Partida Rol por web

Mamawe se despertó sobresaltada con unos gritos y ruidos de peleas. Alargó la mano hacia sus armas comprobando que estaban en su sitio mientras abría los ojos de par en par.
Kalen se acercaba a la puerta con plena intención de abrirla;todo este alborozo la sacó de quicio, se suponía que esta noche iban a poder descansar por completo, tumbados en camas en lugar de sobre sus miserables mantas de camino. Sin embargo allí estaba su "compañero", abriendo la puerta de la habitación, eso les metería de lleno en la pelea y lo cierto es que eso no le apetecía mucho.
Cogió su espada y esperó sentada en la cama para ver que pasaba cuando Kalen abriese por completo la puerta.
 

Tu ataque tal vez debido al miedo o a lo inesperado de la situación resulta realmente malo. Ahora son tres los enmascarados que tienes delante, al menos no estas rodeada.

A pesar de tu gran agilidad, uno de ellos consigue burlar tus defensas y te golpea en el pecho con su garrote, por suerte te has movido lo suficiente para amortiguar parte del dolor, aun así, casi pierdes el resuello por el impacto.

Udokal se despertó con los ruidos, estaba acostumbrado a permanecer alerta y su sueño no solía ser muy profundo, los O'Shar convivian con el peligro constante desde pequeños y esa era una costumbre de la que era muy difícil desprenderse. Prestó atención por si podía venir de la habitación de Pazzo y Phey, pero no supo afinar bien la procedencia del ruido. Otra puerta se abrió y enseguida escuchó un grito que reconoció de inmediato. Antes de que la pequeña Pazzo terminara con su primer alarido Udokal ya estaba de pie con su hacha preparada en la mano, por algo siempre dormía con ella a su lado. Se había quitado los gruesos pantalones y la chaqueta de pieles que le servían de protección no solo contra los golpes si no también contra el frío, pero que allí dentro le daban demasiado calor así que tan solo llevaba puesta una sencilla camisa y un pantalon fino con los que solía dormir y utilizar de ropa interior debajo de su armadura.
Abrió la puerta en un movimiento brusco y salió al pasillo para encontrarse frente a su puerta a Pazzo a la que alguien estaba atacando, había tres hombres en el pasillo intentando agredirla y un bulto en el suelo al que Udokal con su rápido vistazo no pudo distinguir como Phey. Alzó su hacha y se dispuso a defender a la pequeña Pazzo mientras dejaba la puerta libre para Keloa que sin dudas saldría justo detrás de él, ni siquiera tenía que mirar hacia atrás para comprobarlo, ella siempre estaba allí. Sin pensarlo dos veces cargó contra ellos.

Ante el combate que se desarrollaba en el pasillo Mamawe suelta un suspiro y comienza a ponerse de nuevo la armadura... Sin prisa pero sin pausa, y sin dar la espalda a la puerto en ningún momento.No se fiaba de que el combeta no terminara por desarrollarse en el interior de alguna habitación, y si era en la suya estaría preparada.

Otro de los enmascarados vuelve a intentar golpearte con su garrote. Lo cierto es que la Naiss es realmente rápida y no tiene problemas en esquivar el golpe que se estrella contra el marco de la puerta.

Keloa, salta de la cama en topless, agarra inmediatamente el Kryll, y corre hacia la puerta, tras Udokal, con mirada fiera y decidida.

Al ver a Phey tan indefenso, Pazzo empezó a temer por su vida. Si también le había pasado algo a Udokal y Keloa, podía darse por muerta. Se acordó de la rubia pija, y su fiel explorador canijo, y sintió más odio que nunca hacía ella. Si no los hubiera abandonado ahora estarían mejor protegidos y nadie se metería con ellos.

Le temblaban las manos de rabia o miedo, ni ella lo tenía claro, pero fue suficiente para fallar un ataque fugaz con su daga hacia uno de los atacantes. ¿O fue por el vómito que lo cubría todo? Una puerta se abrió y la pequeña Naiss no le hizo mucho caso. Lo único que quería ver al otro lado del pasillo, asomándose por una puerta, sería una o dos cabezas pelirrojas, preferiblemente en continuación de sus cuellos y cuerpos.

