Partida Rol por web

Cuando el aparato se conectó al terminal una ola de espirales logaritmicas venida del maremoto de la información la golpeó con violencia. Su procesador se inhundó bajo la complejidad inimaginable de un mar de billones de bits. Después de ahogarse, llegó la oscuridad, y en su cruento silencio apareció el destello del brillo de plata del cuerpo de Sestra iluminado bajo el hervor de una lámpara de neón.

Allí pudo ver al modelo N4D-3SH-1K0 tendido sobre una camilla mientras una figura encorvada trabaja sobre su cuerpo metálico. La silueta humana tenía alrededor de la frente una cinta que sujetaba una lámpara de trabajo y unas lentes amplificadoras tras las cuales se escondían unos rasgados ojos orientales. Era chino. Quizá japonés. Repentinamente su cabeza estalló y fragmentos de cerebro y hueso se esparcieron por toda la habitación. Tras el cuerpo sin vida del técnico se alzó la figura de su asesino. Una silueta femenina con el rostro de Viktoriya cuyo brazo extendido empuñaba un revolver térmico. Así había nacido Sestra.

Y el maremoto volvió a llegar en forma de imágenes hipnóticas que pasaron a toda velocidad frente a los ojos del aparato. Toda una sucesión de códigos numéricos, constelaciones de datos y símbolos matemáticos que parecían carecer de cualquier sentido o lógica. Después volvió la oscuridad. Dolió como un hueso roto que fluyó para ella. Y cuando se dió cuenta se encontró en su "hogar" y allí vió el rostro familiar de Pavel Vasiliev. Se mostró ante ella un ojo piramidal que se abría camino hacia la parte superior de la torre Vitatec, y ahí, en la última planta, vió el número en destellos de plomo fundido: M-003 / 85743. Ese era su nombre. Su verdadero nombre. Una simple sucesión de números separados por barras y guiones. Ella no era más que eso. Y del fondo de ese mar digital brotó la voz de su creador y la sobrecogió:

—Introducid el nuevo algoritmo de bloqueo. Una vez complete su misión será prescindible.

En ese momento supo que eso era lo que Sestra quería que viera. Estaba rota por dentro. Su creador le había puesto fecha de caducidad a golpe de teclado e, hiciera lo que hiciera, su vida útil había sido sentenciada con la precisión de la baraja del tarot de una pitonisa demente.

Entre toda aquella amalgama de datos que orbitaban alrededor de la torre Vitatec, también encontró verdadera intención de Ilyanin. Vio los archivos del Proyecto Inmortalidad. Vio el caballo de troya oculto bajo la sombra del nuevo neurochip y también vio, con total claridad, el oscuro secreto y la aútentica maldad que albergaba el creador en su interior.

Repentinamente algo la desconectó...

El brazo del aparato militar había arrancado de un violento tirón el cable que mantenía a Petrushka conectada al Velo.

—Has fracasado en tu misión —la voz mecánica que se pronunció carecía de ninguna emoción implícita. Sus diseñadores no se habían molestado en añadir ningún parámetro que no fuera necesario para la única función del androide: eliminar objetivos con precisión quirúrgica.

Tras el HT-42 había desplegado un equipo de contingencia. Cinco humanos cuyos uniformes los identificaban como personal militar del gobierno. Un vistazo rápido al reloj de la pared confirmó a Petrushka había pasado casi tres horas en el ciberespacio. Miró alrededor y allí no había rastro alguno de Sestra. Se había esfumado y el HT-42 tenía razón. Había fracasado y su mirada sólo encontró a Cable atada de pies y manos en una silla de madera. La habían interrogado golpeándola hasta la inconsciencia.

—Debes acompañarnos. Ahora. El creador espera. —aquella invitación no parecía admitir ningún tipo de negación.

¿Qué haces Petrushka?

Ya conoces a Bogatyr HT-42 y estoy seguro que sabes lo que va a pasar si te niegas a ir a Vitatec...

¿Algoritmo de bloqueo?. Así que ése era el nuevo algoritmo del que habían hablado aquella mañana. Petrushka se sintió traicionada. Sintió como el odio crecía en su interior. Era un odio irracional, por sentir que... en realidad, no era más que un objeto sin valor para el hombre que le creó. Nunca había fallado. Había hecho todo lo que le habían pedido. ¿Y sin embargo cumplir su objetivo significaba su perdición?. No quería volver a ser desconectada... Ya la habían desconectado en otras ocasiones, aunque aquellas desconexiones sólo eran para actualizar su base de datos. Sin embargo, esta vez parecía ser definitiva...

