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Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Solución Final - Escena Seis.

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02/02/2014, 02:01
Al Adam Blake

Adam sonrió de forma afable, sosteniendo la mano que Niki le tendía. Su otra mano cayó sobre el hombro de la chica, atrayéndolo hacia él hasta que la rodeó con el brazo. El corazón de la amnésica se estremeció con una pequeña erupción, como si hubiesen volcado en su interior un abrasador océano de llamas. Lejos de quemar, resultaban tan liberadoras como el calor con que los muertos en múltiples culturas se liberaban del cuerpo en su camino al más allá.

- Tus seres queridos están orgullosos de ti- se limitó a decir como si fuese irrefutable.

Niki pudo ver cómo sus brazos se habían vuelto ligeramente resplandecientes, como si de un espejo reflejando el amanecer se tratase. Podía notar cómo esa cálida manta cubría todo su cuerpo bajo la ropa, convirtiéndola en un pequeño faro humano. Se sentía capaz en aquel momento de saltar al vacío y caer de pie, quebrando el suelo en lugar de sus huesos. Por contra, Adam estaba perdiendo ese halo invisible, esotérico, de radiancia divina que le caracterizaba. Era como si, literalmente, estuviese traspasándoselo a Niki y haciéndolo brillar en toda su magnitud.

Su pacífica sonrisa se ensanchó, revelado un rostro cansado tras cien años de guerra, listas de Schindler y búnkeres. Tras cien años de conflicto nazi-judío en la sombra, y tras cien años conteniendo el evidente agotamiento.

- Lo más valioso que tenemos, Niki, es nuestra libertad, nuestra capacidad para decidir- comenzó en tono modesto, como un sacerdote en la intimidad-. Te mereces mucho más de lo que has tenido, más de lo que hasta ahora he sabido ofrecerte, pero prometo compensártelo cuando el viento deje de soplar en nuestra contra- la evocadora calidez comenzó a acelerar la respiración de Niki, inundándola de oxígeno-. Las noches no duran para siempre- la animó-. Lo importante no son los errores que hayas cometido en esta vida, sino los caminos que hayas elegido. Somos esclavos de nuestras pasiones, pero dueños de nuestra razón.

Era complejo. Para aquel hombre, todo se veía desde el lado espiritual, antropológico. A juzgar por una fugaz mueca en su rostro, decidió no ahondar más en aquellas reflexiones. Negó brevemente con la cabeza, haciendo revolotear el flequillo, y continuó cambiando ligeramente el hilo.

- Estoy nervioso- confesó. Cualquiera lo estaría, y él, humano sin su halo, más todavía.

Niki, por contra, comenzaba a sentirse cada vez más fuerte, más segura, más capaz. Así es como debía de sentirse Adam normalmente. Liberado. Por encima de la fuerza del oleaje, con una resiliencia abrumadora. ¿Era así acaso como se sentía Dios? Esa mezcla de armonía entre el caos, de sentido entre el desorden. De paz entre el dolor.

Era simplemente algo religioso, esotérico. Por encima de la razón del ser humano. De la emoción.

- Lo que quiero decir, Niki- se corrigió el mesías-, es que, aun con todo lo que has pasado, aun con toda tu incertidumbre, aun con toda la injusticia y la desdicha, has sabido encontrar el camino correcto- negó con la cabeza y sonrió de oreja a oreja-. Eso, Niki, es mucho más de lo que han sabido hacer hombres como Christopher o el Reich. Todos sentimos ira, desconfianza, miedo, pero todos decidimos cómo canalizarla.

Aquel hombre comenzó a desintegrarse. Su cuerpo simplemente comenzó a fluctuar, como si estuviese fundiéndose el aire, evaporándose lentamente. Convirtiéndose en una brisa que se escapaba. Niki sentía exactamente lo mismo, pero podía sentir un hormigueo allá donde su piel se fundía con el medio. Podía ver sus partículas de luz viajando.

- Tu camino, tus elecciones, lo que dejas en el mundo al irte, es lo que te define- concluyó Adam a voz partida, con poco más de medio cuerpo-. Dios nos abandonó, pero ha vuelto. Lo estás sintiendo dentro de ti ahora mismo- cerró su único ojo, que desapareció en el aire. Sólo quedaba su boca y parte de su nariz-. Tranquila. Mientras él esté contigo, mientras tú estés de su lado, mientras hagas lo correcto, no dejará que te vayas con él si no es el momento.

Era su modo de decir que no la dejaría morir o, al menos, no la dejaría morir definitivamente. Según aquel hombre, había muerto ya varias veces, y ahí seguía. Asuntos pendientes, sin concluir, motivos por los que aún debía permanecer sobre la faz de la tierra y no entre capas y aquellas de aquel calor estelar.

- No temas al Reich. Sólo es un hombre incapaz de abrazar la luz- dijeron los labios que desaparecían lentamente-. Al verle, comprenderás que, en el fondo, es él quien debería tener miedo de ti, y no al revés.

Y entonces la boca desapareció, y Niki dejó de ver, consumida por una intensa luz blanca. Una campana sonando, la risa de un bebé y el abrazo de Dios fueron lo último que sintió.

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02/02/2014, 02:57
Cuarto Reich

Un despacho. Grande. Enorme. Paredes y suelo gris, a base de placas de metal atornilladas. Un ventanal a juego, blindado, pero sólo el color negro al otro lado, escondiendo la sala del mundo. Otro juego de retorcer los espacios dentro de la realidad en pequeños bolsillos sin salida. Solo que ahora los muros de aquella celda no eran blancos y en un coche, sino negros y en un campo de batalla. Luces blancas cayendo desde el techo, como pequeños focos, y al fondo una pantalla apagada, empotrada en una pared. No había decoración, ni nada más, salvo él.

Una esfera perfecta de color rojo revelaba una vista aérea de la ciudad de Ámsterdam. Estaba encerrada en el centro de un prisma negro, flotante, que levitaba a centímetros por encima de una mano diestra, huesuda en el sentido más literal de la palabra. Un esqueleto de aspecto carbónico, negro cono el petróleo pero con líneas de desgaste, como la ceniza, se alzaba de espaldas a Niki. Un uniforme oscuro, ya familiar para Niki, escondía aquel cadáver.

Un uniforme de las SS, sin guantes ni gorra. Sólo pantalones, cinturón y traje. La mano izquierda del no-muerto movía sus dedos como alfileres, liberando por la parte distal de las falanges pequeñas volutas de oscuridad que flotaban, serpenteando, hasta el prisma, adentrándose en él para rondar la esfera, golpeándola de forma incesante mientras daban vueltas. Por suerte, el cadáver ladeó el rostro y cerró la mano derecha en un puño.

El prisma se extinguió, esfumándose en una pequeña humareda negra, llevándose consigo a la esfera de la ciudad encerrada. No obstante, evitar que aquel ritual terminase tuvo como precio revelar primero el perfil de aquel hombre, con sus dientes grises, sin brillo, directos sobre la mandíbula, y luego todo el rostro. No había el menor ápice de carne, cartílago o músculo. Sólo un cráneo, absolutamente reflejo de la noche sin luna, y unos pequeños ojos de color blanco, con una pequeña pupila negra, que se escondían al fondo, secos y sin expresión.

Una carcajada desgarradora cortó el sepulcral silencio. A Niki se le heló la sangre por un instante, pero la luz barrió aquella oscuridad mientras la demencial risa de ultratumba seguía sonando como un eco en todas partes, absolutamente demoníaca y antinatural, pues aquel ser que se alzaba ante ella carecía de pulmones y cuerdas vocales.

- Hilarante- se limitó a decir con voz grave, como un Hades ante Zeus, aun con el eco desquiciado del Joker de fondo-. Usted, que se cree bendito, cede su luz a una ramera asesina, corrupta y reemplazable.

Alzó una mano, liberando por cada uno de sus cuatro huesudos dedos no oponibles una esfera negra que creció, revelando cuatro pequeñas imágenes animadas en su interior a escala de grises. La primera reveló a diez Nikis en serie, en una hilera de tanques artificiales emulando a vientres maternos. Todas ellas conectadas mediante vías y tubos a un mismo depósito. La segunda imagen revelaba eso, el AAK2 en todo su esplendor. La imagen de un Adolf Hitler en descomposición, lleno de gusanos, sumergido sin vida en un bidón traslúcido grabado con aquellos cuatro caracteres.

- ¿No lo sabías, verdad?- dijo el nigromante en tono hiriente, dirigiéndose ahora a Niki-. Considérate su hermano de sangre- atinó a añadir antes de estallar en una nueva carcajada que sonó como un millar de cuervos.

La tercera imagen revelaba a Niki acostándose con Gabriel, enfocando a su rostro a caballo entre las lágrimas y el placer, mientras se le veía a él detrás. La cuarta era Niki disparando contra aquel soldado. El Reich se empeñaba en recordarle todo aquello que la convertía en alguien que no merecía la pena.

- Una burda copia, una parásita no-muerta, una puta furcia y una vulgar asesina- explicó el esqueleto, envolviéndose cada vez en una bruma más intensa de color azabache-. Sólo eres un juguete, sea en manos de Christopher, Izan, Gabriel, Roger o Adam- suspiró, doliente y hondo, como si tratase con una niña-. Ni siquiera te has molestado en ayudar al hombre que dices amar. Sólo te has comportado como la egoísta que eres, usando un tiempo prestado que ni siquiera era tuyo- rió más alto que nunca, haciendo vibrar los cimientos del corazón de Niki.

¡¿NO TE PARECE IRÓNICO!? ¡VINIENDO AQUÍ A MORDER LA MANO QUE TE DA DE VIVIR!
¿QUÉ PENSABAS? ¿QUE PODRÍAS MATARME COMO AL SOLDADO? ¿MENTIRME COMO AL CIENTÍFICO?
¿ROGARME COMO AL MESÍAS? ¿FOLLARME COMO AL ANARQUISTA? ¿ACASO PENSABAS, SIQUIERA?
MORIRÁS COMO HAS VIVIDO, COMO UNA CRIATURA PATÉTICA, TRISTE, INÚTIL Y LAMENTABLE,
Y ME ASEGURARÉ DE QUE SUFRAS, QUE CONOZCAS EL SIGNIFICADO DEL VERDADERO DOLOR.

