Partida Rol por web

Creiste que ibas a ahogarte cuando de pronto el acceso de tos más bestial que habías sufrido en tu vida te sacudió como si fueses una maraca devolviéndote al mundo de la consciencia. ¡Tenías la boca y la nariz llenas de polvo!

Te pusiste a toser y a escupir por igual, tratando de respirar al mismo tiempo pero el aire parecía tener polvo también. Sacudiste la cabeza y formaste una nube de, sí, más polvo. Porque debías tener el pelo completamente nevado de él. Te hiciste un ovillo sobre un costado tratando de calmarte; lo que te faltaba ahora era lograr asfixiarte tú solo.

Estabas tirado en el suelo en medio de un revoltijo de cascotes, arena y trozos de losa aunque el suelo parecía de tierra apelmazada y algo húmeda. ¿Dónde, en nombre del Hacedor, acababas de ir a parar? Es más, ¿cuánto tiempo había pasado? Tras un primer vistazo inicial a tus alrededores esperando a que el polvo se asentase, localizaste a Ayla a varios metros de ti. Por una parte pensaste que era lógico porque antes de aquel desastre era de quien más cerca estabas, por otra te sentiste inexplicablemente aliviado de no estar completamente solo.

La apóstata estaba tan cubierta de polvo como tú y le había caído algún trozo de losa que otro sobre la espalda. Estaba tirada boca abajo y se las había apañado para no soltar el bastón que permanecía aferrado bajo una de las manos.

Ahora la pregunta era: ¿Y dónde estaban  los demás?

Oiste un golpe retumbar afuera, de nuevo como si algo enorme pegase contra una pared... lejana esta vez. Y aquel tambien lejano rugido chirriante.

Luego el silencio.

Creiste que ibas a ahogarte cuando de pronto el acceso de tos más bestial que habías sufrido en tu vida te sacudió como si fueses una maraca. ¡Tenías la boca y la nariz llenas de polvo!

Te pusiste a toser y a escupir por igual, tratando de respirar al mismo tiempo pero el aire parecía tener polvo también. Te dolía todo como si hubieses caído rodando por una montaña abajo y no veías nada, estaba todo lleno de polvo. Lo único mínimamente reconocible cerca de ti era una pequeña salpicadura de sangre en el suelo... que rápidamente identificaste como tuya al sentir un repentino escozor en el costado: aquella cosa que había salido del suelo cuando Aline te había dado el empujón te había pasado rozando y no era grave, pero picaba que daba gusto.

Y a todo esto, ¿dónde estaba?

Es más, ¿dónde estaba todo el mundo?, ¿y dónde, en nombre del Hacedor, acababas de ir a parar tú?

Oiste un golpe retumbar a fuera, de nuevo como si algo enorme pegase contra una pared... lejana esta vez. Y aquel tambien lejano rugido chirriante.

Luego el silencio.

Había algo que no dejaba de darte golpecitos en la nariz. Algo tan insistente que te devolvió al mundo de la vigilia.

Luego creiste que ibas a ahogarte cuando de pronto el acceso de tos más bestial que habías sufrido en tu vida te sacudió como si fueses una maraca. ¡Tenías la boca y la nariz llenas de polvo!

Te pusiste a toser y a escupir por igual, tratando de respirar al mismo tiempo pero el aire parecía tener polvo también. Te sentías tumbado boca arriba en el suelo y entre convulsión y convulsión lograste entrever un rostro vagamente familiar... con el cabello blanco y dos ojos rojos y brillantes como dos rubies.

Cuando lograste recuperar el aliento te viste en la necesidad de quedarte estirado panza arriba como un jadeante pez recién sacado del agua. Y te topaste con que la dueña del rostro estaba acuclillada a tu lado con los brazos acodados ociosamente en las rodillas.

Y tenía una ramita en la mano.

—Ya era hora, me estaba empezando a aburrir.

Aquello de que se le cayera el mundo encima empezaba a convertirse en una peligrosa costumbre.

