Partida Rol por web

El místico oso blanco esquivó en su carrera al "paralizado" pelirrojo hombretón del norte, y se abalanzó sobre el cazador que había lanzado el saco de extraño y pegajoso contenido, con una garra presta a descargar un zarpazo sobre este ...

Los combatientes se estaban alejando cada vez más; los asaltantes intentaban emprender la huida mientras se veían hostigados por el grupo de compañeros.
Gudrid fue testigo de cómo a Satinder le atravesaban la carne con un proyectil. Instantes después, sorprendieron al grandullón Obelus enredándole el cuerpo con una misteriosa sustancia.

Estaba claro que su anterior llamamiento a la paz no había surtido el efecto deseado. Se disculpó en silencio ante su Señora por la inutilidad de su acto y avanzó en pos del arquero, quién haciendo alarde de gallardía, no había abandonado su posición tras el impacto de la cruel saeta.

Llegó junto a él y comprobó con alivio que la herida no era muy grave; a cualquier otro lo habría incapacitado, pero no al experimentado guerrero.
Restañaría las heridas del grupo después, en ese momento era preciso terminar con el combate y socorrer a Falbin.
Así pues, la joven sacerdotisa posó su cálida mano en el hombro de su amigo y le susurró al oído: - Que no te fallen las fuerzas, tus enemigos no tienen nada que hacer contra la firmeza de tu brazo. Aprenderán a temer tu nombre.
Con estas alentadoras palabras, la muchacha pretendía infundir vigor en el esforzado arquero.

Con un gesto casi involuntario, Gudrid levantó la vista y buscó con la mirada al que era dueño de su corazón y de sus desvelos; y allí lo divisó, en lontananza. Su brillante armadura refulgía con el brillo de las llamas cercanas. Le consoló comprobar que se encontraba ileso e inmerso en el fragor del combate.
Ella no pudo reprimir un suspiro preñado de sus más profundos anhelos.

El incendio incrementaba su extensión a pasos agigantados. El calor y la temperatura aumentaban en el jardín gnómico de forma descontrolada y pronto sería un infierno estar allí. Los pathfinders habían actuado con presteza frente a la contingencia que suponían los cazadores, pero excepto Ewan, nadie había tomado medidas para evitar que el fuego campara a sus anchas entre los cultivo y plantas. El aire se estaba espesando y cada vez costaba más respirarlo, pues cada bocanada se convertía en el paso de miles de pequeñas cuchillas abrasadoras que quemaban la garganta.

Había que ser rápidos o pronto el fuego los encerraría en una jaula de llamas y humo letal

El primer objetivo de Elenzeran estaba muy lejos y se mantenía a una distancia prudencial del decidido paladín. Entonces dio un vistazo alrededor y vio como el otro superviviente lanzaba una bolsa sobre Obelus. Midió la distancia que le separaba de él y no lo dudó. Mandoble en alto arrancó a correr hacia el hombre y se colocó justo a su lado. Ahora poco le valdría huir, el aasimar ya lo había alcanzado. Siempre en silencio, aquellos tipos habían rechazado la vía diplomática y se arrepentirían de ello.

El fuego que empezaba a propagarse por el jardín se sumaba como un nuevo enemigo en aquella lid, la cual parecía alejarse de la posición inicial del grupo. Satinder cargó una nueva flecha en su arco y se preparo para disparar a uno de los cazadores, que a pesar del humo que empezaba a levantar y la distancia entre sí, podría perfectamente llegar a impactar gracias a los sentidos élficos que había heredado de su padre.

A punto estuvo de disparar cuando notó el humo alrededor y observó como el fuego empezaba a extenderse. Entonces vió como el invocador Ewan trataba de tomar barriles de agua cercanos para sofocarlo.

Aquel fuego que destruía el jardín podría dejar en una posición letal a Elenzeran, Obelus y la enigmática invocación de Ewan,su arco debería esperar. Con gran agilidad se lanzó sobre los barriles de Ewan y tomó uno de ellos, luego se dirigó hacia las llamas más proximas para extignuirlas del calcinado jardín.

El cazador herido por la flecha de Satinder y la zarpa de Rampart, pudo contemplar como el estoico paladín apareció junto a su compañero tras una carrera infinita... ¡¿Qué clase de vigor empujaba a aquel aasimar iomedita?! Por unos segundos miró a sus adversarios y sopesó la posibilidad de extraer una de las espadas cortas que llevaba enfundadas, pero estaba demasiado herido.

