Partida Rol por web

Simplemente asiento y los sigo, sin articular palabra, meramente esperando a su respuesta tras dirigir unas fugaces miradas de nuevo alrededor, mirando cómo tanta gente llena sus bocas sin siquiera algo de respeto por los demás comensales.

Una gruesa camarera, que parece ser una tía o hermana mayor (pero muy mayor) del tabernero sirve una jarra de vino y varias tazas de madera toscamente tallada entorno a esta. Caesario sonríe, parece muy cómodo de tener tanta expectación por lo que vaya a decir, se hace el misterioso y da largas a los dos hombres antes de comenzar su relato:
-Bueeno, no es algo que sepa de primera mano pero he estado atento a todos los rumores y se muchas cosas de buena tinta. El asesinado era un tal Vincens Artigues, el más joven de los cinco Consellers que sirven al Batlle de esta ciudad, que es como llaman al alcalde aquí. Se ve que por ser el novato se encargaba de buena parte del papeleo, de administrar el archivo y tratar con los funcionarios. En resumen, tenía el trabajo más duro y aburrido de los cinco. Aún sí ser Conseller es buena cosa, no está nada mal pagado y la influencia en la ciudad es mayor de lo que podría parecerse, por encima de nobles y mercaderes aun más ricos.-

Acerca la cara a los personajes y baja el volumén de su voz, como confiándoles un secreto.

-El caso es que el asesinato fue muy extraño. Apareció simplemente degollado en su despacho, que está en una torre y con una ventana minúscula por la que apenas podrían disparar una ballesta a través, no digamos ya entrar un hombre por pequeño que fuera. Ni los criados ni su actual viuda, una joven dama llamada Miriam Castellbó vieron entrar ni salir a nadie, todo se descubrió cuando su esposa subió a preguntarle a su marido si bajaba a cenar. Los Jurats, los alguaciles de la ciudad, andan como pollos descabezados ya que no saben por donde empezar. No hay huellas, ni hay restos y lo más extraño es que hubo menos sangre desperdigada que lo que debería. Algunos culpan a la viuda, pero los criados corroboran su versión y la verdad es que tampoco tiene razones, ya que ahora es simplemente una mujer soltera con mucho dinero sí, pero que se queda sin poder entrar a la mitad de festivales y fiestas de lo que podría siendo esposa de todo un Conseller. Algunos creen que es cosa de magia... ¿Creéis en ella? La verdad es que mucha gente comienza a murmurar en ese sentido, algo que a la Inquisición cabrea ya que no quiere que se vaya de sus sacrosantas manos de mojigato. Otros temen que esto acabe como las cazas de brujas de los Germanos. La cosa está muy liada.-

Da un largo trago a su bebida.

-Y ahora que ha muerto deben elegir a otro Conseller, con lo que se debe reunir el Consell de Cent. Es muy difícil poner de acuerdo a cien orondos comerciantes , pomposos y cretinos hasta decir basta, y cada facción reune apoyos para poner a su lacayo. El que parece partir con ventaja es un tal Bertrand Occand, un descendiente de occitanos que se exiliaron aquí cuando las cosas en el sur de Francia se pusieron feas. No se llevaba bien con el fallecido porque consideraba que el puesto de Conseller debería haber sido suyo en vez de parar a manos de una persona tan joven, y ahora que puede se postula para recoger lo que él considera suyo.-

Luis sonrie mientras bebe un poco de vino.

-Hay muchas formas de matar a un hombre que está encerrado a cal y canto. Por ejemplo, de aburrimiento. ¡O de risa! -Los ojos del cómico se iluminan mientras dice esto, aunque parece que no piensa precisamente en ese tipo de muertes, sino en otras, más oscuras y complejas-. Por lo que a mí me parece, a ver si nos entendemos, el asunto parece cosa del tal Occand. Ahora, si él va a ser el nuevo consejero, de él dependerá mi futuro trabajo. Vaya un problema, la verdad o las judías.

