Partida Rol por web

Los rayos del sol se cuelan a través de la muralla a modo de saludo para los visitantes, aunque al mismo tiempo intimidan en tamaño y anchura a cualquiera que ose mirar con intenciones oscuras a la ciudad y sus habitantes. Una autentica fortaleza creada por hombres para defenderse de los hombres, para establecer una línea entre amigos y enemigos. O quizás para distinguir de ciudadano y extranjero.

El camino que lleva hasta la puerta este es sinuoso y esta plagado de otros carros, personas y animales que pugnan por pasar entre gritos, protestas y una algarabía de sonidos que apenas dejan distinguir entre hombre y bestia. Humildes campesinos se juntan con altaneros burgueses y a su vez son parodiados por varios juglares con gran acierto a la par que humor.

Desde esta distancia ya podéis empezar a notar algo de poder divino, como alguien que vislumbra la luz al final de un túnel. Vosotros mejor que nadie sabéis que es gracias a esta energía que las ciudades no son arrasadas por coléricos duendes ni conquistadas por ambiciosos señores infernales. Dios protege estos núcleos de fe intensamente...incluso de vosotros.

-Tendríamos que entrar a preguntar por nuestro hombre, a ver si se ha hospedado por aquí o alguien le ha visto. ¿De todo el grupo hay alguien que no llame la atención? Yo no tengo problemas para mezclarme entre la gente como masón... El resto podría tomar posiciones en las otras puertas, tal vez -sugirió el Jerbiton, llamando al sentido común de los magos. Puede que los magos apelaran a él para no hacer ninguna tontería que comprometiera al grupo. Se jugaban demasiado, quisieran o no.

Los grandes núcleos de población siempre habían intimidado a Remiel; se sentía cómodo con la gente, pero no con el Dios al que adoraban.

Antes de entrar en la fortaleza, Remiel emite pronuncia una breve frase en latín para reforzar su Aura Mundana y enfrentarse con palabras más inspiradas a los pueblerinos que, a buen seguro, vendrán a molestarles.

Yo no creo que tenga problemas para, si no pasar desapercibido, al menos lograr que no me apedreen nada más cruzar la muralla.

Lo que le intimidaba no era la ciudad en sí. Eso sólo eran piedras, mierda del ganado y mucha gente. Lo que realmente le intimidaba era la sensación que le producía la gran fe de esa gente que ahí vivía. Y seguro que habrían curas... 

Sacudió la cabeza ligeramente para intentar echar los recuerdos y pensamientos de la misma y se intentó centrar en lo que podía hacer para pasar desapercibido. Se enfundó aún más en su capucha, tapándose la mayor parte de la cara, aunque seguía pudiendo ver, y caminó con tranquilidad. Aunque por dentro estaba echo un manojo de nervios e irritación. 

Si Val-Negra me agobiaba con su mera presencia, esto iba a ser muchísimo peor. Más grande, más concurrida, más sacra... distaba mucho de ser un entorno natural o salvaje. Sino me quedaba más remedio, entraría, pero preferiría dejar la labor de búsqueda a los que podrían entrar y salir sin armar mucho alboroto. Aunque si se montaba jarana ahí dentro... ¿me la querría perder?

-En este caso, soy más apropiado para guarecer una de las puertas que para moverme dentro de esos muros -podía sentir un escalofrío con tan sólo mirarla-. Ahí dentro sólo sería un estorbo.

No me cuesta reconocer ese hecho, yo lo sabía y, si ellos no lo sabían, ya era hora de que se enterasen.

Papagena habia desmontado a Jax algo atras en el camino y le habia dado orden de vigilar las salidas de la ciudad, si olia algo raro aullaria. Ahora Aigor, con un movimiento digno del baile de la Idduna* haciendo que mas de uno se preguntara si las leyes de Dios o de la elasticidad eran patentes en el , llevaba la carreta. Aquel incidente con los huargos habia creado ciertas discrepancias con el grupo que esperaba que no fueran a mas. 

Sin embargo aquel Barry... si pasaban la noche en Toulousse no creo que alquilen dos habitaciones.

- ¿No habia nadie que dominara Imaginem? -dijo con algo de desparpajo- seria mas facil que entraras asi.

