Partida Rol por web

El Fuego

Duresca

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22/04/2011, 13:08
Director

 

La inflamada oscuridad de poniente marcaría el final de vuestro caminar. Arrastrábais un largo trayecto, días y más días de lento caminar, a través de las mismas sendas y calzadas que siglos llevaban recorriendo peregrinos de los reinos circundantes. Vuestra presencia no había sido reparada. Un penitente más, algún noble caído en desgracia a manos de Dios. Cuan grande habría sido la falta de aquel cuya apariencia había sido marchitada de tan ostentosa forma. Más no fijaban su clemencia sobre vuestra persona, vuestra figura despertaba un recelo más allá de toda justificación. Incluso la Orden de Santiago hacia caso omiso de vuestra presencia, dejando avanzar vuestra escasa comitiva en pos de su destino.

El viaje no era el fin en sí mismo, pero vuestro maestro, conocía del simbolismo de aquella travesía. Lo que no mantenía tan claro en su pensamiento, era el significado que para vos tomaba. Bien podía interpretarse como el descenso desde las cumbres más inmaculadas, allende en las incolumnes rocas del Pirineo; la viva roca donde vuestros ancestros forjaron su almas, alimentados por el fervor del primer maestro, donde los sueños de toda vuestrra casa fueron eregidos. Hasta allá, el lugar donde la luz moría, donde las aguas engullían inmisericordes entres sus voraces fauces el fuego eterno, el astro reinante. Una penitencia en su misma esencia esto era. Desligado de vuestro sanguis privilegia, vuestros derechos de origen, radicados en la línea de descendencia directa de los primeros aprendices de vuestro Fundador.

Mas no se os escapaba, que la ruta que seguiais mantenía otro significado oculto. La imposición de vuestro pater había sido manifiestamente clara, habríais de recorrer todas y cada una de las etapas marcadas en la ruta.

Existía la creencia entre vuestra familia, que aquella misma ruta había sido seguida por el propio Fundador, una vez su gran maestro Laberius había perecido a manos de los infieles. Aquella misma ruta, que descendía del lugar de poder nacido de la llama, era la responsable de la transformación, de la purificación del alma de vuestro Fundador y, de su renacimiento al poder.

Era por ello que en cierta manera os creíais puesto a prueba. Y no había prueba mayor que demostrar vuestra propia rectitud ante vuestros pares.

El leve ardor en vuestra piel os indicaba la caída de la noche. Desprovista de vuestra arcana armadura, podíais notar las variaciones en las olas de energía que el sol arrastraba como si se tratase de la misma marea. Esas sensaciones que todo miembrod de vuestra Orden sentía en su ser, si bien de diversas formas, cuando su don se exponía al desnudo frente a la corriente del mundo. Para vos, todo había sido marcado por aquel incidente. Vuestra prueba, vuestro don, vuestro legado y vuestro camino; habían sido arrancados del eje prefijado, trasladados por una vertiginosa vorágine de acontecimientos y estrellados contra el muro de la realidad.

Os habíais acostumbrado al dolor, os mantenía alerta. Habíais sobrevivido al lacerante Levante, forjando vuestro espíritu con la sangre y la arena bajo vuestros pies. Pero por algún motivo, vuestro propio espíritu os había traicionado, tal vez inflamado por la pasión. Pero por más que os esforzábais en recordar, un vacío se alojaba en vuestra mente, allá donde habría de estar vuestra euforia.

Incapaz de recordar nada de aquellos días perdidos, una barrera más fuerte que la capacidad de cualquiera de vuestros sodales para sondear en lo profundo de vuestro recuerdo, se erigía para arrebataros el porqué. El porqué de que vuestro don se hubiese rebelado, sin tan siquiera tratar de manifestar por vuestra parte la más ínfima expresión de su poder. Una traición traída de lo más profundo de vuestro ser, o bien, la acción de una mano oculta.

Sea como fuere, el daño estaba hecho. Una muestra de poder frente a ojos mundanos estaba prohibida en vuestro Tribunal. Ya fuere en sus límites o más allá de estos, las manifestaciones evidentes de vuestra naturaleza no eran transigidas. Y los perros de Iberia se lanzaron con sus facues abiertas hacia un objetivo preciado, vuestro maestro.

Preferíais no recordar el momento, allá en la margen norte de la Umbría, cuando vuestro maestro os había topado. Era evidente que tras vuestro episodio, os costaba reconocer vuestra propia imagen. Por lo que os resultaba evidente, que las descripciones dadas a las partidas de búsqueda estaban avocadas al fracaso. Los pétalos de vuestra juventud se habían marchitado. Si bien, el néctar se mantenía puro. Esa había sido la razón por la que con una mera mirada, vuestro maestro os había reconocido. Cada fibra de su ser debía haberle dictado, que aquel espectro apergaminado, otrora había sido su discípulo.

 

 

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17/05/2011, 20:22
Pelldepapir

El cansancio lo percibía en sus extenuadas piernas, y en el pesado trabajar de sus pulmones, que recogía aire perezosamente.

Pelldepapir (Piel de papiro) antes conocido como Guerau de Ferran y Balsareny, su nombre de nacimiento y de nobleza, el cual otorgaba derecho a gentes y tierras, hacía días que parecía ya olvidado. Así como sus ilusiones de infancia y sus anhelos de la pubertad.

Una salada gota de sudor resbaló por su frente, yendo a hacerse notar con desagrado entre sus parpados. El marchito joven levantó su mano para enjugarla, y la miró, observando con interés sus formas a la luz decreciente del poderoso astro fuente de vida. Su piel… tan diferente, habían pasado los días y apenas la reconocía como suya. Sin embargo, ni la lástima ocupaba un lugar en su corazón, y sin saber ni sentir quedó un largo rato absortó en su contemplación.