Partida Rol por web

Pareciendo aguardar a que Sanzo terminara su escueto discurso, puede que en un nimio gesto de cortesía, dos saetas cruzan velozmente la oscuridad de la noche e impactan con sonido sordo en la armadura de Sanzo, llegando a perforarla.

Las palabras no habían llegado a buen puerto, era momento de que hablaran los aceros.

Yo mismo me quedo parado un instante ante lo que sucede, cómo es posible que haya fallado ese golpe. Pero no puedo desaprovechar el momento, si las fortunas quieren que sobreviva debo hacerlo.

Muevo la espada buscando hacer un corte ascendente preferiblemente a la altura del cuello, probablemente a la altura del pecho o el abdomen. En cualquier caso, algo que iguale nuestra situación.

Lejos de llegar a ser incapacitante, lo que había parecido un buen impacto queda en una herida superficial. Nori, "el ronin corpulento de la cicatriz, aficionado a las malas mujeres, propenso al sake", no duda en su siguiente movimiento resuelto a acabar el encuentro, y pone su alma en poderoso aunque comedido último golpe. La armadura se vence ante el paso de su filo, y el acero penetra severamente hasta impactar contra tu costillar. La punta de la catana se desliza abriéndote desde el plexo solar, hasta el vientre, antes de dejar de hacer estragos en tu cuerpo.

Viendo como Nori se aleja un par de pasos, al intentar ir en persecución por la inercia para lanzar otro posible golpe, percibes como las piernas no te responden. Tiemblan. Has llegado al punto de sufrir tanto castigo, que a tu cuerpo le cuesta incluso mantenerse en pie.

Escuchas el sonido de su espada cortar el aire, llegando a dar por hecho que tras ese sonido llegaría el descanso... una vez pusiera fin a tu vida.

- ¿Cuál era tu nombre? - Escuchas su voz en cambio, relativamente serena, entre sus exhalaciones y el retumbar de tu corazón en tus sienes.

— ¡Basta! — Dijo Katsumoto tras meditar bien sus próximos movimientos. El veterano soldado había calculado las probabilidades que tenían de salir de aquello. Llegar a un enfrentamiento iba a ser duro, pero incluso aunque superasen a todos aquellos soldados y sobreviviesen, lo único que iban a conseguir era diezmar las fuerzas de ese tal Kengo. Todo era un desastre, un desastre que solo podía beneficiar a sus enemigos.

— Deteneos, por la gracia de los Kami. Un derramamiento de sangre solo beneficiaría a aquellos que se han llevado al niño. — Katsumoto se interpuso entre su compañero Sanzo y los soldados.

Se giro hacia el líder de la patrulla y sacó su espada. Admiró la belleza de aquella majestuosa arma antes de clavarla en el suelo. Katsumoto dio un par de pasos hacia atrás y se inclinó mostrándose humilde.

— Hemos cometido un error irreparable. Nos engañaron. Solo queremos una oportunidad para salvar al niño y matar a los que nos manipularon. Si después... si después de enmendar nuestro error la muerte es nuestro castigo, la aceptaré gustoso.

Pero somos hombres con habilidades nada despreciables, y estamos ansiosos por enmendar nuestro error. Dejadnos ser útiles para Kengo-sama. —  

Dos flechas se habían clavado de manera traicionera en la hombrera de su armadura. Su velocidad, o mejor dicho, la voluntad de los Kami, había querido que solo la armadura recibiese daños. Estaba a punto de lanzarse a soltar sus aceros cuando las palabras de Katsumoto le detuvieron con más velocidad que las flechas. 

Ver al viejo Gunso postrado y avergonzado no era plato de su agrado. Un hombre como Katsumoto no debía de arrodillarse o entregarse a las manos de perros sin honor por mucho que portasen un mon y la autoridad de un conspirador bajo el nombre de Daimyo. Pero si se lanzaba al ataque sin más, deshonraría al que se había convertido en un amigo. Atrapado en la tesitura entre respaldar a su camarada o intentar por la fuerza ir a socorrer al niño, optó por lo primero. Quizás el gunso supiese como convencer al monje que dirigía a esos patanes.

Se mostró inmóvil, como una roca, pero era obvio que estaba espectante ante lo que pudiese suceder. Sin embargo, no profirió palabras, manteniéndose en una pose de respeto marcial* tras Katsumoto, como haría un yojimbo.

