Partida Rol por web

Uxía había contemplado la escena con pavor. Sabía cómo se las gastaban los hombres del castillo, pues todavía casi sentía cómo la habían azotado. Cuando todavía se podía decir que estaba convaleciente física, pero sobre todo psicológicamente, la mujer de Tobías le pidió ayuda por su marido. El primer impulso fue gritar y correr. Quería salir de ese mundo de locos al que acababa de llegar. Violencia por todas partes, pero no esa violencia propia de las guerras en las que hay un ejército contra otro, soldados contra soldados, aquí era un señor contra sus vasallos. En su tierra todos eran colonos, que pagaban algunos tributos, pero que habían siempre vivido tranquilamente.

No sabía qué hacer. No sabía cómo ella, expulsada a golpes del castillo, iba a poder hacer algo.

- ¿Qué puedo hacer por usted? Usted conoce al señor y a sus vasallos mucho mejor que yo. Me acaban de echar a golpes del castillo. Dígame cómo puedo ayudarlos, buena gente, porque yo realmente no sé cómo podría. ¿Cree usted que podremos ver a su marido?

Uxía sabía mucho de plantas. Lo mismo podría encontrar alguna que lo sumiera en un sueño muy profundo y que hiciera parecer que hubiera muerto. Así puede que lo dejaran en paz. En realidad era una estúpida idea. El señor lo pondría en una picota o lo descuartizaría. No sabía qué podía hacer. Había que ganar tiempo de algún modo... ¿pero cómo?

Te asomas por la puerta del castillo para ver cómo los soldados le entregan la daga a su capitán. Éste les ordena que encierren a Tobías en las mazmorras y enetra en la torre del homenaje. Poco después sale de ella don Pedro, con la daga en la mano y dando largas zancadas hacia el edificio de entrada a las mazmorras, seguido del capitán y seguido del mayordomo.

Se le ve furioso, y temes seriamente por la vida de tu antiguo anfitrión. Al cabo de un rato, los tres regresan al patio de armas. Al ver a tanta gente congregada en la puerta del castillo, el conde se dirige hacia ellos.

Un sonoro murmullo se extiende entre los campesinos, que retroceden unos pasos, pues temen la terrible ira de su señor. Pero éste se detiene bajo el umbral del gran portón de entrada y les habla en voz alta, con gran desprecio y rabia.

Uxía no tenía ni la más remota idea sobre qué podría hacer para ayudar al pobre Tobías, que probablemente es inocente. Llegó a casa dando vueltas, en primer lugar, de cómo tranquilizar a la familia. Segundo, cómo ayudar a Tobías. Uxía, buena conocedora de las plantas, optó por preparar un brebaje a base de hierbas para conseguir su primer objetivo. Hirvió agua e infusionó unas cuantas plantas. -Tomad, esto os tranquilizará. Yo voy a volver al castillo para ver si puedo hacer algo.

Si no estuviera en deuda con esa familia, no movería un dedo por ellos ante el peligro que aquello acarreaba. Sin embargo, tenía que intentar al menos echar una mano. Hizo de tripas corazón para salir de casa y dirigirse hacia la fortaleza del conde. Se acercó a la puerta y buscó a alguien con quien pudiera hablar para intentar a hacer alguna declaración que pudiera salvar al bueno de Tobías.

Estás en el patio de armas.
 

Uxía se encontraba en el patio de armas y realmente no sabía muy bien qué podía hacer. Había dejado a la mujer de Tobías en casa más tranquila con la infusión que había hecho. De repente se le ocurrió que podría intentar ver a Tobías para que le contara algo. No, jamás me dejarían pasar. Quizás debería intentar investigar algo, pero en el patio solo había soldados y la última vez se había llevado una buena tunda de parte de ellos. No, tampoco. Entonces pensó que podía hacer como que venía a rendir luto por la muerte de Fernando e intentar escuchar algo. Su ropa estaba sucia, su cara demacrada por el reciente dolor y su pelo enredado. Se acercó hacia la capilla en la que se encontraba el joven enterrado y que estaba custodiada.

- Vengo a llorar por el joven heredero de nuestro señor. Dijo con la cabeza mirando al suelo y voz débil.

La capilla es una pequeña estancia que consta solamente de un banco dispuesto enfrente de una imagen de un santo colocada bajo un arco ciego y precedida de unos cirios que se mantienen encendidos. A ambos lados del banco hay sendas losas de piedra con una argolla de bronce en el centro. Hay algo escrito en ellas bajo la argolla.

En la capilla había gente, pero no parecía muy abarrotada. Un murmullo constante hacía eco en las paredes y un fuerte a olor incienso casi mareaba. Y ahí estaba San... San... ¿Ataulfo? ¿Martiño? Bueno, da igual quién fuera. Se fijó en que había algo escrito en unas losas, así que decidió que iba a intentar leerlo. No se le daba del todo bien y menos con esa tenue luz y esa letra epigráfica... Enaodelicoarmustri... O no se estaba enterando de nada o estaba escrito en un idioma raro. Más bien pensó que sería lo primero. Lo intentó otra vez... Enaqdeilcdarnistri... Las letras eran todas familiares, pero no tenían sentido alguno. No podía entender nada. Junto a la inscripción había una argolla. Uxía se había agachado para leer e intentaba seguir el texto con el dedo. La tentación de tirar de las argollas era grande y no pudo evitar hacerlo.