Y sin más, alzó ambas manos, levantando de la nada sombras de las que brotaron soldados de ébano. Cuerpos sin expresión, copias perfecta de una Niki monocromática. Tras ella, siempre a su lado derecho, un Adam pintado de color chocolate. Chasqueó los cadavéricos dedos corazón y pulgar, haciendo brotar un escudo negro y traslúcido a su alrededor, como un campo de fuerza. Chasqueó los mismo dedos en la mano contraria y seis pequeños conos, como estacas, aparecieron flotando a su alrededor con, nuevamente, un color hermano de los anteriores.

Como Adam avisó, era incapaz de abrazar la luz. Una luz que en aquel momento latía en la pobre Niki. Si bien aquellas palabras, las palabras del causante de todos los males, dolían a su mente, no lo hacían a su alma. Sabía en el fondo que eran una mera forma de intentar hacerle daño emocional, de golpearla en el ego. Había hecho hincapié de forma omnisciente en todo lo malo, ignorando el resto. Ignorando todo lo que Adam ya le había avisado.

Y era él quien debía tener miedo, porque la muerte no podía detener a Niki, ni a Adam, pero aquel esqueleto era precisamente eso, un cadáver ambulante. No es que la muerte no pudiese detenerle a él, es que la muerte le tenía detenido, condenado a aquella existencia cancerígena. ¿Acaso había visto Niki al Reich en foto? ¿En algún discurso? Nada. Era sólo una figura fantasmal, sombría. Un eco lejano e invisible que se asocia a un mal tangible. Y aquello, simplemente, no era vivir. Era no poder descansar en paz, jamás. Era el sufrimiento, el significado del verdadero dolor.

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02/02/2014, 03:51
Axel

Los pies de Ruth corrían por el asfalto. Pisaban charcos a toda velocidad, invisibles cuando había algún nazi en las calles. Mientras tanto Ágatha la miraba mordiéndose las uñas bajo su gorro de lana, poniéndose en su lugar a través de unos ojos fantasmales que veían más allá, espiando a su reflejo en el espejo. Para cuando llegó a la sede Anarquista tropezó y besó el suelo, esquivando una jeringuilla del descampado de puro milagro, pero desgarrándose los vaqueros con un cristal hecho añicos. No pareció sangrar ni atravesarle la piel, pero sí le atravesaron los oídos el sonido de los disparos a lo lejos, un par de calles más allá. gente que no había sido tan rápida como ella.

Cuando entró en el edificio, Ruth recuperó las ganas de vomitar. Esas ganas que la entraron al ver a Heller tendido en el suelo, reducido a un amasijo cadavérico sin chispas. Y es que en el sofá de los Anarquistas se alzaba el último hombre en pie. El primer hombre de Ruth y el último de los Anarcos. Ni uno más en la sede, solo él. Tirado sobre un sillón, aferrado a una botella, con su pistola en la mano. Con un ojo morado, una tirita sobre la nariz rota y un brazo en cabestrillo.

- Has tardado más de lo que imaginaba- saludó Axel-, pero lo importante es que ya estás aquí- dijo poniéndose en pie, raqueando a pasos hacia Ruth, con una mano sobre el pecho, sujeta al cuello por un pañuelo, y la otra aferrada al arma de fuego-. ¿Ha sido el miedo, verdad? Como siempre. Tranquila, aquí no te pasará nada.

¿Estaba así de mal gracias a Heller? De ser así, ya sería la segunda vez que, consciente o inconscientemente, daba arcadas a Ruth. Axel se había quedado en la sede por eso, porque no podía largarse y conducir. No parecía haber ningún Anarquista más. Conociéndoles, debían de estar todos haciendo algo fuera, en la calle. Quizás de revolución. O quizás simplemente se habían acobardado y escondido en pisos francos.

El edificio era una ruina. Vigas vistas, tablas de madera y cortinas con clavos en las ventanas sin cristales. Una improvisada barra de bar hecha con bidones y barriles como soporte y maderos o planchas de hierro como superficie horizontal. Habían desparramadas algunas armas, varias botellas y algún reguero de alcohol. Al fondo, unas escaleras que conducían a los pisos superiores, y otra puerta más que llevaba al almacén.

- Saldremos de la ciudad- continuó Axel. Seguía siendo fuerte, y hasta guapo si se ignoraba que le habían pegado una paliza-. Pero hasta entonces, hazme un favor- señaló con la pistola el almacén-. Necesito cambiar los vendajes. El resto está- suspiró- suicidándose en un enfrentamiento abierto contra los Mercenarios- negó con la cabeza-, pero alguno volverá, supongo. En cuanto levanten este nuevo toque de queda y reactiven los trenes, podremos salir rumbo a Francia.

Qué optimista. Qué ciego. Y seguía acercándose. Lo peor era que, conociendo a Axel, en cuanto recibiese una mala noticia se podía poner muy violento y maltratador. Y, ¿mentirle y darle una buena noticia? Por favor...

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03/02/2014, 23:29
Eugenius Novák

Novák se movió deprisa. No podía perder el tiempo. Marcó el número de Olga. Fácil y sencillo. Mataba varios pájaros de un tiro. Informó a la hacker de lo que iba a ocurrir. Debía saber que sólo había dos opciones. Y le informó de que si no morían, no debían esperarle. Debía cuidar de Liselote y de Ria. Y ellas debían esperarle, pues si Avalon no estallaba, Eugenius encontraría la manera de volver con ellas.

Avisó a la mujer de que probablemente tendría que seguir el juego de Fremont, así que a lo mejor tenía que salir primero del país para luego volver a entrar a por ellas. Pidió que por favor fueran pacientes. Y pidió que hablaran con Anne en su nombre. Eugenius sabía que no era un buen momento para hablar en persona con ella. Quizá le flaquearía la voluntad para hacer lo que tenía que hacerse.

No tardó ni un minuto en dar a Olga las indicaciones necesarias. Lo siguiente fue quitar la carcasa del móvil, remover la batería y sacar la tarjeta SIM con gran pericia. Metió la mano en el primer cajón del escritorio esperando encontrar el mechero prometido, prendió fuego a la SIM y la dejó caer en la papelera. En cuanto estuvo seguro de que su contenido era irrecuperable dejó caer el contenido del vaso de agua hasta apagar todo aquello.

Inspiró hondo. Minuto y medio. El oficial estaría a punto de llegar. Pero Eugenius ya había cumplido su parte del papel. Ahora le tocaría fingir y dejarse golpear. En otra situación, el oficial pagaría cara su osadía y entraría a formar parte de la lista de agravios de Eugenius, pero eran circunstancias extremas. Y ese tipo de circunstancias requerían medidas extremas.

Se dejaría llevar, se dejaría golpear, y dejaría que los alemanes en su autocomplacencia se relajaran y le llevaran al núcleo de Avalon. Una vez allí intentaría destruir a c0mrade. Por fin su batalla final. El todo por el todo. Si salía bien los libros de historia recordarían al genio como el salvador de la humanidad. Si salía mal… bueno, si salía mal, era bien sabido por todos que la historia la escriben los vencedores así que…

Y si vencía a c0mrade, ¿entonces qué? Si vencía Eugenius no veía muchas opciones. Si quería salir con vida de esa situación sólo podía aceptar la oferta de Fremont y huir con él en su vehículo oficial. Una vez en el avión, en el aire, ya pensaría en su situación y en cómo remediarlo.

Tragó saliva. Se puso recto, hombros firmes, mirada al frente. El destino de Ámsterdam, de Europa, y en cierto modo del mundo, estaba en sus manos. No iba a rezar, no creía en Dios o dioses. Ahora ellos no podían ayudarle. Sólo dependía de sí mismo. Eugenius Novák era Dios.

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04/02/2014, 21:25
Ambroos Janssen

No había tiempo para los detalles. Él nunca había sido un hombre de detalles, pero ahora resultaba totalmente imposible. Había demasiada cosas. Demasiadas cosas demasiado rápido, como un impaciente pasando la parte más relevante de una película a cámara rápida. La vida no te daba tiempo a reflexionar sobre lo mucho que te dolía el culo después de su última jugada, y el proxeneta no había tenido ni tiempo en cagarse en todo por la desaparición de Nikki cuando el cielo se tornó del naranja más intenso que jamás se haya pintada.

Como la versión moderna y real del grito de Munch la cara de Janssen se contorsionó en una mueca de dolor ante la ceguera momentánea de la explosión de energía, pero sus retinas tuvieron mucha más suerte que los millones de elementos electrónicos que habitaban Amsterdamm, y que poco a poco se apagaban sin vida creando el caos. Televisores en medio de las noticias, coches derrapando en la carretera con su última energía.

Un megáfono nazi que se callaba las ordenes, silenciado por la hermosa imagen que dejaba el cadáver de la civilización. Cientos de años de infraestructuras mudas, inertes, tan inútiles como muertas, inundaban aquí y allá las calles como peculiares obras de arte: sin más misión que deleitar a Ambroos con una tranquilidad que no se vivía desde hacía más de cincuenta años.

Pero no había tiempo para eso. Un nombre resonaba en su cabeza como una maldición del destino. Dieter. Varias chicas esperaban su llegada como el príncipe azul más retorcido de la historia moderna. Decenas de hombres aguardaban su presencia, tan sedientos de sangre y de partir dientes a un par de capullos como él.

Se llamaba venganza, y quién dice que se sirve mejor fría no tiene ni puta idea.

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04/02/2014, 23:55
Stille

Janssen puso pues en polvorosa. Su coche ya no funcionaba. Ningún coche que no estuviese bien resguardado en un edificio protegido contra pulsos electromagnéticos lo haría. No en aquella ciudad. Volvió al coche, abrió la puerta, aferró sus armas, guardándolas dentro del traje y, tras asegurarse de que Jürguen seguía "durmiendo" con la lengua dentro en el maletero, echó a correr callejeando a la velocidad que daban de si sus pies.

