Partida Rol por web

Por un momento Stanley piensa que se encuentra frente a alguien que a enloquecido ante todo aquello, cosa que no le sorprende demasiado. Pero mientras escucha esas escasas palabras entiende que aquel tipo esta bien cuerdo, pese a sus facultades mentales. De todas formas Stanley trata de ser lo mas cordial posible, precavido, después de tanto tiempo es algo bueno encontrarse con alguien mas con vida, y no quiere arruinar todo, algo que no es muy difícil con toda la paranoia que se siente en el ambiente.

- Tan reales como tu, hijo – dice dibujando una sonrisa amable y dando un paso hacia adelante – Soy Stanley – dice mientras estira la mano en un saludo – y ella es Alex – añade mientras mira sobre su hombro a la muchacha, sin borrar aquella sonrisa, tratando de transmitir la mayor tranquilidad posible.

Ya era el 29 de Diciembre, mediodía, aproximadamente. La compañía de sus seres queridos la había mantenido más o menos cuerda, y había llorado todo lo que había necesitado (Por ahora, al menos) a los que ya no estaban. No se habia hecho todavia mucho a la idea de todo lo que estaba pasando, de todo lo que HABÍA pasado... pero empezaba a asimilarlo.

Su perro Kando estuvo apocado los primeros días, pero lo superó antes que cualquier otro, y para Erika era una fuente de ánimo casi inagotable que no necesitaba buscar, pues venia a ella cuando la veia triste o desconsolada, y su compañía tenia gran valor.

Por supuesto... el hecho de animarse le daba fuerzas para apoyar a su hermano y su abuelo cuando la necesitaban. Tendría que ocuparse ella de las dolencias de ambos, lo que no le importaba lo más mínimo, y no solo eso, la hacía sentirse útil y animada.

Y ahí estaban, apartando coches a golpe de quitanieves. Erika tenía el codo apoyado en la ventanilla bajada, ya se habían acostumbrado al olor, y subir las ventanillas, cuando todo el aire tenía aquel tufillo a muerte, era inútil, tan solo ayudaba a que se ventilase menos aún.

Llevaba puesto los auriculares del MP3 dentro del casco, moviendo el pie levemente al ritmo de Beyoncé, con el M16 entre las piernas, y una de las pistolas en la mano izquierda, mientras se acariciaba los labios y la barbilla, pensativa y mirando el "paisaje", algo distraída.
Por supuesto, no tenía intención de usar el M16, pero si era necesario, su hermano tendría que conducir, y ella disparar al bulto. La pistola tenia puesto el seguro y la llevaba en la mano por no tenerla por ahí por medio.

Entonces vio a aquél tipo.
Mierda... ¿Superviviente o lunático?

Se quitó los cascos y apagó el discman.
Kevin, hay alguien ahi en esa parada de autobús.
Quitó el seguro de la pistola y se abrochó la correa del casco.
A ver si está enfermo, o si... Le miró, girando la cabeza. Si... necesita ayuda. Tal vez también pueda ayudarnos. Sabía que su hermano no era tan "solidario". No pasa nada si vamos recogiendo cuerdos, no crees? Si es un zumbado pues... que ahí se quede. Para delante, anda...

El hombre sonrió un momento, viendo como Stanley se acercaba despacio, sin resultar intimidante. Escuchó como se presentaba, y asintió, mirando un momento a la chica. Era muy guapa, al menos bajo su punto de vista.

-Encantado, amigos -dijo, quitándose el gorrito.

Debajo lucía una mata de pelo castaño, despeinado y con entradas.

-Yo soy Tom Cullen. L-U-N-A, así se escribe Tom Cullen.

Señaló con el mentón la gasolinera.

-Trabajaba allí, con el señor Bills, pero él ahora está con Dios, como mi mamá.... y como todo el mundo.

- ¿Luna? - es lo único que se le ocurre responder a Stanley ante aquellas palabras, aunque viendo a aquel muchacho, no le sorprende lo que dice, aunque no puede evitar dar media vuelta y mirar a Alex mientras se encoje de hombros – es un placer, Tom – dice mientras se vuelve de nuevo hacia él, tratando de mantener ese tono cordial que tanto le caracteriza y que hace tiempo no usa con honestidad – Entonces... ¿Estas tu solo aquí? ¿No hay nadie mas en todo el pueblo? - pregunta curioso, acercándose un paso mas hacia aquel muchacho. La pregunta no tiene mucho sentido para Stanley, pues ya cree conocer la respuesta, pero prefiere asegurarse, después de todo no es que pueda fiarse demasiado del criterio de aquel muchacho, aunque no lo culpa por eso. Aunque presiente que no hay nadie mas vivo en aquel lugar, no puede evitar sentir cierta alegría al ver a alguien mas con vida.

