Partida Rol por web

Al muchacho se le escapaba la rabia por la comisura de los labios. Probablemente se debía a una insuficiencia de cariño recibido durante la infancia, algo que en la edad adulta solo se podía curar con un exceso de cariño, ocasionalmente tras una barrera monetaria, y ebriedad, no necesariamente en exceso, aunque era evidente que la inconsciencia conducía al fin de la ira, o al menos a su reposo. Y Cedric parecía mal servido en ambas medicinas.

—Entiendo lo que quieres —replicó, asintiendo lentamente—. Pero tendrás que aguantar hasta que regresemos a la civilización. Me temo que no puedo ofrecerte nada de lo que necesitas.

Ni siquiera un trago, comprobó al agitar la petaca. El resto de la excursión iba a ser trágico.

Y a todo lo dicho le sucedía un interrogante, fruto quizás de las prisas. Cómo atarse un brazo a la espalda podía dificultar dar patadas.

Devolvió la atención a su vieja amiga de cuestionable profesión.

—Y por cierto, cielo, ¿quién ha contratado tus servicios?

—No lo sé. Nos dicen quien es el objetivo, no quien lo quiere muerto—respondió Aline encogiéndose de hombros—. Por aquello de la discrección.

Se secó el sudor de la frente con una mano, tanto tiempo aguantando dolor empezaba a pasar factura y volvió a dirigir su atención a Gabrielle cuando ésta preguntó.

—Pues... —titubeó con un ribete de genuina confusión— ... ¿e-es en serio? Quiero decir, no estoy segura, no conozco Ferelden.

Se lo pensó de nuevo. Era evidente que el contraste entre la acostumbrada frialdad orlesiana con los fracasos y la pregunta que acababan de hacerle resultaba abismal, al final pareció ocurrírsele algo que sí podía hacer.

—Supongo que encontrar un pueblecito en el que guste la música de los juglares... —suspiró antes de añadir con una mezcla de frustración y amargura—. No quiero volver a saber nada del Grand Jeu. Ni de ciudades llenas de nobles intrigantes.  Quiero... quiero volver a hacer algo que realmente me gusta.

Gabrielle no pudo evitar sonreir de oreja a oreja. 

Ésa era el tipo de respuesta que le hubiera gustado escuchar a Cedric: una renuncia clara a la violencia y un deseo inequívoco de romper con la vida anterior. 

No tenía manera de saber si la estaba engañando, pero su actitud era la de alguien que podía conseguirlo.

—Yo soy fereldena —le contestó, con un ribete de orgullo—. Podría ayudarte a encontrar un nuevo lugar en la vida en el que no haga falta un puñal. Ni tampoco preocuparse por que te lo claven mientras duermes. Si realmente estás dispuesta a ello.

Ahora sí, Gabrielle no pudo evitar mirar de soslayo a Cedric. La Madre Bethel le había dicho que le ayudara, y se sentía mal por no poder ayudarle más. Pero el primer paso que debía dar el matón era el que tan valientemente había dado aquella mujer vestida de arlequín. 

Alexei sonrió a Gabrielle tras escucharla. Con el destino de Aline resuelto podían centrarse en las otras preguntas que quedaban por hacer. El joven guerrero dio unos pasos y miró a la joven orlesiana.

—Antes dijiste que llegábamos tarde, que se nos habían adelantado en lo que quisiéramos hacer aquí. ¿Fuisteis vosotros los que entrasteis en el templo o vuestra misión solo era esperar nuestra llegada? ¿Qué sabes al respecto?

Qué chasco se llevó Trasus. Con suerte, pensó, el próximo grupo de asesinos tendrá más información. Tenía esperanzas de ello. Cuando la subcontrata no daba resultado, era el momento de echar mano de los asesinos en nómina, si es que los había. Y si no los había, tampoco podía ser alguien tan importante. Quizás no tenía presupuesto para nuevos asaltos.

—No creo que... que un pueblo sea la mejor opción, querida —replicó. Entiéndase que Trasus, cuando la mujer mencionó las palabras “hacer algo que realmente me gusta”, tenía algo muy concreto en mente—. Una ciudad, una no muy grande si lo prefieres, pero lo bastante como para que puedas perderte un poco, unos días. Donde no conozcas hasta el nombre de la oveja de la que se esquilado la lana con el que te han hecho el jubón.

En el pueblo todos se conocen. O eso le habían dicho. Nunca había vivido en un lugar que no fuera una metrópolis. Inmensa, atestada y apestosa.

