Partida Rol por web

En una gélida mañana de marzo de 2020, tres personas se cruzan en las inmediaciones del parque de Monte Pío, en Santiago. Uno llega en bici, la aparca, y se acerca caminando. Otro aparca su coche cerca, y la última llega en autobús, acelerada y con prisa. No se miran, ni se saludan.

Hernán, nervioso en su primer día de trabajo como investigador, se recoloca la ropa mientras camina. Este giro en su vida le vendrá bien, se dice a sí mismo. “Esa oferta de trabajo me ha caído del cielo después de lo que pasó…”. Empezar de nuevo es lo que quizá le ayude, dijo la terapeuta.
Nuno, silbando, camina a zancadas anchas y con decisión hacia la entrada de las instalaciones, con agujetas en el pecho de haber entrenado fuerte anoche. Una chica se le cruza y por supuesto le mira con interés (interpreta él), y como respuesta infla los pectorales y se pavonea.
Sabela, dubitativa y mirando Google Maps, se acerca a la puerta a preguntar si es allí. Su supervisora le informó ayer de que alguien “desde arriba” había ordenado que realizara un exhaustivo informe sobre las subvenciones públicas que ha recibido el laboratorio, y que siguen sin justificarse. “Menudo marrón”, y se resigna, cabizbaja.

En la loma del Monte Pío, las instalaciones subterráneas de los Laboratorios Future representan la vanguardia científica española. Aunque nadie sabe exactamente qué se desarrolla allí abajo, toda España tiene claro que trabajan por el bien común, investigando formas de revertir el envejecimiento y acabar con las peores enfermedades de nuestros días. Los mejores investigadores del país se dejan cada día la piel allí abajo, y el Estado no escatima en fondos.

Los tres entran por la enorme abertura de hormigón que se interna en las profundidades de la colina, y se encuentran con un hall enorme y moderno, luminoso aunque sin ventanas.
 
Un recepcionista virtual en una pantalla flotante atiende a Sabela, indicándole que debe coger el ascensor 3 y bajar hasta el sótano -2, para encontrar allí el despacho de la encargada jefa, Julieta Rendón.

Por su parte, tras cambiarse y empezar su turno, Nuno coincide con Hernán en el laboratorio principal del sótano -2, y lo ve colocando sus cosas en su nuevo escritorio, mientras echa un ojo al parte de lo que tiene que revisar hoy a primera hora.

Sabela sale del ascensor, y camina hacia el despacho señalado, pasando por detrás de Hernán y viendo de lejos a Nuno.

Es un espacio amplio y pulcro, rodeado de despachos-pecera. Un suave bullicio acompaña el trabajo de las 12 personas que trabajan en sus escritorios en ese momento. Algunas escribiendo, otras señalando pantallas, y algunas otras escudriñando los visores de microscopios. Presidiendo el espacio, en la pared del fondo, hay una enorme sala de paredes de cristal, con guardias de seguridad en cada esquina.

Nuno es fuerte y atractivo. Hasta con el mono de trabajo parece tener un aire sexy. Pero sus miradas le pierden, y su actitud si mantiene una conversación de más de dos minutos. Tras cambiarse y recoger su parte diario, agarra la caja de herramientas y baja a la -2. Mira a los que trabajan allí, a muchos les conoce desde hace años, aunque hoy hay varias caras nuevas. Ve a una mujer y el primer impulso es acercarse, aunque se detiene al verla más de cerca. No es su tipo.

"Con lo tranquila que estaba yo... ¿Qué será este lugar?" - Me pregunto mientras me bajo del autobús, y lo hago susurrando, en voz baja, al ver las instalaciones.

Estos últimos días habían sido un verdadero coñazo. La supervisora estaba muy nerviosa, y llevaba al menos dos semanas mandándola a reuniones y reuniones. Con lo tranquila que estaba yo en moviendo papeles en el archivo, no tenía intención de ir a ninguna, pero las horas extra las pagaban bien, además del incentivo por reuniones de alto nivel, que me darían el dinero para ir a Viena esta Navidad. De todos modos, cuánto antes terminara, antes podía ir a leer la última novela del premio Planeta, que había conseguido por fin en la biblioteca. Al menos, no tenía hora para ir al Auditorio. Esta noche no. 

De todos modos, el trabajo seguro que será sencillo. No tenía ni idea de qué hacían ahí, ni me importaba. Todo se reducía a revisar documentación de ingresos, recibos, partidas extraordinarias... Cosas normales, que no cambiaban de un lugar a otro. Hace dos meses una agencia de la Xunta había sido auditada por gastar 500.000 € de más en publicidad para los peregrinos, y me di cuenta nada más mirar la documentación, cuándo había dos inspectores de hacienda que no había visto nada durante un año. Así que esto no sería complicado. Aunque si un marrón. No iba a poder devolver los libros a tiempo. ¿Por qué les gusta salir de la rutina?

