Partida Rol por web

El Concilio de los Cinco Clanes

El Protectorado del Norte

Cargando editor
03/03/2016, 16:00
Helen Harcourt R.

La respuesta que recibe Helen deTyler, parece no sentarle bien. A pesar de que no es la primera vez que se toca el tema, ni algo que ella misma no hubiera anticipado. Su rostro pierde un poco de la felicidad con la que llegara, no obstante, sabe que ha ganado más de lo que tenía antes de llegar, por lo que intentó recobrarse de aquella noticia que ahora William le recalcaba nuevamente.

- Lo sé -respondió mientras recibía el objeto entre las manos con cierta sorpresa ante el ímpetu de Will. Ella lo tomó y se quedó mirándolo, pareció recordar algo y entonces un tanto dubitativa, levantó la mano para posarla en el hombro de Will llamando su atención- No, Will. Ya no es mío. Es tuyo. -contestó tomando la mano del joven theurge y poniéndo el objeto sobre su palma- La anciana, la señora aquella, me dijo que ahora que estábamos... -sus mejillas ganaron color, agachó la mirada con timidez, parecía no encontrar la palabra adecuada- ...unidos, esto era tuyo. Yo no puedo tenerlo, no puedo cuidarlo. Mis padres lo iban a pasar, ellos ya no están, así que es mi turno de pasártelo a ti. Tómalo, es ahora tuyo Will. -dijo cerrándote la palma, mirándote a los ojos, con mucho cariño pero también con mucha seguridad sobre lo que estaba haciendo.

Cargando editor
03/03/2016, 17:03
Amber "Aurora-insolente" Browning [H]

Mis ojos siguen clavados en esos dos que ya se alejan perdiéndose entre la multitud. Taladro sus espaldas con la mirada. La mano de Jane es un bálsamo de paz para mi sangre alterada, pero el último gesto del tipo me crispa.

—Le voy a hacer tragarse ese puto dedo —mascullo al aire antes de sentir el brazo de Eduard rodeándome y apartando de repente todos mis pensamientos asesinos. 

Un brillo divertido sustituye entonces a la ira en mi mirada, mientras ladeo el rostro para contemplar al clon divertido de Matthew con cierto descaro. Le dedico una sonrisa casi juguetona y acompaso mi caminar al suyo. 

Así que una prueba, ¿eh? —repito, quedándome pensativa un instante—. Eso podría tener sentido. 

Percibo por el rabillo del ojo que Tyler primero y Alex después se acercan a nosotros. Y sonrío a las palabras de Jane. 

—Sí, somos la alegría de todas las fiestas —afirmo, bromeando en el mismo tono que ella—. Cuando la cosa se empieza a poner aburrida nos ganamos un castigo por insolentes y así se anima el ambiente un poco. 

Entonces dedico mi sonrisa creciente a Alex y asiento con la cabeza.

—Todo está bien, Alex. Todavía no vamos a zurrar a nadie... —la curva de mis labios se ladea mientras puntualizo—. Todavía.

Me giro de nuevo hacia Eduard, para contemplarlo con curiosidad. No creo que estemos mucho tiempo en este lugar, así que si quiero conocerlo mejor tendré que darme prisa. 

—¿Y quiénes son los otros miembros de tu manada? 

Cargando editor
03/03/2016, 19:16
William Thomas Elliott "Guardian-del-Tiempo" [H]

