Partida Rol por web

Estaba más que claro que aquel hombre estaba implicado, habíamos hecho bien en venir al haberle pillado desprevenido teníamos más posibilidades de cogerle.

- Así es, pongámonos manos a la obra. Además si vuesa merced no ha tenido nada que ver debería estar tranquilo y no mostrar preocupación alguna ¿no es cierto?

Tras decir aquello me pongo a registrar el lugar, quizás tuviese guardada el arma con el que habían disparado al pobre hombre...

Empezáis a registrar la casa. Comenzáis por la barbería y a continuación seguís por las habitaciones, teniendo en todo momento vigilados a los sospechosos. En el armario de la habitación de Ginés encontráis, tal y como os temíais, una camisa con restos de pólvora y sangre entre la ropa limpia, así como una capa que también los tiene. Tomás puede comprobar que esta se ha quemado recientemente y su distribución en la ropa es fruto de haber hecho un disparo desde muy cerca. La capa está húmeda, huele a sudor y al relente nocturno. En las botas depositadas en el suelo todavía hay barro relativamente fresco, pues han pasado unas horas desde que se cometió el asesinato.

Difícil sería pensar que Ginés Sansano, amante de Ana María Javaloyes, no sea el autor material de la muerte de Francisco Urbán.

Ahora bien, el arma del crimen no aparece por la casa. Probablemente se haya deshecho de la misma de alguna manera.

¿Es Ginés Sansano el único culpable de esta tragedia? ¿Cómo se urdió el plan? Falta una confesión por su parte para dilucidar toda la historia.

Cojo la ropa manchada de sangre y restos de pólvora y las colocó sobre una mesa. Hago que Gines se siente junto a la mesa y yo me siento justo enfrente. 

- Señor Sansano, no me andaré con rodeos, esta usted en un buen lio. Esta noche ha habido un asesinato y ahora mismo es usted el principal sospechoso. Asi que ya puede contarnos todo lo que sepa y el por qué estas ropas están llenas de sangre y con pólvora. Y le exigió que no mienta,  ya que eso no hará más que empeorar las cosas.  Puedes empezar cuando quieras, somos todo oídos. 

Me le quedó mirando fijamente para ver sus gestos mientras habla y ver si se pone nervioso. 

Sansano está como un flan ante las pruebas abrumadoras. Se toma unos segundos para elaborar un relato entre titubeos y nervioso frotar de manos que a todas luces es completamente falso:

—Verán, v... vino temprano una cliente que necesitaba que le abriese y limpiase una, una, pústula a su marido, que tenía muy grande. Y allí que fui. Me saltó sangre en la camisa y usé, usé pólvora para quemársela. Eso es todo. Es cosa del oficio —concluye.

Sansano sabe que la pena por asesinato es la muerte. La sangre de la camisa no hiede a pus, ni hay restos que indiquen que eso pueda ser cierto.

Señor Sansano, venga déjese de rodeos. Usted y yo sabemos que eso es mentira. Por que no me dice que pasó exactamente. No perdamos más tiempo, cuanto menos tarde en decir la verdad mejor para todos. 

El maestro pierde los estribos ante lo que está sucediendo, y antes que que podáis hacer nada para evitarlo se abalanza sobre su oficial, lo agarra de la pechera y lo abofetea.

—¡Canalla, hideputa! ¡¿Qué has hecho?! ¡Te dije que te mantuvieras alejado de esa mujer! ¡Te dije que no quería que tus problemas afectasen al negocio! ¡Más te vale que hables o te curto a palos aquí mismo!

—¡Yo no he hecho nada! —dice con la cara hinchada.

- ¡Haya paz! - dicho esto separo al maestro de su aprendiz antes de que nos lo desgracie y se acabó el cantar del pajarito...

- Dr. Agulló, ¿esas manchas de la ropa de Sansado pueden sangre de arreglar una pústula como dice? Ginés, será mejor que digas lo que ha acontecido esta noche...que tu maestro es más fuerte de lo que parece...

Menos mal que Tomás, siempre tan oportuno él, había intervenido en el altercado, no queríamos otro disgusto más aquella noche. Me acerco para ver las manchas de la camisa y poder confirmar la mentira de Ginés, de la que estaba prácticament seguro.