Al llegar al piso -2, dónde me habían indicado, pregunté a un investigador que me indicó dónde estaba el despacho de Julieta Rendón. Arrastrando los pies y sin mirar a nadie, agarrando el bolso y la carpeta para no chocar con nadie, me dirigí al despacho y toqué la puerta, temerosa. 

Día nuevo en el trabajo. Te viene bien cambiar de aires, era lo que decía una y otra vez la terapeuta. Por lo que, cansado de escucharla repetir la misma frase, al final acabé haciendo casos a sus consejos y cambié completamente de aires: ciudad nueva, trabajo nuevo y, ya metafóricamente hablando, vida nueva.

En cuanto a mí, realmente no me sentía muy distinto de antes. Sí, tenía ese típico nerviosismo de cuando se empieza algo, pero seguía siendo el mismo de siempre. O, mejor dicho, el mismo desde que pasó aquello...

No podía negar que la oferta de trabajo había llegado casi como caída del cielo. Y aunque durante la entrevista fueron bastante escuetos respecto a las tareas que tendría que realizar —imaginaba que investigación médica—, el sueldo era lo suficientemente atractivo como para no insistir demasiado en los detalles.

De mis compañeros de trabajo tampoco sabía gran cosa. Así que, tras organizar mis pertenencias, decidí esforzarme un poco en socializar.

—Buenos días, soy Hernán —saludé, presentándome al investigador que estaba justo al lado de mi escritorio—. Es mi primer día aquí.

En cierto modo me sentí algo ridículo... ¿No deberían ser los veteranos quienes se presentaran a los recién llegados para romper el hielo? Sin embargo, desde que había entrado, apenas me habían dirigido un saludo; y, cuando lo habían hecho, era poco más que un simple hola. Empezaba a pensar que, si no era yo quien tomaba la iniciativa, jamás conocería a nadie.

Desde mi despacho acristalado (el despacho nº 1) veo que el nuevo médico acaba de llegar y nadie se le ha acercado a presentarse. Sin dudarlo, salgo a darle la bienvenida.

-¡Buenos días! ¿Hernán, verdad? - le extiendo la mano para saludarle - Disculpa que nadie te haya dado la bienvenida, estamos muy liados con el último avance que ha dado la investigación... ¡Pero ya habrá tiempo para eso! Primero déjame que te enseñe un poco todo esto, y sobre todo que te ponga al día. Vamos a mi despacho.

Por el rabillo del ojo veo que una desconocida se acerca a mi despacho, y la intercepto con una sonrisa cuando pasa casi por mi lado, aunque me deja atónita que la hayan dejado pasar a este nivel así como así. - Hola, ¿necesita algo?

Cerca veo al cretino de Nuno, hacia el que siento una confusa mezcla de emociones. Tenemos una relación cordial distante, le mantengo a raya porque puedo ver perfectamente qué tipo de hombre es por las miradas que me dedica a veces. Eso me indigna, pero me pone, lo que me enfurece. Está bueno. Lo odio. Mi mente racional no funciona correctamente con los hombres fuertes y masculinos y eso me hace actuar con despecho. Es complicado. Y encima me echa una de sus miradas. ¡Es muy temprano! -Buenos días-.

—Buenos días, soy Hernán —saludé, presentándome al investigador que estaba justo al lado de mi escritorio—. Es mi primer día aquí.

-Buenos días Hernán, es un placer. Bienvenido, hijo - el chico tiene un apretón de manos lánguido para ser tan joven. -Ay, Nuno, a ti te quería yo ver, de verdad, cuánta burocracia para arreglar un simple reposabrazos. Antiguamente estas cosas se arreglaba en un pis-pás y punto... Hombre, Julieta, buenos días tenga usted.

Me siento con cautela porque la edad ya no perdona, y sigo trabajando a lo mío. Jamás habría pensado ver en mi tiempo de vida estas cosas que están pasando, desde el acontecimiento de la semana pasada no puedo ni pegar ojo. Mejor me hago otro cafelito... 

De repente, me sentí totalmente fuera de lugar, cuándo al mirar para arriba para responder a Julieta, vi que alrededor estaban todos prácticamente con una bata blanca. Desde luego, eso no era con lo que sentía comodidad, y menos aún, ganas de seguir ahí. Bueno, todos con bata, menos aquel manitas al que estaban pidiendo arreglar cosas. 

Así que sin mirar más que un segundo a la cara de Julieta Rendón, y sin mirar a ningún otro, rebusqué en los papeles que traía, tendiendo un papel con las instrucciones. Con un tono lánguido y términos técnicos, le dije: 

- Me envían de presidencia para revisar el destino de las distintas remesas presupuestarias y la ejecución de las mismas con respecto al proyecto, especialmente de los dos últimos ejercicios. - Hice un pequeño respiro y rápidamente concluí. - Si no le importa enseñarme la documentación, la molestaré el menor tiempo posible. - En realidad esperaba que este trabajo me molestara lo menos posible a mi. 

