Partida Rol por web

-Me temo que no abundan las monedas en nuestros bolsillos, pero cierto es que venimos de familias humildes y sabemos que a nadie puede negarsele una hogaza de pan en momentos de necesidad.

Cuidadosamente rompo un pedazo de pan seco de mi zurrón y antes de acercarme a él lo observo con atención.

El chico notaba como sus compañeros se relajaban un poco. Pero el no seguía el mismo patrón... Era cierto que aquel pobre hombre parecía cansado de un largo camino y que ,simplemente, pidiera algo que llevarse al estómago. Pero Gonzalo también sabía que, en ocasiones, un buen "anzuelo" se podía utilizar para conseguir un buen botín. Era posible que aquel "pobre hombre" solo fuera el reclamo para que alguien con buen corazón acabara cayendo en algún tipo de trampa.

Cierto: Gonzalo era un desconfiado... pero había utilizado aquella misma técnica en muchas ocasiones para robar alguna moneda de las buenas gentes que sucumbían a la tristeza de algún niño llorón, con quién habían acordado repartirse el botín del engaño.

Se mantuvo alerta en todo momento y, sin saber aún porqué, se situó cerca de Mara. Puede que para protegerla?

Te percatas, justo antes de que os aproximéis del todo, de que en la voz del hombre hay un "nosequé" que te hace desconfiar. Pese a tratar de sonar calmado, como un mero mendigo, has percibido en su voz un leve matiz que te ha puesto alerta. ¿Será un loco? ¿Un enfermo? Fuera lo que fuese, estabas segura de que no era de fiar.

Tus compañeros parecían no haber percibido nada de nada.

Algo en aquel extraño no acaba de convencerme. No sé si era su aspecto siniestro... no, más bien era el tono de su voz. Había algo en su forma de mendigar que me producía una enorme desconfianza. Vi que Gonzalo se acercaba a mí con la misma aparente desconfianza que yo hacia ese hombre. Le agarré del brazo discretamente y me acerqué a él para hablarle sin que el extraño pudiese oírnos:

Tengo un mal presentimiento. Hay algo en su forma de hablar que... Tengo la sensación de que estamos en peligro.

Sin embargo, Agustí parecía dispuesto a ofrecerle su ayuda. Intenté susurrarle algo a la oreja de Agustí sin que el viajero lo notase, pero era difícil saber si se percataba de algo bajo aquella capa:

Tened cuidado, Agustí. Hay algo que me escama. Deberíamos seguir adelante.

Justo cuando iba a acercarme al extraño, Mara me advierte de qué algo extraño hay en él y me detengo. No suelo fiarme de las intuiciones ajenas, pero ciertamente el hombre tiene un aspecto digno de desconfianza. Pero lanzarle el pan al suelo como si se tratara de un animal es algo que va más allá de lo que permite mi escasa educación. Atento a cualquier movimiento extraño y con mi espada al alcance de la mano estiro el brazo y le ofrezco el pan.

-Tenga. Coma algo y nosotros proseguiremos con nuestro camino. Debemos llegar a Amposta cuanto antes y no podemos demorarnos más.

El hombre estira la mano...

Y lo que veis no os gusta. Tiene la piel destrozada, escamada, llena de pústulas y manchas... No os cuesta reconocer en aquella mano y en lo poco de su brazo que os ha dejado ver al estirarse para coger el pan los estragos de la lepra.

En ese momento, el hombre se retira la capucha. Su rostro está completamente destrozado por la lepra. Los ojos están inyectados en sangre, y os mira con odio, con ira, con una expresión de loco que os hace dar a todos un paso atrás.

-¡Malditos agarraos! ¡Malditos muertos de hambre! ¿Un trozo de pan? ¿Un peazo pan es to? ¡Ya os enseñaré lo que es pasar hambre por gente como vosotros tos!

El instinto de Mara no la había alterado para nada. El hombre estaba loco, posiblemente enloqueciera tras enfermar de lepra.

El agote tomó con firmeza la vara y se bajó de la piedra, amenazante.

-¡Malditos toos! ¡Ya os enseñaré yo! ¡Malos cristianos!

Comienza a avanzar furibundo hacia vosotros.

Mi intuición había sido acertada, pero al ver la reacción del hombre, me asusté y di un paso atrás. Por un instante me quedé pertificada, sin poder articular una palabra.