- Ahora mismo veremos si dice la verdad, pues como bien ha oído soy doctor, y no podrá mentirme fácilmente en mi propio campo.

El doctor realiza un examen minucioso de la camisa y determina que es sangre fresca mezclada con la pólvora de un disparo, el modo en el que se ha dispersado lo evidencia y no hay presencia de pus. Por otra parte, ni el corte más chapucero ni el uso de la pólvora más desmañado dejaría esos restos, el maestro lo habría puesto de patitas en la calle hace mucho. Sansano miente, sin duda.

Tras examinar con detalle la camisa tomo de nuevo la palabra mientras niego con la cabeza.

- Te vamos a dar otra oportunidad para que expliques lo que ha sucedido y por qué hay sangre y polvora en tu camisa, porque si algo tengo claro, es que no hay ni rastro de pus, claramente esto no es fruto de ninguna atención de urgencia nocturna. Así que por favor, sin mentiras esta vez.

Sansano, viendo que no tiene escapatoria, cierra los ojos y confiesa con un hilo de voz:

—U... ustedes g... ganan. Yo maté al labrador. Tenía condenada a Ana María a la infelicidad, a unos barrotes sin haber cometido otro crimen que ser joven y bella, no podía permitirlo. Ella tiene derecho a estar con quien ame de verdad. Eso es todo y no me arrepiento.

Una versión sentimental y moralmente autoexculpatoria.

Ves como no era tan difícil. Ahora ya sabes que pasarás un tiempo a la sombra. Chicos encerremosle y vayamos a por Ana María como cómplice en el asesinato de su difunto esposo. 

Lo comento así para ver la reacción de Sansano, estoy seguro que el no lo hizo solo. Sabía el lado de la cama esa noche así como alguien tuvo que dejarle entrar y salir sin forzar ninguna cerradura ni romper ningún cristal. 

Señores esperen. Creo que Ginés ha de explicarnos como entró a la alcoba del finado.

Ginés, actuó usted por si solo, o fue inducido por alguien a cometer el acto atroz de matar a sangre fría?

Puedo entender que estuviera prendado de la joven Ana María, pero tan seguro estaba de que le iba a corresponder?, o quizás le utilizó?

Y por cierto, ya puede decirnos donde se deshizo del arma homicida y quien se la proporcionó, pues con un sueldo de aprendiz, hasta la posta le costaría de pagar.

Mire usted, que no es lo mismo actuar bajo un arrebato, que hacerlo con alevosía y nocturnidad.

Don Felipe, entiendo su enojo, pero la violencia está demás en su caso. Tranquilícese. No me gustaría tener que llevarle también al cuartelillo. Si lo considera oportuno podrá presentar una denuncia. Si todo sigue su curso, su establecimiento no deberá sufrir consecuencias.

Ginés aprieta los puños y arruga el rostro cuando escucha a Juan Carlos decir que también van a encerrar a Ana María. Trata de encubrirla, pero cuando José Manuel le hace notar que si no habla la pena será la horca, opta por colaborar con el fin de tratar de que puedan reducírsela a algo más asequible.

—Ana María y yo nos vemos desde el pasado verano. Sufría melancolía y ese labrador me pagó para que la sangrara, como si todos los problemas fuesen cosa de equilibrio de humores —el maestro sangrador hace un gesto de desdén por el menosprecio que profiere su aprendiz hacia el oficio—. Sin embargo, ella lo que necesitaba era recuperar las ganas de vivir. Nos enamoramos nada más vernos. Y nos veíamos siempre que podíamos, especialmente cuando ese se iba varios días por negocios y la dejaba sola. Su hermano Diego me avisaba cuando podía acudir. Luego el labrador me denunció, y el alcalde de barrio nos obligó a separarnos. Un día ella me dijo que si su marido desaparecía se casaría conmigo, que no lo quería, que vivía como un pájaro enjaulado, y yo le dije que haría lo que hiciera falta para hacerla feliz. Además, me prometió el dinero necesario para convertirme en maestro sangrador. Por lo tanto, señor mío —dice refiriéndose a José Manuel—, el amor era correspondido.