Mira pensativo a su jarra y luego se gira, bruscamente, hacia el árabe.

-¿Y vos qué pensáis?

Mi rostro se vuelve pensativo, y mi mirada se pierde por un momento en una construcción mental del asesinato, hasta que Osorio me despierta de mi ensoñación investigadora:

—El tabernero me comentó antes, y me dijo también eso, que parecía cosa de brujería... —miro al comediante— Sin embargo, sabiendo lo de ese Occand, casi parece más que haya sido cosa de ese hombre.

Suspiro.

—En fin, sólo espero que la gente no empiece a ver fantasmas absurdos de brujas por ahí y las cosas se pongan aún más feas. Ya se sabe a quién echarán la culpa.

En cualquier caso, es extraño, y con casi total seguridad había algún Iluminado de por medio, o al menos algún ente aún más allá de la superstición más vana.

-¿Verdad o las judias? Pues la verdad socio- Dándole un matiz raro a la palabra "socio" -Es que quizá si podemos ganarnos el pan si tenemos suerte y nos contratan en casa de algún noble o prohombre. ¡El problema que veo es que no somos apenas dos comediantes muertos de hambre y esa gente espera a una compañia!-

Luis asiente:

-En una aldea, no hay problema en ser dos, Caesario. Incluso puede ganarse el sustento un cómico sólo, a poco que sepa cantar y conozca algún romance u auto viejo. Pero en una villa, y más en una tan cerca de Italia como esta, no impresionaremos a nadie con menos de una compañía, con trajes y danza. Supongo que tendremos -y dice tendremos con un debil matiz de prevención- que buscar más gente para esta empresa.

Luego se dirige al árabe con una sonrisa cortés.

-Supongo que vos no querréis uniros a nosotros. Tenéis razón en decir que en momentos como estos, los odios se inflaman más que nunca: pero yo ya he encontrado un escudo. Todo el mundo me desprecia por ser cómico, en lugar de odiarme por ser... -y se detiene bruscamente- diferente.

Miro a los dos, que hablan de formar una compañía de cómicos, y al sorprenderme el inminente descuido de Osorio, abro los ojos, pero me tranquiliza ver que se retracta a tiempo.

—Es bueno ser banquero de palabras en estos tiempos...

Intento que mis palabras sean algo crípticas para el loco, pero sé que el judío me entenderá. Alzo mi morral, que cuelga, para apoyarlo en mi regazo, mientras continúo, ahora sí, la plática.

—Pues aunque quisiera, no es mi talento el de hacer reír, precisamente, así que creo que no, que no podría unirme a vosotros en la empresa que queréis llevar a cabo —hago una pausa—. Sin embargo, es asunto que me interesa ese del Conseller. Verdaderamente me tiene intrigado... aunque bueno, poco puedo hacer al respecto más que especular, teniendo en cuenta además que no podré salir del puerto.

Miro hacia la puerta con mis últimas palabras, como si me dirigiera, con obvia ironía, al Inquisidor de antes, esté donde esté ahora imponiendo la "voluntad de Dios"; con claras intenciones de buscar la oportunidad de averiguar sobre el tema, si es que los designios de Alá siguen acercándome a ese camino hacia el que ya he recibido dos señales.

Caesario apura su copa y la pone sonoramente sobre la mesa.
-¿No poder abandonar el puerto? Puegg, menuda cosa, un poco de disfraz y nadie preguntará por tus motivos una vez dentro.-

Luis bebe un sorbo y dice:

-¡Razón de más para que os unáis a nosotros! Aunque no contéis con los talentos de un cómico, podéis ayudarnos a aparentar que somos un grupo más numeroso de lo que somos en realidad, lo que sin duda nos viene bien, y a cambio conseguiréis una excusa y un disfraz idóneo para vagar por la ciudad y comenzar vuestra investigación... -Su tono entusiasta deja paso de nuevo al susurro- Además, creedme: es mejor ser despreciado que odiado, pues sólo a los segundos se les teme, mientras que a los primeros nadie los percibe como una amenaza... aunque puedan serlo... ¡el de cómico es el disfraz perfecto!

