Partida Rol por web

- Mierda... - Dijo Marro. - Ahora, si se para ese coche, no podremos decir que no lo hemos visto. - Resopló cabreado. - Nos estamos enfangando demasiado. - Apretó los puños. - ¡Nada, que tenemos que alertar a las autoridades de lo sucedido! - Se guardó la nota en el bolsillo. - Por suerte no hay testigos de los sucedido. Podemos decir que vimos como ese hombre se salía de la calzada y paramos a socorrerle, pero ya nada había que hacer. Y por desgracia le conocíamos de esta mañana... - Tomó aire. - ... una trágica coincidencia. Otra... -Negó con la cabeza. - ¡Mal, muy mal nos veo! - Miró hacia la carretera. Si el coche pasaba de largo, todavía podrían tratar de salir de ahí por patas. Dudaba que si alguien no se paraba, hubiera tomado su matrícula. - ¡Vamos al coche, rápido!

- No sufra Marro. Sostenga esa historia y dígales que vayan a comunicarlo ellos, porque nosotros tenemos que ir a un asunto oficial. -Responde Valerio sorprendiéndose a sí mismo- Con el coche bonito y el uniforme no deberían hacer más preguntas, salvo que sean comisarios o Tenientes-Coroneles. ¡Que ya sería mala suerte!

Valerio se encamina al coche tras de Marro. El asunto que tenían entre manos era de todo menos oficial. Pero Si Virginia y el doctor estaban en peligro... 

- Es más, si se paran ya se lo digo yo. Que usted ya ha tenido que pasear demasiado la placa. Serán gallegos: con los galones ya les vale. 

- Si... - Dijo entonces Marro. - Buena idea... 

Sin más, alcanzó la cima del terraplén esperando a ver con quien se encontraba y que actitud tenía. Además, portaba la mano en la empuñadura de su arma, pues... ¿Quién le decía que no fueran más sectarios? No lo creía posible, pero tampoco lo descartaba al cien por cien. Lo cierto era que se estaba volviendo algo paranoico.

El traqueteo de un motor de vehículo se acercaba por encima del terraplén, sobre la vía. Pese a que ambos teníais la idea de regresar cuanto antes a vuestro coche, el inspector Marro subió al terraplén para fisgar y escudriñar quién se aproximaba. Era un vehículo de un ciudadano cualquiera (ni policía, ni militares, ni ningún otro cuerpo de importancia). El vehículo pareció no ver el coche volcado allá abajo (el terraplén provocaba un ángulo muerto para quienes circularan allá arriba, por la vía). Por ello pasó de largo (eso sí, tuvo que ver vuestro coche aparcado en la cuneta, pero tenerlo allí estacionado no era delito ni falta alguna.

Pudiendo respirar aliviados, y antes de que se aproximaran más conductores por la zona, llegásteis al coche de Ledesma, arrancásteis lo más rápido que pudísteis y volvísteis a la vía, dirección Larache.

- ¿Lo ve? ¡Gallegos! Ven un galón y todo normal. Ni se imagina lo que aguanta esa gente en Larache. Déjeme: le relevo al volante un rato, ya que no tiene que fingir estar haciendo de sargento asistente. 

Dicho esto, me dispongo a coger el volante del coche

- Por cierto...usted que es del ramo... ¿Si alguien se presentase en su turno denunciando una historia como la nuestra, con las pocas pruebas que tenemos... llamaría al manicomio ¿verdad?

Hablo bajito, para tratar de confundir al fraile. Decido soltarle la mentira más gorda que se me ocurre, para ganar tiempo y con un poco de suerte sonsacar algo.

—No tema, hermano. Soy sor Virginia, docta en la fe y secretaria nuncio papal. Han llegado hasta él rumores sobre un milagro en este lugar. También hay quien habla de brujería. La cosa es que ha decidido mandarnos a nosotros primero para determinar si ocurre algo y en el caso de que sea cierto si es cosa del buen Dios o una ilusión de la mente. Quizá sea necesario que rueden unas cuantas cabezas en la direccíon de este sitio. En el sentido figurado, claro. Así que le ruego que sea prudente y me conteste a un par de preguntas.

Carraspeo.

—La primera es la más sencilla ¿Qué narices ocurre aquí, para que los rumores hayan llegado tan lejos hermano?— de repente me acuerdo del periódico de la noticia del sátiro leí la otra mañana, en e diario jocoso "El Intruso— ¿Sodomía?

Si lo pongo a la defensiva seguro que colabora. Aunque si el chaval no conoce nada raro quizá nos tome por locos de recibo. Aunque… ¿en qué sitios de estos no hay rumores ? Digo yo…

—¿Usted... es...?

- Si, menos mal que se han marchado... - Dijo el sargento. Suspiró aliviado y esbozó una sonrisa de alivio. - Buena idea, conduzca usted un poco.

El coche arrancó dejando a Garay y su automóvil en la cuneta. Él se lo había buscado, aunque no obstante, sería de lo más ético, dar aviso a las autoridades de lo sucedido en cuanto pudieran, aunque fuera, como había sugerido Valerio, de forma anónima. ¡Demasiado se habían involucrado ya!

