A pesar de haber logrado un breve respiro, la información obtenida sobre aquel lugar aún era insuficiente. ¿Quién comandaba aquella tribu? Más allá de Steznag probablemente hubiera alguien más y, quién sabe, quizá alguien aún por encima de ése otro: los enemigos más importantes. Pero, también, necesitaban saber quien mantenía unidos a estos orcos, ogros y goblins, anárquicos y egoistas por naturaleza. Tal vez si lograran localizar a ese cabecilla, pudieran establecer un plan para acabar con él o, en su defecto, saber qué tipo de ser les mantenía con esa disciplina.

De aquella habitación de los antiguos acólitos de Cyric salió Losse con la idea de seguir indagando. Había observado las zona protegida y, salvo que llegara a ser su último recurso, evitaría por todos los medios intentar colarse allí. Bien es cierto que un lobo despistado podría escabullirse y pasar, pues si bien era algo inusual, tampoco debería ser tenido tan en cuenta como si ese acto lo realizara una criatura inteligente. Probablemente se saldaría con un par de patadas que, si bien resentirían su fatigado cuerpo, dudaba mucho que lograran ser mortales. Pese a ello, los planes del elfo primeramente pasaban por investigar la planta inferior.

Los ligeros pasos que le otorgaban su actual forma le permitieron cubrir rápidamente el espacio que separaba aquella celda de las escaleras que descendían. Olfateó un poco el ambiente y bajó con su pedazo de carne en la boca, la cual le tentaba cada vez un poco más para engullirla definitivamente. Y así, tras descender por aquellos peldaños, se sentó junto a ellos y se tragó sin demasiado esfuerzo y con una gran voracidad el pedazo que había llevado colgando todo ese tiempo mientras vigilaba los alrededores buscando descubrir algún nuevo hallazgo.

En efecto, no tenía intención alguna de desgastar su furia, pero algo bullía en su interior, algo que en algún momento de la carrera de Davros acabó por conseguir salir. Él mismo se rodeó de enemigos, no era habitual, ya que solía elegir la prudencia. Sí, quizás fuera lo mejor, sabía que debían acabar con todos lo antes posible, de no ser así seguirían llegando más y más...Pero no, definitivamente no fue por eso, la rabia creciente, el gusto por el combate, esa sensación, cada vez tenían más peso en la toma de decisiones. 

Sea como fuere, su ataques fueron equilibrados, con fuerza y precisión, como pudo comprobar el primero de los goblins que subían por aquella cuesta cuando la punta de la lanza le seccionó la yugular. 

Otro de sus enemigos saboreó su arma, el que más peligroso parecía ser entraba en escena justo al lado del cadáver del goblin. La segunda lanzada a punto estuvo de tumbar al segundo orco. Esta se dirigió camino del ojo sin embargo se desvío ligeramente hacia abajo y provocó un enorme corte en el lado derecho del rostro, feo, pero no mortal. Para desgracia de Davros, las represalias llegarían justo después de que el orco con dos caras evitase un segundo ataque al abalanzarse gritando sobre el que había osado herirle. 

El sargento orco apretó los dientes debido al dolor y se echó la mano a su rostro ensangrentado. No daba crédito a lo que aquel humano acababa de hacer cuando observó su palma teñida de un oscuro rojo carmesí. ¡IIIAARG! - Gritó ejecutando un par de rápidos tajos de espada que fueron lado a lado del cuerpo de Davros. El bárbaro mantuvo las distancias con el orco lo que le permitía prever sus ataques y actuar en consecuencia para esquivarlos, sin embargo aquel otro enemigo que se movía por su izquierda había veces que quedaba en su punto ciego. Una de esas veces Davros supo que algo iba mal puesto que no escuchaba sus pasos y eso sólo podía significar que la gran clava venía de camino hacia su persona. El fuerte golpe contra su espalda le confirmó lo que sospechaba y el sonido de varias costillas al romperse le recordó de que aquella no era una herida menor. Ésta le habría puesto en serios aprietos de no hallarse sumido en el frenesí de violencia que le permitía resistir heridas que harían morder el polvo a cualquier otra persona, pero tenía una duración limitada.

