Pero todo eso para Novák no significaba lo mismo, como tampoco las garrafas de gasolina que poco a poco se apilaban en una esquina, donde habían teñido la pared con el símbolo de peligro. Pintura verde, por supuesto.

Erik ignoró a Novák. Ni siquiera lo miró, centrado en la radio. No parecía dispuesto a alejarse de aquel cacharro. Probablemente, también, tuviese miedo del científico. No por lo que ahora pudiese hacer con sus dones sobrenaturales, sino por el mero hecho de tenerlos. No dejaba de ser un golpe duro para alguien aferrado a la realidad tangible y demostrable. Lo cual, bien mirado, podía suponer un paradigma para Eugenius.

- Creo que funciona- dijo al rato, dándole un golpecito y levantándose de la silla.

Dejó que Novák se sentase, susurró algo al oído de Olga y salió por la puerta. La informática simplemente apoyó el trasero sobre la mesa y se quedó mirando a Novák.

- Dice Erik que tienes diez minutos- se limitó a decir con cara de circunstancias, con un "lo siento" implícito en ella y cierta dependencia. No hacia Erik, sino hacia la persona que tenía delante.

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11/01/2014, 18:07
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Y entonces, lo cuarto. Y lo cuarto fue lo peor de todo. El Mercenario había sido sólo una molesta cicatriz que desaparecía pronto. El fumeta era sólo una sensación incómoda. Niki era una broma pesada y de muy mal gusto. Pero lo cuarto era algo mucho más significativo que Niki. Era una putada generalizada y bastante enervante.

Un infernal sonido de acústica sacudió el aire. Toda la ciudad pareció estremecerse, convulsionando en un sentido metafórico. Fue un chirrido distorsionado proveniente del servicio de radio y megafonía de la regencia nacionalsocialista. Sonó en los equipos de quienes estaban escondidos en refugios contra bombardeos, en los hogares desahuciados donde habitaban los sin techo, filtrándose a través de las ventanas sin cristal, y por supuesto sonó en plena calle al pie de la farola frente a la casa donde se alojaba Niki, donde los megáfonos aún podían gritar. Pese a todo, la calidad del audio era francamente pésima, distorsionada.

- Atención, por favor- dijo la voz metálica y tambaleante entre el sonido de la calibración-. Al habla Heinz Goering, Gobernador de esta ciudad- se identificó-. Se ruega y ordena a todos los ciudadanos que permanezcan en sus casas hasta nuevo aviso- ordenó de forma seca, sin contemplaciones ni sentimientos-. Disponen de cinco minutos, trescientos segundos, para obedecer- pausó, y un nuevo sonido de interferencias rasgó el aire-. Todo aquel que sea visto en la calle después de ese plazo será ejecutado- avisó, amenazó, sin más-. Se disparará a matar sin más advertencias. Disponen de doscientos ochenta y cinco segundos para experimentarlo.

Y tras ello, otro sonido seco e igualmente molesto rasgando el aire, poniendo fin a la señal. El mismo sonido fue seguido inmediatamente por el eco de una onda de vacío. Móviles, ordenadores, televisores, radios y cualquier sistema eléctrico o electrónico quedó inmediatamente neutralizado. Sin más, de un simple plumazo. Una lluvia de cristales y pantallas rotas o agrietadas de forma irregular colonizó la ciudad, repentinamente sumida en un silencio total. Sepulcral. Polvo olvidado cayó por las rendijas del techo o de alguna farola rota.

Ambroos se cubrió estoico con la manga y miró su monovolumen. Pero entonces tuvo que mirar arriba.

Mirando al cielo el reflejo de una Bomba Arcoíris, una bomba nuclear detonada a gran altitud provocando un impulso electromagnético, se veía con muy poca nitidez. Poca porque era imposible sostenerle la mirada, como mirar directamente a tres soles juntos. El suelo se tiñó de naranja por un momento con el reflejo, hasta que desapareció tal y como vino, en una nube. Ambroos no había contemplado nada semejante. Jamás. Un acontecimiento que, si la humanidad sobrevivía a esta guerra, pasaría a todos los libros de historia.

Aquello había sido un ataque. Exterior o desde dentro. Era una bomba arcoíris.

Si no había Torre de Comunicaciones, no había Comunicaciones. Ni Tecnología, ni Informática, ni nada. Lo cual era una suma ventaja para ciertas piezas del tablero, pero una suma molestia para otras. Sea como fuere, el pulso electromagnético había convertido a la ciudad en una reliquia prehistórica o una tumba postapocalíptica. Ninguna luz brillaba. No sonaba ninguna canción. No se oían teclas. Nadie consultaba pantallas.

Ni siquiera el sonido del motor de los coches se escuchaba. Tan solo aquellos coches que, en circulación, se veían súbitamente despojados de vida con una batería totalmente cadavérica. El sonido de frenos de mano y volantazos para evitar estamparse contra un escaparate, un contenedor de basura, una farola o el canal y sus aguas turbias llenó con su derrape el aire, acompasando el latigazo de semejante fenómeno.

Ambroos vio cómo un coche en la calle colindante echaba el freno de mano, derrapando para no estamparse por inercia. Suerte que él había aparcado para entonces. Suerte también que circulase una significativa cantidad de vehículos en una ciudad como Ámsterdam y sus malditas bicicletas. Los coches, incluso las motos, eran una suerte con todo lo que había caído ya en la ciudad. Lo había sido para Ambroos. Ahora, una suerte perdida.

Por desgracia, Ambroos no tenía los conocimientos ni el intelecto necesario como para atar demasiados cabos al respecto, pero pudo pensar que Novák estaría bastante más jodido que él. No en vano, ese científico sólo servía para cosas tecnológicas, y ya no había nada en la maldita ciudad, ¿verdad? Salvo la central nuclear. Tenía que tener algún sistema de defensa frente a impulsos electromagnéticos, aunque sólo fuese por lógica.

