Partida Rol por web

Viendo el comportamiento de Urnos cuando hablaba de las mujeres, Kepoope recordó una vieja canción.

- Pocas cosas hay más gráciles que las manos de una mujer hermosa trabajando, sabio Urnos - dijo mientras se sentaba en un taburete. - Eso me recuerda una vieja canción que cantaban los jóvenes de mi tierra. Decía algo asi:

"Porque ella era su tesoro secreto,

era su alegría y su deshonra.

Porque nada es una torre, 

comparada con el beso de una doncella.

El tacto del oro es frío

el de un beso siempre tibio.

 Kepoope cerró los ojos mientras cantaba, recordando las llanuras de su hogar. Tras terminar la canción, permaneció unos minutos en silencio antes de salir de su ensimismamiento.

- Lo siento maestro. No tengo 100 monedas, pero en mis viajes he conocido a muchas doncellas, algunas de ellas con conocimientos de hierbas que las permitían hacer alguna que otra tisana... nada comparado con vuestra verdadera sabiduría. Pero estoy seguro que más de una estaría encantada de venir aquí..

El enano se guardó la bolsa entre las ropas mientras arengaba a sus compañeros.

- Repartiremos la recompensa en cuanto estemos todos juntos- les dijo- vamos a buscar a Kepoope, ese druida ha debido estar comiendo hongos alucinógenos. ¡Menuda forma de marcharse a lo loco y sin despedirse! Debería quedarme con su parte de la recompensa.

El enano seguía quejándose de los modales y las formas del druida mientras sus voces se perdían entre el murmullo de las gentes que transitaban por las calles de Danville.

- ¿Tú crees, mediano? - Su colmillo, asomando por la comisura, brilló. - ¿Crees...? - Comenzó a decir acercándose a una pequeña ventana que tenía en su establecimiento. La ventana daba a un callejón de unos cuantos metros que iba a parar a una plaza donde había mercado a diario. Desde su punto de visión se podía apreciar un sencillo tenderete donde una atocinada mujer atendía a compradores que querían adquirir ropas de lana con elaborados bordados. La tal Sifolda era un cúmulo de pliegues de carne en lugares donde jamás habrías pensado que podrían haberlos. Una papada como una carpa de circense, y unos brazos con unos colgajos de piel que parecían las alforjas de Taran. A un lado del tenderete, una dulcísima joven de rasgos más que hermosos hilaba entre avergonzada y divertida bajo la mirada de tres jóvenes, que intentaban darle conversación. Vestía un precioso vestido azul recorrido por bordados dorados, y que contrastaba con su larga melena roja como el fuego. - No sé... ¿Que la joven Arika, la joven pelirroja de gran melena, hija de esa gorda sudorosa hilandera llamada Sifolda... Querría... Ya sabes... Hacer compañía a un viejo agradecido como yo? - En ese momento te echó una mirada penetrante que te repugnó. - Consíguelo y obtendrás lo que quieres.

Cuando Urnos comenzó a hablar Kepoope se asomó a una de las sucias ventanas del taller para mirar en la dirección que indicaba. No puede ser verdad que le guste ese tonel... pensó cuando vio el inmenso cuerpo de Sifolda con sus fofas carnes rebosando a ambos lados del taburete en el que estaba sentada.

Eso está mejor... pensó cuando vio a su hija Arika. esa pelirroja sí que esta rica... que pena no ser un humano...

- Todo se andará, maestro Urnos... nada es imposible para Kepoope... aunque hay algunas cosas que resultan más fáciles que otras... hablaré con la joven Arika... id preparando mis hierbas entre tanto...

Kepoope abandonó el taller de Urnos pensando en como sería capaz de convencer a una joven tan hermosa como Arika de que le hiciese compañía al viejo herbolario. Se dirigió caminando a pasos rápidos hacia el puesto donde se encontraban Arika y Sifolda.