- Pues verá... - Respondió sonriente a la pregunta. - Suele venir gente denunciando cosas muy extrañas. Tenemos el deber de recoger la denuncia, aunque muchas de ellas se archivan directamente. A partir de hoy... - Asintió con la cabeza. - ...les haré más caso a esos "locos".

Con la idea de avisar a las Autoridades en mente, partísties rápidamente hacia Larache.

* * * 

Media hora después. Cerca de la una de la tarde.

Llegásteis a una población. Larache era un pueblecito pequeño, por el cual no pasaban los años en balde, similar a aquellos de la España Profunda, pese a la enorme cercanía con la Coruña. Un puñado de unas treinta casas bajas, huertos, hórreos y una pequeña iglesia completaban el lugar. La mansión del Pazo de la Oca estaba a más altura, se veía desde el pueblo y contrastaba su lujo con la humildad del pueblo. Una vez adentrados en sus calles, ojeásteis el pueblo. Allá arriba, en la colina que dominaba el pueblo (como un castillo medieval dominando una aldea) se ubicaba el pazo. Y parecía que los jesuitas y la institución a la que decían pertenecer (la Orden clerical, seguramente), no escatimaban en gastos: se apreciaba desde la lejanía que era una gran vivienda de dos plantas con numerosos jardines en la parcela que ostentaban, la cual estaba rodeada de un muro.

¿Sor? -dijo mirando de abajo a arriba a la joven-. El fraile escuchó pacientemente las palabras de Virginia, a veces levantando sus cejas y a veces mordiéndose los labios.

¿Lo que ocurre aquí? -preguntó sorprendido, de manera retórica-. Yo soy fray Bruno, señorita -le dijo "señorita", que no "Sor", como la propia Virginia aseguraba-. Entre estos muros no ha habido milagro alguno, ni niguna comunicación de su... -miró también a Rocavila-, presencia. Un momento, por favor... -entonces el joven se dio la vuelta y comenzó a echar a correr escalones arriba, sin decir nada*-. Obviamente no se creyó las palabras de la secretaria de Ledesma.

El doctor se vio sorprendido por la presencia de aquel fraile, apenas le dio tiempo a decir nada puesto que rápidamente se le adelanto Virginia. Cuando iba a decir que era el Doctor Andreu aquel monje echo a correr desconfiando de las cosas que Virginia le contaba, ¿A quien quería alertar?

José María sintió la irrefrenable necesidad de salir corriendo. Aunque por su mente paso la intención de correr hacia la salida de aquel pazo, sus piernas siguieron a aquel joven jesuita para sujetarle antes de que llegara a las escaleras. No quería que nadie supiera que estaban allí antes de que llegarán sus compañeros aunque probablemente eso era imposible. Le agarro por la cintura diciendo.

— Donde vas jovencito, con tanta prisa.

Esa forma de salir corriendo me ha parecido cuanto menos, rara.

Es una especie de patrón que estoy viendo en esta gente. Parece que se comportan normal, pero no. Vale que pensado así parece que soy una paranóica pero ¿lo normal no sería que este hombre nos siguiera preguntando, nos invitara a marcharnos o nos amenazara con llamar él a la policía si no nos íbamos?

El doctor me sorprende por su iniciativa. Casi contenta de ver un poco de acción después de tanta contención salgo corriendo con él, dispuesta a hacerme valer a fuerza de tiros si fuera necesario.

- No perdamos más tiempo. - Le dijo Marro a Valerio. - Podría ser que el doctor y la loca de Virginia ya estuvieran en el pazo y quien sabe lo que puede estar pasando allí. - Dijo apurado. - Será mejor que nos apresuremos, aunque... - Resopló. - Una vez allí, no sabremos ni por donde empezar... - Se quejó amargamente.

- ¿Quién me mandaría a mi...? - Dijo por lo bajo y sin acabar la frase.

Enseguida, el doctor "Andreu" se lanzó contra el joven fraile sobre las escaleras. Tras abrazarle la cintura en un instintivo salto hacia delante (no referente a su agilidad, sino más bien al hecho de que podría avisar a otros de los suyos), lo cazó en plena huida. El jesuita se trastabilló por el empuje y su barbilla se golpeó contra el propio escalón. Despues Virginia dio varios pasos y se plantó justo al lado de Rocavila, sobre el clérigo, apuntándole con su pequeña arma sacada del bolso: una pistola FN belga modelo 1910*.

¿Que...? ¡Q... yo no...!  ¡No me hagan nada! -sollozaba, muerto de miedo-, ¡por favor! Están arriba, arriba... ¡Yo no sabía nada de ésto! ¡Nada! -decía totalmente acongojado-.

