Partida Rol por web

Estaba claro que de aquellos aborígenes no íbamos a sacar nada en claro dado su uso del lenguaje. Aún así volvi a centrarme en aquel extraño dialecto con la intención de sacar alguna de las raras palabras que utilizaban mientras los marines escogian el siguiente curso de acción.

El bibliotecario respiró profundamente, tratándose de armarse de toda la paciencia que pudo conseguir y volvió a hablarle al indígena muy despacio para hacerse entender.

Puedes preguntarles tú a tus amigos si saben donde fueron los otros marines. Como dices algui.. son'wan tiene que haberles visto.- Tal vez habría encontrado un modo de que esos indígenas fueran de alguna utilidad.

Aquello empezaba a recordar a una comedia barata emitida por la cadena oficial del Imperio en la que el malentendido iba creciendo hasta desembocar en tragedia. Marev podía notar la exasperación de sus hermanos y del interrogador y no era capaz de negar que él también se empezaba a sentir frustrado. Al final irían al palacio a ciegas a pesar del anatema que eso suponía para alguien acostumbrado a obtener toda la información posible antes de actuar.

-Ciudadanos de Kar'thir-dijo por el altavoz incorporado en el casco, dando un paso más allá de su interlocutor. Había llegado el momento de jugar otra baza-si son'wan ha visto pfalusí que nos indique donde fueron. Los Ángeles os piden ayuda, ¿qué respondéis?-El Guardia del Cuervo pensó que tal vez apelando a un sentido mítico, de figuras de leyenda siendo apoyadas por humanos tal vez les estimulase más aunque fuera por tener algo que contar a sus hijos.

Grigori se mantuvo en silencio, expectante, tranquilo e inmóvil. Activó el enlace de voz de escuadra, el interno y privado, el cual ese pomposo del interrogador no sería capaz de escuchar nada de lo transmitido - Hermanos, esto es una perdida de tiempo, estos mortales son atrasados y no parecen enterarse de nada ni nosotros de ellos - los estaba subestimando, y el propio Grigori era consciente, pero el hecho de estar ahí parados le superaba completamente, quería moverse y hacer algo de una vez - deberíamos ir al palacio e investigar allí  

Las carismáticas palabras de Marev no iban a cambiar radicalmente el temor reverencial irracional que los nativos sufrían hacia los miembros del Adeptus Astartes, pero fueron suficientes para obtener una respuesta. Una pista. Un punto de partida. Y, a fin de cuentas, colaboración: un par de manos señalaron breve, fugazmente, el majestuoso mausoleo.

Definitivamente el Guardia del Cuervo no entendía a los nativos. Uno intentaba ser amable y se atemorizaban... Al menos habían obtenido la confirmación que buscaban y podían seguir avanzando seguros de ir en la dirección correcta. -Vamos, ya sabemos dónde tenemos que ir-añadió por el canal común al Interrogador. No le había parecido bien dejarle fuera de la conversación ya que, al fin y al cabo, era parte de la expedición.

Antes de echar a andar activó otra vez el altavoz externo -Habitantes de Kar'Thir, los Ángeles os agradecen la ayuda y no olvidamos-sin más se puso en camino observando con más detalle el mausoleo. En teoría allí se habían dirigido los Templarios Negros y, aunque dudaba que encontrasen algo, tal vez hallasen alguna brizna de información que les permitiera seguir avanzando en la investigación. De forma inconsciente su andar se volvió más sigiloso y cauto, aprovechando cualquier sombra para moverse entre ellas; no contaba con que hubiera problemas, pocas cosas había que tuvieran opción de sobrevivir al empuje de los Cruzados, pero la prudencia era un hábito.

El bibliotecario asintió con la cabeza agradeciendo la información que los nativos le habían dado, dirigiéndose a continuación,  con un tranquilo y noble caminar, al mausoleo tras el hermano Solaro.

Aunque no le gustaba ir un paso detrás de los templarios no contaban, por el momento, con otra opción que no fuese aquella, tan solo esperaba que esta vez sus hermanos de negra armadura no se hubiesen llevado todas las pistas con ellos como había ocurrido en el apartamento del inquisidor Vincent.

Nada no hubo forma. Por más que intentaba descifrar el dialecto de aquellas gentes me resultaba del todo imposible. No se parecía ni por asomo a nada que hubiera escuchado jamas. Si aquellas extrañas palabras realmente escondían algún secreto este se iba a quedar oculto.

Al menos algo habíamos logrado sacar en claro y sabíamos donde seguir los pasos de los Templarios Negros. ¿Porque aquellos Astartes se habían adelantado sin informar siquiera a sus iguales, y que habían descubierto? La primera era una pregunta muy compleja debido a la peculiar naturaleza de los marines, cuya forma de pensar es muy diferente a la del humano normal y corriente. La segunda esperaba que fuera respondida pronto. Así que con esperanza de encontrar esas respuestas seguí a los tres miembros de la Deathwatch dirección al mausoleo.