La cuestión era que aquella casa frente a la que se encontraba no estaba lejos del barrio rojo. Podía volver a El Boulevard o alcanzar la "discoteca" transformada en piso franco de los mercenarios antes de que imperase el toque de queda. Los Anarquistas, armados, debían de estar por ahí cerca. El problema quizás fuese volver, pues Ambroos no sabía cuantos minutos, horas o días duraría aquella imposición sólo clasificable como nazi.

Al menos ya no le molestaría el tono del móvil. Ya no tenía móvil. Ni él ni nadie. La gente ante él ya no se paraba siquiera a pensar en cómo Niki y Adam habían ejecutado su particular "truco de escapismo". Estaban en shock.


Como Jugador o lector, para que podáis situaros: Ataque EMPPulso PEM. Biología 0%. Tecnología 100%.

Acontecimientos: El primero y el segundo son de transición y algo triviales, pero cabía mencionarlos. El tercero sucede demasiado rápido atendiendo a la Agilidad de Niki y la Acumulación de "Adam". El cuarto es un punto de inflexión.

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11/01/2014, 18:09
Agatha

- Estoy bien, cielo- respondió la hermana, abrazada a su gemela mientras la acariciaba el cabello-. No han podido. Gerard no les dio ocasión- apuntó con un agradecimiento implícito-. Nos montó en el coche en cuanto llamaste- naturalmente, para moverse lejos del rastro telefónico-. No sabíamos muy bien dónde ir, así que fuimos a ver a los Anarquistas otra vez. Necesitábamos un sitio donde escondernos.

Ágatha tiró de Ruth hasta sentarse sobre un sofá destartalado. La luz se filtraba a través de las ventanas rotas, muchas de ellas empapeladas con recortes de periódicos o parcialmente tapiadas con maderos. Eso ensombrecía algo la estancia, con su aire cargado al trasluz de polvo. Pese a que el sofá era irregular y algo duro, seguía siendo mejor que muchos sitios donde Ruth había dormido con anterioridad.

- No llegamos a verlos- siguió desarrollando, recolocándose un mechón-. Había un par de patrullas bloqueando las calles, buscando algo. Nos interceptaron. Yo me temí lo peor- tragó saliva. Qué menos-. El resto pasó un poco rápido. Comenzaron a llover rayos contra los nazis. Para cuando quise darme cuenta, algo reventó el capó del coche.

Ágatha sacó lápiz y papel del bolsillo trasero de los vaqueros y comenzó a dibujar con la cabeza apoyada sobre el hombro de Ruth. Un dibujo algo rápido y tosco, ni de lejos de la calidad de la pelirrosa. Probablemente un mero guiño y detalle hacia ella y su joven. Pese a todo, se distinguía un hombre alto, atlético y de cabeza rapada, mirando hacia abajo, vestido con ropa deportiva parecida a la que dibujó Ruth. Había líneas verticales descendientes de velocidad. Estaba cayendo, flexionando las rodillas para abollar el capó del coche. Sus manos, hacia abajo, revelaban chispas dirigidas hacia abajo, como un propulsor para contrarrestar la caída.

- Lo último que recuerdo es cómo todo el coche se electrificaba y nos freía. A mamá, Gerard, y a mí- explicó con expresión molesta, algo asustada, con el vello de los brazos erizado-. Me desperté aquí. Era él, Heller. Descargaba energía contra los nazis y la absorbía de dónde buenamente podía- negó con la cabeza. El coche no era un sitio cualquiera-. Puede detectar a la gente como él. Como tú y yo- poderes sobrenaturales, en definitiva-. Dice que puede detectar fuentes de energía, en general. Saltó del tejado, drenó el coche y me sacó de ahí.

Siguió explicándole a Ruth durante un rato más. Gerard y Anne estaban durmiendo, en reposo, en el piso de arriba. Tenían quemaduras eléctricas de primer grado, superficiales, y el propio Heller había asaltado una farmacia y una droguería. Ágatha, que había viajado en los asientos de atrás, estaba ya perfectamente. Según dijo la gemela, Heller la había visto por casualidad y, motivado únicamente por el deseo de exterminar a cuantos más nazis mejor, se encargó de evitar que atrapasen a la chica. No era ningún salvador altruista, pero a sabiendas de que tenía poderes sobrenaturales, merecía la pena hacerlo. Gerard y Anne habían sido un bien colateral.

Buena parte del tiempo simplemente permanecía abrazada a su hermana, disfrutando del momento. Después de eso la llevó escaleras arriba, con unos escalones que crujían considerablemente y la llevó ante la puerta del cuarto donde descansaba el resto de la familia. Entornó la misma y, efectivamente, ahí estaba, tendidos ambos, madre y pareja, sobre un par de camastros, con un par de botes de pastillas y algo de aloe vera sobre una mesilla de noche.

Casi una hora después, Ágatha y Ruth volvían a estar en el sofá de antes, hablando todavía. Pensando que cuando volviese Heller regresarían a la Ecocueva y saldrían de Ámsterdam. Era sólo una cuestión de tiempo. Los Anarquistas terminaban de montarlo todo con El Burdel. Salían de la ciudad. Simple. Sólo tiempo.

Y entonces llegó Heller.

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12/01/2014, 16:47
Administrador

La forma de entrar de Heller fue cuanto menos peculiar. Un hilo de polvo cayó del techo y un segundo después se escuchaba el chisporroteo típico de la corriente eléctrica al tocar el agua. Heller estaba descendiendo en cuclillas desde un agujero en el casco del local abandonado, bajando a través del rayo de luz que se filtraba desde el exterior. A su alrededor de forma errática, esporádicamente, brotaban pequeñas descargas, como un campo de fuerza vivo.

- No hay nazis en los tejados, y nadie mira nunca hacia arriba- se limitó a decir viendo a Ruth sin saludarla antes siquiera. Tenía una voz grave, rota-. Basta con esquivar a los helicópteros o derribarlos- se justificó.