Dio un paso atrás y tras extraer un pequeño vial azulado, lo ingirió. Acto seguido, las heridas de su cuerpo comenzaron a restañarse mientras un remolino de partículas brillantes hacían de catalizador sobre el lecho de las lesiones.

El cazador había conseguido aliviar parte de su maltrecha situación, pero ahora los dioses debían concederle la virtud de superar la furia con la que Obelus se acercaba hasta él.

Obelus levanta su espadón mientras observa a la rata escurriéndose por el agujero. El espadón cae del cielo y el cazador atraviesa la valla, al menos una mitad, la otra está a los pies de Obelus, tras eso, grita: ¡¡TÚ ERES EL SIGUIENTE!!

Sin duda los cazadores se habían equivocado de Ulfen al que insultar, pringar y disparar.

Ewan hizo el ademán de mover el barril de agua, pero rápidamente desistió del intento al corroborar que estaba lleno de agua, y no se podía decir que fuese un forzudo, sino más bien, todo lo contrario. Con lo que rápidamente se quitó su capa la sumergió sin miramientos. Le daba igual lo ponzoñosa que pudiese estar el agua, ..., era agua y la situación crítica en la que estaban no entendía de miramientos.

Con la capa chorreando, comenzó a acercarse hasta el fuego, que comenzaba a tener dimensiones considerables:

 - ¡DAOS PRISA EN ELIMINAR A ESOS DESGRACIADOS! - Gritó a los guerreros situados al norte para hacerse oír entre el crepitar del fuego - Sino queréis que seamos pasto de las llamas. - Dijo en un tono mas flojo que pudieron escuchar perfectamente Gudrid y Satinder.

Cuando la vetusta espada de ancha y larga hoja partió en dos al cazador que intentaba huir, el único oponente que quedaba, aquél que hacía las funciones de líder y que había dado las indicaciones de atacar a los pathfinders, soltó el arco que llevaba en la mano y se lanzó a los pies de Elenzeran...

- ¡¡Piedad caballero de Iomedae!!... ¡¡Piedad!!- comenzó a gritar con la cabeza a ras de suelo - ¡¡Me rindo!! ¡¡Me rindo!!... No queríamos hacerle daño al gnomo... ¡¡Se lo juro!! ¡¡Únicamente no queríamos tener competencia para cazar licántropos!!...- mascullaba desde el suelo.

El imponente oso, "místico" se podría decir, se acercó amenazante al último contrincante con un gruñido dotado de un eco profundo e inquietante. Sin embargo se mantuvo expectante al lado de este por si debía actuar, pero sin descargar ataque en él. Se dirigió a Elenzeran, y con la misma profunda voz le dijo:

 - Tú decides caballero de Iomedae, el futuro de este ser.

Ewan al ver que el último contrincante se rendía, se percató de las considerables dimensiones que estaba adquiriendo el fuego:

 - ¡RÁPIDO MUCHACHOS, O EL FUEGO LO ARRASARÁ TODO! - Gritó a sus compañeros más alejados.

Luego se dirigió de nuevo a los barriles, y dijo a Gudrid y Satinder:

 - Ayudadme con los barriles. Tenemos que volcarlos al lado del fuego para intentar apagar el fuego lo antes posible, y yo sólo no puedo moverlos por encima de la valla.

Al parecer, el combate había finalizado. El último contendiente yacía postrado de hinojos a los pies del blondo paladín.
A Gudrid ni se le pasó por la cabeza pedirle clemencia para su adversario; sabía de sobra que el corazón de Elenzeran era piadoso: no lo mataría.

Momentos después Ewan se dirigió a ella pidiendo su colaboración. Presta se dirigió a la posición de su compañero para ayudarle con los barriles. Era preciso evitar que el fuego se propagase en demasía.
Miró de reojo al menudo cuerpo que permanecía inmóvil en el suelo: también tendría que ocuparse de él. No obstante, lo más apremiante en ese momento era sofocar el incendio. El calor era terrible incluso para ella, amante como era de la calidez; si dejaban que se extendiera, sería fatal.

El combate había finalizado y otras urgencias acuciaron al paladín aasimar. Vencidos los enemigos el fuego que amenazaba con consumirlo todo pasó a ser la primera prioridad para Elenzeran. La bestia mágica que seguía a Ewan se dirigió a él pidiendo su decisión. No tardó en escucharla.

Si se mueve, acaba con él.

Y sin más dilación se acercó al lugar donde sus compañeros bregaban por sofocar las llamas. Cuando llegó se dirigió a Gudrid, sabedor que su mente ya estaría pensando en el pobre de Falbin.

Ve a ver como está Falbin, Gudrid, ya me ocupo yo de ayudar con el fuego.