Prescindible.

Aquella palabra sonó una y otra vez a modo de eco en su cabeza. Era la palabra que le había provocado tanto odio y repulsa hacia su... «padre». Y hasta ella se sintió confusa... ¿podía odiar de esa manera?. No lo entendía... aunque tampoco pudo pensar mucho en ello antes de que notara como toda su visión se nublaba y era arrastrada de vuelta al mundo real...

La desconexión fue tan brusca que Petrushka permaneció confusa durante un tiempo, mirando fijamente a HT-42. Luego observó a su alrededor; buscando con la mirada, sin mucho éxito, al aparato con la que había venido aquí. No estaba por ninguna parte, así que entendió que había aprovechado aquella oportunidad para huir.

Finalmente, Petrushka volvió a centrar su atención en HT-42 cuando le habló.

—No he fallado mi misión.

No, no lo había hecho. Ella nunca fallaba.

—Mi misión era conocer más sobre el aparato —añadió—, y eso es lo que he hecho.

Sabía que era una verdad a medias, pero una verdad al fin y al cabo. Nadie le había ordenado traer al aparato de vuelta. Sí, era cierto que se daba por hecho, pero la orden no había sido dada por nadie. Así pues, Petrushka no había fallado. Conocía más del aparato.

De todas formas, a estas alturas, le daba igual. Sabía que volver sólo supondría su... desaparición de este mundo. Sin embargo, enfrentarse a HT-42 era, con toda probabilidad, sentenciarse de igual manera. Pese a todo, había algo que podía tomar como ventaja: la I.A. del aparato que tenía frente a ella era tan inferior como una hormiga a punto de ser aplastada por un humano. La desventaja, estaba acompañada de 5 humanos... pero ni ellos imaginarían que un aparato pudiera llegar a desobedecer una orden. Así que estaba segura de que, si aceptaba ir, ni se molestarían en encadenarla.

Su plan era el siguiente: allí dentro, encerrada entre paredes, no podía enfrentarse a Bogatyr. Debía salir fuera, al exterior. Bogatyr era fuerte. En fuerza le superaba con creces. Pero no en agilidad. Una vez en el exterior, tendría que optar por una ruta de escape con suficientes obstáculos como para que Bogatyr no pudiera seguirle el ritmo. En cuanto a los humanos, algunos especímenes eran algo inteligentes, pero... jamás podrían superar a Petrushka en una huída.

—Te sigo.

Lo primero era lo primero: debían salir al exterior. Luego... tendría que buscar una manera de auto-hackearse ella misma para borrar aquel maldito algoritmo. Aunque, ¿qué probabilidades había de que pudiera conseguir aquello?. ¿Cómo podría descubrir de que algoritmo se trataba?. Pero... era la única opción que tenía. Si volvía al laboratorio, jamás podría conseguirlo... Y, teniendo en cuenta que ni siquiera había completado su misión por mucho que ella entendiera que no había fallado en ella, ¿cuál podía ser su futuro sino acabar desechada como un objeto sin valor?.

El HT-42 y el grupo de cinco soldados gubernamentales condujo a Petrushka fuera del edificio del VIDEO Redux. Habían derribado la puerta de entrada dejando una visagra descolgajada y algunos hierros torcidos en su lugar. Justo en frente de dónde debería de haber estado ese umbral metálico, Petrushka se topó con un vehículo blindado militar. Estaba estacionado parcialmente sobre la acera y cuando la vieron aparecer alguien abrió una amplia compuerta desde el interior. Dos figuras asomaron a través de aquella boca de metal:

—Vamos, sube —la invitación no vino en forma de tarjeta. Se presentó con el aspecto de un cañón de pulsos electromagnéticos de gran calibre apuntando directamente al rostro sintético del aparato.

Pretendían transportala a Vitatec a través de las calles iluminadas con los colores de la longitud de onda de una puesta de sol tardía...

Petrushka, parece que estás jodida. Conoces ese tipo de armamento y sabes perfectamente el efecto que la munición de pulsos electromagnéticos podría ocasionar en tus sistemas.
Además, la desventaja numérica es clara.

Ahora puedes hacerte una idea de lo que significa sentir el miedo para los humanos.

¿Qué haces?. ¿Subes al transporte o pretendes salir corriendo?.

Armas PEM. Petrushka debió haberlo imaginado. Además, no sólo eran 5 soldados. En la furgoneta debían haber como mínimo tres más: dos que se habían dejado ver, y uno que conducía. Si las posibilidades de salir ilesas en una huida eran mínimas, ahora se reducían drásticamente. Así que hasta aquí habían llegado sus posibilidades de huir...