En especial, el inspector Marro no estaba por la labor de perder más tiempo. Quién sabe en qué sucesos estarían inmersos Virginia y el Doctor Rocavila. El caso es que aparcásteis el vehículo en una zona a la salida del pueblo, entre éste y el cerro donde se ubicaba el pazo. Instantes después procedísteis a subir la colina para ver un poco más de cerca la mansión del Pazo. Después ojeásteis lo que más o menos pudísteis apreciar; parecía que los jesuitas y la institución a la que decían pertenecer (la Orden clerical, seguramente), no escatimaban en gasto: Una vivienda de dos plantas con numerosos jardines en la parcela que ostentaban, la cual estaba rodeada de un murete alto.

Pudístes apreciar, a su vez, que éste estaba dañado en un lateral (el muro), por lo que podía accederse por allí sin mucho esfuerzo. De todas maneras, la puerta de entrada, una gran verja negra y verde, estaba abierta, y uno podía acceder allí sin problemas. Levantásteis la vista, subiéndoos a la porción de muro destartalado. Vuestra vista, una vez aupados, allí, vio la estampa de una residencia de dos pisos, bastante lujosa, y unos bellos jardines. No había nadie en ellos, pero era visible que, a través de las decenas de ventanas, había gente allí (la cual no pudísteis precisar bien quiénes eran). Sólo sabíais que en ese lugar había jesuitas y enfermos, claro. También visteis que había un par de entradas bastante accesibles: la principal, y una lateral, en una de las alas del edificio (en la que teníais más cerca, claro).

Instintivamente el doctor se tiro sobre aquel jesuita y logro inmovilizarle con éxito. cuando virginia llego a su altura y levanto la cabeza vio aquella pistola empuñada entre sus manos.

— Virginia guarda ese arma, no vaya a hacerse daño alguien. 

Volvió a mirar al Jesuita que se encontraba en el suelo asustado y balbuceaba palabras que no eran del todo coherentes. Pero algo llamo la atención del doctor. Están arriba. 

— ¿Quién esta arriba? 

Una vez superada la adrenalina que se inyecto en su organismo en el primer instante gracias al instinto de supervivencia, la sensación de euforia disminuía. Esto hacía que los nervios regresarán a José María y no supiera que hacer.

— ¿Qué hacemos con él, Virginia? ¿Tú tienes mas experiencia en estos asuntos? 

Al fin.

—Bien, doctor. Deje que hable la experiencia...

No quiero que el bueno de Jose María piense que soy una asesina sin escrúpulos pero necesito que este nos cuente todo lo que sabe.

—Escucha, fray Bruno, yo, te creo. Y tu juventud te salvará, porque te hace parecer inocente... Eso si haces lo que te decimos. Osea, o colaboras, o te juro por Dios que te mando al otro mundo aunque nos veamos más pronto que tarde, en el Infierno.

Le enseño la pistola, para que la vea bien.

—Así que dinos todo lo que sabes y qué puedes hacer para ayudarnos.

- Sin duda, en algún momento, cuando entremos ahí, nos verán... - Dijo un pensativo Marro. - No obstante, creo que lo mejor es que entremos a hurtadillas. Que cuando nos localicen y nos pregunten que hacemos allí, ya tengamos una idea bastante clara de donde estamos y contra quien nos enfrentamos. - Propuso el sargento. - Creo que lo mejor es entrar por la obertura del muro. Sólo espero que no nos hayan localizado ya... - Sonrió de forma nerviosa ante tal posibilidad. - ¿Me sigue? - Le preguntó a Valerio mientras se adentraba en la zona ajardinada. Supuso que estarían de acuerdo en actuar como él había sugerido y no esperó la respuesta.

El muchacho balbuceó. En realidad le temblaba la mandíbula en el momento en que Virginia se dirigió a él encañonándole. Pestañeaba mucho, fruto del nerviosismo, y sabía que estaba contra las cuerdas. Pareció quedarle muy claras las intenciones de la secretaria.

— ¿Quién esta arriba? 

Ba.. Aa... Arriba -dijo como pudo-. Don Raúl, y los otros, lo, lo, ¡lo..! ¡los otros hermanos! No sé qué les están haciendo a ese chico. S, s, s... sólo quieren ayudarle ¡Sólo eso! Arriba... en, en el despacho del señor Balsera. ¡No me maten, por favor! -suplicaba, tratando de llevar las manos sobre su rostro-.

El doctor cada vez estaba mas confuso, y toda aquella situación no ayudaba a tranquilizarle. Que tenía aquel joven de especial para que aquellos jesuitas tuvieran tanto interés en él.  

— ¿Muchacho, que tiene el joven Dato que sea de tanto interés?

El doctor estaba en el suelo junto jesuita, al que miraba alternando su vista con Virginia. En ese momento apareció en su mente una idea, al fin y al cabo habían venido a buscarlo.

— ¿Donde esta el libro, lo tienen ellos en el despacho? 

De repente me viene una idea a la cabeza: que le están sometiendo a un exorcismo... Sonrío, pero no sé si debería.

Todo esto es de locos.

Y lo digo yo, apuntando a un fraile con una pistola.

—¿Quiénes son los otros hermanos? ¿Qué le están haciendo?