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Hubo que seguirle la juerga al noble durante unas cuantas horas más, pero por fin os permitió ir a acostaros, no sin antes tratar de ofrecerle proposiciones a Silvana y, en un alarde de alcoholismo, a Agustí. Ambos lograron rechazar las insistentes propuestas y regresar a sus aposentos de la posada con el fin de dormir algunas horas antes de partir al Palacio de Valencia.

Amaneció una buena mañana y con ella las ganas de proseguir con las andanzas. Charles de Lupo, que se había retirado antes, fue el encargado de levantaros de vuestros camastros y obligaros, no sin reticencias por vuestra parte, a abandonar los lechos para tomar un desayuno y partir sin más que unas cuatro horas de sueño sobre vuestras cansadas espaldas.

Pero... ¡Quedaba tan poco de camino! Y las palabras del noble Víctor de Tortosa no habían podido resultar más esclarecedoras. Ahora partíais en busca de un objeto sagrado, pero después debíais recuperar uno infernal. Y no había lugar más infernal sobre la Tierra en aquellos momentos que la asolada ciudad de Tortosa de la que buena parte del grupo bien se había apresurado a abandonar tiempo atrás.

Bajo un desagradable sol de justicia, vuestros caballos os llevaron al Palacio Real de Valencia, magnífica construcción de considerables proporciones y lujo sin parangón a ojos de gentes acostumbradas a la sobriedad de una miserable choza o del aposento de un criaducho del tres al cuarto.

A las inmensas puertas de palacio hay apostados varios guardias, así como un par de no muy diestros arqueros bastante adormilados en las almenas. Parecen estar más relajados de lo que cabría esperar de un lugar como aquel.

Las pocas horas de sueño afectaban a Gonzalo más de la cuenta. Y para más desgracia, lo poco que había cerrado los ojos había sido para alimentar pesadillas sobre lo comentado la pasada noche en la posada: calles atestadas de cadáveres, miradas sin vida que te perseguian, abrazos escalofriantes de la muerte...

Durante el camino había estado callado, pensativo, recordando todos y cada uno de los pasos que había caminado para llegar a aquella situación. Y sin saber como, se encontró en las puertas del palacio de Valencia.

Aquella fortaleza era enorme, majestuosa, poderosa... Gonzalo se quedó maravillado al ver aquel edificio.

Pero un destello le despertó del estado pasmoso en el que se encontraba.

-Y es aquí donde debemos entrar... Alguien recuerda el plan para entrar que habíamos planteado?

Agustí acaricia la empuñadura de su espada, un gesto que repite a menudo desde que salieron del cautiverio del Papa Luna, y mira de reojo a Silvana.
-Creo que tenemos un nuevo plan con el que no debería ser muy difícil entrar. Aunque no me toca a mi ir a hablar con los guardias de la puerta.

Sebastian apoyó afectuosamente su única mano en el hombro de la Planera.

-Silvana, muchacha, tu conseguiste la misiva de Victor de Tortosa para la favorita del señor del castillo, Silvina de la cara bonita ¿Deseas hablar tu misma con los guardias o prefieres que seamos el padre Hernan y yo quienes nos encarguemos?-

Mire a los guardias y a los arqueros, se les veia mas, con ganas de descansar, que de enfrentarse a unos pobres viajeros como nosotros. De todas formas no habia que confiarse.
Escuche al Manco, mientras justo pensaba que mejor que no fuera yo quien me encarase a los guardianes. La misiva tenia el mismo valor en mis manos que en las de cualquiera de los otros, yo era una mujer y sabia perfectamente lo que podia pasar.

-Toma, utilizadla bien- entregue gustosa la carta que habia escrito Don Victor, a Sebastian. Preferia quedarme en un segundo plano y que los guardias no repararan demasiado en la unica mujer que formaba parte del grupo. Si eran listos sabrian sacar provecho de la carta- Preguntar por la criada o lo que os parezca pero tratad de parecer importantes

Por fin uno de los guardias de la puerta se percata de vuestra presencia. A toda prisa se pone en pie, perfectamente erguido, cuadrado cual brillante guerrero -cosa que se ve a kilómetros de distancia que no es- y golpea en el pecho a su compañero de fatigas para instarlo a que proceda del mismo modo.

Cada uno de ellos, con una lanza en la mano tan tiesa como sus cuerpos, os dedican una mirada de curiosidad. El que se cuadró primero es el que os habla al veros acercaros.

-¿Quién va? ¡Identificaos inmediatamente! ¡El Palacio Real de Valencia no hospeda a peregrinos, luego si buscáis cobijo, volveos por donde habéis venido!

