Partida Rol por web

De a pocos fui quedándome dormida, cola esperanza de consiguir esa nueche'l descansu que tanto precisaba. Pero nun diba tener esa suerte, pos les imaxes volvieron asaltar los mios suaños tan claros como si fueren reales. Sin embargo sabía que nun lo yeren.

Solmenada⁽¹⁾ por un suañu intranquilu, removíame nel suelu a midida que la secuencia la visión diba asocediéndose. Yera capaz de sentir caúna de les sensaciones que les imaxes tresmitíenme. Vía con claridá cada detalle, podía aspirar los golores que trescalaben⁽²⁾ l'ambiente del caserón, escuchaba los soníos que llegaben hasta mi y sufría cola escena que taba contemplando.

Enfermedá, decadencia, muerte, rabia, vengación... Había muncha desesperación, muchu odiu zarráu nesi suañu, tantu que la mano del malinu tenía que tar detrás de too aquello.

Pero lo peor vinu cola reconocencia d'aquella figura embozá. Reconocencia que vinu con tal fuerza que consiguió arrincame del suañu hasta espertame, envuelta en sudores a pesar del fríu de la nueche, jadeante, angustiá y medrosa. Nun sabía si glayara⁽³⁾ pos la mio intención había sio esa, pero al mirar al mio alredor y ver al restu de los mios compañeros dormíos dime cuenta de que nun emitiera soníu dalgunu.

Namáx Lázaro manteníase despiertu. Reparé'nel durante unos segundos a la lluz de la foguera, mientres la mio respiración diba normalizándose al igual que'l llatíu del mio corazón. El so semblante mostrábase concentráu, pero tamién preocupau, cola mirada fixa nel escuru horizonte.

Ensin facer ruiu llevanté pa xunime a la so vixilia, non ensin antes echar una mirada roceana⁽⁴⁾ a Blanca que paecía sumida nel suañu reparador qu'a mi me taba faltando.

Sentía les ropes aún húmedes y el cuerpu ríxidu, asina que tuvi que facer un esfuerzu pa caminar ensin espertar al restu hasta que llegué al pie de Lázaro.

—Yá te dixi que nun dormía mucho. —Bisbisé mientres intentaba esbozar una sorrisa cansá... bien cansá. Dexé analayar⁽⁵⁾ la mirada nel mesmu horizonte qu'él tuviera observando—. Preocúpate algo. —Nun yera una pregunta, más bien yera una afirmación.

Fue cuando eché la última ración de hojarasca al suelo, tomada de aquella ramas entrantes en el templo, cuando noté que uno de ellos estaba despierto. Era Nela. Su inconfundible mirada hacíame desde hacía ya unas horas pensar en dos cosas: o procurábame ternura o bien preocupación. Y dada aquella situación, que cuando vi que se me acercaba con la frente un poco sudorosa, me sobresalté un poco.

Ya veo que dormir no es lo vuestro -le respondí-. Entonces dejé de mirarla y miré al horizonte, a través de una abertura por la que también entraban raíces visibles y algunas ramas. Ahí afuera... hay algo. Lo presiento, lo sé.

Recordaba entonces la vida que tuve con mi hermano y mis padres tiempo atrás, cuidando ovejas. Ya sabíamos cuándo podría llegar un lobo y encargarse de una oveja, y que allí estábamos para darle el suyo merecido. Y también sabía cuán ruidosos eran algunos viajeros, incautos u osados, a los que hube de robar para poder subsistir. Pues un intruso similar estaba esta noche con nosotros. Parecía que Inaciu no era sino un pájaro de mal agüero.

Quédate aquí, Nela, unos instantes -le pedí-. Voy a salir afuera a ver si veo algo... Ahora vuelvo.

Tomé pues mi arco, cogiendo ya una flecha y manteniéndola junto a la cuerda, cargada pero sin ser tensada. Avancé entre mis compañeros con cuidado de no pisar a ninguno de ellos ni el fuego.

Mostró arrojo y valentía el tal Lázaro al adentrarse en aquella espesa oscuridad, más debía éste de estar bien acostumbrado a tales lides, pues no tembló su pulso ni flaquearon sus pasos al hacerlo...

Todo, todo lugar donde no alcanzaba la luz que emanaba de la hoguera estaba sumido en sombras. Toda la espesura había adquirido una brumosa irrealidad que emborronaba su naturaleza e invitaba a la imaginación a volar y fantasear. Tus pasos valientes te llevaban en dirección a lo desconocido, pero a medida que te alejabas de la hoguera las sombras se hacían más densas y el aire más impregnado de crecientes temores. La oscuridad parecía dominada por sombras amorfas y necrófagas que, como si tuvieran vida propia, danzaban bajo una pálida luna menguante.