Me vuelvo un segundo al notar la mano de Helen sobre mi hombro, ¿si?, la interrogo con mirada afable. - ¿No?, digo entornando los ojos sin comprender al principio. Mio, y mientras lo deja en mis manos siento un escalofrío, producido a un tiempo por el roce de la mano de Helen, y por el peso de la responsabilidad. Noto sus dedos acariciando los míos y sus palabras de ese sencillo color malva rozan mis oídos. - Una-con-la-Umbra, digo cuando nombra a la anciana, se merece que la llamen por su nombre, y acompañando al color de sus mejillas enrojecen mis orejas al recordar, - es cierto Helen, estamos unidos, anoche, en el Túmulo, cuando tu y yo... guardo silencio al darme cuenta de donde estoy, y que alguien puede escucharnos, - las Musas, Helen, han reconocido nuestra unión, nos han concedido su beneplácito. Alzo la mano libre acariciando su mejilla para depositar después un beso sencillo en sus labios. Trago saliva cuando nombra a su familia, no se que decir, ¿gracias, lo cuidaré, seré digno de él...? - yo... , pero todas las palabras que pienso me resultan tan vacías, tan carentes de sentido, que prefiero guardar silencio y finalmente asiento por respuesta, dejando que cierre ella mi mano. Cuando siento que sus dedos liberan mi puño, lo abro y tomando el fetiche lo cuelgo de mi cuello para guardarlo bajo la camiseta. Luego busco de nuevo sus labios, abrazarla, acercar mi rostro al suyo, sentir el roce de su mejilla en la mia, y así abrazados, le susurro con cariño, y seguro de lo que siento, - te quiero Helen.

Y durante unos segundos caen en el olvido mis hermanos, el caido, y este Concilio.

Cargando editor
03/03/2016, 19:27
Tyler "Escudo-Incandescente" Jackson

Entrecierro los ojos, mirando entre la concurrencia. Busco con mirada iracunda a alguien, cualquiera, que esté fijando su mirada en nuestra dirección. Alguien que ha molestado a mis hermanas, provocado a mi manada, alguien que se está jugando, quizás no la vida, pero sí la integridad física. Porque no tengo el día como para no ser capaz de dar un par de hostias a cualquiera con ganas de hincharme los...

Por desgracia, o tal vez por suerte, no veo a nadie que no esté pendiente de algo que no sea desplazarse al lugar de la ceremonia.

A donde deberíamos estar dirigiéndonos nosotros ahora mismo.

Así lo reclama nuestro pequeño juez, la voz de la razón, mientras con gesto molesto vuelvo a girarme dando la espalda a la multitud. Es en ese instante cuando miro a lo lejos a Will, que hasta hace un momento parecía pendiente de lo que sucedía, y a sus dos acompañantes. Y con ellas, regresan los fantasmas que acosaban mi cabeza.

Bien... -Llevo mis manos a ambos lados de la cintura, mirando a mis hermanos y a quienes nos acompañan- Ya habéis oído al Philodox, tenemos un funeral al que acudir, y me gustaría que estuviéramos juntos durante la ceremonia. Si alguien quiere problemas con nosotros, que se espere a después del funeral. Se lo podéis decir de mi parte. -Digo casi sin entonación, carente de emoción alguna, con la cabeza en otra parte- He dejado a Will con las chicas, de modo que voy a ir adelantándome. Nos vemos allí, ¿vale?

Cargando editor
04/03/2016, 23:13
Director

Las flamas rojas y naranjas danzaban sobre la noche, lanzando lengüetazos de calor y fuerza hacia la noche misma en un caótico frenesí azuzado por el viento.

Sobre la colina estaban ya: el Senescal, el Rey Albrecht, Regina y el resto de ancianos, la manada del Rey, y cuanto garou hubiese presente en el protectorado
Asimismo,también se encontraban las familias de parientes. Desde los patriarcas hasta los jóvenes muchachillos.

Árboles, piedras, jardín, polvo; al llegar a la cima, a primera vista era todo lo que se observaba sobre aquella verde colina, al menos era todo lo que había para los simples ojos humanos. No obstante ustedes eran Garou y para ustedes y cualquier otro colmillo plateado, aquella cima era un lugar completamente distinto, un lugar de respeto, plagado sobretodo de memorias, las de los héroes.

Quizás resultase algo poco familiar para los ojos inexpertos de Amber y William, pero la diferencia estaba allí, podían sentirla.

Aquel rasguño sobre la piel rugosa de un árbol era una marca, un pictograma tallado ahí para declarar a aquel que descansaba enterrado debajo de aquellas raíces: Henry “Dador-de-heridas” Standish.