Sabía que si llegaba demasiado tarde, si los nazis comenzaban a disparar a matar antes de que llegase, tendría problemas. Sí, quizás no muriese, al fin y al cabo, podía regenerarse y sabía combatir mejor que la mayoría de los soldados, pero igualmente, perdería un tiempo que no tenía, y Diéter no podía escapársele de entre los dedos.

Para cuando llegó a la discoteca, la contempló en toda su magnitud. Desierta, frente a un descampado, con clarísimos signos de estar abandonada. Muy abandonada. Pero él sabía que era todo fachada. Las ventanas seguían enteras, y tintadas desde antes de convertirse en un refugio Mercenario. Sus sucias puertas escondían debajo metal grueso cerrado a cal y canto. Si iban a entrar, tendría que ser con invitación, con C4, o con una bola de demolición. O por el tejado.

Pero Ambroos se limitó a no llamar la atención y, sin acercarse al lugar, seguir corriendo, como un ciudadano más volviendo a casa. Al doblar la esquina, lejos de cualquier posible prismático de los Mercenarios, entró en un edifico casi continuo, a una escasa manzana de distancia y, a todas luces, abandonado también. Le recibió tras cruzar el umbral el panorama de un vagabundo inconsciente, atado de pies y manos y amordazado.

Al final de la escalera que llevaba al primer piso estaba el bueno de Stille, con un brazo apoyado sobre una caja cerrada y la mano opuesta alrededor de su pistola. Esbozó una sonrisa satisfecha, un tanto sádica, y giró la pistola en la mano, tendiendo la empuñadura a Ambroos. Palmeó la caja.

- El resto del C4- se limitó a saludar, poniéndose en pie y haciendo un gesto para que le siguiese-. El resto de chicos están arriba- explicó señalando al, como mínimo, segundo de los cuatro pisos-. Salvo algún novato, los heridos, y los que no sabemos dónde coño están- entre el PEM y el anarquismo, como para localizar a todos-. Tenemos nuestras ideas, pero Diéter es tuyo, así que, al menos, te escucharán- rió un poco y negó con la cabeza-. Intenta sonar convincente. Ya sabes que estos hijos de puta son tan cabezotas como Arjen, tú o yo.

Tragó saliva y miró a Ambroos con un deje de preocupación, recordando su "condición especial" como veterano de la WW2. Balbuceó ligeramente, abandonado su expresión de camorrista despreocupado, y preguntó.

- Janssen...- carraspeó-. Cuando termine esto... ¿me lo contarás?- guardó silencio un segundo, dubitativo-. Tu pasado. Aunque solo sea para odiar un poco más a esos hijos de puta- se excusó para restarle importancia.

No era, ni de lejos, lo crucial en aquel momento, pero, ¿quién, tras meditar fríamente aquella revelación, no hubiese sentido curiosidad por el resto de la verdad?

- Tiradas (2)
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08/02/2014, 15:51
Ruth Karsten

Correr o morir. Llegar o perecer. No puedo parar. Por Ágatha, Gerard y mamá.

Esos eran los únicos pensamientos que atravesaban su cabeza rubia y rosa, lo único que hacía que siguiera corriendo, ignorando el cansancio, era saber que al llegar conseguiría su billete hacia la libertad, iría a un lugar lejano, muy lejano. Esperaba que ese sitio fuese un lugar soleado. No sabía por qué pero asociaba la libertad con el sol y con grandes praderas verdes. Quería tumbarse boca arriba, con los brazos en cruz y las piernas estiradas, dejando que los rayos del sol calentasen su pálida piel, quería sentir una brisa fresca y suave que la mantuviera despierta, que le hiciera cosquillas en la nariz al respirar. Inspirar hondo, tomar aire y expulsarlo junto con todos los malos recuerdos. 

Cambiaría las lágrimas por el rocío de las mañanas, la soledad por un cielo despejado y azul, la ira por rayos cálidos y la desesperación por la esperanza. Esos disparos que oía a lo lejos, muy pronto pasaría a ser sólo el silencio y la quietud, o tal vez el bullicio de una nueva ciudad. Dejaría de ser esa Ruth pesimista y misántropa, quizá dejase de ser Ruth incluso, cambiar su nombre, ¿por qué no? Nunca le había gustado ser Ruth, ese nombre sólo le traía malos recuerdos y le dejaba un mal sabor de boca. 

Eso se prometía, una vida nueva. Ese era su premio si conseguía llegar a su destino, lo que la hacía seguir adelante.

Empezar de nuevo. Una vida nueva. Correr o morir.

De vez en cuando sentía que su cuerpo cedía, que iba a caer y no levantar. Escuchaba los pasos de los soldados aproximándose y la muerte se le antojaba una solución tan fácil, tan rápida... Sólo un disparo y se acabó. No volvería a sentir angustia, ni miedo, no tendría que correr y huir. No tenía nada que perder... Salvo un futuro. Eso hacía que Ruth reaccionase y se volviese invisible a tiempo; si se dejaba morir, ya no habría un porvenir. Moriría como la Ruth que no quería ser, la que quería dejar atrás. Tampoco podía hacerlo, por Ágatha, debía seguir adelante y conseguir un final feliz para ella y los demás.

Por Ágatha. Por Gerard. Por mamá.

Tropezaba y se daba de bruces contra el asfalto, pero eso no impedía que la pelirrosa siguiera adelante. Las heridas no la detenían, tampoco el frío o el cansancio. Ella avanzaba, sin descanso, sin parar un instante. No podía darse por vencida tan cerca de conseguir su futuro. Ya lo visualizaba, a unos metros de ella, sólo tenía que acelerar un poco más, casi lo tocaba con las yemas de sus dedos. Antes de llegar, volvió a caer, pero apenas notó el golpe, sólo escuchó como sus vaqueros se desgarraban, pero nada le dolía. Con lo que parecía una media sonrisa de triunfo, entró en el edificio que pertenecía a los Anarquistas. Casi podía sentir un billete de avión en sus manos, llena de arañazos y heridas…

Libertad, nueva vida, un sitio donde empezar de nuevo…

Al quitarse la capucha se dio cuenta de que… No. No había ninguna nueva por empezar, pues su antigua vida la seguía persiguiendo y apagó de un golpe de viento helado, la tenue llama que Ruth sostenía entre sus frágiles manos. Se desvaneció, dejándolas frías y completamente vacías.

De golpe, se sentía pesada, como si todo su peso hubiese ido a sus pies. Deseó correr, huir, gritar, llorar y golpearlo tan fuerte que hasta ella misma quedase inconsciente. Pero no, no hizo nada de eso. Sus pies estaban clavados al suelo, como dos anclas que impedían a la muchacha huir.

Miró como se acercaba como el que ve la muerte venir, con los labios fruncidos y los puños apretados de pura impotencia. Observó sus movimientos de depredador a punto de abalanzarse sobre su presa… andaba despacio, con cautela, sin querer asustar al pequeño pájaro petirrosa de alas rotas y patas pesadas. Su mirada gris y fría como el acero se clavaba en sus ojos, verdes y apagados, vidriosos. Atravesaba directamente su alma.

A cada paso que daba, cada palabra que pronunciaba, veía sus planes y sus ilusiones construidas desde una pequeña luz, cada vez más lejos. De todos los Anarquistas que pudiera haber en la  ciudad, tenía que encontrarse precisamente con ése. Una vez más, la vida volvía a enseñarle a Ruth que estaba jodida, que siempre lo estaría… y que hiciese lo que hiciese, los finales felices no estaban hechos para ella. Tal vez la vida sólo quisiera enseñarle que, simplemente, no se lo merecía, no estaba hecha para el éxito.

-No te acerques…-murmuró en voz baja, con un hilo de voz en un vano intento de que Axel decidiera quedarse donde estaba. Ella retrocedió un par de pasos arrastrados-¡No te acerques!-exclamó en un acto de histerismo, sintiendo como la voz se le rompía conforme hablaba.

Notaba como su cuerpo temblaba como una hoja, igual de frágil y fina. Se estremecía pensando lo cerca que estaba de conseguir la libertad, su libertad, ya casi podía tocarla con la yema de los dedos, después de tanto tiempo anclada a esa ciudad, a esa vida… Cuando por fin tenía la oportunidad de tener un nuevo porvenir, donde poder ser ella la dueña de su vida, siempre había algo que lo jodía todo. Primero fue esa tormenta eléctrica que tanto la alarmó, después las cámaras que la grabaron, más tarde el ataque a la casa de Arjen, el asalto a la torre, el toque de queda, la muerte de Heller… y ahora, después de todo… ¡Se encontraba al maldito Axel en la puta guarida de los Anarquistas!

En su pecho comenzaron a arremolinarse muchos sentimientos de golpe, la angustia, la impotencia, la rabia acumulada… Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas ardientes y amargas, ¿por qué todo el mundo tenía derecho a que las cosas le fueran bien aunque fuera sólo por una maldita vez? ¿Por qué todo el mundo menos ella tenía derecho a conseguir su felicidad? Ver a Axel allí, casi esperándola, la abrumó demasiado.

-¡No, no, no!¿Es que no te das cuenta, joder?-le gritaba, con los nervios y emociones a flor de piel, las mejillas sonrosadas por la sangre corriendo a toda velocidad por su cuerpo, víctima de su histeria.- ¿No te das cuenta de que no quería estar contigo, de que huía de ti, Axel, huía?-decirlo en voz alta hace que se sienta mejor, llevaba demasiado tiempo con esos sentimientos atragantados y expresarlos así era como quitarse un peso de encima.-Tú… tú me contaminaste. Tenía miedo de ti, de lo que pudieras hacerme, de lo que puedas hacerme ahora…-confiesa, con las lágrimas ya corriendo rápidas y calientes por sus mejillas, encendidas como su sangre. Es un llanto interrumpido, jadeante, como si le faltase el aire y no pudiese respirar, agónico, angustiado. Vuelve a pasarse las manos por el pelo mientras tiembla en el sitio. Siente pánico, pero su rabia es aún mayor, ¿por qué tenía que sucederle eso a ella? ¿Qué es lo que tenía que hacer para ganarse el derecho de ser feliz? ¿Acaso no había sufrido ya suficiente?