El saludo fue correspondido, por lo que interiormente suspiré aliviado de que no me hubieran visto como un bicho raro ni me hubieran rechazado ya totalmente. Sin dudarlo, la seguí hasta su despacho. Y, aunque tuve una tremenda curiosidad por preguntar por la investigación, me parecía poco apropiado hacerlo directamente. Sin embargo, antes de que me diera cuenta, otro hombre se acercó a saludarnos con un apretón de manos.

Por un rato, parpadeé confuso con esa extraña sensación de que una cara te resulta familiar pero no sabes porqué. Me hicieron falta un par de parpadeos más antes de recordar de qué me sonaba su rostro...

—¿Es usted el Doctor Marcos? —pregunté directamente, aunque luego caí en la cuenta de lo extraño que era preguntar aquello sin dar explicaciones; así que traté de arreglarlo—. Fui a un seminario suyo cuando era estudiante de medicina. Fue bastante inspirador para mí.

El mundo era un pañuelo... y más en el gremio de la medicina. Y, aunque a decir verdad, el seminario del doctor fue un auténtico tostón, aquel hombre tenía una enorme reputación como médico.

- Buenos días Julieta- respondí con una mirada penetrante, tratando de poner mi mejor voz seductora. Me encanta su culo, cómo camina y se contonea cuando cruza las oficinas hacia su despacho. Algún día caerá, sé que lo hará. - Te doy unos minutos para que te pongas cómoda y paso a arreglar ese goteo que tienes, debe hacer mucho calor ahí dentro. - pronuncio esas palabras lo suficientemente alto como para que todos lo oigan, me gusta ponerla nerviosa con frases "sutiles" de doble sentido.

Le miraba el culo cuando Marcos me habla de su silla. - Sí, Marcos. Lo haré en cuanto acabe con el goteo de Julieta. - Y le sonrío esperando otra sonrisa entre hombres. Él sabe a qué me refiero jaja. Me alejo siguiendo el contoneo de culo de Julieta, a un escaso medio metro de ella. A Marcos le dejo hablando con otro doctor que parece conocerle, aunque yo jamás le he visto por aquí.

Cojo la documentación que me tiende la señora con educación. Me giro, y mientras me dirijo a mi despacho con la mujer desconocida y el nuevo doctor investigador, un ruido sordo me sobresalta. Algo ha golpeado fuerte un vidrio grueso, y resuena como un gong. Proviene de la zona contención principal que preside el espacio enorme en el que estamos. Le llamamos, con razón, la pecera central, por ser una habitación cuadrada de cristal, aunque no podemos ver nada desde fuera porque es translúcido. Es mejor así, desde luego. Dos guardias de los cuatro que custodian el espacio se giran, cada uno desde su esquina, hablan por el pinganillo de su oreja, se miran y siguen impertérritos su guardia. Desde el despacho 3, sale Ricardo a grandes zancadas y se acerca a hablar con uno de los guardias, presumiblemente para entrar.

- Adelante - les digo abriendo mi puerta a la mujer y el hombre, con el brazo extendido y la espalda hacia la pecera, intentando desviar la atención hacia mí - os cuento dentro - fuerzo mi mejor sonrisa para que no se me note la preocupación. Supongo que Nuno entrará cuando vea conveniente y dejo la puerta entreabierta, sentándome en mi despacho.

Para centrarme un poco y respirar profundamente, les doy la espalda un momento mientras disimulo, cogiendo un archivador de la estantería.

- ¡Sentaos! Adelante. Bienvenido y bienvenida a Laboratorios Future. Perdonad que ahorre tiempo atendiéndoos a la vez, pero estamos ahora mismo liadísimos con el último avance brusco que ha tenido la investigación principal.

Con los cientos (¡o miles!) de alumnos y alumnas que habré tenido a lo largo de mi carrera, este chico por supuesto no me suena de nada, así que me limito a sonreírle con educación. - Gracias - veo que se alejan con Julieta a su despacho y sigo con mis pensamientos y mis tareas.

¡Menudo golpe! Eso que se acaba de escuchar en la pecera... La investigación está tomando derroteros peligrosos. Veremos a ver cómo acabamos.

Con un vistazo fugaz miro al investigador que entra conmigo, como para saber a qué atenerme, y si le voy a tener que dar información. Prácticamente al instante, decido actuar cómo si no estuviera. A menos interacciones, menos tiempo perdido en este lugar tan extraño. Y quizás preocupante, tal cómo se veía por el ruido del cristal. Pero de todo hay en esta tierra, y más si hay dinero y políticos por medio. Así que entré y me aparté un poco a un lado, quedándome de pie. Quizás así viera que tenía intención de ir rápido, cosa que le dije. 

