Partida Rol por web

Roark se había alejado entre la maleza buscando cualquier pista que le indicase si había algo interesante en aquel sitio, aparte de un grupo de aventureros jugando con fuerzas mágicas más allá de su comprensión. De pronto a su lado apareció el druida.

El ladrón se detuvo al borde de una pequeña sima. El suelo se había colapsado delante de ellos y mostraba una gran hendidura natural por la que se habían caído varios árboles. Ya hacía tiempo de aquello porque el musgo y las hierbas había crecido sobre ellos. Aquello tenía pinta de madriguera porque había huesos de animales esparcidos entre las ramas caídas, aunque en ese momento estaba vacía.

Dworkin frunció el ceño cuando el mediano volvió a desaparecer tras Roark. La relación que se traía con el ladrón no podría traerle nada bueno. Roark no era un tipo de fiar y acabaría vendiéndole en cualquier momento. No sabía muy bien como tratar el tema con Rudar sin que se pudiera provocar una fractura importante en el grupo pero, si quería protegerlo, tenía que intentar alejarle de él, eso era evidente.

El clérigo escuchaba entre tanto los desvarios de Rathikus y su peculiar forma de hablar con el elemental. Empezaba a estar realmente cansado de todo aquello.

- Ah- se desesperó Dworkin mientras volvía a ponerse en pie de nuevo- será mejor que te eche una mano o acabarás invocando a toda una manada de dragones de vuelta al plano terrenal.

El enano empezaba a ver la luz al final del túnel en todo aquel tema del elemental de fuego. Por lo menos parecía que un poco de sensatez se había colado en la sesera del mago y se había convencido de que pasearse por él entre bosques y villas de madera no era una buena idea.

- Los clérigos hablamos con los dioses, ¿recuerdas?- le espetó mientras se acercaba- eso también incluye la comunicación entre planos. Conozco algunos elementos y oraciones que podrían ayudarnos a conectar con otros planos y a mantener un portal estable. Los clérigos no los usamos para acceder al mundo elemental y, por supuesto, haría falta seguramente alguien con más experiencia que yo pero, bueno, he estudiado bien la teoría.

Fue entonces cuando preguntó por la caja.

- ¿La caja?- se sorprendió- ¿LA CAJA?

La cara del enano empezaba a enrojecerse de furia apenas contenida. Aquel hechicero loco había convocado a un elemental de fuego para pasearse por los bosques, había fundido la escalera que les daba una vía de escape al exterior del escondrijo del alquimista, había hecho saltar por los aires un polvorín que casi acaba con todos ellos enterrados vivos. Todo por una maldita caja. ¿Y ahora la había perdido?

- Por todos los demonios, Rathikus, tú la encontraste en el laboratorio del alquimista y no la he vuelto a ver desde entonces. No me digas que después de todo lo que hemos pasado la has perdido. Más vale que la encuentres y más vale que sea rápido.

Roark sonrió al ver a Rudar -¿Qué? Tampoco te fías de nuestros queridos expertos en magia, ¿no?- señaló con la cabeza la depresión que tenían delante -Tú eres el experto en naturaleza, ¿qué te parece? ¿Algún depredador se ha hecho su casa aquí?- Su arco apareció en la mano sin hacer ruido y con un movimiento fluido y rápido mientras revisaba la zona con ojo clínico.

Por un momento se centró en los huesos. Si podía calcular el tamaño de las presas a partir de ellos, sería fácil calcular el tamaño del inquilino de la hondonada. Pero algo le hizo desviar la atención a su alrededor... ¿Les estaban vigilando?

—¿Mmm? Ah, ¿la tenía yo?— preguntó Rathikus.
Estaba tan enfrascado en el problema del elemental que había olvidado que la había guardado entre sus cosas. Sabía que si dos objetos de naturaleza mágica se tocaban, no siempre pasaban cosas buenas, por lo que la había ocultado cuidadosamente entre una de sus capas y no en su bolsa de cuero.
—¡Aquí está! Venga, ayúdame a despejar un poco el suelo de ramas secas. Si algo se tuerce, preferiría que no haya elementos inflamables cerca.

En cuanto terminaron de limpiar la zona de invocación, Rathikus situó la caja en el suelo y comenzó a trazar runas con las cenizas que habían quedado de la hoguera a su alrededor.
—Esto debería valer. La primera vez que lo hice fue en un entorno más controlado y con piedra de tiza[1]. Esta vez debería funcionar de manera similar, pero para devolver en lugar de llamar.

