Partida Rol por web

Con la respiración aún agitada, Isidoro observó con gesto imperturbable la puerta de metal. Cosa curiosa, hace unos momentos su voluntad era regresar a la comodidad de su hogar, pero ahora que estaban allí, viejas sensaciones de aventura y peligro comenzaban a influir en su temple.

El rostro de las hadas delataba que el misterio era mayor al que había anticipado. Comprendió al instante la mirada que le dirigió Roman, y se adelantó resoluto a abrir la puerta por sí mismo. El hada ya había hecho más que suficiente por el momento y recién estaba comenzando a recobrar la compostura.

Con pasos firmes pero silenciosos se dirigió hacia la puerta, abriéndola con lentitud con una mano mientras la otra mantenía la 9mm dispuesta para la acción.

En poco tiempo terminamos en el Parque Alberti, tras un vertiginoso trayecto que no parecía afectar a aquel cazasueños-rastreador que empleaba Rob. Llevaba ya un tiempo siendo consciente de aquel mundo sobrenatural, pero no dejaban de fascinarme aquel tipo de cosas.

Apenas me dio tiempo a ponerme nerviosa, pero cuando mi amigo aparcó bajo aquel maltrecho árbol, mi corazón comenzó a acelerarse ante lo que podía acontecer; terminando por contribuir a mi nerviosismo la silueta que podía advertirse bajo una de las pocas farolas del parque.

El cazador bajó de la mato y le seguí, siguiendo ambos las indicaciones del místico objeto, que nos llevó hasta una moto; donde el objeto comenzó a dar vueltas. Rob confirmó entonces lo que ya supuse, ahí terminaba el rastro. Fue entonces cuando mi amigo sacó una pistola, una que reconocí como la que utilizaba la policía local.

Tomé el arma con un ligero temblor en mi mano, atenta a las indicaciones que me daba Rob. No podía creerme que estuviéramos hablando de cómo utilizar un arma. Nunca había usado una, y no era una idea que me entusiasmara, pero todo aquello se trataba de Nico; y por el sería capaz casi de cualquier cosa.

- ¿Esta cosa tiene seguro? - le pregunté mientras preparaba su arma, dispuesta a guardar la que me había dado tras ello, manteniéndola cerca de mí.

Mientras cruzábamos hacia la plaza, me concentré en lo que podía acontecer, tratando de tener una visión sobre ello que nos ayudara a enfrentar quién sabía qué.

—Le dicen cristal rojo— escupe el tipo con palabras aceleradas— Eh… creo que es, no me sale la palabra… esto que hacían en Breaking Bad…

—¿Metanfetaminas?— sugiere tu compañera.

—¡Si! ¡Eso! Pero es roja—a pesar de estar atado, el prisionero es bastante expresivo con su cuerpo, sacudiéndose con la rápida cadencia de sus palabras, y poniendo énfasis con movimientos de cabeza. Cada tanto se detiene para seguir sollozando— ¡Y tiene un efecto muy fuerte! T-t-te acelera el corazón como nunca. ¡La primera vez pensé que me moría! Y te afila los sentidos. Pero a mi no me dio alucinaciones, ni me nubló la cabeza ¡No se nada más! —gritó angustiado—Yo solamente debía plata que no puedo pagar! ¡Por favor, vampiresas! ¡No me maten!

—¿Cambiar de auto?— preguntan Max y el tipo al unísono.

Empiezas a entornar la puerta, cuando Román te da un toque en el hombro. Te señala las escaleras, a por las que ven venir la bamboleante luz eléctrica de una linterna.

—Tenemos compañía— susurran ambas hadas al unísono.

Puedes entornar la puerta de a poco para que quien esté dentro no lo note, pero entonces probablemente quien esté bajando te va a ver antes de que puedas cruzar.

—El seguro es esta parte de acá— te dice, mostrando como ponerlo y sacarlo— quedate atrás mio y no hagas ruido.