- No se preocupe, dra. Rendón. Yo quiero robarle el menor tiempo posible - "Vaya que si quería eso" -, por eso, revisaré lo antes que pueda la documentación. Tengo aquí una lista - Dije, removiendo en el bolso y tomando de la carpeta otro papel, junto a un par de bolígrafos - y si no le importa, será ver los documentos y apenas un par de preguntas. 

Callé, y sin mirar a nadie en concreto, me centré en el archivador que estaba tomando la doctora, deseando que en él estuviera todo lo que necesitaba, ordenado y clasificado. Como si fuera en su propio despacho. No estaría nada mal, quizás siendo científica era ordenada... 

El fuerte ruido hace que aparte la mirada del culo de Julieta. Me quedo inmóvil y miro a las paredes de la pecera, blanquecinas, que apenas dejan ver nada. Me pregunto si lo que han roto tendré que arreglarlo yo, y suspiro. Cuando vuelvo mis ojos ya no está el culo. Julieta ha entrado en su despacho con esos dos a los que no conozco, a los que nadie conoce. Deja la puerta entreabierta y me lanza una mirada furtiva*. Sonrío y pienso para mí: "luego voy a darte lo tuyo".

Miro a los guardias, sus reacciones, veo a Ricardo saliendo apresurado hacia ellos, noto que todos hacen como que no pasa nada. Pero yo sé que algo pasa, y me puede la curiosidad. Me aburro. Así que me acerco a Ricardo, y con mi mejor sonrisa le saludo: - ¡Buenos días doctor! Vaya si empezamos bien el día, ¿eh? ¿Le echo una mano ahí dentro?

Al agradecimiento del Doctor Marcos correspondí con un asentimiento de cabeza. Sin embargo, antes de que pudiera decir más, sonó aquel golpe que nos hizo sobresaltar a todos los presentes. Como la mayoría, no pude evitar llevar la mirada hacia el lugar del que provenía el sonido, buscando la razón del mismo. Pero, por desgracia, apenas se podía ver nada desde fuera... Eso sí, no me pasó desapercibido la preocupación de Julieta ni la conversación de los guardias con el doctor Ricardo.

¿Qué habrá pasado?

Las posibilidades eran múltiples, y tratar de adivinarlo sin más datos era casi imposible, por lo que lejos de seguir pensando en ello, preferí seguir a Julieta hasta el despacho. Total, seguramente no sería nada especialmente importante.

—Gracias por la bienvenida —acabé contestando, una vez dentro del despacho—. Y no se preocupe: el tiempo es oro, especialmente cuando hablamos de investigaciones.

Luego guardé silencio, aunque cada vez sentía más y más curiosidad por la investigación que tantas veces mencionaba la doctora y de la cuál apenas daba detalles. Esperaba que no tardara demasiado en darnos mayor información, o tendría que buscar la forma de saciar mi curiosidad sin sonar apresurado y entrometido.

Intento mantener la calma, ese tío parece tener algo muy chungo, y Ricardo me pide que me acerque a él. "¿En serio? Yo no soy guardia, yo sólo arreglo cosas". Pero delante de Joanna no quiero parecer un cobarde. No soy un cobarde. Miro al guardia, que parece tenerlo controlado, respiro hondo y me acerco. De mi caja de herramientas saco una llave inglesa bastante grande, la uso para las tuberías que van por del techo del nivel -1 hasta el corredor sur y caen por el pozo de instalaciones. Agarro la llave con firmeza, miro al guardia, y miro a Ricardo. Asiento, esperando su confirmación. Estoy preparado.

- ¡Nuno, detente! ¡Te lo vas a cargar, es demasiado valioso!

Pretendía darle con la llave inglesa, no podíamos eliminar a un sujeto que ha sobrevivido y ha traspasado la barrera, aceptando la versión más potente del agente biológico. Me acerco un paso hacia ellos, cuando de repente el chico que está bocabajo se retuerce bajo los guardias con un estertor escalofriante, y con un bramido desgarrador derriba al que tiene encima, y se abalanza sobre él como una abominación rabiosa y muerta de hambre.

- Joanna, sal fuera y avisa a Paco. Que le diga a Rehabilitación que vengan para acá inmediatamente. 

La chica se escabulle sin apartar la mirada de la escena, con los ojos como platos. Abre la puerta con la tarjeta que le cuelga del cuello, y sale de espaldas.

Me giro al chico al que intentaba atender, y lo intento socorrer, pero está sudoroso, aterrorizado, no reacciona y se agarra el brazo con tanta fuerza que lo hace sangrar.