Partida Rol por web

Sam se levantó  con energía, sólo para terminar bizqueando una vez arriba:

- Bien, entonces seguidme hasta allá, que vamos a ganarnos la paga...

Casi sin mirar atrás se abrió paso hasta la puerta del Venetian y salió a la calle: la tormenta arreciaba, de modo que no llevó más de unos segundos que el cabello se pagara a los rostros y las frentes conforme cruzaban la cazada hasta el Discount. Empapados, llegaron hasta el minúsculo cuartucho en el que pasaba el tiempo el recepcionista: un hispano bajo y rechoncho, vestido con un chándal rojo, que miraba con aburrimiento la pantalla de una minúscula consola portátil.

- Bien, ¿qué va a ser?-, preguntó con mal talante, dejando el videojuego a un lado.

- Oh, sólo estamos de paso así que una habitación, por favor-, respondió Sam con la mejor de sus "sonrisas inofensivas", del tipo que ensayaba a menudo frente al espejo de su oficina o frente al los camareros que ya no querían servirle más.

El empleado miró con suspicacia al grupo y gruño mientras pasaba la llave por un cajón de metal bajo una ventanilla de cristal blindado:

- Serán 30 pavos por la doble, y deberán dejarla a las diez para la gente de limpieza.

Sam asintió como si el mismo Luis XIV se hubiera dirigido a él para prodigarle sus gentilezas, y tomó la llave antes de pasar a la escalera que comunicaba con las habitaciones: la suya era la 12, de modo que ascendieron las escaleras hasta el primer piso.

Las estancias, distribuidas en círculo y unidas por un pequeño pasillo abierto al exterior con barandilla, rodeaban un pequeño jardín en el que el césped hacía tiempo que había dado paso a la tierra y al polvo, y una piscina languidecía, vacía y cubierta de barro y minúsculas algas muertas agarradas a las paredes bajo la lluvia.

Recorrieron a toda prisa la distancia chapoteando sobre el suelo empapado y abrieron la puerta: se trataba de un cuartucho con una vetusta televisión de monedas, dos camas dobles y dos cortinas de un tejido verde, áspero y pesado exactamente igual al de las cubiertas de las camas. La luz, que provenía de una bombilla desnuda de cuarenta vatios, sumió el lugar en una deprimente atmósfera amarillenta. Tal vez eso hizo que ninguno abriera la boca  mientras Sam desplazaba una de las camas contra la ventana que miraba al patio interior del Discount y descorría las cortinas para que Dagmar buscase con el objetivo de la cámara a los dos amantes.

No llevó mucho tiempo: el único lugar iluminado con algo de intensidad era una de las habitaciones del piso de abajo, la C. Allí se desarrollaba una escena patética y muda ante el objetivo de la fotógrafa: 

Fernando Montesinos, el tripudo ex boxeador se encontraba sentado junto a la chica, hombro con hombro al borde de la cama. Él se dirigía a ella  con los hombros bajos y las manos juntas, entre las rodillas, como un mozalbete suplicando algo que le ocasionara vergüenza; ella reía e incorporaba su pequeño cuerpo para empezar un baile lascivo ante él, todo caderas y minifalda serpenteantes. Él, con expresión estupefacta la tomó de la mano y se levantó a su vez: parecía pedirle que dejase el baile, y ella volvió a reír, dando un tirón para soltarse. Fernando no la soltó, de modo que ella tiró con más fuerza, esta vez con expresión de enfado.

Después, todo pasó muy deprisa. En un momento dado ella le gritó con expresión de chulería, como de negra del ghetto, a lo que el respondió con los suyos propios. Los cuellos mostraban tendones y músculos tensos como cables bajo la vela de un barco, mientras se sucedían los aspavientos, los cortes de mangas, los insultos. Parecía una pelea de enamorados fuera de control, ambos destilando veneno por sus bocas y sabiendo dónde causaría el mayor daño.