Otro día ella me vino con una carabina cargada, propiedad de un amigo de su hermano, un tal Francisco Comeres. Me la dio y me dijo que le demostrase si era lo bastante hombre y si de verdad la quería. Su marido estaba enfermo, solo íbamos a dar priesa a lo que Dios haría más pronto que tarde, al fin y al cabo estaba sufriendo. Quedamos en que me abriría la puerta de la casa aprovechando que aquel visitaba de forma puntual el corral cada noche y tardaba un buen rato. Ella guardó un cuchillo debajo de la almohada por si fallaba el tiro porque decía que su marido tenía la piel dura. Me acerqué, ella levantó las mantas, apunté y disparé. Fue un tiro limpio. No sufrió. Luego me fui por donde había venido. Tiré el arma en una acequia —hay una junto a la casa de Francisco Urbán— y me vine aquí dando un rodeo.

Toda la culpa es mía, ella es inocente.

El maestro se queda con la boca abierta.

José Manuel analiza los datos obtenidos y llega a la conclusión de que es plausible que el modo de entrar de Sansano fuera el que refiere. Tan sencillo como que Ana María le abriese la puerta mientras Urbán hacía sus necesidades. Luego ella volvió a la cama y al lugar que el matrimonio había intercambiado para facilitarle la tarea al asesino. Sansano aguardó a que Urbán se durmiera de nuevo, oculto en la planta baja, subió las escaleras lentamente para no hacer ruido, esperó a que Ana María destapase al infeliz de Urbán y apuntó con cuidado. Luego se marchó y ella le dejó unos minutos de margen para que huyese y seguidamente montar la comedia de la pobre viuda atacada.

Una infección urinaria, por dolorosa e incómoda que pueda ser, no tiene que ser necesariamente causa de muerte prematura.

Mmmm. Mucho me temo, que de inocente tiene poco... Está usted tan obcecado por el amor que le tiene, que es incapaz de ver que ella le instó a cometer el asesinato...

1º Le consiguió un arma, que a su vez tuvo que pedir a un familiar, eso es premeditado.

2º Le incita a que le demuestre su amor, matando a su esposo, esto es alevoso.

3º Le hace franca la entrada a tal fin. Por tanto es colaboración manifiesta. Y siendo por la noche Nocturnidad.

Definitivamente no me parece que sea un dulce Ángel, y poco le ha de querer, alguien que le pide que mate a un tercero. 

No se ha preguntado porqué no podría hacerlo su hermano, dueño de la escopeta?, o ella misma? 

En cuanto a atribuirse los derechos de Dios, de quitar la vida a nadie, me temo que no es un acto de bondad y menos cuando la enfermedad de Don Francisco no era mortal... aunque sin duda era molesta... Pero ese punto supongo que el doctor podrá explicarlo mejor que yo.

Y por último, decirle que no tiene ni idea de lo que sufrió o dejó de sufrir, pues no se quedó allí para verlo ni valorarlo con sus propios ojos. Cuando llegamos nosotros, aun respiraba, y pudo articular palabra. Como diantres se cree que hemos podido llevar esta investigación ni no? gracias a su mujer?. Así que cuente si debió sufrir antes de dar el ultimo aliento, y sin poder hacer nada por evitarlo...

Se me ocurre pegarle un tiro y dejarle a usted a merced del Altísimo, desangrándose, a ver si sufre o no. Por suerte para usted, yo no estoy enajenado ni le odio.

José Manuel miró a sus compañeros y finalmente al maestro Felipe...

Don Tomás, sería tan amable de llevarse al joven, lo pondremos a disposición judicial.

Don Felipe, va a querer interponer alguna denuncia, por algún motivo?

Si no hay nada más que hacer, deberíamos volver a la acequia a por el arma del crimen, y a por la incitadora de esta burla!!!

- Por supuesto s. José Manuel.

Agarro a Ginés y les esposo las manos a la espalda.

- Llegará el día que rinda cuentas ante Dios, pero por ahora rendirá cuentas ante el juez de Elche. Ahora mismo lo llevo al calabozo, vayan a casa del finado a detener a la viuda. Nos vemos en casa de la colaboradora.

Ginés no responde, el razonamiento de José Manuel no da pie a discusión. No tiene más remedio que dejarse prender por Tomás con la cabeza agachada y lleno de vergüenza.

—Por favor, no me manden a morir, lo he contado todo. Cumpliré la pena que haga falta, incluso la más dura, sé que Ana María me esperará.