La maga del Círculo esperó a que el dolor remitiera antes de incorporarse. Aquello debía ser un guardián del templo: por su aspecto parecían las raíces de un árbol gigante animadas por poderosa magia antigua. Gabrielle se levantó, encorvada, y recitó un encantamiento, viéndose envuelta por una armadura luminosa que la protegería y la permitiría iluminar la oscuridad.

—¿Hola? —dijo tratando de vislumbrar una salida —. ¿Estáis bien? ¿Alguien necesita ayuda?

Gabrielle lanza armadura luminosa (-1 Fue). Pc: 20/23. Fue 7.
 

La luz iluminó los alrededores y aquello te hizo sentir un escalofrío... ¡estabas sepultada en rocas! pero por algún motivo el enorme cascote que hacía las veces de techo no se había hundido aplastándote.

Probablemente habías tenido la suerte de que hubiese quedado asentado de modo y manera que los que lo sujetaban no cedían, pero aquello tampoco es que fuese muy tranquilizador porque no sabías si iban a ceder en algún momento o se iban a quedar así eternamente.

«¿Gabrielle?»

Eescuchaste la voz de Astucia en tu cabeza. El mensaje no sonaba tan nítido como siempre, como cuando alguien que está demasiado lejos trata de comunicarse contigo y no te llega del todo clara la información. Además, sentías al espíritu agitado por algún motivo.

«Tienes un montículo de escombros enorme encima. No me atrevo a mover ninguno por si se cae todo» añadió. Luego pareció dudar «¿Tienes alguna forma de hacerte una salida?»

Gabrielle se echó la mano a la mochila.

«Tengo un pergamino de reducir persona. Tal vez sea suficiente.» 

Y mientras tanteaba en busca del pergamino, buscó un hueco por el que pudiese colarse, una vez reducida de tamaño.

«Eso... » el mensaje se volvió a entrecortar y Astucia pareció más inquieto aún pero enseguida lo recuperaste «Eso debería funcionar»

Mientras buscabas, ahora con más luz, podías ver que en efecto había multitud de huecos entre los sillares y pedruscos por los que podrías colarte al exterior. Antes de haber activado la armadura veías la claridad de fuera de modo que por suerte no debías tener una capa inmensa de escombros en lo alto.

«¿Quieres que mantenga quieto el grandote de arriba con magia... por si se cae mientras sales?»

«Por favor. Me sentiría más segura.»

Gabrielle extrajo el pergamino del estuche haciendo una nota mental de que debería preparar alguno cuando tuviera tiempo. Extendió el rollo frente a si y, leyendo gracias a la luz de su armadura mágica, declamó las palabras mágicas que desencadenaba en hechizo.

Gabrielle lanza Reducir Persona desde el pergamino.

Borro uno de los dos que tengo de mi equipo.

El mundo pareció hacerse más grande a tu alrededor. Aunque sabías que en realidad eras tú la que se hizo pequeña pero la sensación desde luego fué la que fué. 

Te apretujaste por una de las grietas que había entre dos pedazos de roca hacia el exterior, por el camino escuchaste un crujido espeluznante proveniente de arriba y un temblor... pero no pasó nada. Probablemente porque al pedrusco que le había dado por hacer un amago de ceder estaba sujeto mágicamente.

Saliste afuera y resbalaste en un grumo de arenscon lo que bajaste rodando un montículo de arena que en realidad medía tres palmos pero en tu estado actual parecía el cuádruple. Al menos caiste en blando.

Estabas en una caverna enorme, al mirar arriba podías ver lo que parecía ser el agujero a lo lejos por donde habíais caido a la vez que un montón de raíces y enredaderas que cruzaban de un lado a otro. También divisabas multitud de túneles en los pisos superiores como si alguien hubiese cortado un hormiguero por la mitad ¿Te encontrabas en alguna especie de estancia inferior del templo? ¿En una cueva subterranea situada debajo? Las paredes parecían tener restos casi desintegrados de mosaico en algunos puntos, a tu alrededor yacía desperdigado un mar de sillares, pedazos de losa rota, piedras y arena. Y el polvo en suspensión estaba por doquier.

Se sintió un nuevo temblor provocado por un golpe de... lo que fuese que os había atacado, un nuevo rugido chirriante y lejano que parecía provenir de un enorme tunel situado al oeste de la estancia.