Observó a sus hermanos y al molesto humano que los acompañaba - Bien. ¿Donde vamos ahora entonces? a la mansión o... ¿al mausoleo? - debido a la nueva información recibida se había añadido un nuevo camino... - creo que lo más lógico es separarnos hermanos - pero miró concretamente a Marev, el que estaba al mando esperando su decisión; Grigori solo sugería.

Marev negó con la cabeza. -Negativo-respondió por el comunicador-Apenas conformamos una media escuadra.-Entendía el ímpetu de Grigori, pero no lo compartía. En teoría aquello era todavía una misión de recolección de información, más ojos puestos a la tarea darían un resultado más óptimo que separarse para ahorrar tiempo. Ya habían pasado unos días, unas pocas horas no iban a marcar una diferencia significativa.

Además si se separasen habría problemas logísticos de comunicación y, lo hicieran como lo hicieran, un Astartes tendría que ir con el humano con lo que eso conllevaba para su seguridad en caso de problemas- Iremos primero al mausoleo y extraeremos toda la información que se pueda de allí para desentrañar el paso de los Templarios. -

La exploración de la mansión podría ser útil, sí, pero también podría traerles problemas con los lugareños -El otro objetivo será revisado a posterioridad con sutileza sin ser vistos. No queremos que se agiten los locales-dio como explicación. Una vez resueltas todas las cuestiones echó a andar contando con que le seguirían

Qué así sea hermano - dijo mostrándose de acuerdo e iniciando la marcha. Tenía ganas y necesidad de saber que estaba pasando allí...

Vuestros pasos os llevaron, rodeando el risco por debajo y atravesando el pueblo, a las escaleras que subían al Cenotafio de Achilus. De camino se repitieron escenas que ya os empezaban a parecer familiares: dondequiera que fuéseis la reacción era la misma, la gente callaba o bajaba el tono, algunos desaparecían tras o entre las casas y sentíais todas las miradas clavadas en vosotros e incluso algún dedo señalizante. Los menos, sin embargo, volvían a acercarse musitando plegarias en su peculiar idioma o solicitando tocaros o que les bendijéseis*.

Una vez en las escaleras pudísteis el imponente mausoleo en todo su esplendor. Construido para exigir respeto y reverencia de por sí, su magnificencia se acrecentaba por el ángulo de las escaleras, donde vuestro punto de vista estaba limitado a ambos lados por paredes excavadas en la roca y al frente no veíais el cielo, si no tan solo el Cenotafio. Las escaleras eran anchas, tal vez una veintena de metros, pero subían con cierta tranquilidad, poco a poco.

Una vez arriba, os sorprendió lo animado del ambiente, bastante contrario a lo que el pueblo de nativos resignados y resentidos os había ofrecido anteriormente. Los alrededores del Cenotafio se habían reaprovechado como plaza (algo bastante común en el Imperio con las iglesias y catedrales) y alrededor de éste, en un ángulo de 270º que solo exceptuaba el cuarto de circunferencia (casi) correspondiente a las escaleras florecían comercios de lo más variado. Era, en resumen, una plaza del mercado, aunque excepcionalmente grande, y aquí y allá había gente ofreciendo sus productos, canturreando sus ofertas y examinando el género. Este ambiente semifestivo se vió bruscamente interrumpido por vuestra aparición, que tuvo similar efecto al descrito anteriormente, pero la gente, algo coaccionada, siguió con sus transacciones. La mayoría de los puestos ofrecían productos de primera necesidad o bien artilugios de orfebrería y bisutería. Había también pieles y objetos de cuero, pulseras y cinturones, pendientes, collares y tiaras, así como toda clase de utensilios primitivos y toscos, a saber, cuchillos, hachas, cuencos y un largo etcétera.

Frente a vosotros se alzaba el singular monolito, ese enorme pilar de roca negra. La entrada, lógicamente, se hallaba frente a las escaleras, pero no daba inmediatamente a la plaza: había una especie de oscuro hall excavado en la roca que parecía no tener muchas visitas. La luz no llegaba al fondo, pero era de suponer que, al fondo, hubiera unas puertas.