No tardé en darme cuenta de que mi primer jucio sobre aquel hombre había sido equivocado. No estaba loco, ni mucho menos, sino que debía tener alguna especie de retraso, que no tardaba en quedar patente. Si a eso le sumamos lo del chocolate, me daba la sensación de que estábamos frente a una especie de " niño " grande que se las había arreglado para sobrevivir solo a pesar de la mala situación. Desde luego, esto era digno de admiración desde mi punto de vista.

 No pude sino sonreir cuando escuché lo de " luna " y asentí cuando lo dijo, como para decirle que sí, que se escribía así aunque no hubiera acertado ninguna de las letras.

Sin caminar demasiado rápido me acerqué allí, a donde estaba el muchacho y Stanley tratandod e sonsacarle algo de información, pero con una persona así, lo mejor era hablarle como si le conocieras de toda la vida. En todos los pueblos teníamos un muchacho así, incluso entre las granjas en las que yo me había criado.

- Hola l-u-n-a. - Le saludé como él se había deletreado. - Veo que no me has dejado nada de chocolate ahí dentro y que las patatas con sabor a ajo no te gustan ¿ no?

Estaba tratando de que se sintiera más agusto, ya que si no había nadie más tendríamos que llevárnoslo con nosotros. No podíamos dejarlo ahí a él sólo.

Todos muertos, todo el mundo estaba muerto, ¿Qué demonios había provocado todo aquello? Saltaba a la vista que una especie de enfermedad había matado a aquella gente, ¿habría tantos muertos en la ciudad? Recordé el silencio al salir de casa, aquella mujer que se arrastraba, al igual que la camarera, algo muy gordo estaba pasando, tal vez mucho más de lo que nunca hubiera podido imaginar, aunque yo tampoco había sido nunca especialmente brillante en ese aspecto.

Agarré a Vivian, dispuestos a salir de allí, a poner en práctica el instinto más desarrollado en el ser humano, no tenía un rumbo claro, no se me ocurría hacia donde ir, fueron los disparos los que marcaron mi camino, y fueron mis ojos los que observaron como la fe que había depositado en el ejercito también se diluía, estaban matando a su propia gente, masacrándolos en plena calle.

Cubrí mi rostro al sentir la explosión, no tenía muy claro que era lo que pasaba, el polvo provocó que la garganta se resecara, y el grito de mi mujer me reactivó de nuevo, lanzándome hacia ella para protegerla con mi cuerpo, pero por suerte no parecía que estuviera herida.

!Vamos!

La ayudé a levantarse, casi tirando de su brazo.

¿Estás bien? pregunté, sin poder ocultar del todo mi ansiedad Saldremos de aquí, venga, date prisa

Con mi mochila a la espalda, tomé la de ella, para aligerarla de la carga, que, aunque liviana, podía dificultar sus movimientos, y eché a correr, alejándome de aquella batalla sin sentido. Le había prometido a Vivian que la protegería, y no pensaba en nada más en eso momento.

Yomara parpadeó. Avanzaba dubitativa en dirección al puente, sin embargo la voz de alerta de la mujer la hizo detenerse. Ya no disimuló el haberlos visto y del mismo modo, aquella alerta lanzada por la mujer blanca, la hizo desechar de su mente la idea de que se trataba de locos armados… aunque bueno, tanto como decir que no estaban locos era muy pronto, pero sí que podía decir que, de momento, no resultaban peligrosos.

Asintió a la mujer, dejando claro el haberla oído y dejó de avanzar en dirección al puente. Siguió avanzando, sí, pero esta vez lo hacía en dirección a esas tres figuras que se erguían pocos metros más allá.

Aún así se aproximaba con cautela, en cierto modo podía estar tranquila, de tratarse de gente con rechazo hacia la gente de color, como ella, difícilmente le habrían alertado del peligro. Eso era algo a tener en cuenta y, por supuesto, valorar en su justa medida.

Yomara avanzó rápido y, por mero instinto, lo hizo protegiéndose, tratando de no ser un “blanco fácil”. Cuando ya estuvo a la suficiente distancia para saludarles sin necesidad de gritar, se presentó.

-Hola -dijo con cierto dejo de timidez aunque puede que no fuese más que temor. Los escrutaba con la mirada buscando en ellos cualquier rastro de la enfermedad pero no lo encontró.

-Us… ustedes… Dios… ustedes están sanos como yo, no parecen enfermos -se pasó la mano por el rostro para apartarse el cabello de éste-. Yo, yo soy Yomara, Yomara Doumbouya.

El retrasado les miró con una sonrisa, convenciéndose poco a poco de que eran amistosos, gente buena. Escuchó las palabras de Stanley y pareció reflexionar. Al cabo, asintió despacio, sin mirarle al principio.

-Sí, Tom Cullen se ha quedado solo. Mamá murió hace unos días, y el resto murió poco después. Ya no hay tele, ni dicen nada en la radio. Me sentía muy solo y decidí decorar la calle, para no sentirme así de mal.

Luego Alex le habló, y escuchó su pregunta con una sonrisa. Parecía una persona todavía más buena, y eso le gustaba.