O aquella roca mediana de relieve suave y esquinas filosas, la tumba de Lord Batell “Ojo-de-Gaia”, el pictograma grabado, reflejaba la garra de un lobo y un patrón en círculo alrededor.

El pequeño montículo de tierra, junto a aquella roca, tenía pequeñas piedrecitas alrededor. Era una tumba fresca, la de Gregory Capell Corazón-roto, el garou de la manada de Lord Arkady.

La voz del hermano Matthew, Edward, el que explicaba cada uno de estos detalles, se silenció unos momentos. Fue un silencio solemne tras lo cual Eve se tomó el derecho de decir: El cementerio lleva el nombre de La tumba de los héroes sagrados.

William comprendía mejor que nadie que seguramente el lugar sería maravilloso en la umbra, las tumbas custodiadas por espíritus que impedirían que las memorias y restos de aquellos caídos fueran profanados.

El Rey Albrecht, se situaba en el centro a la cabeza de cuatro grandes hoyos de tierra recientemente cavados. La manada de colmillos plateados del Rey, cargaba pesadas tablas de roble sobre el que descansaban el cuerpo de tres robustos hombres en lo que fueran entre sus tardíos treinta y cuarenta y el de una mujer joven, que en vida fuera alta y atlética, yacía hermosa aún aunque a su cuerpo le faltara un brazo.

Los garous movieron la gigantesca tabla, guiándola con cuidado hasta posarla despacio sobre el suelo, luego con sus manos desnudas, levantaron cada cuerpo de los caídos y los llevaron dentro del agujero.


Así, los rostros de aquellos hermanos, desaparecían dentro de aquella fría negrura y con ese simple acto regresaban a la madre.

Vieron como una línea de 5 garous, se dirigió a paso lento hacia un lado cerca de la tumba, eran de edad avanzada, aunque se veían delgados sus gargantas eran anchas y sus rostros cenicientos duros cargaban con la expresión de dolor, el dolor por una pérdida.

Muchos de los presentes se acercaron para expresar su despedida, incluyendo las familias de parientes, hasta Cynthia Batell que lanzó una flor blanca dentro de cada tumba.

Pero aquella despedida se encontró interrumpida por una creciente ola de murmullos de sorpresa, se alzaron poco a poco, como el zumbido de abejas y las cabezas se giraron todas hacia una sola dirección donde estaba un hombre que acababa de terminar de subir la colina, el último en llegar.

Estaba apoyado sobre el hombro de otro sujeto. Su torso estaba completamente vendado, sendas cicatrices hondas salpicaban su cuerpo maltrecho y uno de sus ojos lucía severamente hinchado, herido, amoratado y posiblemente le dejara marca de por vida.

A Cinthya se le escapó un gritito histérico y se puso tan pálida como la nieve.

Aquel hombre que se agachó con dificultad sobre la tierra, tomó uno puñado húmeda de ella, la olió largamente y luego la arrojó dentro de cada agujero, aquel hombre que a duras penas pudo ponerse de pie por su cuenta y que se quedó mirando fijamente a los garou que yacían dentro de las tumbas, aquel hombre al que se le resbalaba una pequeña lágrima por la mejilla.

No era otro que James Batell.

Eve se aferró al brazo de Tyler, Helen pareció perder el equilibrio al reconocer el rostro y de pronto se sintió caer sobre su sitio. Una lágrima rodaba por su mejilla.

De pronto apareció una mujer de edad avanzada, que se tiró a sus pies a abrazarlo y le rogaba que volviera a algún lado. Pero James no se movía, era como si aquella mujer no existiera ante él, no se sintió afectado, ni conmovido por aquella expresión de cariño. Todo lo contrario, sus ojos se endurecieron y quedaron en los de Albrecht, el Rey.

- ¡Debo de hacerlo, es mi derecho! –expetó en su voz profunda, grave y segura. Una que no correspondía al despojo herido que apenas podía mantenerse en pie.