-Por cierto -dice, al cabo de un rato-, temo que no hayáis dicho vuestro nombre...

La verdad es que no me hace mucha gracia compartir viaje con cómicos, pero si es eso lo que Alá me tiene preparado, que así sea. Dejo ir un suspiro que mezcla resignación y cansancio, y contesto, asintiendo con la cabeza, en un susurro:

—Quizás tengáis razón, aunque no sé si sabré confundir a quien me vea. En cualquier caso, creo que es más fácil de esa manera.

Acto seguido, tiendo la mano a Osorio.

—Tenéis razón, y derecho de saberlo si voy a pasar mi tiempo con vosotros. Mi nombre es Kamal, me dicen el Granadino.

Mis palabras son frías. Mi gusto por la soledad es patente, pero si negarme tal comodidad es necesario para seguir un destino, es un mal menor.

Luis termina su bebida de un trago y deja suavemente la jarra en la mesa.

-¡Bien por eso, Kamal! Ahora ya sólo nos queda saber a dónde debemos movernos para buscar más actores y quien nos quiera contratar... ¿alguna idea, Caesario?

-El Corral de les Comedies es un buen sitio para empezar, aunque no tengamos permiso para actuar dentro los mayordomos de los poderosos suelen ir allí para seleccionar artistas para sus fiestas. Lo malo es que tendremos que competir por su atención y demostrar nuestra valía, compitiendo con muchos otros como nosotros que buscan la misma oportunidad.-

Miro a Caesario con extrañeza:

—¿Competir? ¿A qué os referís con competir?

Esperando no tener, además de ir vestido como uno, actuar como un comediante, espero la respuesta con los ojos fijos en aquel hombre.

Caesario sonríe:
-Eeey, como habremos muchos para elegir, tendremos que hacernos "interesantes" para los criados que vengan a buscar artistas para sus señores.
No te asustes, seguro que tienes que tener algún tipo de talento: yo soy acrobata, "prestidigitador" y actor.- Pone un acento raro en prestidigitador.

Luis asiente levemente a las palabras de Caesario. Quiere fingir que no se ha sobresaltado al oir el extraño matiz con el que el actor ha pronunciado la palabra "prestidigitador", aunque intuye que el perspicaz granadino sí ha advertido su reacción. Para tranquilizarse esboza una enorme sonrisa.

-Bien, Caesario, serás un gran asociado. A mí no me pidas acrobacias ni saltos: sé, en cambio, hacer de viejos y galanes, de graciosos y ganapanes: recito coplas y ensalmos sagrados, cantares de la vieja Castilla y romances de moriscos -mira a Kamal- y caballeros. Conozco los pasos de Valencia y los autos viejos de la catedral de Toledo. Puedo batirme en duelo en un escenario y hacer que salten chispas de una espada de madera. No me son ajenos los trucos a los que os referís, Caesario, y en más de una ocasión me han salvado la vida y granjeado el aplauso de un pueblo de gañanes. Ah, y, por último, a todo puedo dotarlo de música con esta voz que Dios me dio, tan acordada y dulcísima, que las mujeres se derriten, los zagales quieren ser todo orejas y los hombres dejan caer sus bolsas del susto...

Caesario sonrie y guarda lo que queda de la jarra en un odre que lleva encima.
-Bueno, servidor está preparado para ir al Corral de les Comedies. Si no teneis un plan habrá que improvisar.-

Luis se levanta de la mesa enérgicamente.

-A fe que por mí conforme. Vayamos, pues.

Nada extraño en ellos, pero igualmente sigo inquieto. En cualquier caso, me levanto y me dispongo a seguirlos. Después de todo, no pierdo nada por ir con ellos, y si eso me lleva a más respuestas, es el camino correcto.

No digo nada, sólo los miro, esperando que guíen ellos.