Partida Rol por web

—No sé de qué se queja el elfo. Eres bastante más atractiva que la última moza con la que yací, y bastante menos escamosa —intervino Gülf mientras se acercaba para darle una colleja al bardo—. ¡Te parecerá bonito, orejas puntiagudas! Nos despistamos un segundo y te caza el escalafón más bajo de la cadena alimenticia aventurera.

El enano revisó sus heridas y echó un vistazo general a la caverna*. Al no ver nada de su interés, se dirigió al resto.

—Yo propongo llenar este antro de humo, matar a todo lo que se atreva a salir y luego saquear el lugar. Ya que el fuego parece ser nuestra seña de identidad, aprovechémoslo.

Roark estudió la sala meticulosamente. Vale, que sepáis que he descubierto ahí atrás un túnel-tobogán que vaya usted a saber a donde da... Pero tiene pinta de que a un tesoro. O a una muerte horrible, claro.

Tras revisarlo todo con el morro arrugado, procedió a desatarle las piernas al trovador —Esto te pasa por intentar salir corriendo a la primera de cambio. ¡Si solo era un tonto del bosque! Casi nos ha dado más trabajo esta panda de goblins...— Mientras hablaba le ayudaba a levantarse.

Era muy evidente que las manos no se las había desatado...

Mientras arrugaba ostensiblemente el morro y hacía grandes aspavientos con las manos, Roark procedió a desvalijar la cueva de manera metódica, eficiente y profesional.

Gülf hablaba de saqueo pero Roark no perdía el tiempo. Con una pasmosa velocidad ya había desatado al elfo y revisaba el lugar para ver que podía llevarse. Por desgracia los goblins, como bien había dicho el clérigo, eran el final de la cadena alimenticia aventurera y aquello se reflejaba en la falta de cosas útiles a las que podían optar. Había muchos 'trofeos menores': huesos, ramas y otra mierda que cualquier monstruo más profesional habría desechado como botín, pero que para los goblins supondrían 'premios de caza'. Como decía un viejo refrán de Kolosko: 'no se conforma quien no quiere'.

Sería que Roark no quería pero la verdad se sintió profundamente decepcionado por no encontrar nada.

Por su parte Golo había recogido una sábana raída del suelo e improvisado una vestimenta para salir del paso. No sabía si sentirse halagada o preocupada por las miradas indisimuladas del siniestro Gülf.

¿Qué harían nuestros héroes? Parecían dispuestos a prenderle fuego al lugar, siguiendo su tradición ancestral. Pero por otro lado estaba el tema del túnel que descendía... ¿hacia dónde? ¿lo intentarían explorar?

Roark decepcionado, y refunfuñando algo por lo bajo sobre que debería estar prohibido ir por ahí sin al menos un par de monedas en la bolsa, deshizo el camino hacia el túnel-tobogán y se lo enseñó a sus colegas con un ademán elegante —¿Qué hacemos? Nos metemos por aquí a ver a donde lleva o seguimos hacia el nigromante ese?

—¡Pues claro que nos metemos por ahí —protestó energicamente Gromenauer mientras se acerca al túnel—. ¡No podemos dejar que esos goblins se escapen, que luego crían y en dos semanas está todo lleno de goblins! ¡Así que no os hagáis los remolones y vamos!

Dicho esto, se giró para mirar al elfo, aún atado y añadió—. ¡Y traed al comeflores, no vaya a ser que quiera escaparse otra vez! ¡Os veo al otro lado! —y con estas palabras, el enano se aventuró en el túnel. Porque si de algo sabían los enanos, era de perseguir goblins en los túneles. Y mucho más Gromenauer, que llevaba haciéndolo desde antes de que naciesen muchos de los presentes.

Iría mejor solo, el resto solo le retrasarían intentando buscar dibujos en las paredes. ¡Se iban a arrepentir esos gobos de escapar de él!

Gülf se apresuró a seguir a Gromenauer. Si había un túnel secreto, era evidente que tenía que haber algo interesante al otro lado. O trampas.

Antes de tirarse, cogió en peso al bardo y se giró hacia el ladrón. 

—Veo que no has estado holgazaneando ahí atrás. Buen trabajo.

Y se zambulló en la oscuridad.

—¡Eh! Pero...— acertó a decir Roark mientras levantaba un dedo al tirarse Gromenauer por el tobogán —El otro enano apareció, bardo en ristre, y se lanzó también por el tobogán mientras el bardo pataleaba y chillaba —Oye, no creo que...

El ladrón parpadeó dos veces, se encogió de hombros y se lanzó por el tobogán. Pero no de cabeza, que a saber donde acababa aquello.

Doña Golo tampoco dudó demasiado. Por lo que se lanzó por el túnel, poniendo el escudo debajo de ella para no romper lo que quedaba de vestimenta, que no era mucha realmente. En sus años mozos, no sólo un enano de dudosa moralidad la habría mirado, seguramente hasta el malhumorado Gromenauer o el avispado Roark lo habrían hecho, pero que lo hiciera Gülf hizo que se sonrojara inesperadamente. No por ser él, sino más bien por despertar una mirada así, aunque fuese en apariencia al menos.