La chica saltó sobre él, los dedos convertidos en garfios de uña y carne, para arañarle la cabeza calva, y él la aferró por las muñecas y la lanzó contra la cama como si no fuera más que un juguete de trapo. Ella, la melena negra desordenada y la falda rasgada, le amenazó con el índice y le señaló la puerta. A él sólo se le veía la espalda, pero un par de minutos después salió furioso del cuarto y se perdió de vista. La muchacha, llorando, se marchó al baño y comenzó a lavarse la cara con gestos cargados de rabia.

Y comenzó la locura: el exboxeador volvió cargado con una bolsa de deporte mientras la chica se aseaba en el baño. Sacó una escopeta y levantó la voz: parecía insultarla. Ella se lanzó contra la puerta del baño y, al abrirla se quedó congelada, y ya no se la podía ver desde el puesto de Dagmar, porque la ventana se acababa ante el marco. Montesino disparó desde la cadera, sin apuntar; ella salió disparada hacia atrás y no se la podía ver en el suelo. Él se dirigió hacia el baño, como para rematar el trabajo o ver el resultado, pero la oriental se levantó  y, casi a cuatro patas, se abalanzó contra la puerta, cerrándola y echando el pestillo.

Él se lanzó contra la puerta y empezó a golpearla mientras aullaba. El recepcionista llegó con rapidez, entró en el cuarto y cayó al suelo: el enorme exboxeador, rabioso y enloquecido, le había disparado en el vientre. Después, con brutal potencia de su hombro, arremetió contra la puerta del baño para echarla abajo. La chica, entre tanto, lloraba repantigada en el retreta, cubierta por su propia sangre, que brotaba por su boca y por las heridas del vientre y se veía oscura y terrible en contraste con la blancura de su piel...

- Mierda, la va a matar...-, susurró Sam, como hipnotizado por la violencia.

Vincent, seguido por su curiosidad, malsana necesidad de saber aunque sea el dato más ridículo e innecesario, por supuesto había seguido a Sam. Y ahora estaba paralizado ante la escena.

Hablar de violencia es una cosa, ver como un tipo pierde todo rastro de decencia y cordura y trata así a otro ser humano... no estaba bien. Y así lo dijo.

- Eso... no está bien. Debe haberle entrado en corto el chip, o algo! Miró desesperado a su vecino; algo debían hacer. Buscó el teléfono, pero el viejo aparato no tenía señal. Dudó un segundo, analizando si correr hasta la caseta del sereno a ver si su teléfono funcionaba, ó si intentar algo con el boxeador...

Cuando Sam se puso en marcha, France tomó su abrigo prestamente, dispuesta a seguirlo. Estaba allí, justamente tratando de darle un poco de emoción a su monótona vida, no pensaba desperdiciar un segundo de lo que la noche podía ofrecerle.

Cruzó la calle al trote, pero así y todo no pudo evitar quedar con el cabello y sus ropas chorreando agua.
Esperó a que les dieran la habitación, curioseando por el estar, mientras el encargado, con cara de pocos amigos, explicaba lo necesario al detective. Luego subió.

Al entrar al lugar, inmediatamente fue hasta el baño en busca de una toalla. No tenía una muda de ropa para cambiarse pero al menos podría secar un poco su cabello. Si no, seguramente cogería un gran resfriado. Con paciencia, mientras se secaba, se sentó cerca de la ventana, procurando no estorbar a Dagmar mientras hacía su trabajo.

Lograron identificar a su objetivo y la vigilia se puso en marcha. Después de unos minutos, la muchacha se cansó de mirar esa escena. Era un tanto triste y patética y nada de lo que estaba ocurriendo le llamaba demasiado la atención.

Hasta que comenzaron los gritos.

Sin poder evitarlo, su mirada se dirigió inmediatamente a la ventana. Sin poder evitarlo, sus ojos quedaron prendados de la escena, absorbiendo cada detalle de la situación, horrorizándose cada vez más pero no atinando a hacer nada. Como en una película, las escenas parecían totalmente ajenas, a pesar de lo vívida que estaba resultando la situación.

De pronto, el estruendo la sacó de su letargo.

Instintivamente se arrojó al costado de la cama, para ver luego que no habían sido ellos el blanco del disparo, si no, la pobre mujer.

A este le siguió otro, ahora era el encargado quién caía.