Cuando Katsumoto interviene, el sacerdote alza brevemente la mano para ordenar a sus hombres que se detengan. Los hombres dudan, pero evitan echarse sobre vosotros, especialmente sobre Sanzo que probablemente hubiera quedado más débil tras los impactos de las saetas que, dicho sea de paso, otras dos parecían estar ya preparadas para lanzarse.

Observando los gestos de Katsumoto y escuchando atentamente sus palabras, el sacerdote entrecierra sutilmente los ojos. Finalmente, responde con voz más suave, casi armoniosa. - Está bien. Entregad las armas. - Con un gesto, ordena a uno de los guardias que se ofrezca a recoger vuestras armas, el cual obedece inmediatamente y ofrece sus dos manos para recogerlas según se las vayáis dando. Dirigiéndose hacia otro de sus hombres, le indica. - Acompáñanos.  - El cual responde con un sonoro "ha". Volviendo la atención sobre vosotros, no parece pretender apresaros como tal, pues no hace petición alguna de que os aten las manos o similar.

Dejando el tiempo pasar mientras que cumplís su solicitud, una vez queda todo conforme a su gusto, os pregunta. - Ahora decidnos. ¿Hacia dónde se dirigen esos bandidos? - Parece querer desvincularos, de buena fe, de las acciones del resto de vuestros compañeros.

El último ataque de Nori seguramente debería haber acabado conmigo de no ser por la armadura. Con la adrenalina del combate, cuando veo que se aparta intento seguirle solo para descubrir que mis piernas ya no me responden.

Tres heridas, solo eso ha sido necesario para derrotarme. Casi parece un chiste que, después de tanto luchar, vaya a morir como un ronin abandonado en una colina cualquiera.

Agacho la katana, ya no tiene sentido seguir empuñandola, y me dejo caer sentándome sobre mis rodillas cómo haría en una ceremonia de seppuku.

Mi nombre es Yoshiaki digo escuetamente mientras cierro los ojos, preparándome para el juicio de mis ancestros. Juicio que por otra parte no creo que vaya a ser muy favorable, pero que afrontaré como he afrontado todo lo que ha sucedido en mi vida.

Mantengo la cabeza levantada para darle un buen acceso a mi cuello a Nori buscando que termine cuanto antes.

Habiendo asumido el momento de morir, los segundos pasan de forma lenta y sobrecogedora. Bajo la atenta mirada de Señor Luna, tus pensamientos vagan por tus momentos más preciados. Por tu fallecido hermano, tus padres... batallas y otros sentimientos que provocan un vuelco en tu corazón. Incluso la falsa hija que mencionaste a Nori, como opción que podría haber sido y ya no será, te hacen cuestionarte si realmente has tenido una buena vida. Con los Grulla sin duda lo fue, pero después de eso... ¿En qué se había convertido?

Te encuentras divagando, cuando te percatas de que el tiempo pasa y aún sigues respirando. ¿A qué diantres estaba esperando ese dichoso ronin? Estas por apremiarlo cuando le observas hacer el gesto de beber, había envainado la catana y te tiende el recipiente contra tu pecho. Tomándote una mano y haciéndote cogerlo, se separa de ti tras apoyar brevemente una palma diestra en tu hombro.

- Yoshiaki-san. - Te menciona con voz reflexiva. - Ya no hay razón por la que combatir. Tu destino queda en manos de los kami. - Dicho esto, se gira y echa a caminar alejándose de ti. - No quiero volver a ver esa máscara tan fea. [...] Olvida estos últimos días y al crío. [...] - Ya considerablemente alejado, medio grita... -  Y si puedes ¡vuelve con tu familia! - ...antes de callar definitivamente y abandonarte a tu suerte, derrotado, con poco más que medio recipiente con agua, y unas heridas capaces de matar al común de los mortales... pero con las que tú todavía sigues con vida.

No, no, no... No, joder. Este era el momento, debería dejar el mundo de forma honorable y sin embargo aquí me deja para que muera como un perro. Quizá debería acabar con mi vida yo mismo, pero no tengo ayudante para poder hacerme seppuku. Y además está el niño.

Me quedo sentado donde estoy, con los ojos cerrados, buscando meditar. Apenas soy capaz de moverme, así que eventualmente moriré de hambre o de sed. ¿Cuánto tardarán en encontrarme? ¿Me encontrarán? Quizá lo mejor sería no alargar el sufrimiento. Pero algo dentro de mí me dice que todavía mi historia no ha acabado, que todavía debo rescatar al niño; luego ya podré lavar mi honor.

