Partida Rol por web

Acercándote a Burgo de Osma, aún de noche, aunque a cada paso menos oscura, quedando aún medio día de viaje, te cruzas con un pastor que en el frio, resiste como puede a la escarcha, mientras cuida de un pequeño rebaño de ovejas. Te cuenta que como no llegabas, como esperaban, al menos dos o tres otros mozos han partido para Burgo para tomar tu sitio ( y de paso, la recompensa). Si no aprietas el paso, no vas a llegar a tiempo para el acto, que va a tener lugar al acabar la liturgia. 

Saludé al pastor que, sentado en una piedra aterido ya por el frío de la anochecida, se había tomado la molestia de esperar a un desconocido, como era yo, para dar recado y consejo de lo que acontecía al asunto que se cocía en Burgo de Osma.

-Gratitud, buen omne. ¡Que Dios vos guarde et os pague! ¡pues yo non he nin donde caerme muerto!.- bromeé antes de apretar el paso.

Los retrasos, desde el percance de padre, ya habían sido muchos. Pedí al cielo que al menos no hubieran sido éstos excesivos y me hubieran dejado ya sin lugar y sitio en la compaña que habría de partir desde Burgo. Largo había sido la andadura, y cansada también. No podía fallar... Ahora no...

...Apreté entonces el paso duramente. Tanto, que hasta a mi fiel Duque le costaba seguir mi marcha.

-Un último esfuerzo. -pensaba, mientras a cada paso, mis piernas ardían cada vez más quemándome sin piedad.

Cuando te levantas es de noche aún. Sales a la fria y húmeda alba, con tus pertrechos y la jaula envuelta en el paño, para ir a las cuadras de tu amo, donde te aprestas a enganchar los dos corceles al carro, y cuando vas a salir, ves que Matías Ben Job, te observa apoyado en el zaguán. 

Te explica que vas a conducir a un grupo de cristianos que quieren echar a los lobos de la región a base de rezos a la madre de Cristo, para evitar que estos se coman a las ovejas de las Mestas, que vuelven de estabular en los campos de Cáceres.

- Zacarías, dudo aquestos gentiles fagan fuera a los lobos rezando a la madre de su profeta, más si los lobos desaparecieren, la paloma has de liberal al punto..Es muy importante para nuestras familias- ¡Ves ayna!- 

Cuando ya marchas. Te da más ordenes.. Debes poner el carro en el lado contrario a la catedral, cerca de uno de los dos podios que están a ambos lados de la esplanada Encender el brasero que hay cerca del segundo podio, y cuando las brasas estén ardiendo poner con cuidado unos yerros dentro. 

El amanecer queda velado tras una densa niebla y las calles de Burgo de Osma están desiertas. 

- ¡Sancho!- Se acerca corriendo el pastor. -Dios quiera librarnos de los lobos de Ucero, más si así fuera los dueños de las ovejas debieren sopessierlo desde que la plaga fuesse acabada, ca ya piensan en vender los rebaños a los judíos si no pudieren subirlos a las montañas para saldar deudas, et pueden facerlo sin esperar, dejándonos sin pan.- 

Llegáis a la venta de Timoteo, allí os ofrecen cena al lado del fuego y reposo en una habitación común por 10 maravedíes por cabeza. Vais a compartir con tres pastores venidos para la Ordalía, que añaden al olor de sudor, el de oveja. 

Según clarea tus ojos dejan de brillar, sigues andando todo el día soleado, aunque todavía un poco frio, y llegas a Burgo de Osma, cuando ya ha anochecido. Aún así, eres capaz de ver detrás de la muralla, como sobresale una inmensa estructura de madera tras la que se esconde el campanario de la catedral en construcción. Las puertas de las murallas están ya cerradas, y sólo ves una venta, llamada de Timoteo, al lado de la Plaza Mayor donde donde pudieras pedir cobijo. 

Llegas a Burgo de Osma, cuando ya ha anochecido. Aún así, eres capaz de ver detrás de la muralla como sobresale una estructura de madera tras la que se esconde el campanario de la catedral en construcción. Las puertas de las murallas están ya cerradas, y sólo ves una venta, llamada de Timoteo, al lado de la Plaza Mayor, fuera de la muralla, donde donde pudieras pedir cobijo. 

Diego se ajustó los correajes incómodo tras un largo día de marcha forzada. Se había desprendido de la pelliza y el capacete, la rodela pendía de su morral firmemente sujeta con una pieza de cuero fino. Vestía pues con un aspecto que poco denotaba de su condición de mercenario almogávar. Sólo el coltell que colgaba de su cinto y la azcona en mano podrían identificarlo como un luchador a sueldo.

Pese a que su intención había sido llegar antes del anochecer, el sol había caído antes de que pudiera entrar a la localidad y ya planeaba Diego el dormir de nuevo al raso. No obstante, sus ojos se posaron en las puertas de la venta de Timoteo, que le esperaban acogedoras bajo los muros de la ciudad. El nombre era judío, pero no tenía otra opción más allá de echarse allí mismo a dormir. No había bosques cerca, sólo campos de cultivo hasta donde llegaba la vista, con lo que el refugiarse si venían mal dadas sería imposible. No tenía más opciones.

Se acercó al edificio y llamó a la puerta, tratando de arreglar un poco su desaliñado aspecto para no acabar durmiendo en el establo con los asnos.