Recordó el aspecto que tenían los otros clientes que había en la posada en la cena, la mujer soltera que escondía algo, ninguna mujer viaja sola si quiere vivir, la enorme mujer negra y su acompañante. Les escuchó hablar y decían que se quedan por la noche. Cobardes, mis gritos se habrán escuchado en todo el pueblo y esos siguen en sus cuartos temblando de miedo mientras una mujer honesta y débil como yo… bueno, puede que no muy, muy honesta, pero muy frágil, se enfrenta a tres, TRES, malhechores armados y peligrosos. Vergüenza debería darles…

Otro golpe interrumpió sus pensamientos. El dolor era tan agudo que no podía hablar, incluso pensar le costaba. Se frotó el lugar con la mano magullada mientras ponía una cara de dolor espantoso. Vio rojo delante de sus ojos y no solo por el dolor. Udokal, vestido con unas prendas que compraron hace unas semanas en un pueblo, apareció con su gran hacha en la mano. Pazzo recordó que le comentó lo cómodo que se sentía con aquella ropa. Keloa, sin embargo, no las podía ni ver y hasta odiaba un poco más a Pazzo desde aquel día, seguro que era porque le tapaba ciertas vistas. Ella también apareció al pasillo, desnuda. Por lo menos atraería la vista de los atacantes con sus voluptuosas curvas. Hasta Phey se quedaba embobado cuando la veía.

Daba igual lo cobardes que eran el resto de los clientes, sus amigos estaban ahí para salvarles. Se sentía más valiente y volvió a intentar suerte con la daga. Sus manos eran rápidas y una buena manera de tirar al suelo a un atacante, era haciéndole daño en las piernas. Se agachó y clavó su puñal en la pierna izquierda del que la golpeó en el pecho.

Ophelia no tenía el sueño profundo, no al menos desde hacía una década, pero estaba acostumbrada al estruendo. No quedaba más remedio para sobrevivir en la torre sin volverse loca. El bullicio allí era natural desde antes del alba, a menudo incluso a lo largo de la noche y la madrugada. Algunos experimentos eran extraordinariamente ruidosos, y en no pocas ocasiones alguna bestia sobrenatural había huido, corriendo por los pasillos, derribando mobiliario y magos por igual, con un grupo de aprendices gritando como lunáticos tras sus pasos. Y los conjuros de silencio estaban prohibidos entre los muros para dificultar las acciones de cualquiera que deseara cometer un delito.

Así, no fue sorprendente que fuera la última en despertar. Y solo porque la barahúnda  del pasillo se extendió a las habitaciones, cuando los contendientes chocaron con las paredes e hicieron temblar el suelo bajo sus pies. Los muros de la torre eran tan sólidos que un gigante saltando por los pasillos hubiera pasado desapercibido.

No tenía ni idea de lo que ocurría, pero parecía una pelea. Algo que podía volverse peligroso para ella. Sabía cómo defenderse, pero no era una maga de batalla. Y sus conjuros más valiosos eran demasiado lentos, y demasiado aparatosos para usarlos de forma efectiva en el pasillo de la posada.

Podía salir por la ventana y esperar sobre la techumbre de la posada. Dejar que lo que fuera que ocurría pasara, y bajar en cuanto se calmara la situación. O descender hasta el establo y largarse de allí con la yegua. O puedes enterarte de lo que está pasando ahí fuera; ya no tienes edad para andarte con remilgos.

La mujer transformó el gorro de dormir en un pasador de pelo con una palabra mágica, se apartó el cabello del rostro y lo sujetó en un moño improvisado. Agarró el morral y se acercó a la puerta, abriéndola apenas lo suficiente como para echar un vistazo a lo que ocurría en el pasillo.

Mamawe seguía colocándose su armadura, fuera, se desarrollaba una especie de combate. Pero Mamawe no estaba alarmada, ya había visto luchar a Kalen y lo cierto es que no lo hacía mal, además, el pasillo era lo bastante estrecho como para impedir que más de una persona le ataquase a la vez. El joven era bastante sensato, si se veía realmente superado retrocedería por el pasillo...
Decidió que lo mejor sería terminar de ponerse su armadura, pues cuando terminase la lucha tendrían que salir de allí, y no tenía pensado dejar su peto hecho a medida al alcanze de cualquier pillo con las manos demasiados largas.

Kalen se desliza detrás de uno de los encapuchados, demasiado preocupado en intentar aplastar a la molesta Naiss como para darse cuenta del peligro que le acecha desde atrás.

Sin piedad, la espada corta de Kalen le atraviesa la espalda a la altura del corazón. Por unos segundos, el asombrado encapuchado mira como una ensangrentada hoja le sobresale en el pecho, después cae muerto.