Con rostro serio, paso imperturbable y semblante ligeramente inclinado hacia abajo, avanzó hacia la furgoneta. Sin embargo, cuando estuvo lo suficientemente cerca de aquellos humanos, detuvo su paso y les miró al rostro.

—¿Acaso me tenéis miedo? —dijo, en tono de voz neutro—. ¿Tanto miedo os inspiro que lo primero que hacéis es apuntarme con ese arma?. A mí. A quien ha sido vuestra aliada...

¿Éste es el precio que ponéis a mi lealtad?.

Era ella la que debía tener miedo de su futuro. No ellos... ellos no habían sido condenados a muerte por sus propios padres desde el día de su nacimiento. Era irónico. Un aparato sintiendo miedo... pero no sólo era miedo, era rabia, frustración, ira... ¿Por qué era capaz de sentirlo?. No alcanzaba a comprenderlo. Pero... si aquello era lo que significaba tener sentimientos, hubiera deseado no ser capaz de sentir nada.

En ese momento, en una situación tan patética, en su marcha hacia lo que había sido su hogar y que ahora se convertía en su propio patíbulo, recordó la obra de Sviridov que escuchó en el metro cuando seguía a la que había sido su objetivo. Sin embargo, ahora no sonaba aquella melodía alegre y divertida, aquella melodía que esbozaba las mentiras patrióticas de un país mísero. Se había tornado en un tono más oscuro. Con cierta ironía, en su mente no paraba de sonar una melodía trágica y triste de aquel mismo compositor y aquel mismo ciclo de canciones.

Sin detenerse a escuchar una respuesta, entró en la furgoneta y tomó asiento. De nada servía verter sangre. Al menos quería que, si la desconectaban, fuera teniendo frente a ella al hombre que le había creado. Que le mostrara su verdadera naturaleza por una vez. Poder verlo con sus propios ojos, y no ser desconectada mientras huía como una fugitiva.

_{Laboratorios Vitatec.}

—Lo... lo siento, Petrushka —era la voz de Pavel Vasíliev antes de abandonar la sala.

El aparato oyó unos pasos que se alejaban y después un golpe. No lo vió, pero sintió que la puerta de la sala se había cerrado y se había quedado sola. La luz de la sala empezó a apagarse. Momentos después entraron dos guardias para llevarla a otro lugar. Petrushka intentó resistirse pero era imposible. Su cerebro estaba bloqueado y su cuerpo artificial no reaccionaba a los impulsos de su I.A.. Entonces lo entendió. Supo que, aunque lo hubiera intentado, no hubiera podido enfrentarse al escuadrón militar que la encontró en el edificio del VIDEO Redux. En ese momento no le pareció ver ni una ínfima oportunidad de cambiar aquella situación en su favor.

Desde el techo se oyó la voz del doctor Ilyanin:

—¿Está cargado el protocolo de desactivación?.

Su ayudante respondió algo que el aparato no entendió y el doctor prosiguió:

—Perfecto. Tras el formateo extraed el núcleo de energía. Tras asegurar que su sistema de memoria ha quedado completamente vacío desechadla. Ya no nos sirve. ¿Por qué están funcionando los altavoces exteriores?.

Petrushka divisó tres siluetas en la ventana situada debajo del techo de la sala. Una de ellas desapareció y reapareció en la segunda ventana. Era su creador mirándola fijamente. Incluso a esa distancia fue capaz de distinguir un rastro de decepción en su expresión. Había interferencias en los altavoces, luego sonó un chasquido y las voces se apagaron.

El aparato sintió el flujo de la corriente. Por un momento le pareció estar en el centro de un carrusel demoníaco. Cerró los dedos alrededor de la palma de la mano. Intentó moverse pero le resultaba difícil dar cada paso. Todo a su alrededor daba vueltas. Parecía que aquella sala comenzaba a girar dentro de una espiral numérica y de imágenes que poco a poco se iban eliminando. Entonces su mundo se partió en dos. Una grieta escindió el espacio digital de su inteligencia artificial y la partió en dos. No podía entenderlo, sólo sabía que estaba siendo eliminada.

Entonces su mundo se estremeció y desapareció.

Todo desapareció.

^{Vertedero. Extraradio de Moscú. Varios días después.}

El día había empezado como otro cualquiera para Ratón. Un día más o un día menos en aquel inhóspito mundo de óxido y metal. El muchacho había pasado más de media mañana rebuscando entre los interminables montones de chatarra de Vertedero y sus manos enguantadas ya se habían cansado de aquella labor. Había buscado sin resultado alguno algo útil. Algo aún servible o al menos reciclable que pudiera tener algo de valor. Pero aquella mañana, la suerte no parecía querer estar de su lado. Frustrado y con las manos vacías, ya se había rendido cuando la encontró.