Y de nuevo el silencio.

«Sal»

Localizaste a Astucia a varios metros cuando percibiste un nuevo latigazo de agitación ajeno con tu sexto sentido. El "elfo" estaba a varios metros, arrodillado en el suelo, aunque tenía los brazos estirados hacia el montículo de piedras del que acababas de salir. Pero de los demás no había ni rastro.

Parecía estar esforzándose por algo. O conteniendo el aire porque cuando lo soltó y bajó los brazos, escuchaste crujir los pedruscos a tus espaldas y saliste disparada a apartarte un par de metros al ver que el montículo se hundía ligeramente.

Por si acaso.

Asthan estaba cubierto de polvo y arañazos, seguramente igual que lo debías estar tú por la caída, pero no parecía herido. Por eso no le encontraste explicación cuando lo viste encogerse sobre si mismo, gimiendo como si alguien lo hubiera atravesado con una lanza. Tanto, de hecho, que terminó apoyando la frente sobre el suelo, agarrándose los costados como si las costillas le fueran a estallar o algo así.

Después de sentir como los pulmones se le escapaban por la boca, el joven guerrero intentaba acompasar su respiración cuando reparó en la presencia de Allure. Alexei gritó, o al menos lo hizo interiormente porque apenas tenía aire en su reseca garganta como para emitir algún sonido.

El rubio volvió a girar sobre sí mismo poniéndose bocabajo y volvió a escupir. Después tragó algo de saliva e intentó articular palabra.

—¿Cuá-cuánto tiempo…?

Alexei volvió a tragar saliva. «Un demonio que se siente un espíritu». Las palabras de Gabby resonaron en su cabeza. Pese a que debía ser cauto, Allure podía ser una aliada y mucho más en esa situación.

—¿Sabes qué ha pasado?—le preguntó mientras miraba a su alrededor.

Gabrielle deshizo el hechizo agitando una mano en el aire. El mundo volvió a su tamaño normal mientras sus piernas crecían para llevarla más deprisa hasta donde estaba Asthan. Sin mediar palabra, se arrodilló junto al elfo y le palpó las costillas para comprobar si tenía fractura o fisura.

—No pareces tener nada roto. ¿Puedes describirme el dolor? ¿Necesitas que te cure?

—Lo mismo que cuando te separaste demasiado en Nordale—masculó el "elfo" girando la cara para poder mirarte—. ¡Nnggh!

Apretó los dientes con tanta fuerza que le rechinaron. Aquello era muy raro... ahora estabas justo al lado de él, ¿no? Por suerte pareció durar tan solo un par de segundos más. Lo escuchaste soltar una bocanada de aire y empezar a jadear, aliviado.

Se enderezó sobre las rodillas y una mano, ya que la otra la sostuvo delante de la cara, mirándola entre sorprendido e inquieto.

Brillaba.

Brillaba con aquella luz dorada tal cual era su aspecto de espíritu, como si el cuerpo físico hubiese desaparecido ahí y pudiera verse lo que ocultaba. Tras unos segundos de desconcierto, tensó la mandíbula en un gesto concentrado y viste cómo la luz se volvía a disipar y de nuevo aquello adoptaba el aspecto de una mano normal y corriente.

La miró por delante y por detrás.

—Creo que esto no debe ser bueno...

—¡Era tu aspecto del Velo! —se sorprendió Gabrielle—. ¿Cómo es posible? No puede tener nada que ver con el debilitamiento del vínculo debido a la distancia: esta vez estábamos al lado.

Inclinó la cabeza.

—¿Tienes alguna hipótesis de lo que te está pasando?

Astucia se lo pensó más de lo que llevaría pensarse una respuesta sencilla antes de responder.

—Quizá... un espíritu no puede estar en el mundo real infinitamente sin un ancla física—dijo con cautela—. O quizá no me he habituado aún a esto. O quizá es otra cosa que no tiene que ver.

Negó con ala cabeza.

—La verdad es que no lo sé, es la primera vez que estoy en esta situación.

Se volvió a escuchar el temblor y el sonido, con lo que giró la cabeza buscando la dirección del mismo.