Se dio cuenta entonces de que… sí, claro que podía ser feliz. Esta era su última oportunidad, la prueba de fuego, donde demostraría lo mucho que ansiaba esa libertad. Tragó saliva, apretó los puños. No, no podía dejar que esto acabase así, no lo permitía, de ninguna manera. Su rabia era mayor que su derrotismo, y estaba harta de darse de bruces con el suelo, de caer una y otra vez. No iba a volver a hacerlo. No podía dejarse ganar, no ahora que tenía la libertad a sólo unos pasos. Debía ser eso… una prueba, una última prueba antes de volar, lejos, muy lejos. Todo dependía de cómo jugase Ruth sus cartas ahora.

Ahora o nunca, Ruth. Por Ágatha, por mamá, por Gerard…

Su mente iba a cien por hora mientras miraba a ese individuo que tenía delante. Axel de por sí ya era peligroso, más aún con un arma en su poder. Pero… lo que Ruth no había sido capaz de ver hasta ahora es que Axel es, al fin y al cabo, un humano. Uno herido, de hecho. Como tal, tiene miedos, emociones, siente, quiere, desea… Y Ruth era algo que él siempre había querido poseer, pero se le escapaba. Podría usarlo en su contra. Ella sabía que él estaba herido, que la quería… Pero él no sabía que Ruth es algo más que un mero objeto, que una niña asustada y desvalida. Lo que Axel no sabía es que Ruth estaba dispuesta a todo por conseguir lo que quería de una maldita vez.

Miró sus ojos, grises y fríos, letales… Esa mirada que siempre la había atemorizado. Sí, lo miró directamente, con los ojos llenos de lágrimas y desesperación.

-Y… sin embargo… te necesito.-No mentía, lo necesitaba ahora, pero no en el sentido que él creía.-He…  he tardado en darme cuenta de que sin ti no sé qué hacer, estoy perdida. Intento hacerlo todo por mí misma, pero siempre fracaso… Te necesito a ti.  Tenías razón, desde el principio… sólo me siento segura si estoy contigo, si tú me ayudas, si me cuidas como antes lo hacías…-le costaba decir esas palabras, no quería inflar su ego… Pero en su interior sabía que debía hacerlo. Caminó, tambaleante y temblorosa, hacia él, aunque su instinto pedía que corriese en dirección contraria, que volviese a huir. Llegó hasta su cuerpo, el cual rodeó con sus brazos con vacilación, sin saber si lo que estaba haciendo era lo correcto. Tuvo cuidado de no rozar alguna herida que pudiese tener, ni de aprisionar el brazo herido.-Sí, Axel… vayámonos, los dos, lejos de aquí. Sácame de este infierno, por favor…-suplicó, enterrando su cara en el hombro del muchacho, a quien no quería mirarle la cara siquiera por no ver su sonrisa triunfante. Lloró unas lágrimas que se habían quedado rezagadas, amargas.

Se alzó sobre las puntas de sus pies, hasta llegar a sus labios para besarlos como tantas otras veces había hecho. Sentía asco, repulsión, repugnancia por lo que estaba haciendo, pero se decía a sí misma que era completamente necesario. Poco a poco, los besos aumentaron su intensidad, intentando hacerle ver que necesitaba más de él. Lo condujo, entre besos, caricias y sonrisas cómplices de falsa enamorada, hacia la barra improvisada construida a base de bidones y tablas de hierro y madera, donde se impulsó para sentarse encima, cerca de las armas, y rodear su cintura con las piernas.

Axel era inteligente, no lo dudaba… pero Ruth sabía perfectamente que si el muchacho tenía alguna debilidad, era ella. Tardó en verlo, pero así era. Además, como Stille apuntó la primera vez que se encontraron “se tira a todo lo que se mueve”. Y la pelirrosa era Ruth, conocía a Axel y sabía qué hacer y cómo moverse con él, por mucho asco que le diese.

Además, Axel la creía débil, tonta, torpe, incapaz de hacerle nada malo, pues nunca se había atrevido. Era Ruth de quien hablamos, una muchacha que vive con miedo, que siempre ha necesitado la ayuda de alguien para seguir adelante… La chica sólo esperaba que él no se diese cuenta de sus verdaderas intenciones: que Axel soltase o guardase el arma.

Dejó que el hombre pusiera las manos sobre su cuerpo, que la besase y respirase su aire. Ruth sentía asco por ese contacto, cada caricia le quemaba, como si quemase su piel con ácido. Quería apartarlo de un empujón, pero debía controlarse, debía hacer creer a Axel que ella lo seguía amando como antaño. Sus labios recorrieron el cuello del muchacho, cargados de mentira y odio, desde esa posición pudo ver donde había guardado el arma. En un movimiento rápido, la cogió y encañonó la sien de Axel con ésta.

-Ni un solo movimiento o te vuelo la cabeza.-siseó, alejándose un poco de él, pero sin soltar el agarre de sus piernas.-No creas que no soy capaz de hacerlo, no sabes cuánto tiempo he esperado algo así.-siguió hablando. Su cuerpo temblaba ligeramente, lo que acababa de hacer era algo muy arriesgado, pero notaba la adrenalina recorrer todo su cuerpo, nada ni nadie podría pararlo ahora.-Tú te vas a encargar de sacarnos a mi familia y a mí de esta maldita ciudad, del país. ¿Entendido?-presionó algo más la pistola contra su cabeza. Se permitió sonreír de pura satisfacción.

Por fin, Ruth, tomaba las riendas de su destino. Ahora sólo quedaba saber qué le aguardaba. Pero no iba a aceptar otro resultado que no fuese su libertad, esta vez no. 

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09/02/2014, 14:44
Niki Neill

Escuchar a Adam en aquel momento esotérico y celestial, regocijó mi alma de un modo que no esperaba. Como un hijo frente a un padre orgulloso, me dejé embriagar por la sensación de que ése era el camino correcto. Aquella luz acarició mi piel, recorrió mi pecho, e inundó mis pulmones haciéndome más fuerte, y borrando todo rastro del dolor que unos minutos antes me desgarraba. No era felicidad, una alegría pasajera, era firme determinación, una seguridad sobrenatural y un sentimiento de armonía que hacía que todas las piezas encajaran por sí solas. Cuando llegué al despacho junto a Adam me sentí capaz de todo. No tenía miedo morir, ni a la oscuridad, ni al dolor. Era libre.

Escuché a aquel hombre muerto hablar sobre mí durante todo aquel rato. Comprendía que esperaba que sus palabras me bloquearan, o alteraran de algún modo la paz que me inundaba en esos momentos. Pero no fue así. Él no podía comprenderlo. Hacía escasos momentos había sentido el dolor máximo que creía que podía sentir cualquier persona. Mi mundo se había venido abajo, y había llorado, había gritado y había perdido la razón. ¿Qué podía decir aquel hombre que me hiriera?

Escuché cómo hablaba de Gabriel, de aquel soldado alemán, e incluso de Izan. Pero no me inmuté. Él no comprendía que todas aquellas cosas eran mi fuerza. Para bien o para mal, ésa había sido yo y solo yo.. Buenas o malas decisiones, fueron las que yo tomé, igual que ahora. Y sí... quizá Adam guiara mis pasos... pero era una persona a la que valía la pena seguir.

- Qué ingenuo... - Dije inalterable. - ¿Crees que tus palabras pueden herirme? - Dije con una sonrisa, dulce, y casi maternal. - ¿Crees que puedes decir algo que me hiera? - Negué con la cabeza - Conozco mi pasado, y sé quien soy. Soy todas esas cosas que dices, no muerto, y mucho más. - Respiré hondo. - Pero no me pesa... Porque pese a todo... he encontrado el camino y la luz. No temo a la muerte, ni te temo a ti, o a tus palabras. ¿Crees que puedes matarme y demostrar que soy ese ser lamentable del que hablas? Adelante. Será una muerte dulce. Porque habré vivido. Porque seré libre. Porque seré solo yo... - Mi sonrisa se borró. - Y porque habré luchado para llegar hasta ti. Para que tu cuerpo muerto abrace la luz, y Ámsterdam conozca un nuevo día. Soy Niki Neil, y ésta quizá sea la última decisión de mi vida... pero te aseguro que será una que no podrás olvidar.

Eché a correr. La confianza vino por si sola. No me preocupe por los seres que nos acechaban, confié en las estacas de Adam, y en la luz, convencida y segura de que ella me protegería de todo mal. Esquivando cualquier cosa que pudiera apartarme de mi objetivo: El cuarto Reich. Esta vez no buscaba un arma, ni si quiera un cuchillo, o algo similar, con mis manos traté de llegar al cuerpo de aquel ser esquelético y demencial, para que portaran la luz hasta él, para que conociera la paz y viviera o muriera con ella.

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10/02/2014, 04:42
Más Allá

Los ojos se abrieron lentamente, como una persiana oxidada. Unas gafas de media luna estaban pegadas contra el cristal de aquella particular celda. La textura vítrea y acuosa, fría y maternal, la rodeaba. Podía sentir el líquido amniótico contra cada poro de su piel. Podía sentir su melena de fuego suspendida, húmeda, contorsionándose a mechones en contra de la gravedad, movida por las pequeñas corrientes que se generaban en el interior del tanque.

El tanque.

Abrió los ojos de golpe y se percató de la bata blanca, los rasgos angulosos, la piel cetrina. La mano del hombre se apoyó contra el cristal, a juego con aquel reflejo plateado de las gafas de media luna. Era una mano terminada en dedos alargados, afilados hasta adquirir la finura y apariencia de cinco agujas. Se podía ver, a través de aquel líquido ambarino que la rodeaba, cómo las venas de la mano eran verdes, marcadas, gruesas, y las arterias violáceas, finas.

Era Christopher.