-¡Vamos muchacho!- dijo justo antes de desaparecer, al ver que Urbi no se decidía.

La bajada fue frenética.

Gromenauer se dio cuenta en cuanto pisó el túnel. ¡Puñeteros goblins! ¿Quien demonios hace un túnel de descenso con una pendiente tan elevada que es imposible mantenerse en pie? ¡Y encima estaba lleno de resbaladizos hongos! Mientras descendía a gran velocidad —seguido por sus compañeros— el enano se dio cuenta de que aquello no era casual: los hongos habían sido criados por sus características lubricantes para facilitar la bajada. Aquellos pequeños pieles verdes sin duda disfrutaban con la idea de deslizarse a toda velocidad como si fuera un juego.

Cayeron en blandito. Eso era algo de agradecer y tenía lógica si aquel túnel era para bajar de aquella manera. El enano podía ver perfectamente en la oscuridad así que descubrió una caverna amplia, circular, por la que habían entrado a través de un agujero en la pared a unos tres metros de altura. Ahí llegaban los demás que, al igual que él, rebotaban contra la superficie blanda en la que se encontraban. Nuevamente una alfombra de hongos. El enano conocía esa cepa: eran hongomosos. Muy útiles para hacer cosas que rebotasen. Y lo suficientemente grandes y resistentes como para aguantar el peso de los aventureros y su caída.

Muy bien. ¿Dónde estaban los goblins?

No estaban.

¡Malditos pieles verdes!

Lo que había allí eran un montón de inscripciones en las paredes de la caverna y dos túneles de salida. Uno descendía todavía más en el interior de la tierra mientras que el otro tenía una clara pendiente ascendente.

Para desgracia de Roark no se veía ningún tesoro allí. Es más: salvo las pinturas en las paredes (que ahora se fijaba en que eran brillantes, detalle importante para un humano en la oscuridad) en aquella caverna no había nada.

Gromenauer se sacudió los restos de esporas que quedasen en su armadura. ¡Malditos goblis y su costumbre de criar setas! ¡Seguramente tuviesen el cerebro lleno de ellas!

Cuando estuvo listo, miró las inscripciones en las paredes. Los pieles verdes eran incívicos por naturaleza, pero algo le decía que no se habían puesto a escribir en fosforescente en las paredes por nada. Es más... ¿Para qué iban a usar los goblins pintura que brilla en la oscuridad si ven perfectamente en ella?

Gromenauer observó aquellas imágenes. Estaba claro que los goblins no tenían el perfil artístico necesario para hacer aquello. ¡Demonios! ¡No tenían siquiera la coordinación para coger un pincel por el lado que no pintaba! Aquellos esquemas parecían hablar de una raza subterránea probablemente anterior a los goblins. Era una raza desagradable: con cabeza de calamar y muy mala tinta, porque se dedicaban a esclavizar a humanos y enanos. Los dibujos eran autoexplicativos: narraban las atrocidades de los cabeza-de-calamar hasta que en un momento dado el héroe de turno clavaba un objeto brillante en el centro de... de algo muy grande y raro, con forma de colina y un montón de trazos encima como si fuera un laberinto. Al parecer a los cabeza-de-calamar no les gustaba que clavasen cosas en objetos con forma de colina y dibujos de laberinto porque luego todo estaba decorado con explosiones y muertes de esa raza ancestral. Los enanos, como no podía ser de otra manera, se veían liberados del yugo de sus captores.

O sea que todo aquel rollo luminoso era un cuento. O una leyenda. O parte de una religión. Gromenauer soltó un bufido. Fuera lo que fuera no era cosa de goblins. Pero ¿por qué lo habrían pintado allí? Todo indicaba que el lugar en el que se encontraban tenía algo que ver con aquella historia pero ¿lo qué?

Roark se levantó gracilmente y acalló al elfo, que seguía chillando, con una mano mientras que con la otra sacaba su antorcha que se encendió iluminando la cueva. -Chhhhhhhhs que como nos oigan podemos tener problemas.

Una vez el bardo guardó silencio, se dirigió a las inscripciones mientras se sacudía el polvo de la ropa con la mano libre. -¿Qué es eso? ¿Runas mágicas? Porque esa tinta tiene que ser valiosa... Sacó su espada e intentó arrancar alguno de los trozos de pared que contenían los símbolos. Esto se lo vendo yo a algún incauto como una piedra mágica para la virilidad o algo así... -Mmmmmpf. Está durilla la piedra...

En ese momento reparó en algo. ¿Y si habían puesto trampas allí abajo? Se detuvo y le echó otro ojo, más profesional, a la sala...

Roark resolvió que aquel lugar no parecía protegido por trampa alguna.