La cara de Cedric, superada la barrera de tratar de entender nada, era la de una estatua de mármol. Bethel era una santa, pero hasta ella decía que la única condición para ser perdonado era el arrepentimiento. Cedric no hubiera confiado en la sinceridad de la asesina, por supuesto, pero ni siquiera había fingido estar arrepentida. Aline estaba resignada, si acaso, a unas nuevas condiciones impuestas por su fracaso. Si las condiciones cambiaran, o sus empleadores le dieran otra oportunidad, el cuchillo volvería a llamar. 

Cedric era un reconocido cobarde, pero hacer promesas después de fracasar le parecía la salida fácil. Lo que todos los matones de Nordale hacían continuamente, lo que Medwin haría. Todo lo que Alina había demostrado era incompetencia como asesina. Si la mercenaria hubiera sido un poco más rápida, fuerte, o mejor acompañada, Ayla estaría muerta.

Llegado este punto, Cedric solo quería perderla de vista. Un qunari le había dicho una vez que cada uno tenía una llamada en la vida: si un granjero cogía una espada, siempre sería eso, un granjero con una espada. No se puede negar lo que eres. Solo quedaba confiar en que una cultura entera se equivocara. Cedric se sentía tan ajeno al grupo como uno de esos gigantes de piel gris recién desembarcado en Ferelden.

Aline se encogió de hombros con inocencia ante la sugerencia de Trasus: ella hablaba sin conocimiento de causa puesto que Ferelden no era Orlais. La idea que pudiera tener de cómo eran los pueblos y las ciudades allí probablemente fuese de todo menos acertada.

—Me temo que no mucho porque nos dicen sólo lo necesario... el contacto nos estaba esperando aquí—respondió mirando a Alexei—. Dijo que la maga entraría en este lugar, nuestra misión era aguardar y acabar con ella. A mí me pareció la típica eliminación de competencia, nada fuera de lo común, pero al parecer o se le olvidó mencionaros a los demás o "se le olvidó" mencionaros a los demás. Sea lo que sea lo que se os ha perdido en este sitio.

» Lo que está claro es que no es como si hubiesen contratado a unos matones cualquiera; alguien se gastó mucho dinero en taer asesinos directamente de Val Royeaux. Supongo que somos más sofisticados que los Cuervos de Antiva.

Se secó el sudor de la frente por enésima vez.

—Pero como ya dije, sólo se contrató un grupo para un solo asesinato—añadió mirando a Ayla—. Si fuese un contrato indefinido no pararías de tener visitas hasta estar muerta, querida.

—Ah, bien—suspiró la apóstata con sarcasmo—. Ya me siento mejor...

—Bueno, tú sabrás a quién o quienes habrás cabreado para que te quieran muerta.

Ayla rebulló en el sitio. Aline por su parte alternó la vista entre vosotros; era evidente que no todos los ojos la miraban igual, pero probablemente eso lo entendía ya que a ningúno os puso mueca alguna. De hecho, parecía entre curiosa e inquieta.

—Y entonces... ¿ahora qué?

—Yo estoy con Alexei. Prefiero que nos acompañes —propuso Gabby.

—Podemos echarle un vistazo al templo si queréis pero deberíamos volver cuanto antes a Nordale. Aquí ya no hay nada que hacer.

Pese a que mientras Ayla tuviera la cabeza del bastón no iba a poder completar su plan, el hecho de que la persona por la que competían por los fragmentos de Glandivalis (¿Adrath?) se les había adelantado hacía que el joven guerrero se sintiera más inseguro. Tenían que conseguir el último trozo cuando antes y de paso solventar los problemas de Nordale.

El trovador arqueó una ceja. La inocencia era un concepto que no era capaz de asociar con la bardesa de homicida profesión.

—Lo cual —repuso cuando Aline explicó el tipo de contrato— no es óbice para que envíen otros asesinos en el futuro próximo.

La situación parecía dirigirse hacia la incorporación de una nueva miembro a la alegre compaña. Y eso estaba bien, Aline había sido su amiga durante años, más que eso en alguna ocasión, y le guardaba afecto pese al tiempo que habían pasado sin saber el uno de la otra. Y no estaba tan bien; poca mella parecía haber hecho en ella la muerte de sus colegas. Que fueran viles asesinos lo hubiera explicado si ella no hubiera sido, también, una vil asesina, y su líder de pelotón, aparentemente.

¿Cuándo te volviste un moralista, Trasus? Temo por mi vida. ¿Será esto el delirio que marcha de la mano con la agonía?

—¿Dices que el contacto estuvo aquí? —indagó, y echó un trago de la petaca, tratando de quitarse el amargor del encuentro de la boca—. ¿Cuánto hace de eso? ¿Hay algo que nos puedas contar de ese contacto?