Obelus da un resoplido, coge la capa del cazador y se dirige a apagar los fuegos para evitar que se propaguen donde está el gnomo inconsciente. Más vale que el cabecilla no intente nada raro, sinó irá a por él cuando recupere el aliento.

Elenzeran se dirigió a ella y la muchacha le respondió con una mirada cargada de gratitud.

Gudrid corrió a través del huerto hasta llegar a la posición de Falbin y se arrodilló a su lado. Posó la mano en su pecho para comprobar su estado. La sacerdotisa elevó una plegaria al cielo:– Te lo ruego, escucha las palabras de ésta tu insignificante sierva. Que a través de mi cuerpo actúe tu voluntad; no permitas que se vaya.

El arquero semielfo ayudó a Ewan a transportar los barriles de agua hacia el fuego en extensión y se dispuso a derramarlo junto a él para evitar que este siguiera extendiendose. Ahora que el último de los cazadores se había rendido, el grupo podría ocuparse del caído gnomo y el inciendio del huerto.

El combate duró poco tiempo, pero las fogatas originadas por aquellos malhechores hubieran consumido toda la hacienda de Falbin, si el grupo de pathfinders no hubiera actuado con premura y coordinación. Mientras Gudrid examinaba el cuerpo del gnomo caído, Obelus se debatía con su capa de piel intentando mantener el fuego a raya. 

Por suerte, cuando peor se ponían las cosas, Satinder, Elenzeran y Ewan llegaron con una barrica repleta de agua. En cuanto volcaron tamaño tonel, el agua salió desprendido sin control, asfixiando las llamas que se apresuraban entre los arbustos de aquel jardín. El olor a hierbas medicinales quemadas envolvía todo el lugar, haciendo durante un buen rato, bastante dificultosa la respiración.

Cuando el fuego estuvo a merced del grupo, la sacerdotisa de Serenrae llamó la atención de sus compañeros. El gnomo estaba inconsciente pero vivo.

Eso era una noticia genial.

Tras extinguir el fuego el arquero semielfo, que se encontraba lleno de manchas oscuras a causa del humo, se dirigió de inmediato donde se encontraba Gudrid junto al desfallecido Falbin y se arrodillo junto al mismo.

- ¡Por las flechas de Erastil y el fuego sagrado de Serenrae! - exclamó hacia Gudrid - menos mal que hemos llegado a tiempo y has podido estabilizar sus heridas, tendremos que llevarle de nuevo a Wispil para que repose si no recupera la consciencia pronto. - comentó con preocupación, y luego se giró para observar al cazador que se había rendido ante la furia combativa del grupo de pathfinders - Y también habrá que encargarse de ese rufián... debe pagar por su crimen, espero que Elenzeran de buena cuenta de él. - comentó el semielfo, quien parecía realmente preocupado por el pequeño gnomo.

El arquero nirmathiano dió unas ligeras palmaditas al pomulo del gnomo, esperando que aquel estímulo pudiera despertarle de su estado.

Obelus coge un arco, se pone al lado de Gudrid, la mira, toca el arco como un harpa, se mira la flecha que tiene clavada, mira a la clériga, toca el arco, se mira la flecha....y así siguiendo a la clériga.

Gudrid suspiró totalmente aliviada. Falbin sobreviviría.
Intentó tranquilizar a Satinder que parecía realmente preocupado: - No te angusties, se pondrá bien. Sólo necesita descansar.

Alzó la cabeza y ofreció al cielo una sonrisa de agradecimiento. Al levantar la vista, vio a su lado a Obelus y no pudo evitar abrir mucho los ojos al comprender lo que le pedía. Una sincera carcajada escapó de su boca, y su risa sonó con la música del viento entre las hojas, contrastando totalmente con la desolación que les rodeaba.
- Tienes razón, perdóname. Estaba tan preocupada por nuestro pequeño amigo que olvidé por completo mi obligación. Ven, acércate. - Entonces se dirigió a Satinder que también sangraba a causa de una herida. - Tú también, no podéis ir por ahí perdiendo sangre; no da buena imagen.
Al decir estas palabras, la línea de sus labios esbozó un gesto amable y risueño.

El gesto del grandullón la había divertido de veras. Tanto que, aún mientras oraba suplicando la gracia de su Señora, no podía disimular su sonrisa.
- Venid y sentid el abrazo que os brinda la Brillante Dama.
Mientras hablaba, con gesto rápido arrancó la flecha que laceraba la carne de su compañero y acto seguido, repitió el proceso con el otro camarada.