Por suerte Allen llegaba en su ayuda. El paladín de Tyr había esquivado varias estocadas por parte de los molestos goblins e incluso alguna que otra flecha, aunque no podía decir lo mismo de su montura. El orgulloso animal presentaba una herida en el cuello de grandes proporciones pese a que su contrincante tan sólo disponía de una pequeña espada corta en sus manos. Ignorando a los enemigos menores, Allen y su caballo rodearon a los goblins y se colocaron justo a la espalda del sargento orco quien sólo pudo mirar por encima de su hombro cuando notó la presencia de ambos a su espalda. Temió lo que se le venía encima y como reflejo de ello entrecerró los ojos sabedor de que no tendría tiempo para esquivar los ataques que le venían por su espalda.

A pocos metros de allí el resto de los enemigos alcanzaba la plataforma y entraban en liza contra Kormack. El enano se encontraba bien posicionado con el flanco izquierdo cubierto por una caída de unos treinta pies, por lo que sólo tenía que concentrarse en dos movimientos, bloquear con la izquierda, dando la espalda al desnivel, y atacar con todas sus fuerzas con la derecha. No tardó un orco veterano en en hacer tañer su acero contra el inmaculado escudo mágico adquirido en Beregost el cual resistió sin problemas el fuerte impacto.

Los goblins de detrás del sargento seguían arrastrándose por el suelo, pataleando y maldiciendo, aunque uno de ellos consiguió afianzar los pies y escapar de la zona resbaladiza. Sólo gracias a ello el resto se percataró de la jugada del hechicero por lo que sólo tuvieron que esquivar dicha zona. Lo que ignoraban era que justo al lado de ésta una serie de puntiagudas cuñas de metal enterradas en la nieve estaba aguardándolos. El grito de dolor de uno de los orcos, el más rezagado, hizo sonreír a Morwing. El bárbaro salió saltando a la pata coja del área infestada de abrojos y a punto estuvo de perder la cabeza cuando, prestando más atención a su dolorido pie, no alcanzó a ver como uno de los exploradores goblin disparaba contra el enano. Sólo la rectificación en el último instante salvó al orco de una buena herida.

Por fin, y como colofón final, una gran figura ascendió por la pendiente. Ignorando los abrojos como si de astillas se tratasen, el bárbaro ogro cruzó a través de estos con una idea fija en mente, hundir a aquel enano en las profundidades de la tierra de un certero golpe.

TURNO 13

Allen vio frustrada su carga al ver cómo un goblin se interponía entre él y su objetivo anterior. Su impaciencia se incrementó al ver cómo el orco lograba colar uno de sus golpes contra Davors, quien ya sangraba más de lo esperado.

Así pues el paladín susurró a su montura, -Vamos a por ese, deja a este insignificante goblin y centrémonos en él-.

Antes de posicionarse, el paladín amarró su lanza en la parte lateral del caballo y desenfundó su gran espada, la cual rápidamente fue posicionada por encima de la cabeza de Allen y lanzada con fuerza sobre el orco. Aquella criatura nada pudo hacer para esquivar el golpe que impactó de lleno contra su hombro desnudo provocándole una herida profunda pero no mortal. Acto seguido el caballo elevó una de sus patas y con fuerza su pezuña también impactó esta vez en la espalda del orco quien entre ambos ataques quedó mal herido, quizás lo justo para que Davros consiguiese eliminarlo de una vez por todas. -¡Acaba con él Davros, se acercan más por la parte derecha!- apremió a su compañero.

Ya estaba cerca. Casi lo había conseguido. A pocos pies de distancia se encontraba la pared de roca que le permitiría salir de allí. Para dejar atrás a los exploradores orcos y trasgos necesitaba ganar algo de terreno entre sus perseguidores y ella misma. Había sopesado tomarse una poción de levitar o la que le daría la facultad de trepar como una araña para salvar la enorme pendiente de roca. El grito de Davros al ser herido por un adversario que parecía bastante capaz hizo a Ogna detener su huida y mirar el campo de batalla. Los remordimientos comenzaban a debilitar su decisión de huir dejando atrás a sus compañeros como la carcoma a los viejos muebles de la tienda de sus padres.  Después del cuerpo ensangrentado de Davros lo que llamó su atención fue una enorme figura blandiendo un palo lleno de pinchos que se dirigía al "bueno" de Kormack. El enano se sobrevaloraba siempre, creyéndose un muro, pero Ogna le había visto caer en demasiadas ocasiones como para saber que ese ogro le haría papilla. Siguiendo los dictados de su conciencia, preocupada siempre del bienestar de los demás, se decidió a actuar. Por supuesto también estaba el detalle de que su amor aún no aparecía y que no parecía que viniesen más enemigos. Así que metió la mano libre en el saquito de componentes y sacó polvo de mica. Puso la mano delante de sus finos labios y sopló con delicadeza tras entonar unos cortos versos que daban por finalizado el conjuro. En torno a uno de los orcos un polvo dorado y brillante, fino como la arena del desierto, se extendió metiéndose en los ojos y quedando pegado a la piel y armaduras.