Silenciosamente, France comenzó a llorar de la desesperación. Lo que al principio había parecido una simple vigilancia de rutina, se había transformado, en cuestión de segundos en una película de terror, cruenta, desquiciada.

Vio cómo su tío, sin dudarlo, intentaba conseguir ayuda. Intentó seguirlo, advertirlo, pero las palabras no llegaron a salir de sus labios. Como una muñeca, se encontraba sin capacidad de acción, clavada al sitio dónde había quedado semi agachada, esperando despertar de un sueño que nunca debió tener.

Richard, al contemplar la pelea, se quedó blanco como la tiza pero no le duró mucho la conmoción: apretando con fuerza los dientes echó un vistazo alrededor y, tras ver el espejo del baño, cogió el despertador y lo lanzó contra el cristal. Los pedazos cayeron al interior del lavabo, pero el dueño del bar no escogió ninguno de ellos, sino que se envolvió una de las manos en una toalla y agarró un descomunal trozo de espejo, afilado y deforme, directamente de su marco.

- ¡Mierda, Richard! ¿Qué estás haciendo?- le gritó Sam, interponiéndose bajo la puerta del cuarto de baño. Richard clavó sus ojos en él con fuerza un tanto demente y aflojo la rabia lo justo para hablar.

- Ese cerdo la va a matar delante de nosotros y no puedo resistirlo: voy a detenerlo aunque tenga que... Sea como sea-. Luego observó al resto de sus amigos-. Entenderé si no os metéis en esto conmigo, pero si vais a hacerlo, que sea ya.

Tras esto, se encorvó y pasó a toda velocidad por la entrada de la habitación, atravesando encorvado el pasillo, alejado de la baranda para evitar que Montesinos pudiera verlo antes de bajar al piso 0

Richard avanzó con el aliento contenido y paso firme y sigiloso, aunque cualquiera que hubiera podido estar en su cráneo se habría visto ensordecido por la fuerza con que retumbaban los latidos del corazón en sus oídos. Ahora el cristal en su mano protegida por la toalla se le hacía más bien endeble y risible, pero recordó que no hacía falta un filo muy profundo para abrir la arteria de una una garganta...

- ¿Estoy pensando en asesinar a alguien?-, pensó durante un segundo-. ¿Qué diablos me pasa?

Pero estos resquemores se desvanecieron en cuanto llegó a la escalera que lo conduciría al piso de abajo, junto al cuartillo del recepcionista herido y junto a la habitación C, escenario de la matanza.

De improviso la luz de los fluorescente comenzó a parpadear, sumiendo al lugar en un baile de sombras y luces fantasmagóricas.

El empresario descendió las escaleras hasta llegar por fin al patio. En la pequeña recepción se escuchaba la retransmisión de un partido de beisbol, mientras que desde la habitación sólo se escuchaban los brutales jadeos de Fernando, el impacto del hombro contra la puerta y los crujidos de la madera astillándose.

Richard, agachado junto a la entrada se arrisgó a mirar en el interior de la habitación reflejado en el espajo, y se encontró la mirada fija, ida, del recepcionista, sepatarrado junto a la pared de la habitación y con la mitad de la cara hundida en su propia sangre.

Richard continuó tratando de hacerse con la situación, aunque el pequeño reflejo, la imagen invertida y el temblor de su mano le dificultaban la tarea. De todos modos lo había conseguido: estaba junto a la puerta y se permitió lanzar un rápido vistazo a la escalera para saber si le había seguido alguno de sus amigos.

De improviso, Richard comenzó a sentir na agudo dolor en la mano: en su concentración había descuidado la manera de empuñar el pedazo de espejo afilado, de modo que la toalla se estaba tiñendo de escarlata por la sangre que manaba de un corte en su palma. Y mientras se vendaba y recolocaba el vendaje y el arma improvisados, escuchó una voz asfixiada y gorgoteante:

- Ayuda... ayúdame...

El recepcionista tenía ahora los ojos fijos en lo poco que podía ver de Richard y comenzaba a arrastrase hacia él dejando un srurco en el charco de su sangre.

¡Podía llegar a revelar su presencia al boxeador!

Vincent corrió escaleras abajo, intentando que no lo vean, intentando... vaya uno a saber qué diablos intentaba.