Y se acercó bajando los escalones. Su piel era pálida, bastante lejos de salubre. Tenía venas negras y blancas bajo la piel, algunas de ellas de relieve muy superficial y grueso, marcado. Muy de vez en cuando era incluso posible ver alguna pequeña esfera amarilla algo lumínica y algo lumínica atravesar e interior de los vasos, como un componente macroscópico más. No dejaba de ser poco agradable a la vista, aunque salvando eso, era un hombre algo anodino. Ni guapo, ni feo, pero a todas luces un matón de espaldas anchas.

- Tú debes de ser Ruth- dijo sin más al alcanzar su altura. Hizo un amago de extender la mano, pero la miró excusándose. Una chispa manó de los dedos-. Tendrás que disculparme. No puedo darte la mano ni dos besos.

Aunque probablemente, Ruth tampoco hubiese querido. Parecía un enfermo terminal. Quizá lo fuese.

- La electricidad es lo único que me mantiene vivo- explicó con un notable cansancio, posiblemente harto de explicarlo o tener que recordarlo-. Soy como un Frankenstein moderno, supongo, o como se diga. Lo que sea- lo desechó con la mano-, pero tranquila, soy inofensivo. Salvo que seas alemana.

Y la verdad, lo parecía. Pese a su marcada musculatura, no parecía muy inteligente, ni un gran manipulador. Ni siquiera podía ser visto en público. Llevaba el traje adherido a la piel, probablemente por la electricidad estática. No era un estratega, ni mucho menos. Parecía obvio que sus métodos eran toscos, primitivos, y directos. No sabía mentir, siquiera. Era lo que aparentaba ser, un mero hombre fuerte con una historia extraña y ciertas facultades adicionales. Consumido por un único objetivo, incapaz de abarcar más. Ni siquiera buscaba curarse. Sólo vengarse.

Heller era alemán, paradójicamente. No hablaba mucho de si mismo, pero al parecer era, según palabras textuales "un cabezahueca que se alistó en el ejército para hacer algo con su vida. Terminé frito por un arma eléctrica experimental, mucho peor que cualquier táser, créeme, niña. Pasé los siguientes seis encerrado. Legalmente estaba muerto. Extraoficialmente era un sujeto de pruebas más a quien nadie echaría de menos. Al final, el experimentó más o menos funcionó. Desarrollé tolerancia a las drogas que me daban y escapé usando la electricidad. Sólo necesito comer, dormir, y cargar pilas".

Veinte minutos después, Heller había subido las escaleras y estaba aseándose. No le sentaba del todo bien el agua, y no tenía suministro estable. Lo prefería así. Ducharse o bañarse, literalmente, le hacía daño. Comparó el contacto con el líquido elemento con depilarse. Pero eso no era lo que en aquel momento llamó la atención.

Un infernal sonido de acústica sacudió el aire. Toda la ciudad pareció estremecerse, convulsionando en un sentido metafórico. Fue un chirrido distorsionado proveniente del servicio de radio y megafonía de la regencia nacionalsocialista. Sonó en los equipos de quienes estaban escondidos en refugios contra bombardeos, en los hogares desahuciados donde habitaban los sin techo, filtrándose a través de las ventanas sin cristal, y por supuesto sonó en aquel edificio medio desnudo, adonde la voz los megáfonos llegaba como un eco ligeramente lejano. Pese a todo, la calidad del audio era francamente pésima, distorsionada.

- Atención, por favor- dijo la voz metálica y tambaleante entre el sonido de la calibración-. Al habla Heinz Goering, Gobernador de esta ciudad- se identificó-. Se ruega y ordena a todos los ciudadanos que permanezcan en sus casas hasta nuevo aviso- ordenó de forma seca, sin contemplaciones ni sentimientos-. Disponen de cinco minutos, trescientos segundos, para obedecer- pausó, y un nuevo sonido de interferencias rasgó el aire-. Todo aquel que sea visto en la calle después de ese plazo será ejecutado- avisó, amenazó, sin más-. Se disparará a matar sin más advertencias. Disponen de doscientos ochenta y cinco segundos para experimentarlo.

Y tras ello, otro sonido seco e igualmente molesto rasgando el aire, poniendo fin a la señal. El mismo sonido fue seguido inmediatamente por el eco de una onda de vacío. Móviles, ordenadores, televisores, radios y cualquier sistema eléctrico o electrónico quedó inmediatamente neutralizado. Sin más, de un simple plumazo. Una lluvia de cristales y pantallas rotas o agrietadas de forma irregular colonizó la ciudad, repentinamente sumida en un silencio total. Sepulcral. Polvo olvidado cayó por las rendijas del techo.

Ruth y Ágatha miraron sus móviles para descubrir que estaban muertos. Instintivamente miraron en dirección a donde a través de la pared estaba Heller, pero pararon para mirar otro estímulo mucho más llamativo. Una luz anaranjada, intensa y brillante, filtrándose por todos lados. Por cada rendija. Sustituyendo la luz del sol. Se levantaron y fueron a mirar. Para cuando la luz ya no era tan intensa sólo pudieron ver un cielo naranja y escuchar el sonido lejano de coches colisionando.

Si era una bomba atómica, no lo había arrasado todo. No había arrasado nada. Nada, salvo la megafonía, los móviles, los coches, y cualquier cosa que funcionase con... electricidad. Medio minuto más tarde descubrieron en un cuarto angosto a un Heller que yacía inerte, desnudo y en posición imposible sobre el suelo, de costado, con un cubo de agua volcado al lado y una esponja en la mano. No se apreciaba chispa alguna.

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16/01/2014, 10:38
Eugenius Novák

El genio observó con dificultad a Olga en la penumbra mientras se colocaba el cuello de la camisa que llevaba un rato molestándole. Novák se puso en pie.