—¿Y qué demonios es eso?

Allure se te quedó mirando mientras luchabas por respirar con el labio inferior proyectado hacia adelante en una especie de puchero.

—¿Eso significa que no puedo seguir dándote golpecitos con el palo?

Observó la pequeña rama que tenía en la mano, se encogió de hombros y la tiró a un lado. Luego te volvió a mirar y soltó una risita. Juntó las manos y arqueó las cejas en una inquietante expresión traviesa.

—Lo oigo desde aquí...

Se puso a golpetear con las yemas de los dedos de una sobre la palma de la otra. No tenías ni idea de a santo de qué venía aquello pero era un sonido rítmico, las palmas iban rápidas y de dos en dos... Al caer en la cuenta de ese detalle supiste enseguida a lo que se refería.

Los latidos de tu desbocado corazón.

Dejó de hacer aquello repentinamente y se puso en pie, cambiando totalmente tanto de tema como de expresión a una de inocente curiosidad.

—"No lo sé" y "no"—terminó por responder a tus dos preguntas. Hizo visera con una mano para mirar arriba—. Me aburría dentro de la gema, me dió por salir y resulta que estabáis aquí. Quería explorar pero no puedo alejarme mucho de ella. ¿Os ha dado últimamente por tiraros por agujeros enormes? Porque parece que todos los escombros que hay por aquí han venido de arriba.

Al seguir la mirada de Allure hacia arriba, descubriste que estábais en una caverna enorme. Podías ver lo que parecía ser el agujero a lo lejos por donde habíais caido a la vez que un montón de raíces y enredaderas que cruzaban de un lado a otro. También divisabas multitud de túneles en los pisos superiores como si alguien hubiese cortado un hormiguero por la mitad ¿Te encontrabas en alguna especie de estancia inferior del templo? ¿En una cueva subterranea situada debajo? Las paredes parecían tener restos casi desintegrados de mosaico en algunos puntos, a tu alrededor yacía desperdigado un mar de sillares, pedazos de losa rota, piedras y arena. Y el polvo en suspensión estaba por doquier.

No veías a nadie más.

Se sintió un nuevo temblor provocado por un golpe de... lo que fuese aquello que habíais oído antes, y un nuevo rugido chirriante y lejano que bien podría provenir de cualquier dirección.

Luego silencio.

—Oh. Y eso no para de escucharse cada dos por tres. ¿Qué es?

Nubes de moscas luminosas bailaban ante sus ojos. Por un instante, los pies le subieron hasta la cabeza y se quedaron encajados en su cráneo. Cuando el aire volvió a entrar en su garganta, se encontró mirando entre sus manos. Un hilo de saliva densa lo anclaba al suelo. Escupió. Había tragado tanto polvo que la baba parecía mortero.

Se soltó una de la correas del acordeón para tenderse sobre la espalda, dando largas y dolorosas bocanadas de aire. Le dolía el costado. El resto del cuerpo también, pero sobre todo el costado, donde el golpe le había abierto la herida que le había hecho el arlequín.

¿Algún tipo de ingenio? Pensaba en el gran objeto que había atravesado el suelo, surgiendo desde el subsuelo, y había provocado aquello. ¿Para excavar túneles? Pero estaba hecho de madera; no tenía sentido. Tenía que verlo de nuevo.

Estaba solo, aparentemente. Confiaba en que no fuera así. Por segunda vez en dos días se le derrumbaba el mundo encima. Sobrevivir a ambas le hubiera hecho pensar que era capaz de sobrevivir a cualquier cosa, si no hubiera sabido qué era exactamente lo que lo iba a matar, más temprano que tarde.

Se incorporó al fin. Encontró la petaca abollada, encajada entre dos pedazos de roca. La guardó rápidamente. Se había acabado minutos antes, lo había comprobado antes de que se rompiera el suelo. Podía haberse echado a llorar.

Escuchó el ruido de nuevo, en la lejanía, extendiéndose por la tierra como una piedra cayendo en la superficie de un charco.

Se puso en pie, sin molestarse en sacudirse el polvo que se había instalado en su piel, cabello y ropas, y observó sus alrededores.