Ni él lo tenía claro: el subidón de adrenalina no lo dejaba pensar, y su visión era solo un borroso túnel rojo, un camino hacia adelante, adelante!

Llegó hasta la recepción, doblando a toda velocidad y golpeándose la pierna contra la esquina del escritorio. Trastabillando, resbaló por el suelo en dirección hacia la habitación C, cayendo sobre su estómago a escasos metros de donde Richard se encontraba. Y el tipo... las entrañas fuera, la cara un amasijo sangriento; de su boca salían pequeñas burbujas rojas que explotaban en su intento de gritar, de pedir ayuda.

Desesperado, sobre los codos, Vincent se deslizó hacia adelante. Casi en la posición de Richard, por fin colocó la mano sobre la boca del recepcionista. Si no fuera por la oscuridad reinante y las bailarinas luces que volvían de toda la escena un cuadro dantesco, seguramente Montesinos hubiera visto su sombra pasar por el patio.

Van a descubrirnos. A descubrirme! Esto no es casualidad!! Podía oir a los helicópteros sobre su cabeza, a los agentes a punto de entrar y sacarlos a todos a la rastra...

Claro! Cuando lleguen, nos salvarán de este loco!

Una luz de esperanza estalló en su mente, mientras ausentemente silenciaba al tipo. Al cabo de un instante, la mano era innecesaria; y si Vincent hubiera estado prestando atención probablemente hubiera reparado en el hecho de que las burbujas de aire habían desaparecido. Pero claro... pensaba en otra cosa.

NO! El tipo de la escopeta es uno de ellos! Porque claro, los ex-boxeadores están siempre con los agentes. Es obvio, por supuesto! Y entonces van a llevarnos y torturarnos para ver qué sabemos. Oh Dios! Oh Dios!

El miedo lo paralizó, mientras observaba como Richard tomaba su mano ensangrentada. Con esfuerzo, se arrastró hacia él, hacia la puerta, y hacia el ruido. 

- Madre mía... Qué huevos tienes, loco hijo de puta- susurró entre dientes Richard mientras ayudaba a Vincent a colocarse fuera de la vista de Montesinos. El dueño del Venetian acomodó a su amigo, que se sentó, resoplando de nervios, con la espalda contra la pared y no pudo evitar que se le escapara una risilla mientras observaba la sangre que les cubría las manos a los dos hombres.

Vincent fue a responder, pero de improvisó sintió un arrebato de intenso dolor recorriéndole la pierna: en su tibia tenía un cardenal que ya estaba formando una inflamación brutal, como un heuvo, y que palpitaba de dolor. Contuvo un gemido  se frotó en torno a la zona dolorida.

Mientras tanto, ya se podía oír los aullidos de rabia con que el exboxeador lanzaba toda su mole contra  la puerta del baño que, contra todo pronóstico, parecía que aguantaba aún. Sin embargo, todos sabían que confiar en ella algo más de tiempo era algo inútil: cada empujón sonaba como el choque de una bola de demolición contra una pared, y la chica chillaba de terror... aunque cada vez con menos fuerza. 

Todo ocurría demasiado rápido. El ruido del cristal al romperse la sacó del estado de shock en el que se encontraba pero no fue lo suficientemente rápida como para detener a Richard o a su tío, que se lanzaron bajo la lluvia, directo a enfrentarse al desquiciado ex-boxeador.

Basta France, no eres una niña, se dijo a sí misma. Los que quieres están en peligro... ¡haz algo!. Rápidamente se levantó del suelo y tomó su bolso. Revolviendo frenéticamente dio con su teléfono móvil más su rostro empalideció al ver que la batería estaba agotada. No podría llamar a la policía. 

Miró a Sam y a Dacmar, que parecían no reaccionar ante los nuevos acontecimientos. Debo hallar un teléfono que ande... la recepción es mi oportunidad más cercana.

-Iré hasta la recepción para intentar conseguir ayuda. Por favor, haced algo mientras tanto para que Richard y mi tío Vince no sean descubiertos-

Sin volverse atrás, salió del pequeño cuarto y corrió escaleras abajo. Confiando en que con la oscuridad reinante no sería  descubierta, bordeó la piscina, siempre pegada a la pared para alcanzar el cuarto que habían conocido cuando entraron al hotel.

