Partida Rol por web

Cuando todo parecía apunto de acabar, Isabel os sorprendió encontrando una salida, que apenas se veía de entre los zombies, un pequeño callejón que subía, con unas escaleras, a lo que parecía un pequeño laberinto de callejuelas típico de un barrio antiguo de cualquier pueblo o ciudad.

Os apresurasteis a esquivar un par de aquellos cuerpos andantes y os enfilasteis a toda prisa por aquellas escaleras, oyendo como aquel enjambre de zombies se giraba para daros caza nuevamente. Tampoco os detuvisteis a comprobar que había por detrás vuestro, simplemente avanzasteis entre esos callejones, topando de vez en cuando con el hombro con alguna pared o saliente. A veces al pasar por alguna intersección de calles podíais oír e incluso ver como mas de esos seres se unían a vuestra persecución.

Visteis una escena espeluznante, en un pequeño parque que pasasteis de largo, como un grupo de carroñeros estaban devorando literalmente a una persona. Aquel pobre hombre parecía que aún balbuceaba algo, incluso se movía, aunque tampoco os parasteis a verlo con mas detenimiento.

Aún no os habíais podido acostumbrar del todo, pero cada día que pasaba afrontabais una y otra vez la muerte de personas. Algo que nunca os acabaríais de acostumbrar.

Sin pararme demasiado a mirar la terrible escena de aquel pobre hombre devorado por los monstruos, sigo a Isabel y Marcos por el callejón que han descubierto. No me siento ningún heroe, así que simplemente ignoro al tipo que sirve de alimento a los zombis, y que ya no tiene salvación posible, mientras miro tras nosotros de vez en cuando, comprobando que ninguna de esas criaturas nos sigue.

Afortunadamente, parece que la callejuela descubierta por Isabel esta, momentaneamente, libre de zombis, y podemos escapar sin mayor problema... pero seguimos sin encontrar comida, vehículo y algún tipo de ayuda para nuestra supervivencia. Pienso en la pequeña Liz, sola y herida en aquella casa que nos srivió de refugio, y casi de hogar durante unas breves horas, y el corazón me da un vuelco.

Pero debo centrarme en el ahora... y nuestra situación aún es peliaguda...

No prestaba atención a las escenas aterrorizantes que nos rodeaban. Lentamente comenzaba a convertirme en una persona fría e indeferente, pero eso era lo que debíamos hacer. No podía hacer nada por aquellos que eran presas de aquellas horribles criaturas, era tarde para ellos, pero nosotros aún teníamos una esperanza de sobrevivir, al menos unos minutos o quizás unas horas más.

Sostenía con fuerza la mano de Marcos, parecía que mi mano se había fundido a la suya; no podía perderlo, no a él. De soslayo miraba a Romo, atenta a que nada le ocurriera, también lo portegería, ahora ellos dos era lo único que tenía y por ellos, daría mi vida si fuera necesario.

Por momentos sentía punzadas de dolor en el costado, en la cabeza y dolores intensos en el pecho y piernas, pero no importaba, no podíamos detenernos; no podíamos bajar la guardia ni por un segundo o podíamos terminar como aquel hombre...

Continuábamos corriendo, con las pocas energías que quedaban, esperando encontrar un refugio o algo que nos pudiera ayudar.

Vuestro cansancio cada vez era mayor. No recordabais la última vez que habíais hecho tanto "cardio" seguido, sin duda os habríais adelgazado unos cuantos quilos estos días con solo el hecho del estrés, las continuas carreras y la escasa y mala alimentación. Empezabais a ver las calles borrosas, por efecto de dicho cansancio y vuestro cuerpo empezaba a quejarse en forma de dolores musculares, de cabeza y mareos, simplemente la adrenalina os empujaba cada segundo a no dejar de correr.

...

Seguramente por eso no visteis la señal.

...

Nuestra mente, en el transcurso de los años se ha ido adaptando a ciertos símbolos, objetos y situaciones, que absorbe rápidamente y nosotros apenas le prestamos atención. Una de ellas son las señales viarias, pues desde pequeños os han enseñado que significa cada una de ellas. Y a los 18 años aprendisteis a conducir, y aún mas a interpretar esos símbolos de circulación. Vuestro cerebro se condicionaba por esos postes de colores vivos que indicaban o prohibían cosas, pero vosotros apenas os fijabais en ello.

...

Seguisteis corriendo sin daros cuenta que os metíais en un callejón sin salida. Al cabo de unos 100 metros, os detuvisteis en seco, como si una fuerza sobrehumana os detuviese. Respirasteis copiosamente mirando delante vuestro, esa calle estaba cortada y no tenía salida. Nadie dijo nada al principio, pero vuestro mundo se estaba cayendo a pedazos de manera demoledora..