- Perfecto. - contestó ante el anuncio de que tenían radio. - Guíame. -

Dejó que la mujer comenzara a guiarle por la Ecocueva y procuró impedir que el estado del lugar, y la actitud de los presentes hicieran mella en él. Desde el PEM todo había sido un caos. No sabía si era el objetio de los alemanes, pero de ser así lo habían conseguido y a lo grande.

Al menos había logrado que Olga reaccionara y se despegara de aquél ordenador muerto e inservible. Le había costado pero la mujer se movió y al poco había regresado con buenas noticias. Sin duda la actividad y el no estar parada le venían bien y le ayudaban a mantenerse entera. En otras circunstancias era probable que Novák estuviera igual de frágil. ¿Qué demonios se suponía que iba a hacer él sin tecnología? ¿Sin ordenadores? El mundo había regresado de repente a la Edad Media, donde brutos descerebrados eran quienes tenían el control. La ley del más fuerte.

Y Novák no era uno de esos brutos. Aunque sí estaba más que dispuesto a demostrar que el más inteligente dominaría sobre los fuertes en cualquier circunstancia.

Le alegró saber en cualquier caso que Liselote se encargaba de la parte médica y de primeros auxilios en aquel lugar. Confiaba plenamente en la capacidad de su hermana. Además estar atareada le vendría bien tanto a Liselote como a su madre. Ambas mujeres no tendrían otras cosas en qué pensar, y dejarían espacio y libertad a Eugenius para hacer lo que tenía que hacerse.

No le molestaba que Olga hubiera puesto a su hermana al cargo de todo aquello, y así se lo hizo saber a la mujer con un leve gesto de asentimiento que era lo más parecido a un “gracias” que el científico podía ofrecer.

Eugenius fue memorizando el camino que iba siguiendo con Olga en el interior de su cabeza. Iba guardando cada detalle en una parcela apartada, en un rincón de su cerebro. Sólo por si acaso. Por si tuviera que regresar a la sala principal él sólo. O simplemente para saber salir. Le gustaba conocer por dónde se movía.

- Al menos habéis sido listos.que no inteligentes, dijo el genio haciendo referencia a la acumulación de lámparas, linternas y baterías. Tener una fuente de luz les vendría bastante bien a los ecoterroristas.

Eugenius notó la presión en su mano por parte de Olga. Aunque le incomodaba el contacto físico, había visto necesario que la mujer le guiara por los pasillos de la mano. Y concedía a Novák el respeto que se merecía. Ella era una hácker. Buena debía reconocer Eugenius, aunque claro, de nuevo no era comparable a él mismo. Pero de entre todos los seres humanos era uno de los que se merecía un poco de respeto al menos, así que Eugenius no se quejó ni dijo nada porque Olga apretara más o menos la mano. Ni hizo ademán de apartarse.

Cuando pararon y escuchó la petición de la mujer, Novák se quedó por una milésima de segundo estupefacto. Notó el leve temblor en la voz de la mujer y su miedo era palpable.

- No puedo llevarte conmigo a Avalon. - espetó. - Aunque pudieras serme de utilidad allí, los nazis te matarían sin dudarlo antes de que pusieras un pie. Incluso aunque fueras conmigo. - negó con la cabeza. Incluso si llegaba a un acuerdo con Fremont para que le permitiera intentar arreglar el desaguisado, seguro que no permitiría que una hacker como Olga pusiera un pie dentro del recinto. - Pero en cuanto arregle lo del virus haré todo cuanto esté en mi mano por volver aquí. Os recogeré a ti, a mi madre y a Liselote; y nos largaremos de la ciudad. Te llevaré con nosotros. Lo prometo. - dijo con total seriedad mirando a la mujer a los ojos. - Pero hasta entonces tienes que prometerme que te quedarás aquí y protegerás a mi familia. No quiero que a mi hermana y mi madre les pase nada. Confío en ti. -

Dejó unos pocos segundos para que la mujer meditara sus palabras. - Si no regreso, - indicó el científico, - protégelas y ponlas a salvo. Por favor. -

Eugenius sabía que sus probabilidades de salir con vida de Avalon eran muy escasas, casi nulas. Por un lado podía no vencer a c0mrade, en cuyo caso estaban todos condenados. Y por otro, aún derrotando al virus, Fremont bien podía traicionarle y acabar con la vida del genio en cuanto el virus estuviera erradicado. Debía ser más inteligente que todos ellos si quería sobrevivir y salir con bien de ésa. Y lo era.

Y seguidamente continuaron hasta llegar hasta Erick y su radio. La actitud del mecánico no indignó al científico. Lo hubiera hecho por su falta de respeto si es que Erick hubiera significado algo para Novák, pero no era más que un don nadie.

Eugenius se sentó cuando Erick acabó de trastear y escuchó atentamente las últimas palabras de Olga.

- Puede decir misa. - replicó Eugenius a la hacker. - Estaré el tiempo necesario para lo que me propongo. O de lo contrario estamos todos muertos. Él no tiene poder de decisión sobre esto. -

Dicho aquello Eugenius se puso a manipular el aparato, trasteando con diferentes frecuencias intentando encontrar una en la que respondieran los nazis. En su mente un único objetivo. Fremont. Debía hablar con aquel hombre y sólo con él. Si por algún casual Eichmann contestaba, Eugenius cortaría la emisión al instante. No le daría la oportunidad de ser manipulado a distancia. Sabía bien de lo que era capaz aquel hombre.

Y a Fremont le explicaría su plan. Eugenius pediría escolta al alemán. Una escolta para llegar sano y salvo hasta Avalon. Para poder frenar el virus y la detonación nuclear. Para salvarlos a todos. Luego podrían hacer con él lo que quisieran. Sería prisionero de los alemanes. Rehén, cautivo, científico forzado... lo que quisieran. Pero lo importante, lo único verdaderamente importante, era salvar la ciudad y a todos sus habitantes. Esperaba que aquello pusiera los dientes largos a Fremont. Que quizá el hombre fuera lo suficientemente inteligente como para saber que sólo Eugenius podía salvarlos a todos. Y sobretodo Eugenius deseaba que el orgullo no pudiera con Fremont e intentara él sólo erradicar a c0mrade.