- ¡Yo tengo una capa de sobra! -contesto el grog parando la carreta de sopeton- le podia presentar como tio Eriberto, si aquel que tenia el estomago abierto -dice al ver la cara de extrañeza de Papagena, la cual enarca una ceja al escuchar el apodo- Si hija, mi tio Eriberto era capataz en una plantacion de fresa en la zona del Pirineo catalan, en des resulta que un buen dia al hacerse las fiestas de su pueblo tenian por costumbre soltar a un gorrino para que persiguiera a los mozos, y fue con tan mala pata que tratando de echarle el lazo a Sofia la lavandera el cochino le empujo y cayo clavandose una zarza que le atraveso hasta el estomago. Pudo vivir, pero siempre sufrio de gases.

- No... no lo veo, mejor el hechizo...

- Bueno, Aigor propone, la Maga dispone -dice tan alegre como siempre y continua su tiro de carreta.

- Al respecto de preguntar por el susodicho... seria bueno separarse un poco para investigar.

-Bueno, pues habrá que prepararse -dijo el Jerbiton antes de encontrarse en una zona visible a los mundanos, donde poder hacer magia sin necesidad de ocultarse. Pronto comenzó a invocar no uno, sino dos hechizos, ambos conocidos y a la vez personalizados, nunca mejor dicho. Eran un Baile de Máscaras, pero de duración Lunar y con alcance Personal, que le permitiría pasar por un masón cualquiera, pero no él mismo (siempre es mejor prevenir que curar), y Aural de Líder, que alteraría ligeramente su nuevo aspecto, dotándolo de una dignidad y belleza que les facilitaría las cosas allí dentro.

-Cuando queráis.

Nada mas juntaros con el resto de carretas la tensión se palpa en el ambiente. No hablan en ningún momento, pero notáis que observan incómodos (y algunos asustados) los rasgos feéricos de Papagena, las cicatrices de Remiel, la complexión de Oskari y la joroba de Aigor. En definitiva, todo lo que os hace diferentes.

Poco a poco la cola se va acortando y llegáis a la entrada, donde después de cobraros un pequeño impuesto*por las viandas y demás utensilios de los carros os dejan pasar con reticencias, pero evidentemente asustados de lo que pueda pasar si os cortan el paso.

En las calles sucede lo mismo, se forma a vuestro alrededor una burbuja invisible que os separa y marca del resto de personas. Los únicos que se acercan un poco mas son los niños (que os examinan con curiosidad) y los mendigos que no se molestan en apartarse pues ya no tienen nada que perder.

-Será mejor que busquemos un alojamiento para pasar la noche, las calles de la ciudad no son seguras-indica el grog de mas edad, que ha tomado el mando-¿Ordenáis algo más?

-Buscaremos una posada lo más cerca posible de las puertas de la ciudad, por lo que pudiera pasar. Y deberíamos comenzar a buscar. Llamaremos la atención -ya lo estamos haciendo- pero tal vez eso juegue a nuestro favor, puede que se ponga nervioso, se intente deshacer de nosotros y cometa una estupidez... -se atrevió a adivinar Excelsius.

Viendo los preparativos que todos realizan, pienso que, cuando haya de mezclarme con la multitud, me quitaré el Sigil que me marca como miembro de la Orden de Hermes, para aprovecharme de la sutileza de mis capacidades

Remiel había aprendido a sentir el Temor de Dios en su corazón, e iba a tratar de pasar tan desapercibido como le fuera posible. Le gustaba la gente; lo que ya no le gustaba tanto era el dios al que rezaban con fervor.

¿De verdad vamos a pasar aquí la noche? ¡Quién me manda venir con ellos! Mejor me unía al salvaje y guardaba una de las puertas.... ¡Joder! 

Septimus estaba cada vez más irritable. Y todo era por culpa de su pasado. La proximidad de las iglesias, la presencia de los curas (gracias a los cielos aún no se había encontrado con ninguno cara a cada...) y el aura santa que lo impregnaba todo le incomodaban, asustaban y cabreaban. 

-Con las prisas que lleva no creo que se vaya a quedar a pasar la noche.- murmuré. - En mi opinión ha utilizado la ciudad como método de distracción. Seguramente ya esté saliendo por alguna de las puertas... - miró a su alrededor estudiando atentamente a la gente que los rodeaban. Pero era difícil identificar a un asesino sin conocer su rostro.