—Bien, Dworkin— le dijo al clérigo, una vez hubo terminado los preparativos —. En cuanto la caja se abra, la energía de lo que sea que contiene se extenderá atraída por los glifos de contención. Los glifos de cimentación le darán forma y los de... bueno, que se abrirá una pequeña entrada en el velo. Nuestra tarea es controlarla, ¿preparado?[2]
 

Roark examinó la guarida. Era de un animal grande pero no estaba allí. El bosque estaba tranquilo, lo que significaba que de momento no iba a regresar el inquilino. 

Rathikus comenzó a murmurar unas palabras. Palabras de poder, palabras de magia. Ese tipo de palabras que si las dices en alto y muy rápido suenan como un estornudo pero los mocos saltan hasta el otro lado del multiverso. Gromenauer notó se le erizaban los pelos de la nuca. Probablemente Dworkin habría notado lo mismo si no fuera porque estaba muy ocupado lanzando plegarias a Hammarragh. Siempre es conveniente que un dios esté de buenas y atendiendo cuando estás a punto de rasgar el tejido de la Realidad para abrir una puerta entre planos.

Y eso más o menos fue lo que pasó.

Primero el suelo vibró. La caja pareció moverse un poco para posteriormente ir dejando salir una luz cálida, blanca, que rodeaba todo el área. Hubo un momento de conexión. Un momento de conexión entre Sitios de Poder. Las ruinas en las que estaban reverberaron con otro Sitio de Poder lejano. De pronto se abrió un portal en el aire pero lo que se vio a través de él no fue el Plano Elemental del Fuego sino otro bosque. Había unos megalitos alrededor de una piedra circular, todos recubiertos de glifos tallados. Y esos glifos se iluminaban al mismo ritmo que brillaba la caja. En el megalito había una mujer con pinta de exploradora con una pantera a su lado que miraba extrañada hacia el portal abierto. Su mano se adelantó un poco, como dudando de si debía introducirla por la brecha entre lugares, pero antes de que pudiera hacer algo los megalitos brillaron y una figura semitransparente apareció a su espalda haciendo que la pantera que la acompañaba pegara un brinco y se le erizaran todos los pelos como si fuera un gato gigante. Pero esa escena se vio repentinamente cortada cuando el portal cambió de lugar. 

¡Era el Plano del Fuego! Dworkin seguía con sus plegarias pero se noto un poco mareado. Su energía mística parecía estar siendo atrapada por el Portal^[1]. Sabía lo que se jugaban así que se mantuvo firme, como siempre han estado firmes los enanos. Rathikus miró el paisaje que se abría ante él a través de la grieta entre mundos. ¡Lo habían logrado! ¡Y sin ser arrastrados por el vórtice! Era un mundo inhóspito, volcánico, en su mayoría hecho de lava fundida y fuego. El mago no pudo evitar pensar que si hubieran fallado era poco probable que sobrevivieran allí más de unos minutos sin protección. Pero no habían fallado. ¡Lo había logrado!

Psshhh se aproximó al Portal, fascinado. Se detuvo a un paso, dispuesto a cruzar, y en el último momento se volvió hacia Rathikus.

- Sssjkkk crack ssshhh fsssst... sssskkkk ssshhaiisss...

Tras decir estas palabras cruzó el paso y se detuvo un momento al otro lado levantando una mano para despedirse.

- Adios padre... nos veremos cuando las llamas regresen.

Gromenauer observó toda la parafernalia que el mago estaba haciendo sin menearse, solo mirando fijamente apoyado en su escabroso y contundente martillo. Lo cierto es que no le hacía gracia que el elemental se pasease por el bosque alegremente, pero le hacía mucha menos gracia que el contenido de la caja pudiese romper el velo así porque sí. Eso podía significar muchas cosas, pero ninguna era buena.

Por eso decidió que lo mejor era correr el riesgo de que el mago lo intentase. Si no pasaba nada, descansaría mucho más tranquilo. Si pasaba algo... Bueno, no es precisamente que fuesen a descansar.

Y pasó. ¡Vaya que si paso! La caja se iluminó y todo fue un espectáculo de luces, colores, formas y portales que rasgaban todas las dimensiones. Mala señal, sin duda. Pero por lo menos, parecía que el portal que se había formado estaba estabilizado.

