Partida Rol por web

Abisune y Tarben caminaron durante días por las montañas hasta que vislumbraron un pueblo por una ladera.

Durante esos días consiguieron a duras penas cazar pequeñas criaturas supervivientes. No tuvieron conflictos mayores, mas más de una vez notaron que estaban siendo acechados por los tres lobos supervivientes.

El pueblo parecía abandonado hasta que llegaron a él. Las ventanas se cerraron al paso de los visitantes, los pocos niños que habían por las calles corrieron a sus hogares. Un silencio sepulcral invadió el lugar mientras avanzaban por las calles en busca de una posada.

-¿Tienes algo con qué pagar alimento y techo? Creo que te haría bien descansar en un lugar caliente.

Me mostré algo introvertida los siguientes largos días que pasé junto a Tarben. Me costaba encontrar un tema de conversación con él, pues me dolía e incomodaba hablar de mi vida pasada junto a mi familia en la aldea, y tampoco quería hacer ningún comentario ni referencia sobre la magia... Sólo hacía falta que algo estuviese escuchándonos y me pusiese en peligro sin necesidad. 
La verdad es que era incómodo andar al lado de una persona y no saber qué decir, así que en alguna ocasión saqué algún tema irrelevante o tonto para comentar con él y romper un silencio incómodo, pero la verdad es que siempre acababa sintiéndome un poco tonta por ello... Pues no sentía que la conversación fuese fluida o natural. De todos modos no puedo negar que la compañía de él me subió el ánimo más de lo que me llegaba a creer... 

Al llegar a la aldea me sentí completamente tensa... Pero me sorprendió ver que éramos nosotros los que ocasionamos miedo a los residentes. No, realmente no era nada de lo que debería sorprenderme... A decir verdad era completamente normal. 
Me acerqué tanto como pude a Tarben para sentirme protegida, sin quitar la mirada alerta de mi alrededor... Y ante su pregunta me sonrojé un poco.

-Tengo algunas monedas... Supongo que valdrá para pasar algunas noches y comprar algo de comer. -asentí un poco y después aparté la mirada para no cruzarme con la de él-. No me preguntes cómo las conseguí...
 

El guerrero parece un poco molesto con la recibida que les han ofrecido en el pueblo.

-Esta no es la forma de darle la bienvenida a un príncipe.-, dijo en cuanto el último niño se escondió en su casa o en algún callejón. -Nos miran como si fuésemos portadores de alguna terrible enfermedad.-

Tarben asiente un poco ante la solicitud de Abisune, decidiendo no preguntarle. Pronto llegan a la posada del pueblo. Algo vieja y en no demasiado buen estado, sí, pero al menos tiene una bonita chimenea que emana calor. Dentro hay pocos ciudadanos, si uno fuese a juzgarlos por su apariencia podría pensar que se tratan del herrero del pueblo y dos miembros de la guardia local.

El posadero se muestra sorprendido de ver alguien desconocido. Les saluda por lo bajo, su murmullo es casi inaudible.

Me quedé detrás de Tarben cuando entramos en la taberna. No quería que me viesen demasiado, pues he solido comportarme como una ladronzuela en muchas ocasiones para poder sobrevivir... Así que el miedo de ser reconocida estaba ahí. 
Dejé que hablase él mientras de forma sutil le acercaba una pequeña bolsa de piel llena de monedas a la mano.
 

Tomó la bolsa cuando se la ofreció Abisune sin resaltar mucho el movimiento. Aunque quizás ponerlo a él de portavoz sea para peor...

-¡Bienaventurado sea, oh dueño y señor de esta posada! Esta dulce doncella y yo, su humilde acompañante, buscamos una habitación y comida para atravesar el frío nocturno que abraza estas tierras. Pagaremos con nuestro Oro...-, miró el contenido de la bolsa, -... Cobre. Y prometemos ser si no unos huéspedes agradables, al menos no ser desagradables.

El posadero parece incómodo. Los observa con inseguridad, su mirada no demuestra confianza. No nombra un precio, no dice palabra. El herrero y los guardias se giran a observarles tras el discurso de Tarben. Suenan murmullos. El principe mira a Abisune un momento, buscando una explicación.