Un escalofrío recorrió tu cuerpo. Lo que fuera que había allí fuera, debía ser algo antinatural...

Salí afuera y miré al cielo. Los truenos habían cesado, y por tanto, ni las nubes reflejadas podía yo ver ahora allá en el cielo. De la misma forma que nos preguntábamos por las estrellas, éstas debían estar preguntándose por nosotros. Pero nosotros estábamos en el lado maldito, allá abajo; algo delante de mí se cernía ¡lo sabía! Ni un fuego lacerante ni un lobo salvaje, aquello serían nimiedades al lado de ésto. Y sin embargo no sabía exactamente qué era. Lo que si sabía esque aquello no era pura sugestión, y andúveme de estar tentado por rezar que aquello fueran los dos maderos bien erguidos y poco tronchados que protegían al que me dió las dos doblas, que para mí quisiera yo ese vano temor; que comparado con aquella duda no se hacían sino inmensamente pequeños e insignificantes.

¡Pardiez, Lázaro! -me acordé de nuevo de Inaci-. ¡Santo Dios! ¡Dónde te has metido! ¿En qué lugar estamos? ¡Tenía ese carretero razón?

Y mientras pensaba todo ésto, que ni me di cuenta, que estaba ya en la puerta del templo, entrando de espaldas de nuevo, sin intentar escudriñar mucho más en la inmensidad de la negrura asturiana.

Nada tardó Lázaro en tornar junto a la seguridad que la hoguera reportaba. Y lo hizo éste con semblante sombrío y rostro desencajado similar al que mostraba Nela cuando su abrupto despertar se presentó ante ella.

Tras la breve expedición del bandido y al juzgar por la expresión que éste traía, quedaba claro que "algo" rondaba allí fuera. Y lo hacía en la lúgubre oscuridad de aquellos bosques astures donde la naturaleza, las bestias, y quién sabía que extrañas presencias, se imponían como dueñas del lugar.

Algo ocurría, pues Lázaro y Nela estaban despiertos y sus rostros, sudorosos y desencajados, reflejaban un miedo invisible y poderoso mientras sus ojos intentaban escudriñar la oscuridad que se extendía más allá de la hoguera.

Y es que después de unas pocas horas el fuego ya no calentaba mucho, pues las ramas y las hojas secas que habían reunido ardieron poco tiempo, y aunque Lázaro añadía de tanto en tanto algo de combustible a las llamas, no fue suficiente. El frío de la noche ascendía del suelo, ateriendo los cansados cuerpos que intentaban, en vano, hallar merecido reposo y descanso. Con los músculos entumecidos y los huesos calados al punto de sufrir ya incómodos pinchazos, fueron despertándose, irremediablemente, todos y cada uno de los hombres y mujeres allí reunidos.

...Y fue entonces cuando lo percibieron.

La oscuridad, la espesa negrura que poco a poco iba reclamando el lugar, parecía mirarlos. Una sensación de presencia se apodero de todos haciendo que se les pusieran los pelos de punta y se les erizara la piel. Había algo en aquel lugar que olía a miedo y a muerte. Casi se podía sentir el acre efluvio de horror que traía la brisa. También los caballos lo percibían. Relinchaban quejumbrosos pateando el suelo con los cascos y miraban hacia la oscuridad que los rodeaba más allá de la hoguera, con los ojos en blanco. Los animales estaban cerca de la naturaleza, como lo estaba Nela, la joven y silenciosa curandera procedente de la soledad de los montes y bosques. Los sentidos de las bestias, al igual que los de la muchacha, percibían el aura maligna con más nitidez que los demás allí presentes.

La tensión se apoderó de todos los miembros de la compaña que, apiñados alrededor del fuego, sentían la imponderable amenaza que parecía rondar por la atmósfera. De repente, y sin que nadie lo esperara, se dejaron oír unos sonidos vocales sordos, cascados y roncos que jamás olvidarían los integrantes de aquel viaje. Pues semejantes sonidos no podían proceder de ninguna garganta humana, pues los órganos vocales del hombre no son capaces de producir semejantes atrocidades acústicas. Más bien se diría que habían salido del mismo Averno. Aunque casi sería erróneo llamar a semejantes atrocidades sonidos, por cuanto su timbre, horrible a la par que extremadamente bajo, se dirigía mucho más a lóbregos focos de la conciencia y al terror que al oído; pero uno debe calificarlos de tal, pues su forma recordaba, irrefutable aunque vagamente, a palabras semiarticuladas...