Música

Grigori iba abriendo la marcha. Sus botas metálicas iban levantando la tierra compacta que hacía de callejuelas en aquel poblado de corte medieval en pleno milenio cuarenta y uno. El guardian de la tormenta iba con paso seguro y confiado, sabiendo el destino casi podía hasta cerrar los ojos sintiendo su al rededor, el viento frío, los olores, los sonidos de los temerosos y sus jadeos tratando de esconderse... pero otros, en cambio, se atrevían a acercarse. 
Querían tocar a los marines espaciales, al pináculo de la evolución genética, los nietos del Emperador sagrado para todos, los hijos de unos padres condenados a muerte hacía ya varios milenios... para Grigori eran simples mortales, seres inferiores que caerían en el olvido en aquel basto Imperio, nombres arrastrados por el viento como si fueran cenizas oscuras... aquel pensamiento removió algo en el interior del Guardián de la Tormenta y se arrepintió ante aquel sentimiento de superioridad... se arrepintió por que él, hace muchos años, también fue un niño, un mortal hijo de padres mortales... un niño nacido en un mundo brutal y tribal donde debía demostrar su valía a cada minuto de su rápida y fútil existencia... él fue uno de esos niños que correteaban temerosos, él pudo ser uno de esos hombres fuertes que observaban con cautela... su futuro como humano estaba ante sus ojos y en su alma, se dio cuenta de ello.

Siguiendo esa serie de pensamientos, interiorizó y canalizó sus sentimientos y sin quitarse el casco y con gesto solemne fue tocando las frentes de aquellos que se le acercaban... no se creía ningún sacerdote, ni la encarnación de un santo, pero sentía en su fuero interno que hacer ese sencillo gesto daría a esas gentes un atisbo de esperanza, un rayo de luz que iluminaria sus grises vidas y lo recordarían toda la vida... solo esperaba, el joven Grigori, que pudieran vivir lo suficiente.

Asintió a cada uno de ellos con marcialidad, como dando su aprobación pero no llegó a decir nada... solo siguió andando hacía el imponente monolito que coronaba la aldea.

Marev avanzó con su paso largo de costumbre entre los aldeanos, sin prestarles atención. En su opinión se confundían al rendirles pleitesía con tal reverencia; pero él tampoco era un sacerdote del Munistorum que tuviera que instruir a los locales en los errores de sus formas. Además, hasta el momento esa actitud les había procurado la información necesaria. Más o menos. Sí que observó con curiosidad las actitudes de sus compañeros, una ocasión más de captar detalles sobre aquellos que eran ahora sus Hermanos de Batalla, anotando mentalmente la forma de actuar de cada uno. Puesto que había sido elegido líder de facto era responsabilidad suya emplear sus talentos de la mejor forma posible.

El mercado de la zona resultaba algo incogruente, en su opinión, a la sombra del Cenotafio. Pero sabía que no eran extraños este tipo de ubicaciones en mundos imperiales. Había algo impresionante en la edificación y la contempló filtrándola con los autosentidos del casco, analizando con ojo crítico las posibilidades. Un detalle en concreto le hizo sonreír para si, como una broma interna. El lugar al que se dirigían no tenía luz. Las sombras les iban a rodear como viejas amigas y aquello era un consuelo para alguien como él. 

De forma inconsciente aceleró el paso por las escaleras, deseando poder disfrutar de un entorno familiar donde sus talentos eran multitud y su Capítulo excedía a cualquier otro. -Casi como en Kiavarr-pensó satisfecho. El planeta acababa de ganar varios enteros en la escala de Marev. Aunque mantuvo la alerta y la servoarmadura en modo combate pues era plenamente consciente de que no era, ni mucho menos, la única criatura de la galaxia que se deleitaba en la oscuridad. Ni por un instante se paró a pensar en el Interrogador y lo que debería suponer para él esa situación.

Estar en presencia de un ángel era algo que no se olvidaba durante toda la vida. Su padre le había contado muchas veces esa grata experiencia antes de que Astramael pudiera vivirla por si mismo, hacía ahora más de cien años, cuando el heraldo en su carro volador convocó a los jovenes de todas las tribus a la caída del ángel a participar en los juegos.

Recordando como eran sus sentimientos antes de que la sangre de Sanguinius corriese por sus venas, el bibliotecario ralentizó su caminar, dejando que los indigenas se acercasen a tocarlo mientras continuaba hacía las escaleras que le llevarón al mercado a los pies del cenotafio Kar'Thir, lo único que mantenía algo viva la economía local.

Deje a los Astartes que lideraran la marcha por dos razones: la primera por la imposibilidad física de mantener el paso de aquellos gigantes, pues cada paso suyo equivalía a tres de los míos; y la segunda para que fueran ellos los que centraran la atención de los indígenas.

Aunque en este último punto bien poco hubiese importado que fuera con un enorme cartel luminoso y una armadura rosa fosforita. La atención de todos los oriundos estaba centrada en los tres impresionantes Astartes. Cosa que por otro lado no era sorprendente, pues si alguien habituado a ver cosas extrañas como yo observaba las imponentes figuras de los marines con una mezcla de pavor, admiración y reverencia, para aquellos pobres que apenas sabían que era la tecnología eran realmente dioses que caminaban entre hombres. Y eso me libro de muchas incomodidades durante el trayecto, pues apenas un par de habitantes se me acercaron y basto un leve apretón de manos para que se alejaran.