Haciendo más esfuerzo del que puedo imaginar, empiezo a caminar lentamente en la dirección contraria a nuestras pisadas buscando encontrar a los otros. El peso de mis heridas me vence y termino volviendo a caer, así que esta vez me apoyo en la funda de mí katana para evitar volver a rodar. Sigo intentando no mostrar ningún gesto de dolor, pero ya es casi imposible.

Katsumoto miró a Sanzo, avergonzado. Su alma de guerrero le entendía, mejor morir luchando que avergonzado sin un arma. Podían cortarles el cuello como a perros si se entregaban.

Pero esta misión le había dado algo de perspectiva. Corría riesgo, pero era la única oportunidad de poder (en caso de apelar a su buen juicio) reparar el daño de su traición.

 - Arigato... - dijo al percibir el alivio de que no les apresaban. Katsumoto dejó que cogiesen su espada con cierto recelo y vergüenza. - Queremos ayudar a solucionarlo. Hemos sido engañados y alguien lo va a pagar muy caro.

Son dos hombres, un monje que se hacía llamar Ryo y un Shugenja de Aire llamado Akiyama, aunque no puedo asegurar que sean sus nombres reales.

Katsumoto señaló en la dirección adecuada - Se escabulleron hacia el norte del bosque, sin parar, sin detenerse. Vinimos a por caballos, pero tenemos un hombre capaz siguiéndoles el rastro.

¿Que hay en esa dirección? ¿Hay alguna ciudad donde se puedan refugiar?

Con una mueca de disgusto oculta tras el mempo, Sanzo accedió a entregar su daisho atado en un solo par mirando a los ojos del guerrero:

- Os pido que tratéis a estas espadas como a las vuestras, samurai. - Eran palabras sin ira, más una educada petición sucinta entre dos hombres de honor, que un arrenato. Y luego asintió ante el monje.

Aún no sabía en quien confiar, por lo que dar muchos detalles era tan malo como dar pocos. Nobu, la descripción de Ryo, el patrón de Ryo al que iba a conocer una vez salvado al niño... Muchas incógnitas.

"Diablos, nunca le pregunté a Ryo nada sobre su patrón, ni un maldito pseudónimo"

- ¿Hacia el norte? - Pregunta el sacerdote con cierta incredulidad. - Nada que yo sepa. Tierras agrestes, poco más. - Mirando a sus hombres sin llegar a preguntarles, recibe una negativa por su parte. Tampoco parecen tener nada en mente que pueda ser de interés al norte.

Entre tanto, el hombre encargado de recoger y custodiar vuestro armamento emite un simple - Ha. - confirmando que sus planes cumplen con la voluntad de Sanzo.

Sin mayores preámbulos, el sacerdote da unas sencillas consignas. -  Marchaos inmediatamente. Tomad caballos y que corra la voz, que las gentes sepan que aquel que nos facilite información útil sobre el paradero de esos dos hombres y del pequeño, recibirá una generosa recompensa. - Haciendo una breve pausa, añade. - Tres iréis al norte. El otro que se dirija hacia el este. Si os encontráis con un magistrado no dudéis y solicitad su ayuda. Que los kami y las Fortunas os guíen.

Habiendo comprendido el mensaje, los cuatro hombres confirman la orden con un golpe de voz y se ponen enseguida en movimiento, trotando dirección sur.

Quedándoos a solas con el sacerdote, el guardia que custodia vuestras armas, y otro que hace labores de escolta, comenzáis a caminar en dirección a su campamento

Más pronto que tarde te das cuenta de que seguir caminando así no tiene sentido, y las pocas fuerzas que te quedaban no tardan en abandonarte. Herido, sangrando, y lo suficientemente dolorido como para caminar, eres consciente de que por más que quieras seguir los pasos de Sanzo y de Katsumoto, al ritmo que vas te será imposible darles alcance.

Dejándote caer sobre la hierba, te entregas a la noche y te desprendes de la máscara. La brisa acaricia tu marcado rostro. Tienes frío, pero llegado a este punto de dolor te resulta prácticamente irrelevante. Asumiendo que vas a pasar la noche al raso, te acurrucas como buenamente puedes aún ataviado en tu armadura, haciendo presión contra tus heridas. El sueño más profundo no tarda en dar contigo. Tal vez encuentres descanso, tal vez el dolor remita y tal vez puedas olvidarte de tu miserable existencia mientras dure.