Los gritos inhumanos me despiertan y me hielan la sangre. Dios bendito, que clase de maldad esta atrapada en estos muros?. Me aprieto de forma instintiva a los cuerpos de mis compañeros,  apiñados como estábamos para guardar el poco calor que habia desprendido al hoguera.

Sólo soy capaz de echar mano de mi rosario y ponerme a rezar plegarias para que Dios nos proteja. Solo Él puede protegernos de cualquier mal, solo Él sabra sanar nuestros males

El sonido de las voces hubo de arrancarme del sueño inquieto en que me encontraba. No podía conciliar del todo, pues la humedad, el frío y los innumerables temores que nos atenazaban eran malos compañeros de descanso. Cuando abrí los ojos, aún era de noche, y el fuego que habíamos encendido a tan alto precio se había apagado casi por completo. Pensé que quizá habría sido más sabio buscar maderos húmedos en el exterior, pues tal vez el mejunje que había sacrificado por encender el fuego los hubiese hecho también arder. Mas ya no había ocasión de lamentar tal cosa, pues tarde era, y una nueva preocupación se añadía a las que ya teníamos.

El susurrante sonido llegó de nuevo a mis oídos, y supe que no lo había soñado. Me incorporé con rapidez, mirando en derredor, mientras veía que mi señor también se había despertado. Me sentía débil y aturdido, mas hube de conservar la calma, pues no me era del todo extraño hallarme en presencia de fenómenos inexplicables, aún cuando el desafío que estos hacían de la razón me turbara. Me acerqué al fuego, buscando algo que pudiese iluminarnos, quizá un madero aún candente, al que le quedara un sobrante del que agarrar. Entre tanto, miré a nuestro alrededor, aún alerta.

- Mi señor. - dije a don Pelayo - Credo que habemos ido a parar a un lugar maldito.

Parecía innecesario decirlo, y sin embargo, así lo hice. Quizá la fe de don Pelayo pudiera protegernos, pues no conocía yo ciencia que tuviese respuesta ante maleficios y otras desgracias. Rebusqué, sin embargo, entre mis bártulos, pues allí podía encontrar ciertas respuestas...

Ciertamente, me sentía cansado. Desde que, horas atrás, sintiera morir mi fe en la ciencia de lo mundano, no creía ser capaz de hacer gran cosa. Mis pociones y ungüentos habíanme parecido inútiles, y no podía yo comprender porqué, de repente, no confiaba en aquello que tantas veces me había salvado. ¿Tal vez aquel milagro que había visto hacer? No podía saberlo.

Andúveme a la espera de que mis compañeros se despertaran. Y que así lo hicieron uno a uno, y que seguía yo con el arco en la mano, dispuesto a todo. Miré a Inaciu un momento, y luego a Nela (que estaba conmigo mientras el resto estaban desperezándose y levantándose por aquel siseo infernal...).

Algo hay ahí fuera -señalé, cuando todos estaban más o menos ya despiertos-. Salí a comprobar lo que el corazón decíame, que no era sino lo que rumiaba... -y miré de nuevo a Inaciu-. Y allí había algo, y se me heló la sangre y me acabo de meter dentro de nuevo, en el templo. No sé si en estos muros, caballero -le respondí a Pelayo con la mía voz quebrada-, mas sí que ahí fuera; que algo ronda, cerca, bajo, simple y... mortal. Lo presiento.

Vi entonces al "docto" Sixto de Salamanca rebuscar en todo lo que llevaba consigo. Dudaba ahora que los suyos papeles tuvieran algo que explicar de todo aquello, que aunque nada habíamos visto aún, ya lo percibíamos de cierta forma. Y aquella palabra que pronunció ("maldito") no hizo si hacer que tensara el arco y lo apuntara hacia la maltrecha entrada de ese lugar sant... bueno, de ese lugar en el que nos econtrábamos.

Inacio se escondía hecho un ovillo tembloroso en un rincón oscuro. Incapaz se mostraba de responder a nadie, pues sus labios, en frenético movimiento, sólo susurraban interminables sinsentidos. Se hallaba completamente aterrorizado por lo que en aquel templo dejado de la mano de Dios se acontecía. Se balanceaba constantemente, de adelante hacia atrás, como lo hacían los locos que, tras ver y sufrir terribles experiencias, acababan recluidos en apartados sanatorios. Su mirada ausente, perdida en las llamas de la menguada hoguera, confirmaba en el estado en que se encontraba su alma tras escuchar tan aberrantes sonidos...