Cedric no dijo nada. Quizá prefiriera tener a la asesina cerca donde pudiera vigilarla en lugar de simplemente dejarla libre y perderla de vista con todo lo que eso podía implicar. Claro que eso era elegir entre lo malo y lo peor.

El comentario de Alexei le hizo salir de su ensimismamiento. Tenía sentimientos encontrados respecto a la idea de volver a Nordale. No se sentía preparado para encarar el pueblo sin Bethel. Y, sin embargo, tenía asuntos sin resolver ahí.

Decidió dejar hablar a la tal Aline antes de expresar una opinión. Toleraría su presencia por el momento si tenía que hacerlo, pero otra amenaza velada a Ayla y Cedric se aseguraría de que fuera la última.

A Lynn parecía estar empezando a ponerle nerviosa que Aline no parara de de retorcerse así que, bien por eso, bien porque parecía que no teníais intención de matarla, o bien por las dos cosas, se agazapó al lado de ella y se puso a curarle la pierna.

La bardo no pudo evitar gemir cuando le arrancó la flecha y suspirar de alivio cuando sanó la herida.

—Pues... varias horas—respondió a Trasus—. Iba encapuchado, tenía un colgante horroroso y la voz mas tétrica que he oído nunca. Pero no le vi la cara así que no os podría decir qué aspecto tiene.

—Yo lo que no entiendo es por qué estaba tan seguro de que iba a venir aquí—murmuró Ayla—. Había dos sitios posibles. Y sólo vo...

El sonido contundente de piedra al chocar contra piedra interrumpió retumbando en toda la estancia y acaparando la atención de todo el mundo. Venía de lejos, de muy lejos... y de atrás.

¿La puerta?

El sonido se quedó flotando en el aire mientras una serie de algo que parecían arañazos flotaban desde la oscuridad del pasillo. Aline fué a decir algo pero otro sonido sacudió la sala acompañado de un temblor, sólo que esta vez no se trataba de ninguna piedra sino de un rugido. Un rugido chirriante, iracundo, irritado que parecía provenir de las mismas entrañas del templo.

Comenzasteis a escuchar golpes provenientes de lo que parecía todas partes, como si alguna entidad invisible se hubiese propuesto de pronto intentar tirar el templo abajo a base de arrojarse contra las paredes.

—¡¿Qué coño... ?!—vociferó Sarkee tratando de no caerse al tiempo que le lanzaba una mirada incendiaria a Aline—. ¡Nos has tendido otra trampa!

—¡No! ¡Yo no tengo nada que ver con esto!—respondió la orlesiana, que estaba casi tan pálida como si volviese a llevar la máscara—. ¡No sé qué está pasando!

Algo surgió desde el suelo, era puntiagudo como un cuerno enorme, más grande que una persona, y a su vez parecía estar hecho de madera. Los trozos de losa saltaron en pedazos a su alrededor y la sala se llenó de gritos de susto y sorpresa por igual.

Aquella cosa volvió a golpear desde abajo y un chasquido espeluznante precedió a una red de grietas que se extendieron por el piso como una telaraña. Aline apartó de un empujó a Lynn y se arrojó sobre Trasus justo en el momento en que un segundo "lo que fuera aquello" surgía del suelo. Seguido de otro rugido chirriante.

El golpe fué demasiado y la sala se desfondó incapaz de soportar más castigo. Sentísteis de pronto cómo caíais en medio de una cacofonía de chasquidos, golpes, gritos y remolinos de piedras, arena y polvo.

Luego la oscuridad y el silencio lo llenaron todo.

Creiste que ibas a ahogarte cuando de pronto el acceso de tos más bestial que habías sufrido en tu vida te sacudió como si fueses una maraca. ¡Tenías la boca y la nariz llenas de polvo!

Te pusiste a toser y a escupir por igual, tratando de respirar al mismo tiempo pero el aire parecía tener polvo también. Aquello era tan angustioso que al hacer un aspaviento con un brazo te golpeaste la mano contra algo tremendamente duro y viste todas las estrellas de la bóveda celeste. ¿Por qué el techo estaba tan cerca? Te hiciste un ovillo sobre un costado tratando de calmarte.

Te dolía todo como si hubieses caído rodando por una montaña abajo y no veías nada, estaba oscurísimo, aunque vislumbrabas grietas de luz en varios puntos a tu alrededor. ¿Habías sido sepultada por escombros o algo así? Eso no tenía sentido. ¿Cómo era entonces que no estabas aplastada?

Oiste un golpe retumbar a fuera, de nuevo como si algo enorme pegase contra una pared... lejana esta vez. Y aquel tambien lejano rugido chirriante.

Luego el silencio.