El enano decidió esperar a que el mago terminase de despedirse del elemental. Pero sin duda todo esto era malo. Muy malo. Y suscitaba muchas preguntas.

—Sssjkkk, krrr. Ptjjj, chst shhhh trk pk...— respondió Rathikus, apenado, aunque orgulloso por el éxito del ritual. Se prometió a sí mismo que, costase lo que costase, aprendería volvería a reencontrarse con él.

Segundos después de que el elemental hubiese desaparecido tras el portal, los glifos y la caja volvieron a brillar con intensidad. El portal se contrajo al rededor del artefacto, que vibraba endiabladamente. Las marchas hechas con ceniza comenzaron a desdibujarse, como si nuca hubiesen sido escritas. Finalmente, el portal se cerró haciendo un aterrador sonido de succión.

La caja quedó allí, en medio de los tres aventureros, como si nada de lo anterior hubiese pasado jamás. Al mago le costó unos segundos recomponerse y reconstruir todo lo que acababa de pasar. Sin duda, Psshhh iba a donde le correspondía. La dimensión de fuego, Kprkaaaj en pirónico original, parecía un sitio tan aterrador como fascinante. Juraría haber sentido un intenso calor incluso a través del portal. Cyrak le había hablado de ese don antes, la "cosmostesia" o "la sinestesia de los magos": la percepción agudizada relacionada con los distintos planos [1]. Muy pocos en Zork sabían en qué consistía exactamente, pero la poseían todos aquellos adeptos de la magia. 
Se sentía extrañamente vacío y melancólico, como pocas veces se había sentido en su vida.

Cuando, poco a poco, volvió a la realidad, se dirigió a Dworkin. El enano, claramente poco acostumbrado a ese tipo de "eventos arcanos", parecía ligeramente conmocionado.
—¿Te encuentras bien, Dworkin?— dijo, secamente pero con un ligero tono preocupado —Tendría que haberte advertido de que manejar este tipo de energías es... algo movidito.

Traducción del pirónico:
—Adiós, hijo. Sé feliz allá donde vas. Nuestros caminos volverán a cruzarse... lo juro...

Dworkin tardó un rato en poder abrir los ojos. Se sentía mareado y cansado. Es posible que Rathikus no lo hubiese notado pero el poder de Hammarragh había fluido a través del clérigo para sujetar el portal y evitar que pudiese arrastrarles a su interior.

- Estoy bien- dijo aún con la respiración entrecortada- sólo algo cansado. Creo que hemos jugado con fuerzas muy por encima de nuestro poder actual.

El enano dejó escapar una bocanada de aire, todavía entre aliviado y fascinado por lo que acababan de hacer. En el fondo nunca pensó que lo lograrían.

- Ha sido increíble- y una gran sonrisa se iluminó en su rostro.

Cuando las emotivas despedidas terminaron, el guerrero cogió su martillo para aproximarse al mago y al otro enano, y decir—. Espero que sepáis lo que ha pasado aquí. Y espero también que sepáis que esto no ha sido bueno. Y que esta caja es demasiado poderosa como para que caiga en malas manos —terminó diciendo señalando con el martillo a la caja.

—Esto cambia nuestros planes de devolver la caja —dijo el enano mientras se aproximaba a ésta—. No podemos dejar que caiga en malas manos. Y no sé vosotros, pero yo no me fio de nadie. Mucho menos de quien nos contrató para esto.

Dicho esto, el enano cogió la caja y la inspeccionó. No había duda de que era algo muy poderoso. Algo por lo que muchos matarían. Algo, que podría romper el mundo por la mitad. Unos querrían esconderlo, otros destruirlo y otros usarlo para su propio beneficio. Pero... ¿Qué iban a hacer ellos?

En cualquier caso, dijo al resto—. Esto no es bueno. Deberíamos investigar más esta cosa. Pero lo peor es que las plegarias de Dworkin hayan funcionado y ahora los dioses sepan lo que estamos haciendo y lo que tenemos entre manos. Y ninguno de ellos es bueno...

Arsenius llevaba mucho tiempo oculto entre las sombras, observando a Zwagonard. Y vio como éste torcía el gesto. Ver como el gesto de un dios de la Oscuridad se tuerce es todavía peor que verlo sonreír. 