La búsqueda iba a seguir en el interior de la ciudad, a pesar de la reticencia de algunos de nosotros en acceder a la misma. Pero ya estaba hecho y no importaba. Teníamos que encontrar al asesino y el tiempo se nos echaba encima como para seguir discutiendo sobre qué tendríamos que hacer.

-En eso tengo que darle la razón a Septimus -respondo al grupo aunque pareciera que no le estaba prestando demasiada atención a lo que hablaban. El ver como los niños se nos acercaban sin peligro alguno, me llevó a momentos pasados de mi vida y no pude evitar sonreír-.

Hace algunos años yo había sido como ellos, y había corrido detrás de los pocos magos que visitaban mi hogar. Le revolví el pelo a uno de ellos mientras escuchaba cualquier cosa que quisieran decirme.

-Como sea, no deberíamos pasar aquí más de una noche -aunque yo fuera partidario de no pasar ni una noche aquí-.

Cuando entraste en la ciudad notaste una avalancha de sensaciones, un gran numero de buenas y malas personas, pero acostumbrado a esto no le diste mayor importancia. Pero ahora notas algo más, algo diferente, alguien imbuido de una gran maldad esta en la ciudad. No puedes precisar un lugar exacto, pero sabes que se encuentra dentro del perímetro de la ciudad.

Y eso no es todo. Un fantasma te mira fijamente...bueno, de alguna manera notas que te mira, pues no parece querer adoptar ninguna forma y se limita a una extraña nube negra, de la cual salen cadenas que rodean el cuerpo de Aigor. Es raro que no lo hayas notado antes, pues parece desprender una increíble cantidad de poder mágico...o quizás sea por eso precisamente.

Viendo los preparativos que todos realizan, pienso que, ahora que he de mezclarme con la multitud, debería emplear también el mismo hechizo que veía emplear a Excelsius, aunque me sonrío al ver que usa varias de las fórmulas que delatan que lo aprendió hace no tanto tiempo. Con unos movimientos más sencillos y confiados, también aplico Aura de Lider sobre mí mismo, sonriéndome con suavidad al hacerlo, y lanzando una mirada de reojo a Papagena, siempre tan... exuberante.

Como sea, las palabras de todos estos tipos me hacen volver a la realidad, y suspiro ante lo rápido que asignan la razón a uno u a otro.

- Creo que lanzarnos en la persecución de un rastro invisible es una estupidez. -resuelvo, con franqueza- Veamos, Sodalis, la opción más probable es que el aseisno se vaya de Toulousse, sí, y tengo más ganas de darle caza que la mayoría, puesto que su víctima era de mi Casa, pero, ¿en qué dirección lo perseguimos? -la simpleza de la pregunta lo hace todavía más evidente- Lanzarnos a la persecución de un asesino del que no tenemos ni el rastro del olor, ahora que ha llovido, es una estupidez. Casi agradezcamos que hemos podido seguirlo hasta aquí de forma tan simple. Siendo sincero, creo que nos está dejando ir a por él, y esperemos que no sepa de nuestras armas. -comento con una mirada significativa para referirme al artefacto que nos han dado, para convocar a los Primus- Así pues, lo más sensato que podemos hacer ahora mismo es entrar ahí dentro e investigar antes de lanzarnos en cualquier dirección sin más. -les comento.

También, más tarde de esa discusión, me acercaré al que han encomendado encontrarnos posada y le comento en un susurro:

- Si no te importa, procura que mi habitación tenga una cama amplia y, de ser posible, también una tina de agua caliente cuando llegue... te estaré bastante agradecido de ser así. -le comento con una media sonrisa.

Remiel se detiene un instante, petrificado.

El hombre que buscamos...está aquí, aún no ha salido de la ciudad. Siento una presencia maligna, similar a la que noté en la Biblioteca. Sea quien sea... o lo que sea... haríamos bien en ser precavidos.

El mago se toma un momento para reflexionar; no es momento de ser impulsivos.

Si aún se encuentra en la ciudad es probablemente porque lo que quiera hacer con el libro, ya sea venderlo, leerlo o cualquier otra cosa, lo hará aquí; si no, ya se habría marchado, no tendría mucho sentido que se detuviera si sabe que seguramente le persiguen. A no ser, claro, que Barry tenga razón, y sea él quien está intentando capturarnos a nosotros.

En aquel juego, ¿el grupo de magos eran los cazadores, o las presas? Remiel ya no estaba tan seguro de cuál era su papel.