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17/01/2014, 17:58
Niki Neill

Cuando las manos Adam me agarraron automáticamente me resistí. Forcejeé, con violencia, pero no con todo ese potencial de asesina tan característico. Lidiaba con mi ira, porque pese a todo no quería enfocarla hacia aquel hombre. No quería matarle.

Entonces todo cambió y pasé a estar en un lugar completamente nuevo, ajeno a la oscura ciudad de Ámsterdam y sus fantasmas. Allí no había nadie. Nadie con quien luchar. Nadie con quien pelear. No tenía una vía de escape autodestructiva mejor que tirarme por un acantilado, y lamentablemente... no consideraba esa opción.

Quedé desconcertada un rato y simplemente... me rompí. Mis fuerzas se fueron agotando. Como un niña pequeña sentí como mi mirada se nublaba por la ira, lo cual me hizo sentir tremendamente estúpida... tremendamente niña. Y lloré, mientras empujaba a aquel hombre lejos de mí. Fue un gesto de despecho, de ira, de rabia... No pretendía hacer daño físico, pero sí mostraba el rechazo característico que se desarrolla hacia las personas que nos traen malas noticias, como si ellos tuvieran la culpa de nuestros males.

Agotada me dejé caer en mis rodillas, sin preocuparme de si podría resbalarme del tejado. Era una persona ágil y sabía que eso no pasaría. Lloré desconsoladamente sobre aquel tejado durante unos minutos hasta que me dolieron los ojos y supe que había tocado fondo. Nunca podría estar peor de lo que estaba ahora, y eso me hizo sentir una renovada sensación de que no tenía nada que perder.

Tambaleándome me volví hacia aquel hombre.

- ¿Qué es este sitio? - Dije con voz queda. - ¿Dónde estoy?

Me pareció que era como una niña que preguntaba si estaba lejos de su casa, pero lamentablemente... no tenía casa alguna. Miré hacia el horizonte. El paisaje era impresionante, hermoso e incluso celestial. Nunca había estado en ningún lugar así. Sin embargo, los tonos me parecían apagados. ¿Podría vivir aquí? Pensé... ¿Podría vivir en algún sitio? Ese cielo azul me recordó un sentimiento y sin evitarlo, pensé en Izan y apreté un puño para no llorar otra vez.

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19/01/2014, 01:25
Al Adam Blake

Aquel hombre dijo minutos atrás que tenía prisa. Que tenía que enfrentarse al Cuarto Reich. Pero ahí estaba, de pie sobre el tejado, esperando a que Niki terminase de llorar. Como si fuese igual de importante para él o, mejor dicho, más importante. Su rostro estaba contraído en una mueca de dolor emocional, como si sintiese el sufrimiento de Niki como suyo. Una empatía demasiado potente, o quizás algo más.

- Es un templo budista- dijo con voz ronca, circunstancial-. Estás en Asia. Donde exactamente no importa- aclaró encogiéndose ligeramente de hombros-. Te he llevado aquí porque es el primer sitio que se me ocurrió. Suelo venir aquí a pensar cuando quiero estar solo, y no había peligro de que hicieses daño a más gente.

Dio un paso hacia Niki, pero no dio más. Por si acaso. Bastaba ese gesto.

- Lo siento. De verdad. Sé que no es un consuelo, pero lo siento- frunció los labios, disgustado, arrugando la frente-. No podía dejarlo correr. Yo comencé esto, de algún modo- se culpó, aunque no exactamente-. Merecías saber toda la verdad. Dejarte solo con las verdades a medias que tu padre te podía ofrecer me parecía todavía más cruel que esto. Al menos, a la larga- se excusó, aunque eso no paliaba su sensación de disgusto por la situación.

Sin embargo, el hombre se levantó unos centímetros del suelo, dejando colgar los pies. Levitando.

- Sé que es totalmente injusto, pero tengo que irme. Es una causa de fuerza mayor. Cada segundo que no me enfrento al Reich aumentan las posibilidades de que mueva piezas del tablero- dijo con voz condescendiente pero firme-. No puedo dejar que Ámsterdam desaparezca del mapa. Sería culpa mía- tendió una mano a Niki, simplemente-. Te llevaré antes  a donde quieras. No puedo dejarte aquí tirada.

Niki pensó en Izan, claro. Y en sus ganas de matar. Pero, ¿enfrentarse al Reich? Aquello seguramente fuese demasiado hasta para ella. Aunque, ¿qué? ¿Era una buena forma de morir o merecía más la pena seguir viviendo? El hombre que tenía delante, pese a sus buenas intenciones, no tenía tiempo para dejar su hombro como pañuelo de lágrimas.

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19/01/2014, 12:04
Administrador

Olga seguía preocupada. Constantemente, en parte por las adversas circunstancias y en parte por sus adversas circunstancias. Aceptó a cabeza gacha quedarse ahí hasta la vuelta del científico, confiando en que, naturalmente, volvería a por su familia. Comprendió a Novák con respecto a la radio, pero una mirada a la vuelta reveló su preocupación con respecto a Erik. Pese a su escaso valor, era su amigo.

Eugenius terminó por contactar con una emisora de los nazis. Tras identificarse y solicitar la frecuencia donde pudiese hablar con Freemont o con Avalon, cambió la sintonía manualmente, evocando una televisión de rueda del siglo veinte, hasta que pudo establecer contacto con el hombre. Tras pasar por un par de oficiales de comunicaciones, llegó hasta el científico que se encontraba protegido entre los gruesos muros de la central nuclear.

- ¿Doctor Novák?- preguntó a través del código, traduciendo Novák las señas-. ¿Es realmente usted?