El Rey no respondió, se mantuvo erguido con aquellas pesadas botas negras gastadas sobre el suelo, lo miró fijamente en un silencio que se vio alargado y agravado por el resonar de la naturaleza. En aquel momento todos dejaron de respirar, parientes y garou. El tiempo dejó de transcurrir, el viento azotó las melenas de ambos y también la de todos los presentes, el murmullo de las hojas de los árboles llegó como una marea de voces preternaturales, las voces de los espíritus, ya fueran temerosos, desconcertados, serios o exigentes demostraban su presencia y posición respecto a lo que acontecía.

Pero aquel hombre hizo oídos sordos a aquellas voces de advertencia. Los puños de James Batell se tensaron y allí donde las uñas apretaban, la carne perdía color.

Para Amber aquella acción, le pareció tan familiar.

Pero no había mucho que nadie pudiera hacer, en menos de un parpadeo el cuerpo de James cambió. Sus huesos se movieron por dentro, los músculos se expandieron, su estatura casi se triplicó, la piel se llenó de una capa blanca y gris gruesa, las vendas rojizas cayeron destruidas sobre suelo. En ese cambio, también, las heridas de su cuerpo se abrieron y allí donde sangraron también intentaban regenerarse para detenerlo.

La anciana retrocedió consternada, incrédula y asustada; con medio rostro y cuello pintados de rojo, de un rojo tibio que desafiaba al ahora viento helado que recubría a todos los presentes.

El Rey Albrecht, clavó sus ojos sobre aquel tambaleante hombre que se plantaba con fuerza y la rabia de la madre frente a él. Cynthia Batell corrió intentando llegar hasta su hermano, vociferando que volviera a su forma humana, solo para ser detenida por el grueso brazo de Albrecht.

- Es mi derecho… –repitió de nuevo en elevado, el idioma de los garou. Su tono sonó más grave, más animal desde aquella forma primaria.

Fue un pequeño gesto de asentimiento, el que reveló el líder de los Colmillos plateados y solo eso bastó para iniciar aquel último adiós. En ese mismo instante el pecho de James se hinchó, grande y poderoso, revelando la fuerza de la dualidad de su existencia. El aire se contuvo dentro de sus pulmones, manteniéndolo dentro de sí quizás con dificultad, la sangre manó de sus heridas pintando su pelaje de un profundo rojo, el aroma a tierra y humedad ganó además un rastro ferroso que el viento se encargó de esparcir.

El aroma de un moribundo llegó a sus fosas nasales.

Por un momento, parecía que James Batell iba a caer muerto sobre aquel lugar.

Pero no fue así.

Con aquel ojo crinos sano, miró por ultima vez hacia las tumbas y luego hacia el cielo. Sólo entonces, elevando su garganta, exhaló un largo, tristísimo y doloroso aullido.

El pesar retumbó en sus corazones inmediatamente, como si ustedes mismos sintieran el dolor y la tragedia de aquel hombre que había perdido no sólo a un hermano, si no a una manada entera; los parientes cayeron también en la congoja y en el de todos los presentes, dejaron rodar lágrimas por sus rostros, sintiendo el llanto de James, la lástima, la pena de la pérdida.

Y pronto lo siguieron primero, aquellos ancianos enjutos que, en sus formas crinos, sumaron sus aullidos al de Batell y luego el resto, algunos en lupus, otros en hispo y otros en crinos, alzaron la cabeza hacia el cielo y exhalaron la pena de sus corazones en cada aullido.

Estos continuaron, durante varios minutos hasta que, poco a poco, fueron deteniéndose.

Dejando una sola voz oyéndose en la inmensidad de la noche, la de James Batell, que continuaba el aullido aunque inhalar fuera un esfuerzo insoportable. Le correspondía, era su derecho y así lo hizo, y continuó hasta ser el último en aullar la pérdida de sus hermanos de manada, continúo aunque se le fuera la vida en ello.

Y cuando llegó el silencio, el fin de su despedida, su cuerpo enrojecido cayó sobre aquella verdosa colina hasta volver desde el guerrero hacia el hombre.