Partida Rol por web

La noche oscura comienza a consumir los restos del día, mientras las sobras de los árboles se alargan cubriéndolo todo de oscuridad. A lo lejos, ocultos por los árboles, se empiezan a oír los aullidos de los lobos y el ladrido de los perros que responden a sus provocaciones. La cacofonía de ladridos se vuelve confusa y en más de una ocasión crees ve el lomo pardo de un lobo corriendo entre los árboles.

Entonces de entre los arboles aparece una antorcha y una cara inexpresiva,  es Doroch. Con voz de pocos amigos el cosaco te recrimina que hubieras huido a lo que Nadia responde defendiéndote. El intercambio de palabras entre Doroch y Nadia es corto pero cargado de tensión. ¡Bien! No hablemos más. Sentencio el cosaco. El pequeño cura tiene que estar en la iglesia rezando y el tiempo que estemos discutiendo es tiempo que le quitamos de rezos.

Ahora quien te coge con rudeza de la mano es Doroch, que sin pronunciar ni una palabra te conduce hacia la iglesia. Nadia sigue de cerca al cosaco, y a media que os aproximáis a la iglesia los aldeanos se acercan. Ves entre ellos al niño que tanto te ha ayudado; también se juntan a la extraña procesión Halia y su marido, Tsibulia; también ves a la vieja cocinera y su atractiva ayudante; y a otros muchos aldeanos que ni siquiera conoces.  Todos te acompañan hasta el destartalado pórtico de la iglesia.

Pero lo que más te sorprende es que entre la multitud se encuentra el Centurión con su largo rostro triste y grandes ojeras de haber llorado durante días. Con voz autoritaria el centurión se dirige a ti, en el mismo pórtico de la iglesia.  De los tres seminaristas que llegasteis para cumplir el último deseo de mi palomita, tú eres el único que se ha mantenido firme. El más joven de los tres, tu valor te honra. Entra en la iglesia y cumple tu palabra, reza este último día y abras cumplido el deseo de mi palomita. Reza con fervor y mañana, al  alba, serás liberado de tu promesa y recompensado por haberla cumplido.

Nervioso dirijo mi mirada a cada uno de los aldeanos. Con algunos había conseguido simpatizar como con Nadia, el niño o Halia, incluso con su marido Tsibulia. Son buenas personas y por ellos cumpliré mi palabra, tengo que cumplirla para liberarles de la bruja.

Sujeto con fuerza el cuerpo el cuerpo del bebé que guardo entre mis cosas. Por un momento pienso en mostráselo al centurión pero simplemente asiento ante sus halagos y mandatos y me dejo conducir al interior de la iglesia.

Nervioso, atemorizado pero decidido. "Esta es la última noche, o tú o yo BRUJA."

Cuando cruzas el umbral de la puerta, como las dos noches anteriores, los cosacos se fueron después de cerrar las puertas, dejándote solo en la destartalada iglesia.

Dentro de la iglesia todo continuaba con el mismo aspecto lúgubre, misterioso y amenazador. Cerca del altar mayor se podía vislumbrar una mancha de color parduzco en el sitio donde Alexsey tropezó y se abrió la cabeza. También estaba el atril con los textos sagrados y el círculo protector dibujado con tiza, el lugar donde Demyan  había perdido el juicio al ver los poderes de la bruja. Y en el centro de la iglesia había dos ataúdes, uno pequeño que contenía el cuerpo de  Alexsey y otro más grande y de mejor manufactura donde descansaba el cuerpo de la bruja.

Una fuerza te obligó a contemplar de nuevo aquel rostro de sobrenatural belleza. Un nuevo estremecimiento, esta vez más profundo, volvió a recorrer tu cuerpo. En aquel rostro no se veía nada que fuera propio de un cadáver: ni la más pequeña mancha, ni la más leve deformación. Tampoco se observaba ningún signo de maldad o de odio. Era el rostro de una joven durmiendo.

Ver el cuerpo de mi amigo hace que me ponga triste, que me acongoje pero no que me amedrente. He venido a solucionar algo y no voy a decaer. Debo ser valiente y resistir.

Cuando veo a la mujer hay un choque de sensaciones, su belleza me hace dudar de si en verdad es una bruja o está siendo todo una pesadilla. Es imposible que alguien con esa cara angelical sea mala pero... ¿Y todo lo sucedido?