Irónicamente... en esta situación... no suena del todo mal la idea de que durase para siempre.

Sanzo se resignó temporalmente a seguirles la corriente, qué otro remedio quedaba. Durante el camino, decidió preguntarle algo al monje, para recabar toda la información que pudiese de la situación.

- Y dígame, monje-san, ¿Qué puede contarnos sobre Kengo-dono? Por lo que he visto y oido hoy parece un Gran Señor, pero me ha resultado... Sorprendente, que nadie utilice su apellido en ningún momento. No me gustaría presentarle mis respetos sin ser cortés, usando el nombre de su linaje como debe ser.

Katsumoto simplemente siguió al monje, esperaba que les llevaran a su presencia y en breve conociesen a dicho señor. Si bien era cierto que desconocían su nombre, parecía tener gran influencia en aquellas tierras de nadie.

- Empiezas a hacerte las preguntas correctas. - Advierte en sacerdote, sin dejar de caminar. Recobrando el tono pomposo, habla expresando el más profundo de los respetos mientras proyecta la voz. - Kengooo-dono es el infinitamente sabio y honorable kokuzo¹ de nuestra orden. Después dejar un vasto legado y de haber servido al mismísimo Hijo del Sol durante décadas, fue cuando la edad le invitó a que se retirara del mundo mortal² cuando al fin comprendió lo que muchos sentíamos pero no éramos capaces de identificar.

Alzando la mano zurda, sin miraros, continúa.
- ¡La balanza que rige al reino de los hombres se encuentra rota! Da igual que pongamos el mismo peso a cada lado, unas veces reflejará una cosa, y otras veces otra. Y los mortales en lugar de comprender ese detalle, el que sugiere que la balanza que a todos nos rige se encuentra rota, inútilmente solo intentan equilibrar el resultado. Y lo consiguen... a veces. ¡Pero! Pero... al ignorar tan importante detalle... no se dan cuenta que la próxima vez que la balanza deba ponerse a prueba, volverá a mostrar un resultado errático. Y... ¡peor aún! Cuando intentan compensar la balanza, solo logran empeorar aún más el resultado. Una y otra vez... una... y otra vez desde los albores del Imperio los hombres han estado cometiendo el mismo error... una y otra vez. - Por tal y como modula la voz, podéis percibir claramente entusiasmo y fe en su discurso. - Pero, gracias a la guía de Kengo-dono y el buen criterio del Hijo del Sol, conseguiremos arreglar la balanza y... poner fin al desequilibrio que azota al reino de los mortales.

- Cuando presentemos a Tetsuya-denka³ al Señor Luna... - Niega levemente con la cabeza mientras su voz se apaga y el entusiasmo desaparece rápidamente. Parece que los sucesos recientes lo atormentan. - Rezo a los kami porque Nori-sama sea capaz de dar con él y traérnoslo de vuelta. Solo espero que el pequeño príncipe esté bien...

Y guarda silencio por un tiempo, quedando meditabundo.

Gracias al mempo por tapar la mitad de su rostro, pensaba Sanzo mientras se daba cuenta lentamente, de que este lado era tan pernicioso como podía haberlo sido el otro. Le desoló cerciorarse, a falta de un confirmación final de boca del monje, de que Kengo-Dono era de hecho el líder sectario del que les habían advertido. Tendría que manchar aún más su honor para poder vivir lo suficiente para rescatar al muchacho de manos de unos y de otros. Esperaba que el viejo Katsumoto fuese capaz de hacer también ese sacrificio, pero no podía engañarse, en última instancia su responsabilidad era mantener el juramento de salvar al niño, al precio que fuese, de manos de unos y otros.

Con genuino interés por escuchar más, a fin de confirmar sus sospechas, preguntó de nuevo:

- Kengo-Dono es sin duda un hombre con una gran trayectoria vital, lo que se evidencia ante la cantidad de hombres que ha unido bajo su estandarte. Contadme, sabio monje, ¿Sabéis como piensa traer ese equilibrio Kengo-Dono? De seguro, una empresa tan grande, en manos de un hombre no menos grande, será algo que habrá meditado en profundidad hasta hallar una senda. Por cierto, habéis mencionado una orden, ¿Cuál es el nombre de vuestra orden? En el pasado he tenido trato cercano con monjes y monasterios.