Lento en mi sombra, con la mano exploro 
mis invisibles rasgos. Un destello 
me alcanza. He vislumbrado tu cabello 
que es de ceniza pero ya no lo veo
 

Ya visible por haber osado atacar a la marabunta de enemigos, Ogna se movió rauda con su estoque en la mano, justo a la espalda de uno de los arqueros goblins, dispuesta a ensartarlo con la cantarina Vishna.

El hechicero se dio cuenta de lo avispada que había sido Ogna huyendo de aquel lugar cuando vio a todos aquellos orcos, acompañados de un gran ogro, a escasos metros de donde se encontraba.

La disyuntiva estaba servida: o seguir el rastro de Ogna y dejar a su suerte a un Kormack que ya se encontraba rodeado de enemigos, o bien un último acto de locura y echar una mano al enano hasta que el resto de compañeros acabasen el combate que tenía lugar al otro lado de la plataforma.

A pesar de ser un enclenque, el hechicero no era ningún cobarde ni tampoco un ingenuo, y el hecho de estar oculto tras el conjuro de invisibilidad hizo que se decantara por la segunda opción. Sin dudarlo más, el hechicero salió corriendo hacia la posición del enano, rápido a la vez que silencioso. Durante el trayecto pudo ver a aquel imponente ogro portando una enorme guadaña, Morwing a su lado parecía poco más que una hormiga. – Tendré que estar atento de no recibir un golpe de ese bicho por casualidad…

Al llegar junto a Kormack, el hechicero se colocó a su espalda. – Estoy contigo, enano…., le cuchicheó mientras colocaba la mano derecha en su hombro. -¡Aucta!, susurró para dar comienzo a un aumento gradual de cuerpo del guerrero enano. Primero fueron sus piernas, que en un abrir y cerrar de ojos ya habían doblado su tamaño. Después su torso, cuello y cabeza se ensancharon creando un robusto muro frente al hechicero. Y finalmente sus brazos se hincharon a la par que su hacha, desatando en Kormack un impulsivo grito de guerra y dejando boquiabiertos a los orcos que tenía frente a él.

- ¡Aaaarrrggghhh! - Sí, aquel golpe dolió y mucho, varias heridas abiertas decoraban el cuerpo de Davros desde que empezó el combate, no estaba en su mejor momento pero ese era el pan de cada día. Descuidó sus defensas para atacar con todo, si caían sus enemigos, no tendría que preocuparse de ello, con un golpe directo a la cabeza de la madera de la lanza se deshizo del orco en el que se habían centrado Allen y él, antes de que tocara el suelo, el final de la lanza ya había acabado su camino, en el interior del torso del segundo enemigo el cual, sin saber cómo, aún seguía en pie. Cuando parecía en un hilo entre la vida y la muerte, sorprendentemente, fue capaz de desviar otra lanzada, que hubiese sido la que acabara el trabajo, con su gran clava. Aún quedaban fuerzas en ese cuerpo malherido, el estado de rabia que compartían, se aseguraba de que así fuera. Y ahora tocaba defenderse de sus ataques.

El enano sonreía por suerte de entrar en combate, por fin era feliz. Lo curioso era que los enemigos parecían tontos o algo. Los primeros goblins que aparecían por la ladera tuvieron la mala fortuna de caer Rrrrrayos! - Se quejaba el enano mientras buscaba el hacha. No tendría tiempo a cogerla pues uno de los goblins aparecía muy lastimero para zarandear el arma, su amigo orco clavaba su arma en el escudo. Ahí es donde cogió el hacha, dispuesto a retirar el escudo alguien le susurraba algo. BRRRR...  Decía Kormack ante el miedo que le inspiraba esos susurros, pero el combate comenzaba! Retiró su escudo y para su sorpresa el mundo era más pequeño AAAAAAAH! gritó emocionado, su hacha lo clavó en la cabeza del goblin -ALE! - Dijo contándose uno y de la que iba le clavo el hacha en la pierna al orco, que parecía distraído. El ogro se acercaba y lejos de amedrentarse el enano lo atraía hacia él - VEN PA CA TIO FEO! 