Paseo por la ciudad medio asombrada por la gran acumulación de personas (nunca pude pensar que habría tantea gente en el mundo) y medio asustada por los rostros de las gentes con las que me cruzo. Algunos me miran con curiosidad y otros con repugnancia. Toco de vez en cuando el documento que me dio mi señor para presentarme ante el señor de Ucero mas non me atrevo a preguntar a nadie. No tengo ni un solo maravedí, ni siquiera he podido cazar algo decente con lo que comerciar aqui. Non me atreví pues non conociendo aquestas tierras podría verme presa por cazar allá donde no se me permite.

Llego a una gran plaza et se me ocurre preguntar en una venta con un letrero que consigo desentrañar tras mirarlo un rato "Timoteo". Será el nombre del fulano que lo regenta pienso. Espero que se apiade de mi.

Entro en la venta con la intención de pedir un sitio donde dormir, en el establo o donde sea ofreciendo mis servicios, ya sea limpiando las mierdas de los animales o fregando la vajilla o lo que sea meneter

-Grande habrá de ser tal plaga de la que fablades, companyero. -respondí al pastor. -pues grande est también la desesperación si se piensa ya en vender rebaños a judíos.

Duque ladró, como metiéndome prisa, interrumpiendo así la charla con el tiritante pastor. Era fiel el animal. Un Mastín del Pirineo; raza bastante grande, más ni pesado ni torpe, de una estructura fuerte que le facilitaba caminar con la fuerza que requería su labor, perro inteligente, noble y funcional.

-Tsss. -le chisté para acallar sus ladridos.

Luego volví a dirigirme al hombre, para despedirme nuevamente, que tiempo, precisamente, no me sobraba. -Maese, quede vos con Dios, que aqueste servidor ha de finiquitar el camino iniciado.

Por fin llegamos a la posada, ya era noche cerrada, el posadero nos ofrece cena y una habitación común por 10 maravedies, no es barato, pero estoy demasiado cansado para discutirlo con él así que me dirijo al lado del fuego para descansar y cenar con calma.

- Vamos compadres, cenemos - les digo a los frailes - Fray Tomás, quizás vostede quierase limpiar un poco el barro antes, para estar más cómodo - 

Presto, termino de preparar los caballos y la carreta y me dirijo sin más dilaciones hacia la catedral.

Aunque se observan algunas luces ya dentro de las casas, las calles siguen vacías en la fría mañana y el ruido del carro al rodar rompe el imperante silencio de la villa. Tampoco la niebla ayuda a crear un ambiente más acogedor.

Mientras enfilo la calle Mayor en dirección a la catedral, una serie de pensamientos me inundan la cabeza. ¿En qué faena me habrá metido Don Matías?. Cuanto más asimilo lo que me había dicho mi amo, más preocupación me crea, ¿quién sabe el peligro al que me iba a ver expuesto?

Giro a la derecha y puedo contemplar la majestuosa fachada de la catedral. No puedo sino acordarme de mi padre.

— Ten mucho cuidado, Zacarías. El mundo está lleno de hombres malos que intentarán hacerte daño —me había dicho—. Eres joven y tu bondad y honestidad pueden jugar en tu contra con estas gentes. Ahora parte. Esperaré noticias tuyas para saber que estás bien. Te quiero hijo, vuelve pronto.

Dejo los caballos atados a un amarre y me dirijo para encender el brasero. El frío, inusual para la época del año en la que estamos, me ha agarrotado los dedos, por lo que me cuesta tres intentos poder encender el fuego. Coloco los yerros dentro, tal como me había dicho que hiciera Don Matías, y me retiro al refugio del carro para salvaguardarme de la gélida brisa matinal.

Consigues ententer el grabado en piedra de la entrada. VENTA TIMOTEO con letras latinas. El posadero, un hombre bajito y calvo de manazas, te trata con deferencia cristiana, pero parece aliviado de saber que no tienes nada con que pagar la noche. Rechaza tu oferta de que puedas hacer ningún servicio, pues la cena ya está hecha, la venta va a cerrar y está casi completa, ya que se hospedan los salutadores que han venido a conjurar las montañas de lobos. Se le nota orgulloso de que hayan elegido su venta.

Como es buen cristiano, no obstante, te recomienda un callejón donde no merodean los perros y que está seco normalmente, o sea, no muy sucio de inmundicias.  Pero justo en ese momento suena la aldaba de la puerta. El Timoteo te mira, frunce el ceño, y abre la puerta. 

Diego:  Antes de golpear la puerta, oías como  una voz explicaba a alguien, a voces, como irse de la venta a dormir fuera. Es el posadero, Timoteo, un hombre calvo y rechoncho, que te abre la puerta a medias tras oir tus aldabonazos y se santigua. -Buenas noches, ¿qué quiere vuesa merced?-

Pero más que la cara común del posadero, entreves al fondo algo que te llama más la atención, una cara sucia cuyos ojos blancos te parecen brillar intensamente por un instante. Te está mirando. 

Orosia: Al abrir el mesonero la puerta, sobre su hombro ves un hombre con barba cana, que con rostro ceñudo también evoca fiereza, aunque no sabes por qué. Otea el interior de la venta y fija la mirada en tí. 

Nos acercamos al fuego de la sala común, los hermanos murmuraban entre si. Me pareció escuchar palabras sueltas y sonaban parecido al latín que de pequeño me enseñaban en el convento, les preste atención, más no conseguí entenderlos, lo mismo podían estar rezando que discutiendo, no fui capaz de reconocer una palabra.