Partida Rol por web

- Quizás - replica John. No hay nada que indique que el comentario de Jeremiah le haya alterado. 

Excepto lo que acontece inmediatamente.

Dispara. La rodilla derecha de Jeremiah revienta en un amasijo de sangre y hueso. Tira del cerrojo. Dispara. La bala le atraviesa el muslo, y comienza a cubrir el suelo de sangre. Tira del cerrojo, por última vez, y el casquillo rebota en el polvo. El tercer y último disparo alcanza al chico en la entrepierna, haciendo que se retuerza como un trapo viejo. 

- Pero gritar gritarás - termina. 

Los pasos de John levantan polvo cuando se acerca al chico, y recoge el fusil de este y su revolver. De un vistazo observa la caída: eso podrá matarlo... O quizás sobreviva, con la espalda rota, hasta que los coyotes acaben con él. Pero es demasiado fácil, así que agarra al desgraciado por la pierna atravesada y tira de él, alejándole unos diez metros del borde del promontorio. Si quiere morir rápido, tendrá que arrastrarse.

Sin nada más que hacer allí, John carga con el fusil a la espalda, y comienza a alejarse. Dejando que los gritos de Jeremiah llenen los ecos del desierto. Cuando llega junto a su yegua, carga las armas que ha recogido, acaricia a su bella montura, y sube en ella a trompicones, cansado. 

Uno menos. Ahora, a Socorro.

- Shh, tranquila, chica, shh - le susurra a la yegua.- Hace calor, ¿eh? Sí. Hace calor.

Poniendo a su montura al trote, John se aleja del promontorio. Oyendo los gritos.

A medida que te alejas, los gritos van amortiguándose hasta que desaparecen completamente. No así la sensación de haber cumplido algo, y de que estás más cerca del final. 

Con cada disparo que llega hasta uno de los hombres que buscas, sientes que tu familia se aproxima más a ti... ¿o es al revés? En realidad, no importa demasiado. Sabes que dentro de poco estarás a su lado para siempre.

A dos jornadas de distancia del risco en el que abandonaste a Jeremiah está Socorro, uno de los pueblos más importantes de la región y sin duda alguna, el último lugar antes de cruzar el infierno del desierto. 

 Cuando entras con tu caballo, agotado, lleno del polvo del camino y hambriento, pero también determinado a continuar con tu búsqueda, te fijas en que hay bastante más movimiento en las calles de lo que esperarías hallar.

Es media tarde, pero casi hay tanta gente como si ya hubiese oscurecido.

John se pasa la mano por el pelo, sacudiendo el polvo acumulado por el camino. Su mirada se pierde entre el gentío, mientras su yegua, agotada, transita las calles con un trote mortecino. Cuando alcanzan el centro del pueblo, el jinete desmonta de un torpe salto, y ata a su montura a un poste junto a un abrevadero. 

- Descansa, chica - le susurra al oído a la alazana, acariciando su pelaje polvoriento.

Sin moverse de su posición, revisa que su Winchester del 73 esté cargado y se lo carga a la espalda, pasando la correa por encima del hombro. Detenido junto a su montura, observa al pueblo, y se decide. Saca un sombrero viejo de la grupa, uno de ala ancha que rara vez usa excepto cuando quiere que sus facciones queden oscurecidas por la sombra que este proporciona. Lo cala hasta el fondo y comienza a caminar hacia el gentío.

Sin decir nada, ni preguntar nada, observa el pueblo, avanzando con la levedad de un fantasma. No saluda, ni se detiene, solo observa los rostros en busca de sus presas.

Roy Throne. 

Charlie Valance.

Su historia está llegando a su final. Una tos rasposa, con un diminuto esputo sanguinolento, sacude al vaquero mientras se mezcla entre los pueblerinos, esperando averiguar que hacen todos allí en la calle. A esas horas puede que solo signifique una cosa: una ejecución.

Mientras caminas por la calle principal del pueblo nada te llama la atención, ni tampoco nadie. No ves ningún rostro conocido, mal que te pese. 

Al pasar por delante del banco le echas un vistazo a la gente que sale de él. Todo parece normal. No muy lejos, en la calle de enfrente, está la oficina del sheriff, con éste sentado en una silla, balanceándose mientras fuma. Al pasar por delante, sus ojos se fijaron en ti con curiosidad, pero no hizo ni dijo nada.

Más adelante estaba el hotel y también, al lado, el salón. A la entrada, un hombre con aspecto de enterrador acababa de atar su caballo y entraba con una pipa en la mano.

No hay nadie a la vista. Bien.

Pues hay tiempo que matar. Y John tiene hambre. Así que sigue al enterrador, y se acerca al salón. Si allí no ve a nadie que el llame la atención, busca la barra y pide que le sirvan el menú. Lejos de cualquier grupo o de cualquier conversación molesta, John prefiere escuchar y observar a solas, sin que nadie le moleste.

El humo, el olor a alcohol y a vicio inundaban aquel lugar. A pesar de la hora, más o menos mitad de la tarde, estaba lleno. Las mesas de Poker estaban llenas y las prostitutas llamaban desde arriba para que aquellos que quisieran, se fuesen servidos de otra manera. El "enterrador" se dirigió hacia la barra y allí pidió un whisky, para a continuación encender su pipa y ponerse a hablar con unos vaqueros que había allí cerca sentados.

Por lo demás, las chicas de arriba se movían de un lado para otro, mientras un hombre ataviado con un poncho acompañaba a una de las putas a una de las habitaciones.

Todo parecía bastante normal.

John hace un gesto discreto al barman, sentado en la barra con la cabeza baja. Cuando este se acerca le extiende el dinero oportuno mientras enciende su pipa.