Los ojos de Richard reflejaban su nerviosismo cuando advirtió el paso sigiloso de France por la escalera de acceso. Asintió con la cabeza mientras ella se dirigía hacia el cuartillo de recepción y susurró un "gracias" inaudible.

La muchacha llegó con terrible ansiedad hasta el lugar, y comprobó que era aún más pequeño de lo que parecía: un simple mostrador de aglomerado bajo el cristal blindado, una silla de oficina con el tapizado abierto por varias rajas, dejando ver algo de gomaespuma verdosa y sudada, una mesilla de plástico desvencijada con la minitelevisión en blanco y negro, y un poderoso olor a humedad, ya que había varios desconchones y burbujas en la pinturas de las esquinas de la habitación.

Y, por supuesto, un teléfono: antiguo, de color naránja y con la carcasa descascarillada por mil y una caídas, pero funcional...

Dagmar se quedó helada dónde estaba mientras hacía las fotos, a través de su objetivo con zoom óptico de varios aumentos podía ver la escena casi como si estuviese en aquella habitación. Por eso la situación le congeló la sangre en las venas y le provocó un remolino de inquietud en las entrañas. Apartó el ojo del visor para mirar por la ventana, pero lo que pasaba allí era lo mismo que ella había visto a través de la cámara. Aquel hombre tan bruto iba a matar a la pequeña muchacha oriental. En cierto modo la situación ya le resultaba desagradable, a ella también la habían engañado y ver lo que el hombre estaba haciendo a espaldas de su mujer le hacía pensar en su exnovio.

Los demás ya habían salido a ayudar a la chica, pero ella, ¿qué iba a hacer? Recordó a su hermana, en como  la habían atacado y un ataque de ansiedad la invadió, tenía que hacer algo, aunque fuese tener las pruebas visuales necesarias para demostrar que ese hombre no solo era infiel sino que era violento y un psicópata...

Dagmar salió de la habitación armada con su cámara, recordaba las historias de su profesor, un reportero de guerra y sobre la necesidad de que los demás supieran la verdad. Ella no buscaba fama ni buscaba fama, ni quería hacer fotos artísticas, solo quería  pruebas para el delito que se estaba cometiendo. Además, el flash podía servir para deslumbrar...

Y así fue que llegó Dagmar con presteza y horror en la mirada, con sus dedos enlazados a la cámara de enorme objetivo. Descendió las escaleras con paso rápido y se quedó acuclillada, con la respiración contenida en el pecho, junto a sus amigos. Vincent señaló hacia la recepción, donde pudo ver a France buscando el teléfono, y Richard señaló a su vez hacia arriba, donde estaba Sam parapetado tras la barandilla y oculto entre las sombras parpadeantes de los maltrechos fluorescentes.

- ¡Eh, hijo de puta! ¡Déjala en paz!

La sangre se congeló en las venas de todos al escuchar la poco firme voz del detective borracho aullando en mitad de la noche: el silencio que envolvió al grito y su leve eco hasta tragárselos les hizo darse cuenta de hasta qué punto estaban solos, hasta qué punto dependían los unos de los otros...

Pero el hechizo desapareció al intante, y sólo quedó el delirio: el boxeador se lanzó corriendo hacia la puerta para disparar contra quien fuera que le hubiera visto y, al atravesar el marco, se encontró con tres personas acuclilladas y casi sobre él.

Richard se incorporó con un grito blandiendo su frágil pedazo de cristal.

Montesinos se echó hacia atrás, sorprendido.

Hubo un fogonazo, un estallido y olor a pólvora y tela y carne quemadas... 

Y los oídos ensordecidos y la vista cegada y el sabor de la sangre en la boca y en la piel...

Y Vincent y Dagmar se encontraron sentados en el suelo, Richard abatido por el disparo boqueando su propia sangre, y Montesinos rugiendo su miedo y su dolor con trozo de cristal incrustado en enorme pecho...

¡Ding!

..comenzó la cuenta atrás: 10... 9...