-...Tarben. -murmuré un poco entre dientes, intentando que sólo pueda escucharme él-. Creo que no confían para nada en nosotros, será mejor que nos vayamos... Creí que habías entendido que la gente desconfía de todo el mundo, ya te conté la historia de por qué... 
Tiré un poco de su túnica, indicándole que retroceda. 
-Anda, vámonos...
 

Tarben asintió suavemente, nada conforme. Se retiró poco a poco, siguiendo a Abisune mientras salían de la posada.

-¿Irnos? Afuera hace frío y necesitas comer algo.-, frunció el ceño el príncipe, -Deberíamos regresar allí dentro y exigir que nos den servicio.

Fuera no hay nadie. Silencio absoluto... Nadie sabe si los visitantes son buenas o malas noticias.

-Estoy acostumbrada a dormir a la intemperie, Tarben... -le sonreí con gentileza mientas lo tomaba del brazo para asegurarme que me acompañaba a salir a las frías calles-. Además... ¿no es más divertido salir por ahí a ver qué podemos cazar para comer hoy?
No sé si realmente se notaba que estaba mintiendo, pero realmente quería quitarle importancia al asunto. A pesar de las buenas intenciones que tenía el chico por darme una cama decente donde dormir y un plato caliente en la mesa, yo me sentía más cómoda durmiendo bajo un árbol o en una cueva que en la cama de la posada de un desconocido. A saber quiénes eran... ¿Y si estaban corrompidos por el mal? ¿Y si eran espías...? Tarben todavía no se había dado cuenta de todo eso...
Caminé por las calles del pueblo a su lado, mirando qué cosas podrían haber de interés a esas horas... Quizá lo que podrían es comprar algo de comida para llevar e irse por ahí, a buscar un lugar donde dormir. Podría incluso meterse en un cobertizo o en un pajar... Si nadie les pillaba.
-¿Qué te parece si compramos comida en algún lugar y nos vamos? ¿Hm?

-Está bien, está bien. Buscaremos algo de comer y luego iremos a acampar fuera.-, dijo él, negando con la cabeza, manos en las caderas. No parece conforme pero acepta la voluntad de Abisune.

Eventualmente, dando vueltas por el pueblo, dan con una pequeña tienda que parece vender todo tipo de despensas. El olor a café es intenso, debe ser uno de los cultivos de la zona.

Dentro hay un hombre mayor, bastante anciano. No parece tener muy buena vista, cuando entra la pareja no para de esforzarse para intentar centrar los ojos sobre ellos, enfocárles.

-Buenos días, buen hombre. ¿Sería tan gentil de ofrecernos alimentos a cambio de nuestro cobre?-, dijo Tarbean.

El hombre titubeó un poco: "¿Alimentos?", preguntó, "Err... ¿Sois... Extranjeros?", parece que al escuchar la voz del príncipe su actitud pasó de tranquilo a tenso. "Alimentos... Errr... Alimentos...", empezó a moverse por la tienda, pasando sus dedos por diversas estanterías, "¿Cobre ha dicho...? Err...", tomó una caja y la bajó, mostrando su contenido a los visitantes. Son garbanzos y judías. "Algo de esto... Quizás..."

Tarbean miró a Abisune para ver su desición.

Tomé aire con ligero hastío al ver que de nuevo nos tomaban como si fuésemos algún tipo de peligro. Tomé aire y me encogí un poco de hombros cuando el señor nos mostraba las legumbres... Aunque no pude evitar recordar el miedo que se respiraba en mi aldea cuando los súbditos del Señor del Caos se pasaban a saquear o a inspeccionar cada casa y cada persona... Casi que puedo ver en ese hombre la misma cara que la que ponían mis padres o mis vecinos cuando aquello ocurría.
Me acerqué a él con cautela y le dediqué una sonrisa para intentar tranquilizarlo.

-Somos forasteros, pero también buenos, señor. En serio, no nos tenga miedo... Ojalá pudiésemos hacer algo para que todo el mundo deje de tenerlo. -acerqué las manos y tomé la de él, intentando transmitirle seguridad-. De todos modos... A decir verdad, yo también lo tengo... Y mucho. -asentí un poco y tragué saliva, temerosa de haberla cagado intentando decir eso... Pero la verdad es que tenía la necesidad de hacerlo.