- Una ración de lo que tengáis en cocina, y un whiskey - masculla. 

Allí sentado, observa al gentío con absoluta falta de interés, dando un par de caladas a la pipa intentando que sus pulmones no mueran en el proceso.

El barman asiente, coge el dinero y se marcha hacia la parte trasera, sin duda, la cocina. Mientras esperas, miras a tu alrededor, y si tus ojos no te engañan, acabas de encontrar al viejo Roy Throne, sentado en una mesa de poker, jugando con un negro.

Si lo hubieses buscado, quizás no lo habrías encontrado, pero tenías que haber deducido que alguien como él estaría en un lugar como aquel.

Ahí está. 

Roy Throne. Galante y sereno, perdido en sus cartas y en la partida. Esta vez no se reía, pero John recordaba las carcajadas que había lanzado tras arrastrar de los pelos a sus hijas pequeñas hacia el granero, a las ordenes de Charlie. De espaldas a John, había contemplado las llamas con los brazos en jarras. Tambaleándose un poco, borracho. Satisfecho de su obra.

Tras observar un pequeño instante, John espera que le sirvan la comida. Se quita su rifle del hombro, apoyándolo a un lado de la barra, como el que deja ahí un cayado. Tiene tiempo. Así que primero comerá, y esperará. Quizás Charlie acabe apareciendo. Sea como sea, tiene tiempo.

El barman llega con la comida, pero apenas coloca el plato sobre la barra, se hace el silencio en el salón. Todos están mirando hacia la mesa en la que está Roy. Todos los jugadores salvo el negro se marchan de la mesa y Roy se pone en pie, apuntando con un revolver al jugador que tiene enfrente.

-Pero nadie dirá que Roy Throne es un asesino sin compasión. Así que le daré la oportunidad de ponerse de pie y desenfundar más rápido que yo -oyes que le dice, mientras retrocede de espaldas al tiempo que enfunda su revolver y se prepara para un duelo.

- Yo lo digo - dice John desde su asiento en la barra, tras haber agarrado el rifle y apuntando a Throne.

Apunta directamente al pecho al malnacido, sin inmutarse. Y a diferencia de Throne, no va a dejar que desenfunde. No está interesado en duelos. 

- ¿Te acuerdas de mí, Roy? - pregunta con voz rasposa -. Jeremiah se acordaba. Y Bob. Y Carl el Pequeño. Y Carl el Grande. Todos ellos se acordaban. ¿Te acuerdas tú? Uno tras otro fueron llevándome hasta ti. Todos ellos gritaron, porque todos ellos negaron la oportunidad que les di. Te la daré a ti también: dime donde está Charlie, y no te mataré. 

Acto seguido tira del cerrojo, preparándose para acabar con él en el sitio.

-Hola, John. Has tardado mucho en encontrarme -le dijo Roy. 

Roy no se movió de su sitio, pero sí que se giró hacia ti, desafiante, y con las manos abiertas en arco preparadas para disparar. Entonces, las levantó, evidenciando que no pensaba desenfundar.

-Supongo que me matarás, pero delante de tanta gente, mucho me temo que será un asesinato que terminará también con tu vida antes de encontrar al bueno de Charlie... y supongo que no querrás eso, ¿verdad?

Y Roy volvió a sonreír, seguro de sí mismo.

¿Usted qué opina, sheriff?

-Opino que es mejor que ambos suelten sus armas, o de lo contrario no podrán volver a usarlas nunca más -dijo el sheriff, apuntándote a la cabeza con su rifle.

Al ver que no hacíais nada, insistió en ello.

-A esta distancia, señor, su cabeza será solo pulpa, y la suya, señor -dijo, refiriéndose a Roy -, no tardará en hacerle compañía. No lo diré otra vez. Suelten sus armas.

La situación estaba muy tensa, lo cual intentó contrarrestar el oponente de la mesa de poker, que se levanto y empezó a caminar hacia la barra.

-Eh... Esto... Vamos a calmarnos todos, ¿queréis?  ¿Y si os tomáis los dos una copa y lo solucionáis como buenos amigos? Haced caso al sheriff, que de esto entiende bastante...

Tiene mucha razón, señor -le dijo al mestizo el sheriff -, será mejor que me hagan caso, pero si no le importa, ¿le importaría no acercarse demasiado? Tengo una naturaleza desconfiada.

Los ojos del sheriff siguieron el camino del mestizo hasta que llegó a la barra, para a continuación, volver a centrarse en los dos hombres, en Roy y en ti.

John se ríe. Una risa calmada, rasposa, que desentona con su aspecto fantasmagórico.

- Tomar algo - repite, negando -. Este hombre arrastró a mis dos hijas pequeñas a un granero. Las encerró dentro, y le prendió fuego. Mientras se reía a carcajadas. ¿Te acuerdas, Roy?

Apunta el rifle fijamente al malnacido. 

- Sheriff, voy a ser claro - le dice a este-. Entiendo que no quiera usted problemas. Puedo esperar. Tengo tiempo.  Pero - concluye, mirando al sheriff - va a morir por lo que hizo. 

El sheriff siguió apuntándote e incluso acercó un poco más su cañón contra tu cabeza.

-Lo que haga usted con su amigo es cosa suya. La mía es asegurarme que no sucede en este pueblo. Fuera de mi jurisdicción, no es mi problema. Así que decídase. Deme su rifle y todo acabará aquí de buena manera. Y usted, señor, suelte su revolver. Sigan así o disparen... y también terminará para usted... pero de otra forma.

El sheriff hablaba con determinación. Parecía, sin duda dispuesto a dispararte si le forzabas a ello.