Partida Rol por web

enciendo dos antorchas, una la clavo al suelo, y la otra la llevo en la mano junto al bracamante.

Tu mano tiembla; frío y nerviosismo la mueven. Cuando por fin consigues que el yesquero haga chispa, enciendes las antorchas y ves la realidad que te rodea: tres lobos enfurecidos dan cuenta del caballo y apenas prestan atención a tu presencia, pues están completamente centrados en su actual presa. Pero como temías, en la penumbra, cuatro puntos brillantes te observan. Se mueven a tu alrededor, gruñen, te estudian. No tardarán en saltar sobre ti...

Miré a Dorotea y al Urraca alternativamente, en pensandu si aquesta guardaríase algo para sí en el interrogatorio.

- Constanos que el Barón ha andau esfurciando a cuanta moza se le ha cruzau en el camino, e que ha dejau buen reguero de bastardos. También sabemus que aquestas mozas han sido muertas en estos días, e que vos sodes, entrellas, la única que conserva fillo sin padre e anda viva. - díjele - Así pues, queremos saber qué sabedes de todo aquestu, y si habedes yacido con el Barón, e si tenedes hijo dél.

Mirela a los ojos buscando en ellos el brillo de la mentira o la ocultación.

- También querríamos saber cualquier otra cosa que pudiereis saber sobre él, claro está...

paro y ataco al que me hace una carga.

Ambos lobos se abalanzaron sobre el bandido con ojos inyectados en sangre y fauces abiertas y babeantes...

La mujer empalideció al escuchar semejante pregunta. Las piernas comenzaron a temblarle y de no ser porque se sentó en una especie de banco de piedra que había en la celda, se hubiera dejado caer al suelo.

─Muchos años ha de aquello ─comenzó ─había yo encandilau al Barón de Ortiz por mi belleza, o eso creía yo, et quedéme preñada del mesmo. Como el barón non tenía descendencia et la Baronesa tenía fama de tener seca la entrepierna, dejó que nascieran dos criaturas, Jon et Ainara, con la esperanza de darle un fijo a Don Alvar. Empero nada mejoró salvo que vime con dos bocas que alimentar et sin desearlo hube de casarme con el viejo alfarero, al que veía viejo et supuse non molestaríame en demasía ─su voz ahora sonaba calmada, como si aquello fuera una confesión para con el Altísimo y así marchar en paz, pues realmente Dorotea sabía que sólo un milagro la sacaría de allí.

─Finalmente el alfarero reconosció a los críos, dándoles techo et alimento, aunque yo malamente se lo recompensé visitando el lecho del posadero Imanol, pues siempre gustome aquel omne... Et tanto que lo visité que quedéme en cinta otra vez. Pense que el posadero daríame mejor vida al darle un fijo et más lo pense cuando le vendí a mi hija Ainara por unos maravedíes, dando por fecho que convertiríala en moza de su Fogón ─en ese momento se persignó a todas luces arrepentida ─Perdoname Dios...

─Tras aquello la niña desaparesció et yo nunca dije nada, que nadie hubiere visto bien que deshicierame della por unas monedas como fizo Judas con el Nuestro Señor Jesucristo ─viovió a persignarse.

─¡Vamos vamos, daos brio con esas preguntas! ─bramó el guardia desde el otro lado del pasillo ─ya se vos va acabando el tiempo.

─La muerte el alfarero et el nascimiento de Gorka coincidieron. Cierto es, et me arrepiento, que con Gorka pagué todas las mías frustraciones. El pequeño llevóse más palos que otra cosa, et agora entiendo por qué Juan el curtidor cogió al muchacho como aprendiz... Quiso alejarlo de mi et fizo bien.

Tras soltar aquella horrible confesión Dorotea suspiró profundamente.

─De otras muxeres ot fijos desaparescidos non se nada. ¡Fablad con Imanol! ¡Ese desgraciado fue quien último vió a mi pequeña Ainara!.

fallo las dos

cambio el bracamante por el cuchillo y hago un esquivar al lobo grandote.

fracaso con la esquiva

Los dos lobos ya se le habían echado encima al bandido cuando un tercero paracía querer unirse al festín...

...la pendencia se reducía en distancia, así que en un intento desesperado por igualar el filo en tamaño a los dientes de las bestias, Tancredo sacó a relucir un pequeño cuchillo con el que había cortado más cuellos que pocos. Entretando, las fauces de los lupinos mordían con furia el gambesón del hombre, quien gracias al refuerzo del mismo no había sentido todavía el poder de los colmillos de las bestias en sus propias carnes.

estando en mele, ataco 2 veces 70+25-10 por apuntar al pecho de ellos.

al lobo grande, y para acelarar la cosa, hago las tiradas.

7 y 10 al daño menos las penalizaciones

Asentí a las palabras de la muxer, e miré al Urraca.

- Creu que es hora de hablar con aqueste Imanol... - no miré a Dorotea, a la que dudaba que pudiéremos salvar a tiempo - y ver que nos cuenta sobre el barón. Que destu sale la verdad, aunque lo mismo a Angulo no le gusta demasiau lo que le digamus.

Dicho lo cual, salime de la celda camino al fogón, salvo que el Urraca tuviere algo más que decir.

-Sepa Dios a qué barbaridades sometería Imanol a aquella chiquilla, si es que fízolo él -dijo el Urraca con voz queda a la Belarda, mientras alejábanse de la pobre muxer que otra cosa non encontraría más que la muerte-. Puede que sólo sea un peón para el de Ortiz, el encargado de conseguir a sus víctimas. Mas toda la razón llevas, querida, pues de aquesto sale la verdad de una vez por todas. Al fogón.

Y allí quedó Dorotea, acompañada por su soledad y alguna rata que, ocasionalmente, cruzaba apresuradamente ante su improvisada celda. Al menos le quedaba el alivio de haber confesado sus pecados. Con eso debía conformarse...

Cruzáis las callejas de Villasana con paso decidido. Directos al Fogón, directos a Imanol. La espesura de la niebla es tal que ya ni candil o antorcha es capaz de alumbrar a más de una vara de distancia. Usando como guía las fachadas de las casas, tras un buen rato de andadura finalmente llegáis.

El Fogón está completamente vacío. Con la funesta niebla que parece no traer sino desgracias, por lo que parece los parroquianos han optador por encerrarse a cal y canto en sus casas. La pequeña muchachita que Belarda dejó al cuidado de Ordunete disfruta de una jarra de leche sentada en un viejo taburete. Ordunete está cerca de la chimenea, abosorta en las llamas, calentándose. Os mira por el rabillo del ojo. Luego vijó su viesta de nuevo en el fuego.

¡Malnacido! -pensé tras devolver la cabeza al frente justo cuando me crucé con el juglar-. Debí echarte al fuego, y al tu señor desjarretarle la garganta..

Et curioso era que fuera yo tan decidido a donde estaba la loca y viniera el susodicho tan a la contra, como del mismo sitio... ¿Habría ido el desgraciado en busca también de la mujer? Con mis dudas puestas en la cabeza y con alguna otra sospecha que mejor será el no mencionar, fustigué al caballo para ponerlo en la cabalgada, y silvé a Becerrillo para que espabilara, que habíase quedado con el hocico "a medio hacer", quién sabe si salivando de hambre por no poder comerle los hediondos huevos de aquel tipo, tal y como tenía hambre de fogata para con su carne. Sea como fuera, volví a la carrera, sin un minuto más que perder...