- Sal de las sombras, maldito estúpido.- dijo la siniestra deidad con una voz que recordaba a la que usaba la gente cuando se ahogaba.

- Vaya... pensé que siendo el dios de los ladrones siempre tenía garantizado mi sigilo.- contestó Arsenius visiblemente decepcionado mientras se asomaba tras la columna desde la cual estaba espiando.

- Soy el dios de la Oscuridad imbécil. ¿Creías que ibas a poder ocultarte entre mis sombras?

- Bueno, no perdía nada por intentarlo. Siempre tan amable ¿eh? ¿Qué pasa? ¿No te gusta lo que ha dicho el enano? 

Arsenius tenía mucha suerte de que los dioses estuvieran a salvo de las miradas fulminantes. De haber sido un simple mortal ahora sería una voluta de humo. Pero los dioses estaban protegidos de las miradas fulminantes de otros dioses.

- Oh, ya veo. El enano te está fastidiando los planes ¿eh? ¿Qué pretendías hacer con el contenido de la caja? ¿Otra de las tuyas? ¿Otra vez convertirás un mundo fértil en un lugar dominado por muertos vivientes?

- Maldito imbécil. No entiendes nada. Esta vez lo que quería hacer es salvar este mundo.

Arsenius abrió la boca para decir algo pero quedó como congelado. Luego solo pudo decir lo evidente:

- Espera... ¿salvar el mundo? ¿tú? Ehem... eres una deidad maligna ¿recuerdas?

Zwagonard bufó y se dio la vuelta.

- No entiendes nada de nada. ¿Qué tiene que ver el bien y el mal con salvar mundos? ¿Has pensado la cantidad de adoradores que tenemos ahí? Krilgard era un cagarro para mí. Lo destruí porque me habían echado, no tenía adoradores y el mundo iba a la deriva. Pero en Zork las cosas son distintas. Tanto tú como yo tenemos miles, quizás millones de seguidores en su superficie. ¿Crees de verdad que querría destruirlo en una rabieta? Ains... la maldad no significa estupidez. 

Arsenius se paró a meditar. Igual tenía razón. Pero eso no quitaba que no le gustase Zwagonard. Era lógico desconfiar del dios de la Oscuridad y las Pesadillas. ¡Era de manual! ¡Los malos destruían mundos y los buenos los rescataban! Y los neutrales como Arsenius se arrimaban a la sombra que más cobijase. En este caso el dueño de las Sombras estaba frente a él.

- ¿Y si me explicas lo que sucede? Igual podría ayudarte.

El dios de la Oscuridad miró al rey de los Mentirosos y sonrió. De nuevo la experiencia fue desagradable de ver. Muy desagradable. 

El mediano se encogió de hombros dando por sentado el asunto del peligroso mago.

—Demasiado experimental... mejor verlo de lejos. Alguna vez los espíritus me han puesto el ojo sobre él. Un día va a desencadenar algo y el cazador va a pasar a ser el cazado. Y todos tendremos problemas.

Echó un vistazo a la madriguera y a los alrededores tratando de concluir qué era eso que vivía ahí.

Roark asintió enérgicamente -Ya me lo decía mi abuelo, que en paz descanse: Roark, decía, aléjate de los magos como si fueran ardillas rabiosas, no traen más que problemas. Claro que durante muchos años yo pensé que era porque un mago demostró que sus obras de arte no eran tan auténticas como algunos quisquillosos creían mediante un conjuro, pero... ¡Qué razón tenía!

Dicho aquello, se acercó a la madriguera en busca de algo de valor. Quien sabía, a lo mejor lo que fuera aquello coleccionaba cosas brillantes como los cuervos, y a Roark le gustaban los cuervos*, eran animales majestuosos. Descendió por un tronco caído que hizo de improvisada rampa con cuidado y con el arco preparado. Echó una ojeada rápida para asegurarse de que no había ninguna reacción a su intrusión y continuó avanzando en dirección a la mayor concentración de huesos...

Roark revisaba el cubil buscando cualquier cosa que pudiera ser útil pero atento igualmente a cualquier trampa que hubiera allí. Claro que los animales no son muy dados a poner trampas, así que se podía dar por supuesto que aquello sería seguro.