Pero sus gafas dejaron de brillar con el reflejo de la luz, y su rostro descendió lentamente hasta el suelo, donde quedó relegado a una bata blanca con un corto cabello castaño pegado al cráneo. Se escuchaba un leve crepitar y algo burbujeando en su espalda, como pequeños bultos pugnando por salir de entre la bata. Como tumores con vida propia, a juego con el responsable de la mayoría de aquellas aberraciones.

Y de pie, tras él, la indemne figura de Adam. Con su también mata de cabello castaño, sus ojos de un azul celeste, ahora marinos por la luz y la emoción que le embriagaba. Su aire de santidad seguía adornándole, rodeándole como un eco constante, como un aura mística inseparable. Seguía llevando su gabardina, aunque ahora su mano derecha resplandecía con aquella luz blanca tan característica que ella conocía tan bien. Podía recordar con suma claridad cómo se sentía algo rodeado por esa manifestación celestial.

La mano de Dios, envuelta en pequeñas sombras violáceas y verdes, cuya forma y patrón recordaban vagamente a las negras del Cuarto Reich, terminaron por desvancerse, incapaces de subsistir separadas de Christopher sin poder penetrar en Adam. Entonces, él, simplemente, extendió la mano hasta el tanque, a un lado del cristal. Se escuchó el sonido de teclas al ser presionadas, y entonces la voz femenina, sintética y virtual abrió.

LIBERANDO EL TANQUE EMBRIONARIO NÚMERO 03

- Hola, Sam- saludó Adam con su sonrisa afable-. ¿O debería decir Niki?

Y asintió con la cabeza. Las pequeñas hebras doradas serpentearon a través del panel de control, filtrándose hasta alcanzar el líquido amniótico y ambarino. Reaccionando con él como un antídoto. Rebajando poco a poco el color, arrastrándolo a un tono neutro. El AAK2, ciertamente.

- Vamos- la animó mientras el líquido "ambarino" descendía, liberándola los pulmones para que pudiese, tras toser y expulsar todo de su organismo, respirar por si misma-. Miles de personas que tienen que darte las gracias.

Ámsterdam. Sí. A su cabeza vino la imagen de aquella incesante risa diabólica, de aquel cuerpo negro crujiendo bajo el golpe, liberando una radiancia plateada acompasada por un grito de dolor propio de ultratumba. Recordaba perfectamente aquel cráneo de color carbón iluminándose, agrietándose como un vampiro ante la luz del sol. Y recordaba la explosión gris arrasándolo todo. Y entonces, nada. Sólo ella suspendida en el cosmos, en la nada. Cayendo sin red a un vacío insondable que nunca tenía fin. Un vacío inocuo, neutro. El limbo. Hasta esos últimos segundos.

- ¿Qué se siente... al resucitar por segunda vez?

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10/02/2014, 05:11
Fremont

- ¿Y bien, Doctor?- preguntó la voz del otro Doctorado.

El tablero de ajedrez se extendía sobre una mesita baja de café. Un juego exquisito, con piezas de marfil para las blancas y ónix para las negras. El aire acondicionado se escuchaba de fondo, como el leve rugido de los motores y el ventilador del ordenador portátil. O, mejor dicho, de los ordenadores portátiles. Dos.

Uno con información sobre su trabajo en las Waffen-SS y otro para el Departamento de Investigación Militar de los Estados Unidos de América. El primero contenía información sobre el cuerpo tecnificado de Heinrich Wolf, también conocido como Knochenmann. Los datos estaban incompletos, pero eran claros en una cosa. Aquel hombre era considerado, no un arma blanca, como si fuese un artista marcial, sino, literalmente un arma de destrucción masiva, y sin ser un arma nuclear, biológica o química. Era más preciso que cualquier dron teledirigido y autómata.

El mapeado de su anatomía confirmaba que apenas quedaba algo humano en él. Un cerebro, unos ojos, un corazón, unos pulmones. Algunas terminaciones nerviosas y algo de tejido. La inmensa mayoría de superficie corporal había sido prácticamente reemplazada, sino combinada, con piezas robóticas en el mejor de los casos y mecánicas en el peor. No había una explicación científica y racional a porqué era funcional, eficiente, y seguía vivo. O, mejor dicho, seguía no-muerto. Era imposible que, en su estado, fuese algo más que una chatarra aberrante.

- Señor Novák...- murmuró Fremont por segunda vez, apartando su vista de la ventana.

Novák no podía apartarla todavía. Veia un ala de un pequeño pero lujoso avión privado. Después, sólo nubes blancas en un cielo azul. Knochenmann había entrado en la ecocueva antes de que su familia y Olga pudiesen salir. No había habido ningún superviviente, al menos, que se supiese. En aquellos momentos, el espacio aéreo de Ámsterdam estaba en guerra abierta, y en unas horas o días lo estaría también la zona de tierra.

Por desgracia, lo único que se sabía por el momento es que camilleros alemanes habían estado sacando a los cadáveres y que había una ingente cantidad de desaparecidos. Gente desmembrazada, troceada, o simplemente irreconocible a simple vista. Novák no tenía noticia alguna de Ria o de Liselot. La cabeza de Olga estaba clavada en una pica, visible ampliando imágenes a tiempo real de los satélites espía. Satélites que penetraban en la ciudad gracias a una Torre de Comunicaciones tan muerta como Silk Shade.

El segundo ordenador de Fremont, en cambio, revelaba otro tipo de híbrido entre hombre y máquina. Uno menos invasivo. Eran sus armaduras cibernéticas, armadas y equipadas con software. Solo necesitaban a un piloto capaz. América había planificado tener para 2020 un soldado robótico por cada diez humanos, y a día de hoy lo había superado con creces. Su nuevo objetivo era sustituir esos obsoletos soldados por más drones capaces y, en la medida de lo posible, aquellos tecnosoldados más capaces. Capaces de pensar como algo más que máquinas.

Novák tenía mucho en qué pensar. El avión cruzaba el océano rumbo al pentágono, en Washington. Tendría que elegir. Tenía demasiadas opciones por delante. Volverse a Ginebra, con Anne, o quedarse en Washington. Traerse a Anne. Volver con el colisionador de hadrones o dedicarse al negocio de la guerra tecnológica. Trabajar para el Gobierno Estadounidense o con Fremont, o con los dos. Investigar la tecnología de Fremont, del Gobierno Estadounidense, de los nazis o incluso de los japoneses. Averiguar si madre o su hermana seguían con vida.

El avión, en aguas internaciones, atravesó una zona con cobertura.

Llegaron dos archivos a su móvil. Uno, enviado desde Ottawa, Canadá, aunque parecía que había sido redirigido a ese puerto de salida desde otro lugar. Estaba firmado como "c0mrade daughter". Otro, enviado desde Berlín, Alemania. Firmado como "Silk Shade Endlösung der Judenfrage".

El primero estaba claro. Era la maniqueista y obsesa hija de Vanderveer. Otra vez. El segundo, no obstante, no podía ser de Olga. Estaba muerta. Atendiendo a que venía de su ciudad natal y que rezaba Solución Final en Alemán, el plan de los nazis para el genocidio judío, o era una inteligente y precavida nota de testamento y última voluntad o, por el contrario, una broma macabra de los nazis. No obstante, al abrir el mensaje y ver aquellas elegantes eses escritas con caligrafía victoriana, quedó claro.

"Si escuchas esto es porque yo ya no podré decírtelo..."

Era su voz. De fondo estaba la foto de la mano pálida y femenina sobre el ratón. La foto que le mandó durante la primera y única vez que chateó con el Doctor. Una mano que, probablemente, en ese momento estaría apilada en una montaña inconexa de extremidades.

Ni siquiera le hizo falta abrir el mensaje de la hija de Vanderveer para saber que no podía quedarse de brazos cruzados. Había salvado a la ciudad, y había sobrevivido, pero no había sido capaz de proteger a sus seres queridos. No hasta el final. Al menos, no a todos ellos. Lo peor era la incertidumbre alrededor de su familia.

- ¿Eugenius?- preguntó, preocupada, la voz de Fremont-. Diga algo, hombre. Lo que sea...

El mundo estaba gobernado por hombres fuertes. Donde la inteligencia no estaba en el músculo, sino en la mente. Lamentablemente, en ese momento más que nunca Novák cobró conciencia de una cruda realidad. El poder, las decisiones que afectaban al destino de un pueblo, los cambios, traían consigo sacrificios. Precios. Pagos. Renuncias. A veces, demasiado grandes. Pero alguien tenía que hacerse cargo. La alternativa era dejar que gentes o fenómenos como Eichmann, Goering o c0mprade ganasen.

El rey negro vibró ligeramente al atravesar una corriente de aire.

Podía recordar el sonido del ordenador central de Avalon reiniciándose con suma claridad.

A c0mrade gritar desesperado luchando por no "morir". Sin éxito.

¿Hicieron eso también Liselot y Ria? ¿Lo hizo Olga? ¿Gritaron de desesperación?

Lo hicieran o no, el continente entero, de momento, no lo haría. Ya podía sentir el alfiler atravesando su traje para colgarle una bonita, simbólica e hipócrita medalla de reconocimiento al mérito civil. Con el himno americano de fondo. Pero Novák no era americano, y no necesitaba ninguna medalla... ¿o sí? El Nobel, al menos...

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10/02/2014, 06:00
Axel

- Ruth...- murmuró Axel.

Un Ruth... tóxico. Pronunciado como si hablase a una niña pequeña y estúpida que blandía un cuchillo de plástico. Como si fuese incapaz de hacerle nada. Como si fuese incapaz de defenderse.

- Ruth, Ruth, Ruth...- repitió el maltratador, como una dichosa cancioncita-. Lo veías claro, cielo. Sé que lo hacías. Lo habías visto, por fin- declaró, un tanto profético, sin moverse. Sin darle pie a Ruth para cumplir su amenaza. Negó chasqueando con la lengua-. No. Sabes, Ruth, que yo soy tu única saliva. Siempre lo he sido.

Esbozó una sonrisa y rió en el sitio.