Rob empieza a encaminarse hacia la figura de la plaza, pero tras cruzar la calle y recorrer un par de metros se para en seco. Apenas se ve en la plaza oscura, pero justo al lado de ustedes en la escalera se encuentra una losa de piedra que ha sido apartada a un lado. Debajo hay unas escaleras que descienden en la oscuridad. Rob mira al sujeto junto a la farola y luego de vuelta a la oscuridad que baja.

—Aquel hombre ¿Se parece al secuestrador?— te pregunta— Si no es él, revisemos acá antes de mostrarnos.

Niegas con la cabeza. Desde acá no podés ver el color de su piel, que sería una señal indudable, pero el tipo de la farola no es ni de cerca la mole de carne que se llevó tu hermano, ni lleva aquel abrigo largo que cubría al secuestrador. Como respuesta, Rob toma su celular, prende la linterna y utiliza un gancho en la funda del teléfono para ajustarlo a su cinturón.

—Mierda— murmuró Isidoro de forma casi imperceptible, mientras le indicaba mediante gestos a las hadas que se pusieran cada una a un lado del final de la escalera, de forma que el individuo se vea totalmente rodeado - y, con suerte, sorprendido - una vez culminara su descenso.

No quería cerrar la puerta por completo, pues sabía que existía el riesgo de que los encantamientos que Roman había roto volvieran a activarse. Continuó por tanto entornando la puerta de la manera más sutil de la que fue capaz, confiando en la habilidad de las hadas para controlar la inminente irrupción a sus espaldas.

Asentí ante las indicaciones que me daba Rob sobre cómo debía actuar, aún mirando el seguro tras haberme mostrado cómo utilizarlo. Le seguí, terminando por alcanzar un lugar en el que hallamos unas escaleras que descendían bajo tierra, habiendo apartado alguien la losa que las mantenía ocultas.

Miraba aquel hueco, desconcertada, cuando el cazador me preguntó por el hombre de la farola. Negué con la cabeza, no me cabía la menor duda de que no se trataba del secuestrador. No me gustaba nada la idea de revisar aquel hueco en el suelo, algo ante lo que Rob se mostraba más que dispuesto.

Al comenzar a bajar las escaleras, sentí un intenso escalofrío, seguido de una desagradable sensación de ahogo. De pronto escuché cómo arrastraban algo, tras lo que resonó en mis oídos un fuerte estruendo. Miré tras de mí, pero todo estaba negro. La losa había sido movida hasta la salida y estábamos atrapados.

Y entonces pestañeé varias veces, aturdida, teniendo que apoyarme en una de las paredes de piedra. No había sido más que una visión.

- Nos van a encerrar... - dije en apenas un murmullo, aún tratando de recomponerme.

"Una droga que te hace parecerte a los sobrenaturales" Debía admitir que me generaba un ligero deseo de probarla yo misma, si no fuera porque estaba bastante segura que no quería pagar el precio. El título de "vampirezas" me seguía causando mucha gracia, pero mientras sirviera para mantenerlo a nuestro lado, le iba a dejar creer lo que quisiera. -No grites - Corté con firmeza lanzándole una mirada severa. La idea era pasar desapercibidos después de todo.

-Sabés donde queda el salón de fiestas?  - Pregunté buscando mi celular para ponerle la dirección caso contrario - Conozco a uno de los mozos, cambiaremos tu auto por el suyo, les será más dificil encontrarnos de esa manera - Expliqué encogiéndome ligeramente de hombros, sabía que no sería su persona favorita, pero me interesaba más mantenerla viva.

-Todavía tenés tu celular? -

Rob te miró fijamente un par de segundos, y luego miró hacia arriba, hacia el cielo nocturno pero encapotado, con nubes reflejando el enfermizo alumbrado naranja de la ciudad que se dejaban ver a través de la salida. 

Asintió con la cabeza y subió hasta afuera, sacó de un pliegue de su chaqueta un salero bastante grande y comenzó a vertir su contenido en el suelo, formando una figura cerrada en torno a la entrada. Le toma apenas cosa de un minuto, pero se te hace eterno, como lo ha sido todo durante la mayor parte de la noche.