Saco de entre mis ropajes el cuerpo y ropajes del que se supone que iba a ser hijo de la bruja y decido dejarlo en el ataúd de la misma, para que descansen juntos en paz. No sé si será la solución pero veo que es lo más lógico.

Espero unos minutos biblia en mano a ver si sucede algo. Eso sí orando a los oidos de la mujer.

Antes de que pudieras dejar el cuerpo amortajado en el féretro. Un terrible estallido repercutió de un extremo a otro de la nave, levantándose en el acto el cadáver de la bruja. Los dientes le castañeaban y sus labios farfullaban horribles invocaciones. Dentro de la iglesia empezó a bramar un viento huracanado que derribó de sus hornacinas las imágenes de los santos, arrancó de sus jambas las ventanas, derribó las puertas, y centenares de diabólicos monstruos irrumpieron en el sagrado recinto.

¡Que llamen a Viy! ¡Mandad llamar a Viy! Gritaba furiosa la bruja muerta.

Todo parece que va a estar tranquilo cuando la bruja enfurecida se levanta gritando provocando una especie de huracán en la iglesia que viene acompañado de infinidad de diablillos malditos. Me acurruco con la biblia en mis manos frente a los bancos esperando a ver que ocurre, temeroso. Pero me doy cuenta de algo cuando habla de Viy... ¡El hijo! Es lo que le dio al Viy quizá si se lo devuelvo...

-¡Mira Bruja! ¡Mira lo que tengo! ¡Te he traido a tú hijo para que descanséis los dos en paz! Puedes irte y descansar...- grito hasta quedarme sin aliento alzando el cuerpo envuelto en harapos hacia la bruja, esperando solo que su reacción sea positiva.

Con el círculo protector de tiza desdibujado y sin repasar, la bruja podía verte claramente. Su risa atronó en toda la iglesia al ver el hatillo de ropas manchadas con tierra. ¡Pretendes vencerme con un montón de trapos viejos! ¡Niño, hoy moriras como tus amigos y tu alma me pertenecera!

No lograbas verlo con claridad, pero notaste que recostado contra uno de los muros de la iglesia había aparecido un monstruo de gran tamaño. Media casi dos metros y su cuerpo estaba cubierto por una larga pelambrera de un pelo duro como el alambre, semejantes a raíces de viejos árboles y cubierto de un manto rojo. Sus ojos se encontraban ocultos detrás de dos largos parpados que caían flácidamente hasta el suelo. De sus costados salían garras que parecían tenazas y colas de escorpiones. Su voz asemejaba al rugido de un león. ¡Levantadme las cejas y las pestañas, pues así no veo nada!

Pero antes de que los pequeños diablos acudieran a la llamada de auxilio de la gran bestia, antes incluso que la bruja pusiera sus largas unas sobre tu blanca carne. Anunciaste el verdadero contenido del hatillo.

***¡Te he traído a tú hijo para que descanséis los dos en paz! ***

Inmediatamente reinó el silencio en la iglesia y sólo se oyó el lejano aullido de los lobos. La cara de la bruja se había tornado en una mueca de asombro.

La voz de la criatura volvió a resonar en tu mente. ¡Bruja, me has traicionado! Has roto el sello que cerraba el trato, has traído tu retoño no nato a tierra santa. ¡SU ALMA SE HA SALBADO!  ¡Por ello te privo te tus poderes y rompo el pacto que me unía a ti! La criatura comenzó a desvanecerse poco a poco.

La bruja continuaba con su cara de asombro, no se podía leer en su rostro otro sentimiento que no fuera aturdimiento. En aquel preciso instante se escuchó en la iglesia el segundo canto del gallo, pues el primero nadie lo había oído. La bruja arrastrada por una fuerza invisible se recostó en su ataúd. En la iglesia no quedaba signo del paso de los monstruos.

Unas minutos más tarde llegó uno de los cosacos seguido del centurión a abrir la pesada puerta de la iglesia. Sin prestarte atención, se lanzaron sobre el ataúd de la joven. Mientras corrían por la iglesia hablaba acerca de luces y gritos escuchados por la noche en el interior de la iglesia, más propios de una batalla que de una noche de duelo. El centurión estaba preocupado que  durante “la supuesta batalla” el cuerpo de su querida hija hubiera quedado destrozado.

Al inclinarse sobre el féretro el centurión deja escapar un suspiro de alivio. Mi palomita estas bien. ¡Qué hermosa cara de paz tienes! Y era totalmente cierto, la hija del centurión permanecía, como dormida, con un semblante de auténtica paz interior.