El ruido metálico de las espadas entrechocando así como los gritos de los heridos, que no eran pocos en tan corto periodo de tiempo, resonaban por los alrededores de la explanada siendo amplificados por las grandes paredes de los precipicios cercanos. Los silbidos de las flechas que erraban el blanco recordaban a un lejano canto de algún ave exótica aunque, para desgracia de los aventureros, existía un grave problema con los silbidos que no se llevaba el viento y que conseguían impactar en las carnes de sus víctimas. Ogna fue consciente de ello tan pronto el pequeño goblin que tenía justo enfrente así como dos de sus compañeros de cuadrilla se giraron hacia la joven bardo. No ocultaron su sorpresa al ver aparecer a la chiquilla tan cerca de ellos. Sus arcos se tensaron a una velocidad que perfectamente habría rivalizado con la de Losse  y, así como sucedía con su amado, los proyectiles que volaban desde ellos estaban bien dirigidos. En una rápida sucesión las afiladas puntas de metal de las flechas se clavaron en su hombro, en el antebrazo derecho y en el costado izquierdo justo por debajo del pulmón, siendo a cada cual más dolorosa. El mundo de Ogna comenzó a dar vueltas cuando bajo la mirada y descubrió los astiles de las flechas sobresaliendo de su cuerpo. Sólo gracias a las vibraciones mentales de Vishna para que recuperase el resuello le hicieron mantenerse en pie y volver a mirar al frente, a las agudas y vilmente malvadas caras de los goblins.

Más allá de aquellos pequeños exploradores, en el interior de una nube de destellos y pequeños puntos luminosos, el combate del ahora gigantesco enano contra varios orcos y el poderoso ogro, se saldaba con un intercambio de tajos y golpes a cada cual más potente. Kormack se esforzaba por detener cuantos ataques venían contra él, algo que hacía con la resitencia que su raza le proporcionaba. Sólo uno de los golpes se hizo notar por ser terriblemente devastador y fue precisamente el que el ogro llevó a cabo contra las piernas de Kormack. Un barrido desde abajo, que levantó tanta nieve como para cubrir el cadáver de uno de los goblins abatidos por el enano, consiguió alcanzar la pierna derecha de Kormack, quien a punto estuvo de caer al suelo. Sabía que algún hueso debía estar fragmentado, si no roto, pero el último de los Quebrantahuesos permaneció impasible recibiendo de buen gusto los torpes ataques de un sargento orco, al que el hechizo de Ogna había dejado completamente ciego, o al de otro orco que trató de abrirse paso entre sus compañeros y que lo único que recibió fue una impresionante herida en su pecho por cortesía del enano. Apretó los dientes, elevó su escudo de nuevo y bajo la cabeza. Había que aguantar; no había otra solución.

Podría pensarse que en la rampa opuesta, con la caída del sargento orco y varios goblins, la situación sería más liviana para Allen y Davros pero no obstante no era así. Los pequeños goblins se aferraban a los costados del caballo o a la silla de montar impidiendo y entorpeciendo su libre movimiento y dejando cortes en los flancos del espléndido animal. Allen, que apartaba a pisotones a las pequeñas criaturas mientras esquivaba las flechas que uno de ellos le dedicaba desde poca distancia, escuchó de nuevo el quejido sordo de su compañero de armas. Davros volvía a ser víctima de los incesantes golpes de un orco que, pese a hallarse en las últimas, se resistía a morir sin llevarse a su enemigo con él. La gran clava acababa de impactar con toda su fuerza contra el vientre del bárbaro dejándolo momentáneamente sin respiración y terminando con ambos contrincantes mirándose uno al otro con la niebla de la muerte tiñendo sus ojos.