-Si, señorita. No me gustan las patatas al ajo, y lo siento. Tom Cullen no sabía que vendrían personas aquí, y que les gusta el chocolate.

Miró luego a Stanley, y a su coche, como si reflexionara.

-¿Van a ir a Nebraska?

El perro que iba más por delante recibió una herida en el lomo, y cayó resbalando sobre el firme. Los otros dos salieron corriendo en direcciones opuestas, para luego huir volviendo por donde habían venido, como una jauría coordinada. Quizá el ruido les había asustado, pero aquello favorecía a David, que se quedó un rato más apuntando al perro malherido, que luchaba agónicamente por levantarse.

Era obvio que ya no iba a suponer ningún problema grave, a menos que se levantara y le diera por seguir atacando, en venganza. Sin embargo, mientras consideraba si hacerlo o no, ocurrió lo impensable. Una voz le habló, la voz de una persona.

Era un hombre, y llevaba un traje negro. No parecía estar afectado por la enfermedad, como ellos mismos, pero era curioso ver a una persona vestida con tamaña elegancia en un mundo postapocalíptico. Iba desarmado, al menos a simple vista, y estaba de pie quieto, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, mirando en dirección al perro malherido.

-No creo que se vuelva a levantar, Doc. Aunque los perros hambrientos suelen ser bastante estúpidos, y se ciegan en su desesperación.

Su forma de hablar era correcta, y tenía un acento neutro, con algunos dejes neoyorquinos.

Era un hombre, y parecía que estaba malherido. Se puso en medio de la carretera, agitando los brazos y reclamando su atención. Vestía una chaqueta tejana y una camiseta, ennegrecida a la altura de la tetilla derecha por una especie de horrenda quemadura. Gritaba, reclamando su atención.

El conductor frenó para no atropellarle, y lo hizo con suavidad. Luego, abrió la puerta del coche, y salió por su lado tras poner el freno de mano.

El hombre le apuntó con una pistola, protegido tras la chapa de la puerta del coche. Parecía receloso y tenso, y tenía razones para ello. Todo el mundo estaba muerto, o había enloquecido hasta extremos difíciles de imaginar.

-¡¿Quien demonios eres?! -preguntó- ¡Demuéstrame que no vas armado!

Por su tono, parecía el típico policía del LAPD, aunque no llevara el uniforme puesto. Howard había conocido a muchos, tras tantas borracheras como había ido coleccionado a lo largo de su vida.

Vivian asintió, confusa, y le acompañó levantándose como pudo.

Ambos huyeron de aquel caos, y aún algunos proyectiles volaron por encima de sus cabezas. Corrieron como locos, alejándose de la manzana, como si la vida les fuera en ello.

Y es que les iba.

Al cabo, llegaron a una calle tranquila, que tenía una tienda abierta. Parecía un economato. El resto estaban cerradas, o tenían aspecto de haber sido saqueadas. Lo que les llamó la atención, fue la presencia de una tienda de deportes de aventura poco más allá. Quizá la respuesta a sus "plegarias". Había algunos muertos en la calle, y la dependienta del economato parecía haberse ido al otro barrio detrás del mostrador. Pero el establecimiento estaba prácticamente pristino, sin saquear. Solo habían revuelto algunas estanterías.

El "indio americano", como diría Apu, hizo una observación a lo que dijo James, señalando al control.

-Mira, amigo. Todossh essshtán muertossh. Todossh. No hay militaresh vivos. Esto pronto será una ciudad en deshcomposición.

Miró a la mujer que se acercaba y saludaba. Era negra, y por el nombre y apellido parecía africana. Tal vez los dioses no estuvieran exentos de cierta ironía. Aunque aquella plaga no parecía discriminar en cuestiones de raza, sexo o religión. Se tocó el mentón mientras hablaba ella, en ese gesto que quizá le caracterizaba.

-Encantado, ssheñora Doumbouya. Yo sshoy el doctor Amanullah Jashyd, de padre indio y madre sikh. Pero sshoy indio de corasón y religión.

- ¿Nebraska? ¿Tu también quieres ir a allí? - pregunta con interés al muchacho, para luego girarse y mirar a Alex, como si esperara a que ella dijera algo, pues muestra el mismo interés que parece mostrar aquel muchacho por ir a ese lugar. Parece que también a tenido el sueño de Alex, el mismo sueño que había tenido él cuando estaba en cuarentena, solo que Stanley se muestra bastante mas escéptico que Alex al respecto, y aun se guarda aquella experiencia para él mismo.

Los ojos de Tom parecieron iluminarse cuando creyó entender que ellos también iban a Nebraska. Asintió varias veces, contento. Luego volvió a mirarles, algo más cohibido. No les conocía demasiado, todavía.

-Madre Abygail quiere que vaya a verla. Es una señora negra muy simpática, una abuelita.

Entonces acercó el rostro y les habló, confidente.

-Pero solo quiere que vayan las personas buenas. Los otros se irán con el hombre oscuro, el cuervo.