- Buenos días bellas damas - saludó alegremente cuando llegó a su lado. - Recuerdo haber pasado por delante de vuestro puesto hace un par de días mientras me dirigía a luchar con los lobos que asolaban vuestra ciudad y me dije a mi mismo: "Kepoope, cuando termines con los lobos tienes que ir a ver a las dos bellezas del puesto" y comprar una linda tela para un pañuelo y ¡aquí estoy! - exclamó con una sonrisa. Mientras hablaba, Kepoope se fijaba atentamente en el puesto, en los productos que allí tenían a la venta y en las dos mujeres...

Los tres tipos que buitrean al lado de Arika te observan divertidos y ríen entre sí. Arika, cuyo semblante despide honestidad y bondad, te mira, sonríe educadamente y continúa hilando en silencio bajo los comentarios y piropos de los tres chicos. Sifolda también te dedica una sonrisa, y mientras miras su mercancía, come patatas con carne de un cuenco.

En el tenderete tienen expuesto trabajados zurrones de pelaje cruzados con cenefas bordadas de vivos colores, hay también chalecos de cuero con delicados adornos dorados, sombreros montaraces de buena calidad, prendas de ropa de lana de Danville para protegerse del frío, multitud de adornos para la cabeza, brazaletes y guantes de cuero con los más bellos dibujos y formas grabados, así como carcajs y fundas para diversas armas. A un lado, además, hay rollos de telas con vistosos motivos de colores. Todo tiene una calidad excelente.

Cuando saludas, Sifolda te lo agradece con sinceridad, y espera que no tengas más problemas cuando decidas partir para seguir tu camino. Arika también te da las gracias por tu ayuda y la de tus amigos.

Allí, de cerca, Arika es verdaderamente hermosa. Su tez es suave a la vista. Sus ojos verdes parecen dos brillantes gemas sacadas de lo más profundo de una mina enana. Su cabello luce como el ardiente fuego de una hoguera que da seguridad en mitad de la noche. Te repugna imaginarte a Arika en contacto con ese despreciable Urnos, pero... ¡algo debes hacer! Te repites: Piensa rápido... Piensa rápido... ¿Cómo puedes convencer a Arika para que intime con el viejo? ¿O bien debes engañar a Urnos? ¿Es más fácil conseguir 100 monedas?

Piensas que, al menos ahora mismo, no se te escapa nada. La actitud de Urnos es sincera, aunque asquerosa, Arika y Sifolda parecen ser verdaderamente dos féminas agradables, y los tres tipos ahí apoyados te resultan unos buitres fanfarrones a todas luces. Crees que todo es lo que parece.

Por momentos, los comentarios en voz baja entre los tres tipos van en aumento, y parece que se están divirtiendo a tu costa. Van ataviados con ropa de pastores, y en sus rostros, el color de sus mejillas y nariz evidencian que han brindado repetidas veces con algún licor. Parece que vas a servir de mofa a estos tres idiotas.

A pesar de que hoy también hay mercado, no tardáis en ver al pequeño druida. Está parado en un tenderete que al parecer vende telas, prendas de cuero y todo ese tipo de cosas. Hay una señora increíblemente gruesa regentando el puesto de venta, y al lado, una hermosa dama pelirroja hilando en silencio. Kepoope está examinando los productos que venden, aunque parece que tiene la mente en otra cosa. Cerca de la dama pelirroja, hay tres jóvenes que ríen jocosamente, y de vez en cuando miran a vuestro compañero Kepoope para volver a estallar en risas.

- ¡Allí está Kepoope! - Dice Snorri, que va el último del grupo. - No parece que esté visitando ningún herborista, precisamente, ni ningún local con el emblema que mencionó. - Añade, sarcástico.

- Será posible mediano sin modales- reprendió Dunkan a Kepoope como un abuelo a su nieto- qué clase de educación te han dado, muchacho, vaya formas de marcharte de la casa de un amable anfitrión y, para qué, maldita sea, para ir de tiendas, ?qué se supone que estás haciendo?

Habían dado con él en un puestecillo de venta callejero y no parecía encontrarse por ahí ningún emblema ni herborista como había asegurado que buscaría.