Zanc se pasó algunos segundos pensando en una manera de entrar a aquel lugar, pero después de dar un rodeo se percató que aquella cortina invisible rodeaba por completo aquella choza, los extraños murmullos continuaban desde el interior a los que prestaba especial atención afinando su oído, pero no lograba descifrar aún lo que sea que estuviera haciendo, - ¿Está conjurando?- Se preguntaba a sí mismo, aunque sólo era una conclusión, nada era seguro aún. Había que correr el riesgo, era eso o volver con sus compañeros a avisar de su hallazgo. Moviéndose en su acostumbrado sigilo buscó cobertura con la muralla y escondió sus rastros lo mejor que pudo, escaló un tramo de muro derrumbado para no dejar señal alguna y desde allí señaló en un punto mientras concentraba su magia innata, entonces se escucharon una serie de pesados pasos avanzando a toda prisa hasta detenerse frente a la puerta de la choza para después emitir un fuerte gruñido, la gutural voz semejaba a la del orco que acababa de dar muerte en la terraza de la torre sur.

-Zuukul!! Gumbrar mak'za!!*- Ya estaba hecho ahora debía esperar si el ruido había llamado la atención de algunos orcos, trasgos o incluso del chaman. Pacientemente espero con el corazón en un puño por la ansiedad.

Al contrario que las habitaciones y pasillos que acababa dejar atrás, iluminados al menos con la luz residual de las hogueras utilizadas para caldear las estancias o para cocinar, si es que churruscar la carne medianamente podía considerarse cocinar, el húmedo y oscuro corredor al que daban las escaleras por las que acababa de descender el explorador elfo parecía que hacía decenios que no veía luz alguna. Sus recién adquiridos sentidos de lobo le permitirían no obstante desenvolverse con naturalidad a través de ellos no siendo necesaria iluminación alguna.

La posibilidad de que esta zona se encontrase deshabitada, cosa que interiormente había considerado a tenor de la carencia de huellas en el sucio y polvoriento suelo, pronto quedó descartada al escuchar de lejos las grotescas voces de los orcos. Hablaban en su incomprensible y rudo idioma por supuesto, ¿por qué motivo habrían de hablar en lenguaje común?, sin embargo a medida que se acercaba hacia las voces sí que le pareció entender algunas palabras en lengua común pronunciadas torpemente. No se trataba de ningún piropo como cabría esperar si no de la palabra “escoria”, y ésta no había aparecido de forma casual en la conversación; había sido dirigida a alguien. Una…no…dos. Dos voces distintas consiguió distinguir aún sin ver a los interlocutores.

Losse dejó a un lado habitaciones abandonadas repletas de telarañas y resto de lo que podían haber sido piezas de mobiliario tales como camas, mesas, sillas e incluso armarios. De ellos sólo quedaban pedazos astillados, podridos o medio carcomidos pero dejaban constancia de que al menos allí había habitado alguien más civilizado que los actuales inquilinos. Poco antes de llegar a la esquina tras la que se escuchaba la conversación entre los orcos, el ahora lobo pasó por un pasillo bloqueado con grandes bloques de roca. El que no se habían desprendido del techo estaba claro por dos motivos principalmente: el techo del pasillo se encontraba intacto y aún existían líquenes adheridos a las rocas, lo que indicaba que no podían llevar allí demasiado tiempo; una o dos dekhanas a lo sumo. Su olfato captó el añejo olor de la sangre de orcos pero no alcanzó a ver rastro alguno de ella. Además de eso, cerca de allí, captó otro olor que no pertenecía a ninguno de los seres con los que se había cruzado en la fortaleza. Se trataba de olor de humanos. Podría distinguirlos hasta debajo del agua. Había algo más: miedo. El claro, agrio e inconfundible olor del sudor repleto de miedo.

¿Tú ver escoria? ¡No venir a salvar ti! ¡Tu acabar en tripa de Gran Blop o Gran Rukla! - Ambos orcos rieron a coro.

Ugh theak kroz vlertha zrok Vazkal. - Continuó el otro orco que debía estar con aquel que hablaba común.

Mejor que piel blanca con Vazkal.  ¡Tu mejor muerto! - Volvieron a reír.

Cuando Losse asomó su hocico para conocer la situación no se sorprendió al ver a dos fornidos orcos asomados a una habitación a través de una puerta atormentando con sus insultos y amenazas a alguien encerrado en ella a través de un pequeño agujero en la misma.

Una oleada de dolor sacudió el cuerpo de la muchacha una vez el último de los flechazos desgarró su carne y acabara rozando uno de los pulmones, quedando alojada la flecha entre dos costillas. No tardaron las vibraciones mentales de Vishna en invadir la mente de Ogna, pero esta vez no fue para preguntar qué pasaba o hacer alguna crítica velada o comentario que no viniese a cuento. Al contrario que en anteriores ocasiones, la espada tomó las riendas de la parte consciente de Ogna dejando la mente de la muchacha a un lado para que se repusiese del dolor, evitando así que ésta cayese al suelo debido al shock.