France, con el corazón en la boca, alcanzó el cuartucho. Al igual que el resto del motel, la recepción era sucia y desalineada.

 Al ver el teléfono, la  muchacha temió lo peor. El aparato mostraba signos de haber tenido mejores épocas... mucho tiempo atrás. 

Elevando una muda plegaria, corrió hasta el mismo y levantó el auricular. Para su alivio, la  línea funcionaba. A toda velocidad, marcó el 911. Tuuuuu... Tuuuuu... -Buenas noches, soy Martin Rufino, dígame cual es la emergencia- France tragó fuertemente, su corazón latía  desbocado. -Por favor, hay un hombre armado en el Discount Inn, el motel situado en la cuarta y la novena... ya ha herido a una mujer y al encargado y sigue desquiciado... por favor, apur... aaaayyyy!- el ruido del siguiente disparo la tomó totalmente por sorpresa, arrastrándola al borde de la histeria. -Porfavorporfavor nosestámatando, porfavor- las palabras fluían a una velocidad casi ininteligible, mientras los ojos de France intentaban vislumbrar qué era lo que había ocurrido en la habitación. Por favor, no, que no sea ninguno de ellos, no, por Dios, no! 

-Señorita, tranquilícese. Una patrulla estará allí en cuestión de minutos junto con una ambulancia. Usted póngase a resguardo-

-¡¡¡VENGAN YA POR EL AMOR DE DIOS!!!- estallando por fin el cúmulo de emociones que la muchacha había venido acumulando, soltó el tubo del teléfono y se agachó para llegar hasta la puerta. Con una velocidad insospechada para ella, llegó hasta el rellano del cuarto del ex-boxeador y el cuadro que allí vio, le heló la sangre.

Richard yacía en el suelo, atravesado de lado a lado por un disparo y Dagmar y su tío parecían ilesos pero shockeados. 

Inmediatamente, volvió a pegarse a la pared. Mientras respiraba dificultosamente, su cabeza bullía a mil por  hora, intentando hallar una forma de salir de allí.

Debo crear una distracción, o los matará a los tres...

Sin saber bien como, encontró un pedazo de baldosa suelta. Con fuerza la sujetó y se irguió apenas lo suficiente para tirarla a través del cristal de la ventana, esperando conseguir distraer al ex-boxeador el tiempo suficiente para que los demás salieran de allí.

Montesinos, con el pecho y el cuerpo cubiertos de sangre y la cara perlada por las gotas oscuras de la de Richard, dejó de aullar.

- ¡No tenéis ni idea!- les gritó a sus dos víctimas-. ¡No debisteis aparecer! ¡Tendríamos que habernos quedado solos! Pero no, todo fue un engaño: no me querías, ¿verdad, Ye Tien?

Las últimas palabras las murmuró casi entre dientes y, con un sollozo que se transformó en un bufido, se llevó la culata del arma al hombro y apuntó a Vincent. Pero no disparó. Aquel hombre gigantesco parecía completamente fuera de control, ido: los labios le temblaban dejando ver unas mandíbulas que se apretaban y hacían castañetar los dientes al no permitir que brotara el llanto, y los hombros, las manos y el cañón  se veían sacudidos por espasmos.

Dagmar y Vincent, con el rostro manchado por la sangre de Richard, sabían que no llevarían más de unos segundos que tirase por fin del gatillo...

La situación se les fue de las manos a todos, Dagmar no esperaba encontrarse con un poseso armado con una escopeta dispuesto a dispararle a todo el mundo. Se acordó de su hermana, y automáticamente se acordó de lo que ocurrió aquel día en la manifestación por la paz y el dolor en el pecho, allí dónde estaba su cicatriz, empezó a darle unos inquietantes pinchazos. Ver la sangre le provocó una terrible conmoción, ver lo loco que estaba aquel animal armado con una recortada le daba mucho, mucho miedo. No estaba preparada para situaciones así. Quiso acercarse a Richard, de reojo vio a France y entonces el hombre levantó el arma para apuntar a Vincent.

Solo tenía unos segundos...

Sin moverse del sitio, disparó de forma profesional hasta cinco veces en un segundo la cámara, apuntando con ella al hombre para que el flash lo deslumbrase...