Preocupá y con una estraña sensación nel mio cuerpu, vi a Lázaro adentrase na escuridá y, tal que él pidiérame, quedeme quieta, reparando con atención l'horizonte pol qu'él alejose. Nun se vía nada, pos los rescamplos⁽¹⁾ diba tiempu que dexaren de cruciar el negru cielu y l'escuridá yera absoluta, inclusive podía dicise que nun yera natural.

Respiré aliviá cuando-y vi tornar, anque esi aliviu duró lo xusto d'un suspiru pos la so cara bien me dicía qu'ellí fuera había algo... algo que consiguiera alterialo al igual qu'el mio suañu alteriárame a mi.

Mirélu ensin frayar⁽²⁾ el silenciu que nos arrodiaba, pos dábame cuenta que lo que fuera que'y pasara  al Lázaro o qu'hubiera vistu yera lo suficientemente peligrosu o malinu p'alteriar la so cara d'aquella forma, bien por mieu o bien por preocupación, o quiciabes fueren les dos coses al empar, pero que'l Lázaro pensaba, al igual que yo fixera con anterioridá y primero que nós Inaciu, que fixéramos mal n'acampar naquella ermita lleíase perbién na so cara.

Atopábame xunto al Lázaro, mirando la escuridá con xestu de preocupación y congoxa, percibiendo ellí fuera una maldá que consiguía poneme los pelos de punta. Conocía'l silenciu de los bosques y los montes, los peligros qu'entrañaben y los soníos que nellos habitaben, y sabía que lo que nos tuviera rondando pellí nun yera algo natural. Non, lo que fuera que tuviera acesmándonos⁽¹⁾ amparáu nel negror yera algo que nun podía más que venir de los abilsos infernales.

Fui consciente que detrás de nós el restu de compañeros removíense, espertando del suañu al fríu de la nueche, pero nun yera capaz de volveme a miralos, pendiente como taba del mal que arrastrábase ellí fuera.

Y entós foi cuando lo escuché, aquellos soníos que nengún humanu o animal sería capaz d'emitir y, col corazón encoyíu pol mieu, di un pasu escontra⁽²⁾ tras nun baldíu intentu d'alexame del peligru mientres les mios manos intentaben tapar los oyíos pa nun siguir escuchando tales soníos.

—Tarde ye pa reconocer que al que tomastis de poco sesu yera'l que más razón tenía.

Foi lo único que consiguí rumiar polo baxo mientres los mios güeyos siguíen intentando taladrar la escuridá, echando de menos nesos momentos los rescamplos⁽³⁾ que pudieren dar algo lluz.

Di otru pasu escontra, quizás buscando un abelugu⁽⁴⁾ al llau d'una foguera yá casi extinta, dientro d'una ermita que faía yá munchu tiempu dexara de ser santa.

Blanca se mantenía inmóvil junto al fuego, rígida como una piedra. No era de extrañar, dado lo acontecido, que en ese momento no se mostrara habladora la bella "dama", pues en ningún momento lo había sido, y éste no iba a ser la excepción. Más no paso desapercibido para todos el hecho de que al menos su gesto altivo y su sonrisa maquiavelica se habían borrado por completo de su tez.

La reacción del resto de mis compañeros de viaje me hace volver en mi, pues veo como ellos aun atemorizados por lo mas maligno de la oscuridad se disponen a hacer freten al ser que nos acecha.

 Mi señor. - dije a don Pelayo - Credo que habemos ido a parar a un lugar maldito.

Asin parece Sixto. Non eran infundados los temores del carrtero y de la Doncella. Mas era esto o el aguacero

Non puedo mas que reponerme y prepararme para lo que haya de venir. Preparo mi espada et mi escudo, et me coloco el cota de malla que tenía mal colocada para poder descansar algo mejor en semejante ruina. El bacinete en la cabeza y en dentro de la cabeza continuan las plegarias al Altisimo. Primero de memoria solo resuenan en mi cabeza mas poco a poco van saliendo por mis labios et las voy exortando para infundir luz en el corazon de los buenos cristianos y temor en lo maligno que acude para hacernos mal 

Veni, Creator Spiritus, mentes tuorum visita,
imple superna gratia quae tu creasti pectora.

Qui diceris Paraclitus, altissimi donum Dei,
fons vivus, ignis, caritas, et spiritalis unctio.

Tu, septiformis munere, digitus paternae dexterae,
Tu rite promissum Patris, sermone ditans guttura.