—Gracias por el aviso, pero por el momento no puedo hacer más— susurra con una mueca, adelantándose y retomando la bajada.

El pasillo es angosto y tanto las paredes como el techo y los escalones están hechos de simple concreto. Sin adornos, sin alisar y sin barrer. Desde abajo llega aire un poco más cálido y húmedo. Unos treinta o cuarenta peldaños más abajo se encuentran en una habitación amplia y rectangular, de unos 5x7 metros por lado también enteramente hecho de concreto. Hay bolsas de basura amontonadas en un rincón, sillones y colchones viejos y raidos, algunas sillas y mantas. También hay una pila de libros y revistas sobre una mesa ratona improvisada con ladrillos y tablones y un anafe viejo y cubierto de mugre conectado a una garrafa.

Tres personas se encuentran en una esquina del lugar. La primera, un hombre de cabello enrulado, mira medio agachado a través de una puerta de metal de aspecto pesado, entornada.

La segunda se trata de una criatura esbelta y andrógina, con la frente perlada en sudor y unas marcadas ojeras que está mirando hacia la escalera de donde bajan ustedes con aire espectante y las manos en alto, acomodadas en gestos parecidos a los cuernos metaleros. Es dificil entre la oscuridad, pero lo reconoces. Es Román, el hada que hacía unas semanas te había pedido ayuda para encontrar a una niña.

Desde detrás del sofá asoma la tercera persona. Una criatura que con dificultad alcanza el metro cuarenta, cubierta con un abrigo enorme que arrastra por el suelo, de cabello blanco, piel nivea y ojos totalmente negros.

La luz de la linterna crece y sigue bajando por la escalera. En el momento en que logras entreabrir la puerta ves tu silueta proyectarse contra ella, delatando la luz que apunta directamente a tu espalda.

Al darte vuelta ves a dos personas. Dos jóvenes de unos veintitantos. El que lleva la linterna, que resulta ser un celular fijado a su cintura, es un hombre de cabello oscuro, rasgos suaves y sin barba. Lleva también una pistola que apunta usando las dos manos directamente a Román.

La otra figura es la de una mujer al que el juego de luces y sombras, sumada a la capucha de su buzo, no permite verle el rostro. También está armada.

Rob apunta con su arma a Román, que lentamente alza las manos en gesto de  rendición. Si pensaba lanzar algún conjuro, ha decidido que no es tan rápido como una bala.

—Vos, el de la puerta— dice una voz que susurra, pero habla de forma firme— acercate al otro— ordena, remarcando lo dicho con un gesto de cabeza.— Lo mismo para el de atrás del sillón.

—Más fatas— le dice secamente a su compañera al ver el claramente sobrenatural aspecto de Arvid— ¿Qué pasa acá?—pregunta con el ceño fruncido, sin dejar de encañonarlos pero aún sin levantar la voz.

—No es mala idea— dice la conductora, mirando tu teléfono para cerciorarse de la dirección— pero vamos a tardar un rato todavía.

Ante tu pregunta, el hombre tantea sus bolsillos con nerviosismo.

—¡Si! ¡Acá está! Agarralo, yo no puedo— te dice, mostrandote las manos todavía atadas, pero inclinándose como para que puedas meter mano en su bolsillo.

El telefono debe tener un par de años, y la pantalla tiene unas cuantas roturas. Dificil saber si se hicieron durante la pelea o si son mas viejas, pero todavía funciona. Naruto aparece en la pantalla, mostrándote que son las 3 de la mañana y pidiendote un pin para entrar al celular.

—la password es 6969.

Entre la espada y la pared. Avanzar podía suponer un peligro aún mayor, y, de todas maneras, Roman ya se encontraba a merced del hombre de cabello oscuro. Probablemente no había recuperado las fuerzas aún tras el esfuerzo de revelar la puerta oculta.