- Mírate...- espetó con sorna-. Has venido aquí, jugándote con la vida, arrastrándote entre balas y cristales, para llegar hasta mí- y, en eso, tenía toda la razón, aunque no fuese la intención sino la trágica consecuencia de Ruth-. No estás con tu familia, ni con otro chico, ni siquiera con los nazis. Estás conmigo. Has venido, aquí, conmigo. Otra vez. Como siempre. No te queda a nada, ni a nadie a quien recurrir. Y vienes aquí porque soy tu única oportunidad. Tu única salida. Tu único, primer y último recurso.

Aguzó los ojos, visiblemente molesto. Esa mirada de maltratador tan conocida, que tanto le caracterizaba. Esa mirada que tanto daño había hecho a Ruth, y que amenazaba con volvérselo a hacer.

- Así que haz lo único que sabes, joder- la ordenó un tanto agitado-. Lo único para que has valido en todo este tiempo. Baja la puta pistola, bájate las putas bragas y convénceme para que te saque de esta...

Pero Axel movió sus manos, llevándolas al cierre de los vaqueros de Ruth y tirando para liberar el primer botón. Un instante después, Axel ya no tenía esa mirada de maltratador. No podría mirar así a Ruth, ni a nadie, nunca más. No podría mirar a nadie, de ningún modo, nunca más. Le faltaba un ojo. Y medio cerebro.

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10/02/2014, 06:13
Agatha

Ágatha estaba tirada en el sofá boca arriba, mirando al techo. Tenía una pierna entrelazada con Ruth, y un brazo bajo su cuello. Sus mechones de cabello rubio se fundían con los rosas de su homóloga. Tenía una expresión tranquila, sosegada, relajada, armoniosa. En paz.

- Supongo que tienes razón- reconoció sin mucho problema-. Era el final que se merecía.

Ruth esbozó una sonrisa afable. Abrió sus ojos, revelando una ausencia de iris, de pupila. Sólo una total esclerótica blanca, sin expresión, con una bruma grisácea flotando en el interior, como unas moiras del destino. A su través sólo podía percibir exactamente eso, el destino que se había tejido con el tiempo. Una infinita y basta bruma grisácea, tranquila, flotando en mitad de ninguna parte. En el limbo. Pero apuntando hacia arriba, más blanca que negra.

- El tiempo pone a cada uno en su lugar- afirmó la gemela más afortunada.

Entre las manos de Ruth había una foto de Anne. Hacía dos días la habían enterrado en el cementerio, por un cáncer no operable. La mujer, si bien se trató para prolongar sus días, vivió los últimos fuera del hospital, con un infusor de morfina. Falleció en la república independiente de su casa, con sus hijas. Con la rebelde "rehabilitada" y la futura esposa de Schumacher.

- El tiempo y tú- siguió, pero se cortó-. Y nosotras, claro- rectificó Agatha. Eran un dúo.

Quitó la foto de las manos de Ruth y la sustituyó por el dibujo de un Alex malogrado.

Los ojos de Ruth se tornaron turbios, oscuros. Aquella bruma gris se tornó una tormenta. A su través sólo podía percibir exactamente eso, el destino que se había tejido con el tiempo. Una infinita y basta bruma grisácea, turbulenta, flotando en mitad de ninguna parte. En el limbo. Pero apuntando hacia abajo, más negra que blanca.

No podían adentrarse en el final del sendero, en el más allá, pero sí llegar a sus puertas.

Ya sabían ambas como había puerto Axel, y había sido de forma muy distinta a Anne.

Se escucho el timbre de un motor a través de la ventana, en la calle.

Pero ya no estaban en Ámsterdam, ni en territorio nazi.

No era un tanque, ni un furgón.

Era el novio.

- Ma-driiii-na...- dijo Agatha con rintintín.

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10/02/2014, 14:02
Ambroos Janssen

A la carrera, los ojos del proxeneta intentaron analizar el colosal edificio de los Mercenarios, una edificación tan vieja como gigantesca, pero que ocultaba una potencia y secretos cargados de mala hostia. Si se podía empatizar con un edificio, desde luego que Ambroos lo haría con ese. Pero el destino es cruel y la rueda de la Fortuna tiende a derrapar cuando uno menos lo espera, y ahora esa sutil simpatía iba a colapsar en polvo y vigas de acero bajo una buena dosis de C4.

Ignorando el felpudo viviente de los Anarquistas, Janssen subió hasta encontrarse con Stille. Se limitó a saludar con una inclinación de cabeza, aceptando con sobriedad las ofrendas de destrucción de su compañero mientras este le explicaba los recursos y situaciones. Con ojo crítico bajó las gafas de sol, amartilló la pistola y la guardó.

Pero había una petición. Una petición que en su simpleza ocultaba una carga enorme. Los cristales opacos se deslizaron por la marcada nariz de Ambroos, dejando a la luz aquellos ojos tan oscuros como sus gafas, que parecían rebuscar en la mirada de su compañero como buscando algún tesoro...o alguna mina submarina. Un duelo inquietantemente turbio porque, como dijo un escritor una vez, cuando miras en el Abismo sabes que el Abismo te devuelve la mirada.

La duda, realmente, era quién era el Abismo allí.

- Es una historia larga. Pero supongo que tengo todo el tiempo del mundo. concedió Janssen, con una sonrisa torcida en su rostro que le confirió el toque sórdido que tienen los secretos inconfesables.

Pero ahora había otros negocios. Janssen subió al cuarto piso acompañado de Stille, con zancadas largas cargadas de seguridad y parsimonia. El bajo de la gabardina ondeaba mientras ascendía, abierta y dejando relucir el chaleco explosivo del proxeneta. Una carta de presentación difícilmente mejorable. Esta gente no hacía caso a títulos ni convalidaciones, y el currículum de Jo Deng era parte de la cultura popular anarquista. Aquello era el peculiar sello de validez. Hijo puta peligroso, temerario determinado.

- Podéis llamarme Jo Deng, Janssen o como más os apetezca. Proclamó con voz grave y autoritaria cuando llegó al marco de la puerta, deteniéndose antes de seguir avanzando con paso lento, una mezcla de profesor y sargento. Los nazis.- señaló ligeramente con la cabeza por una ventana con cristal roto, señalando a ninguna parte y al caos generalizado en la ciudad.- han retorcido esta ciudad lo suficiente como para dejar atrás pantomimas innecesarias. Sabéis quién soy. Sabéis lo que hago.

- Y sabéis...el dedo del proxeneta, acusador, señaló por la ventana a la guarida de los Merc sin dignarse siquiera a mirarlo. que estos cabrones colaboran con ellos.

Se detuvo. No era un orador nato, pero tenía algo que los oradores solían desdeñar. La verdad. La razón. Esa gente sabía tan bien como él que lo que debía era cierto. Hasta ahora se había mantenido el status quo por la mera tradición y la atenta mirada de las miles de cámaras nazis que impedían una descarga de violencia como la que ahora planeaban. Pero los Mercenarios seguían siendo la mano izquierda de un tirano al que todos querían hundir.

Y ahora el tirano había cerrado los ojos, y se podía arrancar esa mano a mordiscos. Las cosas habían cambiado y era su oportunidad de limpiar la ciudad de indeseables. Probablemente la única.

-Allí dentro están mis chicas, siete prostitutas que estos inútiles han secuestrado para creerse niños malos. Allí dentro hay un folla niñas llamado Dieter al que pienso romper el culo antes de tirarlo al canal. El resto, amigos, concedió con un gesto con la mano, casi teatral. es vuestro. Un montón de coleguitas de los nazis a los que reventar a vuestro gusto. Yo os doy la excusa. Me hago totalmente responsable de vuestra barbarie y os cedo totalmente la victoria.

- Necesito cinco personas que sepan manejar explosivos. Con lentitud y paciencia, Janssen, analizó a los presentes, esperando voluntarios. Mi buen amigo Stille me ha regalado una cajita, y pensaba compartirla con vosotros.

- Mientras ellos colocan cargas para colapsar el edificio, continuó, sacando la pistola con tranquilidad del bolsillo como si fuese la insignia del grupo, el escudo del cuerpo de élite de un ejercito que no podía ser más ilegal entraremos aprovechando la ausencia de cámaras, y construiremos un camino de la destrucción que haga palidecer a los Cuatro Jinetes. Fuego de cobertura desde el techo y descendemos. Mientras estén despistados, alguien volará una puerta para poder salir. Si os sentís particularmente valientes, podéis petarles el culo a dos bandas.

- Solo hay dos reglas. El proxeneta estiró sus largos y fibrosos dedos, que descendieron mientras enumeraba. Quién encuentre a la chicas, que las saque fuera. Quién encuentre a Dieter, que lo saque fuera.

- En veinte minutos saldremos en desbandada y volaremos ese nido de ratas por los aires. Espero que tengáis relojes analógicos. sonrió, en un chiste particularmente negro. Desde luego la bomba había hecho muy difícil la coordinación...para quién no hubiese vivido antes de que hasta los malditos zapatos llevasen un chip.

- Preguntas, dudas, sugerencias. Hay que estar seguros cuando uno va a desatar el infierno.

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10/02/2014, 18:52
Rayen

Durante unos eternos segundos, los Anarquistas parecieron quedarse sin habla, y casi que sin vida. Estáticos, petrificados como si estuviesen hechos de mármol, mirando como cadáveres a Ambroos. Tras aquel glaciar instante, uno de ellos, el que estaba sentado al fondo de la mesa, presidiéndola, se revolvió ligeramente en su asiento, como queriendo buscar una posición cómoda.

- Creo que ha sido bastante claro, Señor Deng- contestó voz firme, aunque visiblemente sorprendida-. Por si le interesa de algo mi opinión, sepa que esperaba mucho menos del amigo de Stille.

El "padrastro" de Gretchen enrudeció su semblante al lado de Ambroos, en un segundo plano, e hizo un amago de comenzar a protestar por razones más que obvias. El Presidente lo calló con un desmán de la mano.