Los dos arqueros de las almenas, por si las moscas, preparan sendas flechas en sus tensos arcos, aunque de entrada apuntando al suelo. Nunca se sabe de quién puede tratarse, así que prefieren mostrarse en guardia, aunque por vuestras pintas más bien parecéis un grupo de peregrinos o de comerciantes que de mendigos pidiendo limosna o de villanos con la intención de asaltar el castillo.

Pero claro, nunca se sabe...

A Gonzalo, aquella muestra de agresividad por parte de la guardia (por torpe que fuera), le puso nervioso. Seguramente por el objetivo que los llevaba a Valencia y su peligrosidad. Puede que sus vidas estuvieran en juego...

Se puso tenso y pensó en dejar llibre su labia para dialogar con aquellos hombres. Pero decidió que no era el momento de tomarse ciertas libertades y optó por dejar a otros que salieran adelante en la negociación para entrar en la ciudad. Además, él no tenía la carta que les serviría de salvoconducto para traspasar aquellas puertas.

Así pues, el muchacho esperó a que Silvana apareciera como portavoz de la comitiva.

-Sujeta tu lengua, patán!!!- Replicó con inusitada violencia Sebastián

-¿Con quién te crees que estás hablando? ¿Con la misma escoria de la porqueriza en que te criaste? Todavía acabarás la noche en el cepo por tu insolencia y reza porque no haga que tu señor te arranque tu apestosa piel a tiras con un látigo.-

Exibió la carta ante sus ojos. No esperaba que supieran leer, pero confiaba en que reconocerían el sello.

-Somos enviados de Don Víctor de Tortosa con una importante misiva. Puede que nuestras ropas de viaje estén algo manchadas por el polvo del camino, pero... ¿Han puesto un guardia tan lerdo que no distingue la hidalguía cuando la tiene ante sus ojos? Mostrad respeto o lo lamentareis!!!

El guardia se acerca a Sebastián con cierto recelo y toma la misiva. Al ver el sello del noble abre los ojos como platos y te devuelve la carta.

Con un gesto a mano alzada ordena a todos los demás que bajen sus armas, orden que todos los demás acatan al momento, dejándose acosar de nuevo por la somnolencia.

-¡A fe mía que tienen razón! ¡Disculpen ustedes, caballeros! ¡Con tanta roña sobre sus ropas yo creí... ¿Quién iba a suponer...? De todos modos, no sé a quién pretenden encontrar en palacio. El rey hace meses que no lo pisa. Apenas hay criados ni nadie de interés. Quitando a Antonio Sanz, capellán mayor de la capilla, pocos más seres preclaros hallarán en estos muros.

Las grandes puertas comienzan a abrirse para vosotros con gran lentitud.

-Pasen, pasen. Si quieren hablar con Antonio, lo hallarán en la capilla, al fondo de palacio. A la derecha están las alcobas del monarca, y a la izquierda hallarán la recepción del castillo. Alguien habrá que pueda acompañarlos a un aposento medianamente limpio, si es que se han limpiado desde que nuestro rey no nos honra con su presencia.

Agustí se sonreía para si mismo. No solo habían entrado en el palacio si no que aquél guardia patán iba a llevarles directamente al cáliz.
-Creo que iremos a hablar con Antonio Sanz para presentarle nuestros respetos y realizar las ofrendas justas por su hospitalidad.
Miró al resto del grupo en busca de asentimiento.

La soltura, el desparpajo y la seguridad de Sebastian despertaron mi admiracion, aquel andrajoso habia tenido las agallas suficientes como para plantar cara a los guardias. Reprimi una sonrisa cuando escuche su discurso y vi lo facil que le habia resultado engañarlos.
-Vamos, vamos! susurre en voz muy baja cuando nos invitaron a pasar.

Entráis en la capilla que se veía al fondo de la fortaleza, un edificio circular de grandes proporciones y exquisita factura.

Nada más entrar por las magestuosas puertas de madera, veis que lo que la guardia ha llamado capilla es de tamaño equiparable al de cualquier otra iglesia, sino mayor. Dos largas hileras de bancos reposan a ambos lados de un pasillo central exquisitamente decorado con una alfombra roja de textura aterciopelada. Aunque la estancia es muy, muy oscura, penetra algo de luz a través de las vidrieras a ambos lados de la capilla, representando imágenes cristianas, la mayoría de las cuales ni os sonaban -salvo, claro está a De Lupo y a Gamboa, capaces de encuadrarlas al instante en el pasaje de La Santa Biblia al que pertenecían-.