Recrearon brevemente ciertos movimientos de su partida de ajedrez hasta dejarlo claro.

- ¿Dónde está?- siguió preguntando-. Le llevaré hasta aquí, pero necesitaré algo de tiempo para conseguir el permiso. El Gobernador le quiere muerto. Le ha enojado considerablemente escapando de él y destrozando la Torre de Comunicaciones. Se espera un ataque aéreo masivo a la ciudad en las próximas horas.

Era la única forma, en realidad. Para empujar cualquier otra línea necesitarían tiempo, y es que las batallas por agua y por tierra eran más lentas y no permitían hacer backdoors. Por aire podían enviar PEMs, bombardeos, cazas no tripulados y hasta aterrizaje en caída libre de robots automontables de combate o soldados con paracaídas. Siempre y cuando atravesasen el espacio aéreo, aunque era más fácil de surcar que el terrestre.

Novák le explicó entonces todo lo que quería. La escolta, su intención para con Avalon, y sus permisivas condiciones. Freemon decidió no decir nada al respecto, guardando un mutismo ritual. Novák dudó, barajando las posibilidades. O no quería decir nada porque no eran los únicos leyendo esa conversación o porque quería mantener ante Novák en secreto sus intenciones. Por suerte, las lealtades de Freemont, si bien eran ambiguas, no parecían férreas a los nazis pese a su cargo dentro de las SS. Ya había dejado patente que, pese a sus ciertas convicciones morales un tanto nacionalsocialistas, no dejaba de ser un hombre inteligente que apostaba al caballo ganador. Los Americanos.

- Enviaré a un escuadrón con un Capataz- sentenció Freemont-. Cuarenta minutos. Diga el lugar.

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19/01/2014, 22:13
Ruth Karsten

Volver a estar con Ágatha después de todo lo que había sucedido era un auténtico regalo para la pelirrosa que disfrutó de cada segundo de su compañía. La escuchó en silencio, sin desviar sus ojos de los de su gemela, que hablaba sobre todo lo que había pasado durante su ausencia. No soltó sus manos un momento, estrechándolas para reconfortarla cuando los recuerdos eran más difíciles de rememorar. Cuando le dibujó apoyada en su hombro, lo que había visto, Ruth contempló el boceto que acababa de hacer Ágatha y comenzó a repasarlo y corregirlo con un lápiz que encontró en su bolsillo de forma distraída, dándole mejor forma a Heller y a los efectos de alrededor, sin dejar de escuchar a su hermana con atención. Dejó el dibujo aparte, guardándolo en el bolsillo de la sudadera. 

Tras charlar con su gemela, ambas muchachas subieron adonde descansaban Anne y Gerard y donde eran atendidos por Ágatha seguramente, no se imaginaba a Heller aplicándole el ungüento a su madre y al novio de su hermana. 

Las escaleras crujían bajo los pasos de las muchachas, que ascendían lentamente hacia donde descansaban ambos quemados. La visión de ellos dos, dormidos y con esas quemaduras, hizo que Ruth apretase los puños y frunciese los labios... No eran heridas graves, pero se sentía totalmente culpable de todo lo que les había pasado. Si se hubiese estado quieta, si no hubiese salido esa noche... No estaría así, no tendría que huir ni hacer que el resto huya por su culpa. No habría metido a Ágatha en esto. Luchó por contener las lágrimas de frustración y dolor. De pura impotencia. 

Se acercó, entre miedosa e insegura, a la cama de su madre. Tomó el frasquito entre sus manos y metió un par de dedos dentro para poder tomar un poco de aloe vera para aplicarlo suavemente sobre una quemadura que tenía la mujer en la mejilla. Fue leve, una caricia apenas. Le pareció extraño ya que hacía demasiado tiempo que no mostraba ese tipo de gestos con su madre, ni se acordaba de la última vez que había besado o incluso rozado esas mejillas. Parpadeó, haciendo un par de lágrimas cayesen al suelo, eran suficientes, no dejó que salieran más. Con los ojos ligeramente enrojecidos, dejó el frasco donde estaba y se dio la vuelta para volver con Ágatha hacia la planta de abajo, donde habían estado hablando. 

Heller, la tostadora humana, no tardó en aparecer en escena. Ruth enarcó una ceja al verlo en persona por primera vez, parece mucho más frágil y enfermizo que como ella lo había visto en sus visiones. Tal vez se debiese a lo débil que estaba o a las circunstancias en las que se encontraba. Fuera como fuese, agradeció que no la saludase con contacto físico... no le gustaban ese tipo de saludos, nunca le gustó acercarse demasiado a los desconocidos y nunca entendió por qué tenía que hacerlo. 

Escuchó su explicación, su historia... comprendía el por qué de su odio a los alemanes. Pero eso era bueno, ya que ellos querían a Ruth y Ágatha, y Heller quería joderlos de cualquier forma posible... lo que le llevaría a ayudar a las gemelas para que huyesen del país. O eso es lo que Ruth quería pensar. 

Fue poco después de que Heller se retirase cuando escuchó el desagradable ruido proveniente de la megafonía. El rostro de Ruth palideció al escuchar las noticias... ¡No! ¡No podía ser! Tenía que salir de allí, tenía que ir en busca de los anarquistas, tenía que conseguir su vida nueva, así no podría conseguirlo, así sería imposible. Cinco minutos. Ni uno más, ni  uno menos. Tenía cinco minutos para conseguirlo... Si iba rápido... Tal vez lo lograse, allí conocía a Stille y a Axel al fin y al cabo, aunque no sabe si prefiere morir a deberle una. 

Si iba, Ágatha se quedaría a salvo con Heller... 

O eso creía ella, hasta que lo encontraron totalmente inerte en el suelo del baño, desnudo. La imagen de su cuerpo enfermizo, muerto, adoptando una postura imposible hizo que a Ruth le entrasen náuseas y tuviese que contenerse por no vomitar ahí mismo. 