- No dijiste nada de discursos ordenados y grandilocuentes- se limitó a excusarse-. Sólo de un guaperas sádico y funcional.

Stille parecía sin seguir muy contento, pero se cayó. Ambroos suponía que el Presidente lo estaba reduciendo a la mínima expresión, aunque seguramente su amigo no hubiese hablado con pelos y señales de las facultades de Ambroos, sólo aquellas que Jo Deng necesitaba tener para ser un "cazador nocturno" aliado con los Anarcos.

- Los Mercenarios y los Anarquistas siempre se habían mantenido neutrales entre ellos- explicó el presidente-. No tenemos alternativa. Puede quedarse con ese alemanucho y sacarle los intestinos a pollazos, si quiere, Señor Deng- por su tono de voz, no era algo que le pareciese preocupante-. Sólo le pediré un favor.

Se levantó y susurró algo al oído de un compañero. El mismo se levantó, rebuscó en una caja y tendió a Ambroos algo parecido a una pequeña hoz. Luego volvió sobre sus pesos y se sentó donde estaba.

- Se usa para castrar toros- explicó de forma breve el mandatario-. Es tradición en nuestra... asociación cortarles las pelotas a los pederastas y dejar que se desangren. Como animales.

Asintió sin más y pasó a un segundo plano.

- Ya habéis oído a Jo Deng- dijo a sus muchachos.

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10/02/2014, 19:10
Drike

Uno de los hombres más fornidos se levantó de su asiento en ese momento. Era un hombre visiblemente envejecido, con aire cansado y hastiado de la vida. Tenía el pelo ligeramente grasiento, oculto bajo un gorro de lana negra, y una poblaba barba algo recortada. Tenía las espaldas más anchas que nadie, incluido Ambroos, en aquella sala.

- Se te ha olvidado decir el nombre, Rayen- dijo mirando al presidente brevemente-. Pero supongo que no estamos aquí para hacer amigos- suspiró y comenzó a andar hacia Ambroos-. Yo soy Drike. Me encargo siempre de los explosivos- y final. Hasta ahí su presentación-. Iré a por mis chicos. Stille, llévame con el C4.

Tras ello, simplemente, pasó por el lado de Ambroos y bajó las escaleras, seguido por aquel particular Santa Claus. Veinte minutos más tarde, el hombre había dispuesto granadas para que cada hombre que fuese a entrar junto a Ambroos pudiese reventar una de las ventanas reforzadas o, en su defecto, volar un pedazo del tejado. Cada hombre tenía una pistola, un cuchillo, machete o derivados y, en los casos más capaces, una ametralladora o subfusil.

Ambroos entre ellos, armado con una clásica AK47 de las que no se encasquillan, una Baretta y un machete que le recordaba nostálgicamente al de Arjen Wolfzahn. A la orden de Drike, sus hombres se desplegaron como ratas alrededor del edificio, aproximándose para colocar o pegar las cargas explosivas.

Y mientras tanto...

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10/02/2014, 19:21
Administrador

Ambroos retiró la anilla de su granada y esperó con ella en la mano. Si la lanzaba demasiado pronto, rebotaría y destrozaría un pedazo de su propia fachada, detonaría en el aire o dañaría un lugar inútil. Si la lanzaba demasiado tarde, le podía reventar los dedos, la mano, el brazo, o incluso la cara. En el mejor de los casos, le lanzaría para detrás, tirándolo escaleras abajo en un salto con caída libre hasta la planta baja, reventándose los huesos contra las barandillas del hueco en espiral entre pisos de altura, hasta que consiguiese aferrarse a algo.

El saber que podía regenerarse le daba cierta seguridad, pero aún así miraba aquella bomba de diez segundos con palpable tensión. Contó hasta siete, enumerando con los dedos a los hombres en ventanas contiguas, y entonces la lanzó por la ventana con todas sus fuerzas, saltando tras ella en cuanto escuchó el sonido de fragmentación y pudo ver la vorágine de fuego ante sus ojos.

Sus pies corrieron sobre el aire, moviéndose para mantener el equilibrio en mitad de la nada, mientras saltaba el angosto espacio entre un edificio y otro. Atravesó las llameantes lenguas rojas, el humo gris y se hizo un pequeño corte en la mejilla con un fragmento de cristal que salía despedido. Y entonces aterrizó, rodando por el suelo, apagándose las pocas llamas que se le habían adherido al chaleco, y golpeó con un pie para frenar y levantarse, sacando el AK47 y empuñándolo con ambas manos.

Levantó, apuntó vagamente, cargó y apretó el gatillo, escupiendo una ráfaga de balas sobre el Mercenario de su derecha que se había cubierto frente a la explosión. Sintió el duro impacto de una bala contra su espalda, y otra, y otra, pero llevaba bajo la ropa kevlar reforzado. Unos centímetros más a la derecha y hubiese hecho reventar un monumento humano de C4. Así que se giró, echándose a un lado, y disparó una ráfaga lateral.

El hombre expulsó sangre por las heridas como corchos por una botella, y cayó al piso de abajo con la cabeza por delante al escurrirse por la barandilla de aquel piso superior. Una reja de metal, simple, que cubría los laterales del lugar, dejando el centro de la "pista de baile principal despejado". Las luces de baile no tardaron en hacerse aparecer, como punteros láser que brotaron de agujeros en el tejado que dejaban caer trozos de madera y piedra.

Más explosiones, en definitiva. Tenían solo unos minutos antes de que aquello se llenase también con los cañonazos de tanques germanos impulsados por orugas. Pero era tiempo más que suficiente.

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10/02/2014, 19:34
Diéter

Un Diéter amartilleó su pistola y pegó un tiro que impactó contra un trozo de metal. Miró a Ambroos con toda la rabia que fue capaz y apretó el puño de la mano que tenía libre, hasta dejarlo blanco. Mientras tanto, a su alrededor se sucedían una algarabía de disparos y regueros de sangre.

Estaba en el piso inferior, con su traje negro, su camisa blanca, y su corbata negra. Con sus zapatos negros, su tez bronceada, su rictus perfecto. Su cabello peinado, con ralla al lado. Y su anticlimática mueca de frustración entre tal grado de perfección estética. Claramente, no había previsto que Ambroos fuese a hacer algo tan elaborado. Seguramente lo había considerado tan estúpido como para, sin más, entrar por la puerta principal.

Señaló con la pistola a Tinna. Sí, a Tinna. La pequeña mina de oro con una hermana, Helghe, que, por suerte, no se veía por ningún lado. Lo único malo era que parecía inconsciente y que estaba en brazos de un hombre si cabe más corpulento que Drike. Y no por músculo, sino porque en su piel se adentraban barras de metal que le conectaban a un exoesqueleto bastante rudimentario, totalmente mecánico, con manchas de sangre seca en las "juntas". Un hombre de barba desigual, con mirada de demente, aparentemente solo unos centímetros más bajo que Ambroos.

Diéter negó con la pistola y retrocedió bajo el techo. Estaba amenazándole con matarla si se acercaba. No podía gritarle nada entre semejante estruendo. El sonido de los disparos, los gritos, y las explosiones. Ambroos volvió a disparar contra un hombre que le apuntó y sacó el cargador de la ametralladora, dejándolo caer al suelo, a sus pies, mientras metía otro y amartilleaba. Todo se decidiría en los próximos minutos.

Y entonces, el sonido. Una puerta de emergencia, soldada, reventó en pedazos. Stille se acercó al hueco, llevando a tirones a Meike, la pelirroja y claramente asustada Meike, y la dejó en brazos de un novato que la saco de allí mientras otros tantos irrumpían por el agujero, adentrándose como abejas en busca de la miel. Uno de ellos cayó con un tiro en el pecho, pero Stille se limitó a mirar a Ambroos desde la planta baja y señalarle con su arma el lugar por dónde se había escondido Diéter. Ambroos podría saltar sin problemas al piso de abajo, cual Icarus.

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12/02/2014, 12:03
Ruth Karsten

Ruth respiraba tranquila, por primera vez desde que tenía memoria, sentía que todo tenía como debía estar. Tumbada junto a su hermana entrelazadas, en paz. Le había contado a Ágatha el final de Axel, algo que no podría sacar nunca de su memoria, algo que la había marcado de por vida. No sabía si ese recuerdo era algo malo, que la perseguiría en sus pesadillas o, de lo contrario, algo bueno de lo que sentirse orgullosa, un triunfo. Al fin y al cabo, gracias a eso había conseguido salvar a su familia. Gracias a eso había conseguido lo que más anhelaba, su propia vida y libertad. Habían huido lejos, a otro sitio donde Ruth pudo estrechar su relación con su madre, ya no tenía sentido guardarle rencor; pasó sus últimos días a su lado, charlando o simplemente pasando el tiempo apoyada en su hombro, disfrutando de su olor a madre. Lloró su muerte, y la seguía llorando unos días después del funeral, pero se consolaba sabiendo que... pasó sus últimos días feliz, al lado de sus dos hijas. 

Pero no todo habían sido penurias, puesto que Gerard pidió la mano de Ágatha. Se iban a casar y ella iba a ser la madrina, tal vez esas han sido las mejores noticias que la muchacha había recibido en toda su vida. Se sentía orgullosa de que el hombre hubiese pedido la mano de su hermana. Nunca pensó que todo pudiese cambiar tanto, y con un resultado tan bueno. Por primera vez en demasiado tiempo, le encontraba sentido a su vida. 

Lo único que lamentaba al haber perdido la vista, era que no podría ver con sus propios ojos a su hermana llevar el blanco vestido de novia, ni como caminaba hacia el altar; pues el precio a pagar a cambio de su libertad había sido alto, Ruth ya no veía más que luces y sombras difusas. Eran las mismas que se podrían percibir tras una niebla muy densa o un velo demasiado tupido, translúcido. ¿Lamentaba haber perdido la visión? Por supuesto, más aún que su último vistazo al mundo fuese la cabeza de Axel siendo atravesada por una bala. Le hubiese gustado ver un amanecer, montañas, prados, la sonrisa de su hermana... ¿Se arrepentía por las consecuencias? Para nada, nunca lo haría. Su sacrificio había conseguido que su familia saliera de ese infierno... Y sólo por Ágatha estaría dispuesta a dar su vista, su vida y su alma. 