¿Estás seguro de lo que vas hacer? Estás a punto de profanar la tumba, de perturbar el sueño de los muertos. Además, sabes que no vas a encontrar nada precisamente ahí debajo. ¿Tienes el suficiente aplomo como para cometer blasfemia?

Pasó la mano por la argolla, pero cuando iba a levantar la losa, como si su cuerpo le recordara algo, notó un fuerte pinchazo en la espalda allá donde tenía aún heridas recientes de los latigazos. De repente le invadió un miedo terrible ante la idea de que mientras levantaba la losa algún soldado se diera cuenta. Pasó de nuevo la mano por la argolla y se levantó. Se quedó mirando la tumba. Pobre Tobías. ¿Qué puedo hacer por él?

No puedes hacerlo. Es un pecado demasiado grave, y además tiemblas sólo con la idea de contemplar los cuerpos en descomposición que hay bajo las losas. Temiendo que la imagen del santo te señale de un momento a otro con un dedo acusador por tus blasfemos pensamientos, abandonas la capilla a toda prisa. No piensas volver a entrar ahí.

Regresas al patio de armas.

Uxía siguió pensando allí plantada en la cripta. Puedo intentar ver a Tobías. Pero, ¿qué va a saber él? Entonces a Uxía se le vino una idea. Podía ir a ver al sepulturero. Esa visita que antes no había tenido de ese hombre. Además, un sepulturero es ideal a la hora de manipular el cadáver. Lo mismo le había tendido una trampa. Pero ¿qué iba a tener un sepulturero contra el hijo del señor del castillo? Tenía que intentarlo.

Gregorio vive en una cabaña al lado del cementerio, construido tras un amplio recodo a los pes de la sierra. Cuando llegas al lugar, ves que el Camposanto no se encuentra ni siquiera vallado. Un tipo alto, delgado, de piel morena y oscuros cabellos está cavando una fosa cerca de unas tumbas.

Uxía pensó que quizás podría ir a la cabaña mientras el hombre cavaba afanado con sus paladas. Seguro que no se iba a enterar. Sin embargo, no quería que la pillaran y volviera a recibir una paliza, como hacía poco que la había recibido por los soldados. Además, nadie podría ayudarla en el camposanto, si el asunto se ponía feo, porque nadie había para ello. Podría intentar ganarse la confianza de aquel hombre de alguna manera. Pero, ¿qué le decía? ¿Qué le preguntaba? Tenía que intentar hacerse la despistada. Se acercó con la cabeza gacha, como cansada por un largo camino.

- Eh... Disculpe mi señor. Mire, acabo de llegar al pueblo por aquel camino y ando un poco perdida. Lo primero que he visto es esta tierra de reposo eterno. Se persignó por tres veces antes de seguir hablando, como conjurando a la muerte. No estoy segura de dónde ir. Vengo a orar por el joven señor, pero es un poco tarde. Quizás sabría decirme quién puede darme cobijo. En el pueblo de al lado hablan de que un tal Tobías acoge a gente en su pequeña casa.

Gregorio se sobresalta al verte llegar. Deja de cavar y se dirige a tu encuentro, sosteniendo su pico. ¿Quién demonios eres tú y qué haces aquí? Inquiere molesto.

No vayas a casa de hombre, es un vil asesino. Dijo metiendo cizaña contra Tobías. Y confiando en que te marcharas de allí y le dejaras en paz.

Uxía se quedó un poco impresionada por el genio del sepulturero. Casi se había quedado sin palabras. ¿Un asesino? No sé si quiero saber más o no.  Sabía que la gente de pueblo era en general dada al chismorreo, pero no parecía que este hombre fuera muy dado a ello. Sin embargo, intentó picarle un poco. Estuvo unos segundos mirando al suelo y al horizonte. Eh... Entonces, ¿sabe dónde podría quedarme? Tengo algunas monedas. Si usted tuviera un cobertizo, podría pagarle.  Los sepultureros no solían tener grandes sueldos y, es más, muchas veces era gente de la que el pueblo llano recelaba. Desde luego, si ese señor no estaba involucrado en la acusación de Tobías, al menos mucho cariño no le tenía. Si no, no sé, veré qué hago, tampoco quiero molestar, tendrá trabajo.

Uxía estaba muy despistada. Se sentía completamente perdida de algo que le sería además completamente ajeno, si esas buenas gentes no la hubieran tratado también.  Iba y venía, rondaba de un lado para otro. Entonces recordó el nombre de la Cueva de los Murciélagos. ¿Qué iba a encontrar allí, en primer lugar? ¿Qué le podría pasar si iba sola, para continuar? Aunque encontrara algo, ¿qué iba a hacer con aquello que hallara? Al cadáver le faltaba todo. Un anillo... El anillo podría ser la clave. ¿Habría alguien tan estúpido como para ponérselo? No lo creía. Pero, ¿habría alguien lo suficientemente poco inteligente que lo hubiera intentado vender? Un soldado, al encontrar el cadáver, podría haber robado el anillo y ser tan zote como para llevarlo encima. De no ser así, simplemente les preguntaría por alguien que se dedicara a la compraventa de joyas.