Salió de ahí. El plan se veía ahora modificado. Frunció los labios, pensativa, no quería dejar a Ágatha sola, pero tampoco podía abandonar a su madre y a Gerard allí. Los minutos pasaban y Ruth se quedaba sin tiempo para actuar. Se revolvió el pelo, agobiada, frustrada, pateó el viejo sofá donde antes se habían sentado mientras maldecía entre dientes. 

-Ágatha.-dijo, no mucho tiempo después.-Me voy. Voy a buscar a los anarquistas. Es el único modo de que podamos salir de aquí.-informó.-Estaré bien, si corro los cinco minutos, avanzaré bastante, el resto puedo ir por callejones, invisible, no me verán, no me pasará nada.-dijo, aunque no sabía si lo decía más por convencerse a ella misma o a su gemela.-Te prometo que estaré bien, llegaré. Pediré que nos saquen de aquí y vendré a buscarte. Tú has estado allí antes, dime con quien debo hablar, por favor, Ágatha, no tenemos mucho tiempo, cuanto antes salga, antes volveré.

Si su hermana le da la información, Ruth saldrá en busca de la ayuda. Si no... lo tendrá más difícil. 

Antes de salir, Ruth le pone su gorro de lana, negro y desgastado a Ágatha, besando su frente una última vez mientras la abraza. Al salir, se pone la capucha de la sudadera y sale a correr hacia el destino que había fijado.  

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29/01/2014, 13:40
Niki Neill

Jamás en mi vida había llorado tanto, claro que una parte de mí seguía pensando que mi vida en realidad había sido sumamente corta. Me dolían los ojos, y por un segundo el dolor que me desgarraba por dentro me hizo pensar que era mejor así... que era mejor que me quedara allí sola y lejos del mundo. Pero era vulnerable, y cuando oí a Adam decir que se marchaba se me encogió el corazón, no quería estar sola.

Me levanté con un esfuerzo excepcional, mucho mayor que cualquier otra cosa que hubiera hecho. Me froté los ojos, respiré hondo y me forcé a sonreír, aunque no tuviera ningunas ganas. Si algo había descubierto en mi vida como Niki es que cuando finges... a veces la ficción se convierte en realidad. Me acerqué a Adam, andando despacio, pero perdiendo el miedo poco a poco y recuperando la compostura, insistiendo en la idea de que había tocado fondo, y por tanto.. ¿Qué podía perder?

Al llegar junto a él supe que mi momento de debilidad debía terminar, Ámsterdam se estaba viniendo abajo, yo había perdido el sentido de mi vida y mi tiempo alejada del mundo llegaba a su fin. Debía dejar las lágrimas para más tarde, aplazar mi tristeza unos pasos más. Debía tomar una decisión cuanto antes.

Respiré hondo otra vez, como si me despidiera de esa sensación de tristeza y desazón, para dejarme llevar por le deber de decidir, de hacer algo. Cogí la mano de Adam, sin sorprenderme por verle a cierta altura del suelo, ya me había demostrado que era capaz de hacer cosas increíbles.

- Tienes razón. Es una causa mayor. - Apreté los labios. - Aún estoy enfadada, y no te negaré que necesito encontrar un modo de librarme de esta ira, pero es algo que debemos dejar para después. - Recordé el disparo a aquel nazi, y supe que había perdido la cabeza, y temí por hacerlo de nuevo. Nunca me había pasado algo así. - Dijiste que podría ser quien yo quisiera, que muchos se interesarían por mí y me querrían a su lado. - Apreté un puño, nerviosa. - Quiéreme tú. Quiero empezar de cero, y sé que enfrentarse al Reich es una locura, pero... Tú me diste las respuestas, respuestas que de algún modo yo habría buscado toda mi vida... Te lo debo. Déjame hacer algo bueno.. para... - Sonreí, de nuevo forzado, pero con un mínimo de sinceridad.-...variar.

El Reich... Cualquier persona habría visto que estaba apostando por una muerte segura, pero también por algo noble, y ahí es donde estaba el quid de la cuestión. Cuando ya no te queda nada que perder... es cuando encuentras el valor para hacer cosas a las que jamás te atreverías.

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02/02/2014, 00:34
Administrador

Los Capataces eran hombres corpulentos, altos, ataviados con un uniforme negro y blindado. Portaban las lápidas a su espalda. Sí, las lápidas que, dos días antes, Novák había visto en las sala de seguridad de los subterráneos de la mansión del Gobernador. Contenedores de aleación que escondían algo y a la vez hacían ridículo cualquier disparo a la columna vertebral. Contenedores conectados mediante un tubo flexible a un arma pesada de fuego, a dos manos y a dos cañones, con un solo cargador. Un cañón para la munición de balística y otra para lo que fuese que se escondía en las lápidas. Algún tipo de gas, ácido a presión, o vete a saber.

Por supuesto, eran los que liberaban a pequeñas cuadrillas de soldados menores. Iban ataviados con máscaras de gas, guantes y botas, con nudillos y puntas de metal respectivamente. No tenían identidad, sólo un número de serie en el pectoral izquierdo. Los soldados, en cambios, eran un mero uniforme militar con un casco y una ametralladora.

Recibieron a Novák en la calle, con la clásica petición de las manos en alto y de rodillas en el suelo. Lo esposaron y lo llevaron en una caravana de tres vehículos militares hasta la central nuclear. Una central que de pronto había levantado un perímetro de seguridad, literalmente hablando, una trinchera protegida por soldados que patrullaban detrás. El tejado escalonado de la central nuclear estaba plagado de francotiradores. Teniendo en cuenta que era, junto con la Torre de Comunicaciones y la Mansión del Gobernador, los únicos lugares con electricidad y tecnología, lo mejor era blindarlos, pese a la amenaza de matar a cualquier civil fuera de su casa.