Eso podía significar muchas cosas. La más evidente es que si no habías trampas probablemente no había nada de valor. O sí, y el que no hubiera trampas era un mero engaño para que alguien pensase, precisamente, que no había nada de valor. Porque si no ¿qué eran las pinturas molonas brillantes?

¿Una advertencia?

Que tontería.

¿Quién pondría una advertencia al final de un tobogán?

Pero claro: si quieres que alguien vaya hacia algo terrible no sueles poner trampas que lo eviten.

¿No?

El clérigo se sacudió los ropajes. Estaba cubierto de esporas fosforescentes de aquellos hongos y no había forma de quitárselas. Bufó con fastidio, arrugando la nariz y entornado los ojos.

—Solo los goblins pueden encontrar usos tan poco productivos para los hongos.

Se dio un paseo y examinó las pintadas de los hombres calamar que habían encontrado Gromenauer y Roark. Juraría haber visto aquellos garabatos en alguna otra parte, por no hablar de lo familiares que le resultaban aquellos seres antiguos. ¿Tendrían algo que ver con el culto a Choló? ¿Habrían dejado algún vestigio del que él era consciente?

Gülf se rascó la cabeza. Aquellos cabeza-calamar tenían un parecido con Choló, por supuesto. Un parecido siniestro. Y no es que Choló fuera precisamente la deidad de las flores y mariposas, pero algo le daba mala espina de aquellos ¡azotamentes! ¡esa era la palabra! Aquellas criaturas habían vivido en el pasado adorando a algunas deidades del panteón de Choló pero luego habían descubierto un poder ancestral que les permitía dominar la mente de los demás. Y comerse sus sueños. O sus cerebros. Como los zombies pero con estudios.

—¡Albricias, comesesos! —bramó Gülf retrocediendo un par de pasos.

Buscó nervioso el símbolo sagrado de Choló entre sus ropas. Al sentir el frío tacto del acero y la obsidiana, notó el familiar escalofrío que subía por su espalda. 

—Las criaturas de las pinturas son azotamentes —anunció—. Ignoro si tienen alguna relación con los pieles verdes, pero es evidente que los que han pintarrajeado estas paredes los conocían bien. Una raza de desgraciados que esclavizó a mi pueblo. Seres repugnantes, degenerados capaces de hurgar en tu cabeza y sorberte los fluidos.

Pero al menos tienen buen tino a la hora de saber a quién rendir culto, pensó.

El ladrón terminó de arrancar un par de símbolos de la pared y se los guardó en la bolsa. Al oír al enano dió un respingo -¿Calamares que sorben cabezas? Bueno, eso no deja de ser una ironía, a mí me gustan las cabezas de calamar, rebozadas en harina, fritas y con un poco de limón. Lo malo es que esta misión se está volviendo demasiado sobrenatural para mi gusto. Fantasmas, nigromantes, calamares sorbecabezas antedeluvianos... Todo junto empalaga. Lo bueno es que esos bichos seguro que a) están muertos hace mucho y b) tienen un tesoro por ahí a mano...- Mientras hablaba miraba alternativamente ambas salidas de la cueva.

Tras un rato meditando se volvió a encoger de hombros y se giró a los enanos. -Los túneles son cosa vuestra: ¿hacia arriba o hacia abajo? Yo diría que para subir hay que bajar primero y viceversa, pero claro no soy enano.- concluyó con una sonrisa elegante...

Doña Golo rió al caer sobre los hongos esponjosos. No se divertía de esa forma hacía años. Muchos a decir verdad. Apenas tocó el piso, se alejó para que cayera Urbi, no fuese el caso de caer sobre ella, que tenía huesos fuertes, pero más vale prevenir que curar.

-Vaya...- musitó al observar los símbolos y escuchar las palabras de Gülf -Eso no suena para nada bien- arrugó las arrugas en un gesto de desaprobación.

Y se acercó a ambos túneles: primero uno, luego el otro. Intentó sentir, escuchar, percibir qué podían estar susurrando los espíritus en ese lugar. Esa piedras eran antiguas, debían tener espíritus muy dormidos, aunque poderosos.

El guerrero arrugó el gesto cuando vio de lo que trataban las pinturas. Cuando escuchó a Roark bromear sobre los azotamentes, le dijo—. Poca broma con esto, humano. No son fáciles de vencer. La última vez se tuvo que sacrificar mucho para derrotarlos. Y de eso hace mucho. Parece que la gente se ha olvidado de ellos... Por desgracia.

—Si aquí hay algo relacionado con ellos, tenemos que ver qué es. El nigromante puede esperar, esto es mucho más importante. Vamos —terminó de decir en tono serio, incluso para un enano—. ¡Y ni una palabra, que esto es muy serio!

Y tras eso, el enano se encaminó hacia el descenso. Gromenauer conocía muy bien a esos seres. Demasiado como para andarse con bromas. Si allí había algo que le ayudase contra ellos, debía encontrarlo. No volverían a controlar a las razas inteligentes, no otra vez. Los sacrificios no serían en vano...