—Eso me gustaría saber a mi.— susurra Isidoro con resignación, mientras, con disimulo, guarda el arma en el bolsillo trasero de sus jeans. Manteniendo la puerta abierta con su diestra, levanta su otro brazo lentamente, pero si quiere mantener la entrada abierta es evidente que no puede seguir las instrucciones del hombre armado. Parece ser un humano corriente, como él mismo.

—Tranquilo. Sólo estamos buscando a un amigo. Tenemos razones para pensar que se encuentra aquí, en algun sitio. No estamos familiarizados con este lugar, pero yo no intentaría cerrar esta puerta. Nos ha costado un huevo poder abrirla en primer lugar. — algo le decía que aquellos individuos tampoco formaban parte de lo que sea que se estuviera fraguando en aquel depósito, y, en caso contrario, declarar su ignorancia era probablemente más tranquilizador para ellos.

Antes que me lo dijeran dos veces tomé el teléfono del tipo, en realidad le había hablado a Max pero no iba a perder la oportunidad de averiguar algo más. Aunque había pasado hace mucho sus mejores días, aún funcionaba y, después de girar los ojos por lo obvio de la contraseña, empece a revisar llamadas, wsp, mensajes, todo lo que pudiera dejar rastro de con quien se había comunicado -A quién le debes plata? A Laura? - Pregunté como si nada aún atenta al celular. Max estaba viva, dudo que la deuda se considerara saldada.

Tras la revelación que le hice a Rob sobre lo que podía suceder, este ejecutó lo que parecía ser un pequeño ritual, dándome las gracias y diciéndome que por el momento era cuanto podía hacer antes de adentrarnos en aquel lugar.

No dije nada, limitándome a seguir sus pasos y dándome cuenta cuando alcanzamos aquella habitación de que allí debía vivir alguien, o de que al menos aquel lugar era visitado con cierta regularidad. También me percaté en seguida de que no estábamos solos, y de que uno de los presentes no era un desconocido, al contrario que los otros dos.

Mi amigo en seguida se dispuso a tomar el control de la situación, impidiendo a Roman que hiciera aquello que pensara hacer con las manos en aquella forma y pidiendo a quienes nos habíamos encontrado que se agruparan; solicitándoles también explicaciones.

Yo me mantenía un paso por detrás de Rob, tratando de ocular mi inquietud, y manteniendo de forma discreta una de mis manos cerca del arma que me había dado mi amigo. Sabía que Rob no era de aquellos que disparaban antes y preguntaban después, con lo que estaba tranquila a ese respecto.

El tipo del pelo rizado se resistía a cumplir las órdenes, pero por lo que decía tenía razones para ello, ¿estaría diciendo la verdad o aquello no era más que un truco?

- Nosotros también buscamos a alguien. - dije de forma casi automática, también en voz baja, dando un paso al frente hasta ponerme a la altura de Rob. - A él le conozco. - le hice saber a mi amigo señalando a Roman, dirigiéndome después a este. - ¿Está diciendo la verdad? - le pregunté en referencia a lo dicho por el hombre de pelo rizado. - ¿A quién buscáis? ¿Cómo habéis llegado hasta aquí y por qué os ha costado tanto abrir esa puerta? - pregunté a los tres, con una dureza en mis palabras que extrañaría a quienes me conocían.

Titubeó durante unos instantes. Afortunadamente los recién llegados parecían dispuestos a dialogar, y, como había supuesto desde un principio, no formaban parte de lo que fuera que se cocinaba allí debajo. Sin embargo, Roman parecía aún agotado por el esfuerzo de descubrir aquella puerta, por lo que intervino diciendo.

—Se trata de un amigo de Roman.— cerró los ojos intentando recordar —Un hechicero humano. Secuestrado por seres de Arcadia.— luego añadió rápidamente señalando a los dos fata —No ellos, por supuesto. Ellos están conmigo. Yo sólo he venido a ayudar a Roman. Cuando llegamos aquí no había puerta, pero Roman ha desactivado alguna especie de protección. Temo que al cerrarla, las protecciones vuelvan a activarse.