Caminaba de vuelta a casa cuando una de sus botas se enredó en un amasijo de cables que le hizo caer aparatosamente de bruces. Algunos lo llamarían destino, otros simplemente casualidad. El hecho es que ahí, oculto entre aquellas montañas de escombros, floreció el color púrpura entre el interminable manto del naranja y el gris. Así se mostró el artificial cabello de Petrushka asomando entre los trozos de metal torcido, las piezas rotas y los restos de la basura de la ciudad. Sin dudarlo, las pequeñas manos de Ratón se movieron con avidez y comenzaron a desenterrar el que aún no sabía sería el mayor descubrimiento de su vida...

—Ho... ¿Hola? —preguntó con voz queda cuando terminó de introducir el viejo y deteriorado núcleo de energía que había encontrado semanas atrás y no sabía muy bien por qué no se había decidido a vender aún. Nadie respondió, y durante un instante tampoco ocurrió nada.

De repente comenzó a escucharse un leve zumbido que fue in crescendo y, cuando los ojos del aparato se abrieron repentinamente, el muchacho se sobresaltó dando un respingo hacia atrás. El susto pronto fue sustituido por un arrollador sentimiento de júbilo:

—¡Si!. ¡Bien!. ¡Lo he conseguido! —gritaba dando saltos de alegría sobre la chatarra—. ¡Yuju!.

Has vuelto Petrushka.

Has vuelto de entre los muertos y has renacido en este cementerio de plástico y metal.

Ese chaval ha sido tu salvador. Dime:

¿Qué has sentido cuando has abierto los ojos y lo has visto por primera vez?.

Petrushka abrió los ojos despacio y miró, con mirada vacía, al hombre que saltaba y gritaba. Luego observó a su alrededor con giros suaves y lentos de su cabeza. Se encontraba en una chatarrería, tumbada sobre escombros y basura... Trató de incorporarse, y lo consiguió aunque a duras penas. Algunos mecanismos de sus brazos fallaban, y probablemente necesitarían recambio urgente. En cualquier caso, Petrushka no sentía dolor, pero tampoco entendía nada. Hasta ahora, solo había vivido oscuridad. Y, de repente, la escasa luz que atravesaba aquellos nubarrones de polvo y polución cegaba sus ojos.

Por alguna razón, sintió calma. Una paz interior difícil de explicar. Y era extraño, teniendo como escenario aquel lugar y como compañía a un hombre algo alocado dando saltos y gritando lleno de júbilo.

—¿Quién... eres? —preguntó, su voz sonaba suave y entrecortada, con cierto tono tímido—. ¿Quién... soy?.

Aquella persona era todo lo que tenía de su nuevo nacimiento. No sabía nada más. Bueno, eso no era del todo cierto. En su mente, habían algunos retazos de su vida pasada, pero no lo suficiente como para poder entrelazarlos de manera coherente para poder formar al menos una mínima pista que pudiera decirle quién era. Estos retazos eran pequeñas escenas que por alguna razón su mente había guardado en un lugar seguro, pero por desgracia, eran incompletas y confusas. Ni siquiera podía entenderlas bien, y las personas que aparecían en ella se mostraban con el rostro difuminado y borroso. Eran casi como bultos, que hablaban con voz distorsionadas.

En una de ellas, una persona joven le hablaba mientras parecía ensamblar mecanismos de su cuerpo. «## nombre ## Petrushka», le decía con voz que, a pesar de la distorsión, sonaba amable. Aunque de repente, todo lo que había podido ver se congelaba; y la voz, ahora con un tono diferente... le susurraba «Lo... ## siento, Petr###ka». 

—¿Yo... soy... Petrushka?.

Volvió a mirar a la persona que tenía frente a ella con una mirada que denotaba su confusión y que suplicaba una respuesta. Por alguna razón, a pesar de su apariencia y la suciedad que impregnaba su ropa, sintió que aquel hombre era como un ángel. Sintió fascinación por él... ¿tal vez por la capacidad de expresar alegría?. ¿Por que le consideraba su creador?. ¿O tal vez por la razón de que, a diferencia de ella, él era humano y estaba vivo?. Quizás era alguna otra razón... pero sin darse cuenta, y a pesar de la confusión y el desconcierto que sentía, esbozó una pequeña sonrisa mientras le veía dar saltos.