-El tiempo y nosotras...-repitió ella, mostrándose de acuerdo con ella. Suspiró y sonrió, tranquila.-Y ahora tenemos todo el del mundo...-añade, ensanchando su sonrisa. 

La muchacha consideraba que, en parte, esa pérdida había resultado ser un bien. Los ojos de Ruth sólo habían presenciado la miseria, la tristeza, las lágrimas habían empañado su mirada más veces de las necesarias... Perder la visión había sido un modo de dejar atrás todos esos recuerdos, todo lo que la había contaminado y corrompido. Ya se acostumbraba a su mundo de sombras y escalas de grises.

Al menos le quedaba el consuelo de contemplar el mundo través de los ojos de su gemela. Últimamente, recurría mucho a ese poder, le gustaba mirar lo que Ágatha. Sus ojos sólo habían contemplado la belleza, el lado bonito de la vida, y si se habían inundado de lágrimas, había sido de pura emoción. Era una mirada más cristalina, pura, limpia... Pero no siempre podría depender de la vista de su hermana. Aún esperaba que algún día pudiesen operarla y recuperar su visión, no sería la primera en hacerlo, ¿por qué no probar? 

Se giró, soltando el dibujo de Axel, sin importarle donde aterrizase. Palpó el rostro de su hermana, cada día se iba acostumbrando a percibir las cosas por otros sentidos como el tacto o el oído. Miró, entre la bruma y la niebla, la sombra de Ágatha, cerca de ella. Besó su frente con infinito cariño y afecto, cerrando los ojos y dejándose llevar por la emoción. Escuchaba el coche de su futuro cuñado, acercándose y aparcando.

Tras escuchar el rintintín en tono de voz de su hermana, comenzó a reír, reír de pura alegría. Se asombró a sí misma al comprobar que... casi había olvidado el sonido de su propia risa. Le dolían las comisuras de la boca, el abdomen, pero no le importaba, le gustaba ese dolor, le gustaba el motivo de su risa. Estrechó a su hermana mientras las lágrimas nacían de su rostro. Por fin sentía que ese vacío que había sentido durante toda su vida, se veía totalmente completo. No deseaba nada más.

-Sí, pequeña, sí...-dijo, una vez la risa amainó, poco a poco. Se limpió las lágrimas y continuó hablando, entre la risa, que entrecortaba sus palabras-... Pero dime que puedo ir con una camiseta de Nirvana y unos vaqueros desgastados. No me gustan los vestidos.-bromeó y comenzó a reír de nuevo. 

La única preocupación que tenía no era otra que no saber qué iba a ponerse el día de la boda de su hermana. Y le encantaba.

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13/02/2014, 11:35
Eugenius Novák

Las palabras de Fremont carecían de sentido en la mente de Novák. El genio sencillamente filtraba los datos irrelevantes para él, y ahora mismo el intento de llamar su atención por parte de Fremont era insustancial.

Había ganado. Sí, pero a qué precio. De una forma u otra había perdido a sus seres queridos. Su familia. Incluso Olga, a la que había llegado a apreciar. La hácker que le había suplicado que le llevara con él para huir de la ciudad. La hácker que había temido por su vida, y ahora Eugenius se daba cuenta de que con toda la razón del mundo.

El ánimo de Eugenius era sombrío, y lo iba a ser durante un buen rato. Por otro lado él estaba a salvo. Y Anne también. En cuanto el avió aterrizara se pondría en contacto con ella y procuraría que volara a los Estados Unidos junto a él. No quería perderla. Lo había decidido. Le pediría matrimonio. No estaba seguro de la respuesta de la joven, pero sí sabía que eso era lo que él quería. Pasar el resto de su vida con ella. Al menos en cuanto a temas personales se refería, era la que mejor conocía al científico.

Su mente voló de regreso a Ámsterdam. A las últimas horas en la ciudad, antes de coger el avión con Fremont. El interrogatorio, c0mrade muriendo, la huida. Todo ello sumado a lo que había ocurrido en días anteriores. La recompensa por su cabeza, el cazarrecompensas que le había avisado, su encuentro con los ecoterroristas y cómo había huido de los alemanes, su enfrentamiento con el Mesías. Y todos aquellos sucesos en tan sólo tres días. Tres días que habían dado para mucho, y que habían cambiado el rumbo de la historia.

Knochemann. Aquel individuo que ya había conocido después de su enfrentamiento con el Mesías. Si hubiera sabido lo que sabía ahora. Si hubiera sabido cuánto de máquina había en aquel ser. Lo habría destruido en el momento. Habría ahorrado mucho sufrimiento y muchas muertes. Habría salvado a Olga.

Pero a pesar de ser el ser más inteligente del planeta, no podía preveer el futuro. No. Para eso tenía que volver a contactar con la cría, Gretchen. Aunque dudaba que eso fuera posible. Con el caos que era la ciudad era tan posible que la cría hubiera muerto, como que fuera la nueva gobernante en unas horas.

Ahora, en cambio, su familia estaba desaparecida y puede que muerta. Para qué negárselo a sí mismo. No tenía mucho sentido que Knochemann hubiera dejado vivas a Ria y Liselote. Si lo había hecho, bien, mejor para el científico. Sería condescendiente con Wolf y no le haría sufrir demasiado. Pero si estaban muertas, cosa que era más que probable, aquel ser más máquina que humano sufriría una terrible agonía todo el tiempo que Novák fuera capaz de prolongarla. En casos como aquél la pequeña chispa de humanidad que había en el científico desaparecía por completo.

Escuchó su móvil. Dos mensajes. El primero de la hija de Vanderveer, una joven interesante a la que Eugenius tenía ganas de conocer, pero no era el momento. El segundo, de Olga. Algo hizo click en el corazón de Novák. No, definitivamente Knochemann sufriría. Iba a asestar otro golpe a los alemanes derribando a su paladín. Y luego otro, y otro más.

- Voy a volver. - dijo como seca respuesta a las palabras de Fremont. Parecía haberlo estado rumiando demasiado tiempo. Los dedos del genio se movieron para desplazar el alfil a la posición C4. Era evidente que Fremont reaccionaría a tal movimiento. O tomaba precauciones o Eugenius desplazaría su reina a la casilla F7 y le haría el mate del pastor, tremendamente conocido. Fremont era demasiado inteligente como para caer en esa trampa. Pero quizá Eugenius tenía una doble jugada en mente.

- Ayudaré al Pentágono en lo que necesiten para finalizar esta guerra. - afirmó. - Lo siento por sus compatriotas pero no van a ganar. - era una aseveración categórica. Como si pudiera ver con total claridad el futuro. - Pero cogeré el primer avión de vuelta a Ámsterdam, ya sea civil o militar. Debo buscar a mi familia. - omitió sus intenciones de finiquitar a Knochemann.

Eugenius se puso cómodo en su asiento, aun quedaban algunas horas de vuelo. Era mejor que se centrara en la partida si no quería que Fremont le ganara. Algo que sería una merma en el ego del genio. Ya pensaría en los siguientes pasos una vez hablara con los yankis.

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14/02/2014, 01:27
Ambroos Janssen

El asalto fue como la seda. Janssen se había limitado a escuchar la luz verde de Rayen, a dar cuatro comando a los anarquistas y a abrir el camino como un corredor olímpico con la antorcha. El resto, había sido la simple y llana guerra. Disparos, heroicidades. Muertes sin sentido, pruebas de poder. La caza guiada por dos seres humanos que quieren, sencillamente, destruirse el uno al otro. Sin grandilocuencias, sin razonamientos.

Los nazis habían destruido la idea de guerra, de un hombre combatiendo contra otro con la desesperación, la táctica y una valentía carente de todo sentido común.  Lo habían hecho en la Segunda Guerra Mundial y, ahora que veía a aquel hombre fusionado con una máquina, dejándose vencer de manera cobarde por la fuerza de la tecnología, Ambroos supo que lo habían vuelto a hacer. Habían vuelto para mear en las cenizas. Esclavos de un teléfono móvil, esclavos de un máquina de matar.

Este asalto animal, rabioso, sin más tecnología que un reloj de pulsera, era un canto a esos enfrentamientos tan absurdos como llenos de épica y humanidad. Un símbolo que pasó totalmente desapercibido para Janssen. El tiempo que nunca había sabido controlar entre dos agujas, el tiempo que se había hecho tan extraño y ajeno con su mutación, era ahora el que le daba el placer en medio de la lucha. Era el que, ojalá, les daría la victoria.

Mirando a Dieter, el proxeneta ignoró la bala que pasó cerca suyo y se mantuvo estoico cual gárgola vigilante en la pared de una catedral, una bestia pecadora que amenazaba a los de su condición. Con la lentitud que toma la vida en los momentos importantes utilizó el pulgar para pasarlo limpiamente por su cuello, mientras la banda sonora de pólvora y sangre abrazaba el gesto. Una declaración e intenciones, una promesa. Guiado por el sentido común, Dieter se guareció bajo el tejado, alejándose de la vista de Janssen que, como un moderno vengador nocturno, cazaba a los criminales desde las alturas. Aunque Batman nunca tuvo un sótano lleno de cintas como oda al sadismo y la desfiguración.

El cuchillo de Rayen temblaba en su bolsillo, casi gritando por cumplir su cometido, reverberando. Escupiendo al suelo como signo de rechazo a todo y todos, Ambroos saltó al segundo piso librándose de toda duda, como si fuese un salto de fe, dejando que la sed de venganza le guiase con un brillante faro hacía su destino. Dieter iba a morir. La Máquina iba a morir. Quizás, él también iba a morir.

Pero ¿que importaba? Había perdido demasiado el norte esas últimas semanas. La niña. El Gobernador. Arjen. Ese capullo prepotente de Novak. Tanta cosas que nunca le habrían importado. Era hora de volver a encontrarlo, de encontrarse...o perderse del todo.