Sin embargo el descenso no fue en vano. Entre las ramas y el musgo encontró algo. Era un tubo de marfil de los que se solían usar para guardar documentos importantes. El tubo estaba bien trabajado y parecía hermético, a prueba de agua, viento y frío. Eso hizo sonreír al ladrón. Nadie usa un tubo hermético para guardar la merienda. Bueno, sí, en una ocasión conoció a un bardo que lo hacía, pero era un caso especial. Al final sirvió a su vez de merienda a un lagarto gigante, así que era improbable que aquel tubo fuera suyo.

Roark lo abrió con cuidado, cuidándose de que no hubiera ninguna sorpresa^[1], y sacó un pergamino de su interior. Al desplegarlo se topó con un mapa. Una zona amplia de terreno, bien delimitada, con una inscripción a pie de página[2].

Por su lado Rudar revisaba la guarida. Para el mediano aquello no guardaba ningún secreto. La forma en que estaban puesta las ramas, los restos de huesos de pequeños mamíferos, unos zarpazos en un árbol... Pero lo que más llamó su atención fueron los trozos de piedra y la pequeña figura petrificada de una ardilla. Estaba claro que aquella era la guarida de un basilisco mediano. Esas extrañas criaturas mágicas, cruce entre pollos crecidos y lagartijas, tenían la mala costumbre de convertir en piedra aquello que miraban fijamente. Pero podían estar tranquilos: por como estaba el nido quedaba claro que el animal hacía tiempo que ya no estaba allí. Lo cual no dejaba de ser raro porque era época de cría. Tendrían que haberse encontrado al bicho empollando sus huevos. ¿Lo habría cazado un depredador mayor? Pero no había ningún huevo roto en los alrededores, que sería lo natural tras un ataque.

Rathikus respondió con una sonrisa amarga a Dworkin mientras le ponía la mano en el hombro. Era un gesto de camaradería poco habitual el él, casi tanto como que el clérigo sonriese. Sin embargo, lo que acaban de vivir no era para nada normal.
Como tratando de subrayar este punto, Gromenauer pronunció sus sospechas en voz alta.
—Conozco pocos artefactos mágicos que no sean peligrosos en mayor o menor medida. Sin embargo, éste me da particularmente mala espina. El cosquilleo que suelo notar con los objetos de este tipo suele ser agradable o intrigante, pero lo que sea que haya en esa caja... no sé— respondió el mago —. Desde luego, debemos tener clara una cosa. Como bien dices, Gromenauer, hay que investigarla. Eso quiere decir que nuestra primera pista debería estar en Sarem, pues allí fue donde nos contrataron para encontrarla. 

El nuevo misterio lo devolvió a la realidad. El artefacto le intrigaba tanto como le irritaba; necesitaba saber más.

El ladrón se relajó y abrió el tubo de marfil. Desenrolló el mapa y le dio varias vueltas entre las manos para intentar orientarse. Aquel pico alto en una cordillera con forma de media luna al norte era el monte Hougdon. El río que corría al este era el Río Negro así que aquello era la llanura al norte de Sarem. Los dos círculos concéntricos parecían estar, más o menos, en donde debería estar la ciudad de Fendor con su formidable muralla doble y su ciudadela sobre un saliente rocoso sobre el río. Pero ¿Y la cruz roja del otro lado del río?

Tras romperse la cabeza un rato se fijó en la inscripción al pie del mapa. Estaba escrita en letra elegante, como de escriba "Allí donde el viento aúlla, al otro lado del puente de la ciudadela, se encuentra la estrella de Fendor custodiada por los cinco elementos para evitar que caiga en malas manos. La llave es 7-15-32. Finnegan."

De repente Roark pensó que "La estrella de Fendor" sonaba a caro. Pero la ciudadela de Fendor no tenía puente desde hacía un par de siglos. El viejo puente de piedra desapareció en la guerra de los pieles verdes cuando los fendorianos lo destruyeron para dificultar el asedio de los orcos... ¿Cuanto tiempo llevaría ese mapa dando vueltas por ahí? ¿Y quién sería ese Finnegan?

Volvió a guardar el mapa en el tubo de mensajero, se lo metió en la mochila y subió por el tronco hacia el punto de partida con el ceño fruncido mientras pensaba en el asunto... Y calculaba cuanto podría valer esa "estrella de Fendor" Al llegar junto al mediano sonrió enigmáticamente -Creo que en cuanto liquidemos este asunto nos tendríamos que dejar caer por Fendor... Está muy bonita en esta época del año.