Y sí, la caravana que condujo a Novák paró en un par de ocasiones, y disparó por las ventanillas otras pocas. Novák no habría calculado más de diez muertos, pero porque no había contado a más de diez personas en la calle. Si los nazis se caracterizaban por algo era por estar muy bien adoctrinados a la hora de sesgar vidas.

Así pues, Novák miró los cristales de la puerta principal de Avalon y sus dos respectivas cámaras. Pudo ver cómo estas se giraban claramente hacia él, enfocándolo. La duda era si le estaba enfocando c0mrade, el Gobernador, Fremont o el equipo de seguridad de la central. Sea como fuere, subió las escaleras junto a cuatro soldados y el Capataz, que metió un código de ocho dígitos en un panel de control y mantuvo dos frases con un guardia de seguridad a través del telefonillo.

Los pasillos blancos e inmaculados, asépticos, volvieron a recibir a Novák. El científico pudo comprobar cómo la cantidad de uniformes negros y grises había aumentado con respecto a la última vez. Aquello ahora era, por necesidad, no sólo una fuente de producción de energía, sino también un cuartel. Las batas blancas iban y venían, como hormigas cumpliendo su función de cara a la comunidad y el hormiguero. Nada parecía revelar la presencia de c0mrade.

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02/02/2014, 00:48
Fremont

- Cierren por fuera al salir- declaró un Fremont de espaldas, mirando a la ventana al otro lado del despacho. El despacho donde jugaron al ajedrez. El despacho donde se estrecharon la mano.

Estaba dando largas a los soldados, claro. Vistiendo su uniforme negro de las SS, con la gorra puesta, su cabello encano y su voz madura eran lo único que le confesaba como un hombre que había superado los cincuenta. Con aquel uniforme revelaba una espalda ancha y unos brazos firmes, aun en forma. Como Novák ya predijo en el pasado, ese hombre era todo un veterano de guerra, pese a su intelecto. Quizás gracias al mismo, precisamente.

Las puertas se cerraron tras Novák, y este pudo ver cómo las luces de las cámaras parpadeaban momentáneamente, congelando en un bucle lo que proyectaban en la sala de seguridad.

- No sabe cuanto me alegra volver a verle, Doctor Novák- dijo girándose, acercándose con paso recto al científico para tenderle la mano y estrechársela, poniendo la libre sobre el dorso de la de Novák en un gesto de regio aprecio-. Ahora, le explicaré cómo va a funcionar esto. Lamento tener que ser tan estricto, pero no tengo alternativa. Sólo tendrá dos opciones, aceptar o no. Y si no acepta, temo decirle que morirá. Asumiendo que c0mrade no le mate antes.

Novák no pudo evitar pensar por un instante en la maníaca hija de su colega, el causante de todo.

- He sobornado a los operarios de las cámaras de vigilancia- dijo señalándolas con un ademán vago, motivo por el cual nadie había dado la alarma ante el bucle-, pero el Gobernador se dará cuenta tarde o temprano, cuando tenga tiempo para recrearse observando su estela. Por ahora, está ocupado atendiendo al caos que se ha desatado.

Sacó de su bolsillo un teléfono móvil apagado y lo tendió al Doctor.

- La contraseña es 0192- dijo sin más. Era el coeficiente intelectual de Novák-. Dentro encontrará todo lo que necesita saber. Lo siento, pero no he podido conseguir más tiempo. Suerte.

Posó su mano en el hombro de Novák, palmeándole el hombro, y salió cerrando tras él.

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02/02/2014, 00:59
TCP

Fuera hay soldados, no intente salir. En unos minutos entrará un suboficial para interrogarle. "Interrogarle". Le llevará a una sala que teóricamente carece de cámaras. El Gobernador está furioso, así que ha ordenado que se le propine una paliza, y ha mandado que lo graben para poder verlo con sus propios ojos cuando pueda. Me he encargado de que la unidad de memoria de la cámara esté dañada, y he sobornado al suboficial. No pueden verle ileso, así que le golpeará igualmente, pero será cuidadoso. Considérelo camuflaje de guerra.

Después de ello un escuadrón y un equipo seleccionado por el propio Goering le acompañará al núcleo de Avalon. Sus informáticos, hackers y expertos en seguridad de la central. Yo, mientras tanto, me encargaré de atar los últimos cabos para salir de aquí. Si no tiene éxito, sepa que ha sido un placer conocerle, y espero que piense lo propio, porque yo, como el resto de ciudadanos, también moriremos. Si tiene éxito, volveré para "despedirme" de usted antes de que, teóricamente, lo lleven como preso político a la mansión de la regencia.

Si la ciudad no estalla, mi vehículo como oficial de las SS saldrá del garaje de esta central. No habrá tráfico, pues sólo circulan vehículos que se escondiesen bajo tierra en la mansión, la torre y la central. Ningún alemán vigila los coches, pues asumen que están de su parte. Más un vehículo oficial de un alto cargo.

Si quiere, puede venir conmigo. Sino, no podré protegerle, y de por sentado que Heinz Goering no atenderá a razones. Le pido, aunque sólo sea por imperativo moral de cara a los avances científicos, que me acompañe. Dentro de unas dos horas debería aterrizar en el aeropuerto un avión privado que viene desde Berlín. El aeropuerto se ha convertido en un cementerio, pero sus pistas de despegue y aterrizaje siguen asfaltadas.

Este móvil puede llamar, pero apenas dispone de tiempo. Si tiene que compartir esta información con alguien, Doctor Eugenius Novák, puede reenviar el mensaje a los números que desee. La Torre, gracias a usted, ya no filtrará y bloqueará el contenido. Después, ocúpese del teléfono móvil. Bastará con que le quite la tarjeta de memoria y la prenda fuego. Hay un mechero en el primer cajón, un vaso de agua sobre la mesa y una papelera debajo. Acuérdese del inminente oficial y, aunque no creo en la suerte, se la deseo.