Llegaron al final, no había mas nada. Tan rápido como habían ido creciendo sus esperanzas se desvanecieron en el aire como humo. Sintió un escalofrío, casi doloroso, en su espina. Casi cae en la desesperación, quería gritar y maldecir, patear la pared que se interponía en su camino. Pero se controlo, si alguien lo miraba diría que ni siquiera pestañeo al ver el muro. Dentro se generaba la tormenta.

La ropa se pegaba a su cuerpo sudoroso, apenas podía respirar y le costaba tomar aire. Su mano libre temblaba por los residuos de la adrenalina. Sacudió la cabeza para concentrarse.

Su cabeza fue de un lado a otro, buscando, evaluando, esperando. No tenía porque rendirse, algo tenía que hacer y si su hora había llegado, no se iría sin pelear.

Sentía que mi cuerpo estaba llegando al límite de cansancio. Me dolía al respirar, me ardía la garganta, deseaba sentarme por un instante y recuperar el aliento, pero no, aquello no era posible y más aún cuando teníamos una pequeña esperanza... pequeña esperanza que desapareció al encontrarnos en un callejón sin salida.

-Joder...- murmuro con un hilo de voz, lleno de desesperación y tristeza. No podía ser cierto, no podíamos estar atrapados -Debemos, pensar en algo...- mi voz se quiebra al hablar. Rápidamente con el dorso de mi mano, limpio mis ojos húmedos y mi frente bañada en sudor.

-No podemos darnos por vencidos...- aquello lo dije especialmente para mí, animándome, porque sentía que no podía continuar.

Llego, agotado por la carrera, tras los pasos de Isable y Marcos. Es obvio que no estoy en mi mejor forma física, y que los años no pasan en balde. Desde luego, el miedo es un acicate poderoso para sacar fuerzas de flaqueza y aguantar un poco más.

El callejón sin salida me hace volver la cabeza de inmediato, para ver a que distancia están los zombies que venían tras nosotros. Como mis compañeros, busco desesperadamente una solución lo más rápidamente posible.

- Ahí... chicos... qué... ¿Qué os parece eso? - digo, señalando algo que ha llamado mi atención.

Estabais abatidos, os dolían todos los músculos por la tensión del momento y el cansancio.

Parecía que habíais despistado a vuestros perseguidores por unos instantes, aunque habíais acabado en una calle sin salida. Aunque reinaba el silencio en esa zona, podíais oír perfectamente aquel rumor sordo que se extendía por toda la ciudad, un ruido al cual os estabais acostumbrando pero no por ello dejaba de ser espeluznante. Miles de criaturas como aquellas, arrastraban sus pies, gemían y gruñían por toda la ciudad, lo que provocaba un ambiente escalofriante.

Ahora, recuperabais algo de aire mientras os mirabais sin apenas mediar palabra, viendo la cara de miedo en vuestros semejantes.

Aquellos seres os estaban permitiendo tomar el aliento durante unos instantes.

No sabrías decir si fue el destino quien te sonrió o un golpe de suerte.

Algo perturbo tu campo visual, un leve movimiento, un cambio en una sombra, un pequeño reflejo en un cristal iluminado por la luz de la luna. Fuera lo que fuera, os salvo la vida en esos momentos.

Pudiste ver, como en uno de los tejadillos no muy altos de ese callejón sin salida, se movían un par de figuras que a todas luces parecían que iban a saltar encima vuestro. Por suerte, tu hallazgo os proporcionó unos leves instantes que significarían la diferencia entre una muerte segura y una posibilidad alentadora.

Fue un golpe de suerte. Por el rabillo del ojo, acerté a ver dos siluetas encaramadas al tejado sobre nosotros que estaban a punto de saltar sobre nosotros, e instintivamente, salté en dirección a mis compañeros, exclamando un:

-¡Cuidado! ¡Arriba!-

que esperaba fuera suficiente para poner en alerta a mis amigos y ayudarles a evitar el peligro. Aún con la vara metálica en la mano de mi último enfrentamiento a la horda zombie, me dispuse a enfrentar el peligro que se venía, literalmente, sobre nuestras cabezas...

Jadeaba e inspiraba profundamente para estabilizar mi ritmo cardíaco y en cuestión de segundos, el grito de Romo me sorprendió haciendome sobresaltar y pude sentir como perdía contacto con la mano de Marcos.

De la mochila que llevaba, saco la herramienta que había tomado de la casa, aquella que estaba cerca a la chimenea. Por un instante deseé estar allí y no haber salido nunca.

Empuño la herramienta de hierro y me dispongo a matar a esas criaturas. Podía sentir un temblor en mi cuerpo, quizás era miedo o cansancio, pero no podía darme por vencida, no ahora, debía luchar hasta el final.