-Errr... Ah... Oh...-, el anciano parecía verse incómodo, incluso ante las palabras de Abisune, -Si usted lo dice... Señor... err, ita. Señorita.-, esfuerza un poco más la vista.

-Doce monedas, err, si, solo... Doce. Y... Uh... Por raciones de... Esto, para un día, para dos personas, ¿Eso está bien?

Pidió con cautela.

 Tarben las ofreció al anciano el dinero, recibiendo a cambio una bolsa con garbanzos y judías para el día.

-Supongo que... Esto servirá.-, no se muestra muy conforme.

-¿Crees que podrás saciarte con esto?-, le dijo a Abisune, mostrando la bolsa.

Dejé de esforzarme en cuanto vi que mis palabras no habían servido para nada. Agaché un poco la cabeza y me puse de nuevo detrás de Tarben, pero ésta vez mirando hacia la puerta.
-Sí, será suficiente... -estaba de pronto triste... Completamente desolada. ¿Había algo en ese maldito mundo que fuese alegre y por lo que valiese la pena luchar...?
-Esperaré fuera, Tarben. -salí y me senté en los escalones de piedra que había para entrar en la pequeña tienda, pensando en lo inútil que me sentía...

El ambiente empezó a sentirse un poco pesado en el pueblo. La gente se había refugiado en sus casas, casi como si estuviese establecido el toque de queda a esa hora, así que Abisune empezó a sentirse algo incómoda en mitad de aquel silencio sepulcral. 
La joven se levantó y caminó unos pasos por las calles, abrazándose y frotándose los brazos mientras el vaho salía de su boca al ritmo de su respiración... Y de pronto una figura tan oscura como la misma noche empezó a acercarse por la calle. 
La chica se dio cuenta de que se trataba de un jinete... Montado en un corcel tan oscuro como la armadura que llevaba él. 
Iba a paso lento, aunque los cascos del animal iban resonando más fuerte a medida que se acercaba... Y pronto Abisune retrocedió unos pasos hasta subirse al umbral de la puerta de la tienda.

El caballo se detuvo a escasos metros de ella, y ésta podía sentir la mirada del hombre bajo la rendija de la visera del casco de metal negro. El caballo agitó la cabeza mientras resoplaba, su crin se zarandeó con el movimiento... Pero el tipo ni se inmutó, pues parecía haber desarrollado un extraño interés en la joven maga que no le quitaba la mirada de encima.

Se bajó del equino de forma tranquila. El ruido de su armadura además del cuerpo bajo ésta era lo único que rompía el silencio, además de los resoplidos del animal tras él... Pero Abisune estaba segura que el galope de su corazón podía escucharse muy por encima de todo eso. Estaba aterrada, porque se veía de lejos que debía ser uno de los hombres del Señor del Caos, y por el aspecto que llevaba no era un esbirro ni una criatura cualquiera. Ese parecía ser de algún alto rango...

Llevó la mano a la empuñadura enfundada en su cinturón de la espada, pero simplemente se mantuvo agarrado a ella... Haciendo rechinar parte del cuero de su guante contra el metal del arma. 

Tarben, tras acabar con las compras, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la salida.

-Ya lo tengo todo.-. El posadero, en cambio, no se mostró tan alegre. En cuanto escuchó al caballo, el pobre anciano se apresuró para esconder todo elemento de valor y apresurar a Tarben a salir para poder él cerrar su tienda.

Casi empujado fuera y sintiendo que la puerta se cerraba de golpe a sus espaldas, Tarben alzó la mirada y se encontró con la figura del caballero negro. Inmediatamente avanzó y se puso de pie tras Abisune.

Por la calle, todo aquel que se había dignado a mirar qué sucedía pronto volvió a esconderse. Solo se escucha el grito de una madre preocupada, pidiéndole a su niño que vuelva a casa. El niño está mirando al caballo negro.

-¿Un caballero?-, dijo el príncipe, fijándose en cómo el hombre sostiene el mango de su espada. Le imitó.