A la derecha del todo, entre dos vidrieras y al amparo de la penumbra, se vislumbran varios cubículos de madera, confesionarios con tupidas cortinas granates a modo de puerta.

Al frente percibís el altar sobre una especie de plataforma de medio metro de altura aproximadamente, perfectamente visible desde cualquier rincón de la capilla. Tras el altar hay un ornamentado armarito de madera y una inmensa cruz con un no menos gigantesco Jesús clavado en ella.

Y a la izquierda, bien visible bajo una vidriera con la imagen de una especie de bella mujer alzando en brazos a un recién nacido sano y sonriente, reposa una vidriera con reliquias. Pergaminos, crucifijos de oro, un cáliz que vale más que todos los objetos que lleváis juntos y... Y otro cáliz, sin duda el que habíais venido a buscar.

La iglesia parece vacía, o al menos no se escucha un alma en la estancia.

-Mirad, allí.
Susurro para que mi voz no resuene en la enorme sala mientras hago un gesto de cabeza hacia el cáliz.
-Si es eso lo que hemos venido a buscar deberíamos actuar con la mayor rapidez. Pero antes habría que asegurarse de que ese clérigo no anda por aquí cerca o dará la alarma y podríamos tener problemas. Esos guardias pueden ser muy estúpidos, pero sus lanzas y espadas matan igual que todas las demás.

-Madre de diossss...- susurró Gonzalo al entrar en aquel majestuoso edificio. Nunca había estado en un lugar de tan grandes dimensiones y  el muchacho se sentía abrumado por tanta opuléncia y divinidada en cada uno de los rincones de aquel lugar.

Parecía un niño que paseaba por primera vez por una feria itinerante, maravillándose de todas y cada una de las actuciones que entraban por sus ojos. Gonzalo no paraba de mirar de un lado para el otro, reprimiendo un "oh" constante frente a lo que estaba observando.

Pero los ojos se quedaron clavados en el altar del templo: los crucifijos de oro y el cáliz del que debían apoderarse. Algo se despertó en su interior...un sueño, una esperanza, un deseo.

Sería posible que, por aquellas cosas, uno de los crucifijos cayera "descuidadamente" dentro de su macuto? Aquello podría sacarlo de su vida de nómada buscavidas y poder vivir con comodidades más que suficientes. Y podría dar a Mara lo que deseaba: una vida sin preocupaciones.

Agustí atrajo la atención de Gonzalo.

-Como?...eeeeehhhmmmm...sí, sí... Los guardias. Es este el mejor momento para agenciarnos del cáliz? Puede que de noche, tengamos algo más de "facilidad" para movernos sin ser vistos. No creéis?

El mendigo se sintió tan maravillado ante la majestuosidad del lugar que se le humedecieron los ojos. Se santiguo e hizo una señal a sus compañeros para que se acercaran.  

-Cuanto más tiempo pasemos aquí dentro, mas fácil será que descubran nuestros embustes y no creo que den buen trato a aquellos se cuelan en el palacio real. Como poco nos darán martirio antes de quemarnos vivos o empalarnos en una pica roma. Debemos hacer caso a Agustí y darnos prisa.-

Miro a los confesionarios primero con desconfianza y luego con astucia.

-Silvana moza, si hay algún sacerdote en alguno de ellos deberías distraer su atención confesándole con pelos y señales la terrible lascivia que llena tu corazón y te hace desear ardientemente a los que visten traje talar.- Le guiñó un ojo.

-Gonzalo y yo podemos recoger el cáliz mientras los demás os ocupáis de quitarnos de encima a cualquier curioso.-

Tenia claro que cuanto antes cogieramos lo que buscabamos mejor. El caliz estaba junto a otras reliquias, de haber sido el unico objeto que contenia la vidriera la falta hubiera sido mas evidente, pero asi, mezclado con todo lo demas seria mas dificil echarlo de menos a simple vista. Susurre muy bajito dispuesta a seguir con el plan.

-Coged el caliz sin llamar la atencion, yo echare un vistazo por aqui -me acerque a los confesionarios por si el cura de la capilla estaba en ellos, mire hacia la penumbra y busque en las zonas mas oscuras de la iglesia por si el clerigo nos observaba desde algun rincon, y mientras tanto en mi cabeza iba barajando las distintas escenas con las que nos podiamos encontrar en adelante, preparando una salida para cada una de ellas.
Mis pasos apenas se escuchaban mientras exploraba el templo.