Partida Rol por web

Las diez menos cinco minutos, marcaba el reloj de la parroquia. A cada lado de la arena, separados por veinte metros, los dos contendientes del primer duelo del día. Elliot el Joven a un lado, Enola Niwadi al otro, ambos con los revólveres enfundados y esperando a que llegase la hora. El tiempo sucede lentamente, el reloj marca la hora, la campana de inicio suena.

Enola se quitó un mechón de pelo de la cara mientras miraba distraidamente el reloj. Las 9:56, la misma hora que la última vez. Parece mentira lo lento que pasa el tiempo y lo nerviso que estás, le dijo una vocecilla en la cabeza a Nidawi. Enola reconoció que estaba nervioso, incluso le sudaban las manos (qué vergüenza!) Más de 10 años segando vidas, y es ahora cuando me sudan las manos...sin darse cuenta, llevaba un rato mirando a Elliot el joven, así que desvió la mirada hacia el reloj. Las 9:56...maldición!

Un día más y otro fiambre que todavía no lo sabe al que enfrentarme. Lo observo frente a mí, mano mediante cerca del revolver y con la cartuchera abierta. Queda un minuto y escupo al suelo, a tiempo justo para que suene el reloj y descerrarjarle un tiro en el pecho a mi rival. Movimiento lento pero certero, me gusta tomarme las cosas con cierta calma antes de meter en la tumba a mi siguiente víctima.

Se marca la hora. Eliot el Joven, demostrando cómo ha conseguido acabar con más hombres que años tiene, desenfunda su revolver y abre fuego con un tiro que acierta a su contrincante, que se queda helado en el sitio sin tener tiempo siquiera a reaccionar de ninguna manera.

Nada como acertar en pleno pecho en el primer disparo. El tipo indio se retuercía de dolor. Nadie le había dado vela en este entierro. Aquí solo iba a encontrar la muerte. Haría que fuese rápido.

Con el arma todavía caliente del anterior disparo volvió apuntar a su enemigo tambaleante. Tres balas salieron despedidas de su revolver, no creía necesitar más.

Congelado es como se queda Enola, desde el principio del duelo y a través del balazo que ya ha recibido y los que ahora acierta el Joven. Tres balazos como tres templos, de poco calado pero con daño acumulado, que acaban causando el derrumbamiento del discreto y callado Nidawi, que tose sangre una vez y cae muerto fulminado.

Y así se acaba el duelo.