¡Agustí, aléjate de él, por favor!

Maldije para mis adentros el no haber hecho caso de la intuición de mi compañera y me apresuré a desenfundar mi espada esperando que la visión del arma fuese suficiente para que el hombre cesase en su ataque. Aunque realmente su pésimo estado físico y mental no daba garantías de nada.

-¡Apartate de mi, maldito loco, o no dudaré en ensuciar mi espada con tu sangre! -Grito mientras desenfundo mi espada y la coloco ante mi amenazadoramente.

El rostro desfigurado de aquel viejo, pilló por sorpresa al grupo. Por mucho que hubiera visto Gonzalo, ver la cara de aquel leproso le provocó en la boca del estómago en amargó sabor a bilis.
Pero no era momento de vomitar lo poco que había almorzado, si no que ponerse en guardia ya que aquel hombre parecía estar completamente loco.

-Viejo podrido, no des un paso más! -gritó intimidatoriamente Gonzalo al ver como Agustí dejaba ver su espada.

Pensó en decir alguna cosa más, pero dedujo que el leproso no estaba en condiciones de entrar en razón y menos de tranquilizarse.
Lo que sí que tenía claro Gonzalo era que no quería que aquel enfermo le pusiera una mano encima. Mientras Agustí disponía de una larga espada, El muchacho solo disponía de un cuchillo... poco cosa para aquella situación. Así pues, lo primero que hizo es coger una piedra del suelo y, en caso de ser necesario, utilizaría al viejo leproso como diana.

Tengo que admitirlo: me asusté mucho cuando el extraño comenzó a gritarnos. Desenfundé la daga que llevaba en la media y, antes de que me diese cuenta, me había puesto por delante de los muchachos, dispuesta a atacarle. No era dueña de mí, nunca me había visto en una situación semejante, y me dejé dominar por el pánico. Y, claro está, lo que hice no sirvió de nada. Al intentar asestar un golpe de manera tan incontrolada, fallé. Intenté retroceder en seguida, antes de que el hombre tuviese tiempo de devolverme la jugada, y rogando a Dios que mi error no trajese más problemas a mis amigos.

Mara se precipita debido a su nerviosismo y se pone en peligro al acercarse tanto al extraño; Ahora la situación se ha vuelto complicada y la única solución que veo es acabar con su miserable vida antes de que se lleve a alguno de nosotros por delante con su locura. Con una habilida dinesperada incluso para mí, blando mi espada y le doy dos certeros golpes.

El primer golpe de Agustí, el Agote encapuchado lo para con un ágil movimiento de su palo. Dicho palo queda mellado pero, en contra de lo que se supondría lógico, aguanta el envite sin romperse.

No obstante, el encapuchado no se esperaba la desenvoltura con la que Agustí volvió a asestar otro mandoble, y ni siquiera le dio tiempo a esquivarlo. Cabe decir en su defensa que Agustí había hecho un alarde de destreza más propio de un auténtico espadachín que de un mero bandido, y empuñando la espada cual certero esgrimista, alcanzó de pleno a su rival en la pierna derecha, a la altura del tobillo...

Digamos que ver cómo un pie se separa del resto de la pierna es, cuanto menos, desagradable. Y a juzgar por los alaridos del hombre, también debe ser "ligeramente" doloroso.

Agustín había conseguido provocarle un buen tajo en el pie derecho, haciéndolo caer al suelo como si un títere sin hilo se tratara. Pero no había momento para pensárselo dos veces. Antes de darse cuenta, la piedra que había tenido en sus manos ya volaba en dirección al alocado enfermo.

Puede que, algunos segundos antes, Gonzalo hubiera frenado su ataque al ver aquel pobre hombre caer al suelo con aquella amputación que, seguro, le provocaría una muerte lenta e impasible. Pero los sucesos se habían secuenciado con demasiada velocidad como para meditar con calma las acciones.

Lo hecho, hecho estaba...

Pero la piedra pasó a unos palmos del cuerpo del anciano. La trayectoria de su lanzamiento era la correcta, pero tras el efectivo ataque de su compañero Agustín, el objetivo había caído a plomo al suelo.

Gonzalo se agachó para coger otra piedra del camino y se preparó para, si era el caso, darle el golpe de gracia al enfermizo anciano.