Justo a tiempo... pensó Kepoope cuando oyó a sus espaldas la familiar voz ronca de Dunkan. Los tres pastores tenían el aspecto de estar bajo los efluvios del alcohol y su comportamiento claramente ofendía a las dos mujeres, que los ignoraban con resignación.

- Llegáis en el momento justo - dijo el druida al ver que el resto de sus compañeros acompañaban al enano. Sin darle tiempo a Dunkan a decir nada más, Kepoope rebuscó entre los múltiples bolsillos de su traje de cuero, notando varios paquetes de distintas hierbas hasta identificar al tacto un pequeño fardo de Boñiga, una hierba muy común sin otra característica que un olor nauseabundo utilizado como repelente de animales, y cogiendo el paquete con la mano derecha lo lanzó contra la cara del que parecía el lider de los borrachos.

Cuando el paquete le golpeo, la hierba seca se pulverizó impregnando las caras y las fosas nasales de los tres individuos que rápidamente comenzaron a hacer grandes esfuerzos por evitar las nauseas a causa del hedor de las hierbas.

- ¿No veis que molestáis a las damas? - comenzó a gritarles con actitud desafiante. - Mejor os volvíais a la pocilga de la que habéis salido... y de paso, daos una ducha... hasta los cerdos huelen mejor que vosotros...

Los tres tipos empiezan a toser y escupir sin control, apoyados unos en otros pues sus cuerpos daban sacudidas muy fuertes. No tardó uno de ellos en vomitar, y fue el desencadenante de que los otros dos hicieran lo mismo. Arika se levantó para apartarse un poco, divertida, aunque intentando taparse los labios con un trozo de tela color turquesa que aún sujetaba en sus manos. Sifolda movió tu enorme trasero y comenzó a golpear a los tres tipos con un bastón de madera con el que se ayudaba para andar, al grito de: - ¡Largo de aquí, pesados! ¡Vais a acabar manchando el género!

Cuando los tres tipos se alejaron unos diez metros, Sifolda acabó por lanzarles el bastón, que golpeó en la espalda de uno de ellos. Tenía buena puntería la señora Sifolda.

La sorpresa de Dunkan ante la escena dejó paso a las risotadas del enano al ver como su compañero despachaba a una panda de borrachos.

- Bueno- dijo más relajado- qué estaba ocurriendo aquí. Se suponía que ibas en busca de un herborista.

Megara está a punto de sacar su arma pero viendo que Kepooke se hace cargo de la situación se encoge de hombros y deja marchar a los aldeanos ebrios. 

Kepoope logró reprimir a duras penas las carcajadas que le producía la huida de los borrachos azuzados por el bastón de sifolda.

- Os merecéis una explicación amigos - dijo el druida a sus amigos en tono conciliador. - Permitidme un segundo - añadió dirigiéndose hacia el puesto de telas.

- Mis hermosas señoras - digo con una reverencia - espero que esos maleducados no vuelvan por aquí a molestaros. Ahora, si me disculpáis, he de hablar con mis amigos... mas pronto volveré a comprar una tela para mi nuevo pañuelo. Estoy seguro de vuestra gran labor y por eso me encantaría que vosotras mismas eligierais el patrón y lo confeccionaseis...

Tras despedirse de Sidolfa y Arika, Kepoope vuelve con Dunkan y los demás.

- Os contaré lo que ha pasado... - y tras separarse del puesto de las dos mujeres lo suficiente como para que estas no le oyesen, Kepoope les hizo a sus compañeros un resumen de lo transcurrido...

... tras explicarle a sus compañeros los sucesos transcurridos, Kepoope miró con tristeza hacia las mujeres.

- Y ahora aquí me encuentro... dudando en qué hacer... quiero obtener las hierbas, pero el precio de 100 monedas de oro me parece un robo... sin embargo, ahora que la he visto y he hablado con ella.... ahhhh - suspiró el druida - no me gustaría ver a ese viejo baboso con esta joven...

- Está claro: paguemos las cien monedas.- contestó Megara visiblemente enfadada porque el mediano insinuase siquiera el uso de otra mujer como pago - La gente en las ciudades es realmente repugnante.- sentenció ofendida.