¡Resiste Oh Manos-Delicadas! ¡Estamos vivas! ¡Estamos vivas! ¡Repite conmigo y concéntrate en mi voz!

- ¡Aaaaaaaah!- No estaba acostumbrada al dolor y éste era tan fuerte que a punto estuvo de perder la consciencia. Pero las vibraciones mentales de Vishna mantuvieron a Ogna en pie, al menos de momento. Se había arriesgado demasiado y la caña de las flechas que sobresalían de su cuerpo, como si fuera una diana de entrenamiento, lo demostraban. Había subestimado a los escurridizos goblins, experimentados exploradores. Al menos había logrado ayudar a Kormack a contener a toda esa tropa. Aunque le hubiera gustado seguir combatiendo, trinchar a los culpables de su dolor con su fiel Vishna, tenía que salir de allí y curarse. Después ya vería qué hacer. De nuevo recitó las palabras necesarias para efectuar un conjuro, de sobra conocido para ella.

Es ella  sólo, la mujer invisible, la que desaparece,
es sólo ella, una huella borrada,
que no contempla  nadie, porque es nadie,
la nada en el espejo indiferente de la vida.

Al terminar de recitarlas desapareció por completo para asombro de los arqueros goblins. Se encamino rauda hacia la pared que subía a la plataforma superior por donde habían venido mientras sacaba de su mochila una poción de levitar.

TURNO 14

Morwing contemplaba el intercambio de golpes entre Kormack y el ogro, cuando a escasos metro de allí, Ogna reaparecía de la nada lanzando un hechizo contra los orcos y dando por concluido el conjuro de invisibilidad que hasta ahora la mantenía a salvo. -¡Esta loca!

Las preocupaciones del hechicero pronto se vieron respaldadas cuando pocos segundos después era el objetivo de todos los arqueros goblins que se hallaban frente a ella. Una tras otra, las flechas se incrustaron en su torso haciendo que la chiquilla gritase de dolor y reculase en su empeño de combatir desapareciendo nuevamente. Sin duda el coraje de la joven bardo había quedado patente al igual que su descuido al exponerse de aquella forma.

Los goblins habían mostrado gran pericia con el arco y, con Ogna fuera de combate ahora, el próximo objetivo sería un Kormack, el cual ya tenía suficiente faena entre manos… - Démosles una nueva diana a la que disparar…

El hechicero sacó una bolsita de la cual extrajo un diminuto hueso que agarro con sus manos por cada extremo. Tras pronunciar las palabras arcanas, lo fracturó sin apenas esfuerzo y un estallido de humo y niebla tuvo lugar donde aquellos goblins se encontraban. Tras disiparse el vapor, un guerrero kobold apareció justo al lado de uno de los arqueros. Esa criatura bien podría haber sido pariente de Cuinthere, tenía un gran parecido con el pequeño escriba aunque el color que presentaba, las cicatrices que tenía repartidas por todo el cuerpo y el hecho de tener el ojo izquierdo colgando, evidenciaban que se trataba de un no-muerto.

Davros se encontraba malherido a causa de los múltiples ataques que recibía, parecía que el gran bárbaro estaba teniendo más dificultades que de costumbre ante unos enemigos que parecían, en principio, mucho menos peligrosos que otros con los que había cruzado su espada.

En el otro extremo del combate, Kormack hacía frente a un ogro mientras que Ogna había sido herida de gravedad a causa de las flechas de los escurridizos goblins que no desperdiciaron la oportunidad de agujerear las vestimentas de la bardo en cuanto tuvieron la oportunidad.

Con todo, el paladín decidió que si bien Davros se encontraba en un estado lamentable, bien podría acabar con los dos de los tres enemigos que aún quedaban en pie a su alrededor, por lo que decidió eliminar al orco que se posicionó a la espalda de bárbaro. Cargó pues su espada sobre el costado izquierdo mientras su caballo se desplazaba hasta el orco para, una vez a su altura, descargar un feroz ataque que acabó impactando contra el cuello de la desgraciada criatura.

La muerte del orco permitió al paladín posicionarse para, esta vez, elegir al ogro como su siguiente víctima.