El hallazgo del mercado junto al monolito me sorprendió no por el hecho de que rodeara aquel símbolo, sino por el contraste que suponía con lo que habían visto nada más llegar. Unos escalones y una pequeña caminata separaban un mundo atrasado de uno totalmente normal. Resultaba sin duda una situación curiosa.

Mientras le daba vueltas a esta idea en mi cabeza, observando los diferentes puestos en busca de alguna singularidad el Guardia del Cuervo se adelanto en dirección al interior del monolito. Dude un segundo entre seguirle o quedarme en el exterior, pues tal vez preguntando a las gentes de aquel mercado podríamos sacar una información más clara de la obtenida hasta ahora. Pero ya me había perdido un escenario de la investigación y no quería perderme otro, menos dejando a tres Astartes deambulando por el y destrozando posibles pruebas, así que decidí adentrarme en la oscuridad tras el y esperar a la salida para realizar las preguntas.

Alexei Drahj era un hombre acostumbrado a las sutilezas y aquella atrasada y retrasada forma de vida preimperial le molestaba en grado sumo. No es que tuviese un desmesurado grado de respeto por la legislación imperial precisamente, pero había que reconocer que su influencia era en ocasiones útil y, en casos como ese, sobre rebaños descarriados de primitivas ovejas semisalvajes, imprescindible. Sin embargo no era idiota, y comprendía que aquella irritante molestia era necesaria. Regatear con gentes cuya grado superior de tecnología era el hacha de doble filo (o casi) y su gusto, ciencia e intelecto eran análogos resultaba insultante, pero tenía que dejarse ver con cierta frecuencia para que esos... homínidos... se acostumbrasen a su presencia hasta el punto en que se les hiciera normal. No era el único extraño por allí, claro. Todo emplazamiento aislado, marginado, abandonado por la vigilancia imperial se convertía tarde o temprano en lugar de reunión o incluso de establecimiento perpetuo de forajidos, contrabandistas, mercenarios y, en resumen, gentuza. Él era uno de ellos, solo que era gentuza selecta, y no consentía que nadie se equivocase al respecto. O se lo permitía, pero solo una vez. Así que allí estaban, en plenas narices de la justicia imperial, en su planeta fortaleza, centro neurálgico, cabeza de carrera, a solo un millar de kilómetros, intercambiando golosinas xénicas como si fueran cromos. Ah... adoraba esa vida.

Sin embargo a veces tenía aquellos inconvenientes. Aunque vivía en órbita, rodeado de tantas comodidades como su boyante riqueza le permitía, en ocasiones tenía que hacer el esfuerzo de bajar aquí abajo a mercadear como una verdulera. La cosa, no obstante, no estaba tan mal, y en ocasiones encontraba verdaderas gangas que los nativos encontraban por ahí, el Emperador sabía dónde, sin saber su verdadero poder ni precio. Sin embargo, el negocio gordo no era aún y la transacción tendría lugar, con cierta probabilidad, esta noche. Kar'Thir era un lugar idóneo para estas y muchas otras operaciones, pero si alguien te sorprendía en la noche sin haberte visto jamás te convertías en criminal de inmediato, aun obviando el hecho de que lo eras. Hacer acto de presencia con cierta frecuencia, además de prevenir contra estos desafortunados incidentes, solía ser una inocua muestra de poder que dejaba claro a enemigos y rivales de oportunidad cual era tu sitio. En resumen, salvo por el olor, la gente, el calor, las moscas, el bullicio y el tedio, todo eran ventajas.

En esto pensaba Alexei Drahj cuando su mejorado sentido de la vista (quizá sería más adecuado dispositivo de la vista) se percató, en mitad de su acostumbrado paseo por el pabellón que rodeaba el Cenotafio, de que había tres notas discordes en el paisaje habitual. Estas "notas discordes" medían casi 3 metros, iban equipadas con servoarmaduras negras y consistían un evento potencialmente letal para él y cualquiera de su calaña. Alexei no tenía dudas al respecto de lo que pasaría si aquellos gigantes asesinos descubrían a qué se dedicaba o, incluso, lo que había hecho con su cuerpo. Por suerte para él, ninguna de las dos razones de ejecución instantánea y sumaria eran detectables de forma inmediata y, aunque no podía negar que se sentía presa de una excitación cercana al miedo (pues, ¿quién en su sano juicio no temía a la muerte?), Alexei confiaba en que la providencial multitud, sus habilidades y el limitado raciocinio de unos seres solo concebidos para la guerra le permitieran pasar inadvertido.

Maldita sea, últimamente había demasiados Marines por allí.