El cuerpo del muchacho se quedó rígido por un instante cuando el aparato habló. No esperaba que el módulo de voz estuviera intacto.

—¿Petrushka?. ¡Me gusta! —exclamó. —Yo me llamo Luka, pero todos me llaman ratón.

Se acercó al androide y lo inspeccionó más de cerca. Sus pequeños guantes de cuerpo caminaron sobre la piel de metal en busca de desperfectos, y los encontró. Algún mecanismo en el interior del brazo derecho parecía que fallaba, haciendo que la extensión del antebrazo fuera incompleta. También había problemas con la rótula de la rodilla izquierda, lo que probablemente se debía a alguna rotura o atasco en el sistema de rodamientos. Por fortuna, no era nada que no tuviera solución.

—Vaya, has tenido mucha suerte —dijo tras la leve inspección. —Arreglaremos eso, no te preocupes. ¿Puedes caminar?.

En efecto podía. Juntos cruzaron el erial llamado Vertedero. Caminaron sobre piezas obsoletas de tecnología que ya no era funcional. Bajo el peso del aparato el hierro oxidado crujía acompañando el ritmo de cada pisada. Escalaron lomas cubiertas de protuberancias curvas que parecían verrugas de metal. Se trataba de barro, trozos de fibrocemento, chatarra, madera y ladrillos rotos. El viento hizo volar un trozo plástico de lo que alguna vez fue una lona verde. La mirada de Petrushka por un momento se perdió siguiendo su caprichoso vuelo...

—Podrías ser mi nueva amiga —Los ojos del androide olvidaron el plástico verde y se centraron en el niño. ¿Qué significaba ser amiga?.

—¿Qué opinas?—. Preguntó seguidamente él.

—Vaya, vaya, vaya... —una voz árida surgió desde algún punto indeterminado entre la chatarra. Alguien se asomó tras una loma de metal con un arma en las manos. Estaba vigilando, pero sin levantar el arma aún. Vestía algo de color naranja y llevaba unas lentes de cristal y cuero en la cabeza.

—¿Qué traes por aquí, Ratón? —preguntó burlón.

Silbó y otro tipo apareció.

—Pero, ¿que ven mis ojos? —el segundo era más bien gordo y tenía el pelo enredado y grasiento: Unas rastas pegadas a su cabeza por la fuerza de la mugre y el sudor.

—¿Esa es tu nueva novia, enano? —soltó una risotada. El otro lo secundó. 

—Ese androide debe valer una pasta —dijo por lo bajo.

—¡Dejadme en paz! —bramó el chaval. —¡Siempre me lo quitáis todo!—. agarró el brazo de Petrushka —¡Esta vez no!.

—Mira chaval, dame el robot y será mejor para todos —dijo jugueteando con el arma en sus manos. —Si no te pego un tiro aquí mismo, te quito el robot y escondo tu cadaver entre la basura.

Tenía la mirada fija en el muchacho y su boca mostraba la sonrisa de quien sabe que tiene el sartén bien cogido por el mango.

—¿Qué te parece?.

¿Y a ti Petrushka?. ¿Qué te parece?.

¿Amiga?. ¿Qué significaba eso?. No lo sabía bien, pero por la sonrisa del chico, Petrushka creyó que se trataría de algo bueno, así que trató de imitar su sonrisa de felicidad y asintió con la cabeza.

—Soy tu nueva amiga.

Sin embargo, cuando aparecieron las otras dos personas, el rostro del muchacho cambió de expresión. Ya no parecía contento, más bien al contrario... Petrushka creyó ver en él signos de estar preocupado, y... por como le cogió del brazo, creyó que el chico trataba de protegerle.

—No soy su nueva novia —contestó al de las rastas—. Soy su nueva amiga.

Y era así, hacía tan solo unos minutos que se había llegado a aquel acuerdo. Sin embargo, ellos no parecían ser amigos de Luka. Así que... ¿tal vez estaba en problemas?. Aquello enfadó a Petrushka.

No hizo falta esperar a que Luka contestara a la pregunta del matón antes de que Petrushka se girara sobre sí misma y propinara una patada con el talón de su pierna dirigido directamente a la sien del que esgrimía el arma. A Ratón no le quedaría otra que soltar su agarre si no quería caer al suelo por la velocidad del movimiento de la aparato...

Petrushka notó el impacto de la bala contra su cuerpo, pero aquello no le impidió seguir avanzando hasta colocarse a una distancia suficientemente cercana como para poder propinarle la patada. Estaba claro que no se estaban enfrentando a una droide cualquiera...